No interesa que se conozca el
verdadero papel que los impuestos juegan en un Estado moderno que emita su
propia moneda. Y no interesa porque es un concepto subversivo que pondría patas
arriba las fabulaciones con las que nos han ido adocenando y aburguesando. Creíamos
que vivíamos en un mundo perfecto, en el fin de la historia, y que ya no nos
quedan alternativas que buscar. La perfección está aquí, creían algunos. Pero
mira por donde con la crisis brutal que estamos penando se nos revela que hay
una gran desigualdad y que el principal problema que tenemos es el
calentamiento global. Lo cual, por el contrario, nos debe dar energías para
poner en marcha nuevas utopías que nos mantengan vivos, ya que, como nos decía
Serrat: “Sin utopía, la vida sería un ensayo para la muerte.”
En un Estado que tenga el
poder de emitir su propia moneda, al imponer un impuesto se reduce la cantidad
de moneda, real o virtual, en circulación, esa es su función no conocida, no
visibilizada. Es obvio que el gobierno no puede recaudar impuestos en una
moneda que no haya emitido anteriormente y el gasto público es la forma de
crear dinero por parte del Estado.
Randall Wray uno de los gurús
de la Teoría Monetaria Moderna (TMM)
nos comenta en una entrevista reciente[1]: “Antiguamente,
los gobiernos coloniales quemaban los billetes que recibían como pago de
impuestos. Hoy en día, si entregas al banco dinero en mal estado, la Reserva
Federal lo hace trizas. Si haces una visita guiada a la Reserva Federal, te dan
como suvenir una bolsita llena de jirones de billetes. La idea
de que hacerles pagar impuestos a los ricos te da dinero para pagar a los
pobres es errónea. Podemos pagar a los pobres sin cobrarles impuestos a los
ricos. ¿Por qué cobrarles impuestos? Porque son demasiado ricos. Lo hacemos
para reducir su riqueza. No debemos ligar ambas cosas, porque si por motivos
políticos no podemos recaudar de los ricos, eso nos llevaría a no gastar en
ayudas para los pobres. Son actos separados: podemos ayudar a los pobres y
cobrarles impuestos a los ricos.”
Aquí se adivinan pautas para emprender
nuevos objetivos que hagan a las sociedades más justas e igualitarias.
Busquemos nuevas utopías. Rutger Bregman autor del libro “Utopía para realistas”
nos dice que “Las utopías no ofrecen respuestas concretas, y mucho menos
soluciones. Tan sólo plantean las preguntas correctas.” Bregman da constancia de
que nunca en la historia se ha tenido más riqueza que la que se tiene
actualmente y cree que el progreso debe venir de una nueva distribución del
dinero y del tiempo. Por ello, piensa, que debemos desarrollar una nueva visión
de nuestras sociedades estableciendo una Renta
Básica Universal (RBU). Estima que “podría hacerse mañana mismo” y rechaza
que sea un planteamiento más propio del comunismo: “De
hecho, no hay nada más capitalista que esto [dice]. Sería su gran logro. Se proporcionaría un suelo en la
distribución de la riqueza, una base desde la que cualquiera puede crecer y
decidir lo que quiere hacer en su vida.
En su libro Bregman nos da un montón
de ejemplos en los que la entrega de dinero a los pobres no ha significado ni
el fomento de la vagancia, ni el despilfarro de lo entregado, ni el aumento de
los gastos del gobierno, ni el aumento de la natalidad. Todo lo contrario,
transcribe, por ejemplo, como la prestigiosa revista médica The Lancet resumió sus hallazgos al
respecto: de hecho cuando los pobres reciben dinero sin condiciones tienden a
trabajar más. Comenta, también, el experimento conocido como sistema
Speenhamlad, uno de los primeros sistemas de bienestar desarrollado a
principios del siglo XIX en Inglaterra y que fue un rotundo éxito ocultado por
more de los intereses de aquellos a los que les viene bien que siempre pueda
haber ricos y pobres.
La RBU es un primer paso que evita de
forma rápida la pobreza, permite generar muchos puestos de trabajo, mediante el
aumento de la demanda agregada y las posibilidades que crea (debemos ser
conscientes, en contra de la idea de vagancia, de que mucha gente cuando tiene
las necesidades básicas cubiertas trabaja libremente en beneficio de los demás
y sin recibir ningún salario, sólo por
solidaridad y empatía. Esto, significativamente, pasa también en los países que
tienen un horario de trabajo más reducido). Además no es cara la implantación
de la RBU. El propio Bregman nos dice que erradicar la pobreza en Estados
Unidos supondría sólo el 1 % de su PIB, o lo que es lo mismo la cuarta parte de
su gasto militar.
Es el momento de revitalizar utopías,
utopías para las que se adivinan herramientas que harán posible su consecución.
Es el momento de nuestra historia en el que podemos disfrutar de mayor número
de productos y servicios. Además, actualmente tenemos recursos ociosos y sin
utilizar, mediante los que se pueden cubrir parcelas de trabajo como los
referidos a la economía verde, a la investigación, desarrollo e innovación, a
la sanidad, educación y los servicios sociales. La activación de estos recursos
permitiría dar un salto de calidad a nuestras sociedades. El manejo de la
posibilidad de emitir moneda que facilite la puesta en marcha de todas las
fuerzas ociosas, es cosa que la TMM deja claro en sus propuestas. Podemos
vislumbrar, así, el reino de la libertad y la felicidad, sólo impide su logro
la voluntad política.
El trabajo garantizado del que nos
hablan los especialistas en la TMM, no cabe duda de que también es un buen paso
a dar, en una sociedad centrada en el trabajo, es irresponsable, sin duda, que
se tengan altas tasas de paro. La pobreza y el desempleo no pueden ser un mal
necesario. Entiendo, sin embargo, que requiere mayor burocracia, más tiempo de
desarrollo, ofrece menos libertad en la elección de trabajos y permite una
menor creatividad.
Lo que hay que comprender con claridad
es que los impuestos no son necesarios en un Estado que tiene la potestad de
emitir su propia moneda (lo que no sucede en nuestra Europa). La función de los
impuestos es permitir que en la economía se tenga más o menos demanda, que se debe
relacionar con la disposición de bienes y servicios; evitando así la inflación.
El Estado, por otra parte, no necesita recaudar impuestos para gastar y
estimular la economía. El Estado no puede quebrar cuando emite su propia
moneda. Aquellos que proponen un Estado mínimo, nos escamotean una realidad, la
de que los Estados que gozan de más bienestar: Dinamarca, Suecia y Finlandia,
tienen un sector público grande. Si tomásemos conciencia de todo esto, nos
daríamos cuenta de que tenemos importantes objetivos sociales que alcanzar y,
con ellos, podríamos cambiar nuestro mundo, al son de nuevas utopías no
estorbadas por la falta de presupuesto.
Nuestro Cervantes nos hace una gran
observación al respecto: Cambiar el mundo, amigo Sancho, no es locura ni
utopía, sino JUSTICIA.