Hay quien monta en cólera cuando se afirma que la
desigualdad y la pobreza impulsadas por el sistema capitalista vigente consiguen
más muertes que las propias guerras. Aunque, es cierto también que las guerras
igualmente forman parte de este capitalismo, de ellas las empresas que venden
armamento y algunos políticos sacan pingües beneficios. Así Orwell pensaba que “La guerra contra un país extranjero sólo ocurre
cuando las clases adineradas piensan que van a beneficiarse de ella.” Ejemplos
en la Historia los hay a patadas. En la segunda guerra de Irak, muy contestada
por la población de nuestro país, la empresa Halliburton aumentó sus acciones
en un 300%, así de claras tenían las ventajas de la guerra los especuladores. Sadam,
como ha quedado demostrado posteriormente, no representaba ninguna amenaza para
la seguridad de Estados Unidos y, sin embargo, si suponía una amenaza para las
empresas energéticas, ya que una de las reservas más importantes de petróleo se
les escapaba de las manos a los angloamericanos. Pero, para mayor vergüenza,
somos tan obtusos que no se nos ocurre salir de una crisis sino con una
guerra. Así sucedió con la 2ª Guerra Mundial, lo que se conoció como
Keynesianismo militar[1]
¡Una pena! Nos demuestra la poca
libertad que permite el poder del dinero al oprimirnos de tal manera que nos hace
incapaces de dedicar nuestras fuerzas a objetivos que contribuyan a un mundo
mejor.
Rodolfo Walsh
predijo que muchas más vidas serían arrebatadas por la miseria planificada que por las balas[2].
Y una profunda planificación parece la respuesta del capitalismo neoliberal a
la crisis que estamos viviendo. Prescribir una inyección en vena de austeridad,
es una solución que nos recuerda los remedios que practicaban los médicos de la
edad media, sangrando al enfermo. El enfermo aunque no muriera salía mal parado
y con dificultad extrema para volver a recuperar la salud. En estos tiempos se
sabe que es una locura tal práctica y que añadir austeridad a la recesión tiene
consecuencias drásticas para la población: caída del crecimiento, menores
salarios, menores servicios sanitarios, educativos y sociales, menos inversión en investigación,
desarrollo e innovación (I+D+i), más deuda, en definitiva menos derechos y más
fragilidad.
Pero como la última ratio de este capitalismo no son
las personas. A la gente se le desahucia de sus casas, se les manda a dormir a
la calle y, en ocasiones, por falta de abrigo y alimentación mueren. Hay que
tener en cuenta, además, que “las personas
desahuciadas de su vivienda tienen una probabilidad hasta tres veces mayor que
quienes permanecen en su hogar de acudir a la consulta del médico con síntomas
clínicos de depresión aguda[3]”,
entre otros.
Otras personas antes de ver pasar penurias a
su prole e impotentes ante la situación en la que permanecen se suicidan. Pero los niños son
también víctimas: “La mortalidad infantil en Grecia ha aumentado en más de un
40%[4].” Los más ante la pérdida de calidad de los servicios
sanitarios ven disminuida su esperanza de vida y contemplan como crece su
inseguridad ante una necesidad sanitaria que suponga grandes desembolsos.
Algunos se van muriendo por la falta de respuesta de los gobiernos al priorizar
el saneamiento económico sobre las vidas de sus ciudadanos. El ejemplo de la
hepatitis C en nuestro país es un botón de muestra reciente y muy visible pero
hay muchos otros ejemplos. Además, las patentes encorsetan una manera de
organizar la sociedad que determina como valor principal el máximo beneficio de
las empresas, reduciendo la muerte de las personas a un plano que será mayor o
menor relevante dependiendo de los ingresos de la nación y de la persona.
Incluso, las empresas pueden considerar que con el ánimo de un mejor
cumplimiento de sus objetivos económicos es mejor que el medicamento cure pero un poquito para que el negocio se
mantenga y de más beneficio a corto y largo plazo.
La deslocalización de empresas y la búsqueda del mínimo
coste en materiales y salarios, pone, también, en peligro a los trabajadores que
además de cumplir con jornadas abusivas se les instala en barracones, no ya en
fábricas mejor o peor dotadas, dónde trabajan y duermen. Noventa segundos es lo
que tardó la fábrica de Bangladesh Rana Plaza en derrumbarse, las medidas de
seguridad e higiene eran inexistentes. Las consecuencias fueron fatales: 1.134
personas murieron y solo algunas lograron sobrevivir, perdiendo sus brazos o
piernas entre los escombros. Podría considerarse que es un percance ocasional o
excepcional pero no lo es, estos sucesos se repiten más de lo que debieran, sin
embargo la resonancia en los medios de comunicación queda ensombrecida por
otras noticias de menor importancia.
Nos cuenta Chomsky en una de sus últimas entrevistas que el capitalismo es intrínsecamente sádico,
incluso nos dice sobre Adam Smith que reconoció que cuando se le da rienda
suelta y queda liberado de ataduras externas, su naturaleza sádica se manifiesta
porque es intrínsecamente salvaje. ¿Qué es el capitalismo?, pregunta… y su
respuesta: Maximizar tus beneficios a
expensas del resto del mundo. Es la lógica del sistema económico que
tenemos. En estos últimos días después del triunfo de Syriza en las elecciones
de Grecia, se han encendido los debates sobre las políticas tomadas y su salida
de la crisis. En su mayor parte sólo se considera la cara económica del asunto
y la sacrosanta propiedad privada, pero es obligado poner en valor la necesidad
de una sociedad justa que no sólo pretenda el beneficio económico sino
principalmente el beneficio de sus ciudadanos, no permitiendo que ninguno de
ellos sufra. Pero este capitalismo, claramente, no prioriza a las personas y
dejará morir a sus hijos antes de incumplir cualquier requerimiento económico.
Ésta situación trastoca los valores: cuando lo normal es dar de comer a los
hijos antes de dejarlos morir, incluso aunque dejes de pagar las deudas, a
nivel de Estado se nos está pidiendo lo contrario.
Como también ha
manifestado Chomsky Europa es hoy una de las mayores víctimas
de esas políticas económicas de locos, que suman austeridad a la recesión.
España, también fiel seguidor de esta solución, está consiguiendo que más de 11 millones de trabajadores lo
sean en precario, más de 12,8
millones de españoles estén en riesgo de pobreza o exclusión social. La
situación laboral incierta, la pobreza y la exclusión han hecho
constatar a los especialistas médicos el aumento de la tasa de suicidios y del
número de personas con síntomas de depresión y trastornos psicológicos. Los
recortes en los derechos sociales y especialmente en sanidad no han ayudado,
todo lo contrario, han acentuado los problemas de los ciudadanos. No me atrevo a
considerar que objetivos se pretenden con estas políticas, pero al ver los
reiterados fracasos de las mismas y el sufrimiento de la gente, me parece sorprendente
que ¡no seamos capaces de encontrar mejores soluciones!
El cambio se hace necesario. Pero nos hemos acostumbrado ya a que sólo sea el
slogan más utilizado por los partidos políticos. Y la realidad es que se está
volviendo a las prácticas bancarias que nos llevaron a la situación crítica
actual. Y seguro que volveremos a cimentar nuestro progreso en otras burbujas y
se repetirá el crecimiento desmesurado del sector inmobiliario, aunque se
tengan muchas viviendas sin ocupar. Volveremos a encadenarnos a la deuda y el
dinero público volará a las manos de los corruptos. Así todo seguirá igual y se
cumplirá nuevamente lo que dijo Lampedusa “Cambiar para que todo siga igual”.
[1] El keynesianismo militar es una política económica basada en el aumento descomunal del gasto
público por el
gobierno en el área de defensa militar, en esfuerzo para incentivar el
crecimiento económico, siendo una variación específica y particular del keynesianismo.
[2] Klein, Naomi (2007). La Doctrina del Shock; el auge
del capitalismo del desastre.
[3] Stuckler, David y
Basu Sanjay (2013). Por qué la
austeridad mata. El coste humano de las políticas de recorte. Taurus.
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