jueves, 5 de febrero de 2015

¿Por qué es un problema la desigualdad?


No son pocos los que consideran que la desigualdad no supone ningún problema. Todo lo contrario facilitar el beneficio de las empresas se considera que fomenta la inversión, la creación de nuevas empresas y en consecuencia incentiva el crecimiento económico tan necesario en estos tiempos. Además, teniendo en cuenta que en los países con desigualdad notable, ahora Estados Unidos y España son modélicos en ella, hasta los menos afortunados tienen una situación que para sí quisieran los habitantes de los países menos desarrollados, más pobres, consideran que la desigualdad no es, por tanto, tan trascendente. Otros economistas más heterodoxos, sin embargo, haciendo un esfuerzo, creo yo, de mayor realismo piensan que hay suficiente evidencia científica para advertir en la desigualdad muchas razones que la caracterizan como un verdadero problema para nuestras sociedades.

 

La más evidente de estas razones es que la desigualdad es injusta. Muchas constituciones y entre ellas la nuestra propugnan los valores de libertad e igualdad y en este sentido nuestra carta magna es clara: “Corresponde a los poderes públicos promover las condiciones para que la libertad y la igualdad del individuo y de los grupos en que se integra sean reales y efectivas...”; igualmente nuestra Constitución defiende el valor de la dignidad y así se puede leer: “La dignidad de la persona, los derechos inviolables que les son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad...”

 

También hay pruebas convincentes de que la desigualdad es socialmente corrosiva. En su magnífico libro The Spirit Level, Richard Wilkinson y Kate Pickett explican que las sociedades desiguales sufren índices más elevados de criminalidad violenta, población reclusa, obesidad, mortalidad infantil, enfermedad mental y alcoholismo, menor esperanza de vida, menor éxito escolar y niveles inferiores de confianza. Parece que no tienen duda  y concluyen que la desigualdad es mala para todos y en consecuencia: “Los problemas en los países ricos no tienen que ver con el hecho de que la sociedad no sea lo suficientemente rica (¡ni siquiera con que sea demasiado rica!), sino con una excesiva diferencia material entre los integrantes de una misma sociedad”[1].


Por otra parte, la desigualdad excesiva y la movilidad de clase decreciente también son ineficaces. Las barreras a la movilidad impiden que los pobres con talento desarrollen todo su potencial. Evidentemente, esto constituye una pérdida para esas personas; pero también para los demás, que nos beneficiaríamos de la mejora en su productividad. Por otra parte, las extraordinarias ganancias de los situados en la cumbre de la pirámide también suponen un desperdicio de recursos. Algunos economistas, y muchos panegiristas de las grandes empresas, han señalado que los asombrosos salarios que perciben los directivos son un incentivo eficaz y necesario para conservar talentos infrecuentes. Sin embargo, se ha demostrado que el hecho de que los estadounidenses que más ganan obtengan mucho más que sus colegas de otros países, y mucho más que los estadounidenses que más ganaban hace una generación, arroja dudas considerables sobre esta línea argumentativa. Un estudio de Elson y Ferrere del año 2012 defiende vigorosamente esta última posición[2]. En su opinión, los honorarios que perciben los que más ganan no suelen reflejar un talento extraordinario, como el día a día nos demuestra con mucha insistencia, ni tampoco esos salarios desmesurados son necesarios para conservar este talento. En gran medida, los directivos de grandes empresas con honorarios abultados son menos valiosos y se mueven menos de lo que a ellos les gustaría hacernos creer. Además, las excesivas retribuciones que perciben los super-ricos desvían recursos para sus lujos inalcanzables de usos más productivos como la sanidad, la enseñanza, los servicios sociales, las infraestructuras y las energías alternativas.

Es una constatación evidente que a pesar de lo que constantemente señalan los economistas centrados en la oferta, los desorbitados ingresos de los super-ricos -y la contención salarial de los trabajadores- no han alentado el crecimiento económico. Entre 1948 y 1973, un periodo en el que la carga fiscal fue relativamente elevada y el Estado fue incrementando su intervención en la vida económica, la economía de EE UU disfrutó de un índice medio de crecimiento anual del 3,9% y las rentas de los ciudadanos situados en los tramos medio e inferior se duplicaron. Entre 1979 y 2008, la era neoliberal de las bajadas de impuestos a las grandes empresas y la desregulación, el crecimiento de la economía no alcanzó el 3% anual. La renta de la familia media sólo creció un 10%. En este sentido un estudio de Thomas Hungerford  efectuado para la Oficina de Investigaciones del Congreso de EE UU llegó a la siguiente conclusión: “la reducción de los impuestos en los tramos superiores de renta apenas ha guardado relación con el incremento del ahorro, la inversión o la productividad. Sin embargo, parece que las rebajas de impuestos a los tramos superiores de ingresos sí han tenido relación con la creciente concentración de la renta en las escalas superiores...[3]” Es evidencia que desgraciadamente se ha visto confirmada reiteradamente. La economía basada en la teoría del goteo[4] (economía del lado de la oferta) no funciona.

“La desigualdad económica es además ineficiente, porque conlleva un reparto de la riqueza que no maximiza la utilidad marginal total del dinero (que se toma aquí como la forma tipo de riqueza) de la sociedad. La utilidad marginal de los últimos 1000 dólares que recibe uno de esos 400 billonarios es muchísimo menor que la utilidad de los 1000 dólares “marginales” que recibe cada uno de los 30 millones de pobres[5].”

No son pocos los economistas reconocidos internacionalmente que señalan a la creciente desigualdad económica como determinante crucial del derrumbe financiero de 2008. Una generación de consumidores con menores ingresos y a veces insuficientes, alentados por bancos, gestores de hipotecas, empresas de tarjetas de crédito y por unos tipos de interés bajos, trataron de mantener su nivel de vida recurriendo al préstamo. Entre 1975 y 2007 la deuda real de los hogares se multiplicó por 4,5. Cuando los precios de la vivienda comenzaron a bajar y, más tarde, cuando se inició el aumento del paro, millones de familias carecían de flexibilidad financiera para enfrentarse a la situación. Las ejecuciones hipotecarias y las bancarrotas personales se dispararon, alimentando así el derrumbe del sistema financiero.

Para terminar, aunque la lista podía seguir alargándose, la desigualdad económica significa inevitablemente desigualdad política y pérdida del valor democrático. Los hermanos Koch, multimillonarios de derechas y propietarios de Koch Industries, gastaron más de 50 millones de dólares en su proyecto de derrotar al presidente Obama y a los demócratas. Cuando el candidato republicano Mitt Romney eligió como candidato a vicepresidente a Paul Ryan, miembro de la Cámara de Representantes, y su primera tarea fue realizar un viaje a Las Vegas para rendir pleitesía a Sheldon Adelson, multimillonario dueño de casinos, y a una reunión de donantes de campaña de derechas. Adelson (muy conocido en nuestros lares) gastó 70 millones de dólares en apoyar a los candidatos republicanos en las últimas elecciones de Estados Unidos según The New York Times.  Parece que cada vez es más habitual que las leyes las redacten y no sólo en los países desarrollados, los grupos de presión empresariales. A veces no se deja de constatar que los políticos son mucho más proclives a votar a favor de políticas apoyadas por electores situados en los tramos superiores de la escala de rentas, y, sin embargo, las perspectivas e intereses de los relativamente pobres prácticamente no influyen en las votaciones de sus representantes. En su magnífico libro, Winner Take All Politics (Una política en la que el ganador se lo lleva todo), Jacob S. Hacker y Paul Pierson[6] describen con detalle y de manera convincente cómo han utilizado los intereses empresariales estadounidenses su poder económico para conducir la política económica de EE UU y reestructurar la economía en las últimas décadas.

En resumidas cuentas, la desigualdad excesiva es injusta, ineficaz, desestabilizadora económicamente, antidemocrática y socialmente corrosiva[7].” Money talks.



[1] WILKINSON, RICHARD, Y KATE PICKETT (2009): The Spirit Level: Why Greater Equality Makes Societies Stronger, Bloomsbury Press, Nueva York.
[2] Elson y Ferrere (2012): «Executive Superstars, Peer Groups and Over-compensation», IRRC Institute Working Paper. 
[3]Hungerford, Thomas L. (2012): «Taxes and the Economy: An Economic Analysis of the Top Tax Rates Since 1945», Congressional Research Service, Washington.
[4] Aquella que considera que los beneficios fiscales u otros beneficios económicos proporcionados por el gobierno a las empresas y a los ricos beneficiarán a los miembros más pobres de la sociedad mediante la mejora de la economía en su conjunto. Es decir cuando sube la marea todos los barcos suben.
[5] De Sebastián Carazo, Luis (2002): Un mundo por hacer. Claves para comprender la globalización. Editorial Trotta. 
[6] Hacker, Jacob S. y Pierson, Paul (2010): Winner Take All Politics: How Washington Made the Rich Richer -and Turned Its Back on the Middle Class, Simon & Schuster Paperbacks.
[7] Koechlin, Tim (2012:203-224): Los ricos se hacen más ricos: el neoliberalismo y la desigualdad galopante en Estados Unidos.  Revista de Economía Crítica, núm. 14. Segundo semestre de 2012.

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