miércoles, 25 de febrero de 2015

Busco trabajo, encuentro pobreza

Una sociedad como la española que basa su organización en el trabajo, o al menos de él intentan vivir la mayor parte de sus ciudadanos, debe dar respuesta a una de las grandes contradicciones del actual capitalismo. Me refiero por una parte a la escasez de puestos de trabajo y como consecuencia del elevado paro y por otra parte al trabajo indecente, precario y mal remunerado.

La aceleración de las mejoras aportadas por el mundo tecnológico, la globalización de los mercados y la preponderancia del mundo financiero debe alertarnos sobre las consecuencias que ya estamos viviendo. El mundo se está convirtiendo en un foso en el que luchan dos clases bien diferenciadas. Por una parte aquellos que se han hecho con la mayor parte del pastel, los que han venido a llamar la plutocracia y, por otra parte, aquellos que les ha tocado hacer el trabajo sucio si lo encuentran y que se ha denominado el precariado, pero que está formado por todos aquellos que buscan un puesto de trabajo, cada vez más escaso, o tienen que ir aprovechando los escasos recursos que le va dando la vida para alimentarse y cobijarse. Si hay suerte, pueden ir viviendo y poniendo buena cara a los problemas (porque hay que aplicar la filosofía positiva que al cambio sale mejor), si no hay suerte, pueden ir malviviendo de las escasas prestaciones que el Estado del Bienestar (si se puede llamar así) está dispuesto a dar o de la solidaridad, especialmente de la familia, aunque en algunos casos, sin trabajo y sin medios de vida, tienen que buscar en los contenedores los desperdicios de este mundo consumista y despilfarrador.

En la historia de la humanidad pocas sociedades han conseguido evitar la existencia de pobres. Aquellas que lo han evitado han sido pequeñas comunidades. Desde que el dinero es el amo, encontrar una comunidad igualitaria en el que al menos todos sus integrantes tengan lo mínimo para vivir decentemente se me antoja bastante difícil. Hoy hasta los africanos que viajan en patera a este otro mundo que les parece de ensueño tienen que pasar por una clasificación y discriminación en el lugar a ocupar en la misma, más o menos seguro, que tiene que ver con el dinero que han pagado para el viaje. Parece que estamos condenados a que siempre haya pobres y que las diferencias de poder económico no dejen que nos olvidemos de las distintas clases o castas. No obstante, “Siempre habrá pobres entre nosotros; pero ser pobre quiere decir cosas bien distintas según entre quiénes de nosotros esos pobres se encuentren. No es lo mismo ser pobre en una sociedad que empuja a cada adulto al trabajo productivo, que serlo en una sociedad que --gracias a la enorme riqueza acumulada en siglos de trabajo-- puede producir lo necesario sin la participación de una amplia y creciente porción de sus miembros. Una cosa es ser pobre en una comunidad de productores con trabajo para todos; otra, totalmente diferente, es serlo en una sociedad de consumidores cuyos proyectos de vida se construyen sobre las opciones de consumo y no sobre el trabajo, la capacidad profesional o el empleo disponible[1].”

En economía hay que hacer distinción entre la microeconomía que es la parte que se encarga del comportamiento de cada agente económico de forma individual, como pueden ser las familias, las empresas o los trabajadores y la macroeconomía que se encarga de estudiar el funcionamiento económico en general, así como las políticas económicas que se llevan a cabo a gran escala, por ejemplo en un país, teniendo en cuenta agregados como la demanda interna, la oferta, la masa monetaria, etc. Es decir, engloba a la sociedad en su conjunto funcionando de una sola vez, no de forma independiente. Por esta razón, no nos debemos dejar engañar cuando se nos dice que debemos aplicar las mismas reglas para la economía casera que para la economía nacional. En la economía casera si tú gastas por encima de tus recursos te tienes que endeudar y quedas atado a las condiciones del crédito. En la economía nacional encontramos un detalle importante: el gasto de uno es el ingreso de otro y si el dinero fluye y se mueve a cierta velocidad la economía alcanza niveles aceptables. El problema, a mi juicio, de esta economía tiene más que ver con el reparto más o menos igualitario de la renta generada.

“La lógica microeconómica querría que [los] ahorros en tiempo de trabajo se tradujeran en ahorros en salarios para las empresas que han conseguido tales economías: al producir con costes más bajos, serán más competitivas y capaces (en ciertas condiciones) de vender más. Pero desde el punto de vista macroeconómico, una economía que, como utiliza cada vez menos trabajo humano, distribuye cada vez menos salarios, cae inexorablemente por la pendiente deslizante del desempleo y la pauperización. Para evitar ese deslizamiento, la capacidad de compra de los hogares tendría que dejar de depender del volumen de trabajo que consume la economía. Aun dedicando mucho menos tiempo al trabajo, la población tendría que ganar lo suficiente para comprar el creciente volumen de bienes producidos: la reducción del tiempo de trabajo no debería traer consigo una reducción de la capacidad de compra[2]”.

Parece claro que “Las empresas capitalistas, obligadas por la competencia, tienen que crecer o arruinarse en un incremento constante de la productividad que se realiza o bien por un aumento del grado de explotación de sus trabajadores o bien mediante la progresiva sustitución del trabajo humano por tecnología...A su vez la sustitución del trabajo humano por máquinas estrecha el único lugar del que proviene el plusvalor, y por tanto los beneficios, que es la explotación del trabajo humano. Lo que sigue obligando a intensificar la productividad en una carrera demencial...[3]” La innovación y las mejoras tecnológicas no hacen más que profundizar en este sentido y “Como consecuencia del aumento exponencial de la capacidad de los ordenadores, categorías enteras de empleos tradicionales están en peligro de ser automatizadas en un futuro no muy distante. La idea de que las nuevas tecnologías crearán empleo a una velocidad que compense esas pérdidas es pura fantasía”...“En el futuro, la automatización recaerá en gran medida sobre los trabajadores del conocimiento y en particular sobre los trabajadores mejor pagados[4]”. La conclusión nos tiene que llevar a pensar que permitir la eliminación de empleos por millones sin tener ningún plan concreto que solvente la situación de las personas que se quedan sin trabajo nos conduce a un desastre seguro.

La realidad que nos muestra la actual crisis es todavía más sombría y no hace más que empeorar las cosas en términos desigualdad y pobreza:Los cien milmillonarios más ricos añadieron 240 millardos[5] de dólares a su riqueza en 2012, esto es, lo suficiente para acabar con la pobreza en el mundo cuatro veces[6]. No podemos, por ello, cerrar los ojos a lo que nos dice David Harvey en su último libro: “Gran parte de la población mundial se está convirtiendo en desechable e irrelevante desde el punto de vista del capital, lo que aumentará la dependencia de la circulación de formas ficticias de capital y construcciones fetichistas de valor centradas en la forma dinero y en el sistema de crédito[7]”. Hay que insistir, por tanto, en la necesidad de orientar hacia otro rumbo la convivencia. Hay una brecha abierta, por otra parte cada vez más profunda, entre la productividad que crece a pasos agigantados y la renta de los trabajadores que baja y seguirá bajando si no modificamos la forma de organizarnos. Y, como ya se ha demostrado con la crisis que todavía estamos viviendo, es una gran locura incentivar el consumo de los que menos tienen, a base de créditos y deudas, para intentar absorber la, cada día, mayor producción. Esto nos llevará, sin duda, a un mundo enajenado que habrá perdido la dirección de su felicidad y pondrá en peligro su seguridad y la del medio ambiente en el que habita. De momento ya nos hemos internado en este camino y una gran parte de nuestros semejantes se encuentran con la cruda realidad y cuando buscan trabajo, o no lo encuentran o sólo encuentran pobreza.



[1] Bauman, Zygmunt (2000:11). Trabajo, consumismo y nuevos pobres. Gedisa Editorial.
[2] Gorz, André.  Crítica de la razón productivista. Antología, Madrid, Libros de la Catarata, 2008.
[3] Santiago Muiño, Emilio (2014). Colapso capitalista y reencantamiento civilizatorio. Salamandra núm. 21-22.
[4] Martin Ford, The Lights in the Tunnel: Automation, Accelerating Technology and the Economy of the Future, Estados Unidos, Acculant TM Publishing, 2009, p. 62.
[5] Mil millones.
[6] Oxfam Media Briefing, 18 de enero de 2013. El coste de la desigualdad: cómo la riqueza y los ingresos extremos nos dañan a todos.
[7] Harvey, David (2014:118). Diecisiete contradicciones y el fin del capitalismo.

viernes, 20 de febrero de 2015

En el origen fue la corrupción

Se apuntan muchas causas como el origen de la crisis en la que todavía estamos pero realmente la causa principal de la misma y de otras muchas crisis del capitalismo es el egoísmo de las personas, su avaricia, sus ansias de poder que no remiten ante las leyes ni ante nada y que les lleva a corromperse para verse por encima de los demás y vencer en este mundo competitivo. Son los Animal Spirits de los que hablaba Keynes y analizaron los premio nobel Akerlof y Shiller en el libro del mismo título. Estos espíritus animales que encontraron en la globalización y en la liberación de los mercados financieros la fórmula perfecta para que los más corruptos pusieran a la población a sus pies, trabajando duramente para ellos. Creando la desigualdad, creando la deuda que permitía la disciplina de por vida y así se promovió un mundo servil que vivía y moría para que los ganadores obtuvieran el éxito que buscaban.  Es otra clase de terrorismo pero de igual manera sus consecuencias se han mostrado mortales, e incluso las muertes provocadas se multiplican de forma exponencial, siendo su ejemplo más claro la especulación llevada a cabo con los alimentos inmediatamente después de explosionar la burbuja inmobiliaria. El terrorismo financiero sigue escalando a sus más altas cotas y siempre encuentra algún filón donde anclar su corrupción.

El gran sociólogo Ulrich Beck, recientemente fallecido, analizando la globalización, ya nos aleccionaba hace tiempo sobre la clase Colón “Son los ganadores de la globalización los propietarios de un capital que se mueve globalmente y sus siervos en las altas capas directivas. Gracias a las reducciones de plantilla, a sueldos ajustados y prestaciones sociales recortadas, los ingresos de esta minoría suben exponencialmente. Son los que (al igual que ocurriera con Colón) parten a la conquista del espacio global, para someterlo a sus fines económicos. Son las élites del dinero y del saber que han descubierto la clave de la riqueza: conseguir cada vez mayor riqueza con menos dinero[1]”. Este es el meollo de la especulación. Las consecuencias no dejan de asombrarnos a pesar de que sean lógicas: “A fines de 2007, según afirma Brett Arends, “las empresas de Wall Street tenían inscritos en sus libros derivados financieros de riesgo por una asombroso valor de 183 billones de dólares: trece veces el tamaño de la economía de Estados Unidos[2]”. El dinero se ha convertido en mercancía y no guarda ninguna relación con el esfuerzo humano condensado en él. Hay mucho dinero que es ficticio. Se hace dinero con dinero y esto da un inmenso poder sin mérito en un mundo que gira alrededor de este dios.

En el ámbito europeo volvemos a toparnos con las mismas causas impuras, Philippe Legrain, ex asesor de la Comisión Europea, sostiene: “La primera causa de la crisis fueron los temerarios préstamos de los bancos franceses y alemanes a los propietarios de viviendas españoles e irlandeses, a los consumidores portugueses y al Gobierno griego”. Además, a su juicio todo se agravó por “la insistencia del Gobierno de Ángela Merkel y sus siervos en Bruselas, que han privilegiado sistemáticamente los intereses de los bancos alemanes y franceses sobre los de los ciudadanos de la zona euro haciendo que los contribuyentes griegos, irlandeses, portugueses y españoles pagasen por aquellos errores bancarios[3]”. En España también la mediación de los bancos fue la solución para su escasa rentabilidad: encontraron un filón para mejorar sus márgenes. Así los bancos y especialmente las cajas de ahorro perdieron de vista su Misión y se dedicaron a competir en un capitalismo de “amiguetes”. Se tapó la corrupción generalizada desviando la atención sobre la deuda soberana, la deuda pública, una treta que dio sus resultados e impuso “austeridad al resto de nosotros…esencial para evitar verse obligados a pagar las consecuencias de su ineptitud y su indiferencia[4]”.

El Banco Central Europeo (BCE) es un instrumento de los pudientes y se ha convertido en el máximo valedor de este sistema bancario. No está al servicio de las naciones sino que está al servicio de la banca, principalmente alemana y de centro Europa. “Entre diciembre de 2011 y febrero de 2012, acordó proporcionar un billón de euros en unas condiciones privilegiadas con un interés del 1% y a un plazo de tres años. Este dinero no sirvió para reactivar la economía concediendo préstamos a las personas, sino que fue utilizado por los bancos para sanear sus balances. La mayor parte del dinero del BCE fue empleado en la compra de deuda pública, que suponía una inversión segura y rentable. En el caso de España, la rentabilidad de la deuda pública en 2012 y 2013 osciló entre el 4% y el 2,6%, lo cual permitió ganar a las entidades españolas unos 12.000 millones de euros sin más trabajo que recibir el dinero del BCE y colocarlo en bonos del Tesoro[5]”.

A las grandes empresas también había que ponérselo fácil ya que su Misión era invertir para que todos tuviéramos trabajo y medios para una vida digna. Así como botón de muestra “los impuestos sobre las empresas [que] representaban a mediados de los años cincuenta un 30 % de los ingresos fiscales del tesoro americano, en 2009 se habían reducido a 6,6 %. Se daban casos tan escandalosos como el de General Electric, que en 2010 había hecho más de 14.000 millones de beneficios, buena parte de ellos por operaciones en los Estados Unidos, pero que no solo no había pagado impuestos, sino que había recibido devoluciones de hacienda por valor de 3.200 millones”. No era un caso único entre las empresas que deben competir en un mercado libre y sin la protección de un Estado. “Exxon Mobil, que había hecho 19.000 millones de beneficios en 2009...había obtenido 156 millones de devoluciones de hacienda; Bank of America, que había ganado 4.400 millones, y había obtenido un rescate de un billón de dólares de la Reserva federal y del Tesoro, recibió devoluciones por valor de 1.900 millones...[6]” En Irlanda las altas tasas de crecimiento, también se habían basado en la reducción de los impuestos a las grandes empresas. Y en España, para no ser menos, son las grandes empresas las que pagan menos al fisco.

La bomba explosiva y dañina diseñada por las élites egoístas se iba cebando con la deuda mientras que ellos acumulaban riqueza. La deuda mundial ha llegado a los 200 billones de euros lo que demuestra el tipo de sociedad que hemos llegado a ser. Unos tienen el dinero y otros tienen sólo deudas a las que están encadenados de por vida. Pero hay que ser conscientes de que esta deuda en muchos casos ha sido generada por procedimientos bancarios oscuros, corruptos, que incluso cubrían los altos riesgos que con el dinero de los ciudadanos corrían los bancos. Llegaron a cubrir incluso sus locuras ambiciosas, comprando protección contra acontecimientos que contribuían a que se produjeran “es como si comprases un seguro contra incendios para la casa de otro con intención de pegarle fuego después.[7]

Esta corrupción tiene como preámbulo al propio sistema competitivo que abandona la cooperación y la solidaridad entre las personas. Aquí no hay deportividad, ni se para ante nada. Llegará la especulación del agua y habrá guerras por ello. Se querrá finalmente privatizar hasta el aire... Es necesario, por tanto, una revolución en el sentido que definía Walter Benjamin, pararse ante el abismo. La revolución en estos tiempos, además, no puede ser otra cosa que ser honestos en medio de un sistema corrupto porque en esto sí que no cabe alternativa. Los mayores negocios de este capitalismo se dan en el tráfico de mujeres, el tráfico de drogas y la venta clandestina de armas. Los banqueros, grandes empresarios y los políticos corruptos parece que tienen bula de impunidad mientras mil millones de seres humanos no tienen acceso al agua limpia y, sin embargo, la producción de un solo automóvil requiere 400.000 litros de agua.

Hay que decir ¡basta! Es el momento de ser serios y consecuentes y exigir “un rotundo compromiso contra la corrupción, la lucha por superar las desigualdades sociales crecientes y regenerar las instituciones de control”[8].



[1] Beck, Ulrich (2007:149). Un nuevo mundo feliz. Paidós, primera edición de bolsillo.
[2] Fontana, Joseph (2011:934-935). Por el bien del imperio. Ediciones Pasado y Presente, S.L.
[3] Alternativas económicas. Edición especial: 83 Gráficos para comprender la crisis y sus efectos.
[4] Fontana, Joseph (2011:946). Por el bien del imperio. Ediciones Pasado y Presente, S.L.
[5] Alternativas económicas. Edición especial: 83 Gráficos para comprender la crisis y sus efectos.
[6] Fontana, Joseph (2011:946-947). Por el bien del imperio. Ediciones Pasado y Presente, S.L.
[7] Ibídem (2011:936).
[8] López Medel, Jesús. Eldiario.es 13-2-2015.

domingo, 15 de febrero de 2015

El sueño europeo

Después de la Primera Guerra Mundial, mediante el Tratado de Versalles de 1919, se impusieron unas reparaciones económicas irrealistas e insensatas a la Alemania vencida. Reparaciones que alimentaron el resentimiento de la población y contribuyeron al auge del nazismo y a la cristalización de una nueva guerra mundial. El gran economista británico John Maynard Keynes no estuvo conforme con el acuerdo desde el primer momento, considerando que iba en contra de una “paz magnánima o de trato noble y equitativo” y vaticinó las consecuencias negativas del mismo. Por ello en el Acuerdo sobre la Deuda de Londres en 1953, se perdonó a Alemania más de la mitad de su deuda. El resultado fue la época que va desde 1945 a 1973 que se ha considerado como la época dorada del capitalismo y se ha etiquetado como los treinta gloriosos. En estos años se consiguió un pacto social que embridó el capitalismo y consiguió avances y mejoras sociales con la creación de los Estados de Bienestar. Sin embargo, el hombre es el animal que tropieza no una vez, sino dos, tres, cuatro…con la misma piedra y de nuevo la Unión Europea, sin la mínima empatía y solidaridad, prioriza el cobro de las deudas existentes entre los estados que la integran, olvidándose de sus ciudadanos y de sus derechos básicos. Pero, no nos podemos extrañar, la política social europea siempre ha sido un proyecto limitado y un objetivo secundario desplazado en todo caso por la integración económica.  Me niego, no obstante, a creer que ésta sea la Europa que soñaron sus fundadores y en la que creen sus habitantes.

No podemos olvidar que precisamente la Unión Europea nació con el anhelo de acabar con los frecuentes y cruentos conflictos entre vecinos que habían culminado en la Segunda Guerra Mundial. Pero hoy a través de las políticas de austeridad impuestas en contra de los propios ciudadanos, provocando una desigualdad cada vez más acentuada entre ellos, da nuevas muestras de una pérdida de memoria que nos llevará de nuevo, como poco, a la desunión, a la destrucción de Europa. Fabian Linder escribía el pasado 11 de febrero “en Alemania, estamos jugando por la catástrofe económica de Grecia. Sin embargo, la actual crisis y la Grecia de hoy tiene similitudes aterradoras evidentes con la República de Weimar[1], incluso se puede considerar que el derrumbe actual es más profundo y duradero.

La deuda mundial ya ha alcanzado los 200 billones de euros, una cifra incomprensible para un humano normal. Es una demostración evidente de la realidad que divide el mundo entre los que tienen el poder: los acreedores y los que están encadenados a su pago: los deudores. Y lo que es muy evidente en Europa es que el ajuste de la competitividad llevado a cabo por  los miembros del sur de la zona euro requiere una baja inflación que empeora la sostenibilidad de la deuda pública. La baja inflación sólo beneficia a los acreedores que quieren que se les abone la totalidad de sus créditos a un interés a veces usurario y en una moneda que incluso puede comprar más en el caso de deflación debido a la bajada de precios. Se olvidan los acreedores, no obstante, de que con sus préstamos a un alto interés estaban corriendo un riesgo de impago que de ninguna manera debería estar asegurado completamente por el Estado y caer sobre las espaldas de la población menos pudiente.

Es por ello muy necesaria una conferencia europea para abordar el problema de la deuda en los países europeos. Los partidos fascistas están haciendo guardia para liderar el cambio europeo en el caso de que fracase Syriza y aquellos que piensan que otro modo de hacer política y economía es posible, pero el cambio que se propone tiene reminiscencias que nadie quiere. Así concienciados en este sentido, trescientos influyentes economistas y académicos de todos los continentes, desde James Galbraith a Stephany Griffith-Jones, desde Jacques Sapir a Dominique Meda, llaman a los gobiernos europeos y a las instituciones internacionales a “respetar la decisión del pueblo griego“, y a “iniciar negociaciones de buena fe con el nuevo gobierno griego para resolver la cuestión de la deuda”. Afirman que “Lo que está en juego no es sólo el destino de Grecia, sino el futuro de Europa en su conjunto. Una política de amenazas, de ultimátum,  obstinación y chantaje significa para  todos un fracaso moral, político y económico del proyecto europeo. Instamos a los líderes europeos a rechazar y condenar todos los intentos de intimidación y coacción del gobierno y el pueblo de Grecia.” Y es que no podemos echar en saco roto que, como dice Alberto Garzón, “una parte de esa deuda ha sido contraída para financiar rescates financieros, mientras que las mismas entidades rescatadas han especulado contra el Estado a través de las facilidades financieras abiertas por el Estado y por el Banco Central Europeo”

Parece evidente, por tanto, que no es el momento de hablar en términos de izquierda y derecha ya que se debe pensar en unos mínimos derechos humanos que cualquier fuerza política pueda asumir. Pero la democracia asusta a los poderes económicos y a los políticos que los representan. A las peticiones de igualdad, dignidad y derechos básicos se contesta con leyes mordaza que vulneran estos derechos, facilitando por otra parte medidas privatizadoras que vestidas de un capitalismo popular lo único que consiguen es más desigualdad. Así en nuestro país con la privatización de AENA hemos visto que los que más tienen se han llevado la mejor tajada de nuestra, hasta hace poco, empresa pública. A los grandes inversores les correspondió 69,68 millones de acciones y los grandes fondos en un sólo día ganaron 800 millones de euros, de euros no de pesetas. Los 88.972 pequeños inversores consiguieron 3,7 millones de acciones, con un mínimo de 25 títulos, y una revalorización de 44 millones, aproximadamente una vigésima parte de lo que ganaron los grandes fondos. AENA salió a Bolsa a 58 euros por título y en su primera sesión se anotó una revalorización del 20,69% hasta los 70 euros. Uno de los grandes beneficiados ha sido el multimillonario George Soros al que el Gobierno ha adjudicado finalmente cerca de 100 millones de euros (en torno a 1,7 millones de acciones) por lo que se sitúa como uno de los inversores con un peso relevante en la compañía con aproximadamente un 1,15% del capital. Sus acciones se revalorizaron en 20.690.000 euros: esa mañana no tuvo que buscar trabajo, ni saltar vallas, ni...tampoco fue deshauciado.

Según defiende Pablo Iglesias en su artículo, el problema de Europa “no es que los griegos hayan votado por una opción distinta a la que les llevó al desastre; eso es simplemente la normalidad democrática. El triple problema de Europa es la desigualdad, el desempleo y la deuda y esto no es nuevo ni exclusivamente griego”. Pero queremos seguir con las mismas políticas, no se nos está ocurriendo nada nuevo. Las sociedades primitivas y, desgraciadamente, algunas actuales ante los problemas económicos dejan morir sus retoños especialmente del sexo femenino. Políticas de moderación demográfica como pedía Malthus. Pero la humanidad después de ir a la luna, de la teoría de la relatividad, la teoría de cuerdas…  ¿no es capaz de hacer algo mejor? Entonces haríamos bien en atender al “principio de precaución” que forma parte de los tratados de la Unión Europea y de acuerdos internacionales como la declaración de Río sobre el clima. De acuerdo con ellos, la adopción de medidas eficientes para evitar daños serios e irreversibles como el cam­bio climático no debe ser retrasada por el hecho de que no exista una total evidencia científica. Así debemos aplicar el principio de precaución en la política europea y éste se debe centrar en las personas. No más dolor, no más muertes. Lo primero es lo primero. No queremos otra Europa.




[1] Fue el régimen político y, por extensión, el periodo histórico que tuvo lugar en Alemania tras su derrota al término de la Primera Guerra Mundial y se extendió entre los años 1919 y 1933.

martes, 10 de febrero de 2015

¿Este capitalismo mata?


Hay quien monta en cólera cuando se afirma que la desigualdad y la pobreza impulsadas por el sistema capitalista vigente consiguen más muertes que las propias guerras. Aunque, es cierto también que las guerras igualmente forman parte de este capitalismo, de ellas las empresas que venden armamento y algunos políticos sacan pingües beneficios. Así Orwell pensaba que “La guerra contra un país extranjero sólo ocurre cuando las clases adineradas piensan que van a beneficiarse de ella.” Ejemplos en la Historia los hay a patadas. En la segunda guerra de Irak, muy contestada por la población de nuestro país, la empresa Halliburton aumentó sus acciones en un 300%, así de claras tenían las ventajas de la guerra los especuladores. Sadam, como ha quedado demostrado posteriormente, no representaba ninguna amenaza para la seguridad de Estados Unidos y, sin embargo, si suponía una amenaza para las empresas energéticas, ya que una de las reservas más importantes de petróleo se les escapaba de las manos a los angloamericanos. Pero, para mayor vergüenza, somos tan obtusos que no se nos ocurre salir de una crisis sino con una guerra. Así sucedió con la 2ª Guerra Mundial, lo que se conoció como Keynesianismo militar[1]  ¡Una pena! Nos demuestra la poca libertad que permite el poder del dinero al oprimirnos de tal manera que nos hace incapaces de dedicar nuestras fuerzas a objetivos que contribuyan a un mundo mejor.

Rodolfo Walsh predijo que muchas más vidas serían arrebatadas por la miseria planificada que por las balas[2]. Y una profunda planificación parece la respuesta del capitalismo neoliberal a la crisis que estamos viviendo. Prescribir una inyección en vena de austeridad, es una solución que nos recuerda los remedios que practicaban los médicos de la edad media, sangrando al enfermo. El enfermo aunque no muriera salía mal parado y con dificultad extrema para volver a recuperar la salud. En estos tiempos se sabe que es una locura tal práctica y que añadir austeridad a la recesión tiene consecuencias drásticas para la población: caída del crecimiento, menores salarios, menores servicios sanitarios, educativos  y sociales, menos inversión en investigación, desarrollo e innovación (I+D+i), más deuda, en definitiva menos derechos y más fragilidad.

Pero como la última ratio de este capitalismo no son las personas. A la gente se le desahucia de sus casas, se les manda a dormir a la calle y, en ocasiones, por falta de abrigo y alimentación mueren. Hay que tener en cuenta, además, que  “las personas desahuciadas de su vivienda tienen una probabilidad hasta tres veces mayor que quienes permanecen en su hogar de acudir a la consulta del médico con síntomas clínicos de depresión aguda[3]”, entre otros.

 Otras personas antes de ver pasar penurias a su prole e impotentes ante la situación en la que permanecen se suicidan. Pero los niños son también víctimas: “La mortalidad infantil en Grecia ha aumentado en más de un 40%[4].” Los más ante la pérdida de calidad de los servicios sanitarios ven disminuida su esperanza de vida y contemplan como crece su inseguridad ante una necesidad sanitaria que suponga grandes desembolsos. Algunos se van muriendo por la falta de respuesta de los gobiernos al priorizar el saneamiento económico sobre las vidas de sus ciudadanos. El ejemplo de la hepatitis C en nuestro país es un botón de muestra reciente y muy visible pero hay muchos otros ejemplos. Además, las patentes encorsetan una manera de organizar la sociedad que determina como valor principal el máximo beneficio de las empresas, reduciendo la muerte de las personas a un plano que será mayor o menor relevante dependiendo de los ingresos de la nación y de la persona. Incluso, las empresas pueden considerar que con el ánimo de un mejor cumplimiento de sus objetivos económicos es mejor que el medicamento cure pero un poquito para que el negocio se mantenga y de más beneficio a corto y largo plazo.

La deslocalización de empresas y la búsqueda del mínimo coste en materiales y salarios, pone, también, en peligro a los trabajadores que además de cumplir con jornadas abusivas se les instala en barracones, no ya en fábricas mejor o peor dotadas, dónde trabajan y duermen. Noventa segundos es lo que tardó la fábrica de Bangladesh Rana Plaza en derrumbarse, las medidas de seguridad e higiene eran inexistentes. Las consecuencias fueron fatales: 1.134 personas murieron y solo algunas lograron sobrevivir, perdiendo sus brazos o piernas entre los escombros. Podría considerarse que es un percance ocasional o excepcional pero no lo es, estos sucesos se repiten más de lo que debieran, sin embargo la resonancia en los medios de comunicación queda ensombrecida por otras noticias de menor importancia.

Nos cuenta Chomsky en una de sus últimas entrevistas que el capitalismo es intrínsecamente sádico, incluso nos dice sobre Adam Smith que reconoció que cuando se le da rienda suelta y queda liberado de ataduras externas, su naturaleza sádica se manifiesta porque es intrínsecamente salvaje. ¿Qué es el capitalismo?, pregunta… y su respuesta: Maximizar tus beneficios a expensas del resto del mundo. Es la lógica del sistema económico que tenemos. En estos últimos días después del triunfo de Syriza en las elecciones de Grecia, se han encendido los debates sobre las políticas tomadas y su salida de la crisis. En su mayor parte sólo se considera la cara económica del asunto y la sacrosanta propiedad privada, pero es obligado poner en valor la necesidad de una sociedad justa que no sólo pretenda el beneficio económico sino principalmente el beneficio de sus ciudadanos, no permitiendo que ninguno de ellos sufra. Pero este capitalismo, claramente, no prioriza a las personas y dejará morir a sus hijos antes de incumplir cualquier requerimiento económico. Ésta situación trastoca los valores: cuando lo normal es dar de comer a los hijos antes de dejarlos morir, incluso aunque dejes de pagar las deudas, a nivel de Estado se nos está pidiendo lo contrario.

Como también ha manifestado Chomsky Europa es hoy una de las mayores víctimas de esas políticas económicas de locos, que suman austeridad a la recesión. España, también fiel seguidor de esta solución, está consiguiendo que más de 11 millones de trabajadores lo sean en precario, más de 12,8 millones de españoles estén en riesgo de pobreza o exclusión social. La situación laboral incierta, la pobreza y la exclusión han hecho constatar a los especialistas médicos el aumento de la tasa de suicidios y del número de personas con síntomas de depresión y trastornos psicológicos. Los recortes en los derechos sociales y especialmente en sanidad no han ayudado, todo lo contrario, han acentuado los problemas de los ciudadanos. No me atrevo a considerar que objetivos se pretenden con estas políticas, pero al ver los reiterados fracasos de las mismas y el sufrimiento de la gente, me parece sorprendente que ¡no seamos capaces de encontrar mejores soluciones!

El cambio se hace necesario. Pero nos hemos acostumbrado ya a que sólo sea el slogan más utilizado por los partidos políticos. Y la realidad es que se está volviendo a las prácticas bancarias que nos llevaron a la situación crítica actual. Y seguro que volveremos a cimentar nuestro progreso en otras burbujas y se repetirá el crecimiento desmesurado del sector inmobiliario, aunque se tengan muchas viviendas sin ocupar. Volveremos a encadenarnos a la deuda y el dinero público volará a las manos de los corruptos. Así todo seguirá igual y se cumplirá nuevamente lo que dijo Lampedusa “Cambiar para que todo siga igual”.




[1] El keynesianismo militar es una política económica basada en el aumento descomunal del gasto público por el gobierno en el área de defensa militar, en esfuerzo para incentivar el crecimiento económico, siendo una variación específica y particular del keynesianismo.
[2] Klein, Naomi (2007). La Doctrina del Shock; el auge del capitalismo del desastre.
[3] Stuckler, David y Basu Sanjay (2013). Por qué la austeridad mata. El coste humano de las políticas de recorte. Taurus.
[4] Ibídem.

jueves, 5 de febrero de 2015

¿Por qué es un problema la desigualdad?


No son pocos los que consideran que la desigualdad no supone ningún problema. Todo lo contrario facilitar el beneficio de las empresas se considera que fomenta la inversión, la creación de nuevas empresas y en consecuencia incentiva el crecimiento económico tan necesario en estos tiempos. Además, teniendo en cuenta que en los países con desigualdad notable, ahora Estados Unidos y España son modélicos en ella, hasta los menos afortunados tienen una situación que para sí quisieran los habitantes de los países menos desarrollados, más pobres, consideran que la desigualdad no es, por tanto, tan trascendente. Otros economistas más heterodoxos, sin embargo, haciendo un esfuerzo, creo yo, de mayor realismo piensan que hay suficiente evidencia científica para advertir en la desigualdad muchas razones que la caracterizan como un verdadero problema para nuestras sociedades.

 

La más evidente de estas razones es que la desigualdad es injusta. Muchas constituciones y entre ellas la nuestra propugnan los valores de libertad e igualdad y en este sentido nuestra carta magna es clara: “Corresponde a los poderes públicos promover las condiciones para que la libertad y la igualdad del individuo y de los grupos en que se integra sean reales y efectivas...”; igualmente nuestra Constitución defiende el valor de la dignidad y así se puede leer: “La dignidad de la persona, los derechos inviolables que les son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad...”

 

También hay pruebas convincentes de que la desigualdad es socialmente corrosiva. En su magnífico libro The Spirit Level, Richard Wilkinson y Kate Pickett explican que las sociedades desiguales sufren índices más elevados de criminalidad violenta, población reclusa, obesidad, mortalidad infantil, enfermedad mental y alcoholismo, menor esperanza de vida, menor éxito escolar y niveles inferiores de confianza. Parece que no tienen duda  y concluyen que la desigualdad es mala para todos y en consecuencia: “Los problemas en los países ricos no tienen que ver con el hecho de que la sociedad no sea lo suficientemente rica (¡ni siquiera con que sea demasiado rica!), sino con una excesiva diferencia material entre los integrantes de una misma sociedad”[1].


Por otra parte, la desigualdad excesiva y la movilidad de clase decreciente también son ineficaces. Las barreras a la movilidad impiden que los pobres con talento desarrollen todo su potencial. Evidentemente, esto constituye una pérdida para esas personas; pero también para los demás, que nos beneficiaríamos de la mejora en su productividad. Por otra parte, las extraordinarias ganancias de los situados en la cumbre de la pirámide también suponen un desperdicio de recursos. Algunos economistas, y muchos panegiristas de las grandes empresas, han señalado que los asombrosos salarios que perciben los directivos son un incentivo eficaz y necesario para conservar talentos infrecuentes. Sin embargo, se ha demostrado que el hecho de que los estadounidenses que más ganan obtengan mucho más que sus colegas de otros países, y mucho más que los estadounidenses que más ganaban hace una generación, arroja dudas considerables sobre esta línea argumentativa. Un estudio de Elson y Ferrere del año 2012 defiende vigorosamente esta última posición[2]. En su opinión, los honorarios que perciben los que más ganan no suelen reflejar un talento extraordinario, como el día a día nos demuestra con mucha insistencia, ni tampoco esos salarios desmesurados son necesarios para conservar este talento. En gran medida, los directivos de grandes empresas con honorarios abultados son menos valiosos y se mueven menos de lo que a ellos les gustaría hacernos creer. Además, las excesivas retribuciones que perciben los super-ricos desvían recursos para sus lujos inalcanzables de usos más productivos como la sanidad, la enseñanza, los servicios sociales, las infraestructuras y las energías alternativas.

Es una constatación evidente que a pesar de lo que constantemente señalan los economistas centrados en la oferta, los desorbitados ingresos de los super-ricos -y la contención salarial de los trabajadores- no han alentado el crecimiento económico. Entre 1948 y 1973, un periodo en el que la carga fiscal fue relativamente elevada y el Estado fue incrementando su intervención en la vida económica, la economía de EE UU disfrutó de un índice medio de crecimiento anual del 3,9% y las rentas de los ciudadanos situados en los tramos medio e inferior se duplicaron. Entre 1979 y 2008, la era neoliberal de las bajadas de impuestos a las grandes empresas y la desregulación, el crecimiento de la economía no alcanzó el 3% anual. La renta de la familia media sólo creció un 10%. En este sentido un estudio de Thomas Hungerford  efectuado para la Oficina de Investigaciones del Congreso de EE UU llegó a la siguiente conclusión: “la reducción de los impuestos en los tramos superiores de renta apenas ha guardado relación con el incremento del ahorro, la inversión o la productividad. Sin embargo, parece que las rebajas de impuestos a los tramos superiores de ingresos sí han tenido relación con la creciente concentración de la renta en las escalas superiores...[3]” Es evidencia que desgraciadamente se ha visto confirmada reiteradamente. La economía basada en la teoría del goteo[4] (economía del lado de la oferta) no funciona.

“La desigualdad económica es además ineficiente, porque conlleva un reparto de la riqueza que no maximiza la utilidad marginal total del dinero (que se toma aquí como la forma tipo de riqueza) de la sociedad. La utilidad marginal de los últimos 1000 dólares que recibe uno de esos 400 billonarios es muchísimo menor que la utilidad de los 1000 dólares “marginales” que recibe cada uno de los 30 millones de pobres[5].”

No son pocos los economistas reconocidos internacionalmente que señalan a la creciente desigualdad económica como determinante crucial del derrumbe financiero de 2008. Una generación de consumidores con menores ingresos y a veces insuficientes, alentados por bancos, gestores de hipotecas, empresas de tarjetas de crédito y por unos tipos de interés bajos, trataron de mantener su nivel de vida recurriendo al préstamo. Entre 1975 y 2007 la deuda real de los hogares se multiplicó por 4,5. Cuando los precios de la vivienda comenzaron a bajar y, más tarde, cuando se inició el aumento del paro, millones de familias carecían de flexibilidad financiera para enfrentarse a la situación. Las ejecuciones hipotecarias y las bancarrotas personales se dispararon, alimentando así el derrumbe del sistema financiero.

Para terminar, aunque la lista podía seguir alargándose, la desigualdad económica significa inevitablemente desigualdad política y pérdida del valor democrático. Los hermanos Koch, multimillonarios de derechas y propietarios de Koch Industries, gastaron más de 50 millones de dólares en su proyecto de derrotar al presidente Obama y a los demócratas. Cuando el candidato republicano Mitt Romney eligió como candidato a vicepresidente a Paul Ryan, miembro de la Cámara de Representantes, y su primera tarea fue realizar un viaje a Las Vegas para rendir pleitesía a Sheldon Adelson, multimillonario dueño de casinos, y a una reunión de donantes de campaña de derechas. Adelson (muy conocido en nuestros lares) gastó 70 millones de dólares en apoyar a los candidatos republicanos en las últimas elecciones de Estados Unidos según The New York Times.  Parece que cada vez es más habitual que las leyes las redacten y no sólo en los países desarrollados, los grupos de presión empresariales. A veces no se deja de constatar que los políticos son mucho más proclives a votar a favor de políticas apoyadas por electores situados en los tramos superiores de la escala de rentas, y, sin embargo, las perspectivas e intereses de los relativamente pobres prácticamente no influyen en las votaciones de sus representantes. En su magnífico libro, Winner Take All Politics (Una política en la que el ganador se lo lleva todo), Jacob S. Hacker y Paul Pierson[6] describen con detalle y de manera convincente cómo han utilizado los intereses empresariales estadounidenses su poder económico para conducir la política económica de EE UU y reestructurar la economía en las últimas décadas.

En resumidas cuentas, la desigualdad excesiva es injusta, ineficaz, desestabilizadora económicamente, antidemocrática y socialmente corrosiva[7].” Money talks.



[1] WILKINSON, RICHARD, Y KATE PICKETT (2009): The Spirit Level: Why Greater Equality Makes Societies Stronger, Bloomsbury Press, Nueva York.
[2] Elson y Ferrere (2012): «Executive Superstars, Peer Groups and Over-compensation», IRRC Institute Working Paper. 
[3]Hungerford, Thomas L. (2012): «Taxes and the Economy: An Economic Analysis of the Top Tax Rates Since 1945», Congressional Research Service, Washington.
[4] Aquella que considera que los beneficios fiscales u otros beneficios económicos proporcionados por el gobierno a las empresas y a los ricos beneficiarán a los miembros más pobres de la sociedad mediante la mejora de la economía en su conjunto. Es decir cuando sube la marea todos los barcos suben.
[5] De Sebastián Carazo, Luis (2002): Un mundo por hacer. Claves para comprender la globalización. Editorial Trotta. 
[6] Hacker, Jacob S. y Pierson, Paul (2010): Winner Take All Politics: How Washington Made the Rich Richer -and Turned Its Back on the Middle Class, Simon & Schuster Paperbacks.
[7] Koechlin, Tim (2012:203-224): Los ricos se hacen más ricos: el neoliberalismo y la desigualdad galopante en Estados Unidos.  Revista de Economía Crítica, núm. 14. Segundo semestre de 2012.

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