lunes, 31 de octubre de 2016

Los buitres se lanzan sobre las pensiones

A nadie se le escapa que el volumen financiero de las pensiones es muy tentador. Por ello, la ideología neoliberal, con la excusa de que el mercado todo lo arregla y que debemos dejar al mercado que nos resuelva todos los problemas, quiere arremeter contra uno de los bastiones más importantes del Estado de Bienestar, el sistema de pensiones de la Seguridad Social. Una institución que ha funcionado perfectamente en sus años de existencia y que ha conseguido dar protección y merecido descanso a aquellos que han trabajado duramente y que llegando a una edad disfrutan de los derechos adquiridos en los últimos años de su vida.

Para realizar el acto de voladura del sistema, los correligionarios del “menos Estado y más mercado” llevan años inyectando miedo en la sociedad: la pirámide de población está invertida, una persona trabaja para poder pagar a cuatro pensionistas, llega la jubilación de la generación del baby boom, la caja de la seguridad social es deficitaria y el fondo de reserva apenas nos llegará al 2017, etc., etc.

Dos mitos, entre muchos, están insertos en tales afirmaciones. Uno: el envejecimiento demográfico arruinará nuestro sistema público de pensiones si no se toman medidas para garantizar su sostenibilidad. Dos: Se cree todavía que el ahorro del presente financia el consumo del futuro y que el Estado requiere ingresos para financiar el gasto. Pero en todos los problemas que se señalan en relación a las pensiones, la solución tiene sobre todo que ver con la voluntad política al repartir la renta y la riqueza.

En relación con el primer mito los analistas plantean múltiples soluciones que pueden paliar la problemática dentro del paradigma económico vigente: Una reforma del mercado de trabajo que sirva para aumentar el empleo y, sobre todo, la productividad; realizar cambios estructurales que rebajen la tasa de paro y eleven la ocupación; incrementar el salario mínimo para que la cotización a la Seguridad Social sea mayor; elevar los topes de cotización; bajar las pensiones; alargar la edad de jubilación; reducir los gastos; elevar los tipos de cotización, etc. Pero para resolver la situación de forma justa, fuera de falsos alarmismos, lo realmente importante es la riqueza que tiene la sociedad y la producción y servicios que es capaz de realizar para uso y disfrute de los ciudadanos en cada momento. Tiene, entonces que ver, con la sociedad que queremos construir y con la distribución de la riqueza más o menos igualitaria, para que todos los ciudadanos tengan el acceso a la generación de riqueza y a unos medios de vida que le permitan un libre desarrollo de su vida.

En el segundo caso tenemos un mito que se rompe por su base si comprendemos perfectamente lo que supone el ahorro a nivel de sociedad. Éste, como ya hemos reiterado en muchas ocasiones, no es igual al ahorro en la economía doméstica, donde el presupuesto tiene que estar equilibrado, al menos a medio plazo. A nivel de sociedad los gastos de unos son los ingresos de otros. El ahorro público lo que supone, entonces, es la retirada de medios de pago en el sector privado. Sin embargo, el gasto público, cuando se tiene controlada la inflación, supone siempre ingresos del sector privado y medios para que la economía mejore. Así, dotar un fondo de reserva supone una restricción autoimpuesta por el gobierno sobre el gasto público que, en ningún modo es necesaria ni beneficia al sector privado como se cree.

La riqueza real que una sociedad tiene en un momento dado viene dada por la producción de bienes y servicios que obtiene en ese momento. No se puede consumir nada más que aquello que existe en forma de producto o servicio. Aunque si se pueden disfrutar, durante un tiempo, aquellos bienes, como la vivienda, cuya vida media es larga. Pero, los pensionistas que cobren dentro de 20 años, no pueden consumir alimentos, productos con caducidad y servicios que se realicen en el presente. Sigue habiendo excepciones, pero cada vez más raras por la obsolescencia programada de los productos. Por tanto, los bienes y servicios que consumimos hoy no pueden ser devueltos al pasado ni enviados al futuro. No comemos, tampoco, billetes, ni números de apuntes contables. Si en el futuro la producción no es suficiente para cuidar tanto de los trabajadores como de las personas dependientes, ninguna acumulación de riqueza financiera en el pasado permitirá atender a los ancianos.

Lo que sí es un problema es que estemos desperdiciando un montón de posibilidades de empleo. Que muchas personas no puedan trabajar y así producir y dar más y mejores servicios que aún hoy son necesarios. Lo que sí es un grave problema es que dejemos las máquinas paradas porque la mayoría no tiene medios de pago, que, por otra parte, han acumulado avariciosamente una pequeña minoría. Lo que sí es un grave problema es el hecho de que el sistema financiero haya generado un mundo en el que la deuda, que en principio permitía la puesta en marcha de inversiones costosas que beneficiarían a la sociedad, se haya convertido en un monstruo que, como agujero negro, hace que los medios de pago y la riqueza existente caigan en muy pocas manos interesadas en especular, dejando a la mayoría, el recurso de volver al campo, producir para el autoconsumo y volver a tiempos pretéritos: tiempos feudales.

Por ello, todos nos debemos preguntar a quién interesa la voladura-privatización de las pensiones. Y estoy seguro que todos tenemos una respuesta fácil.


martes, 25 de octubre de 2016

Los efectos perversos de la competitividad

La sociedad desarrollada en la que nos movemos está secuestrada por el mundo del trabajo y éste, a su vez, se rige por los principios de la libre empresa en un marco que cada día es más internacional. En este marco las naciones y las empresas tienen que luchar desesperadamente por los ingresos que puedan mantenerlas a flote. La fuente de dónde beben para sobrevivir se denomina “competitividad”. En los últimos tiempos “El término “competitividad” ha retomado un papel protagonista a partir de la crisis económica y sus posibles salidas[1]” y se transforma en una especie de varita mágica que convierte en oro todo lo que toca. Pero, como en el cuento, este oro puede hacernos prisioneros de efectos perversos e indeseables.

La Real Academia Española en su 22ª edición nos da dos acepciones para la palabra competitividad: 1. Capacidad de competir. 2. Rivalidad para la consecución de un fin. En Economía “la “competitividad” es un término microeconómico, referido principalmente al ámbito de la empresa y su capacidad para competir frente a otras en el mercado. Ser perverso suele implicar maldad e intención de perjudicar, pero en  economía, sin embargo, debemos sólo considerar que una medida tiene efectos perversos cuando éstos son contrarios a los que debería provocar. Es un calificativo que se limita a esas consecuencias sin que se extienda, por tanto, al carácter de las personas involucradas.

No cabe duda de que la globalización del comercio y la inversión han producido impresionantes cambios y que ha habido beneficios tangibles. Cientos de millones de personas salieron de la pobreza extrema. Sin embargo, en ausencia de normas globales suficientemente progresistas, la globalización está exacerbando también algunos de los efectos más devastadores del capitalismo. El incremento de la desigualdad y los problemas del medio ambiente son problemas a resolver de manera inmediata. Según explicaba Carlos Taibo: “dos grandes mitos mil veces invocados: tanto la productividad como la competitividad obedecen a una visión de los hechos económicos claramente marcada por los intereses empresariales y son fundamentalmente principales de un orden[2]”. Así, las empresas, con la excusa de la austeridad, vienen utilizando las condiciones laborales de los trabajadores como un elemento importante de su competitividad, y los Estados, además, favorecen esta dinámica con normas laborales que hacen posible el dumping social.

Mayores consecuencias se producen cuando pasamos a usar la competitividad en términos agregados, macroeconómicos, para referirnos a países o incluso áreas económicas como la propia Unión Europea[3]”. “…en términos macroeconómicos, tiende a referirse a la capacidad exportadora de una economía y cómo evoluciona ésta en el tiempo. Así, una economía competitiva sería aquella en la que sus ventas al exterior de bienes y servicios ganan peso relativo en el conjunto de exportaciones mundiales sin perder los productos nacionales cuota de mercado interior[4]”. La lucha por exportar más se convierte en un juego peligroso en el que todos pierden, ya que la competitividad no es un juego de suma cero. Las exportaciones de unos son las importaciones de otros, es verdad, pero, además, para poder adelantar al otro en el monto de las exportaciones, se necesita seguir mejorando en la competitividad en un juego sin fin, en el que principalmente se utiliza la devaluación salarial cuya meta, según nos demuestra la realidad en la que vivimos, es el empleo indecente, precario y mal pagado.

Como dice Joaquín Estefanía: “La búsqueda de la justicia social es un obstáculo para la eficacia económica” […] “En nombre de la eficacia se ha mandado a millones de personas al paro, se ha procedido a una distribución de la renta y la riqueza crecientemente desigual en el interior de los países, se ha esquilmado la naturaleza y se ha secuestrado la voluntad de la mayoría en beneficio de unos pocos, que se auto-presentaban como los únicos capaces de comprender y aplicar las recetas hacia la civilización[5]”.

Seguro, no obstante, de que podemos encontrar miles de ejemplos en los que la competitividad es favorable a los intereses sociales. El mundo del deporte nos permite apreciar también muchos de ellos. Pero poner en los más alto del altar la competitividad, sin limitaciones, nos puede llevar a efectos que no podemos desear a nadie. Muchos son los efectos perversos de la misma: el reparto inequitativo de la renta y la riqueza, la devaluación salarial o devaluación interna, la desigualdad, la falta de empleo y el desempleo, la deuda, los problemas ecológicos, los paraísos fiscales que se encuentran incluso en nuestra querida Europa: Luxemburgo, Bélgica, Irlanda, Holanda.

La internacionalización comercial y la globalización han fomentado, además, un incremento de las deudas importante. Los ahorros de unos han facilitado las deudas de otros generando un volumen descomunal de deuda privada, que permitió, sobre todo, la financiación de un gigantesco proceso de acumulación y adquisición de riquezas a favor de grandes multinacionales y capitales (grosso modo el 1 % de la población mundial). La ausencia de una mínima explicación coherente sobre la dinámica de la deuda privada por parte de la profesión económica ha generado un enorme daño social y económico. La crisis generada por la acumulación, además, no vislumbra su fin, a pesar de que hay quién lo esté vendiendo. Las recetas que se aplican nos mantienen en un camino duro e incierto, y parece que seguimos caminando hacia una nueva depresión aún más imprevisible[6].




[1] Estrada, Bruno y otros. ¿Qué hacemos con  la competitividad? Ediciones Akal, S.A. 2013.
[2] Taibo, Carlos (2011:30). El decrecimiento explicado con sencillez. Los libros de la catarata, 2ª Edición Octubre 2011.
[3] Ibídem.
[4] Ibídem.
[5] Estefanía, Joaquín (2013). Capitalismo, Socialismo y democracia. Revista la Maleta de Portbou, núm. 1, septiembre-octubre 2013.
[6] Un nuevo informe publicado recientemente por el Fondo Monetario Internacional muestra que algunos bancos de Estados Unidos y Europa quizás no sean lo suficientemente fuertes para sobrevivir a otro revés, incluso con ayuda estatal.

miércoles, 19 de octubre de 2016

¿Son los banqueros seres superiores?

Hasta la década de 1990, el negocio bancario era relativamente sencillo. Se dice que los banqueros funcionaban con la regla del 3-6-3: tomar depósitos al 3 %, conceder créditos al 6 % y quedar en el campo de golf a las tres de la tarde. Como se ve un trabajo que muchos quisieran, especialmente en estos tiempos oscuros. Sin embargo, los desequilibrios existentes en la arena internacional, al que contribuían algunos países emergentes y Alemania, generaron un gran ahorro que supuso una caída de los tipos de interés y en consecuencia los banqueros tuvieron que lidiar con ganancias menguantes y tuvieron que buscar creativamente nuevas herramientas que mejoraran sus beneficios.

Su desbordante creatividad les llevó a generar nuevos productos financieros que se creían completamente seguros y que nos llevarían a un futuro perfecto, pero que tenían compradas  todas las papeletas para que el resultado a nivel social fuera un completo desastre. Y todo se vino abajo, aunque seguían preguntándose ¿cómo podía  haber ocurrido? Esta creatividad segura fue uno de los factores más trascendentes que nos trasladó a la crisis iniciada en el 2007. Realmente el sistema financiero se aprovechó cubriendo los riesgos que en su caso no pagarían ellos. Lo que se denomina riesgo moral, un concepto económico que describe aquellas situaciones en las que un individuo tiene información privada acerca de las consecuencias de sus propias acciones y sin embargo son otras personas las que soportan las consecuencias de los riesgos asumidos. Otra definición más concisa es: riesgo de que un seguro haga que el asegurado incurra en mayores riesgos.


El trabajo de los bancos  surtió sus efectos y antes sus dificultades fueron inundados con dinero público. Pero por mucho que se inyectaban millones y millones de euros, los créditos seguían sin crecer y es que nadie se atrevía a invertir en una economía sin futuro. Mejor, sin duda hubiera sido dar dinero al que lo necesitaba, generar puestos de trabajo que recortaran sólo la desigualdad, etc. Pero, estas opciones estaban vetadas, aunque las consecuencias de seguir en las mismas políticas no generaran esperanzas. Y Así, llegando a nuestros días, vemos que según el Banco de España los activos improductivos que aún mantienen los bancos de nuestro país representan 213.000 millones de euros y eso que ha descendido este importe en los últimos años. No obstante, la tasa de morosidad sigue siendo todavía superior al 9 %, lo que según los propios banqueros supone un porcentaje muy superior a lo que se necesita para obtener rentabilidad. Como se ve ni los propios bancos levantan cabeza a pesar de que sólo se miran al ombligo.

Un dato inquietante es la baja rentabilidad del negocio español, que en el año 2015 fue una media del 4,4 % frente a un coste del capital que se situó en el 8 %. No obstante, a pesar de la baja rentabilidad, a pesar de la crisis financiera en la que los bancos fueron los principales responsables, los ejecutivos bancarios siguen sumando emolumentos desorbitantes, sin que ninguna ley y ninguna institución les ponga freno. Y sin duda estos señores deben ser superiores, de otra pasta, si tenemos en cuenta que el Salario Mínimo Interprofesional de España es de 655,20 €, los recortes del gasto social en alguna Comunidad superan el 35 % entre los años 2007-2013, la tasa de paro juvenil sigue todavía en un 46,48 % y los parados, aquellos que manifiestan que quieren trabajar y no pueden, según la última Encuesta de Población Activa son 4.574.700 personas. Pero es que además somos casi líderes mundiales en preparar a los trabajadores para aquello que no se requiere[1].

Se ha denomina Bancos zombis a aquellos que no han quebrado gracias a la ayuda que recibieron de los gobiernos pero que no cumplen con su función básica de dar crédito intermediando entre depositantes y emprendedores que necesitan liquidez para iniciar sus negocios. Parece que para los gobiernos es mejor mantener este tipo de instituciones que preocuparse por los ciudadanos. Pero es que últimamente, pretender defender a los pobres y denunciar las desigualdades y las pérdidas de derechos se considerada una actitud populista y relativa a la izquierda retrógrada y propia de tiempos pasados que no deben volver. Parece que un liberal como John Stuart Mill tenía razón cuando decía que “todas las clases privilegiadas  y poderosas han utilizado su poder en beneficio de su egoísmo.” Pero, ser egoísta e insolidario no convierte a las personas en superiores. El hombre es un ser social y en todo caso rebajaría su estatuto de persona.




[1] El 30 % de los trabajadores les cuesta encontrar un empleo porque carecen de formación demandada.

jueves, 13 de octubre de 2016

Los peligros de la tozudez: o cómo seguir en un sistema perverso

Seguimos empeñados en caminar hacia el precipicio. Las consecuencias de las políticas que las élites y sus acólitos siguen interesadas en mantener, son visiblemente negativas en todos aquellos países en los que se han implantado. Pero en los últimos años se ha considerado el “Neoclasicismo económico y neoliberalismo político, el ungüento de la serpiente, la fórmula imbatible desde los años ochenta del siglo pasado.[1]” Se cree que es la única alternativa económica, There Is No Alternative (TINA) ya que no hay sociedad, sino individuos, según predicaba Margaret Thatcher.

Después de las crisis del petróleo en los años 1973 y 1979, en las que la inflación llegó a cifras de dos dígitos provocada por el aumento del coste del crudo, se entró en un periodo económico denominado la “Gran moderación”. Los economistas ortodoxos y los presidentes de los Bancos Centrales llegaron a pensar entusiasmados que la economía estaba embridada, la inflación, principal ogro, estaba contenida y el crecimiento económico, aunque a pasitos cortos, seguía siendo positivo. En el año 2008, con el descalabro de Lehman Brothers, se constató, sin embargo, que la inflación no era el principal problema, la recesión, el paro y la deflación eran enemigos más poderosos a los que habría que tener en cuenta. No obstante, en Europa, el BCE no quiso apercibirse de ello hasta el año 2011, en el que Trichet, su presidente, inyectó dinero en la economía, alejando así los males de financiación de muchos países europeos.

La decisión de Trichet aunque llegó demasiado tarde sirvió para calmar a los mercados financieros bajando los costes de financiación de la deuda. Este éxito efectuado en contra de la política neoliberal dominante, no sirvió para dar un golpe de timón a las políticas que se venían aplicando. Sino que los pequeños éxitos de crecimiento económico de los países europeos dieron alas al mantenimiento de las mismas, a pesar de seguir creciendo la deuda soberana, congelado el crédito a las empresas y particulares, demasiado alto el desempleo y los recortes en los bienes públicos haciendo daño a los más débiles.

En Europa otrora considerada la avanzadilla de las mejores ideas sociales, ahora aquellos que osan discutir sus teorías son perseguidos y se consideran la encarnación del mal, a pesar de que cada día hay más voces autorizadas en contra y la población asiste incrédula a la situación negativa que se está generando. El premio nobel Stiglitz, siguiendo con su campaña de concienciación, escribe en su último libro sobre el euro “lo que se denomina “extrema izquierda”, en otra época, se había considerado moderado. El centro,  con su ideología neoliberal, se ha corrido tan a la derecha que los supuestos moderados ya no lo parecen. Esos moderados a los que hoy se tacha de extremistas proponen un programa que generaría más crecimiento e  igualdad.[2]” Así, estigmatizando a los que disienten, las élites siguen ganando todas las batallas a pesar de ir en contra de la mayor parte de la población.

Un ejemplo para los manuales es la situación que se está viviendo en nuestro país. El debate político-económico ha retrocedido ya muchos años y se vuelven a repetir planteamientos de principios del siglo pasado, sin entender la realidad actual. Parece que nos ponen anteojeras que nos impiden ver la realidad y nos mantienen exiliados en el pasado. Votamos a favor de la corrupción y en contra de la honradez. Votamos a políticas económicas que sólo han demostrado ser dañinas a la sociedad y olvidamos las que en el pasado nos sacaron de abismos parecidos. Los partidos, otrora sociales, reniegan de las ideas que defendieron en el en tiempos pretéritos para volverse, cual síndrome de Estocolmo, iguales a aquellos a los que combatían en un caminar hacia la derecha neoliberal.

El desconcierto que la actual crisis española puede provocar en un observador imparcial, debe ser descomunal. Se debate entre seguir manteniendo la corrupción y buscar soluciones a la situación que nos está arruinando. Y hasta los partidos que antaño eran de izquierdas se vuelcan hacia la primera opción. La reina de corazones se ha instalado en nuestro reino, ¡que le corten la cabeza! ¿Libertad para qué? ¿Para seguir sin rechistar doctrinas que en el pasado ya han fracasado? ¿Para callar cuando se está aniquilando la democracia? ¿Para qué? No sé pero yo les voy a votar, pues yo me voy abstener. ¿Pero sabes lo que están haciendo? ¿Sabes los objetivos que persiguen? ¿Conoces los resultados de sus políticas? ¡No me fio de las partidos nuevos!, más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer. Y al igual que el perro de Paulov estaba condicionado a salivar cuando oía la campana, los estudios de marketing nos demuestran que nosotros estamos condicionados a percibir bondades y maldades donde no las hay, y así nos va.

Así, la tozudez de las élites en perseguir solamente su interés, revelará la insensatez de sus objetivos, cuando los sistemas salten por los aires. Entonces ya no habrá remedio, habremos desandado un largo camino que nos dio resultado y contribuyó a limar desigualdades, pero que deberemos volver andar con nuevos sufrimientos y menos esperanza.



[1] Keen, Steve (2015:13). La economía desenmascarada. Introducción de Joaquín Estefanía. Capitán Swing.
[2] Stiglitz, Joseph E. (2016) El euro. Como la moneda común amenaza el futuro de Europa.Taurus.

jueves, 6 de octubre de 2016

Lo que realmente importa

Vivimos tiempos convulsos y engañosos en los que parece que lo que más importa es desviar la atención de aquello que realmente nos debe importar. Las luchas intestinas de los partidos, los dimes y diretes de cualquier político se configuran como el único discurso intelectual, político y mediático. Los porcentajes estadísticos son manipulados y desmenuzados hasta la extenuación estéril e inmovilista. Sin embargo, el esfuerzo de pensamiento para poder solventar los problemas de la ciudadanía ocasionados por la presente crisis: paro, servicios sociales, corrupción, etc., pasan a un segundo o tercer término bien sepultados por intereses partidistas o clasistas.

Lo que realmente importa es saber que las políticas no son neutrales, que no da lo mismo una política que otra ya que todas las políticas pueden beneficiar a algunos sectores y perjudicar a otros. Debemos ser conscientes de que las políticas que se están llevando a cabo en Europa y en España, son mecanismos para mantener el statu quo y, además, garantizar que los deudores paguen los costes del ajuste y los acreedores cobren su dinero y algo más; de esta forma no sólo mantienen su posición con respecto al resto de la sociedad sino que incluso la pueden elevar. Lo que hay que saber es que las políticas que se han llevado a cabo no tienen coherencia, no han utilizado criterios unificados. Así mientras han considerado los derechos de los acreedores como sagrados, los contratos de los trabajadores han sido pisoteados: se han precarizado, tirado a la baja y su retribución diferida (las pensiones) se ha puesto en riesgo o se han visto menguar.

El capitalismo y el fundamentalismo de mercado son excusas vestidas de ideología para desarrollar un programa de crecimiento elitista en el que el Estado protector es considerado como su enemigo. Recortar el papel del  Estado en la economía es entonces uno de sus fines. Para la Troika violar los derechos esenciales de los trabajadores era una mera molestia en sus intenciones neoliberales. Junto con el FMI la Troika se ha convertido en un verdadero experto en profundizar las crisis en vez de salvarnos de ellas. La crisis, verdaderamente injusta con los débiles, ha sido un revulsivo y una mejora para las élites.

En un mundo injusto como el actual se pide más a aquel que menos tiene. No sólo eso sino que, además, se retiran las condiciones por las que podrían conseguir medios para poder solventar sus posibles deudas y penurias. Se facilita la vida a aquellos que ya tienen posibilidades y se escamotean los derechos mínimos a aquellos que apenas pueden salvar el día sin perecer. Andamos discutiendo y dividiéndonos con los nacionalismos e inconsecuentemente tratamos mejor a las empresas extranjeras que vienen a extraer altos beneficios que a nuestros ciudadanos. Parafraseando a Stiglitz; parece que asegurarse de que paguen los impuestos los extranjeros no es tan importante como que lo hagan los propios del país, especialmente si pertenecen a las capas medias y bajas del mismo.

La austeridad es el mantra preferido de estas políticas, aunque sea evidente que producen desaceleraciones económicas, disminuye los ingresos del Estado y aumenta los gastos sociales en áreas como el seguro de desempleo y las prestaciones sociales, por lo que cualquier mejora de la situación fiscal del país es muy inferior a la esperada, y el sufrimiento, mucho mayor. Hay que recordar que en una sociedad con alto desempleo como la nuestra, el recorte de los gastos y el incremento de impuestos no hace más que seguir tirando empleos por la borda en aras a mejorar la cuenta de beneficios de las grandes empresas, que son aquellas a las que se les perdonan los impuestos sigilosa e impunemente.

Hay que resolver primero lo primero. Hay que resolver primero aquello que está destrozando nuestro país. En una sociedad centrada en el trabajo, el paro y el trabajo precario e indecente son las herramientas potenciadoras de la desigualdad. Y hay que repetir todas las veces que sean necesarias que hay alternativa a las raciones de austeridad, que hasta los organismos más recalcitrantes que han colaborado al desastre ven que no se puede seguir así. No estaría mal que aprendiéramos de Nietzsche que nos reconvenía en su Así habló Zarathustra “Y si vuestro pensamiento sucumbe, vuestra honradez debe cantar victoria por ello.”


Y no debemos olvidar el pasado; desde Keynes sabemos que cuando la demanda decrece el Estado debe impulsarla. Que mirar sólo al déficit sin pensar en el empleo nos lleva a mejoras nimias e injustas para una mayor parte de la sociedad. Hay que saber que como nos dice la Teoría Monetaria Moderna, los déficits no siempre son malos y bien empleados pueden ser esenciales para una debida y urgente recuperación. Hay que saber que los superávits no siempre son positivos y ver claro que cuando el Estado tiene dinero de más, porque ha gastado menos de lo que ha recaudado en impuestos, quiere decir que está quitando del poder adquisitivo de sus ciudadanos más de lo que suman sus inversiones. Por consiguiente, contribuye a que disminuya la demanda y contribuye a mantener y profundizar en la crisis y en los problemas de los ciudadanos.

Los humanos No somos tan inteligentes

En un mundo en el que la información circula a velocidades siderales, en el que el conocimiento del medio es cada día mejor, sorprende que...