martes, 31 de enero de 2017

Desigualdad y corrupción

En la desigualdad anida la corrupción. El sistema capitalista, en el que el individualismo y la búsqueda del beneficio personal son la bandera que nos debe guiar, tiene en sí el germen de la corrupción. La búsqueda de ser más y la carrera por ser el mejor y más rico alimentan y tejen las relaciones entre los hombres y llevan en sí el estigma de la desigualdad y la falta de empatía. “La sociedad actual no es una sociedad del amor al prójimo en la que nos realizamos recíprocamente. Es más bien una sociedad del rendimiento, que nos aísla. [Que además tiene el inconveniente personal de que] El sujeto del rendimiento se explota a sí mismo, hasta que se derrumba. Y desarrolla una autoagresividad que no pocas veces desemboca en el suicidio. El sí mismo como bello proyecto se muestra como proyectil, que se dirige contra sí mismo[1].”

El Banco Mundial cuantificó en 2004 que el precio mundial de la corrupción superaba cada año el billón de dólares estadounidenses. También, en mayo de 2016 el Fondo Monetario Internacional (FMI) calculó que los sobornos pagados en el conjunto de las economías sumaban entre un billón y medio y dos billones de dólares anuales. Estas grandes sumas de dinero, que con seguridad se quedan cortas, son una parte significativa de la producción mundial e indican la indiferencia de unos hombres con respecto a otros y la falta de un proyecto humanista y solidario que pueda evitar posturas extremas y en muchos casos fatales.

Con Finkielkraut podemos decir que “Allí donde reina la desigualdad permanente de las condiciones, “el siervo ocupa […] una posición subordinada de la que no puede salir. Cerca de él se encuentra otro hombre que tiene un rango superior que no puede perder. De una parte,  la oscuridad, la pobreza, la obediencia a perpetuidad; de la otra,  la gloria, la riqueza, el mando a perpetuidad”. En pocas palabras,  por supuesto, hay dos clases que se rozan, pero que forman dos mundos distintos. Cuando es el principio jerárquico el que domina las costumbres, la  pertenencia es una definición: cada uno toma su ser del rango al que pertenece. La democracia no suprime las jerarquías, las hace flotar, las desengancha, en cierto modo, del orden del mundo. Los miembros de las clases superiores ya no pueden hacer valer su nacimiento para justificar su preeminencia. Lo  que antes formaba parte de la naturaleza depende ahora de la convención. Lo que se daba por necesario comporta una parte de arbitrariedad. Lo que es podría ser de otro modo[2].” La democracia nos presenta así un mundo en el que la igualdad de oportunidades permite mediante el esfuerzo y el mérito trastocar una realidad pétrea, pero cuando la igualdad de oportunidades es adulterada por la desigualdad la situación puede llegar a ser insufrible y crítica.

“El capitalismo de consumo exalta los placeres en todas sus parcelas, invita a vivir en el presente, a gustar los goces del hoy: legitima  cierta despreocupación por la vida. La ideología que se escribía con mayúsculas ha cedido el paso a una ética de la satisfacción inmediata, a una cultura lúdica y hedonista centrada en los goces del  cuerpo, de la moda, de las vacaciones, de las novedades comerciales. Lo que triunfa es un ideal  de la vida fácil, un fun morality que descalifica las grandes metas colectivas, el sacrificio, la austeridad puritana. Las personas se han ganado el derecho a vivir con ligereza, de manera frívola, a gozar sin tardanza del instante presente[3].” Este capitalismo nos ha hecho egoístas e insensibles a los problemas de los demás. Hay, en este sentido, suficiente evidencia científica para concretar un extenso listado de problemas que conlleva la desigualdad y a los que no somos capaces de mirar directamente. Así podemos enumerar una menor esperanza de vida, mayor incidencia de enfermedades mentales, mayor mortalidad infantil, mayor consumo de drogas, mayor fracaso escolar, mayor tasa de madres adolescentes, más homicidios y presos, mayor violencia, guerras innecesarias, etc. Costes a los que parece que el sistema no da importancia.

La lucha contra la corrupción radica en el correcto funcionamiento de los organismos públicos de control. Pero estos también caen bajo las redes de una vida competitiva, desigual y llena de placeres. Así los ciudadanos de 36 países señalaron a la policía como el sector más corrupto de los poderes públicos. La respuesta parece razonable al cotejarla con otro dato: el 53 % de los participantes en el sondeo confesó que la policía les había reclamado el pago de sobornos. Después de la policía, el poder judicial era considerado la mayor fuente de corrupción institucional en 20 estados; el 30 % de los encuestados de esos países confesaron que les exigieron pagos ilícitos cuando acudieron a los tribunales[4]. Cuando  hablamos de corrupción pública, el lado de la balanza se inclina hacia el ciudadano, si se pretende que la corrupción desaparezca o merme en el escenario de la política. La llave del cambio la tiene más el ciudadano que los políticos[5]. Pero en este mundo interesado, nos encontramos con cierta resistencia social a la denuncia por corrupción, de manera que la persona que da ese paso está todavía mal vista.

No es suficiente, no obstante, la lucha contra la corrupción ya que el efecto de la desigualdad, que es potenciada por el funcionamiento del capitalismo vigente y los valores que lo adornan, siembra un mundo abonado a la misma. La necesidad de luchar contra la desigualdad es una necesidad moral, económica y claramente obligada.



[1] Byung-Chul Han (2014:76). En el enjambre. Pensamiento Herder.
[2] Finkielkraut, Alan (2006:56) Nosotros los modernos. Ediciones Encuentro.
[3] Lipovetsky, Gilles (2016:35) De la ligereza. Anagrama.
[4] Ríos Ríos, Pere (2016). La factura de la corrupción pública y privada. RBA.
[5] Soriano, Ramón (2014:136). Democracia vergonzante.

sábado, 21 de enero de 2017

Un sistema de cuidados muy descuidado

Uno de los problemas de nuestra sociedad es que hay a quienes les interesa que no haya trabajo para todos. La tecnología y la competitividad por producir cada día con menos costes suponen un motor de destrucción de puestos de trabajo que los beneficios empresariales alientan. No obstante, hay un gran nicho de trabajo en lo que se viene denominando sistema de cuidados o actividad reproductiva, trabajo ex novo, no deslocalizable, que puede suponer una gran fortuna para los países que no son los más avanzados en tecnología punta. Nuestro país, al que visitan cada año millones de turistas, puede ser puntero en estos servicios cuyo fin es mejorar la calidad de vida de las personas.

Perseguir la autonomía personal de todos los ciudadanos es el índice definitivo de una sociedad madura y desarrollada. No obstante, todos a lo largo de nuestra vida necesitaremos la ayuda de los demás para realizar tareas vitales. El hombre es un animal menesteroso, cargado de necesidades, e incluso en el cénit de nuestra madurez, necesitaremos a los demás para tener una vida digna de ser vivida. Siendo esta necesidad clara, la sociedad se comporta como un demente contribuyendo con sus guerras y locuras a perpetuar una sociedad injusta y desigual.

Hubo un tiempo, que los economistas llaman los treinta gloriosos, en los que el capitalismo fue embridado por el Estado, impulsando la demanda, el empleo y el crecimiento económico. La grave depresión de los años treinta del anterior siglo y las consecuencias de las guerras mundiales hicieron repensar a los poderosos las consecuencias de sus actos y pactar acuerdos con los que se beneficiaba la vida de la mayoría y no sólo de unos pocos. Este tiempo se distinguió por un crecimiento alto y estable, una estabilidad de precios, un alto nivel de empleo y una distribución más igualitaria de la renta. Pero incluso este período de recuperación posterior a la Gran Depresión se basó, al menos en una parte, en la economía de guerra, economía que movilizó recursos humanos y materiales para ponerlos al servicio de los objetivos militares. Así durante la segunda guerra mundial la economía alcanzó un crecimiento cercano al 20 %, crecimiento centrado principalmente en los países participantes de forma indirecta en la contienda, participantes que no sufrieron las consecuencias desastrosas de una guerra en su propio terreno.

El mayor beneficio lo sacó Estados Unidos que desde entonces domina el mundo queriendo, incluso, aplicar su visión al resto de países. Pero cuando las visiones tienen puntos ciegos y se basan exclusivamente en el propio interés y beneficio, las consecuencias terminan siendo muy costosas. Y es que en la desigualdad anida el germen de la injusticia, origen de los mayores infortunios de la historia del hombre.

Una persona sin trabajo suele suponer dos problemas: en primer lugar es un despilfarro en la producción de riqueza, mediante generación de bienes y servicios y en segundo lugar supone un factor importante de desequilibrio en el reparto de la renta contribuyendo al aumento de la desigualdad. Aunque quizás, como en otros tiempos, hay quien siga considerando la desigualdad como el artífice de la riqueza. Así a finales del siglo XVIII y principios del XIX un comerciante inglés llegó a decir: “sin pobreza no habría trabajo, y sin trabajo no habría ricos, ni refinamiento, ni confort, ni beneficio para aquellos que poseen la riqueza[1]” La pobreza a la que se refería era la de aquellos que tenían que trabajar para sobrevivir. Pero es que hoy en día, como en tiempos de Marx, hay quién todavía basa el progreso en la existencia de un ejército de desempleados de reserva, aplicando la misma y vieja teoría malévola: la pobreza estimula el trabajo esclavizado y el progreso de las sociedades. Toda una falacia dañina.

De poco nos vale que se haya constatado que las sociedades inclusivas generan un círculo virtuoso que nos conduce a un mundo mejor y, que las sociedades basadas en instituciones extractivas, mediante un círculo vicioso, generan corrupción y abuso de poder[2]. En nuestras sociedades es el trabajo remunerado y decente el que permite la inclusión de la mayor parte de la ciudadanía. ¿Por qué, entonces, hay tan poco trabajo en un mundo con muchísimas posibilidades de empleo, muchos nichos de trabajo sin explotar, y que puede disponer de una riqueza sin igual en toda la historia de la humanidad?

El sector de servicios en los últimos años ha supuesto más del 70 % del PIB mundial lo que nos indica por dónde va el mundo desarrollado. La agricultura y la industria han ido reduciendo su porcentaje ya que la producción es suficiente para que todos podamos alimentarnos y vivir como en ningún momento de la historia. Las sociedades desarrolladas están envejecidas y los jóvenes cada día encuentran menos oportunidades de trabajo en este mundo competitivo que se desarrolla bajo las directrices del neoliberalismo.

Todo ello me hace pensar que estamos perdiendo una gran oportunidad en la creación de puestos de trabajo. Debemos considerar que los servicios no se deslocalizan, aunque, sin embargo, exportamos jóvenes para los que no creamos puestos de trabajo suficientes en nuestro país. Jóvenes bien formados que se nos marchan para que sean otros los que aprovechen sus conocimientos y exploten su formación y valía. Me pregunto entonces ¿por qué el sistema de cuidados sigue tan descuidado cuando hay razones suficientes y rentables económicamente para que lo cuidemos mucho mejor?




[1] Patrick Colquhoun (1745-1820) citado por García Girona, Bernat (2016:24) La pobreza en las sociedades ricas. RBA.
[2] Acemoglu y Robinson. Por qué fracasan los países. Booket, Deusto 2014.

miércoles, 11 de enero de 2017

¡Crear puestos de trabajo!

La caterva desinformativa que prolifera en nuestro país se queda complacida cuando defiende a los multimillonarios de nuestro entorno porque crean puestos de trabajo. Mantienen la falsa creencia, en contra de la realidad, de que si ellos les van bien nos irá bien a todos. Da igual que los puestos de trabajo que generan sean indecentes, es decir por debajo de los derechos humanos mínimos, y mal pagados, mediante una retribución que mantiene a los trabajadores en la pobreza. Sin embargo, su incongruencia y su falta de interés verdadero por los que no tienen trabajo y muy poco que llevarse a la boca, les hace criticar cuando es el Estado el que crea puestos de trabajo bien remunerados y revestidos de los derechos laborales, otrora duramente conseguidos, para mantener servicios como la Sanidad y la Educación que, por otra parte, han sido y deberían seguir siendo señeros en nuestro país.

Son capaces de defender que la generación de empleo, o como esto no les es muy favorable, la reducción del paro, sea un buen objetivo, pero parece que el puesto de trabajo decente adornado de los derechos legalmente establecidos no es realmente su pretensión. Por eso, hacen oídos sordos, tachándola de locura, a cualquier alternativa que vislumbre nuevas formas de crear puestos de trabajo. No quieren darse cuenta de que “Paradójicamente aquellos que más urgente y desesperadamente necesitan un empleo, porque llevan desempleados más tiempo  y probablemente hayan agotado todos sus ahorros  prestaciones sociales, son los que menos posibilidades tienen de conseguirlo[1].” Que el sistema deja pocas posibilidades al que menos tiene. En el fondo es el sistema que les sustenta el que mantiene las grandes diferencias de nuestro tiempo, además parece claro que “El neoliberalismo aborrece del empleo porque implica el empoderamiento de la clase trabajadora[2].”

Se demuestra que nuestros dirigentes no son sensibles al gran desperdicio de recursos que tenemos cuando el desempleo es elevado. Las personas sin empleo debieran estar contribuyendo a mejorar los servicios y generando productos que beneficien a la sociedad. En sociedades pequeñas, agrícolas y primitivas ¿quién se permitiría el lujo de que algunos vecinos no trabajaran? Todos de acuerdo a sus posibilidades contribuirían al beneficio de su sociedad. El empleo o trabajo remunerado nos ha traído, sin embargo, la posibilidad, o la excusa, para que muchos ciudadanos no puedan obtener puestos de trabajo que les permitan vivir dignamente, debido a su escasez provocada o mantenida. Pero es de sentido común, el menos común de los sentidos, que si el gasto público estimula la actividad económica, entonces el PIB, la renta nacional y el ahorro crecerán simultáneamente.

La permanencia en el euro nos está demostrando un nivel de atadura y esclavitud que viene perjudicando claramente a la toma de decisiones políticas para una creación y mejora del empleo. El Euro tiene que ser una herramienta para dar soluciones en la vida de los europeos. No puede ser un instrumento de tortura para algunos países y ciudadanos. Con la Teoría Monetaria Moderna, quiero incidir nuevamente en que “Un gobierno que emita su propia moneda siempre puede permitirse contratar mano de obra desempleada[3].” Podemos atender a dos formas de crear empleo. Por una parte, podemos elevar la demanda agregada, y por otra, podemos aumentar la contratación directa. El Estado debe constituirse “empleador de último recurso” a modo de estabilizador automático cuando el motor automático del sistema de síntomas de griparse. La participación del gobierno, es esencial, aunque podría limitarse al suministro de fondos y quizás a la  aprobación de los proyectos a poner en marcha.

Comprender el sentido del ahorro es otro elemento de importancia para el buen uso de las instituciones económicas. “El ahorro equivale a un no hacer; a una decisión de abstenerse de consumir. Si consideramos que en una economía la relación ingreso=gasto=producto siempre es cierta es imposible que el ahorro pueda generar un crecimiento del producto y por tanto ayude a estimular la inversión[4]”. En momentos en los que la economía le cuesta avanzar si el ahorro no se transforma en inversión y en relanzamiento de la economía, estamos tomando medidas suicidas en contra de la recuperación, en vez de tomarlas para evitar el desastre.

En el mundo neoliberal los más avispados utilizan la deuda para enriquecerse y para hacernos sentir que nadamos en la abundancia dentro de nuestra jaula de oro. Pero, la idea de enriquecerse mediante el apalancamiento de deuda no sirve. Sus consecuencias son las crisis persistentes que venimos padeciendo en el mundo. No podemos, por tanto, seguir haciendo aquello que nos viene aportando consecuencias fatales. Debemos intentar cosas nuevas, aunque la historia, gran maestra, nos muestra muchos momentos en los que se desecharon grandes inventos, beneficiosos para la humanidad, porque suponían un trastoque del status quo. ¡Vamos que perdían algo la minoría más poderosa!



[1] Medina Miltimore, Stuart (2016:95). El Leviatán desencadenado. Lola Books.
[2] Ibídem (2016:105).
[3] Wray, L. Randall (2015: 229). Teoría Monetaria Moderna. Lola Books.

[4] Medina Miltimore, Stuart (2016:83). El Leviatán desencadenado. Lola Books.

miércoles, 4 de enero de 2017

El gasto del gobierno nos alivia

Estamos tan acostumbrados al ahorro y a la disciplina presupuestaria que no somos capaces de ver más allá de los mitos que venimos soportando. En ningún modo estoy de acuerdo con el dispendio y el despilfarro del gasto público sin que haya creación de riqueza útil o creación de un verdadero valor añadido que cubra las necesidades de la ciudadanía. Es necesario, sin duda, la eficiencia y el control del gasto público. No obstante, la economía tiene que estar al servicio de las personas y no al revés. Los políticos tienen el deber de mirar por los ciudadanos a los que representan y no tomar decisiones económicas que perjudican a una amplia base de la población y sólo benefician a una medida tan abstracta como el PIB.

Hay varios mitos en la economía que debiéramos ir desechando. Así es un mito fomentado por los fundamentalistas de la austeridad que los gobiernos estén sujetos a restricciones presupuestarias como las familias o las empresas. Es un mito, también, que los déficits presupuestarios públicos sean siempre malos y una carga para la economía del sector privado, ya que, a veces, el gasto público nos puede salvar de una caída de la demanda y de un alto nivel de desempleo, así como evitar el mantenimiento de un alto nivel de recursos ociosos. Por el contrario debemos saber que cuando el gobierno gasta, aumenta el saldo de las reservas bancarias y de las cuentas de los particulares, y cuando recauda impuestos, reduce el saldo de ambas.

La Teoría Monetaria Moderna (TMM) nos ofrece dos reglas de importante interés. La primera es que  Un Estado con capacidad para crear su propia moneda nunca tendrá por qué faltar al cumplimiento de sus obligaciones con la deuda, hay que tener en cuenta que el que se endeuda es el Estado y que puede emitir su propia moneda siempre que lo necesite con el exclusivo control de no generar inflación excesiva, ya que controlar la inflación debiera ser una de sus principales tareas. La segunda es que El ahorro que no va a las empresas se transforma en deuda pública si el Estado tiene déficit, esta es la forma habitual de cubrir las necesidades del Gobierno, pero supone que el ahorro privado se transforma en menor consumo ralentizando la economía. Llegamos así a lo que desde Keynes conocemos como “paradoja del ahorro”, al tratar de ahorrar más se disminuye el consumo, disminuyendo como consecuencia de una reducción del PIB el ahorro futuro y entrando en una dinámica negativa.

Pero, en contra de lo necesario, gran parte del dinero que se crea lo crean los bancos de la nada. El crédito bancario anterior a la crisis se daba fácilmente con interés usurario y con intención de que la bola de nieve de la deuda se hiciera cada día más grande, parecía que los beneficios para todos nunca se iban a acabar. El capitalismo popular tenía entonces sus días de gloria. Pero llegó el día en el que esta bola se rompió y la nieve se fundió y evaporó, mostrándonos con dureza la artificialidad del sistema financiero y haciéndonos ver la verdad sus falsas creaciones.

El mundo, sin embargo, sigue girando movido por la deuda personal y colectiva que se incrementa sin descanso mediante sus intereses que solo benefician a los grandes rentistas. Nos dice Ben Dyson fundador de Positive Money "El problema de fondo es que el dinero se ha privatizado a hurtadillas". Y es verdad; en vez de deber al Estado cuya misión es mirar por el buen funcionamiento del sistema y por lo tanto generará déficit para cumplir sus objetivos sociales y retirará fondos mediante los impuestos cuando el volumen monetario sobrepase la verdadera producción de bienes y servicios y la inflación pueda dispararse; debemos a personas o entidades privadas, capitalistas que fijan sus propias reglas y las hacen cumplir a pesar de poner en riesgo la vida de las personas. En definitiva, debemos ver claro, que el dinero es una deuda que contraemos con la entidad que lo emite.

No sé si como también dice Dyson,  los bancos debieran perder el 'poder' de crear dinero. Lo que sí sé es la función que deberían tener los Gobiernos para un mejor funcionamiento de la economía y, de ningún modo, es su función salvar a la banca privada de sus errores, errores que han sido basados en el egoísmo y la avaricia que, en definitiva, son los motivadores que mueven al sistema capitalista. El Gobierno, sin embargo, debe y puede aliviar el sufrimiento de sus ciudadanos y, cuando esto no sucede, los días de bienestar y paz desaparecen.

Son elocuentes al respecto las noticias de hoy en día aparecidas en la prensa: España supera ya a Grecia y tiene el déficit más alto de la Unión Europea, junto con esta noticia se puede leer que el número de afiliados a la Seguridad Social ha tenido la mayor subida, 540.655 afiliados, de la última década y que el paro bajó en 390.534 personas, lo que supone el mayor descenso de la historia (es verdad que los descensos vertiginosos son más lógicos cuando el paro está muy alto como en estos tiempos). Estas noticias juntas aportan algún indicio de lo que el Estado puede hacer gastando cuando las circunstancias económicas son adversas. Si bien, es verdad, que se puede hacer mucho mejor, ya que el paro ha bajado a base de crear trabajos precarios y mal pagados, incrementando así el número de los pobres con empleo y, el déficit público básicamente ha servido para salvar a los bancos y pagar los intereses del salvamento, pero no para movilizar la economía cuya mejora se ha basado muy especialmente en la bajada de los salarios de los trabajadores, para así obtener una competitividad internacional que no ha mejorado la vida de la gran mayoría.


La verdad es que yo no creo que estos datos del paro sean buenos como parece que la lógica nos da a entender, opino que más bien son una tapadera de una situación que tenía que haber sido ya resuelta por un Gobierno eficaz y que hubiera sabido utilizar todas las herramientas que tenía a su disposición.

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