lunes, 27 de marzo de 2017

La razón de los impuestos

No interesa que se conozca el verdadero papel que los impuestos juegan en un Estado moderno que emita su propia moneda. Y no interesa porque es un concepto subversivo que pondría patas arriba las fabulaciones con las que nos han ido adocenando y aburguesando. Creíamos que vivíamos en un mundo perfecto, en el fin de la historia, y que ya no nos quedan alternativas que buscar. La perfección está aquí, creían algunos. Pero mira por donde con la crisis brutal que estamos penando se nos revela que hay una gran desigualdad y que el principal problema que tenemos es el calentamiento global. Lo cual, por el contrario, nos debe dar energías para poner en marcha nuevas utopías que nos mantengan vivos, ya que, como nos decía Serrat: “Sin utopía, la vida sería un ensayo para la muerte.”

En un Estado que tenga el poder de emitir su propia moneda, al imponer un impuesto se reduce la cantidad de moneda, real o virtual, en circulación, esa es su función no conocida, no visibilizada. Es obvio que el gobierno no puede recaudar impuestos en una moneda que no haya emitido anteriormente y el gasto público es la forma de crear dinero por parte del Estado.

Randall Wray uno de los gurús de la Teoría Monetaria Moderna (TMM) nos comenta en una entrevista reciente[1]: “Antiguamente, los gobiernos coloniales quemaban los billetes que recibían como pago de impuestos. Hoy en día, si entregas al banco dinero en mal estado, la Reserva Federal lo hace trizas. Si haces una visita guiada a la Reserva Federal, te dan como suvenir una bolsita llena de jirones de billetes. La idea de que hacerles pagar impuestos a los ricos te da dinero para pagar a los pobres es errónea. Podemos pagar a los pobres sin cobrarles impuestos a los ricos. ¿Por qué cobrarles impuestos? Porque son demasiado ricos. Lo hacemos para reducir su riqueza. No debemos ligar ambas cosas, porque si por motivos políticos no podemos recaudar de los ricos, eso nos llevaría a no gastar en ayudas para los pobres. Son actos separados: podemos ayudar a los pobres y cobrarles impuestos a los ricos.”

Aquí se adivinan pautas para emprender nuevos objetivos que hagan a las sociedades más justas e igualitarias. Busquemos nuevas utopías. Rutger Bregman autor del libro “Utopía para realistas” nos dice que “Las utopías no ofrecen respuestas concretas, y mucho menos soluciones. Tan sólo plantean las preguntas correctas.” Bregman da constancia de que nunca en la historia se ha tenido más riqueza que la que se tiene actualmente y cree que el progreso debe venir de una nueva distribución del dinero y del tiempo. Por ello, piensa, que debemos desarrollar una nueva visión de nuestras sociedades estableciendo una Renta Básica Universal (RBU). Estima que “podría hacerse mañana mismo” y rechaza que sea un planteamiento más propio del comunismo: “De hecho, no hay nada más capitalista que esto [dice]. Sería su gran logro. Se proporcionaría un suelo en la distribución de la riqueza, una base desde la que cualquiera puede crecer y decidir lo que quiere hacer en su vida.

En su libro Bregman nos da un montón de ejemplos en los que la entrega de dinero a los pobres no ha significado ni el fomento de la vagancia, ni el despilfarro de lo entregado, ni el aumento de los gastos del gobierno, ni el aumento de la natalidad. Todo lo contrario, transcribe, por ejemplo, como la prestigiosa revista médica The Lancet resumió sus hallazgos al respecto: de hecho cuando los pobres reciben dinero sin condiciones tienden a trabajar más. Comenta, también, el experimento conocido como sistema Speenhamlad, uno de los primeros sistemas de bienestar desarrollado a principios del siglo XIX en Inglaterra y que fue un rotundo éxito ocultado por more de los intereses de aquellos a los que les viene bien que siempre pueda haber ricos y pobres.

La RBU es un primer paso que evita de forma rápida la pobreza, permite generar muchos puestos de trabajo, mediante el aumento de la demanda agregada y las posibilidades que crea (debemos ser conscientes, en contra de la idea de vagancia, de que mucha gente cuando tiene las necesidades básicas cubiertas trabaja libremente en beneficio de los demás y  sin recibir ningún salario, sólo por solidaridad y empatía. Esto, significativamente, pasa también en los países que tienen un horario de trabajo más reducido). Además no es cara la implantación de la RBU. El propio Bregman nos dice que erradicar la pobreza en Estados Unidos supondría sólo el 1 % de su PIB, o lo que es lo mismo la cuarta parte de su gasto militar.

Es el momento de revitalizar utopías, utopías para las que se adivinan herramientas que harán posible su consecución. Es el momento de nuestra historia en el que podemos disfrutar de mayor número de productos y servicios. Además, actualmente tenemos recursos ociosos y sin utilizar, mediante los que se pueden cubrir parcelas de trabajo como los referidos a la economía verde, a la investigación, desarrollo e innovación, a la sanidad, educación y los servicios sociales. La activación de estos recursos permitiría dar un salto de calidad a nuestras sociedades. El manejo de la posibilidad de emitir moneda que facilite la puesta en marcha de todas las fuerzas ociosas, es cosa que la TMM deja claro en sus propuestas. Podemos vislumbrar, así, el reino de la libertad y la felicidad, sólo impide su logro la voluntad política.

El trabajo garantizado del que nos hablan los especialistas en la TMM, no cabe duda de que también es un buen paso a dar, en una sociedad centrada en el trabajo, es irresponsable, sin duda, que se tengan altas tasas de paro. La pobreza y el desempleo no pueden ser un mal necesario. Entiendo, sin embargo, que requiere mayor burocracia, más tiempo de desarrollo, ofrece menos libertad en la elección de trabajos y permite una menor creatividad.

Lo que hay que comprender con claridad es que los impuestos no son necesarios en un Estado que tiene la potestad de emitir su propia moneda (lo que no sucede en nuestra Europa). La función de los impuestos es permitir que en la economía se tenga más o menos demanda, que se debe relacionar con la disposición de bienes y servicios; evitando así la inflación. El Estado, por otra parte, no necesita recaudar impuestos para gastar y estimular la economía. El Estado no puede quebrar cuando emite su propia moneda. Aquellos que proponen un Estado mínimo, nos escamotean una realidad, la de que los Estados que gozan de más bienestar: Dinamarca, Suecia y Finlandia, tienen un sector público grande. Si tomásemos conciencia de todo esto, nos daríamos cuenta de que tenemos importantes objetivos sociales que alcanzar y, con ellos, podríamos cambiar nuestro mundo, al son de nuevas utopías no estorbadas por la falta de presupuesto.

Nuestro Cervantes nos hace una gran observación al respecto: Cambiar el mundo, amigo Sancho, no es locura ni utopía, sino JUSTICIA.



[1] Hecha por Álvaro Guzmán Bastida el 22-3-2017 para ctxt

martes, 21 de marzo de 2017

¡Más madera! O como arruinar el mundo favoreciendo a unos pocos

El hombre es un animal menesteroso, cargado de necesidades, que vive en un mundo limitado, pero basado en un consumo infinito que cubra sus necesidades, en muchos casos y al día de hoy artificiales e innecesarias. La estimulación del consumo y el crecimiento sin límite de la producción son los actuales paradigmas del capitalismo. Sin consumo no hay estímulo para producir y sin producción el mundo parece que se para. Así se ha comparado el capitalismo con una bicicleta en la que si no damos pedales sin descanso, ni desmayo, la bicicleta se para y te caes.

El capital y quienes lo gestionan y avalan nos dicen que es preciso producir más y en menos tiempo. Esto no tiene nada que ver con las necesidades humanas. Las personas no necesitamos más coches, más armas, más casas, más trenes de alta velocidad, más aeropuertos, más… Tenemos que invertir los términos para que el trabajo asalariado no siga ocupando el centro de nuestras vidas. Poner en el centro las necesidades humanas nos lleva, inevitablemente, a producir solo lo necesario y con la mirada puesta en el sostenimiento de la vida que nos rodea[1].

Pero los que gestionan el capital sólo están interesados en su fortuna y en la manera de incrementarla, aunque sea a costa de los demás. Según un informe, muy conocido del año 2016 de Intermón Oxfam “Las 62 personas más ricas del planeta tienen tanta riqueza como la mitad de la población de escasos recursos, unos 3.600 millones de personas”. Rubén Yuste en su libro sobre el IBEX35, pág. 296 apuntillaba “de las 10 mayores fortunas españolas, 8 son propietarias de empresas que cotizan en bolsa, y 5 los son de empresas del IBEX35 […] esas diez personas más ricas prácticamente han doblado su fortuna en los años de crisis, de 54.008 millones en 2008 a 100.405 millones (dólares), lo que representa actualmente un 10 % del PIB de España.”

En este contexto quiero hacerme eco de algunos párrafos del libro La gran encrucijada. Sobre la crisis ecosocial y el cambio de ciclo histórico, libro que se encuentra gratis en la red y del que sus autores quieren realizar máxima difusión debido a la urgencia que tenemos en tomar conciencia de una situación crítica, la actual, con un final imprevisto pero seguramente infortunado debido a la obsesión de más producción y más consumo, obsesión que beneficia especialmente a unos pocos; en resumidas cuentas ¡más madera! ¡Hasta que la máquina diga basta y explote!

Precisamente porque nos estamos jugando la vida y la permanencia del hombre en la Tierra, nunca ha sido tan importante reclamar y construir un futuro alternativo. Habrá que multiplicar las luchas de resistencia frente a las agresiones a los derechos civiles, sociales y a los ecosistemas vitales del Planeta, pero también va a resultar imprescindible alumbrar con urgencia nuevos paradigmas, relatos y programas de cambio que puedan aglutinar mayorías sociales para acceder a un futuro que dé prioridad a la defensa de la vida frente a la acumulación ilimitada de riqueza[2].

Es el momento de reconstruir la economía y hacerlo en torno a una Estrategia-País capaz de superar la grave coyuntura socioeconómica actual con vistas a afrontar los fallos estructurales del sistema tal y como lo conocíamos. Así, el “cómo salir de la crisis” se ha convertido en una cuestión fundamental y, junto a los objetivos de saneamiento democrático o la recuperación de derechos sociales básicos, es necesario redefinir un sistema económico que sea capaz de compatibilizar la atención de las necesidades básicas de la sociedad con la resolución de los gravísimos problemas ecológicos acumulados en los últimos decenios.[…] el nuevo paradigma económico ha de conjugar simultáneamente, y con el máximo rigor científico, objetivos de bienestar, justicia/inclusión social, sostenibilidad ecológica y democracia económica como referentes a partir de los cuales se reproduzca un sistema de vida diferente en un espacio seguro, justo y duradero[3].

Solo se podrá salir de una forma digna de esta crisis repensando cómo debemos habitar la Tierra, qué mantiene vivas a las personas y, por lo tanto, qué debemos conservar, cuáles son las necesidades que hay que satisfacer, cómo se distribuyen los bienes y el tiempo de trabajo, quiénes y cómo se toman las decisiones en nuestras sociedades. Y no es algo sencillo, porque exige darle la vuelta a algunas piezas constitutivas de los cimientos de nuestra cultura que fuerzan a mirar la realidad con unas lentes que la distorsionan[4].

Mientras vivamos en este sistema capitalista sólo podremos evitar el desastre si nos damos cuenta que debemos equilibrar y contrabalancear fuerzas que tiran en direcciones opuestas. Nos decía Antonio Machado que “Es el mejor de los buenos quien sabe que en esta vida todo es cuestión de medida un poco más algo menos.” Lo que me recuerda el juego de las siete y media y los versos de Muñoz Seca en La venganza de don Mendo, ya que estamos jugando a un juego peligroso “Y un juego vil que no hay que jugarle a ciegas, pues juegas cien veces, mil…y de las mil, ves febril que o te pasas o no llegas. Y el no llegar da dolor, pues indica que mal tasas y eres del otro deudor. Mas ¡ay de ti si te pasas! ¡Si te pasas es peor!” ¡Ay de nosotros como nos pasemos! ¡Si nos pasamos será, seguro, mucho peor!



[1] Prats, Fernando; Herrero, Yayo; Torrego, Alicia (Coordinadores) (2017:94). La gran encrucijada. Sobre la crisis ecosocial y el cambio de ciclo histórico. Editorial Ecologistas en Acción. 2ª edición febrero 2017.
[2] Ibídem (2017:14)
[3] Ibídem (2017:162)
[4] Ibídem (2017:198)

miércoles, 15 de marzo de 2017

No podemos gastar más de lo que producimos

Uno de los fraudes de la política económica detectado por la Teoría Monetaria Moderna y expresamente señalado por Warren Mosler en su libro Los siete fraudes inocentes capitales de la política económica es el referido a que los déficits públicos de hoy son una carga para nuestros nietos. Es verdad que con nuestra huella ecológica estamos desbordando la biocapacidad del planeta, haciéndolo menos habitable y mermando recursos vitales, esto les obligará a vivir en un mundo enrarecido e inestable, pero los déficits públicos no serán los que limiten sus posibilidades de producir bienes y servicios en el futuro, lo que realmente limitará sus posibilidades es la tecnología que exista en su día y los recursos de todo tipo que mantenga ociosos, ya que supondrán un despilfarro de posibilidades. Si bien, también es verdad que el invento de la deuda y su crecimiento exponencial es una convención de nuestras sociedades modernas que limita un desarrollo sostenible y un reparto igualitario de la tarta, a cuya creación todos contribuimos.

Warren Mosler argumenta, sin embargo, que la idea de que estamos privando a nuestros hijos de bienes y servicios reales por lo que llamamos “la deuda nacional” es absoluta­mente ridícula, “Cuando nuestros hijos construyan, dentro de 20 años, 15 millones de vehículos al año, ¿tendrán que enviarlos de vuelta a través del tiempo, a 2008, para pagar sus deudas? ¿Seguimos enviando bienes y servicios reales a través del tiempo hasta 1945 para pagar la persistente deuda de la Segunda Guerra Mundial?” No cabe duda de que los servicios que producimos hoy se reciben hoy y no podemos enviarlos ni al pasado, ni al futuro. Tampoco podemos guardar alimentos para que los consuman nuestros nietos o ellos enviarnos alimentos desde el futuro. De la misma manera la mayor parte de la producción tiene una vida corta que poco o nada tiene que ver con el mundo endeudado que hoy conocemos.

Nos cuenta el filósofo Slavo Zizek en un reciente libro que el problema del eslogan “¡No puedes gastar más de lo que produces!” es que, tomado de manera universal, es una perogrullada tautológica, un hecho y no una norma (naturalmente la humanidad no puede consumir más de lo que produce), al igual que no puedes comer más comida de la que tienes en el plato), pero en el momento que uno pasa a un nivel particular, las cosas se vuelven problemáticas y ambiguas. Al nivel directo y material de la totalidad social, las deudas en cierto modo son irrelevantes, incluso inexistentes, puesto que la humanidad en su conjunto consume lo que produce, y por definición no puede consumir más[1].

Pero “hete aquí” que se inventó la deuda para que los acreedores (aquellos que más tienen) dominen a los deudores y multipliquen sus riquezas, para que unos se aprovechen de otros y bajo la batuta del dinero ficticio permitan, con los esfuerzos futuros, adelantar la cobertura de las necesidades y empresas de otros. Hoy en día, según los datos públicos, alrededor del 90 % del dinero que circula es dinero crediticio “virtual”, de manera que si los productores “reales” se encuentran en deuda con las instituciones financieras, tenemos razones para dudar de las condiciones de su deuda: ¿hasta qué punto esta deuda es el resultado de especulaciones que ocurrieron en una esfera sin ningún vínculo con la realidad de una unidad local de producción?[2]

Adam Smith decía que siempre que los hombres de negocios se reúnen, van a conspirar sobre cómo sacar dinero del público en su conjunto (como hacer un acuerdo y engañar a la gente de que todo es por el bien de la sociedad). En el cerebro de los ciudadanos se han grabado a fuego ideas económicas que poco tienen que ver con la realidad y mucho con mantener un sistema de privilegios de la clase “pudiente”. Las ilusiones engañosas percibidas en el mundo económico son más habituales de lo que se cree. La mentira apoyada en la avaricia y los intereses individuales son moneda común de nuestro universo político. Es verdad que podemos encontrar el cielo y el infierno en cualquier persona y por ello la ética personal es ahora indispensable.

Nos dicen los científicos que el cerebro se acostumbra a la deshonestidad. Parece ser que la amígdala[3], desempeña un papel importante en la valoración emocional de las distintas circunstancias. Entre otras funciones, es corresponsable de la aparición del temor, motivo por el cual se le suele denominar “centro cerebral del miedo”. Cuando mentimos en beneficio propio, la amígdala se encarga de que tengamos mala conciencia con el objetivo de limitar la envergadura de nuestros embustes, pero, sin embargo, cuando contamos una mentira tras otra, la amígdala atenúa progresivamente su actividad de modo que dejamos de sentirnos culpables. Esto explica la insensibilidad y el proceder avaricioso de aquellos que se acostumbran a mirar sólo por lo suyo mal que les pese a muchos otros.

Por otra parte, todos sabemos que la pobreza afecta a la capacidad cognitiva. Y así entre mentiras y pobreza estamos fabricando un mundo que no está orientado a las personas, un mundo de completa desigualdad e injusticia en el que si no hay lucha de clases, sí que lo parece. Es, por eso, hora de desechar la mentira en nuestras sociedades, así como no caer en los engaños de la deuda, ya que sus efectos pueden ser muy peligrosos y dañinos; en caso contrario, si miramos para otro lado, el futuro sí que no va a ser nada agradable.



[1] ZIZEK, SLAVOJ (2016:40-41). Problemas en el paraíso. Del fin de la historia al fin del capitalismo. Anagrama.2016
[2] Ibídem (2016:41).

[3] La amígdala forma parte del llamado cerebro profundo, donde priman las emociones básicas tales como la rabia o el miedo, también el instinto de supervivencia, básico sin duda para la evolución de cualquier especie.

jueves, 9 de marzo de 2017

Producción y desigualdad

Uno de los efectos perversos de la desigualdad es la utilización de recursos para producir bienes y servicios que no son los más apropiados para cubrir las necesidades de la sociedad en su conjunto. El hecho de que el dinero esté en manos de unos pocos trae como consecuencia que principalmente se cubren las necesidades y caprichos de los mismos, distrayéndose recursos de la producción de bienes y servicios básicos para la vida de la gran mayoría de los ciudadanos. Cuando el dinero está en manos de los que lo necesitan para vivir, se consume en productos indispensables, cuando el dinero está en manos de aquellos que pueden despilfarrarlo se ahorra o se gasta en bienes de lujo o en especular. Este hecho se ve agravado por la poca autonomía del Estado a la hora de emitir en moneda propia, posibilidad que como nos dice la Teoría Monetaria Moderna permitiría poner en marcha los recursos ociosos e impedir que la desigualdad aumente imparablemente en este mundo competitivo y globalizado. Debemos recordar, además, que el objetivo de la Hacienda Funcional, que anida en sus propuestas, no es el equilibrio presupuestario sino la plena ocupación de los recursos.

El problema del capitalismo actual es que no cierra el paso a los oligopolios y al crecimiento desmesurado de las empresas. La concentración del dinero permite la concentración del poder y éste resiste los cambios necesarios para un mundo más justo y menos desigual. No cabe duda, que cuando existen, en consecuencia, grupos con suficiente poder, su influencia afecta al modelo de desarrollo económico del país. En nuestro país, el poder se ha concentrado en la banca, de la crisis actual han emergido en nuestro país tres grandes grupos: Santander, BBVA y la Caixa. Su poder y su fuerza han sido comprobadas mediante la capacidad demostrada para obtener fondos públicos para financiar su salvación a costa de todos los ciudadanos.

También, es reseñable, el poder de las empresas eléctricas: Endesa, Iberdrola, Gas Natural-Fenosa. Estas empresas siguen siendo un núcleo duro configurador de políticas, lo muestra su capacidad de imponer políticas que dificultan la expansión de las energías renovables, más convenientes, y de impulsar la prórroga de la energía nuclear. El mercado mayorista de la electricidad sigue funcionando conforme un modelo marginal, aplicando a todas las tecnologías el precio asignado a la fuente más cara. De esta forma los beneficios son elevados (es interesante ver nota[1]), los sueldos de los consejeros y directivos insultantes (ver nota[2]) y los precios de la electricidad que pagamos por las nubes, sufriendo las consecuencias aquellos más necesitados[3]. No cabe duda de que la cultura que prevalece es la cultura de la clase dominante y esta reclama eternidad en sus privilegios.

El núcleo duro del capitalismo español ha sido capaz de externalizar los costes de sus errores y tejemanejes hacia el conjunto de la sociedad. Pero ha salido debilitado, y el conjunto de la economía española es aún más dependiente del sector financiero internacional, actualmente más especulativo y menos productivo. Lo percibimos en ciudades como Barcelona, donde el flujo de capital extranjero sobre el sector inmobiliario significa una auténtica amenaza para la ordenación de la ciudad. Y explica, en parte, las enormes dificultades de transformar la estructura productiva hacia una mayor sostenibilidad y solidez a largo plazo[4]. Lo percibimos en el incremento sin pausa de nuestra deuda que amenaza nuestra estabilidad económica.

Es de considerar también que “Cada vez más productos inútiles, cada vez más chucherías: las sociedades de la abundancia se basan en la fabricación ilimitada de falsas necesidades. El ciudadano no sólo está ya desposeído de sí mismo por el trabajo lo está también por la supermultiplicación de pseudonecesidades que no responden a otra cosa que a la lógica del beneficio y a las exigencias del proceso de producción. Mediante el bombardeo publicitario y otras técnicas de persuasión, la demanda está totalmente dirigida y manipulada por la oferta comercial: el consumidor pierde toda libertad y toda singularidad, se vuelve ajeno a sí mismo en la medida en que se encuentra en “estado” de consumo impuesto y masificado[5].” Y, no solamente se producen bienes innecesarios sino que se produce aquello que interesa exclusivamente a los millonarios (pero que atrae febrilmente a los menos pudientes), despreciando la producción de bienes y servicios básicos para la gran mayoría y olvidando nuestro ecosistema.

La manipulación que sistemáticamente se hace a expensas del crecimiento sin pausa PIB, oculta la verdadera dirección que debe tomar una política a favor de los ciudadanos. Producir por producir, una décima más o menos en la producción, en el PIB, tiene poca importancia, si dedicamos los esfuerzos y los recursos en aquello que no merece la pena, que no garantiza la vida y su desarrollo equilibrado. La reducción de la desigualdad, por el contrario, es un indicador que puede conducirnos a metas más importantes; un desarrollo social armónico que persiga valores que todos podemos compartir y respetar. La igualdad se respalda en el reconocimiento de los mismos derechos a todos los ciudadanos. ¡Si ya sé que está ya en nuestra Constitución! Pero todavía no veo que las políticas que se están llevando a cabo cumplan con este mandato de suma importancia.



[1] Según la Revista de Alternativas Económicas en su núm. 45, pág.10,  el resultado neto en el año 2015 de las empresas eléctricas más reseñables fue; Iberdrola 2.422 millones de euros, Gas Natural Fenosa 1.502 millones de euros, Endesa 1.086 millones de euros.
[2] Ibídem, pág. 9, en el año 2015 cobraron, el Presidente de Iberdrola 9,5 millones de euros, el Consejero delegado de Gas Natural Fenosa 3,4 millones de euros, el Presidente de Endesa 2,9 millones de euros. Si esto no es muestra de su poder y no de su contribución social.
[3] Ibídem, pág. 11, durante el 2015 las tres empresas realizaron 1.791 cortes de luz diarios en los hogares por impago de facturas.
[4] Viento Sur. Cuaderno de incertidumbre: 18.Poder económico y crisis en España.
[5] GILLES LIPOVETSKY. De la ligereza. Anagrama 2016, pág. 328.

jueves, 2 de marzo de 2017

Robots y escasez de empleos

Atravesamos tiempos contradictorios. Por muchos expertos se piensa que la robotización y la tecnología suponen el fin del trabajo. Por otra parte cada vez es más normal y está a la orden del día el trabajo esclavizado: la hostelería y la hotelería son ejemplos claros, pero hay otros muchos. No obstante, si somos capaces de ensamblar esta contradicción podremos llegar a resultados que supongan un avance social y una mejora en la vida de las personas. De hecho las innovaciones tecnológicas y la mano de obra barata han sido germen de los avances del capitalismo, aunque es verdad que muchas veces se ha transitado un camino equivocado que generaba injusticias y perjudicaba a la mayoría social.

Si es verdad que la tecnología y la robotización destruyen muchos puestos de trabajo, también lo es que nos hacen la vida más fácil y, además, no podemos olvidar que en estos tiempos todavía quedan muchísimos nichos de trabajo no explotados que nos ayudarían a mejorar nuestro futuro. La investigación, el empleo verde, las energías alternativas, los servicios de salud, dependencia, docencia, etc., son nichos de trabajo que están infra-explotados y son muy necesarios en este mundo turbulento lleno de amenazas.

A la vista de las posibilidades y necesidades existentes podemos preguntarnos ¿por qué a pesar de tantos bienintencionados economistas neoclásicos, casi todas sus recomendaciones favorecen a los ricos antes que a los pobres, a los capitalistas antes que a los trabajadores, a los privilegiados antes que a los desposeídos, a la destrucción de la naturaleza antes que a su conservación y buen uso? ¿Por qué no se sale de este atasco malintencionado que supone la crisis que tenemos? La respuesta más probable es que hay a quien no le interesa que cambien las cosas. Es sorprendente, como dice Steve Keen que “las creencias y las acciones de los neoclásicos lograran que la última crisis económica fuese mucho mayor de lo que hubiera sido sin su intervención.”

El concepto de trabajo asalariado, lo que denominamos empleo, sigue siendo el sistema por el que se vincula el trabajo y la posibilidad de obtener el sustento vital, la manera de ganarse la vida, pero, no debemos olvidar que el empleo no es todo el trabajo y que es un invento de la modernidad: un invento reciente y mal calibrado ya que es la herramienta que más ha contribuido a la desigualdad entre los semejantes.

Veo lejano el día en el que no dispongamos de trabajos necesarios para una mejora social. No obstante, es lógico que deseemos un mundo en el que el trabajo desagradable, penoso y esclavo pueda realizarse por la máquina. Si llega, además, el día en el que no sepamos o no sea necesaria la creación de puestos de trabajo, según el concepto actual del mismo, no sería ninguna locura incorporar la Renta Básica Universal (RBU). Incluso en situaciones, como las que atraviesa actualmente nuestro país, en las que el desempleo alcanza niveles injustos, una RBU es una solución humanitaria, rápida y poco burocrática que nos puede ayudar en la mejora de nuestra economía.

Parece que desde una óptica ultraliberal, actualmente imperante, la introducción de la RBU, conllevaría reducir o eliminar políticas de protección social. Y ello significaría que el Estado ya no debería cubrir la sanidad o la educación porque todos tendrían dinero para ello y podrían dispensarse por la empresa privada. Pero esto no tiene por qué ocurrir si las decisiones políticas son las adecuadas y no están basadas en la ideología neoliberal. La verdad es que mercantilizar los servicios básicos no me parece buena opción. Hacer depender la salud, los servicios sociales o la educación de los beneficios empresariales, beneficios que siempre tienden hacia arriba y olvidan a las personas, no me parece buena elección.

El ensamblaje del empleo con la robotización de la economía, debe provenir de la productividad de los sectores básicos. El quid de la buena vida, tiene que ver con el incremento de la productividad, pero no de cualquier cosa, sea necesaria o no, sino de aquellos bienes y servicios que nos hacen vivir con dignidad y nos permiten desarrollar nuestras potencialidades y buscar nuestros sueños en un mundo solidario. Las nuevas técnicas y la tecnología han sido soporte de las mejoras en la vida de las personas. Recordemos que la productividad ha ido multiplicándose en los dos últimos siglos, así en un sector esencial: “la evolución agraria durante 151 años consecutivos: de 1826 a 1977 […] el rendimiento por hectárea se ha multiplicado por seis y la productividad por hora de trabajo humano por 30[1].” Recordemos que en España al inicio del siglo XVIII el 85 % de la población se dedicaba a la agricultura, actualmente no llega al 4 % y exportamos muchos alimentos. El crecimiento en todos los sectores ha sido asombroso, pero el problema no es el crecimiento sino el desarrollo humano y el uso del mismo en beneficio de todos.

La globalización de la economía ha puesto por delante los beneficios a los derechos humanos. La economía a escala mundial depende de un complejo entramado de interdependencia unido por un trasporte incesante que quema en torno a la mitad de toda la energía consumida por la humanidad[2]. El transporte, por ejemplo, representa el 18% de las emisiones de CO2 y, sin embargo, llevamos plátanos de Colombia a cualquier parte del mundo a precios imposibles, precios que reducen los de la producción local en otros lugares. Nos olvidamos de las tecnologías limpias, tecnologías que no carguen a los ciudadanos con los costes de la contaminación a veces mortales. Nos olvidamos de un uso eficiente y justo del conocimiento que entre todos ha aumentado de formar exponencial y que nos debe permitir unas relaciones más humanas, basadas en la confianza, la cooperación y la solidaridad.



[1] Alternativas económicas 43. Cambios en la distribución del empleo. Joaquin Sempere Carreres. Pág. 50
[2] Ibídem. Pág. 51

Los humanos No somos tan inteligentes

En un mundo en el que la información circula a velocidades siderales, en el que el conocimiento del medio es cada día mejor, sorprende que...