lunes, 29 de mayo de 2017

Formas de disminuir la desigualdad

Hay suficiente evidencia científica para asegurar que la desigualdad que está generando el sistema capitalista actual, hipertrofiado financieramente y en el que el fundamentalismo de mercado impera vestido con su piel neoliberal, es perjudicial no sólo para la gran mayoría de las personas sino, también, para la propia economía e incluso para el propio capitalismo. No tanto para el crecimiento económico como para una economía sana que no explote por los aires haciendo daño a los más débiles. “…los efectos económicos de la desigualdad van más allá de su impacto en la eficiencia en la asignación de los recursos, la calidad del crecimiento y la inestabilidad macroeconómica. Posiblemente el  impacto más importante a largo plazo es sobre el  propio sistema de economía de libre empresa. Esto es así en la medida en que la inequidad extrema produce una quiebra moral del capitalismo.[1]

No obstante, encontrar maneras de reducir la desigualdad es fácil, más de lo que nos han hecho creer. La razón de que no se pongan en marcha estas soluciones tiene que ver menos con las posibilidades de éxito reales y tiene que ver más con los caprichos insensibles de parte de la población que saca grandes beneficios de la situación. Poner el acento, en primer lugar, en la hipertrofia del sistema financiero es esencial para frenar el desarrollo desigualitario, en segundo lugar, es destacable la importante función que tienen las políticas que se lleven a cabo y entre ellas, finalmente, aquellas que tienen por objeto la mejora de la calidad democrática. Así, entre otras soluciones, podemos enumerar:

1.- Reducir la financiarización de la economía es una primera solución. Las finanzas están contribuyendo de forma importante a la desigualdad de la riqueza y de la distribución de la renta. De tal manera que se forma un bucle infinito en el que a mayor desigualdad más probabilidades hay de que ésta siga aumentando. “La hiperfinanciarización de la economía que caracteriza el capitalismo de las últimas décadas no es solamente, por tanto, un problema para los objetivos de estabilidad macroeconómica y equidad distributiva, sino también para el crecimiento económico real.[2]” Limitar la libertad financiera, regular los mercados financieros, es una necesidad apremiante que evitaría esta propensión e, incluso, laminaría el riesgo de nuevas recesiones, riesgo que estamos corriendo y sigue aumentando su probabilidad de cumplimiento.

2.- Normalizar los salarios de los responsables bancarios. La crisis no ha servido para que todos nos apretáramos el cinturón, mientras el gobierno vio como solución de la crisis la reducción de los salarios, los que tuvieron gran parte de la culpa de la crisis aumentaban de forma abusiva e indecente sus retribuciones y se aseguraban sus pensiones con cantidades hirientes para el resto de los ciudadanos. La búsqueda de mayores retribuciones es un estímulo, en los responsables, para una nueva debacle económica.

3.- En un sistema social, como el actual, basado en el empleo, es decir el trabajo retribuido, crear empleo es una condición necesaria para que todos pueden disfrutar de un mínimo de posibilidades de vida y desarrollo. Todavía según la EPA hay 1.438.300 hogares con todos sus miembros en paro. Pero, no obstante, no es suficiente crear empleo, no vale cualquier empleo, se ha demostrado día a día, que con la actual normativa laboral publicada en el 2012, cada vez hay más trabajadores pobres, cuyo salario indecente (en este caso el salario) no llega para una vida sin necesidades básicas y fuera de la pobreza. Aumentar los salarios no es sólo un asunto justo y ético sino, también, una necesidad económica que redundará en un relanzamiento de la economía.
4.- Una fiscalidad más progresiva y una redistribución de la renta más equitativa son otros aspectos necesarios. Ante la pobreza extrema, creo que una política de efectos inmediatos sería la puesta en marcha de la Renta Básica Universal, junto con iniciativas públicas de generación de empleo en Sanidad, Educación, Dependencia, Investigación y desarrollo, Medio Ambiente, etc. Actividades en las que la empresa privada es renuente a entrar siendo, sin embargo, básicas para la cobertura de las necesidades y la igualdad de oportunidades de la ciudadanía.

5.- Las políticas redistributivas públicas tienen una importancia fundamental en relación al aumento de la demanda agregada de los bienes básicos y la eliminación de la pobreza. Las inversiones públicas son necesarias para generar riqueza en beneficio de todos. En contra de lo que se repite machaconamente por el mundo neoliberal, se ha demostrado que los grandes avances tecnológicos han sido financiados por los gobiernos y sin embargo, como viene siendo costumbre inveterada, los beneficios siempre han ido a parar a manos privadas. Dar al Cesar lo que es del Cesar ayudaría a dotar a los Estados de liquidez en beneficio de todos.

El mito del déficit público está haciendo mucho daño a la igualdad. Podemos permitirnos lo que seamos capaces de hacer. Debemos repetir  como dice la Teoría Monetaria Moderna que los países que tienen poder de emitir moneda no pueden quebrar y que pueden financiar todo aquello que con sus recursos puedan llegar a hacer. No hay peor  mal que tener recursos ociosos.
                                                                                                                                 
6.- Cuidar el Medio Ambiente es una riqueza común que disminuiría la desigualdad. Nada menos que en 400.000 millones de euros se estiman las pérdidas acumuladas desde 1980 en los países miembros de la Agencia Europea de Medio Ambiente debido a los efectos del cambio climático. A estos costes habría que añadir las muertes prematuras ocasionadas. Estos costes, sin duda, son asumidos principalmente por los segmentos inferiores de la escala social. Mirar por un Medio Ambiente sano redundaría en el bienestar de todos, no sólo de unos cuantos que con sus inmensas fortunas pueden aprovecharse de ambientes todavía vírgenes.

7.- Mejorar la calidad democrática. Como decía Karl Polanyi en su obra La Gran Transformación “El socialismo es, esencialmente, la tendencia inherente en una sociedad industrial a trascender el mercado auto-regulado subordinándolo deliberadamente a la sociedad democrática.” La Democracia es el menos malo de los regímenes políticos. Además, cuando funciona bien, tiene la virtud de moderar las decisiones políticas dirigiéndolas al bien común. Es esencial una mejora democrática si queremos disminuir la desigualdad.

No podemos permitir que sean otros los poderes que nos guíen por el sistema económico y menos aún el poder financiero que puede encenagar nuestras relaciones. En palabras de Tzvetan Todorov, “la economía se ha hecho independiente e insumisa a todo poder político, y la libertad que adquieren los más poderosos se ha convertido en falta de libertad para los menos poderosos. El bien común ya no está defendido, ni protegido ni exigido al nivel mínimo indispensable para la comunidad. Y el zorro libre en el gallinero quita libertad a las gallinas[3].” Esto es, sin duda, lo que debemos evitar.



[1] Xosé Carlos Arias y Antón Costas (2016:124). La nueva piel del capitalismo. Galaxia Gutenberg.
[2] Ibídem (2016:70)
[3] Ibídem (2016:300)

lunes, 22 de mayo de 2017

Cuando la muerte de los demás no importa

Si las sociedades fueran tratadas como si fueran personas habría muy pocas que pudieran salvarse del internamiento en centros psiquiátricos o carcelarios. Leer cualquier libro de historia nos demuestra que las luchas por el poder han centrado la evolución histórica y que se ha vivido más para la muerte que para la vida. Es verdad que a pesar de todo eros sigue venciendo día a día a tanatos, pero me sigue sorprendiendo la locura humana que es capaz de buscar recursos de pozos secos y sin embargo manifiesta imposibilidad de encontrarlos cuando se necesitan para salvar vidas, para evitar muertes.

Leyendo el libro de Josep Fontana, El siglo de la revolución, una historia del mundo desde 1914, siento como si los dirigentes de los distintos países no tuvieran que ver nada conmigo. Sus fundamentalismos, sin atisbo de duda, han propiciado verdaderos genocidios a lo largo y ancho de este mundo. La insensible crueldad mostrada me hace pensar que si esto no tiene vuelta el futuro de la humanidad no puede estar muy lejos. La confrontación de fundamentalismos enconados por el miedo y las ansias de poder han mantenido una locura colectiva de la que algunos no quieren salir y otros no  sabemos.

Las dos guerras mundiales; las guerras inventadas por los Estados Unidos, en primer lugar, seguidas por las creadas por los imperios europeos, Rusia, Japón y China…nos dejan ver un mundo dirigido por dementes que han creado sociedades enajenadas. Leo a Josep Fontana: “Resulta incomprensible que los servicios de inteligencia norteamericanos, que disponían de la información que les proporcionaban sus satélites, pudiesen creer que los soviéticos disponían de un arsenal de destrucción superior al de Estados Unidos, que en aquellos momentos era de 1.054 misiles balísticos intercontinentales, y de 656 SLMB que podían dispararse desde submarinos, además de los miles de bombas atómicas desplegadas en 27 países distintos: lo suficiente para acabar varias veces con la vida del planeta.” (Fontana 2017:459). Esta locura de Reagan pudo haber ocasionado la Tercera Guerra Mundial, en la que hubieran muerto millones de personas. Esta vez hubo suerte.

Pero, no podemos olvidar la obsesión delirante y criminal de los Estados Unidos por los regímenes comunistas en los últimos cien años que queda patente en otro párrafo del libro “El hombre que dirigió la CIA de 1981 a 1987, Villiam J. Casey, católico de misa diaria, pensaba que la Iglesia católica y el islam eran aliados naturales contra el comunismo ateo, lo que explica que no sólo diese apoyo a las organizaciones islamistas radicales, sino que se hiciese imprimir miles de ejemplares del Corán en lengua uzbeka para distribuirlos en Afganistán.  Casey favoreció la práctica del terrorismo más brutal, fomentando el uso por los muyahidines de los coches bomba, dirigidos contra los profesores de la Universidad de Kabul y contra los medios de comunicación de la izquierda laica.” (2017:466). Es imposible no ver en los últimos años manifestaciones de locura ocasionadas por estos delirios.

El celo anticomunista sigue encendiendo, aun hoy, la mecha de la disensión y el enfrentamiento político y bélico. Estados Unidos lo llevó al extremo en América Latina. Fontana señala como de un grado máximo la llevada en Guatemala “Las peores consecuencias de estas guerras sucias las sufrió Guatemala. Hacia 1978 el gobierno inició una oleada de torturas y asesinatos con el fin de liquidar el sindicalismo urbano, a lo que agregó, a partir de 1981, el empleo del ejército en una campaña de masacres e incendios en el medio rural, en una política de tierra quemada que provocó una auténtica guerra popular.” Estas campañas de exterminio, dice Greg Grandin, estaban alentadas a un tiempo “por el celo anticomunista  y por el odio racial” “Las matanzas eran brutales, hasta un extremo inimaginable. Los soldados  asesinaban a los niños a la vista de los padres, extraían órganos y fetos,  amputaban los genitales o las extremidades, cometían violaciones en masa y quemaban algunas víctimas vivas.” Las investigaciones de una comisión de la verdad patrocinada por las Naciones Unidas, sigue relatando Fontana, revelaron posteriormente que en los treinta y cuatro años de conflicto armado hubo en Guatemala 161.500 asesinatos y 40.000 desaparecidos, y que el gobierno realizó de 1981 a 1983 una actuación deliberada de genocidio contra la población maya. (Fontana 2017:472-473).

Parece que la humanidad no aprende. No podemos vivir sin enfrentamientos que hacen de este mundo un valle de lágrimas.  Siempre tenemos que estar buscando enemigos contra los que nos sentimos vivos. En esta lucha contra el fantasma del comunismo, no podemos olvidar, Corea, Vietnam, los Jémeres Rojos,  Irak de Saddam Hussein, etc. En todas estas guerras y otras muchas que vienen jalonando la historia de la humanidad la muerte de los demás no importa, cuando los intereses personales, a veces de unos pocos, están en juego.

“De esta forma, uno de los intentos de transformación social, que se inició en Rusia en 1917, ha marcado la trayectoria de los cien años transcurridos desde entonces. La amenaza de subversión del orden establecido que implicaba el modelo revolucionario bolchevique determinó la evolución política de los demás, empeñados en combatirlo y, sobre todo, en impedir que su ejemplo se extendiera por el  mundo. Fascismo y nazismo,  por ejemplo, nacieron como respuestas a la amenaza comunista, proponiendo como alternativa modelos de revolución nacionalista que no pasaron de formulaciones retóricas.” (Fontana 2017:11)


Me pregunto ¿por qué es tan difícil que las ideas favorables a que todos vivamos con autonomía y bienestar salgan adelante y, sin embargo, sean tan duramente atacadas? Me pregunto ¿quién defiende a los que defienden los Derechos Humanos?

martes, 16 de mayo de 2017

Una economía al servicio de todos

Se dice que en una economía eminentemente capitalista como la de Estados Unidos la desigualdad es manifiesta, así si dividimos su riqueza nacional en tres partes, un 33 % iría a parar a las manos del 99 % de la población, otro 33 % estaría en poder del 9 % de la población, y el 33 % restante lo poseería el 1 % de la población restante. El capitalismo en general ha demostrado que es un sistema que cuanto más puro es más desigualdades ocasiona entre la población. No parece, sin embargo, que exista ninguna razón ética ni económica para que siga perviviendo. Si el capitalismo pervive es porque aquella población poderosa que sale beneficiada se constituye en la principal fuerza defensora del sistema. Pero está demostrando que mientras muchos tienen que conformarse con migajas otros pueden vivir a “todo tren” con una millonésima parte de sus recursos, propiciando con el sobrante la especulación y el uso interesado y desequilibrante de su riqueza, y provocando con la misma una espiral de desigualdad que cada vez es mayor. Además, debido a que el capitalismo es parásito del crecimiento incesante, es un peligro que ya ha mostrado la cara para la conservación del medio ambiente.

Está demostrado, además, que el sector privado, motor del libre mercado, tiene mucho que ver en las desigualdades y la pobreza. El sistema económico actual basado en el trabajo precario y esclavo, es especialmente injusto y cruel cuando no ofrece trabajo a todas las personas y el  desempleo sube a porcentajes criminales. “Según datos de Eurostat, el  porcentaje de personas en situación de pobreza teniendo en cuenta los ingresos que obtienen del mercado laboral en la UE (27 países) sería del 45 %. Esto es, prácticamente la mitad de la población sería considerada pobre si únicamente se tuvieran en cuenta los ingresos de su salario. Sin embargo, considerando los ingresos por transferencias públicas, solo el 17 % dispondría de unos ingresos por debajo del umbral de la pobreza[1].” La evidencia entonces es que el fundamentalismo del mercado hace daño a las personas y no trata a todo el mundo igual.

Una de las características del sistema económico imperante, el llamado neoliberalismo, es que no integra en sus costes de producción privada las externalidades negativas y esto puede tener consecuencias nefastas. De esta manera seguimos propiciando aquellas actividades que no sólo fomentan la desigualdad sino que atentan contra nuestra propia existencia. Seguimos propiciando el automóvil, el transporte y el consumo de petróleo, subvencionando el consumo de combustibles fósiles por encima de lo que se subvenciona a las renovables, cuando nuestra dependencia de las energías fósiles, perjudicial para nuestra economía, es de cerca de un 75 % y sin embargo tenemos sol casi durante todo el  año. Seguimos, en fin, yendo contracorriente abocándonos a un abismo sin posibilidad de retorno conducidos por ciegos y sordos pero con un alto nivel de egoísmo.

En economía se denomina externalidades a los efectos indirectos generados por el sistema productivo, el consumo o la inversión. Estas pueden ser positivas y negativas. Las positivas como por ejemplo la vacunación o la investigación y desarrollo, son actividades que se deben potenciar porque consiguen beneficios no sólo para quien las realiza, sino, también y sobre todo para la mayoría. Las negativas, como el uso del petróleo por motivos contaminantes, se deberían evitar y en caso de ser imposible esto, al menos, cargar sus costes a aquellas empresas que lo generan. Estos efectos negativos por lo general no minoran la cuenta de resultados de las empresas y, así, aumentan sus beneficios a costa de que los ciudadanos a través del  Estado paguen el arreglo de sus desaguisados. Ejemplos recientes tenemos muchos: sistema financiero, eléctricas, Castor, autopistas, etc.

Obviamos las externalidades, cuando estas influyen en un desarrollo inarmónico y desigual y, sin embargo, seguimos empeñados en considerar en cualquier proyecto parte de los costes los salarios de los trabajadores. Pero a nivel social, a nivel macroeconómico, estos salarios son sólo estímulos para consumir productos y servicios desarrollados por las empresas. En definitiva para aumentar la demanda agregada. El Estado tiene obligación de subvencionar estos salarios cuando la inversión es necesaria y prioritaria en el desarrollo de la sociedad. El consumo como la producción tienen que servir a los objetivos de la humanidad, lo que se consigue cuando el beneficio es común y, sin embargo, se pierde cuando sólo se consideran los objetivos de unos pocos.

La dirección tomada por el sistema económico actual no es la correcta. La socialización de las pérdidas (es decir pagan los que menos tienen y son menos responsables) y la apropiación de las ganancias individualmente (es decir se las apropian los que más tienen) no es un sistema ni ético ni beneficia a la economía. Debiéramos, sin duda, atender y aprender de las palabras escritas por Victoria Camps; este “mundo no surgió de la ponderación y el examen sobre lo que se debía hacer para el bien de todos, sino de la desmesura propiciada por mentes atolondradas y poco reflexivas.[2]



[1] Mir García, Jordi y Veciana Botet, Paula (2016:115) ¿Y si la economía se rigiera por lo que es justo? RBA.
[2] Camps, Victoria. Elogio de la duda. Editorial Arpa. Barcelona 2016.

miércoles, 10 de mayo de 2017

Borrachera de gasto público

El pasado miércoles día 3 de mayo de 2017, el Ministro de Hacienda tuvo el descaro de seguir mintiendo a la ciudadanía diciendo que la crisis tuvo como origen la borrachera de gasto público y que ahora los partidos de la oposición querían ya marcharse de copas. Concretamente, el ministro que ha querido anticiparse a las críticas que le iban a lanzar posteriormente los grupos de la izquierda afirmó que “hemos salido de la crisis que venía de la borrachera del gasto público y ya quieren irse de copas para celebrarlo. Eso es lo que están diciéndonos que volvamos a hacer con sus propuestas algunos de los grupos políticos de esta cámara”. Estas palabras fueron mencionadas para defender la austeridad en el gasto social incluido en los Presupuestos Generales del Estado. Sin duda palabras poco afortunadas y llenas de retórica turbia y manipuladora.

Un economista con la mínima formación, y el Ministro no parece ser uno, no podría caer en tal error, por lo que hemos de considerar que la campaña de mentiras, con el subterfugio del miedo, sigue manipulando la opinión pública por mor al interés partidario. Si tenemos en cuenta que la crisis última que en nuestro país aún padecemos se inició en Estados Unidos en el año 2007 y que podemos considerar que aquí arribó en el año 2008, sólo hay que ir a los datos oficiales para ver que en los años 2005, 2006 y 2007, previos a la crisis no sólo no había déficit en el gasto público sino que hubo superávit presupuestario y, también, se alcanzó el nivel más bajo de deuda pública.

En mentiras como ésta se basa toda la economía del neoliberalismo. Recortar y quitar a los pobres para dárselo a los ricos. Práctica simplista que funciona por hipnosis de la mayoría. Somos capaces de tragarnos que el gasto público fue la causa de la crisis y que el Plan E de Zapatero fue el mayor despilfarro y sin embargo asistimos atónitos, pero insensibles a cualquier modificación de voto, cuando el  gobierno destina 3.500 millones de euros para asumir las autopistas de peaje en quiebra, cuando sin dolor se asigna al caso Castor 3.000 millones de euros, coste que irá cargado al consumidor, cuando se nos dice que debemos a las eléctricas millonadas para seguir engordando sus beneficios y generando más pobreza energética. Pero es aun más grave que el despilfarro público lo sigan haciendo aquellos que consideran que este gasto debe ser mínimo. Pregunto: ¿sabemos cuántos millones públicos se han perdido en nuestro país con la corrupción política: corrupción estructural, piramidal y en red, en la que verdaderamente sí somos punteros? En verdad, es imposible de calcular, pero es una cantidad muy grande, inmensa y muy superior al Plan E.

Ante tal despilfarro, el plan E., si de algo pecó fue de insuficiente para poder aguantar el inmenso agujero que había ocasionado el sistema financiero mediante la especulación y la burbuja inmobiliaria. El Plan E constaba de cuatro ejes de actuación principales: medidas de apoyo a empresas y familias; de fomento del empleo; medidas financieras y presupuestarias; y, por último, medidas de modernización de la economía. La primera parte del plan E inyectó 7.836 millones de euros, y la segunda hasta 5.000 más. Estos fondos fueron repartidos entre las diferentes administraciones, siendo los ayuntamientos los organismos que decidían en qué obras públicas se debían invertir los dineros. Si algo falló no fue el plan, cada uno tendrá que saber en qué se fue el dinero que gestionó. Lo que sí parece es que nuestra sociedad no está dispuesta a defender los derechos y la dignidad de todos los ciudadanos y aplaude indolente las inmoralidades de unos pocos que gozan de impunidad y ataca, además, sin cordura lo que realmente no conoce.

¿Qué extraño proceder tiene nuestra sociedad? Respetamos aquello que siendo un hecho real nos perjudica y somos tiránicos con aquello que carece de realidad. Repetir y repetir mentiras parece la herramienta más usada por los partidos políticos ricos en intereses propios. Somos, además, como piedras a la hora de empatizar con nuestros semejantes, a pesar que según los expertos algo hemos avanzado en ello. Aún hoy muchos millones de personas, carecen de lo esencial de la vida,  viven a diario con el hambre, analfabetismo, inseguridad y la falta de voz. Al mismo tiempo, la presión colectiva de la humanidad en el planeta ya ha sobrepasado algunos límites del planeta.

Es necesario un cambio, la humanidad no puede seguir evolucionando a base de mentiras, intereses partidarios y guerras: bombazo allí y bombazo allá. Se necesita poner en marcha nuevas ideas que realmente beneficien a toda la humanidad. Ideas que eliminen el cáncer de la desigualdad, que eviten la tremenda crisis en la que está instalada nuestra nave tierra. Admitir ideas que supongan un nuevo sistema distributivo de la riqueza y un funcionamiento del dinero acorde a la realidad actual y en consonancia con  objetivos económicos comunes y más justos.


miércoles, 3 de mayo de 2017

La democracia pone al capitalismo en riesgo

La Democracia con mayúscula está enfrentada claramente al capitalismo actual, al capitalismo basado en el fundamentalismo de mercado. Los intereses económicos más absolutos, centrados exclusivamente en el beneficio van, casi siempre, en sentido contrario a los intereses de una verdadera Democracia. Un voto hoy vale más o menos según la riqueza que manejes y el poder que esta riqueza te da. Que el egoísmo y el interés privado sea la solución a los problemas de la sociedad, parece, sólo, un lema teñido de engaño; una fórmula que sólo ha demostrado servir a los intereses de aquellos que defienden el inmovilismo porque la situación les es muy rentable. La verdadera Democracia, sin embargo, “sólo es posible sobre la base del fomento de la autonomía y la solidaridad, valores para los que la racionalidad instrumental, experta en destrezas técnicas y sociales, es totalmente ciega[1].” En Democracia una persona debe ser un voto. Los votos no se compran ni se venden.

Como escribía Polanyi, nada puede ilustrar mejor la naturaleza utópica de una sociedad de mercado, que las absurdas condiciones impuestas a la colectividad por la ficción del trabajo-mercancía. El actual capitalismo requiere una gran flexibilidad de los recursos que utiliza, entre ellos el hombre es tratado como una mercancía más, “El acento se pone en la flexibilidad y se atacan las formas rígidas de la democracia y los males de la rutina ciega. A los trabajadores se les pide también –con muy poca antelación- que estén abiertos al cambio, que asuman un riesgo tras otro, que dependan cada vez menos de los reglamentos y procedimientos formales. Poner el acento en la flexibilidad cambia el significado mismo del trabajo, y con ello las palabras que usamos para hablar del trabajo […] ha bloqueado el camino recto de la carrera, desviando a los empleados, repentinamente, de un tipo de trabajo a otro […]Es totalmente natural que la flexibilidad cree ansiedad: la gente no sabe qué le reportaran los riesgos asumidos ni qué caminos seguir […] Tal vez el aspecto más confuso de la flexibilidad es su impacto en el carácter […] a saber: el valor ético que atribuimos a nuestros deseos y a nuestras relaciones con los demás […] El carácter se centra en particular en el aspecto duradero, a largo plazo, de nuestra experiencia emocional […] El carácter se relaciona con los rasgos personales que valoramos y por los que queremos ser valorados.”

En el actual capitalismo el trabajo ha cambiado radicalmente, no hay una carrera predecible, el trabajador no se identifica con la empresa, ésta es dinámica e imprevisible con reajustes de plantilla y exigencias de movilidad absoluta. “En la actualidad vivimos en un ámbito laboral nuevo, de transitoriedad, innovación y proyectos a corto plazo. Pero en la sociedad occidental, en la que somos lo que hacemos y el trabajo siempre ha sido considerado un factor fundamental para la formación del carácter y la constitución de nuestra identidad, este nuevo escenario laboral, a pesar de propiciar una economía más dinámica, puede afectarnos profundamente, al atacar las nociones de permanencia, confianza en los otros, integridad y compromiso, que hacían que hasta el trabajo más rutinario fuera un elemento organizador fundamental en la vida de los individuos y, por consiguiente, en su inserción en la comunidad.[2]

 El miedo guarda la viña, dice un antiguo refrán castellano. Y así el trabajador con su nuevo carácter y cargado de miedo guarda filas en el ejército de pobres y hambrientos que el capitalismo depredador mantiene en reserva, esperando por si un nuevo y ansiado empleo le saca de su situación. Se rebusca y acepta el trabajo como el hambriento saca un corrusco de pan de cualquier contenedor. Junto a este ejército de reserva, pero separados incluso por límites físicos y humanos, un pequeño porcentaje de personas se hacen cada vez más ricas. Así, la desigualdad es el gran problema de este capitalismo. No es cierto que los intereses privados generen beneficios para todos. Y la democracia ante la desigualdad se resiente, ya que “no es democrática una sociedad dirigida por elegidos, por burócratas o por expertos, que ya han olvidado que cobran toda su legitimidad de servir a los intereses universalizables de las personas.[3]” Thomas Piketty en su denso libro[4] de 970 páginas titulado El capital en el siglo 21, deja diáfana su postura al respecto: “Su tesis es que la desigualdad económica es un efecto inevitable del capitalismo y que, si no se combate vigorosamente, la inequidad seguirá aumentando hasta llegar a niveles que socavan la democracia y la estabilidad económica.”

La Democracia con mayúscula, por tanto, es un riesgo para el capitalismo actual debido a que los ciudadanos pueden opinar y, cuando su voto vale como cualquier otro, pueden decidir de manera que los beneficiados no sean unos pocos sino la gran mayoría. La raíz de la Democracia tiene que girar alrededor de la autonomía, participación y desarrollo de los individuos. Los valores que debe transmitir la sociedad tienen que respetar los Derechos Humanos y propiciar las decisiones autónomas, eso sin con transparencia, sin engaños. Porque debemos huir de tendencias como las que analiza  Byung- Chul Han en su obra En el enjambre: hoy cada uno se explota a sí mismo y se figura que vive en libertad. Este es el mayor éxito de este capitalismo.



[1] Cortina, Adela (2007:214)  Ética aplicada y democracia radical. 4ª edición. Tecnos.
[2] Sennett, Richard (2000): La corrosión del carácter.
[3] Cortina, Adela (2007:213). Ética aplicada y democracia radical. 4ª edición. Tecnos.
[4] Piketty, Thomas (2013): Le capital au XXI siècle. Seuil.

Los humanos No somos tan inteligentes

En un mundo en el que la información circula a velocidades siderales, en el que el conocimiento del medio es cada día mejor, sorprende que...