lunes, 29 de junio de 2015

Un mundo insensible cargado de imposturas: todos somos Grecia

Los países que actualmente dominan el panorama internacional usaron políticas muy diferentes a las que la ortodoxia aplica a los países en crisis y se aplicaron en su día a los países emergentes. Ninguno de ellos empleó una política de libre comercio sino que llevó a cabo una protección sistemática, mediante aranceles, de aquellos sectores estratégicos para su desarrollo. Una vez desarrollados usaron el motor extraordinario de su economía para imponerse (lo correcto sería decir para abusar) en la competencia internacional.

El capitalismo tanto en sus inicios como en sus distintas fases siempre se ha basado en fomentar grandes diferencias entre los distintos actores. Así aquellos que más tienen pueden financiar a los que han tenido menos oportunidades, han sido menos listos o han llegado más tarde a la carrera y caminan en los últimos puestos de la gran competición montada mediante el sistema económico mundial. La deuda, de crecimiento imparable, ha sido la mejor herramienta para encadenar personas y países enteros. El progreso, el éxito, la ambición y la diferenciación se han usado para poner a competir a unos contra otros olvidándose de la cooperación necesaria.

Estados Unidos y las grandes potencias europeas supieron montarse un mundo a su medida de cuyas rentas todavía están viviendo. Los países que no entraron en el grupo privilegiado han ido a remolque de sus dictados e intereses. Pero hay que tener en cuenta y discernir claramente que cuando hablamos de países no hablamos de que estén dirigidos por el poder ciudadano, por el poder del pueblo. Los países están manipulados y conducidos por las grandes empresas y los grandes magnates de los negocios. Ni siquiera en los comienzos de las primeras democracias modernas se puede decir que los resultados fueran verdaderamente democráticos y sin embargo, por contra, se constata que estaban orientados y corrompidos por el poder del dinero.

Cuando se introdujo por primera vez el voto en los llamados países desarrollados, “éste estaba limitado a una pequeña minoría de propietarios hombres (generalmente con más de 30 años de edad), que solían tener un número desigual de votos ponderados de acuerdo a una escala basada en la propiedad, el nivel educativo o la edad [...] en Francia, entre 1815 y 1830, la posibilidad de votar sólo la tenían los hombres mayores de 30 años que pagaran al menos 300 francos de impuestos directos[1]”.

La economía trata del uso de las riquezas existentes para producir cosas que contribuyan al buen vivir de los ciudadanos. Pero viajamos en una nave llamada Tierra que tiene unos recursos limitados y a la que estamos dejando exhausta sin conseguir, sin embargo, solucionar el problema del hambre, las necesidades básicas y la seguridad. La lucha del hombre contra el hombre, de la empresa contra la empresa, de las naciones contra las naciones, nos ha instalado en un mundo dónde impera la desigualdad, la contaminación que es el derecho de los ricos para imponer un impuesto a los pobres, el deterioro ambiental que sólo afecta a los que no pueden pagarse un mundo mejor, las guerras que son el pan nuestro de cada día y un centro de negocio de alto interés, y la explotación sin piedad de personas que es la herramienta necesaria para que la máquina del capitalismo imperante no se quede sin energía y explote masacrando a los más necesitados.

La democracia que es el sistema político que mejor apuesta por una convivencia pacífica y el desarrollo de las personas, fue puesta en marcha por el pueblo griego y no vive sus mejores momentos en este mundo que ha perdido el norte de lo esencial. Pero estamos en un momento verdaderamente crítico, un cruce de caminos en el que es importante encaminarse en la dirección que haga de la convivencia en nuestro planeta una posibilidad de vida en paz y armonía, donde no sean necesarios el terrorismo y las luchas armadas cargadas, por otra parte, de beneficios económicos inmensos.

Pero parece que el hombre puede llegar a ser un animal peligroso, la Troika que creíamos tambaleante sigue queriendo demostrar su poder y aplaudida por sus seguidores que no ven al rey desnudo (elemento necesario para su pervivencia), sigue elevando la tensión de las relaciones internacionales como no se conocía desde los tiempos que corrieron entre las dos guerras mundiales, con políticas que, además, han demostrado ampliamente sus fracasos y abusos. Pero los acreedores siguen teniendo la sartén por el mango y obcecados saltan sin compasión al cuello de los débiles, poniendo su usura por encima de las vidas de los griegos y de cualquier persona, empresa o país que se ponga por delante.

Grecia cargada de historia democrática y sensibilidad humanista, agobiada por sus carceleros europeos con las cadenas de la deuda, de momento, ha dicho basta  y se resiste a seguir haciendo daño y sacrificando a sus ciudadanos. Es así, por tanto, el primer país que ha empezado a cuestionar la austeridad como única salida a la crisis y lo hace por el mandato hecho por el pueblo griego a su gobierno. El camino seguido por Grecia será, sin duda, determinante para las políticas neoliberales europeas, porque la coyuntura no sólo es crítica para Grecia sino para toda Europa; así lo aseguran los propios líderes de Syriza y pueden ver sin engaños aquellos que no ponen el dinero por encima de las personas.  

El escritor portugués Valter Hugo Mãe en su obra La máquina de hacer españoles nos dice que “Vivimos en un mundo que desprecia las pruebas y prefiere administrarse por la especulación”. La especulación y las ganancias sin esfuerzo configuran sí, un mundo financiero que hace oídos sordos al clamor de los necesitados y pone un velo a la realidad, creando un mundo paralelo en el que sólo los elegidos imponen sus leyes que, por tanto, les favorecen y les hace únicos propietarios de la riqueza y recursos que nos brinda a todos la Madre Tierra. Vivimos en un mundo de imposturas e hipocresía cuyo futuro es incierto y, sabiéndolo o no, seguimos jugando con armas cargadas de egoísmo, odio, intolerancia y brutalidad, adorando a un becerro de oro que no es sino un falso Dios que se utiliza como medio de cambio y explotación. Yo en este momento crucial, no tengo duda, apuesto por las personas, por los necesitados, por los griegos. Me parece incomprensible e inmoral que hayamos salvado a los bancos poniendo cientos de miles de millones de euros entre todos y no podamos salvar a Grecia. Ahora todos somos Grecia.



[1] Ha-Joon Chang (2004:138). Retirar la escalera. Los libros la catarata.

lunes, 22 de junio de 2015

Libertad, autorrealización personal y Renta Básica Universal

Martín Luther King decía que la solución de la pobreza es abolirla directamente e indicaba que la medida para lograrlo sería la renta garantizada “Habrá un montón de cambios psicológicos positivos que resultarán de una seguridad económica generalizada. La dignidad del individuo florecerá cuando las decisiones que afectan a su vida estén en sus propias manos, cuando tenga la seguridad de que sus ingresos son estables y ciertos, y cuando sepa que tiene los medios para su autodesarrollo[1]”.

Abraham Maslow gran investigador social se hizo famoso por su pirámide de las necesidades y ya nos decía que sin cubrirse las necesidades básicas no es posible el desarrollo del ser humano. Maslow identificó cinco niveles distintos de necesidades, dispuestos en una jerarquía piramidal, en la que las necesidades básicas o "instintivas" se encuentran debajo y las superiores o "racionales" arriba. Dicha jerarquía piramidal intenta expresar la idea de que las necesidades básicas resultan perentorias respecto de las superiores, que no constituirían auténticos elementos motivadores mientras las inferiores se mantengan insatisfechas. A su vez, según el enfoque de Maslow, cuando un tipo de necesidad queda satisfecha deja de motivar el comportamiento respecto de ese nivel, liberando energía para que la persona se dedique a la resolución de una instancia superior de necesidades respecto de la satisfecha. Por consiguiente, si la persona viera amenazada la satisfacción de un nivel inferior, se dedicaría prioritariamente a éste, postergando la superior.


El título de ciudadano obliga al Estado a remover todos los obstáculos para garantizar su dignidad y desarrollo como persona. Sin embargo, el Estado neoliberal ha optado  por el arréglate como puedas y por reducir servicios públicos con el único objeto de mejorar los beneficios privados y la acumulación de riqueza, ha concedido a la empresa privada  la provisión pública de servicios, y “ha facilitado así las bajadas de impuestos y los subsidios para intereses selectos, a lo que ha ayudado apelar a la buena voluntad de la gente para llenar el vacío a base de caridad[2]”. Cuando, es de necesidad, que el propio Estado debe implantar “un sistema global de protección social, que debería basarse en la compasión, la solidaridad y la empatía más que en la pretensión de controlar y penalizar a los más desfavorecidos[3]”. La Renta Básica Universal es una herramienta que permite de una forma sencilla otorgar los requisitos mínimos a cada ciudadano para que puedan desarrollar su libertad y autonomía. Sin un derecho como la Renta Básica que ofrece unos mínimos de salida, crecerá sin duda la inseguridad, el endeudamiento y la desigualdad y su existencia, por tanto, se demuestra imprescindible para ejercer los demás derechos.

Nos dice Carlos Rodríguez Braun en el prólogo del libro Contra la Renta Básica de Juan Ramón Rallo que “Lo básico no es la renta. Lo básico es la libertad”. ¿Quién niega la importancia de la libertad en el desarrollo del individuo? Pero la libertad en una comunidad no se consigue en una lucha individual y encarnizada de todos contra todos ya que el resultado termina siendo el contrario del buscado. Se consigue salvando las necesidades básicas del individuo, las necesidades fisiológicas y de seguridad, para que así pueda descubrir otros motivos que le permitan su crecimiento y su vida en armonía con sus semejantes. La libertad es un concepto muchas veces etéreo y boomerang. La RBU, sin embargo, es una herramienta clara y fácil de administrar, aunque requiere la construcción de un ethos basado en los grandes valores de la compasión y la empatía.

Escribe Juan Ramón Rallo en el libro mencionado que “Lo que rechazamos, pues, no es tanto la redistribución de la renta per se cuanto la redistribución coactiva de la misma”. La propiedad, se afirma, es sagrada, pero no hay que investigar mucho para darnos cuenta de que el reparto actual de la riqueza no está basado en los méritos de los poseedores, por contra, en muchos casos ha supuesto la acumulación coactiva de los poderosos extrayéndola de los derechos de los demás.

La RBU imagina un mundo más allá del empleo retribuido y ensalza precisamente la libertad de todos. Por ello “Afirmar que la gente tiene el deber de trabajar implica que tiene la obligación de dedicar su tiempo a servir a los intereses de los demás[4]”, lo que no supone ninguna libertad. Y siempre son “Los pobres [los que] tienen el deber de trabajar para justificar que los ricos les proporcionen un sustento, de beneficencia[5]”. El trabajo puede ser necesario, para el crecimiento económico o por cualquier otra razón. Pero no debería ser un deber. [...] la coacción es divisiva y socava el compromiso con el trabajo, forzando a la gente a hacer un trabajo que no desea hacer y puede que no tenga interés en hacer[6]”.

El capitalismo está lleno de contradicciones y lo que sí ha demostrado es que facilita la desigualdad en la riqueza, en el reparto de la renta y en las oportunidades para competir en régimen de igualdad. Además, tiene la grave tendencia de eliminar puestos de trabajo allí en donde ve la menor posibilidad. Así David Harvey nos llega a decir “No se puede excluir por completo la posibilidad de que el capital pudiera sobrevivir a todas [sus] contradicciones […] pagando un cierto precio. Lo podría hacer, por ejemplo, mediante una élite oligárquica capitalista que dirigiera la eliminación genocida de gran parte de la población sobrante y desechable, al mismo tiempo que esclavizara al resto y construyera unos entornos artificiales cerrados para protegerse contra los estragos de una naturaleza externa que se hubiera vuelto tóxica, inhóspita y devastadoramente salvaje[7]”.

 Es verdad que estas palabras nos pueden parecer duras pero sólo hay que mirar con intención de ver para darnos cuenta que la imagen presentada por Harvey ya la estamos viviendo en este mundo globalizado en el que la economía y el interés comercial mandan. “Estamos atrapados en un planeta que pensábamos ilimitado, al que seguimos sin reparar las costuras abiertas del hambre, la desigualdad, la contaminación y el deterioro ambiental, las guerras y la explotación sin piedad de personas y recursos. La inercia de instituciones y poderes que hemos puesto en marcha, espoleadas por el espíritu competitivo y la codicia nos acerca peligrosamente al límite[8]”.

La Renta Básica Garantizada o la Renta Básica lo que pretende es simplemente dar la oportunidad a todos y a cada uno de nosotros de llegar a conocernos y a que busquemos nuestro camino en esta vida. Ya que en un mundo, dónde no todos pueden emplearse, el trabajo remunerado no puede ser el Todopoderoso que decida entre la vida y la muerte, entre vivir desahogado o vivir con penurias. Trabajar es mucho más que el empleo y debiera ser una realidad creativa, de mejora social y no alienante. Por ello Gorz insistía incansablemente que el trabajo, “no es solo la creación de riqueza económica; es al mismo tiempo un medio de autocreación[9].


[1] Standing, Guy (2014: 367-68). Precariado. Una carta de derechos. Capitán Swing.
[2] Ibídem pág. 359
[3] Ibídem pág. 323
[4] Ibídem pág. 259
[5] Ibídem pág. 256
[6] Ibídem pág. 269
[7] Harvey, David (2014:257). Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo. Editorial  IAEN, Quito.
[8] Alegre, Joaco. Economía colaborativa: un salto cuántico. Economistas Frente a la Crisis. 4 junio de 2015.
[9] Harvey, David (2014:263). Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo. Editorial  IAEN, Quito.

miércoles, 17 de junio de 2015

La centralidad en un mundo polarizado

Nuestro Presidente y sus voceros defienden la centralidad política y nos asustan con la izquierda radical, haciendo oídos sordos y oponiéndose al clamor social que solicita cambio y un giro de dirección en sus políticas, demostrando, por tanto, estar fuera de la realidad española. Y la realidad es que estamos en un mundo polarizado,  en un mundo dual en el que más acentuado que el eje izquierda y derecha, hay arriba y abajo, en el que unos pocos viven por encima de las posibilidades de una mayoría que se acumula en el subsuelo de la sociedad sintiéndose cada vez más miembros de una sola clase. La imagen gráfica que describe este contexto social es un decantador o una botella con cuello largo y base aplanada y abultada. Así la centralidad ya no está en el centro del espectro izquierda-derecha sino en el gran grupo social que ha ido cayendo y se encuentra más abajo cada día, habiendo perdido derechos de ciudadanía, recursos y posibilidades de una vida digna.

Nos decía Antonio Machado que “es el mejor de los buenos quien sabe que en esta vida todo es cuestión de medida, un poco más, algo menos”. Esta sí es una centralidad correcta y sin aviesas intenciones, en la que lo que se pretende es madurar la decisión adecuada y conveniente. Pero la centralidad solicitada por nuestro Presidente sólo pretende la acumulación estadística en la normalidad de la curva de Gauss, la estandarización de la población para su mayor manipulación. El rebaño entra más fácil en el redil si no hay elementos díscolos que lo perturben y espanten. Sin embargo la tensión entre las élites y el precariado, exacerbada con el hundimiento de la clase media, supone un espectro social dual que se posiciona en los extremos y cada vez está menos representado en el centro. Pero, ¿cómo se conjuga esto con la centralidad política que se pide? La respuesta debemos buscarla en la generación de miedo y la obnubilación del pensamiento que hacen ciudadanos dóciles e incluso fundamentalistas en su integración social a un grupo.

No deberíamos olvidar la historia, para no tropezar continuamente en la misma piedra. Hay que aprender de experiencias anteriores y tener en cuenta pensamientos y análisis que fueron acertados en su día para similares situaciones. Así Hermann Hesse en el periodo de entreguerras sintomáticamente definía al burgués como “una persona que trata siempre de colocarse en el centro, entre los extremos, en una zona templada y agradable, sin violentas tempestades ni tormentas. Consiguientemente, es por naturaleza una criatura de débil impulso vital, miedoso, temiendo la entrega de sí mismo, fácil de gobernar. Por eso ha sustituido el poder por el régimen de mayorías, la fuerza por la ley y la responsabilidad por el sistema de votación. Es evidente que este ser débil y asustadizo, aun existiendo en cantidad tan considerable no puede sostenerse solo y en función de sus cualidades no podría representar en el mundo otro papel que el de rebaño de corderos entre lobos errantes…” Esta naturaleza en la que hemos ido cayendo gracias a nuestra indolencia hace que aquellos que están menos preocupados por las cuestiones políticas, por la corrupción, por la representatividad de los partidos, tienden a ser votantes conservadores de las mismas opciones políticas, opciones que nos han llevado a la situación crítica actual.

En estos momentos como en aquellos períodos de entreguerras, vivimos en un mundo muy desigual. Y la tendencia no para de aumentar. Los extremos tensionan y adelgazan a la parte media de la sociedad. Por arriba un pequeño grupo hace alarde de su poder y por abajo se amontona un cada vez mayor grupo de excluidos que van perdiendo poco a poco sus derechos. Así, según el último informe de la OCDE España es el tercer país más desigual de Europa y esta desigualdad en el reparto de la renta frenará la recuperación económica. Parece que ahora sólo hay centro derecha, centro-centro y centro izquierda, todo lo demás son extremos peligrosos, aunque el pelotón central caiga muy abajo cerca del extremo pobre. En este contexto es difícil compatibilizar la lucha por el voto de centro con la tremenda desigualdad y pobreza a la que está llevando el sistema político imperante. Por eso la única solución es alentar la política del miedo y no permitir que las personas opten a la libertad de pensamiento. Por ello la única educación que interesa es la de formar para trabajar aunque el trabajo sea más incierto y esclavizado.


El premio nobel de economía del año 2013 Robert J. Shiller decía recientemente en la conferencia anual de Amundi, celebrada en París, que en este mundo “Las desigualdades podrían llegar a ser terribles en las próximas décadas. Si esta tendencia continúa, será necesario imponer un impuesto del 75% a los ricos. La tecnología y los ordenadores están quedándose con muchos puestos de trabajo. Algunas personas consideran que no nos deberíamos preocupar por esto. Yo creo que sí[1]”.

También creo que hay que preocuparse, que las personas tienen un límite y que el experimento que, como bien dice Susan George, se está llevando a cabo con el pueblo español para comprobar su resistencia como si un material de laboratorio fuera, no puede durar mucho. Los ciudadanos no pueden tratarse como pura mercancía cuya única validez y cometido sea la producción y la realización de servicios mercantilizados. Con esos cometidos no creo que puedan centrarse por mucho y la anomia o la locura pronto se harán con su alma. No es de extrañar que el número de suicidios en nuestro País y en otros con las mismas políticas siga en alza año tras año.

Habrá que poner medidas y soluciones pronto. No se puede ir echando en el pelotón de los excluidos a una persona tras de otra. No se puede ir engrosando el mundo del precariado. Si no somos capaces de crear más puestos de trabajo en un mundo cuya única obsesión es buscar el beneficio de cualquier manera. En un mundo globalizado en el que, además, los salarios están perdiendo importancia, no sólo con respecto a los beneficios empresariales sino, sobre todo, con respecto a las rentas derivadas del capital financiero que siguen incrementándose exponencialmente. Debemos ser creativos e imaginar un mundo incluyente en el que hagamos crecer la empatía y la compasión.

En consecuencia, la búsqueda de la centralidad se ha basado en mensajes transversales. Los partidos políticos realizan encaje de bolillos sustentado en el marketing social que pretende la conformidad y apatía de la gente, haciéndoles sentir en el centro confortable débil y asustadizo, aun manteniendo situaciones injustas y dolorosas. Esta transversalidad perseguida y que cuando no ha sido aceptada se ha tildado de radicalidad, no permite hacer frente a la situación en la que estamos, situación que no puede ser conformista sino que ha de buscar las raíces y los fundamentos de los problemas sociales, esa sí es la radicalidad. No podemos ser ciegos a la realidad. La sociedad puede estar pasando por  algo más que una  crisis cíclica del capitalismo, podemos estar llegando a un verdadero colapso del sistema y debemos estar preparados para que no nos pille cambiados de paso y sucumbir en el intento por haber dado un paso más ante el precipicio.



[1] En la cuenta de Twitter de (@Amundi_ENG), la gestora fue dando a conocer las opiniones más relevantes de Shiller.

jueves, 11 de junio de 2015

LOS “TONTOS” POR CIENTO

Nos dejamos llevar por la corriente de los números. Vivimos animados o desangelados por los tantos por ciento. La política se hace a base de subidas y bajadas en los índices. Sin darnos cuenta los porcentajes nos atrapan, manipulan nuestra realidad y orientan nuestras intenciones como lo hace el efecto Pigmalión, como lo consiguen las profecías auto-cumplidas. Pero los porcentajes ofrecen también la posibilidad a los manipuladores de hacernos ver lo que interesa que veamos, sólo con manejar distintas cifras en el dividendo y en el divisor, ocultando o empañando la sorda realidad.

Se utilizan las estadísticas y los ratios para fomentar la intención de voto. Así, si el Partido Popular incrementa sus expectativas de voto en un 3 % parece que la situación ha dado un cambio y la realidad social se ha modificado volcándose a favor del partido en cuestión. Si el Producto Interior Bruto (PIB) se ha incrementado en 0,1 % en el último mes, interesa que se piense que la economía ha salido de la crisis y marcha en la buena dirección, cubriendo con niebla la cruda realidad que representa. Si el paro juvenil ya no sobrepasa el 60 %, las cosas están dando un giro, no importa que los jóvenes se estén marchando y estemos perdiendo los esfuerzos educativos hechos por la sociedad, lo importante es que baja el dato. Nuestra mente es adicta a los promedios y se engancha a los incrementos o decrementos porcentuales, valorándolos de forma absoluta como mejoras o empeoras y olvidando que no son más que herramientas que sólo configuran un mapa representativo de la realidad pero no son la realidad misma.

Detrás de los porcentajes se combinan según interese los números, pero detrás de estos números, especialmente en el caso de la política económica, se deben ver los rostros de las personas representadas. Si en España se desalojaron a 95 familias por día en el año 2014, por mucho que el porcentaje esté disminuyendo con relación al año anterior y, por tanto, el número de personas desalojadas sea inferior, hay que ver ahí un grave problema político que se tiene que resolver lo más urgentemente posible. Ya que el sufrimiento y las condiciones de vida de las personas afectadas difícilmente caben en un ratio, en una tasa. Pero estamos inmersos en el mantra del neoliberalismo, en el que cada uno va a lo suyo y la competitividad extrema es la norma. Con sus reglas lo que sí está claro es que la desigualdad se hará norma  y el sufrimiento se incrementará sin remedio.

Cuando se dice que la población española que vive bajo el umbral de la pobreza ha pasado en una año del 20,4 al 22,2 %, no podemos quedarnos en el incremento de un 1,8 % de pobreza. Ya que el gobierno tiene otro grave problema que resolver. Problema que tampoco puede aguantar demora. La espera a que den nuestras políticas resultados a largo plazo, no es la solución para aquellos que se van a quedar en el camino o que como consecuencia de su pobreza nunca van a tener las mimas oportunidades vitales. Ya Keynes dijo gráficamente en este contexto que a largo plazo todos muertos.

La solución no es sólo el crecimiento (¿crecimiento de qué y para qué?) si la porción de pastel generado va a parar a la boca de los que más tienen aunque no tengan ganas de comer. El reparto más igualitario e inclusivo de la renta generada es una obligación social y del partido que gobierna. No obstante, el Comité Europeo de Derechos Sociales informa y avisa de que el salario mínimo de España no garantiza un nivel de vida digno. Y no hacemos caso alguno ya que vamos por el buen camino, estamos saliendo de la crisis y vamos viento en popa en las primeras posiciones de los países europeos, en un rally que persigue una meta engañosa. Sin embargo, para llegar a esta meta, para que la tarta siempre recaiga en los que más tienen y se aprovechen mejor las cualidades competitivas de las empresas, 41 millones de horas realizadas por los trabajadores no han sido pagadas en el primer trimestre del año 2015. ¡Así se hace empresa y mejoramos la sociedad!

No se puede hablar de que el porcentaje de parados disminuye y que los empleos se incrementan cuando se oculta que dentro de la estadística se están contando los contratos de horas o días. Así se nos informa oficialmente que el 25% de los contratos que se firman en nuestra España dura una semana o menos, por lo que estamos hablando de precariedad, de inseguridad, de vida a trompicones y sin futuro. Hablamos de que muchos ciudadanos tienen ganas de trabajar y lo demuestran trabajando con contratos basura, en muchos casos abusivos en tiempo y vergonzosos en salario, pero, estos ciudadanos y sus familias, no pueden planificar una vida digna. No somos capaces de pensar que si se necesita que el trabajador sea flexible, en este capitalismo a ultranza, para que las empresas tengan sus beneficios, los responsables políticos tienen la obligación de idear un estatuto de derechos para no dejarles hundir en la miseria, tienen que garantizarles que sigan siendo ciudadanos con plenos derechos y garantías y no rebajar su calidad de ciudadanos y su dignidad.

Las bolsas y las primas de riesgo dominan los análisis sociales por encima de la vida de las personas, siendo la gran preocupación de muchos dirigentes. Da igual que tengan que ver o no con la economía real, o la cobertura de las necesidades de la población, o sólo tengan que ver con una producción crematística que supone poco más que la disminución del aburrimiento de la clase pudiente. El trabajo, claramente, tiene que ver con la utilidad social. Y actualmente existen muchos empleos que no son socialmente útiles, y actividades que no son empleo pero que son muy útiles para la sociedad. Sin embargo, tristemente, hay quien piensa que los que no tienen trabajo se pueden dar con un canto en los dientes con esta mejora económica y mejor es algo que nada por lo que deben coger cualquier trabajo por muy indecente y esclavizado que sea. ¡El sólo hecho de tener trabajo ya da la felicidad y nos debe hacer olvidar de nuestras aflicciones! ¡A vivir que son dos días!

Es discutible el aserto de Rifkin asegurando que la empatía está creciendo en nuestro mundo. Creo, por el contrario, que algo tiene que estar pasando con el gen competitivo de las personas, ya que les hace olvidar que la competitividad, fetiche de un mundo organizado según el libre mercado, debe servir para que los vicios privados se conviertan en virtudes públicas, como así predican sus defensores.  Aunque temo que estos vicios nos puedan traer duras consecuencias, “Diversos estudios de psicología (por ejemplo Kraus, Côte y Kelter, 2010) han descubierto que los ricos [vencedores de la carrera social] tienen menos empatía y compasión que los demás. Y si hay poca movilidad social, la gene tiende a racionalizar su falta de empatía[1]”. ¿Será el sistema que tenemos lo que nos hace más ruines?

No, no podemos seguir sacralizando el crecimiento económico y el trabajo retribuido. El crecimiento no es cuestión de cifras sino del beneficio que aporta a la población tomándola en su conjunto. El trabajo retribuido: el empleo, es una parte del trabajo social necesario; no consideramos el trabajo reproductivo, el trabajo de cuidados, el trabajo solidario tanto familiar como comunitario, trabajo que es totalmente necesario para nuestro futuro. Pero, sin embargo, hay “tontos” por ciento en los que creemos a ciegas y sirven para relajarnos y adormecernos. No hay que preocuparse dicen, siempre hay que ser positivos. Pero no debemos olvidar que hay que implicarse, que hay que ocuparse de aquello que consideramos injusto e indecente, porque mientras tanto los ricos siguen ganando y acumulando riquezas, aunque es posible que nos puedan caer migajas de consolación.


[1] Standing, Guy (2014:123). Precariado. Una carta de derechos. Capitán Swing.

viernes, 5 de junio de 2015

En el fragor de la lucha de clases

Se considera que no hay lucha de clases, que el concepto de clase social está fuera de lugar en este mundo globalizado. Es verdad que “Los políticos y los partidos políticos convencionales [...] se han vuelo rabiosamente utilitaristas [...] los partidos políticos de clase que surgieron a finales del siglo XIX y principios del XX se acercaban más al ideal de democracia deliberativa o participativa. Los grupos debatían y configuraban perspectivas de clase. Por el contrario, lo que ha surgido en la era de la globalización bien podría llamarse democracia utilitarista. Sin valores de clase o ideas sacadas de la lucha de clases como guía, los políticos y los viejos partidos políticos han recurrido a una política mercantilizada que no aspira más que a dar con la fórmula para seducir a una mayoría, a menudo designada como la clase media[1]”. Pero, sin embargo, es esta globalización neoliberal la que está alumbrando nuevas clases sociales.

Se denomina clase a “grandes agregados de personas que comparten una misma posición social y económica derivada del tipo de trabajo que hacen y de la relación de empleo en que participan, es decir, de su ocupación[2]”. Guy Standing matiza un poco más y escribe: “La clase puede definirse como un grupo determinado principalmente por específicas relaciones de producción, específicas relaciones de distribución (fuentes de ingreso) y específicas relaciones con el Estado. De estas relaciones surge una conciencia distintiva de lo que son reformas y políticas sociales deseables[3]”. Se debe hacer hincapié en que las nociones de estructura social, desigualdad social y estratificación social son instrumentos conceptuales elementales que se requieren para entender la realidad social desde un punto de vista estructural y, más en particular, para describir y explicar muchos fenómenos relacionados con la desigualdad social[4].

Guy Standing que no es de los que piensa que la lucha de clases es un concepto vacío y sin validez instrumental, concreta una estructura emergente de clases sociales en la que define una élite, un salariado (salariat), los profitécnicos (proficians), un viejo núcleo de clase obrera (el proletariado),  y un precariado. 

Por motivos de espacio, nos fijaremos en las clases que están en los extremos del espectro social analizado. “Si empezamos por la parte más alta del espectro de ingresos, la élite o plutocracia consiste en un minúsculo número de individuos que en realidad son superciudadanos; residen en diversos países y escapan a las obligaciones de la ciudadanía, al tiempo que contribuyen a limitar los derechos de los ciudadanos casi en cualquier lugar [...] Su fuerza financiera configura el discurso político, las políticas económicas y la política social[5]”. Esta clase no ha hecho sino engrosar su renta y patrimonio con el giro neoliberal que se produjo en los años 80 del anterior siglo. Giro político que rompió el pacto social de la posguerra europea. Las élites veían disminuir sus ingresos a costa de una distribución de la renta más igualitaria y justa soportada en la fuerza sindical y obrera. Por ello la nueva política configurada fue un estudiado recurso para voltear la situación. Ahora los beneficios son esperados y valorados en los mercados financieros. Los beneficios cotizan en bolsa y de la bolsa y de las transacciones financieras sacan las élites su mayor tajada, extrayéndola por tanto de la plusvalía aportada por los trabajadores y la tecnología que, de acuerdo a mi criterio, no debería ser apropiada por ningún sector social en este tiempo del conocimiento compartido y financiado mayormente por lo público.

El dinero y patrimonio de la plutocracia se hinchan como un globo al sol; sin esfuerzo. El beneficio empresarial y la búsqueda de rentas imponen, sin embargo, una gran flexibilidad en la masa de trabajadores. Esta flexibilidad lleva a los trabadores hacia una gran inestabilidad e inseguridad. Su total disposición como recurso en el plan de las grandes empresas especialmente, pone en subasta y a la baja sus salarios y en peligro su salud. De ahí que la lucha entre la clase de mayores ingresos y la de ingresos más bajos: salarios de pobreza incluso cuando se cobran, realidad por otra parte también incierta e imprevisible, no sea sólo un ruido de fondo. Este estado de cosas manifiesta una situación de lucha in crescendo entre clases bien definidas, ya que queda clara la tensión existente entre los extremos del espectro social.

Así, condicionada por la política de las élites, la sociedad va conformando en la parte más baja el precariado. Standing encuentra las siguientes características de esta clase emergente: gente que vive de empleos inseguros entremezclados con periodos de desempleo; acceso incierto a la vivienda y a los recursos públicos; sin acceso a las prebendas no salariales: vacaciones pagadas, bajas médicas; falta de una narrativa ocupacional lo que supone una fuente de frustración, alienación, ansiedad y desesperación anómica; explotados y oprimidos deben aceptar gran cantidad de trabajo no remunerado; en riesgo de alejamiento del mundo laboral, baja movilidad social, sobrecualificación, incertidumbre y pobreza.

El fragor de esta lucha de clases no se adivina por el estruendo que provoca sino por los hechos y resultados que se suceden. La plutocracia ha ido consiguiendo los objetivos perseguidos. El rescate de los bancos llevado a cabo especialmente en Estados Unidos y Europa ha sido calificado como el mayor regalo que se ha hecho a los ricos en toda la historia y desgraciadamente a base del sufrimiento del resto de la ciudadanía. Para pagar el despilfarro de estas inyecciones monetarias a los bancos, se dispusieron medidas extremas de austeridad para los ciudadanos, que han supuesto terapias de choque con resultado nefasto para los más vulnerables.

La disolución del bipartidismo en España y la incorporación de nuevos partidos han dibujado un mapa político muy diverso y polícromo. El precariado se considera como una clase revoltosa, peligrosa y potencialmente transformadora, lo que le ha supuesto la estigmatización. La división de los partidos en relación al espectro derechas-izquierdas hace que mucha gente se mantenga ciego a la realidad de la lucha de clases social en la que nos encontramos. Lucha que sin duda está en un momento álgido. 

Pero esta lucha que están ganando las élites tiene efectos perversos, tiros que salen por la culata. Así “Una de las consecuencias que ha tenido este giro neoliberal es el surgimiento de la extrema derecha y el nacionalismo que, cada día que pasa, están movilizando a un cada vez mayor número de personas de clase obrera. No es por casualidad que el nombre del partido de extrema derecha en la República  Checa, tristemente célebre debido a que organizó pogromos contra los gitanos, sea el Partido de los Trabajadores[6]”. No es por casualidad que estén emergiendo partidos de extrema derecha con ideología nazi en Europa. En nuestro país la extrema derecha oficial no tiene mucho predicamento, a pesar del nacionalismo rampante, pero las ideas extremas siguen infiltrándose en muchos ciudadanos. Y el humanismo queda estupefacto ante frases de auténtica contienda como: “Que muera un pobre es importante para los familiares pero que muera un rico es trágico para España. Lo fundamental en un país son sus ricos, la turba es intercambiable. Lo que da identidad, elegancia y distinción a un Estado son sus millonarios[7]”, menos mal que el periodista fue reciente despedido.




[1] Standing, Guy (2014:13). Precariado. Una carta de derechos. Capitán Swing.
[2] Requena, Salazar y Radl (2013:2) Estratificación social. UNED. Mc Graw Hill.
[3] Standing, Guy (2014:24). Precariado. Una carta de derechos. Capitán Swing.
[4] Requena, Salazar y Radl (2013:2) Estratificación social. UNED. Mc Graw Hill.
[5] Standing, Guy (2014:24-25). Precariado. Una carta de derechos. Capitán Swing.
[6] Horvat y Zizek (2014:69). El Sur pide la palabra Los libros del lince.
[7] Sotres, Salvador: www.elmundo.es/opinion/2014/09/10/54109fa722601dc41f8b45b4.html

Los humanos No somos tan inteligentes

En un mundo en el que la información circula a velocidades siderales, en el que el conocimiento del medio es cada día mejor, sorprende que...