miércoles, 31 de diciembre de 2014

La sociedad del trabajo.

La sociedad desarrollada en la que nos movemos está secuestrada por el mundo del trabajo y éste, a su vez, se rige por los principios de la libre empresa en un marco que cada día es más internacional. En este marco las naciones y las empresas tienen que luchar desesperadamente por los ingresos que puedan mantenerlas a flote. La fuente de dónde beben para sobrevivir se denomina “competitividad”, una especie de varita mágica que se cree convierte en oro todo lo que toca, pero que es fuente de desigualdad, pobreza, malestar, injusticia, hambre, luchas de poder, olvido del ciudadano, inmovilidad...

Es verdad que el trabajo socialmente tiene connotaciones que se encuentran en el meollo del desarrollo de las personas, pero, también es verdad, que no deberíamos vivir para trabajar sino trabajar para vivir y buscar un desarrollo más libre y enriquecedor de nuestra persona y de nuestras relaciones sociales. Marta Nussbaun, en este sentido, defiende la creación de capacidades en las personas y citando al premio nobel Amartya Sen escribe: “lleva años sosteniendo que el mejor modo de entender la pobreza es viéndola como una falta de capacidad, y no solamente como un problema de escasez de bienes o, ni siquiera, de renta y riqueza. La pobreza supone una serie heterogénea de pérdidas de oportunidades que no siempre guardan una correlación clara con la renta; además, las personas que se hallan en situaciones de exclusión social pueden tener dificultades para convertir su renta en funcionamientos, por lo que los ingresos económicos no son ni siquiera un indicador representativo de las capacidades.[1]” Pero esto es pedir demasiado...

En un mundo en el que el trabajo humano es escaso ya que al ser el coste más importante de las empresas se tiende a minimizarlo para obtener mayores rentabilidades. En un mundo en el que los salarios son cada vez más desiguales y mientras unos pocos tienen unos incrementos exponenciales, la gran mayoría tienden hacia el 0, haciendo que la pobreza esté instalada ya entre los que tienen trabajo, pero trabajo casi esclavo mal pagado y precario. En un mundo en el que las riquezas nos vienen ya dadas y poco tienen que ver con el esfuerzo hecho. En este mundo resuenan las siguientes palabras de Bauman a pesar de su antigüedad: “Siempre habrá pobres entre nosotros; pero ser pobre quiere decir cosas bien distintas según entre quiénes de nosotros esos pobres se encuentren. No es lo mismo ser pobre en una sociedad que empuja a cada adulto al trabajo productivo, que serlo en una sociedad que --gracias a la enorme riqueza acumulada en siglos de trabajo-- puede producir lo necesario sin la participación de una amplia y creciente porción de sus miembros. Una cosa es ser pobre en una comunidad de productores con trabajo para todos; otra, totalmente diferente, es serlo en una sociedad de consumidores cuyos proyectos de vida se construyen sobre las opciones de consumo y no sobre el trabajo, la capacidad profesional o el empleo disponible[2].”

El hambre es una de las consecuencias del sistema social y económico en el que estamos asentados. Pero, el hambre en nuestro mundo es un problema político de justicia social y distributiva y “es con mucho la mayor pandemia y la mayor vergüenza de la humanidad. Además el hambre y la pobreza son el caldo de cultivo de problemas como la emigración ilegal y la violencia internacional. En un mundo tan interrelacionado e interdependiente como el de comienzos del siglo XXI, el hambre no solo es un castigo para los que la sufren sino un peligro para toda la Humanidad. La Seguridad Alimentaria es la condición sine qua non para la Paz y la Seguridad Mundial, por lo que erradicar el hambre en el mundo es hoy imprescindible aunque solo fuera por egoísmo inteligente[3].”

La realidad, por otra parte, es que cuando hablamos de trabajo estamos acostumbrados a pensar exclusivamente en el trabajo que se realiza a cambio de un salario. Pero el trabajo no se puede confundir con el empleo, no debemos olvidamos de actividades que son útiles, necesarias y se hacen para el bien de la comunidad. Sin ellas difícilmente se podrían alcanzar los niveles de bienestar que se han alcanzado. Es trabajo que no figura en el PIB porque no está remunerado. Pero “El trabajo no remunerado es más voluminoso a nivel mundial que el remunerado, aunque esta afirmación haya que calibrarla con una definición precisa de qué se entiende por trabajo, especialmente en el trabajo del cuidado. Su mayor volumen se debe a la participación intensa de la población femenina en todo el mundo, y sobre todo en las áreas menos desarrolladas y en los sectores sociales con menos recursos.[4]

En este marco se haya el trabajo llamado reproductivo; aquel que realizan los miembros de la familia en el seno del hogar, en beneficio de la propia familia, o los trabajos realizados por la propia comunidad vecinal, local o nacional de forma voluntaria o forzada, o los trabajos de autoconsumo, ya que al no existir remuneración monetaria, no se cuentan como empleo ni como producto. Sin embargo muchos de ellos resultan esenciales para la reproducción de la fuerza de trabajo y de las relaciones sociales. Son, incluso, soporte indispensable del trabajo productivo. Es verdad que en los últimos tiempos se había recuperado el debate sobre el trabajo de cuidados al que se considera imprescindible para la reproducción social y el bienestar cotidiano de las personas. Trabajo que aún sigue siendo responsabilidad casi exclusiva de las mujeres, siempre con menos oportunidades sociales, y que no se tiene en cuenta en las medidas del producto habituales. Raj Patel piensa que “La reproducción de los trabajadores exige más que el simple nacimiento de bebés: hay un complejo proceso de crianza, alimentación, vestido, vivienda, educación, socialización y disciplina, y en estos costes radica tal vez una de las mayores explotaciones a escala mundial: el lugar del trabajo doméstico de las mujeres. El trabajo diario de criar a los hijos, mantener un hogar y realizar trabajo comunitario (esos eslabones impagados de la cadena laboral que las feministas han dado en llamar la triple carga de las mujeres) sigue sin ser valorado a escala mundial.[5]

Pero es este trabajo no remunerado el que contribuye a la cohesión social más que ningún otro y, por contra, aquellas personas que son sus artífices soportan los mayores niveles de pobreza e injusticia. Así, esta sociedad protege con mayor intensidad, como es propio de un mundo definido por el empleo,  los derechos de los trabajadores retribuidos (si bien es verdad que últimamente no parece brillar por esto) y no a aquellos otros que no lo son. Un ejemplo claro son los derechos de los padres empleados en comparación con aquellos que no tienen empleo que, por desgracia, cada vez son más. Por estas razones “los logros de cohesión social no pueden restringirse a la inserción en la producción, olvidando el papel clave que juegan las familias y especialmente las mujeres dentro de ella, para la producción de bienestar social.[6]” El artículo 10 “La dignidad de la persona...el libre desarrollo de la personalidad” y el 14  “Los españoles somos iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por... o cualquier otra condición o circunstancia personal o social” entre otros artículos de nuestra Constitución, nos pueden indicar un camino para mejorar.

¡Iniciemos el año con un buen pie nos queda un largo camino! ¡Ha llegado el momento de una sociedad poslaboral! ¡Busquemos la mejor solución! ¡Feliz año!





[1] Nussbaum, Marta (2011: 172). Crear capacidades. Paidós.
[2] Bauman, Zygmunt (2000:11) Gedisa Editorial.
[3] Esquinas, José (2012). Cultivos para el siglo XXI. El País 10-12-2012.
[4] Durán Heras, María Ángeles (2012:28): El trabajo no remunerado en la economía global. Fundación BBVA.
[5] Patel, Raj (2010:77). Cuando nada vale nada. Las causas de las crisis y una propuesta de salida radical. Los libros lince.
[6] Iniciativas para la cohesión social en América Latina. Madrid: Fundación Internacional y para Iberoamérica de políticas Públicas (FIIAPP)

viernes, 26 de diciembre de 2014

LA DEUDA LEGÍTIMA

A algunos defensores del sistema neoliberal que nos presiona, recorta, envilece e indigna, defienden a capa y espada que hay que pagar la deuda ya que en caso contrario no habrá quien invierta en nuestro país y, en consecuencia, nuestra economía caerá en picado, habría que recordarles muchas cosas, entre ellas: la deuda puede llegar a ser un mecanismo perverso de dominación que tienen los acreedores, la deuda en la práctica y en muchas ocasiones no sirve para que los países y las personas obtengan crédito para cubrir sus necesidades sino para que los acreedores aumenten sus capitales, las grandes potencias y los grandes bancos, en contra de los intereses sociales, no han dudado en apoyar guerras, golpes de Estado y regímenes autoritarios y corruptos generando deuda a la población, la deuda está sirviendo para imponer condiciones por organismos no elegidos democráticamente y a pesar de las decisiones de la propia ciudadanía a la que se imponen, etc.

Tenemos que recordar, también, que cuando se presta, se hace a un interés que paga el riesgo que corre el prestamista en relación a la incierta devolución de la deuda. En este sentido no son pocos los prestamistas que se han enriquecido con los intereses cobrados, en muchos casos éstos superan ampliamente el capital prestado, y luego se quiere la completa devolución de la deuda y, en su caso, la confiscación de la hipoteca. ¡Viva el riesgo que corren! Se concreta en que los prestatarios se mueran o no de hambre, vivan o no bajo un techo, alimenten o no a sus hijos. Ellos, los prestamistas, no podrán dormir por las noches desvelándose por sus derechos. Aunque...dormirán a pierna suelta y pensando en lo bien que lo van a pasar al día siguiente, ya que las leyes y las instituciones las han hecho ellos para no preocuparse del cobro de sus préstamos y del sinriesgo que corren.

Quiero esbozar un cuadro dando unas pinceladas con algunos ejemplos de deuda, posiblemente no son los más representativos pero son una muestra variada recogida de la bibliografía. Que sean los lectores los que opinen acerca de la legitimidad, ilegitimidad u odiosidad:
En Grecia la deuda del sector privado aumentó de forma importante con su ingreso a la zona euro en el 2001, pero la deuda pública era anterior y provenía de la “dictadura de los coroneles”. Se recurrió al préstamo para poder tapar el agujero producido por la reducción del impuesto de sociedades y de las rentas más altas. Muchos préstamos permitieron la compra de material militar a Francia, Alemania y Estados Unidos. Se financiaron los Juegos Olímpicos de 2004 y suculentos contratos para las empresas, Siemens, por ejemplo, fue acusado tanto por la justicia alemana como por la griega de haber pagado comisiones y otros sobornos por un importe de cerca de 1000 millones de euros y sus ventas fueron el sistema de antimisil Patriot, la digitalización de los centros telefónicos de su organismo de comunicaciones, el sistema de seguridad “C41” que nunca funcionó, submarinos alemanes por 5000 millones de euros que se escoraban y tampoco funcionaban[1].  A todo esto se puede apuntar que ya en el 2010 Grecia se financiaba a un interés a diez años superior a 8 puntos respecto a Alemania ¡Ay la Europa del Euro!

En Argentina, en el año 1983 tras la guerra de las Malvinas, Estados Unidos insistió en que “el nuevo gobierno accediese a hacerse cargo de las deudas amasadas por los generales...la deuda externa de Argentina se había disparado de los 7.900 millones de dólares del año previo al golpe de Estado a los 45.000 millones del momento del traspaso de poderes al nuevo gobierno democrático[2]”. Los acreedores principales eran el FMI, el BM y bancos privados de Estados Unidos.“En Brasil los generales que habían usurpado el gobierno en 1964 con la promesa de establecer el orden financiero y económico del país, consiguieron transformar una deuda de 3.000 millones de dólares en cerca de 103.000 millones acumulados hasta 1.985.” En Chile “los préstamos costearon la triplicación del gasto militar, que sirvió para que las fuerzas armadas chilenas pasaran de 47.000 soldados en 1973 a 85.000 en 1980.”

Sobre África nos escribe Josep Fontana: “Según los cálculos de Tax Justice Network, de los cerca de 150.000 millones de dólares de capitales que salen cada año del continente africano, el 60 por ciento corresponde a la manipulación interna de las compañías internacionales y tan solo de un 3 a un 5 por ciento a las remesas al extranjero de los dirigentes políticos africanos.[3]” Los casos de deuda en relación a las dictaduras africanas son flagrantes y se han dado a conocer, mucho menos conocemos aquellas deudas provocadas por las grandes empresas que como se ve han sacado buena tajada de sus “inversiones” en este continente.

“De 1990 a 1993 Francia –que consideraba el país como parte vital de su imperio informal africano—había enviado a Ruanda armas por valor de más de 25 millones de dólares, así como instructores, no solo del ejército sino de las milicias juveniles que iban a realizar la mayor parte del genocidio[4]. Estas importaciones, pagadas con dinero recibido del Banco Mundial para fines de desarrollo, siguieron a lo largo de 1993, incluyendo cerca de seiscientos mil machetes, el arma esencial del genocidio, que eran facturados como herramientas agrícolas para disimular la naturaleza militar del gasto.[5]

Los fondos llamados carroñeros (vulture funds) compran a bajo precio viejas deudas impagadas y las exigen a través de los tribunales internacionales: Zambia “debía a Rumanía 15 millones de dólares por una compra de equipo agrícola realizada en 1979. Los dos gobiernos se habían puesto ya de acuerdo para liquidarla por 3 millones de dólares, pero entre tanto el fondo Donegal Internacional compró la deuda por su cuenta y exigió a los zambianos 55 millones, agregando los intereses a la deuda original. Otro fondo norteamericano, que compró 31 millones de deudas de los años ochenta que la, República del Congo-Brazzaville había dejado impagadas, reclamó en los tribunales norteamericanos, europeos y asiáticos más de cien millones de dólares en conceptos de deuda, intereses y penalización; de momento ha obtenido ya 39 millones.[6]

En España hay que recalcar nuevamente que entre los años 2005 y 2007 no hubo déficit público sino superávit y en consecuencia no hubo aumento de deuda pública. La deuda privada, sin embargo, crecía y con la entrada en el Euro se intensificó el sobreendeudamiento privado basado especialmente en la inversión en el sector inmobiliario, mientras la deuda pública entre el año 1996 al 2007, año de inicio de la crisis, baja consecuentemente en relación a la deuda privada. “En 2007 el Estado era responsable de menos del 12 por ciento de la deuda total del país.[7]” Pero la crisis iniciada en Estados Unidos en este año 2007 provocó una caída de los ingresos de las Administraciones Públicas debido al cierre del grifo del crédito. Así el problema de nuestra deuda pública hay que buscarlo después del inicio de la crisis, ya que entre el 2008 y finales del 2012 aumentó más de 560.000 millones de euros lo que suponía un 55% del PIB y un incremento de 2,5 veces la deuda del 2008. Siguiendo a Medialdea y otros en su libro colectivo qué hacemos con la deuda, se constata que el verdadero salto de la deuda española fue a partir del año 2009 posteriormente al inicio de la crisis y por tanto no tuvo que ver con su causa. Sus causas hay que buscarlas principalmente en los siguientes motivos que hicieron desbocar nuestra deuda: las medidas de austeridad que se imponen desde mayo 2010 y especialmente a partir del año 2012, el rescate bancario que se impone a los contribuyentes y la fuerte subida de los gastos financieros. Pero, había que salpimentar bien la crisis de deuda soberana, para ello los bancos que socializaron sus deudas y, en consecuencia, fueron cubiertas por los ciudadanos, se financiaron posteriormente tomando crédito del BCE a interés insignificante para prestarlo al Estado, su salvador, a un interés superior ya muy significativo y doloroso[8].

Finalizaré exponiendo que si se tiene en cuenta la teoría de la deuda odiosa o ilegítima: sostiene que la deuda externa contraída por un gobierno y considerada como odiosa no tiene por qué ser pagada. En todo caso, ésta podría considerarse como contraída a título personal, con lo que serían el monarca, el presidente, el director del banco central nacional o los ministros los que deberían responder al pago. Por otra parte, se considera que para determinar si una deuda es odiosa o no lo es, la definición teórica más aceptada es la que estableció en 1927 el jurista ruso Alexander Sack, quien identificó 3 requisitos: (1) que se haya contraído sin el conocimiento ni la aprobación de los ciudadanos; (2) que se destinen a actividades no beneficiosas para el pueblo; y (3) que el acreedor conceda el préstamo aún siendo consciente de los dos puntos anteriores.

La pregunta es ¿Es recomendable hacer una auditoría de la deuda o no?




[1] Se puede ver un mayor detalle en el libro colectivo La deuda o la vida, dirigido por Millet y Toussaint. Editorial Icaria 2011.
[2] Klein, Naomi (2012:213) La doctrina del Shock. Colección Booket, abril 2012. Paidós.
[3] Fontana, Josep (2011:737). Por el bien del imperio: Una historia del mundo desde 1945. Ediciones de Pasado y Presente, S.L.
[4] Como señala Josep Fontana en el libro citado “Una de las consecuencias más graves de la combinación de las herencias del colonialismo y de la interferencia posterior de las potencias, y las empresas, de Occidente ha sido la gran guerra civil que ha desangrado, y desangra, África Central, comenzado con las matanzas de Ruanda en 1994 y siguiendo, de 1998 hasta la actualidad, con la guerra civil del Congo, que, con sus 5,4 millones de muertos...”
[5] Fontana, Josep (2011:741)
[6] Fontana, Josep (2011:760)
[7] Medialdea, Bibiana y otros (2013:17). Qué hacemos con la deuda. Akal.
[8] Hay que recordar que el BCE no puede prestar directamente a los Estados. Ante esta prohibición (establecida por el mismo Tratado de Maastricht) se han visto obligados a endeudarse en los mercados, quedando sometidos a industria financiera y al oligopolio de las agencias de calificación.

viernes, 19 de diciembre de 2014

Globalización y democracia

 

Muchos autores consideran que la globalización capitalista y neoliberal que está imperando choca con la democracia por la sencilla razón de que lo que busca no es mejorar el funcionamiento de ésta última sino ponérselo fácil a los intereses comerciales y financieros que buscan acceder a los mercados a bajo coste. Por la contradicción generada, el consenso intelectual que era hace unas décadas el fundamento del modelo actual de globalización  empezó a evaporarse. Se dio un “retroceso pacífico” de la democracia a favor de los mercados en palabras del economista francés Jean-Paul Fitoussi[1].  Santiago Camacho, más contundente, escribe: “a la democracia, el ideal por el que millones de personas han dado su vida a lo largo de la historia, le ha surgido un enemigo más poderoso que cualquier dictador, que cualquier  ideal totalitario y que cualquier ejército. Un enemigo que a, día de hoy, está ganando la batalla[2].” Navarro y  Torres en el mismo sentido: “las democracias se debilitan gradualmente porque las grandes empresas, los bancos, los inversores especulativos, etc., han alcanzado un poder tan gigantesco que les permite imponer constantemente sus intereses sobre los del resto de la sociedad[3].” Se podría concluir, por tanto, junto con el filósofo alemán Jürgen Habermas que la democracia se está desmantelando en beneficio de intereses particulares.


Estamos lejos de que se traten de opiniones exageradas. En estos años hemos vivido en Europa situaciones que deberían ser calificadas realmente como auténticos golpes de Estado concebidas para que se pudieran tomar más fácilmente las decisiones que convienen a las finanzas. El expresidente griego Papandreu simplemente había amagado con la convocatoria de un posible referéndum y la posibilidad de que el pueblo se expresara fue suficiente para que se le forzase a dimitir[4]. El italiano Berlusconi, muy en su estilo, quiso imponerse frente a Berlín y Bruselas y acabó fuera del gobierno. Los acuerdos de financiación de Grecia, Portugal, Irlanda, España… han llevado consigo la presencia permanente en los distintos países de autoridades extranjeras, no elegidas democráticamente, para vigilar y poner en marcha la política económica que se considera adecuada a los poderes financieros y económicos a los que representan, sean cuales sean las opiniones o las preferencias de los ciudadanos. Está, por tanto, muy claro que la democracia, si sigue existiendo, tiene su latido muy débil ya que el poder no reside en el pueblo sino que se está alejando del mismo a grandes pasos.


Los datos conocidos sobre el poder económico confirman plenamente lo expresado, ya que si en otro tiempo los países eran las mayores economías del planeta, ahora no es así; desde hace unas décadas las corporaciones ingresaron en el top cien. Así, en el año 2009 eran 44 las empresas que se incluían entre las 100 economías más grandes del mundo. Con tal poder económico y con la especial globalización de los mercados que vivimos, globalización sin ninguna restricción para las finanzas, sería un suicidio ignorar el nivel de influencia de estas corporaciones. Duele saber que junto a los niveles de pobreza que nos ha traído la actual crisis se constate que las dos empresas con mayores  ingresos en el año 2013, según la revista Forbes, sumen 900.000 millones de dólares y que éste poder económico de las empresas unido a la especulación financiera que facilita, permita a algunas empresas como las famosas Fanni Mae y Freddie Marc[5] ganar en la bolsa más de un 1000% sobre sus ventas.


Hay, por tanto, mucha evidencia que deja meridianamente claro que “existe un cambio real de poder: hay un desplazamiento del poder del pueblo trabajador de las distintas partes del mundo hacia una enorme concentración de poder y riqueza…el sistema mundial se está dividiendo en dos bloques: la plutocracia, un grupo muy importante, con  enormes riquezas, y el resto, en una sociedad global en la cual el crecimiento –que en un gran parte es destructivo y está muy desperdiciado- beneficia a una minoría de personas extraordinariamente ricas, que dirigen el consumo de tales recursos. Y por otra parte existen los “no ricos”, la enorme mayoría, referida en ocasiones como el precariado global, la fuerza laboral que vive de manera precaria, entre la que se incluye mil millones de personas que casi no alcanzan a sobre-vivir[6].” Es por tanto el poder financiero el que puede trastocar o forzar cualquier política social y nos engaña con mejoras sociales sin ninguna realidad, basándose en conceptos hueros que no tienen nada que ver con lo que dicen representar.

En este mundo globalizado se constata que el poder ya ha cambiado de manos, ya no lo tiene el poder político ni está basado en la soberanía del pueblo, lo detenta un ente que se diluye por momentos y que vienen llamando mercados, élites, 1%. Ignacio Álvarez en el libro coordinado por Bibiana Medialdea responde a la cuestión de  ¿Quién son los mercados?, refiriéndose, sin duda, a los mercados financieros: “Al igual que el resto de mercados, los mercados financieros son espacios (físicos o virtuales) donde se intercambia un determinado tipo de productos: títulos financieros. En teoría, los mercados financieros cumplen un papel esencial en una economía capitalista: facilitan que se encuentren agentes con necesidades de financiación (administraciones públicas, empresas u hogares), con otros que están dispuestos a utilizar sus ahorros para proporcionar a los primeros dicha financiación. De este modo, los títulos intercambiados en los mercados financieros son títulos que conllevan derechos futuros de cobro para quienes ponen a disposición de otros agentes sus ahorros. No obstante, los mercados financieros desregulados no se limitan a cumplir esta función, y presentan también una tendencia intrínseca a acumular «capital ficticio» y a generar burbujas desconectadas de la economía real que, al estallar, provocan graves crisis financieras[7].”

El mundo de las finanzas ha crecido como una bola, pero en vez de nieve lo que la va engrosando la bola es el dinero de todos los demás, dejando a muchos sin el mínimo vital (unos pocos ganan la mayoría social pierde). Las finanzas se han convertido en un monstruo que dirige el mundo maniatando, incluso, a los propios gobiernos y dejando fuera de circulación aquellos valores que otorgaban a la política, a los gobernantes y a la democracia la capacidad para conseguir una sociedad que busque el bien de todos y una mejor armonía. Además, la gran industria de los mercados financieros tiene un funcionamiento bastante autónomo y libre, a diferencia de la industria tradicional. Esta última crea riqueza allí donde se encuentra y retribuye a los diferentes factores que la integran, fundamentalmente el capital y el trabajo, según el orden tradicional. Esto no es así en el caso de los mercados financieros, cuyo objetivo básico y fundamental es la obtención permanente de beneficios allá donde se encuentre, porque su materia prima son las ingentes masas monetarias que circulan por el mundo.

Nos encontramos, por tanto, con unos mercados financieros gigantescos que generan y acumulan capital ficticio, y logran un poder descomunal que afecta, socava y desmantela la democracia. ¿Es lo que queremos? Espero que no.




[1] Fitoussi, Jean-Paul (2005): La democracia y el mercado. Editorial Paidós.
[2] Camacho, Santiago (2012): La troika y los 40 ladrones.
[3] Navarro, Vicenç y Torres López, Juan (2012): Los amos del mundo.
[4] Grecia el país dónde nació la democracia se convirtió irónica y dolorosamente en una “tecnocracia”.
[5] Dos gigantes de la financiación hipotecaria que tuvieron un papel estelar en la provocación de la crisis que padecemos y que fueron nacionalizadas el 7 de septiembre de 2008 por Estados Unidos asumiendo un gran volumen de deuda.
[6] Navarro, Torres y Garzón (2011): Hay alternativas.
[7] Medialdea, Bibiana (Coord.) y otros (2011): Quienes son los mercados y como nos gobiernan.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

EL FETICHE DEL CRECIMIENTO Y SUS EFECTOS COLATERALES.

En estos tiempos obscuros de crisis parece que podría haber un acuerdo general en aceptar el crecimiento económico como portador de la solución a nuestras desdichas. El crecimiento en el sistema capitalista, podemos decir, que se ha convertido en un fetiche. Es muy significativa la definición de este término dada por la RAE: “Ídolo u objeto de culto al que se atribuye poderes sobrenaturales, especialmente entre los pueblos primitivos.” No sé si caminamos hacia nuestros orígenes, pero es palpable que cuando hablamos de crecimiento económico creemos que puede ser la solución de todos nuestros problemas. Sin embargo, el crecimiento por sí solo no contribuye a disminuir la desigualdad, a evitar las exclusiones sociales, a mejorar la democracia o la justicia, por poner algunos ejemplos. Aquí quiero llamar la atención sobre los efectos perversos que pueden repercutir sobre nuestro medio ambiente.

Los análisis sobre el crecimiento económico y sus límites, no son un tema nuevo, en 1972 el Club de Roma ya emitió un informe sobre Los límites del crecimiento y en el año 2001 Clive Hamiton publicó un libro de gran repercusión del que se ha extraído el título del texto El fetiche del crecimiento. Este autor nos decía y sus palabras son cada día más ciertas: “Nada preocupa tanto al sistema político moderno como el crecimiento económico, que es más que nunca la referencia del éxito de sus programas. Los países clasifican su progreso por comparación con los demás en función de su renta per cápita, que sólo puede aumentar mediante un crecimiento más rápido. Un elevado crecimiento es motivo de orgullo nacional; un crecimiento bajo es objeto de acusaciones de incompetencia en el caso de los países ricos, y de compasión en el de los pobres. Un país que experimente un período de bajo crecimiento atravesará una fase agónica de introspección nacional en la que los expertos de izquierda y derecha lanzarán sus reproches para saber donde nos equivocamos y si hay algún fallo en el carácter nacional. [1]

Habría que debatir seriamente sobre las consecuencias que nos puede traer la obsesión por el crecimiento económico. Crecimiento que, además, se mide exclusivamente mediante el PIB. Y éste, a su vez, se basa en un sistema productivo que no se “organiza para satisfacer las necesidades humanas –priorizando las necesidades básicas—sino que se ve decisivamente troquelado por la búsqueda de beneficios individuales.[2]” No hay otro remedio que convenir que los recursos existentes son limitados y sin embargo las necesidades humanas se ha de mostrado que pueden ser ilimitadas. Así, nos encontramos que “La sociedad se enfrenta a un profundo dilema. Resistirse al crecimiento es arriesgarse al colapso económico y social. Apostar por el crecimiento ilimitado implica poner en peligro los ecosistemas de los que dependemos para nuestra supervivencia a largo plazo.[3]

Un premio Nobel de química, Frederick Soddy, defendió que “la economía es, en el fondo, un sistema de utilización de energía[4]”. Y, sin embargo, el sistema económico actual no quiere percibir la grave problemática que se cierne sobre nuestras cabezas con el malgasto de la misma. El cambio climático, la destrucción de la naturaleza y la pérdida de la diversidad no son cuestiones que se deban tomar a broma. Por ello, deberíamos tener muy en cuenta lo que nos decía el difunto economista Kenneth Boulding, “para creer que la economía puede crecer indefinidamente en un sistema finito hay que ser un loco o un economista[5]”. Vivimos en un mundo finito que se enfrenta a necesidades infinitas, espoleadas por el marketing capitalista, cebadas por la obsolescencia programada. Un mundo en el que se mide el desarrollo por el crecimiento del PIB y éste se considera la ultima ratio, el objetivo culmen de la razón económica. Se busca el crecimiento infinito y esto pone en peligro la habitabilidad futura de nuestro planeta. Nos olvidamos de que “somos nosotros los que tenemos necesidad del futuro, mucho más que el futuro de nosotros[6]”.

Se ha perdido la conexión necesaria con el medio en el que vivimos, pero “La naturaleza no mantiene ninguna relación de fuerza con los humanos, la naturaleza no negocia[7]”. Un proverbio atribuido con frecuencia a las culturas indígenas nativas americanas afirma que “No hemos heredado la Tierra de nuestros padres, sino que la hemos tomado prestada de nuestros hijos[8]”. En este sentido se considera que “El desarrollo sostenible satisface las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades[9]”. Pero en el sistema competitivo en el que nos hemos instalado, se debe correr más que los demás, debemos reducir los costes más que los demás, debemos ser eficientes más que los demás, debemos producir más que los demás. Es un ciclo sin fin que nos roba nuestro propio tiempo de vida. “¡Nos hemos dejado robar el tiempo[10]! ¡Si la bicicleta del capitalismo deja de avanzar vuelca y llega la catástrofe![11]” Por otra parte, el desarrollo sostenible es “un oxímoron, una figura estilística que llama nuestra atención a la vez que anestesia nuestro sentido crítico[12]”.

Por ello, no debemos quedarnos a esperar un final desconocido y ocasionalmente apocalíptico, debemos aprovechar las oportunidades existentes. “El rápido descenso de los costes de las energías renovables y la necesidad de sustituir unas infraestructuras envejecidas de combustibles fósiles nos brindan una oportunidad única para acelerar la llegada de una nueva era de energía verdaderamente sostenible[13]”. Europa era señera en un modo distinto de entender los problemas ecológicos y sociales, pero “Como cualquier potencia inmersa en el sistema capitalista, la UE tiene un objetivo claro por encima del resto: lograr el crecimiento económico que pasa inexorablemente por un consumo creciente de materiales y energía y por la consiguiente producción de residuos[14]”. Estos nos lleva a un mundo en el que “Las catástrofes naturales y las catástrofes morales, serán cada vez más indiscernibles[15]”. Ya que “si hay algo más que decir del crecimiento económico, es el hecho real de que todo aumento del PIB conduce a una mayor destrucción ambiental.[16]




[1] Hamilton, Clive (2006:23). Editorial Laetoli S.L.
[2] Riechmann, Jorge (2012:24-25). El socialismo puede llegar sólo en bicicleta. Los libros de la catarata.
[3] Jackson, Tim (2011:225). Editorial Icaria S.A.
[4] La situación del mundo 2013. ¿Es aún posible lograr la sostenibilidad?
[5] George, Susan (2010: 9)
[6] Dupuy, Jean Pierre (2012-29). Hacer como si lo peor fuera inevitable. VV.AA. ¿Hacia dónde va el mundo? Icaria Editorial, S.A.
[7] VV.AA (2012:51). ¿Hacia dónde va el mundo? Cochet, Yves, Ante la catástrofe. Ediciones Octaedro, S.L.
[8] VV.AA ¿Es aún posible la sostenibilidad? Engelman, Robert (2013:30). Más allá de la sosteniblablá.
[9] Ibídem (2012:29).
[10] Martín, Hervé-René y Cavazza, Claire (2009:25). Nous réconcilier avec la Terre. Flammarion.
[11] Latouche, Serge y Harpagès, Didier (2011:25). La hora del decrecimiento. Ediciones octaedro, S.L.
[12] Ibídem (2011:31)
[13] VV.AA ¿Es aún posible la sostenibilidad? Makhijani, Shakuntala y Ochs, Alexander (2013:160). Impactos de las energías renovables sobre los recursos naturales.
[14] Martín-Sosa, Samuel (2014): ¿Una burbuja medioambiental? Revista Alternativas Económicas, abril 2014.
[15] Dupuy, Jean Pierre (2012-44). Hacer como si lo peor fuera inevitable. VV.AA. ¿Hacia dónde va el mundo? Icaria Editorial, S.A.
[16] Max-Neef y B. Smith (2011:114)

viernes, 5 de diciembre de 2014

SALARIOS Y DESIGUALDAD
El último informe de salarios y desigualdad emitido por la Organización Internacional del Trabajo[1], apunta a Estados Unidos y a España como los países desarrollados que más han aumentado la desigualdad en los salarios.

Gráfico: Inequality in a sample of developed economies in the crisis years, 2006–10: (a) top–bottom inequality (D9/D1). ILO diciembre 2014.
El gráfico nos compara el salario de la décila inferior de los distintos países (D1) en relación con la segunda décila que más salarios tiene (D9). El campeón de esta desigualdad es Estados Unidos ya que los de arriba (D9) cobran 10,6 veces más que los de abajo (D1). España sólo llega a 5,7 veces más, pero si analizamos el incremento en desigualdad habida entre los años 2006 y 2010 ¡voila! Nuevo campeonato para nuestro país. Nuestra mejora supone más desigualdad: un 28,2% y la de Estados Unidos un 12,2%, incluso este gran país se ve superado por Chipre que incrementa su desigualdad en un 12,9% y, sorprendentemente, Suecia con un 12,7%.  Pero, es verdad que estirar más la desigualdad en Estados Unidos tiene que ser ya muy difícil.
Tim Jackson en su libro Prosperidad sin crecimiento nos dice: “Una sociedad más igualitaria será una sociedad menos ansiosa. Una mayor atención a la comunidad y a la participación activa en la vida de la sociedad permitirá el descenso de la soledad y de la anomia, que han afectado al bienestar en las economías modernas.[2]” Son palabras que no se pueden contradecir y sin embargo la pura realidad es que el sistema económico que mantenemos camina en dirección contraria. Durante los últimos años, la desigualdad, se ha incrementado enormemente en la mayor parte de los países desarrollados, acentuándose una tendencia que se constataba antes del estallido de la Gran Recesión y son muchos los economistas y pensadores sociales que coinciden en poner en la desigualdad el origen de la crisis económica actual. Entre ellos, Branco Milanovic[3] considera claramente que la desigualdad de la renta y riqueza es la causante de las crisis: “Por lo general, la culpa de la actual crisis financiera suele achacarse a los banqueros incompetentes, la desregulación financiera, el capitalismo de compadreo y cosas por el estilo. Aunque todos estos elementos pueden haber contribuido a la crisis, esta explicación puramente financiera pasa por alto sus razones fundamentales. Éstas se encuentran en el sector real, y más concretamente en la distribución de rentas entre individuos y clases sociales.” Se considera que hay suficiente evidencia de los expertos para decir que la desigualdad es tanto consecuencia como origen de las crisis económicas que sistemáticamente surgen en el sistema capitalista. Pero es que, además, las crisis habidas en los últimos decenios se han venido utilizando como excusa para seguir profundizando en los mismos esquemas económicos que reiteradamente han venido provocando situaciones de pobreza y exclusión en una gran parte de la población. Y finalmente se puede afirmar incluso que las desigualdades constituyen una de las dificultades mayores para salir de la crisis.
En España, la larga crisis actual está teniendo la particularidad de que el aumento de la desigualdad en rentas y riquezas está siendo acompañado de grandes recortes en derechos y oportunidades. Y el desempleo, la bajada de salarios, la subida de impuestos a las rentas bajas medias, los desahucios de viviendas, los recortes en sanidad y educación, etc., están contribuyendo a un aumento muy sensible de la pobreza. No nos queda otro remedio, por tanto, que reaccionar ya que la dirección tomada nos conduce al abismo. ¿Reaccionaremos?



[1] Global Wage Report 2014 / 15: Wages and income inequality. Diciembre 2014.
[2] Jackson, Tim (2011:193) Prosperidad sin crecimiento. Icaria editorial S.A.
[3] Milanovic, B (2011: 213-214). Los que tienen y los que no tienen. Alianza Editorial.

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