miércoles, 28 de junio de 2017

La revolución de los ricos

Querámoslo o no la tensión social más visible es aquella que enfrenta a los pocos que tienen mucho dinero con los muchos que tienen poco. Nos decía Edmund Burke (1729-1797) “La división más obvia de la sociedad es entre ricos y pobres; y no es menos obvio que el número de aquellos no guarda proporción con estos. Todo lo que tienen que hacer los pobres es procurar que los ricos pueden holgar, divertirse y disponer de lujos; y, a cambio, los ricos lo que tienen que hacer es hallar los métodos mejores para confirmar la esclavitud de los pobres y acrecentar su carga. En un estado de naturaleza, es una ley inmutable que lo que un hombre adquiere es proporcional a sus trabajos, pero, en un estado de sociedad artificial, es una ley tan constante como invariable que los que más trabajan disfruten de muy pocas cosas, y que los que no hacen ningún  trabajo disfruten del mayor número de posesiones[1].”

La crisis que algunos dicen que ya ha pasado por que el índice más idolatrado, el PIB, parece que sube en estos últimos años, a los muchos nos les está llegando y, sin embargo, las soluciones adoptadas por esos pocos han conseguido esclavizar más a los muchos; con una deuda cada día mayor, con unos salarios más bajos, con unas pensiones menguantes, con unos trabajos indecentes, con menos derechos y una competitividad dañina para la raza humana y el medio ambiente.

Hemos alcanzado grandes cotas de desigualdad. Desigualdad que no tiene visos de parar y sigue haciéndose más amplia. El asalto de los pocos, la revolución de los pocos la podemos fijar en los años 70 del anterior siglo. En estos años  se produjeron hechos que nos han llevado a una pérdida de derechos, duramente conseguidos después de la II Guerra Mundial, y a enormes desigualdades en la renta y riqueza de las personas, lo cual afirma claramente el éxito del plan iniciado por los ricos, que no ha sido otro que aumentar sus riquezas a costa de la mayor parte de la población, expropiar a los muchos de sus escasas riquezas para seguir incrementando con avaricia desmesurada su riqueza. Margaret Thatcher y Ronald Reagan fueron los adalides de una nueva era de liberación del mercado y desregulación financiera que nos han traído las últimas crisis. Un nuevo modo de conducir las sociedades que llamamos neoliberalismo.

Los cambios incorporados en el sistema financiero, principalmente, han creado un monstruo que se multiplica y engulle transformando a empresas y bancos. Las empresas que encuentran mayor rentabilidad en la especulación financiera destinan recursos que detraen de la economía real a la economía virtual. Los bancos ven oportunidad de grandes ganancias, estando sus riesgos sistémicos cubiertos por la dificultad de dejarlos caer. Giovanni Arrigi, en su libro El largo siglo XX, mantenía que las expansiones financieras suceden cuando el capital pasa “del comercio y la producción financiera y la intermediación” y las ganancias provienen cada vez más de las “transacciones financieras”. Costas Lapavitsas en su libro Beneficios sin producción, mantiene la tesis de que “el carácter predador y expropiador del beneficio financiero y sus implicaciones en la estratificación social.”, hace entender mucho mejor la propensión “a las crisis que ha caracterizado a la financiarización desde sus inicios.”

Los gobiernos tomaron parte y apoyados en el Consenso de Washington y amordazados por las directrices del FMI sólo han mirado “la opinión de los mercados a la hora de diseñar todas sus políticas, no sólo las económicas, mientras ciudadanos que no han invertido ni un céntimo en productos financieros atienden temerosos a los cracs bursátiles o las evoluciones de la prima de riesgo y empresas de todo tipo deslocalizan su producción o realizan despidos masivos para maximizar el  precio de sus acciones. Este es el poder de los mercados financieros, que en su manifestación ideal impulsan el crecimiento económico, incentivan la innovación y crean riqueza, pero cuando adoptan comportamientos irracionales o abusivos, generan ruina y desconfianza y empujan a toda la sociedad a crisis muy profundas de las que se puede tardar generaciones en salir.[2]

Los mercados financieros y las deudas de los que menos tienen han sido las herramientas utilizadas por los menos para someter a los muchos. Por eso no nos puede extrañar lo que el estadista, inversor y filántropo estadounidense Bernard Baruch (1870-1965) afirmó “El objetivo de los mercados financieros es conseguir que el mayor número de personas posible queden como idiotas.[3]

La realidad nos la cuenta Josep Fontana: “En todo caso podemos tomar como una conclusión provisional acerca de la situación actual lo que la ONU dijo en su convocatoria del Foro humanitario: “en 2016 casi uno de cada cinco de los 7.400 millones de habitantes de nuestro planeta vive en situaciones frágiles. Esto representa el nivel más alto de sufrimiento desde la Segunda guerra mundial, y el número va en camino de aumentar…[4]” Hay revoluciones que quedan en el olvido pero realmente son las más dañinas.



[1] Pontón, Gonzalo (2016:63) La lucha por la desigualdad. Ediciones de Pasado y Presente. 2ª Edición.
[2] Pujol Álvarez, Rubén (2016: 7). El poder de los mercados financieros. RBA.
[3] Ibídem (2016: 11)
[4] Fontana, Josep (2017: 623). El siglo de la revolución. Crítica.

sábado, 10 de junio de 2017

¿Qué hacen los políticos?

Probablemente es muy generalizado y no sólo se da en nuestro país, pero si nos paráramos un poco y nos preguntáramos qué es lo que están haciendo nuestros políticos nos llevaríamos las manos a la cabeza. ¿Realizan política? Muy poca. Los debates políticos, las comunicaciones a la población deberían centrarse en cómo resolver los problemas de los ciudadanos, tarea a la que voluntariamente se presentaron y para la que los eligieron. Pero en vez de asumir su responsabilidad, por otra parte muy bien pagada en relación a los tiempos que corren, se preocupan de justificar su ineptitud, sus malas artes y atacar al resto de partidos.

Realmente la política se ha convertido en un espectáculo de ocultación en el que los distintos partidos contienden para hacer ver a la ciudadanía que yo soy mejor que el otro, aunque para conseguirlo se basen en mentiras y siempre oculten la desviación de sus programas y la vacuidad de sus propuestas, ¡si las tienen! Así la Democracia con mayúsculas queda envilecida e inservible.

De esta manera difícilmente podremos conseguir salir de la crisis. Es verdad que de las crisis económicas podemos esperar que mantengan sus ciclos y entremos y salgamos de las crisis como el Guadiana que deja ver y esconde sus aguas. Pero esto interesa sobre todo a unos pocos que surfean por las olas sacando grandes beneficios y dejando a la mayoría con el agua al cuello. El mundo gira a pesar de los políticos que no es poco, pero nos mantiene en una espiral diabólica que cada vez gira a más velocidad y algún día nos mostrará de forma catastrófica los peligros que esconde.

Es muy pobre la imagen que se está dando. No hay argumentos de debate. La actitud habitual es contestar a una interpelación sobre un hecho con un exabrupto contra el que se atreve a preguntar. Pero el insulto demuestra la escasez de razones, cuando no miedo y prepotencia. Me pregunto qué pasaría si en la vida diaria de las empresas, de los vecinos, de los familiares, a cualquier pregunta poco agradable, pero basada en una realidad, la contestación siempre fuera el insulto, la mentira y el “y tú más”. Seguramente duraríamos poco como humanidad y, sin embargo, esto parece cada día más visible y viable. El ejemplo que nos dan nuestros políticos incentiva actitudes asociales y división entre los ciudadanos.

Nos decían Acemoglu y Robinson en su libro Por qué fracasan los países que “El éxito económico de los países difiere debido a las diferencias entre sus instituciones, a las reglas que influyen en cómo funciona la economía y a los incentivos que motiva a las personas.” El enfoque económico de la “buena gobernanza”, entendía que era necesario tener buenas instituciones para un adecuado desarrollo de las naciones.  El Gobierno debe procurar la buena salud de la Democracia, debe ser transparente en su quehacer, debe facilitar la participación de la ciudadanía en los asuntos públicos y, sobre todo, debe luchar para que el poder judicial sea independiente. Ahora, sin embargo, lo más normal es que tiremos por tierra las decisiones judiciales, las investigaciones de los cuerpos de seguridad del Estado, las pocas ideas que proponen por los adversarios políticos, la participación ciudadana, el bienestar social, etc. Todo ello; cuando no nos dan la razón completamente y va contra nuestros intereses.

Por eso es esencial la formación, la educación es básica para una población. Pero la educación tiene que facilitar la comprensión del mundo, tiene que conseguir que los educandos piensen por sí mismos. El conocimiento, la comprensión nos hace más humanos además de darnos caminos para vivir y desarrollarnos. Abre las puertas de los encastillamientos raciales, religiosos, políticos, sexuales…Cuando pensamos por nosotros mismos podemos corregir nuestros errores y admitir ideas diferentes a las nuestras que pueden ayudarnos.
Una idea que no nos hemos parado a pensar seriamente es el papel que juega el dinero en nuestras sociedades. Siendo este un elemento esencial para un desarrollo social verdadero. Pero estamos haciendo oídos sordos a los economistas que nos quieren aclarar la realidad del mismo en estos tiempos, y, sin embargo, permitimos que los interesados de mantener el sistema como hasta ahora, ya que sacan sus insultantes beneficios de ello, nos oculten la realidad.

El dinero es el lubricante de nuestra maquinaria económica […] Cuando es necesario el Estado debe engrasar los engranajes y las bielas de esta maquinaria con dinero fresco[1]. El dinero no puede ser una mercancía más en el capitalismo de casino que permite limpiar los bolsillos de los que menos tienen. El dinero es un medio de pago que nos sirve para intercambiar bienes y servicios de una manera fácil y que está respaldado en la confianza dada al emisor, no está respaldado por nada más[2]. Por eso, no nos podemos permitir la ociosidad en nuestras posibilidades de producir bienes y servicios dejando a personas sin empleo. El Estado debe generar, engrasando la maquinaria, el dinero necesario para que todos podamos vivir dignamente estimulando la actividad de las empresas.


[1] Medina Miltimre, Stuar (2016:5) El Leviatán desencadenado. Lola Books.
[2] El dinero no se come. El dinero, material o virtual, no está respaldado por nada, si todavía cree que se respalda por oro, metal precioso o cualquier otro objeto, cambie su dinero por aquello que lo respalda y trate de vivir con ello.

sábado, 3 de junio de 2017

Juventud divino tesoro

Una de las consecuencias más nefastas de la actual crisis y de las políticas neoliberales que la mantienen es la relativa a la “cuestión juvenil”. Estamos cercenando las expectativas vitales de la juventud y derrumbando una de las ilusiones necesarias para vivir; el futuro ya no está en su sitio, como en su día dijera Luis García Montero y citó Juan Marsé en su libro El embrujo de Shanghái, la nostalgia por el futuro perdido cada vez es más dolorosa. El futuro es muy negro para los jóvenes: “Entre un 70 % y un 75 % de los españoles menores de 35 años se encuentran en paro o tienen subempleos y trabajos precarios, que no les permiten vivir por su cuenta en condiciones dignas.[1]” Más de dos millones de trabajadores con edad comprendida entre los dieciséis y los veintinueve años han perdido el empleo entre los años 2007 y 2016. Así, con la normativa de pensiones en la mano, muy pocos privilegiados podrán cobrarlas. La sociedad tendrá, por tanto, que dar soluciones, vivir en el presente no les garantiza que haya expectativas de vivir más allá. Un presente inestable y un futuro incierto no contribuyen a una vida fácil de vivir.

Es un vuelco social,  un giro en el funcionamiento de nuestras comunidades. Los jóvenes sin dinero y sin empleo están avocados a un mundo sin futuro y la sociedad derrocha el ímpetu creativo y lleno de energía de los jóvenes despilfarrando oportunidades y fuerza de trabajo. Es vergonzoso, además, que cuanto más preparado esté un joven tenga más difícil encontrar un empleo coherente con su formación, pero más fácil trabajar de becario por la barba o una práctica no laboral y pongamos puente de plata para su salida al extranjero. Así pues “La situación en la que se encuentran la mayoría de los jóvenes revela que estamos ante un grave fallo sistémico del modelo socio-económico establecido,  que ya no asegura a las nuevas generaciones itinerarios claros y eficaces de inserción societaria, una vez que han concluido su período de formación[2].” Con la pérdida del futuro juvenil la innovación social necesaria para el desarrollo económico y social se pierde igualmente.

Sin que los propios ciudadanos se enteren se está produciendo un cambio social no meditado ni querido que se ha cebado como un cáncer en los jóvenes. Cambio, por tanto, que trae consecuencias no muy halagüeñas para la mayor parte de ellos. Cuando en todo momento la juventud ha sido el impulso de las nuevas ideas y de las mejoras sociales, estamos cercenando incluso su esperanza de futuro. “Las tasas de pobreza neta entre la población menor de 30 años son de un 29,1 %, siete puntos porcentuales más que el promedio de la población española (22,3 %)[3]” Las investigaciones y la realidad diaria nos muestran que hoy esta década perdida ha traído a la juventud una vida peor que la de sus padres, e, incuso, que si no fuera por sus ascendientes muchos no lo contarían. Esta exclusión social de los jóvenes tiene para ellos graves consecuencias de las que el aumento de la tasa de suicidios es la más grave, pero, también “las depresiones, los consumos de ansiolíticos, las conductas evasivas, la delincuencia juvenil y las tasas de encarcelamiento.[4]

Se requieren soluciones urgentes y prioritarias en contra de las medidas que se han tomado en los últimos años que no han hecho nada más que ir contra los jóvenes. El Gobierno y las instituciones europeas no pueden hacer el avestruz con respecto a este problema que supone un cambio importante en nuestra sociedad. Estamos cimentando una sociedad dónde al que más tiene, más se le da y al que no tiene nada se le quita hasta el porvenir. Por eso, los débiles, los pobres y los jóvenes lo tienen muy difícil sin no se hace algo diferente. Si nos imaginamos un mundo justo no tiene apenas coincidencia con el actual, mundo en el que los presupuestos que nunca bajan son los que se dedican al armamento y a la guerra, negocio en el que confluyen intereses privados e imperialistas y cuyo fin último es matar y destruir vidas.

No sólo se requiere un nuevo pacto generacional, se requieren actuaciones empáticas que hagan resurgir la cohesión social, el cemento social. En una época en la que las riquezas son muy superiores a cualquier otra época de la historia, no tiene que ser tan difícil encontrar soluciones menos egoístas que las que estamos practicando. En una época en la que el conocimiento se multiplica por segundos de manos de internet y las múltiples redes, no puede ser que los vicios privados se sigan considerando virtudes públicas. Este mito como muchos otros basados en el individualismo no hace mejores a las personas, ni mejores a las sociedades. No podemos consentir, en conclusión, el maltrato animal, aunque el animal sea pensante e incluso racional; no podemos maltratar a nuestros hijos.



[1] José Félix Tezanos. Cómo actuar ante la cuestión juvenil. Temas para el debate, junio 2017.
[2] Editorial Temas para el debate, junio 2017.
[3] Ibídem.
[4] Ibídem.

Los humanos No somos tan inteligentes

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