miércoles, 28 de octubre de 2015

El traje del Presidente

¡Pero si no lleva nada encima! –dijo un niño pequeño. Y es que sabemos que los niños en su inocencia dicen siempre la verdad y con los ojos limpios de cualquier cristal distorsionante, pueden ver realidades que los adultos ni siquiera intuyen porque han olvidado la forma de mirar. Por eso debemos convertirnos en niños para poder ver la realidad de la legislatura que termina y no caer en el engaño. Para poder, así, separar la paja que cubre el grano escaso que alimenta la necesidad ciudadana. Ya nos dijo Jesús que si no nos volviéramos como niños no entraríamos en el reino de los cielos: será un paso necesario en estos tiempos en los que la verdad queda tapada por la apariencia.

El mercado es capaz de vender incluso aquello que no necesitamos, aquello que nos engaña, aquello que inhibe nuestro pensamiento. Somos capaces de oír estoicamente las bondades de los cuatro últimos años del gobierno sin parpadear y haciendo gestos de cabotaje, es decir con movimientos rítmicos de la cabeza como el movimiento de una barca en el mar costero. Somos capaces de tragarnos el anzuelo de una mejora económica basada en las buenas artes del actual equipo ministerial, cuando, si algo ha mejorado se debe a la disminución del precio del petróleo, a las inyecciones de liquidez del Banco Central Europeo, a la fuerte devaluación salarial, etc. Olvidamos, sin embargo, que somos punteros en desigualdad, que el incremento de la pobreza lleva un ritmo mayor que el aumento del Producto Interior Bruto, medida, que por otra parte, poco sirve para medir el bienestar de los ciudadanos ya que adiciona también, desgracias, desastres y guerras.

La realidad, sin embargo, es que a base de cortes y recortes no son el Presidente y las élites económicas las que han quedado desnudas. Desnudos y desnutridos han quedado muchos ciudadanos, una parte cada vez mayor de la población española. Las políticas neoliberales que se han llevado a cabo en los últimos años privilegian las rentas de capital y hace depender la vida de la mayoría de los ciudadanos de un empleo cada vez más escaso y precario. Un empleo indecente que no llega a cubrir los niveles mínimos de una vida digna, ni, tampoco, cumple con los Derechos Humanos Universales que se convierten en papel amarillento y mojado. La realidad es que con estas políticas el logro mayor obtenido es haber dejado, de forma progresiva, a un mayor número de personas sin los medios económicos necesarios para subsistir.

La desigualdad entre los que tienen empleo, trabajo retribuido, y los que no lo tienen no  es solo económica sino que abre un abismo en derechos y libertades sociales, haciendo posible que la brecha abierta siga in crescendo. Pero, también, la diferencia entre las rentas de capital y las salariales no ayuda a hacer menos dolorosa esta falta de equidad. El sistema contribuye a esta injusticia con un trato favorable a los que menos lo necesitan. Así “Un ciudadano que, producto de su trabajo, consiga obtener unos ingresos situados en la franja más alta del IRPF puede llegar a pagar el 43 % de su renta. En contraste, un individuo cuya actividad exclusiva sea la especulación inmobiliaria y obtenga  con ella unos ingresos iguales a los del ciudadano laborioso, sólo los verá grabados al tipo único del 18 % establecido para las rentas del capital[1]”.

No, no es verdad que cuando las aguas de la economía suben, todos los que estén en el agua se elevan con ella. Son aquellos que se encuentren en grandes embarcaciones los que se aprovecharán más de la bonanza y a veces se quedarán con todo. Por contra, aquellos que no puedan subir ni siquiera a un velero pueden hundirse irremediablemente. Y, por desgracia, la realidad, que parece no ven todos, demuestra que son un pequeño porcentaje los que suben a los grandes y estables barcos, mientras son cada vez más los que tienen que agarrarse a pequeñas tablas de salvación.

Es la manipulación el valor imperante, más que la realidad lo importante es la apariencia, el engaño a los demás, el propio autoengaño. Y, también, la ceguera mental provocada por el conformismo, la confusión y el miedo al cambio.  Las medidas electorales puestas en marcha en este año han contribuido a que todos estos elementos ofusquen la realidad y mantenga indecisos a muchos electores. No obstante, debemos preguntarnos ¿Qué milagro económico es el que se ha logrado? ¿”Se ha superado la peor crisis sin dejar a nadie en el camino”? ¿Queremos más dosis de la medicina que se está aplicando? ¿Quién nos miente? ¡Sólo hay que mirar con los ojos de la niñez para ver la realidad desnuda en este mundo centrado en el trabajo! Veremos que poco éxito representa la pérdida de 750.000 habitantes, que de los casi 47 millones y medio de población solo unos escasos 17 millones y medio son los que tienen empleo y cobran salarios, aunque a veces no les llegue para vivir. Veremos la reducción de la tasa de actividad de la población española, el incremento de la deuda pública en más de 300.000 millones de euros, la reducción de la población ocupada, la existencia de más 2.100.000 parados que llevan más de dos años, incrementándose este dato en casi 700.000 desde el 2011, etc. Etc.



[1] Pérez, Cive (2015:261). Renta Básica Universal; la peor de las soluciones (a excepción de las demás) Clave Intelectual.

jueves, 22 de octubre de 2015

¿Y de dónde sacamos el dinero?

Cuando se propone cualquier política económica relacionada con objetivos sociales, la pregunta más habitual es ¿y de dónde vamos a sacar el dinero para pagarlo? Lo gracioso del tema es que los que principalmente realizan esta pregunta son aquellos que se apresuraron a despilfarrar el dinero de todos echándolo en manos de aquellos que fueron responsables de la crisis que todavía, a pesar de ellos mismos, aguantamos. Hay que ser consciente, además, de que también se apresuraron, los mismos, a dar tijeretazos a la sanidad, a la educación, a los servicios sociales y en definitiva a muchos de los servicios esenciales que contribuían al cumplimiento de los derechos reconocidos en nuestra Constitución.

Estas políticas austericidas, es verdad que han cumplido ciertos objetivos: empleos precarios manteniendo en la inseguridad y la miseria a buena parte de la ciudadanía; incremento de la desigualdad entre las personas, favoreciendo la riqueza de los más ricos, a veces con sueldos y pensiones millonarias, y la pobreza de los que menos tienen; aumento de los precios de servicios básicos como la electricidad, la sanidad y la enseñanza; aumento de la deuda pública que actualmente roza y supera el 100 por cien del Producto Interior Bruto (PIB).

Hemos de ser conscientes de que en el año 2008, año en el que la crisis estaba llamando a la puerta de nuestro país, la deuda pública española era de 439.771 € y suponía el 39,40 por ciento de nuestro  PIB, en el año 2011 año de cambio en el gobierno, la deuda pública ascendía a 743.531 € y un porcentaje del 69,20 por ciento del PIB y en el año 2014 1.033.857 €, lo que muestra que debemos todo lo que los españoles somos capaces de producir en un año. Por ello debemos preguntarnos: ¿Dónde han ido esos cientos de millones de euros? ¿De qué han servido la austeridad y las políticas de recortes por Decreto sin que la ciudadanía soberana haya sido preguntada? ¿Alguien se preguntó de dónde íbamos a sacar el dinero para pagar tamaña desmesura?

Pues si alguien lo hizo, fácilmente se convenció de que el sistema financiero había que mantenerlo ya que en caso contrario la economía de los países desarrollados caería en picado. Pero la realidad es que los que realmente iban a ganar y han ganado, en términos absolutos y relativos, eran aquella minoría que ha conseguido apoderarse de una gran parte de las rentas y el patrimonio mundial. En realidad lo que se ha defendido es el interés de las clases pudientes. Riqueza hay y más podría haber si se utilizan todos los recursos existentes, lo que no hay es voluntad de repartir los medios de pago para poder disfrutar de esa riqueza. ¿Quién todavía puede decir que de dónde sacaremos el dinero para pagar las políticas sociales? Me repito, los mismos que han apoyado la puesta en marcha de las políticas austeras y neoliberales.

Pero hasta el editor Jefe de Economía del prestigioso Financial Times, que no es sospechoso de pertenecer a los defensores de la economía heterodoxa, llega a decir en su último libro La Gran Crisis: cambios y consecuencias: “El reciclado de los superávits por cuenta corriente y entradas de capital privado en salidas de capital oficiales –descrito por algunos como una superabundancia de ahorro y por otros como una superabundancia de dinero—fue una de las causas de la crisis[1]”. Y entre los análisis que efectúa en el libro mencionado sobre la crisis nos dice “A mediados de 2010, por tanto, los líderes se alejaron de sus acciones fuertemente contracíclicas hacia la austeridad[2]”. Todos recordaremos el cambio de política efectuada por el Presidente Zapatero en mayo de 2010. “Lo hicieron, además, cuando sus economías estaban lejos de encontrarse completamente recuperadas de la crisis[3]”. Así se puede explicar que “una prometedora recuperación comenzó a marchitarse. La austeridad demostró ser contractiva, dado que la demanda era muy débil y los tipos de interés muy cercanos a cero”. ¡Ay si Keynes levantara la cabeza! Su lucha por salvar la gran depresión ha servido de poco. ¡Pronto ha sido olvidada!

Está claro quién puede estimular la demanda y no son los ricos que ahorran para multiplicar sus rentas. Las empresas necesitan vender para activar la economía, ya que producir y prestar servicios no es el problema, el mundo nunca ha sido tan rico ni ha producido tanto como lo es y produce en los tiempos actuales. La desigualdad y la errónea distribución de la renta, distribución que no es equitativa, revelan fallos en la maquinaria de capitalismo, siendo causante de su inevitable destrucción. Sin embargo, cuando se dice que en este mundo “dónde el pleno empleo, hoy, ni está ni se le espera[4]”,  las personas tienen derecho a vivir y por tanto a tener los medios económicos necesarios para vivir una vida digna. Lo que supone que es de sentido común que todos los ciudadanos tengan una Renta Básica Universal (RBU) que, además de ser un reductor de la burocracia pública, aumenta fuertemente la demanda de bienes básicos, ya que los pobres sí que gastan todas sus rentas y poco, más bien nada, les queda para especular. Debemos olvidar el anacronismo de que el pan se gana con el sudor y el esfuerzo, ya que no todos pueden tener un salario ya que no hay trabajo para todos.

Sabemos que el dinero se crea por arte de magia y circula en mayor cantidad que los bienes y servicios que existen para su consumo. El problema es, por tanto, su distribución. Así mientras hay quien no sabe dónde emplearlo, a no ser en el casino trucado del sistema económico mundial, otros no poseen ni lo indispensable para mantenerse en vida. Ni siquiera a los animales tratamos con tal saña. Hay quien habla de un principio de humanidad y de los Derechos Humanos pero deben ser nociones que han quedado en el saco del olvido porque parece que muchos encuentran diferencias notables entre los hombres y piensan que no todos merecen el derecho que debe estar en lo más alto: el derecho a la vida.



[1] Wolf, Martin (2015:43) La Gran Crisis: Cambios y consecuencias. Deusto.
[2] Ibídem (2015:90)
[3] Ibídem (2015: 90-91)
[4] Pérez, Cive (2015:161). Renta Básica Universal, la peor de las soluciones a excepción de las demás. Clave Intelectual.

jueves, 15 de octubre de 2015

PENSIONES: otra forma de mantener y agrandar la desigualdad.

Uno de los debates con mayor presencia en nuestra sociedad es el referido a las pensiones. Algo lógico en una sociedad envejecida debido al aumento de la esperanza de vida y la espectacular caída de la fecundidad. No obstante, al igual que viene pasando con la economía, cuantas más recetas y recortes se han puesto en marcha últimamente, más negros augurios se visualizan en relación al mantenimiento y sostenibilidad del sistema público de pensiones. El discurso oficial sobre la batería de soluciones que pueden aportarse sigue siendo unidireccional y monolítico promocionando la privatización del sistema como alternativa. La magia del libre mercado sigue dirigiendo las medidas que se toman. En consonancia, al estimarse la aportación de los trabajadores y empresarios como un coste que limita la competitividad y los beneficios de la empresa, se busca su reducción a toda costa.

Las reformas realizadas en nuestro País en los años 2011 y 2013 intentaron hacer sostenible el sistema de pensiones y la reforma laboral de febrero 2012 pretendió incrementar el empleo, aunque, solamente ha conseguido partir los trabajos a tiempo completo en trabajos a tiempo parcial, precarios y explotados que se retribuyen proporcionalmente con menos salario y que, sin embargo, aunque fuera de la ley, retienen a los trabajadores más horas en el trabajo, a veces por tiempo superior a la jornada completa. Jornada que se ha convertido en una reliquia a conservar como muestra de un tiempo mejor. Así, se ha logrado disminuir la calidad del empleo. Y, en todo caso, la reducción del monto total de salarios, sólo ha servido para reducir las cotizaciones a la Seguridad Social, aumentar el déficit por falta de ingresos, y esquilmar, eso sí, la hucha de las pensiones.

No debería tener que recordar que la primera y gran desigualdad en el mundo capitalista actual es la apropiación de los medios de producción por parte del capital. Y una segunda desigualdad, rampante e insostenible, tiene que ver con la centralidad del mundo del trabajo, cuando, es obvio, que el pleno empleo es una pura fantasía en un mundo competitivo. Los expertos constatan que el 40 % del trabajo lo realizarán en un futuro no muy lejano los robots. Y si no hay trabajo para todos, al menos en el sistema capitalista definido por la búsqueda del beneficio privado. ¿Qué pasará con aquellos que en la carrera competitiva no pueden obtener un puesto de trabajo? Así, tener o no  empleo remunerado, se está convirtiendo en “el agente principal a través del que se articula la reproducción de una sociedad desigual[1]”. Una sociedad en la que la élite acumula cada vez más riquezas y derechos que van detrayendo de la gran masa de la ciudadanía que, por otra parte, cada vez más va engrosando el colectivo de personas afectadas por la pobreza.

Vertebrar la sociedad alrededor del trabajo es una mala solución en los momentos actuales y sigue fomentado la desigualdad aún fuera del periodo laboral de los ciudadanos. Ya que extiende sus tentáculos al periodo de descanso merecido que nuestras personas mayores han labrado con el sudor de su frente. Si analizamos las estadísticas oficiales, vemos que según datos del año 2012, las personas mayores de 66 años sin pensión contributiva alcanzan un 21 % en hombres y un 79 % de mujeres. Por otra parte, la pensión no contributiva es 366 € para personas que vivan solas. Esta es la foto de la realidad española y no el incremento de un Producto Interior Bruto (PIB) que principalmente va a parar a las manos de los que más tienen. Pero, la relación entre las grandes fortunas, la acumulación de propiedades en pocas manos y el aumento de la desigualdad es innegable y nos muestra una sociedad injusta, debido, especialmente, al desigual reparto del poder social.

El sistema productivo vigente impulsado con el motor neoliberal ha ido colando la desigualdad por todos los intersticios de la sociedad del libre mercado. Pero, quién piense que el libre mercado es la varita mágica para resolver los problemas económicos de los ciudadanos no está mirando la realidad con ojos objetivos y sólo ve aquello que desea ver. La realidad es que las magras pensiones de nuestros días incluso han sido la caja de resistencia de las familias para afrontar en estos tiempos de crisis la escasez y precariedad del empleo. Y, sin embargo, las pensiones que obtenían los directivos de la banca y los de las multinacionales han mantenido sus escandalosas diferencias apoderándose de gran parte de la tarta generada por la sociedad.

La sostenibilidad del sistema público de pensiones no sólo tiene que ver con los gastos, también deben ser valorados los ingresos, la financiación de los mismos. No obstante, hay que tener presente que en España se gasta en pensiones menos de la media europea. Y, además, el tope de gasto debería tener que ver más con prioridades políticas que con los ingresos que actualmente se incorporan a la caja de la seguridad social. No hay ninguna razón para que la financiación se base exclusivamente en las cotizaciones sociales, atavismo que se arrastra desde el tiempo de las Mutualidades Laborales. Debemos caer en la cuenta de que los pensionistas también pagan otros impuestos (IRPF, IVA, etc.), impuestos que en vez de ser utilizados en su beneficio han servido para rescatar a los bancos y salir de los agujeros en los que hemos sido empujados.
Con la reforma del 2013 la pensión media puede bajar al 50 % de suficiencia en relación con la renta real disponible actualmente. Y, sin embargo, como se ha podido deducir del texto “El sistema de pensiones es el puntal principal de nuestro [maltrecho] Estado de bienestar porque de él depende directamente la subsistencia de 8,5 millones de pensionistas y cada vez más sus entornos familiares debido al aumento de la pobreza[2]”.

En resumen, se ha de considerar que los ancianos es uno de los colectivos más débiles de la sociedad, que además en muchos casos han soportado las necesidades de su familia durante la crisis. El Gobierno con su política neoliberal ha olvidado a aquellos ciudadanos que más lo necesitaban y como otros muchos artículos de la Constitución Española ha ignorado el artículo 50 que dispone: “Los poderes públicos garantizarán, mediante pensiones adecuadas y periódicamente actualizadas, la suficiencia económica a los ciudadanos durante la tercera edad. Asimismo, y con independencia de las obligaciones familiares, promoverán su bienestar mediante un sistema de servicios sociales que atenderán sus problemas específicos de salud, vivienda, cultura y ocio”. Nos quieren vender, sin embargo, que las pensiones privadas son más seguras que las públicas. Cuando la Seguridad Social es uno de los mejores inventos, que ha dado resultados extraordinarios y, además, se ha convertido en un pilar básico del Estado de Bienestar. Los bancos, por contra, han sido los principales culpables de esta crisis y de muchas otras habidas en los últimos cien años, arruinando a muchos ciudadanos. Sólo nos queda saber si seguiremos comulgando con ruedas de molino.



[1] Pérez, Cive (2015:16). Renta Básica Universal: la peor de las soluciones (a excepción de todas las demás). Clave Intelectual S.L.
[2] Missé, Andreu. Revista Alternativas Económicas núm. 29, octubre 2015. Pensiones pendientes del salario, pag. 29.

jueves, 8 de octubre de 2015

Vivir de las rentas

Creo en una sociedad que respete los derechos fundamentales de todos los ciudadanos. Creo en una sociedad que facilite a sus integrantes ser libres y autónomos en el desarrollo de sus capacidades. Creo en una sociedad que recompense el esfuerzo y los méritos de aquellos que trabajen especialmente por el bien común. Por contra, no me parece lo más edificante y congruente con esa sociedad que sean los parásitos de la misma y aquellos que se aprovechan del trabajo de los demás los que más beneficio saquen. No podemos estar en contra de la gente que ha contribuido a mejorar en cualquier aspecto este mundo, inventores, emprendedores, luchadores por los derechos, pero no creo que esté justificada la apropiación de una gran parte de la tarta social por aquellos que aplican contratos basados en la ausencia de los mínimos Derechos Humanos, por aquellos que se enriquecen con la venta de armamento tal vez para bombardear niños, por aquellos que se aprovechan de la privatización de los bienes públicos y pasean sus yates por nuestros mares, por aquellos que se enriquecen con los dineros públicos al margen de la Ley, por aquellos que especulan y arriesgan el dinero de los demás y son capaces de expropiar el dinero de la mayoría para pagar su vicio de avaricia, por aquellos, en definitiva, que viven de las rentas generadas por el trabajo de otros sin pegar un palo al agua.

Se califica de rentista a aquella persona que percibe una renta, o persona que vive de sus rentas o de los ingresos que le producen sus inversiones. De ellos, escribe Stiglitz[1] que “las rentas no son más que redistribuciones de una parte de la sociedad a los que obtienen esas rentas. [Y que] Gran parte de la desigualdad en nuestra economía es el resultado de la captación de rentas, porque es una actividad que, hasta cierto punto, traslada el dinero de los de abajo a los de arriba”. De esta forma “la captación de rentas distorsiona la asignación de recursos y debilita la economía”.

Si consideramos además que “Cuanto más dinero se concentra en la cima, más disminuye la demanda agregada [...] la demanda total en la economía será inferior a la oferta, y eso significa un aumento del desempleo, que apagará la demanda todavía más[2]”. Hemos de convenir, por tanto, que vivir de las rentas no parece la mejor manera de contribuir al bien social.

Uno de los adalides de la lucha por la disminución de las desigualdades crecientes en este mundo es el economista, ya mencionado anteriormente, el premio nobel Stiglitz. Cuenta Stiglitz que durante una cena el anfitrión había reunido a destacados multimillonarios, intelectuales y otros a quienes preocupaban la desigualdades. Durante las primeras conversaciones oyó decir sin querer a uno de ellos cuyo único mérito había consistido en heredar una fortuna, comentar con otro el problema consistente en cómo la gente vaga trataba de salir adelante aprovechándose de los demás, sin que se dieran cuenta de la contradicción, de la ironía. En muchas ocasiones somos ciegos a las inmensas bolsas de ineficiencia sociales y, sin embargo, nos detenemos insistentemente en casos que a fin de cuentas inciden menos negativamente en la sociedad.

En esta economía globalizada y financiarizada el mayor sistema rentista, que ha socavado gravemente los cimientos de las economías desarrolladas, es el sistema financiero, retirando ávidamente recursos económicos del sistema productivo. Así “En los últimos años, el sector financiero ha obtenido alrededor del 40 por ciento de todos los beneficios empresariales. Eso significa que su aportación social entra en la columna del haber, en absoluto. La crisis ha demostrado hasta qué punto podía causar estragos en la economía. En un mundo que busca vivir de las rentas, como es hoy el nuestro, los rendimientos particulares y los rendimientos sociales no tienen nada que ver entre sí[3]”. Jugando en la bolsa y especulando no sólo, a veces, no se crean bienes y servicios necesarios para la sociedad en su conjunto sino que, incluso, se destinan recursos que deberían dedicarse al crecimiento económico y mejora de la sociedad a fines espurios y en muchos casos innecesarios.

Las empresas de calificación han vivido también de rentas extraídas del sistema productivo. Han demostrado ser una herramienta de manipulación a países y empresas, informando aquello que beneficiaba a los que pagaban. No podemos olvidar que antes del verano de 2007 las tres grandes agencias de calificación otorgaban  calificación máxima al 80 % de los paquetes subprime que en breve tiempo provocarían el derrumbe por efecto dominó del mundo inmobiliario. También es muy famoso el caso de Lehman Brothers con calificación de alta solvencia antes de su bancarrota en septiembre de 2008. Por eso hay que aplaudir el anuncio efectuado esta semana por la Alcaldesa de Madrid de la posible rescisión a finales de año de los contratos que eAyuntamiento de Madrid mantiene con las agencias de calificación Standard & Poor's y Fitch, alegando que no tiene intención de emitir más deuda, sino, al contrario, de afrontar los pagos pendientes de la misma. Los contratos (que se renuevan anualmente) suponen que el Ayuntamiento tenga que desembolsar 50.469,12 euros en el caso de Fitch y 56.481,55 euros en el caso del contrato con Standard & Poor's. Esto nos demuestra que la política puede encontrar maneras y recursos para dar la vuelta a la situación actual de expansión de la desigualdad.

Sin embargo, a dos meses de las elecciones, Cáritas ha avisado que se está perdiendo la batalla frente a la pobreza y la exclusión. Parece que no queremos darnos cuenta que incrementar las rentas de los que viven de ellas sin aportar apenas nada y sí extraer más de lo que les corresponde es un mal social que tiene mala pinta. Por desgracia, no puedo por menos que coincidir nuevamente con Stiglitz cuando dice que “entramos en un mundo dividido no solo entre ricos y pobres, sino también entre los países que no hacen nada para remediarlo y los que sí[4]”. Debemos hacer hincapié en que la economía no es más que la herramienta pero los objetivos a conseguir los marca la política. Por eso no es la economía, en contra de lo que decía el lema de la campaña de Clinton, sino que ¡Es la política, estúpido!



[1] Stiglitz, Joseph E. (2015:120-121). La gran brecha. Taurus.
[2] Ibídem. (2015:119).
[3] Ibídem. (2015:120).
[4] Ibídem. (2015:143). 

sábado, 3 de octubre de 2015

Renta básica y Derechos Humanos

En la Declaración Universal de Derechos Humanos adoptada y proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948, se comienza diciendo: “Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana,...” Y en su artículo primero añade: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Pero eran momentos en los que los seres humanos salían de dos conflictos mundiales terroríficos que hicieron refrenar impulsos y pensar soluciones que convinieran al conjunto de la Humanidad y no sólo a los poderosos.

Sin embargo, las buenas intenciones en los hombres duran poco. Muchas declaraciones y constituciones vigentes  son muestra de buenas intenciones intentando  comprender la realidad y mejorarla, pero parece que el sino de las buenas intenciones en nuestra especie es durar poco en el tiempo, especialmente cuando la obsesión es tener más que los demás y para ello competir y rivalizar por los bienes y el poder. Son muchos los falsos dioses a los que los humanos nos rendimos y adoramos. La economía es uno de ellos, se ha convertido en la principal obsesión y remedio para la consecución de objetivos políticos. El crecimiento se ha convertido en un fetiche tabú. Hay economistas que consideran que lo importante es el incremento de la tarta social, el PIB, que creamos entre todos y, otros economistas, ven que es mediante un reparto equitativo de la tarta cuando se consigue el incremento de la misma y que, además, con decía Keynes, a largo plazo todo muertos, por lo que conseguir un aumento del PIB a largo plazo, dejando muchos en el camino, no parece muy recomendable para algunos.

¿Para qué sirve la economía, que debería ser una herramienta de mejora de la sociedad, si los integrantes de la misma se quedan en el camino? El crecimiento cada vez tiene menos que ver con la creación de puestos de trabajo a no ser que éstos tengan un salario que tienda a cero para hacer a los capitalistas más competitivos. Pero la financiación del Estado Social se basa principalmente en impuestos al salario y si éste va desapareciendo difícilmente puede mantenerse.

La renta básica tiene que ver con la búsqueda de un sistema social que se adapte más a las posibilidades de nuestro tiempo. Un repaso a las características del mundo capitalista nos demuestra con claridad la necesidad de tomar esta medida. Así vemos que las máquinas cada vez absorben mayor número de tareas que históricamente han venido y vienen realizando los humanos; las empresas buscan menores costes que principalmente tienen que ver con puestos de trabajo y o los han reducido o se están retribuyendo con sueldos de miseria que no dan para mantener una vida digna; en las sociedades el trabajo no remunerado es tan importante o más que el trabajo remunerado para la pervivencia de la sociedad, sin embargo apenas se valora; tenemos sobreproducción, podemos llenar el mundo de artículos, bienes y servicios, pero entramos en crisis cíclicas cada vez más graves y paramos las máquinas y despedimos a las personas de su puestos de trabajo y nos acostumbramos a ver morir personas de hambre.

Los verdaderos liberales ponen por encima del principio de igualdad al principio de libertad. El problema es que en un mundo en el que cada uno se busca la vida por su cuenta y en el que la vida es pura competición no se puede evitar que las desigualdades crezcan hasta el infinito y la igualdad de oportunidades se vaya eclipsando. La muestra la tenemos en el Paraíso de la  libertad, Estados Unidos, cada vez más desigual y con menos movilidad social.

Cuando los verdaderos liberales dicen: “creemos que una sociedad es tanto más virtuosa y éticamente avanzada cuanto menos egoístas y solipsistas sean sus miembros, y parte de esa reducción del egoísmo y del aislamiento social pasa por compartir tiempo y recursos con el resto de los conciudadanos. Lo que rechazamos, pues, no es tanto la redistribución de la renta per se cuanto la redistribución coactiva[1]”, podemos estar de acuerdo, pero ya sabemos dónde quedan las buenas intenciones y cómo los poderosos en un mundo hostil se aprovechan de los débiles. De momento lo que veo es que los que más tienen no son los que más contribuyen al bien común y, no obstante, son los que más beneficios sacan de la propia sociedad. Caemos en el error y en la incoherencia cuando no nos damos cuenta de que si la renta se vincula al trabajo y el trabajo se hace cada vez más por las máquinas serán las máquinas o sus poseedores, cuando no sean bienes comunes, los que tendrán que estar gravados por impuestos.

Por todo ello, merece consideración  estimar a la renta básica como una de las medidas que nos permitirían conseguir de una forma más segura el cumplimiento de los derechos humanos. El cometido de la economía es liberar a la sociedad del trabajo y la investigación, la innovación y el desarrollo hacen que la vida pueda ser más cómoda y mejor. La renta básica permite que cada persona pueda tener los recursos básicos para una vida digna y libre, permitiendo y dando la posibilidad de un desarrollo personal y autónomo. La satisfacción y la creatividad son consecuencias claras. Desde el punto de vista administrativo se reduce la burocracia. Y no podemos ser ciegos a la realidad y seguir diciendo que de dónde vamos a sacar el dinero para financiarla.

Todos nos hemos dado cuenta de los billones de euros que se han dado a los bancos a nivel mundial. Todos hemos oído hablar de la flexibilización cuantitativa, una forma de sacar dinero de la nada. Pues bien dejemos hablar a Stiglitz y veamos para que sirvió: “Una política monetaria agresiva (la llamada flexibilización cuantitativa), más preocupada por restablecer los precios en el mercado de valores que en volver a conceder préstamos a las pequeñas y medianas empresas, resultó mucho más eficaz a la hora de devolver a los ricos su dinero que para beneficiar al ciudadano medio o crear empleo. Por eso, en los primeros tres años de la llamada recuperación, alrededor del 95 por ciento del incremento de las rentas fue a parar al 1 por ciento en la cima y, seis años después del comienzo de la crisis, la riqueza media estaba un 40 por ciento por debajo de los niveles anteriores[2]”. La renta básica es una solución más lógica incluso para el crecimiento de la tarta a repartir ya que aumenta la demanda de los bienes y servicios más necesarios y no de aquellos superfluos e incluso inútiles. Lograría, además, que el esfuerzo del 99 % de la sociedad recaiga en ellos mismos lo que nos lleva a un mundo más justo y equitativo.



[1] Rallo, Juan Ramón. Contra la renta básica. Edición Kindle. Deusto, 2015
[2] Stiglitz, Joseph E. (2015:38). La gran brecha. Taurus.

Los humanos No somos tan inteligentes

En un mundo en el que la información circula a velocidades siderales, en el que el conocimiento del medio es cada día mejor, sorprende que...