miércoles, 24 de febrero de 2016

Paro, pensiones y pobreza

Nuestro País viene teniendo muchos éxitos en el mundo deportivo, aquí la aplicación del libre mercado en el deporte de élite ha contribuido a que a base de billetes y grandes cifras (siempre en incremento como bola de nieve) tengamos los mejores deportistas, especialmente de conjunto y, como consecuencia, a que se hayan formado equipos punteros que campean en Europa y en el mundo entero. Nuestro país tiene, sin duda, regusto a épocas pasadas. El “pan y circo” mueve a las masas en mayor medida que la participación social en defensa de los derechos humanos y bienes públicos, y esta actitud mantiene firme y autoalimentado este sistema en el que la aceptación de la realidad, de lo que hay, se enquista sin visos de que un día pueda cambiar.

Pero el pan está escaseando para muchos. Nuestro País, también, es puntero en el paro (según la última EPA del 4T, 4.850.800 personas y un 21,18 %), en el que el paro juvenil (46,6 %) asusta por las consecuencias que puede acarrear; en el trabajo precario, insano y con futuro incierto y en la timidez y adelgazamiento de sus pensiones. Si el paro mantiene sus altas cuotas, si el paro de larga duración bate records (2.346.100 personas), si las retribuciones de los trabajadores bajan, si los contratos cada día son más precarios, si las familias tienen cada vez menos ingresos (1.572.900 hogares con todos los miembros en paro), no hay que hacer estadísticas, ni estudios económicos, para concluir que la pobreza invade nuestra sociedad y que la desigualdad sigue aumentando la brecha entre los ciudadanos[1].

Pero resulta que en nuestro País cualquier defensa de los más necesitados es atacada vilmente por aquellos defensores del statu quo, es torpeada duramente para borrarla del mapa, es penalizada sin argumentos poniendo ejemplos asociados interesadamente a la catástrofe, al hundimiento económico y a la maldad (Venezuela, Irán, Rusia, comunismo, etc.). Vienen al caso recordar las palabras de Monseñor Hélder Câmara, arzobispo brasileño, que decía  "Cuando doy comida a los pobres, me llaman santo. Cuando pregunto por qué son pobres, me llaman comunista". Esta es nuestra triste realidad que para muchos nos es incomprensible.

Pero para aquellos que piensen que el pan hay que ganarlo con el sudor de la propia frente y que el trabajador es una mercancía más, en la que el coste debe ser reducido hasta su inexistencia, se tiene que recordar que en este mundo, en el que la tecnología está reemplazando al trabajo humano, sólo queda; o aprovechar los yacimientos de empleo existentes, especialmente relacionados con el medio ambiente o los servicios públicos; o ser conscientes de que no todos podremos tener la suerte de que nos toque la lotería en la que se nos asigne un puesto de trabajo y, en todo caso, pocos serán los premiados con un empleo a jornada completa, fijo e indefinido.

¿Qué futuro tienen los jóvenes que no llegan a cotizar más que días sueltos y pasan los años y el periodo de necesario para conseguir su pensión de jubilación no puede rellenarse con sus periodos trabajados? ¿Qué pasa con aquella gente que sólo conseguirá, pensiones contributivas que nos le dará ni para el pan y los bienes básicos? ¿Qué pasará con los parados de larga duración? ¿Seguirán alucinando con las maravillas de nuestros equipos? ¿Seguirán sin hacer caso a los cánticos que les informan de los sueldos impresentables de los banqueros y de los ejecutivos de las grandes empresas? ¿Qué pensarán aquellos trabajadores por cuenta propia que cotizan por la base mínima de 264 euros al mes (un 86,3 % de ellos)?

Hay quién se afilaba las uñas con el llamado capitalismo popular, queriendo destruir el sistema público de pensiones para multiplicar sus beneficios. Pero los ahorros de estos pequeños capitalistas se han esfumado, para poder cubrir sus necesidades básicas y las de su familia, con la crisis capitalista en la que el sistema financiero ha tenido la mayor y principal contribución. ¿Quién puede confiar en el sistema financiero en el que la inestabilidad y el poder de los que más tienen son las señas de identidad y que, además, ha tenido que ser rescatado con los recortes en las prestaciones de desempleo, los salarios, las pensiones, los servicios públicos y financiado, sin embargo, por los incrementos de impuestos que hemos pagado la mayoría de los ciudadanos y que en ningún caso han sido progresivos, pagando más el que más tiene, sino que incluso, en casos como el del IVA, han contribuido a penalizar más a los que menos tienen, ya que para comprar cualquier bien necesario, paga igual el que está en una profunda pobreza que el que está insultantemente en la cima del poder económico.

Seguimos haciendo oídos sordos a la economía de la demanda dentro de un desarrollo sostenible. Somos ciegos, no queremos ver que la oferta económica es superior a la demanda, que hay para todos, y que se tienen recursos ociosos, entre ellos significativamente el trabajo humano. Seguimos pensando que el sistema de pensiones sólo tiene que ver con la esperanza de vida y en consecuencia con el incremento de la relación pensionistas/cotizantes, y claro como el incremento de los pensionistas va a seguir subiendo, el sistema se derrumbará. Olvidamos que también debemos tener en cuenta la productividad, que es incrementada por la tecnología; el aumento del número de empleos, ya que aumentan la recaudación de la Seguridad Social. Y que estamos despilfarrando la formación y el talento de nuestros jóvenes y arruinando su futuro, que estamos penalizando a nuestros mayores con pensiones que irán perdiendo su valor y les condenarán a vivir con penuria sus últimos años de vida. No, no se puede cifrar sólo la solidez del Sistema de Seguridad Social en la esperanza de vida y el aumento de pensionistas. La esperanza de vida, es verdad, que aumenta en nuestro País, pero si no se toman medidas de sentido común, se convertirá en una vida sin esperanza para la mayoría.


[1] Según la organización no gubernamental OXFAM el 1% de la población poseen ya la misma riqueza que 3.600 millones de personas, la mitad de la población mundial.

viernes, 19 de febrero de 2016

Una estabilidad dinámica y creadora

Es el momento de llegar a acuerdos. No es el momento de perder tiempo. En nuestro país hay urgencia para solventar problemas que no pueden demorarse. No podemos vivir en campaña política eternamente. No podemos permitirnos unas nuevas elecciones que suponen un coste inasumible y un desgobierno con una inercia preocupante. La desigualdad y la pobreza que se nos ha instalado y amenaza con seguir incrementándose no admite más demora. Las cadenas de la deuda siguen engrosándose e inmovilizando el desarrollo de nuestra sociedad. Las elecciones del 20-D trajeron un cambio político. Han sustituido el conservadurismo de un rodillo político que bloqueaba cualquier atisbo de debate indagador de nuevos caminos que nos llevaran a mejoras sociales, por un equilibrio incierto de fuerzas políticas que, de momento, un día ponen el fiel de la balanza en políticas conservadoras y otro en el lado contrario de las políticas de cambio y a favor de las personas.

Pero este balanceo no debe preocuparnos, como nos dice Daniel Innerarity “la democracia es un equilibrio entre acuerdo y desacuerdo, entre desconfianza y respeto, entre cooperación y competencia, entre lo que exigen los principios y lo que las circunstancias permiten. La política es el arte de distinguir correctamente en cada caso entre aquello en lo que debemos ponernos de acuerdo y aquello en lo que podemos e incluso debemos mantener en desacuerdo[1]”. La obcecación puede llevarnos a conseguir efectos perversos que anulen los deseos de cambio y eche por tierra cualquier avance en los derechos sociales. Lo único que según mi criterio nos debe preocupar es no saber cubrir las necesidades de la ciudadanía, no saber ver la luz entre tanta opacidad y corrupción, no saber elegir la buena dirección.

Hacer juegos malabares puede tener un resultado desastroso. En política es difícil unir una cosa y su contraria, por mucho que los extremos se atraigan. Sin embargo, hay quien sigue haciendo campaña electoral con el miedo y hay quien con su indecisión piensa que se puede gobernar mirando a la derecha y a la izquierda. No me cabe duda de que siempre puede haber acuerdos para temas concretos o decisiones asumidas por todos mostrándonos ya que el sentido común puede ser algo más común y puede ser asumido por cualquier ciudadano, siga a un partido u otro. No obstante, un gobierno de cambio tiene que tener claras sus líneas básicas, su ética mínima, tiene que tener claras sus políticas y éstas no pueden ser bidireccionales, es decir que persigan modelos contrapuestos.

Los cuatro últimos años nos han demostrado que un partido sin control y a base de rodillo parlamentario, en un mundo dónde el dinero sigue siendo el mayor imán, puede suponer un peligro cierto para la democracia y los ciudadanos que la conforman. Una democracia, sin duda, “más que un régimen de acuerdos, es un sistema para convivir en condiciones de profundo y persistente desacuerdo. Ahora bien, en asuntos que definen nuestro contrato social o cuando se dan circunstancias especialmente graves los acuerdos son muy importantes y vale la pena invertir en ellos nuestros mejores esfuerzos” [...] ”los desacuerdos son más conservadores que los acuerdos; cuanto más polarizada está una sociedad menos capaz es de transformarse. Ser fiel a los propios principios es una conducta admirable, pero defenderlos sin flexibilidad es condenarse al aislamiento[2]”. Estos cuatro últimos años no ha habido voluntad ciudadana, no ha habido democracia, no ha habido pactos entre los partidos políticos, no ha habido búsqueda de acuerdos. Se ha gobernado en soledad y el que busca la soledad termina encontrándose sólo y sin nadie con quien acordar.

La lucha por el poder está obligando a los partidos a buscar alianzas y pactos. Se olvida, no obstante, lo más importante; que buscar acuerdos puede ser un camino que se apoye en la diversidad existente en nuestra ciudadanía, en nuestra sociedad, reflejada en las últimas elecciones.  Además “En muchos ocasiones llevar la contraria es una automatismo menos imaginativo que buscar el acuerdo. El antagonismo ritualizado, elemental y previsible, convierte a la política en un combate en el que no se trata de discutir asuntos más o menos objetivos sino de escenificar unas diferencias necesarias para mantenerse o conquistar el poder” [...] “los que discuten no dialogan entre ellos sino que pugnan por la aprobación de un tercero[3]”. Los desacuerdos se escenifican ante los espectadores y suponen una lucha por el poder que olvida realmente el fin último de las elecciones que no es estar permanentemente en campaña sino el de conformar un Gobierno que ponga en marcha medidas que hagan posible una sociedad mejor y más justa.

De nuevo con Daniel Innerarity hemos de concluir tristemente que “A diferencia de los sistemas políticos en los que se reprime la disidencia, se obstaculiza la alternativa o se ocultan los errores, un sistema donde hay libertad política tiene como resultado una batalla democrática en virtud de la cual el espacio público se llena de cosas negativas –unos critican a otros, los escándalos se magnifican [y arriman el ascua al interés de cada parte], la protesta se organiza, nadie alaba al adversario, la honradez es noticia, la gente tiende a hacer valer sus intereses lo más ruidosamente que puede—y es conveniente que saquemos de todo ello las conclusiones correctas[4]”. Y las conclusiones correctas deben sacarse de la lectura de los programas y de las medidas e instituciones que se pongan en marcha para una aplicación de las mismas. No vale votar por votar. Tampoco parece razonable que los proyectos sean inamovibles que estén labrados en piedra. Debe haber flexibilidad, sentido común, honradez, respeto a las personas y sobre todo la búsqueda del bien común.



[1] Innerarity, Daniel (2015:153), La política en tiempos de indignación. Galaxia Gutenberg.
[2] Ibídem (2015:141)
[3] Ibídem (2015:142)
[4] Ibídem (2015:155)

viernes, 12 de febrero de 2016

Cuando la ficción se hace dura realidad

Cuando los hechos delictivos quedan impunes y sin embargo las ficciones se castigan duramente. Cuando la denuncia social no se admite y sin embargo vemos muy normal educar a los niños para un trabajo flexible, precario y sin esperanzas, educar en definitiva para la esclavitud del trabajo actual. Cuando una obra de titiriteros concita más debates y se penaliza más que la corrupción y el robo de inmensas cantidades de dinero y propiedades públicas. Cuando estas cosas ocurren y son moneda usual, se corre el peligro de vivir en mundo irreal pero que mata y apresa, en un mundo en el que la precariedad y la incertidumbre son lo constante y hace que todo lo que parecía sólido en su día se vuelve líquido, difuso, incierto, temporal, como nos advierte el sociólogo Zygmunt Bauman en relación a los tiempos que corren. Pero este mundo líquido no afecta a todos, a aquellos que se están apropiando de las riquezas existentes en nuestras sociedades, apropiando de los recursos de la naturaleza y de los productos que entre todos estamos generando, para aquellos, el mundo tiene un suelo firme, real y acogedor en los que se controla cualquier contratiempo.

Aquellos no admiten ideas diferentes a las suyas. Ellos pueden expresarse a su antojo: también tienen libertad de expresión.  La libertad de expresión, en consecuencia, sólo es un derecho real para los que pretenden un mundo de acuerdo a sus intereses y lo consiguen a base de dinero y poder. Escribía Antonio Muñoz Molina que en nuestros años de democracia “Lo natural no es la igualdad sino el dominio de los fuertes sobre los débiles [...] Lo natural es exigir límites a los demás y no aceptarlos en uno mismo[1]”. Y en relación a los que tienen o mucho poder decía: “Parece que tienen una idea mucho más aguda y certera de la realidad que nosotros y a la vez  que están completamente fuera de ella, enajenados en la niebla de su propio éxito y su egolatría[2]”.  Viven en otra realidad que se asegura la asepsia respecto al resto de los ciudadanos, a los que se les aplica la medicina del miedo, medicina que permite milagrosamente transformar a la sociedad en una obra de rentabilidad económica para unos pocos, a base de recortes en derechos y libertades.

Viven de lujo cuando las cosas van bien y cuando van mal. La bolsa cae, y en pocos días muchos pequeños ahorradores ven desaparecer sus ahorros, pero no hay que preocuparse; aquellos que inventaron las triquiñuelas bancarias, las hipotecas basura, las preferentes, la titulización y muchos otros productos bancarios, que ni ellos mismos entendían pero les permitían hacerse con el dinero de los demás unido al incremento de su poder que les permite ser impunes y asegurarse contra su inmundicia y falta de moral; aquellos volverán a aumentar su cuenta bancaria y a hacer su mundo más sólido y seguro. ¿Cómo van a querer entonces cambiar las reglas de nuestra sociedad que ellos han inventado? Perderían su seguridad, tendrían que comportarse como el resto de los ciudadanos y admitir que todos tenemos la misma dignidad.

No hay que olvidar que “Quienes toman decisiones financieras son inmunes a toda exigencia de responsabilidades, y están por encima de cualquier ética moral que no sea la rentabilidad[3]”. La crisis que nos tiene y entretiene, consecuencia de los excesos financieros, es una muestra de la inmoralidad inmanente del mundo financiero. Es una muestra, también, del ocaso del mundo moderno que se identificaba con una ética del trabajo que nos trajo el consumismo y la desigualdad. Así  “El posmodernismo nos ha legado la ilusión de vivir en un mundo libre de necesidades y de ideologías, abierto a las promesas de un consumismo ilimitado, de un espectáculo encandilador, de la exaltación de la individualidad aun a costa de que esta nos traiga la inseguridad del empleo, la incertidumbre y la soledad[4]”.

La manipulación de la realidad apoyada por la medicina del miedo hace olvidar el pasado y nos sumerge en una burbuja que nos degrada en una espiral sin fin “Y lo cierto es que la memoria de los errores (y horrores) del pasado no impide que se cometan otros nuevos, aunque sea en diferentes condiciones y momentos y por motivos distintos. Si la historia pudiera servir realmente para evitar que se repitieses sucesos desagradables gracias al poder de la memoria, hace ya tiempo que no tendríamos guerras ni asesinatos en masa, ni siquiera racismo, marginación u opresión[5]”. La historia nos muestra que los fuertes nunca han dejado que la sociedad caminara hacia niveles de más igualdad y felicidad, no era su misión. La historia nos muestra que los ricos y poderosos siempre han aprovechado el esfuerzo del resto de las sociedades en las que vivían. Y hay estudios que demuestran que lo que cae de arriba, hablando en términos sociales, son migajas y que los ricos cada vez generan menos empleo y destruyen más.

La historia se repite y parece que la mayoría de nosotros debemos acostumbrarnos a la crisis permanente (un demonio cruel con los débiles), porque será nuestro modo de vida. No aprendemos, aceptamos el “no hay alternativa”. No aprendemos de la historia, y si no aprendemos de ella estamos condenados a repetirla. La crisis de la que no paramos de hablar, repito, no es un hecho pasajero, ha venido para quedarse si no encontramos una salida adecuada para todos, salida que sólo puede llegar con un cambio profundo de la sociedad, un cambio en el que nos preocupemos de las personas, en el que el dinero no decida quién puede vivir y quién no, quién puede realizarse y quién no, un cambio en el que lo virtual no oculte la realidad y en el que el miedo sólo persiga a aquellos que quieran utilizarlo como herramienta manipulativa para proteger sus intereses egoístas.



[1] Muñoz Molina, Antonio (2013:95).Todo lo que era sólido. Círculo de lectores.
[2] Ibídem (2013:19).
[3] Bauman, Zygmunt y Bordoni, Carlo (2016:144, Carlo Bordoni). Estado de Crisis. Paidós.
[4] Ibídem (2016:140).
[5] Ibídem (2016:133).

viernes, 5 de febrero de 2016

La libertad y la autodeterminación

No es con la intransigencia y mediante la fuerza como se consiguen políticas duraderas. Sólo tendríamos que poner líneas rojas en aquellos puntos que atentan contra los Derechos Humanos o manifiesten decisiones claramente injustas. Pero con la fuerza y la tozudez sólo se cierran en falso los problemas y todo aquello que se cierra en falso vuelve a dar la cara de forma recursiva, haciendo, además, que los avances sean nulos o incluso se retroceda y se caiga en un bucle idiotizante que olvida, por otra parte, las necesidades urgentes que se deben resolver y que no admiten demora por ser vitales.

Y no se deben tener dudas de que en nuestro país existen prioridades urgentes que necesitan abordarse cuanto antes, y, además, estaríamos ciegos a la realidad si no atendiéramos las voces de aquellos que manifiestan su desencanto y malestar, y piden en consecuencia alzar libremente su voz y ser escuchados. Obcecarse, sin embargo, en limitar la libertad de expresión de los ciudadanos, solo nos lleva a exacerbar sentimientos de rebeldía y se consigue con más seguridad lo mismo que se pretende cercenar y evitar.

La problemática catalana tiene paralelismos claros con el proceso habido en Escocia.  Allí también se empleó el miedo y el frentismo para frenar los impulsos independentistas. Y, no obstante, fueron las políticas neoliberales las que impulsaron a los escoceses a buscar una separación que mejorara la situación y consideración de sus ciudadanos. “No es de extrañar que el apoyo a la independencia fuera mayor entre los trabajadores[1]”. No se puede olvidar que “La victoria de Margaret Thatcher en 1979 fue el primer clavo en el ataúd del Reino Unido, no porque estigmatizara a los escoceses, como han hecho algunos de sus sucesores, sino porque la mayoría de los escoceses la aborrecía a ella y a todo lo que representaba[2]”. La corrupción en el extremo centro, como define Tariq Ali a la connivencia del bipartidismo o tripartidismo que ha mantenido las políticas neoliberales con la complicidad de bancos y grandes empresas, ha intentado por todos los medios, incluso los legales, seguir ocultando y, por tanto, parar el conocimiento real de sus andanzas generadoras de injusticias y desigualdades, y ha contribuido a atizar las emociones nacionalistas que pretenden un futuro más humanitario y esperanzado.

En palabras de Tariq Ali: “Los políticos timoratos y dóciles que hacen funcionar el sistema y se reproducen son lo que yo llamo el “extremo centro” de la corriente política mayoritaria en Europa y en Norteamérica[3]”. “Al final, el peligro (y no solo en el Reino Unido) no vino de la izquierda ni de la derecha, sino de todos los partidos parlamentarios mayoritarios que actuaban al unísono para defender el capitalismo: el extremo centro[4]”. Esta defensa del capitalismo tal y como se está llevando en Europa y en nuestro país hace alardes, no se detiene ante nada y utiliza cualquier medio para conseguir el objetivo, siendo el miedo, la mentira y el descrédito sus armas habituales y la corrupción el “modus vivendi”.

En Escocia y en España la herida no está cerrada y seguirá sangrando si no se cambian las políticas injustas con la mayor parte de la población. Mantener el statu quo es lo que intentan aquellos que van muy a gusto con la situación actual. Para ello emplean las argucias más rastreras y mienten sobre todo en relación a aquel que pretenda hacer algún cambio. En nuestro país la demagogia y la mentira se centra contra Podemos. Ya puede repetir hasta la extenuación que no quieren que se separe Cataluña del resto de España. Los partidos de nuestro extremo centro seguirán poniendo como línea roja el separatismo de Podemos. Se trata, claramente, de confundir a aquellos que están imbuidos del nacionalismo español, igualando la defensa de la libertad de expresión mediante: un recurso democrático, con el impulso del separatismo sin más. ¡Pura demagogia y manipulación!

El juego político más habitual tiene más de táctica y estrategia partidista que otra cosa, con el único fin de mantener a los mismos partidos en el poder y con ello defender los intereses de aquellos que los están financiando, que, en definitiva, son sus dueños y señores. Es un juego que se sale fuera de la verdadera función de la política y olvidando las necesidades de los ciudadanos, los utiliza y manipula para producir lo único que pretenden de ellos: el voto. Pero ¡Ay! Resulta que cuando hay quién se financia a través de los propios ciudadanos y por tanto es a ellos a quienes les conceden todo el poder en sus políticas, respaldando el poder del pueblo, en definitiva la democracia. ¡Ay! Cuando esto sucede, el ardor con el que se ataca no puede ser más elocuente y demostrativo de los fines que pretenden los modos actuales de hacer política. Pero seguimos ciegos y no lo vemos.

No deberíamos tener más nación que los derechos humanos. Es verdad que es una utopía en el día de hoy, pero las utopías son las que han contribuido a mejorar el hombre y sus sociedades. Hoy los únicos que no tienen nación, a pesar de que nos hacen creer lo contrario, son los poderosos, los ricos, porque su obsesión es el dinero y el dinero no tiene fronteras y se dirige siempre allí dónde se puede multiplicar con más facilidad sin importar qué o a quién destroza. Las políticas neoliberales, el fundamentalismo de mercado y la liberación financiera han sido herramientas muy útiles para la internacionalización del dinero y, sin embargo, aquellos que defienden estas herramientas son precisamente los mismos que se aferran a la línea roja de sus territorios de poder. Poder que es utilizado para encadenar y explotar a los ciudadanos con las políticas que los destruyen y amordazan.




[1] Tariq Ali (2015:81). El extremo centro. Alianza Editorial.
[2] Ibídem (2015:92).
[3] Ibídem (2015:14).
[4] Ibídem (2015:24).

Los humanos No somos tan inteligentes

En un mundo en el que la información circula a velocidades siderales, en el que el conocimiento del medio es cada día mejor, sorprende que...