lunes, 30 de noviembre de 2015

Las aviesas intenciones en campañas electorales

A algunos nos gustaría que las campañas electorales fueran limpias y no se jugara a desprestigiarse los unos a los otros manipulando sus propuestas en  aras a desenfocar la realidad de sus verdaderas intenciones. Recientemente, en el debate celebrado en la Universidad Carlos III, entre el líder de Ciudadanos Albert Rivera y el líder de podemos Pablo Iglesias, el primero atacó diciendo que el segundo proponía subir los impuestos a las clases medias. Una apreciación discutible y no banal que perseguía efectos colaterales aunque pareciera inocente. Está claro que este ataque venía de una reflexión profunda ya que, a pesar de la pobreza rampante, la mayor parte de la población de nuestro país se considera y se agarra a la clase media y, por lo tanto, la aseveración lanzaba una red de arrastre a una mayoría del electorado menospreciando, por parte del pescador, la certeza o no de la misma y si el estrato de gente a la que iba dirigida era, para mayor inri, el mismo que sufrió la sobredosis de préstamos arriesgados inyectados por el sistema financiero.

Dentro de la estructura de clases “El término clase media, como el término burgués, posee dos aplicaciones diferentes, una económica y otra sociocultural, aunque ambas se interrelacionan con claridad […] se emplea habitualmente para caracterizar a quienes ganan al menos un módico ingreso, pueden comprar bienes de consumo y dedican sus esfuerzos principalmente a aumentar su nivel de prosperidad material y a disfrutar de él […] La pasión por el bienestar material es esencialmente una pasión de las clases medias; con ellas crece y se difunde, con ellas se convierte en factor preponderante; de ellas se sube a las clases superiores de la sociedad y se desciende a la masa del pueblo[1]”.

Pues bien, la clase media económica ha tirado en tiempos de crisis hacia abajo de la clase media sociocultural debido a los recortes salariales que han dado lugar a la figura del trabajador pobre, al paro, a la falta de recursos a la que se añaden los recortes en los servicios de salud, educación y sociales, etc. Pero, todo el mundo quiere mantenerse dentro de la clase media, la pasión por el bienestar no es flor de un día que se olvide y renuncie fácilmente. Es difícil renunciar a aquello que nos hace feliz, salvo que no tengas ninguna posibilidad, que te encuentres con las alas cortadas para el mínimo vuelo y sientas el cuchillo amargo del hambre en tu realidad diaria, que impedirá, por otra parte, llevar una vida mínimamente digna.

Son aviesos también, en esta época preelectoral, los objetivos que se buscan con la realización machacona de encuestas dirigidas y cocinadas. El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente. Así, en un artículo del pasado sábado publicado en el periódico digital Nueva Tribuna por Félix Tezanos y titulado ¿Por qué se equivocan tanto los sondeos electorales? Se escribe: “Las encuestas están siendo utilizadas como instrumentos de apoyo a los candidatos preferidos por determinados conglomerados mediáticos y grupos de poder, que intentan influir en los votantes para que las partidas electorales se jueguen en los términos que ellos creen más oportunos”. Es cada vez más habitual utilizar estos métodos indirectos y perversos para emborronar y ocultar la realidad. El ciudadano, por tanto, tiene que estar ojo avizor y participar activamente en la política si no quiere que elijan por él y en contra de sus verdaderos criterios e intereses.

Incluso, aunque no se empleen medios tan groseros como en el pasado. También hay casos de manipulación sin tapujos que dan vergüenza ajena. Uno en el que la mentira es el arma más utilizada con el único objeto de manipular, desorientar, calumniar y destrozar los argumentos del otro, es el caso de los tertulianos televisivos. Hay “algunos” de ellos que se han especializado en desprestigiar sistemáticamente a partidos determinados y a personas concretas. Otros, sin embargo, con argumentos vacíos y endiosados en su falta de ética son capaces de defender a ultranza aquello en lo que, como pasa en las religiones, ni siquiera ellos creen, pero, eso sí, de su actitud sacan pingües beneficios. Así, sin un ápice de turbación, mienten, sin rubor y sin pestañear.

Esta es la democracia que tenemos y que hemos ido amasando, basada en la competitividad feroz y en la lucha sin cuartel por el poder y los recursos. Así incentivamos la mentira, la falta de respeto y hacemos decrecer la solidaridad y la empatía. Esta es la democracia que, por tanto, nos merecemos. Ya que adocenados por el bienestar nos hemos convertido en gentes sin alma, pusilánimes. Y para salvaguardarnos de nuestra indolencia no queda más remedio que crear instituciones que garanticen unas reglas de juego mínimas y que, además, nos ofrezcan alguna claridad en la maraña de informaciones interesadas que nos inundan a diario.

La DEMOCRACIA con mayúsculas es un bien preciado que no debemos adulterar. Sin embargo, cada día estamos más anestesiados, más adormecidos y somos menos conscientes de las intenciones malévolas que buscan menoscabarla y arriman el ascua a la sardina de los poderosos que, claramente, son aquellos que tienen más y mejores herramientas para salirse con la suya; más herramientas, pero, ni se han esforzado más por obtenerlas y por mejorar a la sociedad, ni merecen, en consecuencia, más derechos que los demás, ya que su poder deriva del desigual e injusto reparto de los bienes y servicios que la sociedad genera. Una verdadera democracia, no obstante, es un lujo social que redundará en el bien común con una verdadera y bondadosa mano invisible[2], que reducirá desigualdades, generará un mayor equilibrio en las oportunidades, aumentará las capacidades y la autonomía de los ciudadanos e incluso fomentará una economía sana con sensibilidad para el medio ambiente y nuestros conciudadanos.



[1] Plattner, Marc F. Un aviso para la democracia liberal, artículo integrado en La Vanguardia Dossier número 47 de abril/junio de 2013; pág. 32

[2] En economía la mano invisible es la metáfora que expresa la capacidad autorreguladora del mercado. Adam Smith, padre de esta ciencia y considerado el autor de la idea, pensaba que se procuraba el bien de la sociedad cuando se perseguía el interés egoísta de cada uno. Los resultados de este fundamentalismo se han revelado en las continuas crisis e injusticias sociales que ha provocado.

martes, 24 de noviembre de 2015

La humanidad cotiza a la baja

La confianza en los mercados, como bálsamo de fierabrás que todo lo arregla, ha exacerbado el individualismo, el búscate la vida y la lucha por sobrevivir. Ha demostrado que el fraude y la corrupción “es un elemento inherente a la fragilidad de las finanzas[1]”. Ha potenciado la disputa empresarial por los beneficios, por liderar los segmentos de mercado y por apuntalar su poder y sus beneficios futuros. Ha acelerado la aparición de una economía globalizada mediante la búsqueda de nuevos mercados que explotar y ha configurado un mundo más desigual e injusto. La búsqueda de beneficios no se ha amedrentado siquiera ante las guerras, ni ante la muerte de personas inocentes. Así, en este estado de cosas, la humanidad, como fácilmente se comprueba en este mundo revuelto y obscuro, cotiza a la baja.

A través de los tiempos se han venido dando distintas soluciones a los problemas vitales y a la vida en sociedad, soluciones que, con la perspectiva que nos da la historia, en algunos casos parece que perdían de vista la finalidad última: mejorar nuestra existencia en esta vida. Es muy difícil, sin embargo, acertar en nuestras decisiones porque no sabemos a ciencia cierta para qué estamos aquí. La historia, no obstante,  nos enseña que cuando el objetivo se eleva a buscar algo fuera del mundo conocido, por encima de la vida tangible, nos solemos perder en los vericuetos de la realidad y destrozar aquello que realmente percibimos como loable y deseable. Es importante subrayar, por tanto, que desde los clásicos a la actualidad, los filósofos se han decantado por considerar al hombre un animal que habla y que, por consiguiente, necesita al otro para llegar a ser lo que es. No es por tanto descabellado manifestar que el hombre nace para el hombre en el sentido extenso: para la humanidad.

Nos decía Inmanuel Kant en su Crítica de la razón práctica que “Sin duda el hombre no es suficientemente sagrado, pero la humanidad en su persona sí que debe serlo”. Esta humanidad en cada uno de nosotros es la que, por motivos a veces inconfesables, se pisotea sin el menor rubor, ni atisbo de culpa. Fernando Savater en su Humanismo impenitente declara que “Tener humanidad es sentir lo común en lo diferente; aceptar lo distinto sin ceder a la repulsión de lo extraño” y apunta además: “los hombres se hacen humanos unos a otros y nadie puede darse la humanidad a sí mismo en soledad, o, mejor, en el aislamiento”. La crueldad, sin embargo, como pensaba Schopenhauer, es la complacencia en causar dolor y, por tanto, en el claro reverso de la humanidad. Y Savater, finalmente, nos llega a decir en su libro Invitación a la ética “la violencia no sirve tanto al hombre cuanto a la parte no humana, cosificada, que hay en el hombre”. Todo ello, hace pensar que la humanidad está en horas bajas.

En estos difíciles momentos se oye cada vez más la palabra buenismo como peyorativo y a sus defensores como retrógrados o extremistas; se prefiere, por contra, simplificar las cosas volviendo a las películas de buenos y malos, volviendo a la lucha del bien contra el mal. Pero, buscar el bien de los demás, el promover una vida digna para el otro, se califica como populista, término utilizado, como no, también en sentido negativo. Sin embargo, las políticas de austeridad; los recortes de derechos, los recortes de servicios básicos y a veces esenciales, los recortes de los sustentos para vivir; son medidas políticas que nos llevarán a medio y largo plazo al paraíso. Es verdad, ya el gran economista Keynes nos decía que “a largo plazo todos muertos”: ¡será por eso!

La violencia genera violencia y pocas veces se termina una negociación machando al contrario. No obstante, el remedio que aplicamos para resolver nuestras diferencias sigue siendo la solución militar, las guerras, aunque, por activo y por pasivo somos conscientes de que poco adelantamos con ello, salvo el beneficio de aquellos que aumentan su fortuna o su poder. Los grandes cambios han surgido siempre como consecuencia de importantes evoluciones en la forma de pensar. Las ideas, por otra parte, siempre han sido los muros más difíciles de saltar. Aquello en lo que creemos como dogma de fe, porque en muchos casos se ha asentado en lo más profundo de nuestro ser, suele ser la prisión que no nos deja caminar: evolucionar. Por ello cambiar el esquema de pensamiento, la cultura, los valores, etc. puede ser un camino adecuado para el cambio permanente.

Debemos dar la vuelta a la gráfica que indica nuestro hundimiento como humanidad. No vivimos sólo para que nuestros sentidos perciban el mundo, sino también para que con nuestras acciones podamos modificar y conseguir un mundo mejor que nos encamine a un desarrollo de nuestras capacidades, y éstas, a la vez, nos ayuden a buscar valores que entronquen con nuestros fines, con el sentido último de nuestras vidas, o, al menos, nos permitan valorar las mejores decisiones que nos encaminen hacia un mundo más armónico y beneficioso para la humanidad. Para ello hay que huir, por principio, de la posesión de la verdad, ya que aquel que cree tenerla está encadenado a ella y no tiene libertad. La mejor herramienta para conseguir resultados beneficiosos en nuestras sociedades sigue siendo la educación, la educación abierta y no doctrinaria, que ayude a conocer y comprender a nuestros semejantes, generando compasión, generando incremento de empatía, lo que como objetivo daría mejores resultados que la búsqueda inconsciente de un crecimiento continuo basado en un indicador perverso como el Producto Interior Bruto.


[1] Wolf, Martin (2015:193). La Gran Crisis: cambios y consecuencias. Deusto.

martes, 17 de noviembre de 2015

El hombre sigue siendo el mayor peligro para el hombre

No suelo escribir bajo el impulso de los sucesos diarios. Estos cuando surgen suelen venir motivados por situaciones y hechos previos que pasamos por alto, que obviamos, que no tomamos en cuenta y que, sin embargo, lloramos cuando la situación se desboca y con dolor vemos que ya no tienen remedio, ya es tarde, el dolor no puede parar la injusticia ya pasada y sin vuelta atrás por muchas vueltas que podamos dar a lo sucedido. Si el dolor, no obstante, puede tener alguna utilidad será la de incrementar la empatía de las personas. La empatía, ponernos en lugar del otro, es el modo de superar este hombre dañino y sanguinario con los de su propia especie que no consigue evolucionar a un nivel superior, a un nivel que si se podrá llamar humano.

La respuesta del hombre poco evolucionado es el ¡ojo por ojo,  el diente por diente! Así ha venido respondiendo el hombre desde su origen ya lejano. Pero aunque haya pasado tanto tiempo, seguimos demostrando que no damos pasos adelante en nuestro desarrollo. Es muy posible que pueda ser porque nos equivoquemos en los objetivos a perseguir y en las herramientas de medida a utilizar. Si el mundo gira alrededor de la lucha por la hegemonía con juegos geopolíticos en los que sólo interesa el poder, alrededor de la lucha por el beneficio, sin detenernos en los costes humanos, en el destrozo del medio ambiente, en la pérdida de valores, etc.; estamos corriendo en una dirección equivocada y, tristemente, cuando nos demos cuenta estaremos perdidos, sin posibilidad de vuelta. Sólo, entonces, nos quedaran las lágrimas y el dolor que no conseguimos separar de nosotros mismos, de esta humanidad enajenada.

Hay quien piensa que la única opción para defender la democracia es la toma de las armas y la guerra sin piedad al enemigo. ¡Viejas y machaconas opciones! En otro tiempo también, nosotros, los europeos, hacíamos la guerra santa e íbamos en busca del turco para convertirlos o pasarlos por la espada. Pero, algo me dice que el tiempo de las cruzadas y las guerras santas ya ha pasado y son otros los motivos que mueven la toma de decisiones. Por eso, creo, que la liga antiyijadista parece una medida de otro tiempo, si, además, sólo supone una coalición militar y guerrera o un incremento de medidas penales contrarias a los derechos y libertades reconocidos en nuestra Constitución. Me hace pensar, por otra parte, que hemos aprovechado muy poco los siglos que han transcurrido, y, en consecuencia, no hemos ampliado nuestro conocimiento del medio en que vivimos. Hemos errado sin duda en nuestros objetivos. Se repite, también, reiteradamente que esto es una guerra entre la barbarie y la civilización. Pero esta opinión se deshace por sí misma, ya que la respuesta que las naciones dan, sigue siendo una respuesta militar, llena también de barbarie, falta de sensibilidad con otros hombres y llena de intereses en la industria armamentística y en la lucha geopolítica.

Nos dice sin tapujos y acertadamente el filósofo Santiago Alba Rico: “el atentado es un dantesco acto publicitario y una orgullosa, lúcida y “revolucionaria” declaración de guerra a la moral “burguesa”: os matamos sencillamente porque estáis vivos”. Porque estáis vivo y no os unís a nosotros. Las acciones de ISIS son crueles, sin ningún atisbo de humanidad y propias de personas psicopáticas. Las soluciones no son fáciles. Pero, no por ello, debemos renunciar a realizar algo distinto que pueda dar mejores resultados. Tenemos ocasión y debemos avanzar más allá de los métodos clásicos infructuosos. “París nos da la ocasión [al menos] de comprender a los sirios y de situarlos a nuestro lado, como víctimas hermanas de una barbarie común”. No, no podemos olvidar a la población civil que tiene que acostumbrarse a vivir con la muerte a diario, viendo morir a cientos de sus niños, o lanzarse a una aventura marina manejada por las mafias, huída no querida que muchas veces termina igualmente con sus vidas.

Para progresar en soluciones con mejor futuro, hay medidas que se nos ocurren a todos, pero parece que tampoco, en este contexto, hay ganas de ponerlas en marcha, quizás porque en un sistema de partidos, ponemos por delante el interés de éstos al interés de todos. Una medida enteramente lógica, que sólo requiere consenso político para evitar el fuerte incremento del armamento en ISIS, es cortar las vías de financiación de este estado no reconocido y regresivo. Otra no menos razonable es acabar con la guerra en Siria e Irak, para lo cual parece obvio un embargo masivo de armas a los contendientes y, urgir el cese de los bombardeos contra la población civil. Nos tendríamos que poner en su lugar y sentir el sufrimiento de aquellos que, como se ha dicho anteriormente, tienen que optar entre una muerte segura a manos de los distintos contendientes o una muerte prevista en su huída a otras naciones o, en todo caso, una vida de paria con una ayuda escamoteada por aquellos que han contribuido a su situación.

Apoyar a las fuerzas democráticas árabes, educar en valores ciudadanos y derechos humanos, proteger a los refugiados, como desearíamos que nos protegieran a nosotros mismos y a nuestros familiares si estuviéramos en la misma situación, y acabar con el mercadeo de las mafias cegadas con el oro a percibir, que por cierto es otro modo de financiación de ISIS junto con el comercio del otro oro, el negro, en el mercado de tal nombre.

En un mundo de fronteras abiertas, en un mundo globalizado, sólo cabe un cambio de valores en toda la humanidad. Priorizar la vida de cada uno de los hombres y respetar los derechos humanos básicos, aceptados por todos, es la única medida que puede llevarnos a un nuevo progreso y a una humanidad que merezca ser llamada con este nombre. Es verdad que entre países que celan los derechos humanos y aquellos que los pisotean, son estos los que pueden encontrar más posibilidades de actuar mediante el terror y la barbarie sin ninguna razón. Incluso debemos ser conscientes, para no engañarnos, de que la seguridad total no existe en esta vida y que incrementar un punto en el porcentaje de seguridad supone un gasto público cada vez mayor en el que puede haber intereses fuera del bien común y perversión de los objetivos que debemos priorizar. Sin embargo, seguimos empeñados en buscar mundos duales, mundos bipolares que resuelven sus problemas a bombazos, cuando la historia, contumaz, nos demuestra que esta forma de actuar nos mantiene atados a nuestra animalidad primitiva. No puedo por menos que concluir escribiendo que el hombre sigue siendo el mayor peligro para el hombre. ¡No a la barbarie! ¡No a las guerras! Las invente quién las invente.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Un impuesto fiscal a favor de la mayoría y amigo de la RBU

Como bien dice el premio nobel de economía Stiglitz “los impuestos son el precio que pagamos por tener una sociedad civilizada”. Los ciudadanos, en consecuencia, deberían ser solidarios y con su colaboración contribuir al beneficio de todos. Pero he aquí que sorprendentemente, aunque claramente avalado por la evidencia, se constata que los que más tienen son los que suelen aportar menos impuestos para procurar el beneficio de todos los integrantes de las distintas sociedades desarrolladas. Así podemos leer: “Históricamente, los ricos, incluidos rentistas y especuladores, consideran un expolio tener que pagar al Estado en función de su patrimonio y de sus ingresos. Para ellos, si los gobiernos quieren financiar programas sociales, que busquen otros medios, y no admiten, incluso hoy en día, aunque utilicen argumentos más sofisticados, que se les imponga una fiscalidad específica o progresiva[1]”.

Un caso paradigmático entre los ricos es el de Mitt Romney, candidato republicano a las presidenciales de Estados Unidos de 2012, convertido en símbolo y ejemplo de la escasa contribución de los ricos, cuando reconoció que no había pagado más que un 14 por ciento de impuestos sobre la renta de 2011, y al mismo tiempo se quejaba de que el 47 por ciento de los estadounidenses eran unos aprovechados[2]. Pero ¿quién son verdaderamente los parásitos, los que se aprovechan de los demás en la sociedad? ¿Aquellos que para poder vivir él y su familia son capaces de cometer la vileza ilegal de cobrar en negro o aquellos que sacando jugosos beneficios de la sociedad, sin embargo, no aportan a la misma de acuerdo a sus ganancias, escamoteando todos los impuestos que pueden, buscando todos los recovecos legales, en aras a un interés exclusivamente personal? Se ha olvidado lo que atinadamente decía George Orwell “lo importante no es mantenerse vivo, sino mantenerse humanos”.

Unas cuentas sencillas nos pueden hacer pensar en las posibilidades que existen con un sistema fiscal a favor de la mayoría que, además, respetando las necesidades básicas de los habitantes pueda recabar financiación suficiente para lograr una sociedad igualitaria y libre, con unos servicios públicos de un alto nivel de calidad y que no se olviden de ningún ciudadano.

Tomaremos datos actualizados del Instituto Nacional de Estadística (INE). En España tenemos una población de 46.600.000 habitantes. De ellos 7.007.970 están comprendidos entre 0 y 14 años y el resto 39.592.979 tienen edades superiores a 14 años. Si tenemos en cuenta que uno de los graves problemas de nuestra sociedad es la desigualdad y especialmente la pobreza sobre todo infantil, vamos a calcular, con el objetivo de erradicarla, la propuesta de la Renta Básica Universal (RBU) en la que todas los ciudadanos con edades superiores a 14 años cobrarían 650 €, lo que supondría un gasto de 25.735.436.350 € y en la que cobrarían 250 € aquellos con edad inferior, lo que nos daría un gasto de 1.751.992.500 €, y, por tanto, un gasto total de 27.487.428.850 €. Es una cantidad muy importante, pero hay que recordar lo que nos quitamos para dárselo a los bancos. Además, es un gasto social que se convierte en aceite activador de la economía al incrementar la demanda interna, dar salida a la producción empresarial y crear un círculo virtuoso que consigue engrosar los ingresos públicos, facilitando la financiación de los servicios públicos y los bienes públicos que nos ayudarán a todos.

Ahora pondremos sobre la mesa el Producto Nacional Bruto (PNB) de nuestro País. Nos decía el afamado premio nobel de economía y autor del manual de economía en el que más han bebido los universitarios españoles que el PNB o Renta Nacional (RN) es uno de los conceptos más importantes de toda la economía y mide el rendimiento económico del conjunto de la misma. Mide en términos monetarios el flujo anual total de bienes y servicios, o lo que es lo mismo la suma de las retribuciones de todos los factores de producción nacionales. Por tanto el Producto Nacional se puede medir como flujo de bienes y servicios y como flujo de ingresos. Para simplificar, sin embargo, tomaremos el Producto Interior Bruto (PIB), por ser ampliamente conocido. Se diferencia del PNB en que es el valor de todos los bienes y servicios finales producidos en el país, en el interior, sin descontar los producidos por los extranjeros. Pues bien el PIB en el año 2014 ascendió a 1.041.160.000.000 €. Por tanto, siguiendo nuestro cálculo,  deduciremos de esta cantidad el importe de los 27.487.428.850 € que nos costaría la RBU y nos quedarían 1.013.672.571.150 € sobre esta cantidad aplicaríamos, según la propuesta analizada, un impuesto del 49 %. Hay que tener en cuenta que todo lo que sobrepase el importe de la RBU debe considerarse como un ingreso extra por encima de la renta mínima de ciudadanía acordada, que se ha extraído de la propia sociedad y por ello tiene que redundar especialmente en su beneficio y no ir en su detrimento. Pues bien tendríamos que ese 49 % asciende a una cantidad de 496.699.559.863,50 € lo que supone un 47,71 % del PIB. Una cantidad muy importante.

En España (según datos del 2013) la Administración pública recaudó aproximadamente un 38 % del PIB. ¿Es mucho o es poco? Pues si tenemos en cuenta lo que recaudan nuestros vecinos, parece poco. Los ingresos públicos representan en promedio un 47 % del PIB, es decir bastante más que aquí: un 45 % en Alemania (¡sí Alemania!), un 53 % en Francia, un 48 % en Italia y un 41 % en Gran Bretaña.

La globalización al servicio de los más poderosos, de los que más tienen, las artimañas que llevan a cabo las grandes corporaciones transnacionales, el uso y abuso permitido de los paraísos fiscales, considerar el egoísmo como el motor más importante del avance de nuestras sociedades. Todo ello fomenta un uso inadecuado del sistema democrático. La democracia, no obstante, debe ser un proceso que nos haga tender a la igualdad de derechos y oportunidades, que defienda la dignidad de todos los ciudadanos. Para ello, se deben respetar las normas de una persona un voto y aquellas que permitan una democracia con una verdadera participación ciudadana. Se debe evitar, por contra, que el poder económico no las desvirtúe en su beneficio. Y, en consecuencia, se debe conseguir que el poder político busque verdaderamente el fin que tiene asignado y para el que fue elegido. Fin que no es otro que buscar el máximo bienestar  y autonomía de los ciudadanos.



[1] Borja, Jordi. Democracia: insurrección ciudadana y Estado de derecho. En La Maleta de Portbou núm. 12 (julio-agosto 2015).
[2] Stiglitz, Joseph E. (2015:226). La gran brecha; qué hacer con las sociedades desiguales. Taurus.

jueves, 5 de noviembre de 2015

Renta Básica Universal: la brillantez de las cosas sencillas

Muchos de los grandes avances del mundo han sucedido al encontrarse modos sencillos de utilizar elementos conocidos. El ¡aja! del descubrimiento resulta tan elemental que casi siempre nos viene a la mente la pregunta: ¿cómo no lo habíamos pensado antes? La Renta Básica Universal (RBU) o Renta Garantizada de Ciudadanía (RGC) puede ser una de esas ideas que cambian de forma importante la vida de las personas y la sociedad en la que viven. Sin embargo, parece que lo sencillo a veces levanta temores y resquemores e incentiva la demora en el tiempo de su puesta en marcha.

Teóricos de la Renta Básica como Van Parijs han afirmado que es el instrumento óptimo para maximizar la libertad real  por cuanto concede a cada persona la autonomía necesaria para poder vivir de acuerdo a sus deseos e intereses. No debemos olvidar que nadie tiene garantía del fin último de nuestra existencia y, sin embargo, todo el mundo tiene el derecho a buscar y encontrar el camino por el que desee transitar en su existencia. Por ello una sociedad que se considere tal debe proteger el derecho básico a la búsqueda personal de la felicidad.

Así, si consideramos la libertad de cada uno en buscar su felicidad (y entiendo que el concepto de libertad puede tener muchas caras y defenderse desde muchos puntos de vista) como un valor esencial de los individuos. Una mirada a la situación de muchos de los ciudadanos, nos tiene que indicar que uno de los objetivos principales, sino el primero, sea erradicar la pobreza de las sociedades. Las grandes desigualdades actualmente existentes y los niveles escasos de recursos que tienen algunas personas, poco ayudan a una libertad que ofrezca una mínima posibilidad de autonomía y desarrollo personal.

En este contexto podemos preguntarnos ¿Que se ofrece por los distintos partidos para paliar los estados de pobreza de muchos de nuestros conciudadanos? Sabemos que algunos pretenden que nos demos  con un canto en los dientes si el número de contratos aumenta, aunque este número esté trufado de mini-empleos, esclavitud y salarios que no cubren las necesidades básicas. Otros piensan que un contrato único es la solución, eliminaría la temporalidad y evitaría las desigualdades en la contratación, pero su objetivo es ayudar a que las empresas sigan buscando el beneficio por encima de todo y ello, no me cabe duda, choca frontalmente con un mundo en el que podamos conseguir trabajo para todos. Poniendo el mundo del trabajo en el centro de la solución, hay otros que proponen la derogación de la actual reforma laboral del 2012, con la intención loable de impulsar nuevamente la negociación entre los actores sociales, e incluso hay quién propone el trabajo garantizado, y es verdad que existen muchos nichos de trabajo sin explotar como los relacionados con el medio ambiente, la dependencia, la sanidad, la educación, la investigación, etc., pero no podemos olvidar que el capitalismo ha demostrado su capacidad para buscar cada vez mayores rentabilidades apoyándose en la tecnología y reduciendo los costes de la mano de obra especialmente. En fin hay también quién propone una aproximación a la RBU pero sin atreverse a aplicarla y con resultados sobre la pobreza que se adivinan más pobres y con las mismas necesidades de financiación.

Ya en otras ocasiones he defendido en esta columna la RBU, debido a que es una medida de sencilla aplicación que eliminaría mucha burocracia pública, hecho con lo que muchos estarían muy de acuerdo; no estigmatizaría a las personas con la etiqueta de pobres, ociosos, vagos y maleantes; atacaría radicalmente la pobreza eliminándola al tener como objetivo que su importe mensual sea superior al umbral de pobreza; pondría en valor la solidaridad entre los ciudadanos que entiendo es esencial para una convivencia feliz; su aplicación puede ser tan rápida como queramos estando demostrado que su financiación sólo requiere, además de tener claro los objetivos políticos, una aplicación progresiva de los impuestos, pagando más por aquellos que más obtienen y extraen de la sociedad; estimularía la demanda interna, básica para una activación del consumo que pondría en marcha la maquinaria de la economía priorizando la producción y la ejecución de los servicios que son verdaderamente básicos para una vida digna; y, por último, supondría una verdadera revolución en el modo de entender la sociedad, dando verdadera autonomía a los ciudadanos para poder negociar los trabajos, para poder elegir el modo de vida que les satisfaga, facilitando una vida libre de las tribulaciones, como las que actualmente están pasando muchos ciudadanos que lo han perdido todo, y singularmente el trabajo que es el modo de adquirir rentas de la mayor parte de la población.

Vivimos, claramente, como ya han constatado reconocidos expertos, en una época en la que, por paradójico que parezca; conocemos y comprendemos los problemas mejor que nunca, producimos más que en ningún momento de la historia de la humanidad, tenemos herramientas para poder conseguir casi todos los objetivos que nos propongamos, estamos más formados y acumulamos mayor conocimiento; pero, parecemos incapaces de afrontar los problemas de manera decisiva y eficaz. La eliminación de la pobreza, en nuestro país un grave problema que exige eficacia sin demora, es un objetivo al alcance de la mano y la herramienta más eficaz y sencilla para abordarla es la RBU. Las razones para no aplicarla tienen que ver más con los intereses de algunos sectores sociales y su desconocimiento que con el interés común de lograr una sociedad mejor y una búsqueda conjunta de la felicidad.


¡Claro que hay alternativas a las políticas actuales! Los próceres del neoliberalismo estaban equivocados o querían engañarnos. Las cosas pueden y deben cambiar, no estamos en un mundo perfecto en el que cualquier retoque empeora la situación. Lo que sí es necesario son hombres y mujeres con conciencia, con empatía y con corazón para poder evitar la pobreza, la desigualdad y la injusticia.

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