viernes, 30 de enero de 2015

Sí a la Renta Básica Universal

En un mundo en el que el trabajo escasea, se hace precario y no es capaz de sacar a los trabajadores de la pobreza. Un mundo en el que un sector cada vez más importante de población se queda en paro por razones tecnológicas o por razones de competitividad. Un mundo en el que hay personas excluidas que no tienen ninguna remuneración (no porque no tengan trabajo o actividad sino porque no tienen empleo) a pesar de que su contribución es útil y trascendente para el mantenimiento y progreso de la sociedad en la que viven. En este mundo que hoy, por desgracia, es nuestra realidad, es obligatorio pensar en alternativas que permitan a la ciudadanía, a todos y cada uno de los ciudadanos, un mínimo de recursos, de bienes, para poder vivir dignamente. Corremos un gran riesgo social y vital si mantenemos un capitalismo totalmente liberado a sus fuerzas, un capitalismo de amiguetes, un capitalismo financiarizado, un capitalismo de casino, que ha hecho de las crisis sistemáticas un hecho excesivamente habitual y consigue empeorar y no mejorar la vida de una gran parte de la población[1].

La renta básica universal (RBU), según la define la Red Renta Básica, es un ingreso pagado por el estado, como derecho de ciudadanía, a cada miembro de pleno derecho o residente de la sociedad incluso si no quiere trabajar de forma remunerada, sin tomar en consideración si es rico o pobre o, dicho de otra forma, independientemente de cuáles puedan ser las otras posibles fuentes de renta, y sin importar con quién conviva. La RBU es una propuesta que ha sido ampliamente denostada y ninguneada, pero es una propuesta valiente y adecuada a las necesidades actuales de la gente, sobre todo en una situación de crisis. Puede, a mi entender, llegar a ser una de esas grandes ideas que se tienen, un ¡aja!, que pueden mejorar muchísimo la gestión de la cosa pública. Sin embargo, poco se conoce de las posibilidades que encierra y mucho se critica sin ninguna base y si ningún conocimiento sobre la misma.

Cuando se habla de RBU, se recurre habitualmente a cálculos fáciles pero muy equivocados ya que se multiplica su importe por el número de habitantes del país. Nada más lejos de las propuestas y los estudios que se están llevando a cabo[2]. Es cierto que todos los ciudadanos del país tendrán derecho a la RBU, pero a la financiación de la misma se llega fácilmente con ajustes en la normativa fiscal. La financiación es precisamente uno de los puntos fuertes del sistema ya que se logra aumentando el porcentaje de contribución que deben hacer los ciudadanos más ricos, lo que se denomina desde algunos sectores un impuesto solidario. Al contrario de las medidas que se vienen tomando para mejorar la economía, no es necesario recortar las prestaciones sociales como la sanidad, la educación, las pensiones, etc.

La RBU que aquí se defiende se caracteriza por: 1) Sustituye a toda prestación pública monetaria de cantidad inferior, 2) aquellas prestaciones públicas actuales que superen su importe se seguirán percibiendo como complemento igual a la diferencia existente, 3) está exenta de IRPF, 4) su importe debe ser una cantidad que cubra las necesidades vitales de las personas y superior al umbral de pobreza, 5) debe ser percibida por todos los ciudadanos.

La medida plantea una serie de ventajas que pasamos a enumerar: 1) Facilita enormemente la gestión de las prestaciones sociales, ya que todas aquellas que estén por debajo de la cantidad asignada no se mantienen. No obstante, se seguiría complementando la RBU con la parte de aquellas prestaciones que superen la RBU, 2) una RBU puede financiarse rápida y fácilmente mediante una reforma fiscal, 3) claramente consigue, como parece obvio, una mejora en los índices de desigualdad que estarían cerca de los que tienen los países menos desiguales, 4) su puesta en marcha es muy fácil y ágil dando rápida solución a las situaciones graves de necesidad, 5) tiene efectos sobre el empleo ya que estimula la demanda interna, 6) es un estabilizador del consumo ya que puede sostener la demanda en tiempo de crisis, 7) mejora la libertad de las personas ya que pueden elegir sus trabajos no obligados por la necesidad, además, por el mismo motivo aumenta el poder de negociación de los trabajadores, 8) evita etiquetar a las personas al ser un mínimo general, no es una limosna es un derecho básico, 9) permite acabar con la exclusión social, 10) evita la corrupción del pobre ante la necesidad, al no requerir el cobro de la RBU justificar ninguna situación personal o familiar, 11) facilita la auto-ocupación, la organización cooperativa y minimiza los posibles fracasos de las mismas, 12) al no centrarse en el trabajo y la productividad, hace más viable la consecución de objetivos de desarrollo sostenible.

La RBU no ha estado exenta de críticas aunque a veces teñidas de ideología y sin un análisis riguroso. Entre ellas: 1) su financiación incrementa los gastos públicos y pone en peligro el Estados de Bienestar; los estudios demuestran que el incremento del gasto público puede ser nulo, 2) permitiría mantener a vagos y provocaría el aumento de personas sin trabajar; la RBU es un ingreso mínimo y se puede tener un empleo remunerado o cualquier otra actividad lo que fomenta la libertad y el desarrollo de las personas, 3) relegarían a la mujer a las tareas del hogar; evitaría a la mujer y al hombre tener que emplearse por necesidades vitales en trabajos indecentes, precarios y mal remunerados, 4) provocaría un inmenso efecto llamada de la inmigración; con las desigualdades existentes en el mundo las mejoras siempre son un polo de atracción, 5) es una propuesta utópica; pero ya hay experiencias y demostraciones de lo contrario,  6) incrementa la inflación; cualquier incremento de la demanda puede aumentar la inflación pero ésta no es mala a corto plazo si luego se estabiliza y controla, 7) no acaba con las injusticias del capitalismo; claramente no es la única medida a implementar ni es la solución para todos los males del capitalismo.

Actualmente hay un debate entre RBU y el trabajo garantizado (TG). Este último persigue, manteniendo la sociedad del trabajo, el pleno empleo. Así la gente se dignifica, socializa y desarrolla sus potencialidades a través del trabajo. Es una medida a tener en cuenta, pero es más lenta y se queda un paso más acá de lo que persigue la RBU, ésta tiene como una de sus principales características: su aplicación inmediata que conseguiría mejorar la posición de los más débiles y eliminar casi de golpe la pobreza. Por otra parte es posible e incluso se debe compatibilizar con la RBU ya que hay muchos nichos de trabajo sin explotar: dependencia, cuidado de niños, medio ambiente, investigación, transición energética, etc. Por otra parte, el TG además de ser más difícil en su aplicación, no garantiza una masiva creación de puestos de trabajo a corto y medio plazo, siendo, además, más dificultoso el estudio de los recursos necesarios para su puesta en marcha que, con seguridad, tiene que ser progresiva.

Estoy, en consecuencia, con los que piensan que la sociedad no puede estar centrada en el mundo del trabajo asalariado, este sistema provoca desigualdad, pobreza e injusticias. La realidad nos está exigiendo que vayamos un paso más allá, hacia una sociedad post-laboral. El mundo del trabajo da mucho poder a las empresas que tienden, como consecuencia del propio sistema, a hacerse más grandes y poderosas, recortando cada vez más la democracia y la libertad de las personas. En estas circunstancias, estoy convencido de que debemos decir a la RBU, claro, siempre y cuando ésta suponga la posibilidad de que todas las personas tengan garantizada la existencia material mínima y haga posible un mayor grado de libertad al decidir sobre la vida de cada uno. Para su consecución, no obstante, es necesaria una redistribución de la renta que vaya de aquellos que más tienen a los que tienen menos y pasa ineludiblemente por una decisión política (¡es la política estúpidos![3]) ya que, por otra parte, esta competencia entra dentro de las obligaciones de cualquier gobierno y la debe imponer a la voluntad de aquellos que piensan que estamos en el mejor de los mundos, regido por el mercado de la mano invisible que lo resuelve todo de la manera ideal, pero que, sin embargo, ha demostrado que nos depara sorpresas dolorosas.

Para finalizar un apunte sobre la libertad: ¿De qué libertad hablamos si las personas no pueden tener lo mínimo para cubrir las necesidades básicas de la vida? ¿De qué libertad hablamos si la única opción de una gran parte de los ciudadanos es ser perdedores en una sociedad competitiva y se ven obligados a coger la única opción que la sociedad a veces, no siempre, les da? ¿De qué libertad hablamos si gran parte de las personas no pueden desarrollar si quiera sus capacidades y competencias para poder elegir libremente?



[1] Ver mi anterior artículo La Sociedad del Trabajo.
[2] Este artículo es deudor, entre otros, de los trabajos efectuados por los profesores Jordi Arcarons,  Antoni Domènech, Daniel Raventós  y Lluís Torrens. El lector que quiera profundizar puede acudir a Red Renta Básica y a las páginas de Sin Permiso.info
[3] Se pretende hacer un remedo con  la frase (the economy, stupid),  muy utilizada en la política estadounidense durante la campaña electoral de Bill Clinton en 1992.

lunes, 26 de enero de 2015

El crepúsculo de la austeridad

La austeridad es un ídolo para el pensamiento neoliberal, un ídolo igualmente adorado por nuestra querida Europa. Pero ¿qué es la austeridad? La austeridad no es más que “una forma de deflación voluntaria por la cual la economía entra en un proceso de ajuste basado en la reducción de los salarios, el descenso de los precios y un menor gasto público.[1]” Todo ello en aras de conseguir una mejor competitividad para aquellos que pueden competir en el exterior (las grandes empresas) y, también, mediante la devolución rápida de las deudas públicas, generar una mayor confianza empresarial en el exterior. Confianza que, en muchos casos, conlleva inversiones especulativas de agentes internacionales no con el propósito de mejorar la economía de nuestro país sino para seguir aumentando su riqueza.

Los resultados de las elecciones griegas del pasado domingo día 25 de Enero suponen, sin embargo, una bocanada de aire puro, una esperanza para una nueva forma de entender la política y la economía. Políticas que reorientadas podrán girar hacia sus verdaderos fines: la cobertura de las necesidades y el bienestar de las personas, de los ciudadanos.

El rechazo a las medidas de austeridad  impuestas por la Troika (Banco Central Europeo, Fondo Monetario Internacional y Consejo Europeo), es la principal lectura que podemos hacer de estos resultados electorales. El triunvirato todopoderoso se ha convertido, sin pasar por las urnas, en el gobierno real de aquellos países que se han visto obligados a recurrir a sus ayudas. Pero…, ¿desde cuando la Troika ha conseguido que los países a los que ha ayudado mejoren sus economías? Aquellos que jalean y recomiendan sus medidas, los interesados de las mismas, probablemente consideren que sus actuaciones alcanzan los objetivos perseguidos, pero está claro que la evidencia existente en todos los países asistidos y, sin remedio, arruinados, deja, sin resquicio a la duda, muy claras las consecuencias desastrosas de la austeridad requerida.

Ya en el los primeros años de este siglo, el premio nobel Joseph Stiglitz en su libro El malestar en la globalización nos advertía de los cambios que el FMI había tenido en relación a la concepción que de este organismo tuvo Keynes. A éste, en base a los fallos que tenía un mercado libre, le inquietaba que pudieran generar un paro persistente y demostró que era necesaria una acción colectiva global, “porque las acciones de un país afectan a los otros. Las importaciones de un país son las exportaciones de otro. Los recortes en las importaciones de un país, por cualquier razón, dañan las economías de otros países.” Pero ya hace mucho que el FMI no sigue las directrices que en sus inicios asumió y en el desastroso camino recorrido ha entorpecido el desarrollo de muchos países y ha dejado sin esperanza a millones de personas. Stiglitz concluye y resume la actividad del FMI: “suele fraguar políticas que, además de agravar las mismas dificultades que pretende arreglar, permiten que esas dificultades se repitan una y otra vez.” [2]

Los bancos con la connivencia de los políticos y de aquellos que acumulan el talismán del poder (el dinero), nos hicieron un regalo envenenado, siguiendo el conocido refrán: el que regala bien vende, pensaron que, o mejor dicho no pudieron contener su creatividad, los beneficios que obtenían eran magros, apenas les posibilitaban unos resultados atractivos para los accionistas. Buscaron, entonces, herramientas que pudieran llevarlos a conseguir beneficios exponenciales, corrieron riesgos con nuestro dinero sin consultarnos y, como resultado, terminaron arruinándonos a todos. Pero, quien maneja los medios de comunicación (es obvio decir que  en España son los bancos) tienen fácil excusa. Nos hicieron creer que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades, cuando ellos nos empujaron a comprar generándonos deudas impagables. Nos hicieron creer que era el sector público el que no funcionaba, cuando nuestras cuentas públicas estaban saneadas y con superávit: sólo habíamos empezado tímidamente a mejorar nuestra sociedad del bienestar social y, además, el gasto en comparación con los europeos era sensiblemente menor, como también pasaba en los países del Sur, en los países mediterráneos. Nos hicieron creer que no había alternativa y que la solución era facilitar el despido para aumentar el empleo, reducir los derechos sindicales para que fuéramos una mercancía intercambiable y fácilmente manipulable, reducir los derechos sociales para mejorar la vida de todos, recortar y recortar (ajustes lo llamaban) para que pudiéramos vivir mejor en un futuro que nunca termina de llegar.

Pero la realidad es dura y contumaz ya que, aun cuando no quieres reconocerla, te vuelve una y otra vez y te muestra su cara: la desigualdad, la pobreza, la hipocresía, la insensibilidad. Y te muestra los números de nuestra ceguera. Así la última Encuesta de Población Activa (EPA) emitida por el Instituto Nacional de Estadística, nos informa de que a finales del 2014 eran 5.457.700 las personas activas en búsqueda de trabajo que no lo pueden encontrar y están en paro y que 1.766.300 familias tenían en paro a todos sus miembros activos. Pero hay quien sólo ve números que suben y bajan si los traspasamos a unas gráficas, y, sin embargo, detrás de cada uno de estos números, hay ciudadanos que malviven y sufren, que están en riesgo de pobreza o incluso en riesgo de no poder mantener cubiertas las necesidades básicas de alimentación, vestido y vivienda. En esta situación, incluso, parece mucho pedir hablar de sanidad, educación, igualdad de oportunidades, pobreza energética,  etc., etc. Ya que, no hay alternativa, todo lo que se hace es lo que se tiene que hacer para mejorar la situación dejada por los otros, los anteriores. Y así nos envuelven estos regalos, que son los regalos de la austeridad, el ídolo adorado por nuestros políticos. ¡Demos gracias a Dios!

Por ello, hoy necesitamos partidos que no confundan sus objetivos. No pueden ser empresas cuyos fines principales sean la permanencia y el crecimiento a toda costa. Los partidos, en democracia, se crean para mejorar la vida de los ciudadanos no para vivir a su costa. Si se pervierte su razón de ser la sociedad está en peligro y lo apropiado y ético debe ser su destrucción. ¡No hay que aceptar estos regalos! No obstante, la victoria de Syriza nos abre una puerta a la ilusión, un rayo de esperanza, una puerta a un mundo más humano que no sólo mida el desarrollo de la sociedad mediante la cuenta de beneficios de las empresas y las alzas en las bolsas y mercados.




[1] Blyth, Mark (2014:31). Austeridad: Historia de una idea peligrosa. Crítica. Editorial Planeta S.A.
[2] Se ha utilizado la edición de 2002 del Círculo de Lectores.

lunes, 19 de enero de 2015

Grecia no puede ser el chivo expiatorio

Samuelson[1] pensaba que ingresar en la Unión Europea liderada por Alemania era como meterse en la cama con un gorila. Cuando países o regiones con diferentes grados de competitividad o fuerza exportadora se integran y forman una unidad dónde rige una moneda común, el tipo de cambio de equilibrio de la Unión frente al exterior vendrá determinado por el valor medio de las capacidades exportadoras de los países que la componen, lo que será demasiado apreciado para los países más débiles (países de la periferia)  y demasiado depreciado para los países con mayor potencia exportadora (principalmente Alemania). Alemania, parece claro, que no renunciará a su vocación exportadora. Hacerlo exigiría modificar la estructura productiva de su economía y enfrentarse a la insuficiencia de demanda agregada que ha logrado eludir con los superávits que obtiene. Esto ha provocado, sin embargo, déficits comerciales en los países del sur.

Es importante considerar que en un área de integración económica se dan una serie de ventajas económicas: a) efectos estáticos: intensificación flujos comerciales, b) efectos dinámicos: aparición economías de escala, intensificación de la competencia, especialización por producto y complementación productiva y posibilidad de desarrollar nuevas actividades en el campo tecnológico e industrial. También se dan una serie de ventajas políticas: a) mayor poder de negociación frente a terceros países, b) actitud participativa en la formulación de políticas económicas más coherentes con objetivos democráticos, c) mayor estabilidad política y reducción de los conflictos externos e internos. Pero también existen algunos inconvenientes: a) beneficia más a quien este más preparado. Existen ganadores y perdedores, b) genera mayores desequilibrios regionales y disparidades sociales, que deben paliarse con medidas correctoras, c) el criterio del país más fuerte impone la política económica, d) las cesiones de soberanía pueden provocar reacciones nacionalista y proteccionistas. Estos inconvenientes pueden generan:

Dinámicas acreedor/deudor, ganadores y perdedores: El endeudamiento de algunos países del sur, entre ellos España y Portugal, ha crecido en los últimos años debido principalmente a un sector privado que, incapaz de competir con éxito dentro de la zona euro, ha acumulado deuda tanto interna como externa. La deuda total, pública y privada, ha planteado problemas graves para los bancos de los países del centro de la zona euro, que se han enfrentado también a problemas de liquidez, debido a la financiación de activos en dólares mediante pasivos en euros. Las políticas adoptadas por la UE rescataron a los bancos al tiempo que facilitaron el endeudamiento de los Estados. Sin embargo, algunos economistas ya vaticinaron que un simple análisis de la demanda agregada mostraba que la austeridad que suponían tales medidas nos traería la recesión (Lavapistas y otros 2011). En esta situación el crecimiento de la deuda es ineludible e inaceptable, verificándose las proposiciones: a) en la UME, según está constituida, la relación deuda/PIB está condenada a crecer sin límites (la relación deuda pública/PIB crecerá, periodo tras periodo, si g –tasa de crecimiento del país- no es superior a r –tipo de interés medio- ) y b) los inversores particulares consideran que este crecimiento continuo de la relación deuda/PIB hace más improbable la recuperación de sus inversiones, recuperación que tiene que ver con la confianza de los inversores y, consecuentemente, la confianza de unos inversores necesita suponer la confianza de los otros inversores[2].

La UME no resolvió bien el problema de la insuficiencia de demanda agregada de Alemania. La UE tiene problemas de supervivencia porque está en un juego de suma negativa. En este juego participan dos jugadores: los países del norte de Europa y los países periféricos (Grecia, Italia, Portugal, España). El juego consiste en que los países del norte (Alemania) financian a los países del sur para que compren su excedente de producción, es decir se cambian exportaciones netas por deuda externa. En este juego los ciudadanos del norte intentarán cobrar su deuda apropiándose del patrimonio público de los países del sur y éstos pedirán el default considerando que el gasto que generó la deuda resolvió el problema de desempleo en Alemania. Salvo que la deuda la compre sin límite el BCE, en cuyo caso la UME resultante sería muy diferente a su diseño inicial, el default es inevitable.

Pero en el diseño actual de la UME se hizo conforme el deseo de los bancos de centro-Europa, especialmente los alemanes. Por lo que podemos considerar que no es Grecia el eslabón débil, ni puede ser el chivo expiatorio, no es tampoco Europa: si realmente fuera la Europa de los ciudadanos, ni siquiera es Alemania considerándola en su conjunto, es la deudocracia generada por los intereses de los prestatarios, es en definitiva la bancocracia. No son, por tanto, los ciudadanos aquejados de falta de poder democrático, son aquellos que detentan el poder financiero, poder que ha trastocado el verdadero juego democrático. No es podemos, no es Syriza, es la política tozuda mantenida por los partidos neoliberales interesados en aprovechar y profundizar en la situación presente que, por otra parte, no presenta ningún balance positivo salvo, eso sí, para la élite. No sólo es así porque lo digan grandes especialistas: politólogos, sociólogos, economistas, etc. Ni grandes especuladores[3], sino también porque la realidad es también tozuda y está ahí para aquellos que no tengan anteojeras y la quieran ver. Los bancos, no cabe duda, son los nuevos señores feudales como dice Hervé Falciani.





[1]Paul Anthony Samuelson fue un economista judío estadounidense de la escuela neokeynesiana, famoso en nuestro país por ser autor de un manual de economía  ampliamente seguido en las universidades.
[2] Thomas Piketty en su denso libro de 970 páginas en francés, titulado El capital en el siglo XXI defiende: “Su tesis es que la desigualdad económica es un efecto inevitable del capitalismo y que, si no se combate vigorosamente, la inequidad seguirá aumentando hasta llegar a niveles que socavan la democracia y la estabilidad económica. Según Piketty  [en sintonía con el texto], la desigualdad crece cuando la tasa de remuneración al capital ("r") es mayor que la tasa de crecimiento de la economía ("g") o, en su ya famosa formulación, la desigualdad aumenta cuando " r>g".” En palabras de Piketty “La dinámica de la acumulación de capital privado conduce inevitablemente a una concentración cada vez mayor, de la riqueza y el poder en pocas manos”.
[3] Recordar nuevamente la frase tan manida atribuida al supermillonario Warren Buffet, una de las mayores fortunas: “Hay una guerra de clases y la estamos ganando los ricos”.

martes, 13 de enero de 2015


En el devenir de la historia reciente hay quien ha llegado a vaticinar su fin[1] y, sin embargo, lejos de alcanzar la estabilidad del Paraíso y engañados por una época de gran moderación[2], nos hemos “dado de bruces” con la “Gran Recesión”. Nos hemos encontrado inmersos en una profunda crisis que si bien tuvo su origen en EEUU allá por el verano de 2007, sus efectos se han dejado sentir en casi todos los rincones de nuestro planeta y han conseguido reducir aquellos derechos que la ciudadanía había alcanzado después de la Segunda Guerra mundial; derechos conseguidos con sumo esfuerzo y en aras a un mejor y más equitativo reparto de los bienes y recursos producidos. Estamos, por tanto, en un cruce crítico de caminos en el que la democracia da muestras de estar en peligro. Por ello, los ciudadanos, aunque cada vez más enrocados y separados por sus preocupaciones, no pueden olvidarse de que los derechos alcanzados son responsabilidad de todos y que cada derecho tiene su reverso que es su deber. Por tanto, “no es el momento de descansar: el mundo está todavía por hacer[3]” y puede ser oportuno repensar la dirección a tomar y considerar si es mejor, como nos dice Samir Amin, “Salir de la crisis del capitalismo o salir del capitalismo en crisis.[4]

Vivimos un tiempo que puede ser transcendente para nuestras sociedades, un tiempo en el que no podemos olvidar, y sin embargo debemos poner de manifiesto, la influencia que ejerce la globalización, en la manera que está discurriendo y se está manifestando, en las crisis económicas y en la forma en la que se utiliza y retribuye la fuerza de trabajo. La sociedad se encuentra en un momento clave, un momento de crisis/oportunidad. Las tendencias que las naciones desarrolladas y el poder económico imponen en los asuntos sociales y económicos no están siendo apropiadas para la consecución de un mundo dónde todos puedan vivir mejor y se respeten los Derechos Humanos. La permanencia en el camino iniciado a finales de los años 60 y principios de los 70 del siglo pasado[5] o la elección de un camino u otro en las relaciones económicas y laborales no es, por tanto, baladí, ya que las crisis que un capitalismo sin control genera pueden llegar a ser, y lo son, incluso mortales para las personas de aquellos grupos de población más desfavorecidos. Debemos, en consecuencia, encontrar otro camino.

La situación que observamos en nuestro mundo globalizado es que las desigualdades entre las naciones y entre la ciudadanía de una misma nación se van haciendo cada vez mayores, lo que nos confirma que no estamos en el camino correcto, ya que el reparto de la renta y la riqueza, cada vez más, es apropiada por la parte más alta de la pirámide social, aquellos que poseen los mayores recursos, el 1% de la población, y, sin embargo, el resto de la población va retrocediendo en la cobertura de sus necesidades. El famoso economista Thomas Piketty en su reciente visita a nuestro país para presentar su famoso libro El capital en el siglo XXI acaba de decir: “si no se hace nada en 50 años toda la riqueza del mundo pertenecerá a las grandes fortunas.” No parece que quepa ninguna duda que hay intenciones poco claras en algunas políticas que nos llevan, se quiera o no se quiera ver, a una lucha de clases.

No es posible, por otra parte, separar la crisis económica actual, ni muchas de las anteriores, de las tendencias globalizadoras de este tiempo, ya que ambas van hermanadas. Sin embargo, de todas las globalizaciones posibles la que supone un mayor riesgo y puede ocasionar más daño que las propias guerras es la globalización financiera,  que, además, termina definiendo de forma perceptible y global las relaciones políticas, sociales, económicas y laborales. Globalización financiera que actúa sin cortapisas y con el impulso, llevado metódicamente, por la ideología neoliberal. Financiarización[6] de la economía que, en la medida que haga más rentable colocar el capital en inversiones financieras que en actividades productivas, nos conduce hacia una economía de casino.

Y todo esto ¿Cómo afecta al trabajo? Las crisis económicas, consecuencia de la forma de globalizar, y el trabajo, especialmente el nivel y la calidad del empleo, tienen una relación directa. Por una parte la especulación financiera (la financiarización de la economía y de la sociedad) está retirando dinero de la economía productiva y propicia la minoración de puestos de trabajo. Por otra parte esta situación nos está dibujando una sociedad dual en muchos sentidos. En un primer sentido separa a los detentadores del capital con respecto de los asalariados y desempleados. En un segundo separa la masa de asalariados en trabajadores fijos y precarios. Esta globalización, además, está agotando las posibilidades de un trabajo digno, decente[7], y nos está reportando una gran masa de desempleados[8] a la que se están uniendo todos aquellos trabajadores vulnerables con trabajos precarios y mal retribuidos. Bien nos dice Joseph Fontana que “Hay en la actualidad más esclavos que en ningún otro momento de la historia, en una servidumbre que no se basa tanto en la propiedad como en el endeudamiento, y que se distingue por ello de la antigua por el hecho de que un esclavo cuesta hoy mucho menos que en el pasado.[9]

La expansión financiera ha hecho que en los años anteriores a la crisis todo pareciera de color de rosa, vivíamos en un mundo dónde todo era posible, los precios nunca iban a bajar y podíamos invertir lo que no teníamos, no sólo para cubrir nuestras necesidades básicas sino, también, para incorporarnos al pelotón del capitalismo popular que, además, nos llevaba a un mundo de riqueza ficticio. Para que no sintiéramos que nuestros salarios cada día compraban menos cosas y que la desigualdad iba creciendo,  también nos facilitaban crédito para que nos fuéramos endeudando. Pero..., de pronto las deudas se convierten en cadenas y en bombas que nos explotan en las manos y por arte de magia nos encontramos en un mundo dónde la mayor parte de la población no quisiera encontrarse y unos pocos, sin embargo, pretenden hacernos creer que no hay alternativa (there no is alternative[10]), porque ellos se encuentran en el mejor de los mundos y atesoran la mayor parte de la riqueza, eso sí ayudados por el sistema político imperante.



[1] Fukuyama, Francis (1992). El fin de la Historia y el último hombre. Editorial Planeta S.A. Llegó a decir que «lo que podríamos estar viendo no es sólo el fin de la Guerra Fría, o de un particular período de post-guerra, sino el fin de la historia como tal: esto es, el punto final de la evolución histórica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental como la forma final de gobierno humano». Posteriormente se retractaría de tal afirmación.
[2] Época marcada por una baja inflación, un elevado crecimiento y leves recesiones que se enmarca en las últimas décadas del siglo XX y primeros años del XXI.
[3] De Sebastián Carazo, Luis (2002). Un mundo por hacer. Claves para comprender la globalización. Editorial Trotta.
[4] Amir, Samin (2009): La crisis: Salir de la crisis del capitalismo o salir del capitalismo en crisis. El viejo topo.
[5] Lo que se viene llamando sistema neoliberal.
[6] El término “financiarización” tiene u notable defecto. Su definición resulta todavía demasiado ambigua, prestándose a distintas interpretaciones. Sin embargo, presenta también una indudable virtud: es un concepto que recoge la creciente preponderancia, económica pero también política, del capital financiero internacional. Ignacio Álvarez Peralta (2011:23): Frente al capital impaciente.
[7] La primera referencia al trabajo decente se hace por el Director General de la OIT en 1999. El filósofo judío Avishai Margalit define una sociedad decente como aquella cuyas instituciones no humillan a las personas (Amartya Sen y otros, 2007)
[8] Dejours (2009:53) nos dice: “El desempleo es la fuente principal de injusticia y sufrimiento en la sociedad francesa actual y el escenario principal de ese sufrimiento es, por supuesto, el trabajo, tanto para quienes están excluidos de él como para quienes tienen uno.”
[9] Fontana (2011:968): Por el bien del Imperio.
[10] Frase atribuida a Margaret Thatcher y que los neoliberales tienen como un mantra sagrado queriendo mantener el statu quo.

miércoles, 7 de enero de 2015

La exportación está empobreciendo al mundo.

Desde los tiempos de los primeros economistas se ha prestado atención a las ventajas que proporciona el comercio como factor de desarrollo. “El intercambio comercial permite que los países se especialicen en aquellas actividades en las que  son comparativamente más eficientes, y proporciona a las empresas la posibilidad de disfrutar en mayor medida de las ventajas de las economías de escala.[1]” Hoy en este mundo globalizado se considera que una economía competitiva es aquella en la que sus ventas al exterior de bienes y servicios ganan peso relativo en el conjunto de las exportaciones mundiales sin perder, sus productos nacionales, cuota en el mercado interior”. Estos modelos, llamados export-led, son auspiciados por nuestro actual gobierno y presumen imaginando que el crecimiento de la economía viene impulsado por las exportaciones y, por tanto, que la capacidad de exportar bienes y servicios estimula la inversión interna y la creación de empleo. Sin embargo, son muchas las críticas que se han hecho a este modelo y entre ellas, para resumir, considero contundentes las siguientes:

a)      La llamada falacia de composición. Se considera que a nivel mundial la suma de las importaciones y las exportaciones, como es obvio, es una suma cero. Por lo que parece claro, que la mejora en la competitividad de unos países tiene que ir, inexorablemente, en detrimento de la competitividad de otros.

b)      La carrera hacia el mínimo salario (race to the botton). La lucha competitiva por los recursos a que nos lleva el punto anterior nos lleva a buscar la competitividad en los costes de la producción y todos sabemos que el coste más fácil de recortar es el del salario de los trabajadores. Por ello, lo que tenemos actualmente es una carrera hacia el salario a coste cero que finalmente perderá el 99 por ciento, o más,  de la población.

La competitividad internacional hace que la economía entre los países sea una continua lucha por unos mayores índices de exportación y de los recursos externos, siendo patentes los efectos negativos sobre la naturaleza. Pero en este sistema está claro que hablamos de vencedores y perdedores y, por tanto, de un sistema injusto y desigual que vuelve a perder el norte de las personas como objetivo básico. Un ejemplo claro de esta rivalidad se da en el contexto europeo que a pesar de su unión política, aplicando las mismas reglas de austeridad y competitividad, ha hecho aparecer desequilibrios en la eurozona que potencian los resultados de unos (especialmente Alemania), incrementando las deudas de otros (Grecia, Irlanda, Portugal, España, etc.). Es otra obviedad que cuantos más países apliquen la austeridad menores serán las posibilidades de incrementar las exportaciones netas ya que el PIB común será regresivo.

Por otra parte,la política de devaluación interna ha sido justificada desde las instituciones comunitarias no sólo como instrumento para resolver los desajustes de balanza de pagos, sino, como la base sobre la que se debía asentar la recuperación del crecimiento económico. Así, una reducción de los costes laborales unitarios en aquellas economías con mayores déficits comerciales y con más endeudamiento externo debería permitir el restablecimiento de su competitividad, de modo que fuese la demanda externa la que impulsase la recuperación económica. El salario se convierte de este modo en variable macroeconómica de ajuste con la pretensión de que favorezca la demanda de exportaciones[2]”.

Quizás el ejemplo más doloroso del comercio internacional se tenga en el campo de la alimentación, por la importancia que tiene este sector para la cobertura de las necesidades básicas de los ciudadanos y en el mantenimiento de la vida misma de la población mundial. En el último libro de Esther Vivas[3], El negocio de la comida, se hace un análisis profundo del sistema agroalimentario y escribe dentro del apartado alimentos viajeros “la comida viaja de media unos 5.000 kilómetros del campo al plato...generan casi cinco millones de toneladas de CO2 al año...La globalización alimentaria en su carrera por obtener el máximo beneficio, deslocaliza la producción de alimentos, como ha hecho con tantos otros ámbitos de la economía. Produce a gran escala en los países del Sur, aprovechándose de unas condiciones laborales precarias y una legislación medioambiental casi inexistente, y vende su mercancía acá a un precio competitivo. O produce en el Norte, gracias a subvenciones agrarias en manos de grandes empresas para después comercializar dicha mercancía subvencionada en la otra punta del planeta, vendiendo por debajo del precio de coste y haciendo la  competencia desleal al campesinado autóctono.[4]” Así podemos constatar que “Una hamburguesa puede estar hecha por carne de 10.000 vacas [esta composición nos recuerda a algunos productos financieros que fueron el origen de la actual crisis] y pasar por cinco países diferentes antes de llegar al supermercado.[5]” ¡Viva la productividad! Ya no es necesario ir por el camino más recto y corto para mejorar tiempos y métodos, se pueden dar mil vueltas por nuestro abierto mundo y, a pesar de todo, seguir teniendo excedentes de producción para incrementar el botín de unos pocos.

En este contexto de globalización se podría esperar que el mundo mejore pero lo que verifica la realidad es lo contrario. En el mundo se producen alimentos que cubrirían las necesidades de una población muy superior a la actual. Sin embargo, el sistema imperante que sólo es libre para todo aquello que favorece a los intereses de las multinacionales y los países más desarrollados consigue esclavizar a aquellos que son los verdaderos productores y acumular poder y riqueza en manos de las pocas empresas que dominan el mercado internacional. El acaparamiento del mercado cada vez por menos empresas disminuye la libertad de las personas a la hora de elegir lo que realmente quiere y le es beneficioso. Las empresas, como nos dice Esther Vivas, deciden lo que se tiene que producir, lo que se tiene que distribuir y lo que en último término se come, sea beneficioso o no para la población, siempre que sea rentable y deje beneficios a las empresas dominantes.

España en los últimos decenios ha ido aumentando sus exportaciones en productos del sector agroalimentario por encima del 10 por ciento, cuando el nivel de empleo y la importancia relativa del sector dentro del PIB ha bajado a pasos agigantados, aumentando, en consecuencia, la productividad. ¿Esto ha conllevado una mejor situación de los agricultores? ¿Ha permitido mejorar el empleo de nuestro país?  Rotundamente no. Como ha pasado a nivel mundial, los que sí han hecho negocio son aquellas empresas y fondos de pensiones que han especulado con la compra y venta de empresas y la reducción de los costes laborales por debajo de lo que los derechos humanos consideran mínimo. Sólo tenemos que informarnos para ver estar realidad, el ERE de Coca- Cola, despidiendo a cientos de personas mientras se obtienen beneficios, no es más que la parte visible de un mundo cada vez más precario y pobre en el que el reparto de los beneficios no se distribuye de forma justa y siempre la mayor tajada cae en el lado de aquellos que menos se esfuerzan y más especulan con la salud, con la comida, con las personas, con las mejoras sociales, con el derecho a la vida, con el derecho a una verdadera justicia. ¿Podremos cambiar este estado de cosas?



[1] Alonso, José Antonio y Rodríguez, Diego (2013:340) Comercio Exterior en el libro colectivo Lecciones de Economía Española. Thomson Reuters, 11ª Edición.
[2] Alvarez, Luengo y Uxó (2013:247). Fracturas y crisis en Europa. Eudeba Editorial Universitaria de Buenos Aires.
[3] Vivas Esteve, Esther (2014) El negocio de la comida. Icaria Editorial, S.A.
[4] Ibídem (2014:33)
[5] Ibídem (2014:95)

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