sábado, 28 de mayo de 2016

¿Interesa acabar con la deuda del Estado?

La deuda pública no sólo es una forma de encadenar a la población a su pobreza, también es una herramienta de manipulación de la ciudadanía. Y tristemente, además, se convierte en una herramienta contra la libertad del individuo. Por eso hemos de preguntarnos si realmente hay interés en reducir la misma. En mi artículo anterior mostraba cómo las políticas de austeridad, impuestas por Europa e implantadas en nuestro país muy gustosos por un gobierno con ideología neoliberal, no nos han conducido a minorar la deuda que se encontraron en el año 2011, si bien es verdad que gran parte de ella se encontró en autonomías en las que gobernaba el propio Partido Popular, sino, todo lo contrario, el incremento de la deuda había sido muy significativo, más del 30 %.

La reestructuración o la quita que se pueda efectuar con la deuda pública, son asuntos tabúes para el sector neoliberal de la sociedad. No obstante, las medidas que se toman parece que nunca nos liberarán de la deuda, sino que mediante su incremento continuo y constante nos llevarán a una situación límite en la que precisamente sólo podrán tomarse las medidas que se pretender evitar y que se encuentran estigmatizadas. No quieren o no les interesa entender que para solventar los problemas de la deuda “Lo que realmente se necesita no son salarios más bajos, sino niveles de deuda más bajos –y lo paradójico es que esto se puede lograr subiendo los salarios--. Un impulso a los sueldos en dinero durante una depresión puede provocar inflación de una manera mucho más eficaz que la “impresión de moneda” [medida que los países que más tajada están sacando de la situación si se permiten], y esta inflación puede reducir el montante real de la deuda.[1]” De ahí el interés de los acreedores de que la inflación sea baja ya que el principal no disminuye su valor.

Pero hay que preguntarse quienes son los que realmente se enriquecen con la existencia de deudas en la sociedad y quienes, por el contrario, son los paganos de las mismas. ¿A quienes debemos todos los ciudadanos de los países endeudados?, es decir la generalidad de los países existentes. La respuesta es sencilla ¿verdad? A los bancos y, ¿quiénes son principalmente los propietarios de los bancos?, los grandes accionistas. Y ¿quiénes son los grandes accionistas?, los que tienen mayores riquezas, mayores rentas y exorbitados emolumentos. ¿Qué es lo que está pasando entonces?: Que con las políticas de austeridad hay un trasvase continuo y sin pausa de los que menos tienen a los que tienen más de lo que por sus méritos les pertenece. No nos puede extrañar entonces que un famoso empresario que ha dado con sus huesos en la cárcel afirmase siguiendo la estrategia de los poderosos: “Solamente se puede salir de la crisis de una manera, que es trabajando más y desgraciadamente ganando menos”, G. Díaz Ferrán en 2010. Filosofía totalmente contraria a la que se necesita.

Los economistas neoclásicos consideran que en un capitalismo competitivo las empresas tendrían solamente aquello que les corresponde por su contribución a la sociedad. Para el premio nobel en economía Stiglitz esta visión es muy optimista y debe ser descartada. En realidad, lo que determina quién recibe qué en la sociedad depende del "poder". Las grandes empresas pueden imponer los precios en los mercados a las empresas pequeñas y pueden dictar los salarios de la mano de obra cuando esta no tiene poder de negociación colectiva (los sindicatos). Este "monopolio" (sobre los mercados de las materias primas y la mano de obra) es lo que está arruinando el capitalismo, según sostiene el propio Stiglitz. Lo que parece muy claro es que “el mercado perfectamente competitivo es inestable: con el tiempo desembocará en una situación, bien de oligopolio (varias grandes empresas), o bien de monopolio (una empresa grande).[2]”Esta realidad es la que todos podemos palpar en este mundo globalizado y la que está contribuyendo a que una mayoría esclavizada por la deuda trabaje para una minoría que vive de las rentas.

Evidentemente, hay más de un elemento de verdad en esta perspectiva del capitalismo. La correlación de fuerzas en la lucha entre el capital y el trabajo determina la proporción del ingreso que recibe el trabajo entre beneficios y salarios. Y también es cierto que las grandes empresas a menudo pueden fijar los precios y el acceso al mercado para ganar la parte del león de las ventas y los beneficios. Por ello, se constata que “La distribución de la renta refleja el poder relativo de los diferentes grupos en una sociedad.[3]” Lo que claramente contradice que la distribución de la renta sea definida por el sacrosanto mercado vía precios y salarios en un punto de equilibrio entre oferta y demanda.

Stiglitz concluye que "los mercados actuales se caracterizan por la persistencia de elevadas ganancias monopolistas". En consecuencia, Stiglitz hace un llamamiento a la "intervención del gobierno” para reducir el poder de los monopolios y, presumiblemente, crear un entorno de mayor competencia para que haya "más eficiencia y prosperidad compartida". Pero esto plantea la pregunta: ¿es el "capitalismo competitivo" más propensos a ofrecer un mejor crecimiento económico, una mayor productividad de la fuerza de trabajo (eficiencia) y una menor desigualdad que el “capitalismo monopolista”?[4] En otras palabras, los monopolios no son un problema en sí, sino la debilidad del modo de producción capitalista, en la que la inversión y la creación de empleo tienen lugar únicamente con fines de lucro.

Así, repasando datos, nos encontramos que en 2007, y en nuestro país, el 0.035% de la población (presente en 33 empresas) controlaban las organizaciones esenciales de la economía y una capitalización de 789.759 millones de euros, equivalente al 80.55% del PIB y cerca de un tercio del capital productivo español.

Estamos en un mundo en el que predomina la deudocracia. Las grandes empresas y los poderes económicos manejan a su antojo las relaciones económicas y sociales mediante ella; “después de enriquecerse con los bienes naturales y públicos de los países del Sur, del Norte, del Este y del Oeste; después de explotar hasta la muerte a las y los trabajadores del mundo, especialmente las mujeres; después de ganar dinero especulando con todo, incluso con el hambre; después de inventarse burbujas hipotecarias o puntocom; y a punto de agotarse el enriquecimiento a base de canjear capitales financieros ficticios, observaron ingeniosos que la última fórmula para incrementar sus beneficios era acumular el dinero futuro, el que estaba por imprimir, robando lo que pertenecería a nietos y nietas: LA DEUDA.[5]” Todo ello, con la connivencia y las actividades corruptas del propio Estado, que además destina una gran parte de los recursos públicos a pagar intereses a los acreedores privados pudientes: socialismo para ricos.

Pregunto: ¿a quiénes, entonces, interesará acabar con la deuda del Estado?



[1] Keen, Steve (2015:245). La economía desenmascarada. Capitán Swing.
[2] Ibídem (2015:177).
[3] Ibídem (2015:259)
[4] Ver Robert, Michael, 20-5-2016. Monopolio o competencia capitalista: ¿Qué es peor? Revista sin permiso
[5] VV.AA (2011:7).Vivir en deudocracia. Icaria.

lunes, 23 de mayo de 2016

Lo prometido es deuda o ¡Vivan las cadenas!

En los últimos días hemos conocido que nuestro país ha conseguido otro récord histórico y no ha sido deportivo. Los 1.095,35 millones de euros que deben las administraciones equivalen a la mayor deuda pública del último siglo. Por primera vez, desde el año 1909, la deuda pública supera el 100% del PIB; es decir, el Estado debe más de lo que el país produce en un año.  El crecimiento de la deuda ha sido especialmente importante en los meses de febrero y marzo del presente año, parece que las elecciones tienen su influencia.

El hecho demuestra la banalidad de las campañas electorales, en las que los partidos participantes se las ingenian para decir aquello que los votantes quieren oír y luego aplican aquellas recetas que les llevan a conseguir sus verdaderos objetivos. Por ello, si queremos ser verdaderamente responsables de nuestro deber democrático no nos queda más remedio que analizar la actuación de los partidos, analizar que votan a favor y que en contra para saber realmente que es lo que persiguen. Si no lo hacemos nos toparemos con una realidad para nada parecida a aquella que nos prometieron y seremos culpables de que así sea.

Nos prometieron reducir la deuda. Proclamaron a los cuatro vientos que la herencia recibida era nefasta y que se encargarían de enderezar la situación. Nos recortaron en sanidad. Nos recortaron en servicios sociales. Nos recortaron en educación. Hicieron que los que más tenían pudieran incluso repartirse los beneficios del esfuerzo que hacía la mayoría. Hicieron que todos contribuyéramos a pagar el gran agujero que provocaron los poderosos en el sistema financiero. Pusieron al borde de la indigencia a gran parte de la población. De hecho muchos de ellos no pudieron soportar su vida de penurias. Las estadísticas mostraron el aumento de suicidios alentados por sus crisis. Y todo ¿para qué?

Todo para encontrarnos en una situación peor todavía que aquella en la reprochaban la herencia recibida al anterior gobierno. Y no es poco un incremento de la deuda pública de más de un 30 %. Aun así, aquellos que defienden las políticas austeras del actual gobierno en funciones siguen empeñados en que sigamos con la venda puesta en los ojos y que no seamos conscientes de la realidad. Realidad que no hace más que  confirmar inadecuadas a sus políticas, ya que lo único que consiguen es profundizar y mantener la crisis que largamente padecemos. Está claro que lo prometido no es una deuda de la que algunos se hagan responsables. Más bien todo lo contrario, parece que lo que realmente se persigue es mantener a la ciudadanía, al pueblo, cargado de deudas, cargado de cadenas.

¡Vivan las cadenas! es un lema acuñado por los absolutistas españoles en 1814 cuando, en la vuelta del destierro de Fernando VII, se escenificó un recibimiento popular en el que se desengancharon los caballos de su carroza, que fueron sustituidos por personas del pueblo que tiraron de ella. Se pretendía justificar con ello la decisión del rey de ignorar la Constitución de 1812 y el resto de la obra legislativa de las Cortes de Cádiz, gobernando como rey absoluto. En este grito se muestra la impotencia y el servilismo del pueblo y es apropiado para, que algunos entre los que me encuentro, podamos entender el porqué de que tozudamente sigamos avalando las políticas que nos mantienen encadenados, dando vueltas a la noria que sólo beneficia a los que ya poseen excesivos beneficios.

Aquellos a los que gusta encadenar a la mayor parte de la población, y consideran obligatorio que las cadenas se lleven hasta expiar la culpa que ellos mismos han transferido a la población. Pero las cadenas son un invento al servicio de intereses privados, de intereses poco dados al bien común. El escritor y politólogo belga  Éric Toussaint nos advierte de que: “El 65% de la deuda pública española es ilegítima, contratada contra el interés general”. Desgraciadamente es lo que ocurre en muchas ocasiones cuando hablamos del pueblo, de la ciudadanía, de los débiles, sean personas o naciones. Y, sin embargo, nos dejamos atrapar por la inercia y la inconsciencia de nuestros actos considerando héroes a aquellos que realmente solo miran por sus propios intereses y populistas e inconsistentes a aquellos otros que buscan el bien común.

miércoles, 18 de mayo de 2016

Ese pobre nos roba

Hay mucha gente que montada en su fundamentalismo ideológico, aún hoy, defiende el escamoteo de unos recursos básicos a los que más lo necesitan y, sin embargo, presionan para obtener suculentos beneficios fiscales y no fiscales; se niegan a pagar y esconden sus dineros en paraísos fiscales burlando sus obligaciones para con la sociedad que les acoge y de la que dicen ser máximos defensores de su bandera y símbolos; marca España. Y vemos, sin embargo, con estupor que el Ibex-35, en el que se encuentran las grandes empresas de nuestro país y los empresarios que reciben los sueldos más estratosféricos, triplicó su presencia en paraísos fiscales durante la presente crisis.

A los pobres, sin embargo, se les excluye de los derechos sociales, se les priva de los medios básicos para una vida digna y se les hace, además, responsables de ello. Hay así "…una categoría de personas ‘excluidas’ a las que se atribuye un amplio repertorio de características individuales: poca fuerza de voluntad, vagancia, vicios, incapacidad para gestionar el dinero, hábitos sexuales no aceptados, impulsividad, predisposición a la delincuencia, alcoholismo, drogodependencias […] la sutil pero progresiva transformación de los problemas sociales en asuntos individuales justifica la transferencia de responsabilidades del ámbito de los servicios sociales al de la política criminal[1]".

Un recurso ampliamente utilizado por el fundamentalismo neoliberal para acabar con el paro, es poner a los ciudadanos al borde de la indigencia para que formen un ejército de parados que pueda servir de reducción de los costes salariales y, como consecuencia, sirvan de impulso de nuevas actividades empresariales con más posibilidades de beneficio y luego echarles la culpa de lo que les pasa. El incremento de la presión sobre los parados para que trabajen vía su culpabilización, viene a plantear que las causas del desempleo se encuentran en deficiencias aptitudinales o actitudinales de carácter personal. El mensaje que se lanza es que el empleo lo crean los empresarios y el desempleo los propios trabajadores.

Con esta filosofía todo vale. Nos inoculan para cualquier barbaridad. El colmo de la insensibilidad y la falta de empatía lo hemos visto en estos días con la propuesta del BBVA de reducir los salarios de los trabajadores un 7 por ciento para fomentar el trabajo, ¡cómo si la austeridad estuviera dando resultados! Aclaremos, además, que el salario mínimo interprofesional (SMI) es de 9.168 euros anuales y que el presidente del BBVA cobra alrededor de 15.470 euros diarios.

No obstante, debiéramos estar acostumbrados a estas cosas con el modelo neoliberal; una, entre muchas, que nos cuenta Owen Jones es la siguiente: “Brian McArdle era un exguardia de seguridad de cincuenta y siete años de Lanarkshire que había quedado medio ciego y paralizado de un costado por un derrame cerebral. Le costaba horrores hablar, ya no digamos alimentarse o vestirse; un ejemplo clásico y trágico de por qué es tan importante que en nuestro país exista un Estado de bienestar, pueden pensar ustedes. Sin embargo, al señor McArdle le mandaron presentarse a una “evaluación de aptitud para el trabajo” a cargo de Atos, una empresa francesa contratada para reducir el gasto en prestaciones a base de reducir el número de personas que solicitaban ayudas de incapacidad. Días antes de su cita, McArdle sufrió otro derrame cerebral, pero, aun así, se presentó. Lo declararon apto para el trabajo. El día 26 de septiembre de 2012, le informaron de que iba a dejar de cobrar prestaciones al día siguiente, le dio un ataque al corazón, se desplomó en la calle y murió.[2]

Quien nos ha traído la crisis nos ha apresado en un mundo cruel y feroz. El índice de incidencia de siniestralidad laboral, cuya tendencia era descendente  antes de la crisis, se revierte en el año  2012 a pesar del cierre casi completo de la construcción. Sector que mostraba los peores índices de siniestralidad laboral. Las personas que han solicitado la Renta Mínima de Inserción (RMI) en el ámbito nacional, han pasado de 103.071 personas titulares de RMI en 2007 en el inicio de la crisis, a 258.408 personas en el año 2013 según los ministerios de Sanidad y Servicios Sociales e Igualdad. Sin embargo, en el año 2014, el número de filiales ubicadas en territorios con ventajas fiscales batió el récord con 891. El Banco Santander, con 235 filiales, es la principal beneficiaria de la elusión fiscal, según un informe de Oxfam Intermón y el ORSC.

No puedo estar más de acuerdo con Susan George cuando nos dice: “Estamos viviendo una fase regresiva en lo que respecta al bienestar humano y medioambiental. Una clase internacional dominante especialmente codiciosa no ceja en su empeño de arrebatar a la clase pobre trabajadora y a la clase media muchas de las mejoras y ventajas por las que tanto han luchado en las últimas décadas y los últimos siglos. La lucha  ahora debe ser internacional. Los derechos humanos deben ser universales y, para que ello suceda, las instituciones públicas y privadas deben  estar bajo el control de la democracia.[3]

En estos últimos decenios la diferencia entre pobres y ricos no ha hecho más que agrandarse, sin embargo, no se ha penalizado a aquellos que han tenido la culpa de la misma y sí a los pobres que han sufrido las consecuencias. ¡Qué mundo cruel!




[1] Sales, Albert (2014:13): El delito de ser pobre. Una gestión neoliberal de la marginalidad, Barcelona: Icaria.
[2] Jones, Owen (2015:270). El Establishment. Seix Barral.
[3] George, Susan (2005:37-38) Frente a la razón del más fuerte. Galaxia Gutenberg.

jueves, 12 de mayo de 2016

Creando nuestra realidad

Por lo general nos merecemos lo que tenemos. Creamos el mundo a nuestra imagen y semejanza y no deberíamos sorprendernos, ni quejarnos de los resultados. Hemos organizado la sociedad alrededor del capitalismo, no siempre ha sido así, claro, de hecho es un invento que se puede considerar reciente. Pero el capitalismo ha conseguido iniciativa propia y se ha convertido en una fuerza arrolladora mediante la cual, a través del progreso, y el éxito nos ha puesto a competir unos contra otros[1]. Nos ha llevado sin darnos cuenta a trasmutar nuestros valores poniendo en lo más alto al egoísmo y la lucha individual. ¡Sálvese quien pueda y que sobreviva el más fuerte!

Esta rivalidad en la que nos obligamos  a estar,  y en la que competimos por subir más arriba que los demás, tiene algunas ventajas (especialmente para unos pocos), como la continua búsqueda de innovaciones que nos permitan una mayor productividad y un margen de beneficio más amplio. Estas virtudes han hecho que para una mayor cantidad de personas el mundo sea menos penoso y habitable. Pero, tiene muchos inconvenientes, entre ellos y principalmente, aunque parezca un contrasentido, el olvido de las personas y de la naturaleza (ambas son ya un medio y mercancía barata para la búsqueda de ventajas en este mundo competitivo).

Se ha demostrado científicamente que la organización del cerebro de los seres humanos no está determinada genéticamente, cosa diferente a lo que ocurre con los chimpancés, y de ahí su flexibilidad para recibir las influencias del entorno social. Este entorno, sin embargo, recibe las mayores influencias de aquellos que ostentan el poder y, en el capitalismo, este poder tiene mucho que ver con la posesión de riquezas y la situación económica. Siguiendo a  Manuel Castells  hemos de convenir además “que las relaciones de poder se construyen en la mente a través de los procesos de comunicación, […], estas conexiones ocultas muy bien pudieran ser el código fuente de la condición humana.[2]” La comunicación por tanto es básica para generar códigos de conducta en la especie humana, y, por tanto,  “el poder, depende del control de la comunicación, al igual que el contrapoder depende de romper dicho control.[3]

Y es que si la fuerza de la comunicación no fuera tal como se ha expresado, no podríamos comprender como aguantamos que las siguientes noticias puedan coexistir: junto con la noticia de que los 30 ejecutivos mejor pagados de la Bolsa española se repartieron 252 millones de euros en 2015, podemos leer que los  mismos que se embolsan grandes fortunas criminalizan a los que cobran subsidios del Estado que no les llegan siquiera para vivir. Sobre todo la diferencia chirría más, si tenemos en cuenta que los más subsidiados, en los países que mantienen el capitalismo neoliberal y trapacero, son los bancos y las grandes empresas.

Vivimos en un mundo que desprecia las pruebas y prefiere administrarse por la especulación[4]. La especulación en la comunicación llega a niveles sólo transitados por el sistema financiero. Lo importante no es la verdad sino la realidad que podemos crear con la especulación comunicativa. El martilleo de las mentiras puede ser más efectivo que la verdad y por ello, en este mundo del capital rampante, la mentira es un medio para perseguir el éxito y el progreso personal, sin que importen las personas, sin que importe la naturaleza. Ya que el capital siempre busca y encuentra formas de expandirse y llevar a cabo sus objetivos pese a quien pese.

Es bochornoso el espectáculo que están montando en nuestro país algunos periodistas. En la defensa de sus intereses o de quien les paga, vale todo. El medio: la mentira, la invención de documentos, la destrucción de pruebas; no importa. Las consecuencias tampoco. Es una lucha a vida o muerte y cualquier arma que sea de utilidad es bienvenida. Al enemigo ni agua. Hasta la muerte. La codicia, la lucha egoísta y descarnada y la mentira se están cargando, no obstante, la posibilidad de una sociedad más justa y mejor.

Es bochornoso la actuación de los medios de comunicación que, manipulados por el poder económico, se ofrecen a estos juegos de guerra y hambre. Juegos que convierten lo irreal en real y lo graba en nuestro cerebro a fuego lento. La audiencia manda y la audiencia ha sido manipulada por la información tergiversada que busca un mundo que se va creando conforme interesa a los grandes poderes.

En un reciente artículo de Vicenç Navarro, se decía que “el hecho de que un rotativo en su editorial apoye un partido político no es, en sí, censurable. Ahora bien, sí que es censurable y denunciable que sus simpatías lo lleven a tergiversar la realidad (manipulando o incluso mintiendo) para favorecer a tales partidos y/o desfavorecer a los que consideran como sus adversarios.” Debemos darnos cuenta de la sociedad que hemos creado, sociedad en la que los fines están haciendo que los medios no importen, que los valores se signifiquen por su ausencia y que éste contexto vaya adaptando nuestro cerebro a la realidad manipulada y dirigida por los poderosos. Así se escribe la historia y ya sabemos que la historia la escriben los vencedores.

El dinero genera una realidad “desvirtuada”, una sociedad parcializada y dividida. “La codicia, aunque casi nunca se presenta como tal, es aplaudida como un medio para liberar el potencial del individuo y promover la prosperidad por el bien de todos.[5]No existen códigos deontológicos, ni éticas que valgan. “Los pobres deben obedecer las reglas del capitalismo despiadado. Pero los bancos que han sumido al mundo en la calamidad económica, no. Para ellos hay una red de seguridad: el Estado de bienestar viene a rescatarlos.[6]”Es difícil, por otra parte, en un sistema en el que los de arriba juegan a hacerse ricos sin ninguna responsabilidad, no entrar en el mismo juego que practica el resto de los poderes fácticos, siendo, tristemente, la corrupción su consecuencia más visible.

Por todo ello, no se puede dejar de reconocer el esfuerzo llevado a cabo por aquellos ciudadanos, periodistas o no, que han puesto de manifiesto las redes de corrupción, que han denunciado a los defraudadores que esconden su dinero en los paraísos fiscales y que luchan contracorriente contra el fundamentalismo neoliberal, exponiendo, incluso, su vida. Es un nuevo aliento que nos devuelve una brisa de esperanza en el esfuerzo por crear un mundo mejor.



[1] Valter hugo mae (2012:101) La máquina de hacer españoles. Alfaguara.
[2] Castells, Manuel (2009:30) Comunicación y poder. Alianza Editorial.
[3] Ibídem (2009:23)
[4] Valter hugo mae (2012:85) La máquina de hacer españoles. Alfaguara.
[5] Jones, Owen (2015:445). El Establishment. Seix Barral.
[6] Ibídem (2015:390)

sábado, 7 de mayo de 2016

¡Es la política, imbéciles! ¡O es la ética!

No hay duda de que nos encontramos en una lucha política entre distintas visiones e intereses. Si no queremos llamarla lucha de clases, la podemos denominar como a cada uno le parezca conveniente, con la ventaja de que a aquellos que les interesa ver la política de conformidad con los poderes reinantes les es más fácil salir vencedores de la refriega. Así Manuel Castells nos decía, avalando esta tesis, que “las relaciones de poder constituyen el fundamento de la sociedad porque los que ostentan el poder construyen las instituciones de la sociedad según sus valores e intereses[1]”. Y además nos alertaba de que “la lucha de poder fundamentalmente es la batalla por la construcción de significados en las mentes[2]”.

En esta lucha que libramos hay quién se viste con las prendas de los otros. Hacen pensar al electorado que aplicarán una política social para que los incautos se den cuenta tarde de que la realidad es que su proyecto era totalmente contrario a lo que proponían. Y esto nos demuestra que cualquier político sabe que su obligación es luchar por la mayoría de los ciudadanos, respetando los derechos básicos para aquellos más débiles y necesitados. No obstante, la vieja política se ha encargado de camuflar sus verdaderas intenciones. No debaten programas, no argumentan ideas, se especializan en buscar, incluso con recursos públicos, los puntos débiles del contrario, y, si no los encuentran los inventan.

Se machaca la mentira hasta que parezca verdad y el ciudadano no es capaz de ver más allá de las ideas implantadas en su mente. Noticias de gran calado son tratadas con sordina, no interesa que se conozcan. Noticias sin importancia se dan con bombo y platillo dando una importancia y malignidad que no tienen. Así una política económica completamente destructiva se llega a considerar la única alternativa. Marketing perfecto. Volcarse en las exportaciones es considerado como la magia necesaria para salir de la crisis, cuando se sabe que el Producto Interior Bruto (PIB) está basado en su mayor parte en la demanda interna: no puede ser de otro modo. Y esta demanda tiene que ver con los puestos de trabajo, con los salarios y con las prestaciones sociales. Es sabido, por el contrario, que las exportaciones son un juego de suma cero, que para que un país tenga superávit, tiene que haber otro que luche contra su déficit. Alemania conoce bien esta ley económica y sonríe.

El slogan que se utiliza para el engaño masivo es el de “la creación de empleo”. Posteriormente se vende que partir los contratos en dos y disminuir el paro y los empleos es una consecución de las promesas realizadas. Precarizar el trabajo, disminuir los salarios hasta hacerlos inservibles para la vida, posibilitar la huida de los jóvenes españoles que no tienen opción de encontrar trabajo, hacer que muchas familias se queden sin ningún miembro que tenga un empleo para ganarse el pan, adobar todo ello con la subida de los servicios básicos y las tasas de los servicios público; no parece una desatención de los ciudadanos. ¡Los pobres tienen que realizar su función de pobres!

También, hay una lucha encarnizada sobre el medio ambiente. El modelo económico capitalista, tiene como base el crecimiento continuo e ilimitado, choca, por tanto, frontalmente con la propia naturaleza finita de nuestro planeta. Las ansias de beneficio empresarial no están recortadas por los costes del medio ambiente. Los costes lo pagaremos los ciudadanos del mundo y en primer lugar los que menos tienen. El orden neoliberal claramente no cuida su casa. El beneficio privado, en contra de lo que decía Adam Smith, se olvida y pone en marcha la destrucción de la casa de todos.
Estas dos posiciones enfrentadas y el olvido de las necesidades sociales y del medio ambiente, se manifestaron claramente en la reforma del artículo 135 de la Constitución. Se preservaron, sin participación del pueblo, los intereses de los poderosos en contra de la salvaguarda del Estado de Bienestar Social.

Realmente lo que está en lucha es una visión del mundo en el que todos puedan vivir con dignidad y con el reconocimiento de los derechos humanos contemplados en la normativa internacional y otra visión que considera que es necesario una acumulación de riqueza entre las élites, entre los más ricos, para que puedan caer las migajas a los que se encuentran pisoteados por abajo. Es una lucha que se traslada al campo político con un resultado muy negativo, porque, en cualquier empresa es muy difícil progresar sin un código ético, sin busca de unos objetivos comunes y, sin embargo, las distintas partes tiran de los extremos para no llegar a ningún sitio y haciendo posible una ruptura que puede llegar a ser dramática.

Estamos nuevamente en campaña electoral, me equivoco, no hemos dejado de estar en ella. Seguimos jugándonos un futuro, ya no mejor, sino posible, y debemos saber desentrañar la realidad de nuestra política para poder hablar y votar libremente.  Y volviendo a la sabiduría de Castells, no podemos olvidar que “En el contexto de las emociones básicas que han identificado los neuropsicólogos (miedo, asco, sorpresa, tristeza, alegría e ira), la teoría de la inteligencia afectiva en la comunicación política sostiene que el desencadenante es la ira y el represor el miedo[3]”. Y que “las personas sólo pueden desafiar a la dominación conectando entre sí, compartiendo la indignación, sintiendo la unión y construyendo proyectos alternativos para ellas y la sociedad en su conjunto[4]”.



[1] Castells, Manuel (2015:26). Redes de indignación y esperanza. 2ª Edición actualizada y ampliada. Alianza Editorial.
[2] Ibídem (2015:27).
[3] Ibídem (2015:240)
[4] Ibídem (2015:249)

lunes, 2 de mayo de 2016

Cuando el valor social es el libre mercado

Nos dice Jose Antonio Marina que “La inteligencia es una facultad personal, pero se desarrolla siempre en un entorno social e histórico que determina sus posibilidades [...] Nuestra inteligencia es estructuralmente social. Un niño aprende en pocos años los que la humanidad tardó milenios en inventar[1].” Me pregunto ¿qué inteligencia social estamos creando cuando el valor fundamental hoy es la lucha individual y la competitividad sin tregua? ¿Qué último paso estamos dando en nuestra humanidad y que mundo estamos creando para incorporarlo a la herencia común de nuestros hijos y nietos?

Desde los tiempos de Margaret Thatcher y Ronald Reagan el paradigma fundamental de las sociedades occidentales, el pensamiento único, se ha centrado en el llamado neoliberalismo, y sus mantras han sido seguidos fervientemente no sólo por los partidos de la derecha sino también por aquellos que en su día defendían a los trabajadores y eran ubicados en la izquierda del espectro político, pero que hoy en día defienden los mismos dogmas económicos y políticos y, por ello, no se encuentran pactando con los verdaderos ideales de la izquierda: siempre a favor de aquellos que menos tienen y son los puntos débiles de la sociedad, y buscan su espacio político camuflándose entre aquellos otros que, aunque con otra piel, defienden los valores conservadores y neoliberales.

El libre mercado y el derecho de propiedad son la base de un sistema capitalista dónde el valor principal es buscar el propio beneficio y acumularlo, aunque suponga empobrecer al vecino, al compañero, al conciudadano, a otro ser humano. El beneficio capitalista corre en pos del dios Dinero que otorga grandes poderes y ayuda a una vida feliz, aunque sea difícil en medio de la pobreza y de las injusticias con otros. Pero no todo vale y por eso algunos vemos con rubor que la tan cacareada Responsabilidad Social Corporativa plasmada en códigos éticos corporativos es violentada y oscurecida por los paraísos fiscales que ocultan la verdad: los que ganan en la batalla del libre mercado no quieren ser solidarios con la sociedad que les impulsa y ensalza.

Inventamos el menos malo de los sistemas políticos: la democracia. Hemos ido limando desigualdades, en los géneros, en las tendencias sexuales, en las opiniones religiosas, en las ideologías, etc., y sin embargo, estamos creando la mayor de las desigualdades, la que tiene que ver con la riqueza y con los medios necesarios para una vida digna.

Esta desigualdad está logrando, incluso, trastocar las igualdades básicas adquiridas y especialmente el germen de la democracia. La igualdad de voto: una persona un voto, es algo, que si alguna vez existió, ya no existe. La riqueza acumula votos y la pobreza los pierde. Es la razón de un capitalismo cada vez más centrado en la búsqueda de relaciones para triunfar; el objetivo no es la generación de una inteligencia social que haga prosperar a la comunidad en su conjunto, el objetivo es sobresalir sobre los demás y que cada cual se busque sus habichuelas. Si me llevo unos cuantos millones a un paraíso fiscal, mis poderes sociales se ocuparán de que toda mi responsabilidad quede en fuegos artificiales, pero si además del paro trabajo en negro para poder sacar a mi familia adelante, mi panorama es de un negro azabache difícil de ocultar en esta sociedad que con piel blanca tiene el corazón negro como el tizón.

Owen Jones transcribía en su libro El Establishment que “Por asombroso que parezca, la conexión corporativo-legislativa en Gran Bretaña era seis veces más fuerte que la media de Europa Occidental, y diez veces mayor que en los países escandinavos.[2]” Estas son las consecuencias del sistema en el que hemos caído, inoculado por los países anglosajones, y del que es difícil salir incluso para aquellos que tienen que sufrirlo.  Owen Jones argumenta al respecto “No son solamente la ideología y el interés propio lo que hace que los políticos sean unos defensores tan naturales de los ricos. Gran parte de su tiempo se lo pasan en compañía de intereses privados y de sus elegantes y muy profesionales equipos de presión. Los políticos forman parte del mismo medio, y siempre están oyendo a las empresas presentarles sus argumentos de forma tan atractiva como persuasivas[3]”. Por eso la sociedad necesita controles y políticos honrados para que se cumplan aquellos valores en los que creemos la mayoría de nosotros.

Se necesitan profesionales que ejerzan con libertad. Se necesitan profesionales que no sean sólo grandes conocedores de su profesión, sino, también, buenas personas. Se necesita una prensa libre, no una prensa vendida que sea el mayor lobby del statu quo que beneficia a los poderosos (no todo vale). Se necesita una justicia que aplique las leyes lo más objetivamente posible. Se necesitan políticos que busquen leyes que permitan la defensa de los débiles, razón última de las leyes en una sociedad en la que el fuerte siempre tiene las de ganar con los valores actuales. Esta es la inteligencia que debemos transmitir a nuestros descendientes, esta es la inteligencia que nos conducirá a un mundo mejor en el que busquemos un desarrollo sostenible que beneficie a la mayoría.



[1] Marina, José Antonio (2015:39-40). Despertad al diplodocus. Ariel.

[2] Jones, Owen (2015:110). El Establishment. Seix Barral.
[3] Ibídem (2015:122).

Los humanos No somos tan inteligentes

En un mundo en el que la información circula a velocidades siderales, en el que el conocimiento del medio es cada día mejor, sorprende que...