jueves, 29 de septiembre de 2016

La estabilidad presupuestaria y la deuda privada.

La mayoría de los economistas siguen aun hoy ignorando el funcionamiento del dinero en las economías modernas. Esta concepción está fundada en una mala comprensión, grave y peligrosa de las finanzas públicas, así como en desconocer las diferencias entre la micro y la macroeconomía, entre la economía personal y la economía al nivel de la sociedad.

Así “Los economistas ortodoxos. Los partidarios de la “hacienda saneada” afirman, por ejemplo, que los impuestos son la primera y principal fuente de financiación del gobierno, y que debe evitarse la “creación de moneda” y el recurso al crédito.[1]” Pero la obsesión por la  que el presupuesto del gobierno tiene que estar equilibrado supone que se debe aceptar la austeridad como política económica y por consiguiente abandonar las políticas dirigidas al pleno empleo y la justicia social.

Los treinta gloriosos, aquellos años que siguieron a la Segunda Guerra  Mundial y que dieron origen a los Estados de Bienestar, demostraron que el gasto social y el mayor volumen de los estados no es perjudicial, al revés, contribuyeron a mejorar los servicios sociales básicos, mejorando la sanidad, la educación, estableciendo medidas que aseguraban una vejez digna y cubriendo los casos de desempleo, protegían, además, a las personas discapacitadas y posibilitaron el acceso a una vivienda digna, promoviendo la igualdad de oportunidades y el desarrollo personal.

Sin embargo, la locura del control del déficit público nos llevó a reformar el artículo 135 de la Constitución Española  que cambió su redacción para grabar en piedra el principio de estabilidad presupuestaria, debiéndose controlar el déficit estructural dentro de unos márgenes, relacionándolo con el PIB, requiriendo autorización para emitir deuda pública o contraer crédito. En consecuencia, los créditos para satisfacer los intereses y el capital de la deuda pública de las Administraciones deben entenderse siempre incluidos en el estado de gastos de sus presupuestos y su pago gozará de prioridad absoluta.

El volumen de deuda pública del conjunto de las Administraciones Públicas en relación con el producto interior bruto del Estado, según el artículo 135, no podrá superar el valor de referencia establecido en el Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea. Los límites de déficit estructural y de volumen de deuda pública sólo podrán superarse en caso de catástrofes naturales, recesión económica o situaciones de emergencia extraordinaria que escapen al control del Estado y perjudiquen considerablemente la situación financiera o la sostenibilidad económica o social del Estado, apreciadas por la mayoría absoluta de los miembros del Congreso de los Diputados.

Volviendo, con ánimo de aprender, la vista atrás, vemos que no eran las Administraciones Públicas las que estaban en déficit antes de la crisis que nos castiga. El problema de nuestro país en el año 2007 era el endeudamiento privado, así mientras el Estado tenía superávit en los años 2005, 2006 y 2007 y una deuda del 40,9 % en el año 2007, la deuda en ese año en porcentaje PIB del sector privado era del 311 %, cuando en el año 2002 había sido de un 148,4 %; es decir un incremento del 109,5 %. Esta deuda se desglosaba en un 131,5 % correspondiente a las entidades no financieras, un 96,2 %  de las sociedades financieras y un 83,2 % de los hogares y familias. En el año 2002 el desglose había sido de 81,4 % las sociedades no financieras, un 18,5 % las sociedades financieras y un 48,5 % los hogares y familias. Los incrementos de la deuda privada, por tanto, fueron espectaculares entre los años 2002 y 2007, respectivamente un 61,5 %, un 420 % y un 71,5 %. Debemos destacar el espectacular incremento habido en el sector de las entidades financieras, un 420 %, lo que explica la dedicación del ahorro a actividades especulativas más que a la economía real.

No obstante el fundamentalismo neoliberal en ningún momento ha querido entender que el endeudamiento privado, el apalancamiento privado, fuera un factor importante en las crisis. ¡El mercado todo lo resuelve no puede equivocarse! De hecho como dice el premio nobel Stiglitz “aun cuando era obvio que el mercado había errado con sendas burbujas inmobiliarias en Irlanda y España, los líderes económicos neoliberales de la eurozona seguían soltando loas a las maravillas del mercado.” . Pero a pesar de que a la deuda pública se la considera el foco de todos los males, la deuda privada viene siendo mayor que la deuda del gobierno, y tiene más impacto en los resultados económicos. Cuando la deuda privada es demasiado alta se convierte en un lastre para el crecimiento económico. Las empresas y las familias tienen que dedicar sus recursos a pagar sus deudas en vez de realizar nuevas inversiones beneficiosas para la sociedad y activar la demanda agregada necesaria para salir de la crisis. La confianza entre las empresas y en las familias cae y el dinero que tendría que ser el lubricante de un buen funcionamiento empresarial y familiar escasea, parando así el engranaje económico.

La conclusión es que pronto hemos olvidado las recetas que dieron resultado en anteriores crisis, desenterramos a Keynes pero seguimos aplicando teorías erróneas que hacen mucho daño a la gente y ya han fracasado muchas veces. Olvidamos, además, que el Estado tiene el deber de mirar por todos sus ciudadanos y no obedecer exclusivamente a las razones de las élites olvidando a los perdedores de este capitalismo sin control. No queremos ver, además, que podemos estar a las puertas de una nueva crisis si seguimos empeñados en las medidas de austeridad que cargan con una mayor deuda y menos posibilidades de pagarla a las familias y empresas.


[1] Piégay y Rochón (Dirs.)(2006:158).Teorías Monetarias Poskeynesianas. Akal

viernes, 23 de septiembre de 2016

¿Es una crisis o es una estafa?

Es un clamor popular que los que están soportando la crisis sin haberla provocado son las clases medias. Los trabajadores y autónomos que vienen cumpliendo con el fisco son los que están sufriendo los avatares de la crisis que incomprensiblemente todavía padecemos. Si no lo es, sí parece una guerra de clases y la ganan, como siempre, los que más tienen.

Y no es una frase afortunada más. En esta columna quiero dejar constancia de nuestra realidad, de la realidad de nuestro país. Para ello voy a utilizar datos de un libro reciente, auspiciado y editado por la Fundación del BBVA en el presente año, libro titulado Distribución de la renta, crisis económica y políticas distributivas, cuyo autor es Francisco J. Goerlich Gisbert que ha utilizado para sus investigaciones y especialmente la Encuesta de Condiciones de Vida (ECV) del Instituto Nacional de Estadística (INE), por lo que, entiendo, ofrece pocas dudas sobre su veracidad; al menos muestra la verdad oficial.

El autor nos dice lo siguiente: “tras un largo periodo de crecimiento sostenido en los niveles de vida, el ingreso medio por hogar alcanzó un máximo de casi 28.000 euros en 2007, iniciando luego un paulatino y continuado descenso que, con los últimos datos disponibles, no parece haber acabado. […] Entre 2003 y 2007 la renta disponible media por hogar creció, en términos reales, un 6,6%, pero en los seis años siguientes, hasta el último disponible, 2013, sufrió una caída del 19,6%. El resultado es que el nivel de vida del hogar medio en 2013 se encuentra un 14,3% por debajo del nivel alcanzado en 2003. Como el tamaño medio de los hogares decreció de 2,7 a 2,5 miembros en este mismo periodo, la renta disponible media por persona presenta un perfil de caída similar, aunque algo menos negativo.”

Pero ahondando más en el estudio vemos que: “si comparamos la situación entre 2007 y 2013, observamos una situación claramente regresiva. Casi todos los estratos de la población empeoran y hay una evidente transferencia de porcentajes de población hacia las rentas más bajas. Solo los hogares con renta muy elevadas, por encima de los 25.000 euros de renta disponible per cápita, parecen mantener sus posiciones respecto a los años en los que se inicia la crisis económica […] Una gran parte de las rentas medias se mueven hacia estratos de renta bajos, y podríamos decir que su posición se muestra vulnerable ante la posibilidad de caer en riesgo de pobreza. En cambio los hogares con rentas per cápita por encima de los 15.000 euros mantienen sus posiciones y los grupos con rentas muy elevadas ganan posiciones ligeramente respecto a los niveles de renta de principios del siglo XXI.” Como consecuencia de lo anterior la población que se sitúa en los estratos intermedios de renta: disminuyo en 8 puntos porcentuales entre 2003 y 2013.

Cuando se aplica el índice de Gini, índice de referencia para medir la desigualdad que toma el valor 0 cuando la distribución de la renta es igualitaria y todos tienen el mismo nivel de ingresos, y el valor 1 (o 100 si lo expresamos en tanto por ciento), cuando la renta se concentra en un solo individuo y la desigualdad es máxima, tenemos que ha habido “un incremento en el índice de Gini de 4,7 puntos porcentuales, como el acontecido a lo largo el periodo estudiado, sería equivalente a una (hipotética) transferencia de un 9,4% de la renta media global, desde todas aquellas personas situadas por debajo de la mediana a las personas por encima de la renta mediana. Obviamente, los individuos en la parte superior de la distribución presentan rentas más elevadas que los individuos de la parte inferior (alrededor de 2,8 veces en promedio para el conjunto del periodo). Por esta razón, un cambio en el índice de Gini de 4,7 puntos porcentuales sería equivalente a una hipotética transferencia de un 18% de la renta de las personas por debajo de la mediana a las personas por encima de la mediana, cuya renta crecería en algo más de un 6%. Esto muestra hasta qué punto los cambios distributivos acaecidos son importantes dado el corto lapso temporal analizado, tan solo una década.”

Los datos no dejan lugar a dudas y ponen de manifiesto quienes son los que están ganando con la crisis. Son aquellos que la provocaron y mantienen que no hay otra alternativa, que los que la tienen que pagar son aquellos que menos tienen ya que el sistema bancario privado y a la orden de las élites no puede dejar de incrementar sus beneficios y los rentistas no pueden dejar de percibir sus millonadas en sueldos o en jubilaciones.

Y la situación no cambia y mantiene la misma tendencia; mientras el nivel de pobreza sube y España escala a las primeras posiciones del ranking de países con más desigualdad social, la riqueza nacional sigue concentrada en muy pocas manos. Según los últimos datos extraídos del Impuesto sobre el Patrimonio (IP), referidos a 2014, sólo 181.874 personas poseen 555.539 millones de euros. Eso significa que un 0,39% de la población acumula una riqueza equivalente a más de la mitad del Producto Interior Bruto (PIB) de nuestro país. ¡Casi ná!

Debemos darnos cuenta que, tener la sociedad centrada en el mundo del trabajo, un mundo competitivo que posterga la solidaridad, es el principal factor del incremento de la desigualdad en nuestro país. A todo esto hay que añadir la disminución de los servicios públicos vía recortes. Servicios que suponen una gran ayuda en la lucha contra la desigualdad. La sociedad del bienestar suponía la redistribución de los ingresos de los más ricos hacia los más pobres, la crisis, sin embargo, ha dado el cambiazo y ha instituido lo contrario: son los más ricos los que de nuevo se han aprovechado de los pobres. Pero la política neoliberal o la estafa neoliberal no sólo ha conseguido pasar la riqueza de los pobres a los ricos también ha conseguido enviar  los capitales de los países pobres a los países ricos, todo lo contrario de lo que predecían sus intocables teorías.


Me pregunto ¿Qué sociedad que sea mínimamente desarrollada permite que los costes de sus problemas sean soportados por sus eslabones más débiles a costa de la mejora de aquellos que tienen mayor seguridad y riqueza? ¿Qué personas mínimamente evolucionadas consienten que aquellos que apenas pueden sean los que les arreglen los problemas que ellos mismos han provocado? Aunque lo parezca no sé si será una estafa o una crisis debida al egoísmo y la avaricia, pero parece claro que tenemos que revisar nuestros valores para mejorar nuestra convivencia, ya que difícilmente una sociedad prospera a base de perjudicar a la mayoría más débil.

sábado, 17 de septiembre de 2016

¡Y el euro desunió a Europa!

Las inconsistencias de la eurozona se han visto iluminadas por las graves consecuencias de la crisis financiera global de 2007 que, además, y sin solución de continuidad se convirtió en una crisis de deuda soberana y una crisis del propio euro. Pero la obsesión de mantener el diseño del euro, conforme se estableció inicialmente, puede contribuir al estallido y posterior desmembramiento de la Unión Europea.

Seguimos haciendo la política del avestruz y ensalzamos la visión del cisne negro: ¡cómo nos pudo ocurrir esto! Vemos que otras políticas tienen mejores resultados pero nos aferramos a nuestro pensamiento único. Nos dice Joseph E. Stiglitz que “Cuando la tasa de desempleo de Estados Unidos alcanzó el 10 por ciento en Octubre de 2009, casi todos los estadounidenses pensaron que era intolerable. Desde entonces ha bajado a menos del 5 por ciento. La tasa de paro en la eurozona también alcanzó el 10 por ciento en 2009, pero permanece en este nivel desde entonces.[1]” Parece evidente que las políticas de estímulo público han demostrado ser superiores a las que imponen austeridad sin compasión.

La “solidaridad europea”, las ideas neoliberales que la soportan y el encorsetamiento del euro, contribuyeron a que los países con mayores problemas tuvieran que soportar mayores intereses para lograr financiación y poner fin a sus problemas acuciantes, dando así muestras de la desunión existente. El euro que debiera ayudar a la integración económica y política está contribuyendo, sin embargo, al incremento de la desigualdad entre países y personas. Los ricos se han especializo en ser cada vez más ricos (¡porque ellos lo valen!) y los pobres han sido encaminados a profundizar y hundirse en su pobreza (¡se lo merecen!).

En su último libro Stigliz mantiene la tesis de que “Aunque los problemas de Europa se deben a muchos factores, hay un error de base: la creación del euro.” Otros ya lo dijeron anteriormente: “Lejos de unir a los europeos, el euro causó división desorden y desesperación: la eurozona ha resultado ser un matrimonio monetario infeliz en el que el  divorcio es casi impensable.[2]” Estos últimos años ha quedado “incluso más claro que antes que no todos los euros son iguales. Un euro depositado en un banco poco fiable respaldado por un Estado débil no era ni es lo mismo que un euro depositado en un banco sólido respaldado por un Estado fuerte. Ello convierte a la eurozona en estructuralmente vulnerable a las fugas de depositantes en los bancos, ya que, en efecto, tiene sentido mover cuentas de bancos respaldados por Estados débiles a bancos respaldados por Estados solventes, especialmente en tiempos de crisis.[3]” Por eso es imprescindible profundizar en la unión bancaria y fiscal de Europa.

El Banco Central Europeo (BCE) debiera ser el banco de último recurso para Europa y, aunque a destiempo y como un remiendo, así está funcionando últimamente. Copiando la política monetaria que mucho antes le ha dado sus frutos a Estados Unidos. Actualmente, el BCE está imprimiendo euros de forma febril, con tipos de interés que bajan del 0, pero la economía sigue siendo deflacionaria con un crecimiento mínimo[4]. Y es que dónde se necesitan con más urgencia las reformas es en la propia estructura de la eurozona, no en cada país. El euro no ha logrado los objetivos que se proponía: la prosperidad y la unión de los países europeos. La razón parece clara, ya que la historia económica nos ha mostrado por activo y por pasivo que la vinculación de la moneda de un país a otra o a una materia prima va unida a recesiones y depresiones y hasta Estados Unidos sufrió por su atadura al patrón oro.

La solución no está en el fundamentalismo del mercado. Las dos grandes crisis habidas en los últimos cien años han demostrado que si los mercados no se regulan, que si el capitalismo no se embrida, acaban hundiendo la economía mundial y favoreciendo la desigualdad y la especulación con dinero ficticio.

 La Teoría Monetaria Moderna (TMM), sin embargo, proporciona una base coherente para salir del estancamiento europeo provocado por las políticas de austeridad y la institución del euro. Nos dice William Mitchell “Un tipo de cambio flexible libera a la  política monetaria de tener que defender una paridad fija con respecto a una  moneda extranjera. Por tanto, la política fiscal y monetaria puede concentrarse en asegurar que el gasto doméstico sea suficiente como para mantener los niveles de empleo.” El problema de los países europeos es que se encuentran atados a una moneda extranjera: el euro, aunque el BCE nunca puede quedarse sin euros, estos se han convertido en mercancía especulativa que oprime a los menos afortunados. Tenemos que darnos cuenta, como mantiene la TMM, de que los gobiernos actualmente no gastan creando dinero sino que gastan creando depósitos en el sistema bancario privado, que los Bancos Centrales crean dinero por decreto y que este dinero aporta la suficiente liquidez necesaria cuando la economía está en estado de hibernación y con recursos ociosos (el desempleo en España es un caso sangrante).

Pero no se ha acertado a la hora de crear instituciones europeas válidas. La hucha menguante de las pensiones, los contratos suspiro, los ciudadanos sin techo, los países como cárceles, las ciudades exclusivas, no pueden ser la solución. El crecimiento no es socialmente sostenible si no es inclusivo. En la práctica ello se traduce en que los avances de la sociedad deben permitir mejoras al conjunto de la población, así como el disfrute de las  mismas por todos sus miembros. En las sociedades modernas actuales, los dos grandes cauces por los que esta participación se produce son el acceso al trabajo y a la actuación incluyente del sector público en una serie de hábitos entre los que destacan: la protección social frente a riesgos,  como los asociados al desempleo o la vejez, y la igualdad de oportunidades en el acceso a los servicios públicos fundamentales como la educación y la salud.[5]



[1] Stiglitz, Joseph E. (2016) El Euro. Taurus.
[2] Wolf, Martin (2015:93) La Gran Crisis: cambios y consecuencias. Deusto
[3] Ibídem (2015:100)
[4] Quiero dejar constancia que para mí el crecimiento del PIB no es una medida que pondere, ya que refleja muy mal el bienestar individual y colectivo de la sociedad y nada los objetivos necesarios de la defensa de la naturaleza y el medio ambiente.
[5] Pérez García, Francisco Vicent Cucarella y Laura Hernández Lahiguera. Servicios públicos, diferencias territoriales e igualdad de oportunidades. Fundación  BBVA, 2015.

domingo, 11 de septiembre de 2016

El poder financiero, las crisis y el aumento de superricos

Un elemento crucial en la creación de las crisis capitalistas de los últimos tiempos es, sin duda, el sistema financiero. Desde los principios de la liberación financiera en los años 70 del anterior siglo y la consiguiente globalización de la misma, el mundo ha estado salpicado de crisis, convulsiones y desastres financieros. El sistema financiero ha absorbido, además, parte de la economía real y nos ha traído consecuencias nefastas en relación al empleo y la productividad.

La economía se ha mostrado dominadora en todos los asuntos sociales. La dependencia de la economía en el mundo actual es clara, pero, cada vez más, se encuentra estrangulada por la actividad financiera. Las bolsas toman el pulso de la economía mundial. El accionista que requiere más rentabilidad se ha convertido en el tirano de la empresa y los directivos son los sacerdotes de esta nueva religión que hace depender su éxito del aumento sin parar de la cotización de sus acciones, para ello han recurrido a cualquier método que las haga subir, entre ellos las fusiones y adquisiciones de empresa, la reingeniería, la reducción de los capitales, etc., incluso a métodos que se encontraban fuera de la ley o bordeaban la misma.

Como consecuencia de esta vía del capital “los títulos de propiedad (las acciones) adquieren un valor propio, determinado en parte por el valor de los ingresos (los dividendos) esperados, algo muy similar ocurre con los activos emitidos por los Estados (obligaciones), que son simples reconocimientos de deuda por parte de éstos. En los mercados secundarios[1] surge, en suma, la posibilidad de hacer dinero con dinero.[2]” Esta consecuencia hace que se dedique tiempo y recursos a una actividad especuladora que juega con la seguridad ciudadana y que no supone una producción real de bienes y servicios para la sociedad. Así, se constata que “existe una vinculación entre la prosperidad del capital financiero y la desaceleración de la acumulación de capital industrial en el transcurso de las últimas dos décadas.[3]

Podemos decir que “El sector financiero detrae recursos de la actividad que se desarrolla en el sector real a través de dos vías. Por una parte, los ingresos obtenidos por los propietarios de capital y los gastos y comisiones cobrados a las empresas como pago de servicios financieros absorben una parte creciente del valor añadido […] Por otro lado, los recursos invertidos en diferentes tipos de títulos inmovilizan una parte cada vez mayor del PIB.[4]

Quizás la más importante consecuencia de este capitalismo financiero, sea la desigualdad. Los principales accionistas de las empresas son precisamente los dueños de las multinacionales con más implantación y la acumulación de dinero, que vienen realizando a expensas de los demás o como multiplicación del dinero ficticio, hace que las diferencias entre unos y otros se vayan agrandando. En nuestro país se muestran las consecuencias; se acaba de conocer el dato de que los superricos, aquellos que tienen más de 30 millones de euros (una minucia completamente merecida que lo podemos comparar con los 426 € del subsidio de desempleo), han aumentado un 8%; siendo España el país que más superricos tiene; un 10 %. Sin embargo el número de pobres sigue aumentado, el número de contratos basura y precarios sigue avanzando, los desahucios siguen siendo moneda común, la crisis económica, que todavía perdura, es responsable, además, de 10.000 suicidios en nuestra querida España.

El capital, sin duda, se ha hecho dueño de la situación y los perdedores son los trabajadores y la gran masa de desempleados que suponen un ejército de reserva de mano de obra, permitiendo junto con la desaparición de los sindicatos que el coste del trabajo sea cada vez menor: tienda a cero. Así abusando de trabajadores sin derechos mal pagados y con largas jornadas que se estiran descaradamente, se hacen ricos unos y viven a duras penas otros.

Pero, además, este cruel sistema hace que nuestro país tenga una estructura económica, basada en el turismo y en el empleo de baja calidad, de poco valor añadido, que en su día será sustituido por robots o por nueva tecnología. La necesidad que tienen las empresas de generar valor a corto plazo para sus accionistas restringe los comportamientos estratégicos y las iniciativas innovadoras ya que se seleccionan sólo aquellas inversiones que sean capaces de generar rápidamente elevada rentabilidad. Además, las opciones sobre acciones (stock options) que se regalaron a los directivos de las grandes empresas, les ganó para la causa y apoyaron los intereses de los grandes accionistas en contra de los intereses de los trabajadores.

Esta economía financiarizada, requiere “Atraer permanentemente nuevos recursos financieros hacia los mercados, cuestión que es imprescindible para mantener la subida de las cotizaciones bursátiles. De ello se desprende la necesidad, por ejemplo, de captar el ahorro de los trabajadores a través de mecanismos como los fondos de pensiones o los planes de ahorro para asalariados.[5]” Es realmente una expoliación en toda la regla.
  
Sin embargo, en vez de dar alas a la desigualdad utilizando el dinero para hacer dinero, “Una reducción general de la jornada laboral, en cualquiera de sus modalidades, constituiría un fuerte incentivo para implementar un modelo productivo con una mayor racionalidad y un superior componente tecnológico, sentando las bases para una recuperación de la productividad laboral que permita compatibilizar la rentabilidad capitalista con una mejora sostenida de las condiciones de vida de los trabajadores[6]”.

Todo lo mencionado nos permite atisbar que existe una gran mentira en el corazón del capitalismo global dominado por el sistema financiero. Políticos, financieros, empresarios y burócratas transnacionales reclaman vehementemente un mercado libre y competitivo, pero lo que han construido es el sistema de mercado menos libre que nunca haya existido. Un sistema corrupto en el que los beneficios y la riqueza se han canalizado hacia los más ricos y a ello, incluso, han obligado a  que contribuyan los más pobres.



[1] Especie de mercado en el que se intercambian activos que existen previamente y por lo tanto no suponen nuevas inversiones, nueva riqueza.
[2] Chesnais, Francois y Plihon, Dominique coord. (2003:62) Las trampas de las finanzas mundiales. AKAL.
[3] Ibídem (2003:59).
[4] Ibídem (2003:87-88).
[5] Ibídem (2003:67)
[6] Rey Araujo, Pedro María. La reducción del tiempo de trabajo en la actual crisis orgánica, en Revista de Economía Crítica núm. 21, pag. 88.

martes, 6 de septiembre de 2016

El peligro de una ideología basada en el egoísmo individual

¿Cómo podría un sistema basado en la desmedida ambición, la envidia y el egoísmo crear una sociedad de “hombres buenos y felices”? Se pregunta el economista Dante A. Urbina[1]. Sabemos que en la teoría económica más ortodoxa, seguida actualmente por los neoliberales en gran parte de nuestro mundo, el egoísmo y los vicios privados procuran sin más aditivos el bienestar social. Es verdad, que se nos dice, que siempre a largo plazo dará sus frutos. Pero no se debe interrumpir a los vicios, el laissez faire, laissez passer es la regla. La pregunta del inicio, por tanto, parece muy pertinente, ya que, sin duda, es cosa rara que de la caída en los vicios personales pueda salir ninguna virtud que beneficie a la mayoría social.

¿Qué pasa con la corrupción? ¿Está en la naturaleza del hombre o éste ensalzamiento del egoísmo la potencia? ¿Es normal tanta corrupción sin rubor? ¿Es normal que tengamos que buscar un hombre honrado como una aguja en un pajar?

En estos tiempos identificar el homo economicus con el homo politicus, que debería mirar por el bien de su comunidad, es una realidad evidente. Nos dice, también, Urbina al respecto: los políticos serán siempre y necesariamente corruptos porque, al actuar como agentes racionales (es decir, egoístas), buscarán ante todo maximizar su beneficio individual en vez de preocuparse por el bienestar social –o ante todo caso se preocuparán por éste solo en la medida en que el no hacerlo pueda afectar su beneficio individual[2].

Y respaldando la afirmación anterior, yendo un poco más allá, podemos citar a uno de los más destacados economistas neoliberales, Milton Friedman, mostrándonos la que tal vez sea la mejor y más persuasiva defensa de esta línea de argumentación. Cuando en una entrevista,  luego de haberle hablado sobre la desigualdad, la codicia y la concentración de poder, se le dice a Friedman que el sistema capitalista actual “parece premiar no la virtud sino la habilidad de manipular el sistema”, éste responde: “¿Y quién premia la virtud? ¿Cree que Hitler premia la virtud? ¿Usted cree, perdóneme, que el presidente de los Estados Unidos premia la virtud? ¿Escogen sus delegados de acuerdo a su virtud o de acuerdo a su interés personal? ¿Es realmente cierto que el interés político personal es más noble que el interés económico personal? Creo que se están dando muchas cosas por sentado. Simplemente dime dónde encuentras esos “ángeles” que organizan la sociedad para nuestro beneficio. Ni siquiera confío en usted para hacerlo.[3]

Es una respuesta contundente que levanta visillos para permitirnos comprender nuestra realidad política de estos últimos años y quizás de muchos años de historia. La corrupción sin freno no solamente está quedando impune o parcialmente impune en la mayoría de los casos habidos en nuestro reino, sino que, además es premiada sistemáticamente y sin conciencia (daremos el beneficio de la duda) de que se esté cometiendo ningún error. Pero aun así, y tristemente, es avalada por muchos ciudadanos que siguen dando alas a una política económica que nos ha demostrado a diario que ha guardado el corazón en un cajón y no lo piensa sacar.

Hoy, salvo espiritualistas, no comprendemos el dicho probablemente anónimo y atribuido también a grandes nombres de nuestra historia: no es más rico el que más tiene sino el que menos necesita. Hoy vivimos para tener más, al menos más que los otros, es el valor imperante. Corremos detrás de cualquier novedad tecnológica aunque su uso te haga olvidar tu propia naturaleza. Somos capaces de engañar a nuestro padre, si es preciso, para saciar nuestra ambición. No estamos contentos con nada. Incluso hemos pasado de acumular bienes a acumular la representación de los mismos: el dinero en todas sus modalidades, demostrando lo pobre que somos. Pero somos capaces de pasar sin ningún sentimiento compasivo ante el sufrimiento de los demás. Somos capaces de exigir sin dar e incluso robar, el egocentrismo prima. Olvidamos que nuestra tierra es finita y no podemos elevar infinitamente nuestras necesidades. Mahatma Gandhi decía que tenemos lo suficiente para satisfacer las necesidades de todos los hombres pero no lo suficiente para satisfacer la codicia de cada hombre[4].

En su protesta contra el Tratado de Versalles con el que concluyó la I Guerra Mundial, John Maynard Keynes escribió: “La política de someter a privaciones las vidas de millones de seres humanos, de privar a un país entero de su felicidad debería ser aborrecible y detestable…aborrecible y detestable, aunque eso fuera posible, aunque nos enriqueciera, aunque no sembrara el declive de toda la vida civilizada de Europa”[5]. Prosigue James K Galbraith: “El tercer rescate de Grecia el año pasado, impuesto por Europa y el Fondo Monetario Internacional le hace a Grecia lo que Versalles le hizo a Alemania: le arranca sus activos para satisfacer deudas. Alemania perdió su marina mercante, su material rodante ferroviario, sus colonias y su carbón; Grecia ha perdido sus puertos de mar, sus aeropuertos — los rentables — y está encaminada a vender sus playas, ese activo público que constituye una gloria única. La empresa privada se ve forzada a la bancarrota para dejar paso a cadenas europeas; los particulares se ven obligados a ejecuciones hipotecarias de sus viviendas. Una expropiación.” Es otra muestra más de los valores actuales: las personas no importan.

¿Cómo podemos pensar que el Laissez faire, laissez passer, dejar que todo vaya según los dictados del egoísmo de las personas y de las naciones, puede conseguir mejorar la sociedad? Que tendremos una sociedad más unida y una convivencia en paz. Que los vicios privados nos resolverán nuestros problemas acuciantes, eso sí, a largo plazo, cuando ya todos estemos muertos como arengaba Keynes. Por el contrario, lo más coherente es pensar que “Un hombre dirigido por la ambición y la envidia pierde el  poder de ver las cosas tal como son en su totalidad y sus mismos éxitos se transforman entonces en fracasos.[6]




[1] Urbina, Dante A. (2015:290) Economía para herejes: desnudando mitos de la economía ortodoxa.
[2] Ibídem (2015:227)
[3] Ibídem (2015:227)
[4] Schumacher, E.F. (1.999:29) Lo pequeño es hermoso. Hermann Blume ediciones, primera reimpresión noviembre 1990.
[5] Citado por James K. Galbraith en su artículo en The Boston Globe de 22 de agosto de 2016: MDeE25: ¡Vamos allá!
[6] Schumacher, E.F. (1.999:28).Lo pequeño es hermoso. Hermann Blume ediciones, primera reimpresión noviembre 1990.

Los humanos No somos tan inteligentes

En un mundo en el que la información circula a velocidades siderales, en el que el conocimiento del medio es cada día mejor, sorprende que...