viernes, 29 de julio de 2016

¿Cómo nos podemos alegrar con un 20 % de desempleo?

Una economía saca el máximo rendimiento de sus recursos cuando se hace uso plenamente de los mismos. Una economía eficiente es aquella en la que hay pleno empleo. Aunque estoy convencido de que la sociedad no tiene que organizarse alrededor del trabajo remunerado, es decir el  empleo, sí lo está la sociedad en la que vivimos y realmente estamos haciendo poco para que todos puedan tener un trabajo que posibilite medios dignos de vida y así de cumplimiento a nuestra Constitución. A pesar de que hay muchos nichos de trabajo sin explorar, muchos filones de empleo sin explotar, que no sólo permitirían el bien común de la ciudadanía, sino, también, una mejora sensible de nuestra economía.

La última Encuesta de Población Activa (EPA) nos da que en nuestro país hay 4.574.700 parados y una tasa de 20 %. Debemos recordar, porque es interesante y aclarativo, a quién la EPA considera ocupados: personas de 16 o más años que durante la semana de referencia (semana anterior a la encuesta) han estado trabajando durante al menos una hora, a cambio de una retribución (salario, jornal, beneficio empresarial,…) en dinero o especie. También son ocupados quienes teniendo trabajo han estado temporalmente ausentes del mismo por enfermedad, vacaciones, etcétera. En una sociedad que aspira al pleno empleo la verdad es que es una definición que nos permite saber poco de la cantidad y calidad del empleo.

Si observamos el siguiente gráfico veremos que realmente lo que estamos generando es trabajo precario, temporal y según se puede constatar fácilmente mal pagado, gracias hay que dar sobre todo a la reforma laboral del 2012 hecha por el actual Gobierno en funciones. Sin embargo el empleo indefinido el que todos los que quieren este tipo de empleo deberíamos tener no ha mejorado en los últimos 4 años y medio.


En una sociedad centrada en el trabajo debemos constatar que la tasa de actividad, aún subiendo 12 centésimas en el segundo trimestre de 2016 se sitúa en el 59,41%. Que en el último año la población activa ha descendido en 139.900 personas (muchas de ellas personas jóvenes y muy formadas). La ocupación desciende entre los ocupados de 30 a 34 años, en 19.400; mal lo tienen en esta generación. El paro crece entre los menores de 25 años (22.600 más) y así la tasa de paro en los menores de 25 años es del 45 %, casi ná que diría un castizo.

Los neoliberales han sostenido que el desempleo es un problema estructural debido a que los individuos no están suficientemente motivados o están subvencionados y con pocas ganas de buscar empleo. Las altas tasas de paro y la resignación de los trabajadores con el empleo precario y mal  pagado son la consecuencia de estas políticas en las que el trabajador es una pura mercancía mejor o peor adaptada y cuyo coste se tiene que reducir al mínimo. Claro los neoliberales como los clásicos consideran que el equilibrio entre la oferta y la demanda de trabajo nos llevará al pleno  empleo, la mano invisible del libre mercado. Pero todos debemos ser conscientes de que con la masa de desempleados creada precisamente con sus políticas, el equilibrio del pleno empleo nos está llegará a base de sueldos de miseria y hambre.

No pueden concebir que la creación de empleo pueda ser mucho más sencilla de lo que parece. El trabajo garantizado (ahora que aún existen posibilidades) y la Renta Básica Universal son soluciones muy fáciles. Pero, los neoliberales siempre atacan estas propuestas con el déficit[1] y la inflación. “Las evidencias no apoyan esta opinión […] el aumento de gasto total generaba más ventas y les daba a las empresas un incentivo para incrementar la contratación […] La tolerancia ante altos niveles de desempleo, un fenómeno relativamente reciente, ejemplifica el dominio de la ideología neoliberal sobre la política económica. La evidencia empírica claramente demuestra que la mayoría de las economías de la OCDE no han suministrado puestos de trabajo suficientes desde mediados de la década de 1970  [inicio de las políticas neoliberales] y que las políticas económicas de austeridad neoliberal han obligado a los desempleados a participar involuntariamente en la lucha contra la inflación[2]

Seguimos empeñados en no ver alternativas y celebrar las miserias de índices que no muestran la verdadera realidad. Necesitamos que los políticos busquen el beneficio de sus ciudadanos y no el de ellos mismos y sus partidos. Mientras la corrupción se oculte entre cortinas de humo para mantener el statu quo y mientras la mentira sea la esencia de la política el futuro no empezará a clarear.




[1] Ver mi artículo sobre el déficit titulado Los déficits públicos y la Teoría Monetaria Moderna.
[2] Mitchell, William (2016) La distopía del Euro. Lola Books

jueves, 28 de julio de 2016

Salir del Euro no es una loca alternativa

Uno de los problemas que traslada un grave perjuicio a las sociedades modernas es el mantenimiento atávico de  ideas no contrastadas con la realidad. Las políticas neoliberales seguidas especialmente por el impulso e imposición de la troika (Fondo Monetario Internacional, Banco Central Europeo y la Comisión Europea), no han parado de cosechar fracaso tras fracaso en los países en los que se ha puesto en marcha y, además, han demostrado su incapacidad para predecir el curso de la economía capitalista. Sus defensores, en ningún caso, supieron prever el advenimiento de la crisis iniciada en el 2007: la gran recesión, o a lo mejor sí lo sabían y sus objetivos, aunque no son los que todos buscamos, si son los que las élites extractivas persiguen. “Entre los privilegiados del 1%, el neoliberalismo se vive con la fuerza de una religión: cuanto más lo practican, mejor se sienten… y más ricos se hacen.[1]” Lo que sí parece claro es que la hipótesis de los mercados eficientes, del fundamentalismo del libre mercado, debería gozar de la mínima credibilidad y sin embargo sigue consiguiendo manipular a muchos de nuestros ciudadanos.

Salir del Euro es una de estas ideas tabú que son anatema en la religión neoliberal y que se convierten en un pensamiento gregario difícil de extirpar. Sin embargo, había avisos ya lejanos de los problemas que podría  conllevar el diseño del euro en la formada desunión europea. Samuelson (autor de los textos universitarios de economía más famosos hasta la fecha) pensaba que ingresar en la Unión Europea liderada por Alemania era como meterse en la cama con un gorila. Cuando países o regiones con diferentes grados de competitividad o fuerza exportadora se integran y forman una unidad dónde rige una moneda común, el tipo de cambio de equilibrio de la Unión frente al exterior vendrá determinado por el valor medio de las capacidades exportadoras de los países que la componen, lo que será demasiado apreciado para los países más débiles (países de la periferia) y demasiado depreciado para los países con mayor potencia exportadora (principalmente Alemania).

Con esta integración la Unión Europea tiene problemas de supervivencia porque está en un juego de suma negativa. En este juego participan dos jugadores: los países del norte de Europa y los países periféricos (Grecia, Italia, Portugal, España). El juego consiste en que los países del norte (especialmente Alemania) financian a los países del sur para que compren su excedente de producción, es decir se cambian exportaciones netas por deuda externa. En este juego los ciudadanos del norte intentarán cobrar su deuda apropiándose del patrimonio público de los países del sur y éstos pedirán el default considerando que el gasto que generó la deuda resolvió el problema de desempleo en Alemania. Salvo que la deuda la compre sin límite el BCE, en cuyo caso la UME resultante sería muy diferente a su diseño inicial, el default es inevitable. Según algunos economistas, entre ellos el griego Lavapistas, la opción de impago y la salida de la moneda común para los países periféricos ofrecen una estrategia con posibilidad de crecimiento más fuerte y equitativo, pero sólo si se lleva a cabo a iniciativa del prestatario (no como ahora que es a iniciativa del prestador).

La Unión Monetaria Europea tampoco ha resuelto bien el problema de la insuficiencia de demanda agregada de Alemania. Alemania, no obstante,  no renunciará a su vocación exportadora. Hacerlo exigiría modificar la estructura productiva de su economía y enfrentarse a la insuficiencia de demanda agregada que ha logrado eludir con los superávits que obtiene. Esto ha venido provocando déficits comerciales de los países del sur que no se paliarán aunque los superávits alemanes se logren con otros países no Unión Europea.

La macroeconomía neoliberal, o lo que ellos entienden por tal,  sustenta una lucha de ganadores y perdedores, bien sea entre personas o países, y, por otra parte, subestima la importancia de la política fiscal y de la soberanía monetaria. Estos economistas ahuyentan la salida del euro haciendo predicciones catastróficas: depreciaciones monetarias e inflación incontrolable, salidas de capital que provocarían colapso en el sistema bancario, salida de mano de obra cualificada (uno de los méritos precisamente del austericidio), suspensión de pagos de la deuda lo que aislaría internacionalmente, imposibilidad de acceder al crédito por las empresas y el sector privado, en fin, depresión, pobreza, regímenes totalitarios. ¿Les suena todo esto verdad? No obstante, aquellos países que no hicieron caso a las políticas de austeridad tuvieron una salida de la crisis más rápida y saludable, además sin rivalizar y arruinar a sus vecinos.

No debería ser necesario constatar nuevamente que hay más alternativas a la economía neoliberal y que son muchos los economistas que lo ven de otra forma. Así, los análisis efectuados por Teoría Monetaria Moderna (TMM) son drásticamente diferentes y consideran que muy probablemente los beneficios puedan ser mayores que los costes de la decisión siempre que se rechace el enfoque austero que aplauden los neoliberales y se favorezca una política fiscal activa que busque maximizar el bienestar de la ciudadanía. “El abandono de la cultura de la austeridad y la restauración de la soberanía monetaria le brindarían al gobierno de la nación saliente numerosas oportunidades para devolverle un uso productivo a los recursos ociosos, incluidas las personas desempleadas. El crecimiento económico real sería inmediato. Los mercados de bonos se amansarían al encontrarse con una nación emisora de moneda ya que el banco central podría controlar los tipos de interés  y obligar a los inversores a abandonar el mercado siempre que quisiera […] El estado, gracias a sus renovados poderes, seguiría siendo capaz de gastar y de comprar todo aquello que estuviera a la venta en su moneda […] de proteger el capital de su sistema bancario y de garantizar los depósitos en la moneda local[2]”.

Debemos recordar, por el contrario, lo que está sucediendo con la deuda sin fin de los países periféricos y que “En cualquier caso, el país endeudado cae en la trampa de la deuda: si pide prestado a los mercados, los tipos de interés suben [sabemos que este sistema escatima el crédito cuando más lo necesitas]; si se pide prestado a la UME (o al FMI) se le piden a cambio políticas de austeridad, de manera que el crecimiento cae y la recaudación de impuestos entra en barrena[3].”

Hacer el avestruz ante los problemas de la UE no es una respuesta válida si queremos perseguir una verdadera integración con valores solidarios y que nos reporte una economía más fuerte. Repensar el euro y estar abierto a soluciones beneficiosas para todos los integrantes es una obligación ética e ineludible. Randall Wray, otro economista de la TMM, aporta dos soluciones: la primera alcanzar una unificación  fiscal que se correspondiera con la unificación monetaria y la segunda mandatar al BCE para que compre una cantidad determinada de deuda de los distintos países europeos. El BCE “En calidad de emisor del Euro siempre puede permitirse comprar más deuda pública (esto requeriría simplemente que el BCE dotara de saldo en su hoja de balance a los bancos centrales de los diferentes estados miembros).”




[1] Mason, Paul (2016:14). Postcapitalismo. Hacia un nuevo futuro. Paídos Estado y Sociedad.
[2] Mitchell, William (2016) La distopía del Euro. Lola Books.
[3] Randall Wray, L. (2015:178). Teoría Monetaria Moderna. Lola books.

sábado, 23 de julio de 2016

Los déficits públicos y la Teoría Monetaria Moderna

El viento favorable de la economía no nos deja apreciar debidamente la desastrosa política económica del actual  partido en el gobierno en nuestro país. Debemos tener en cuenta para apreciarla,  la bajada de precios del petróleo, las medidas de expansión monetaria tomadas por la Unión Europea, la marcha de jóvenes e inmigrantes que dan respiro a los datos del paro, el incremento del turismo debido a la huída de los países en guerra y de aquellos menos seguros, junto con la devaluación interna que ha contribuido a que en hostelería tengamos salarios de esclavitud y mejores precios. Encontramos además otro efecto positivo no buscado y basado en la incompetencia de las decisiones políticas tomadas. Me refiero al estímulo económico que han podido ocasionar los continuos déficits que los presupuestos públicos han venido consolidando año tras año[1].

Nos decía Lerner que “La principal responsabilidad del gobierno (que no puede ser asumida por nadie más) es la de mantener una proporción de gasto total en bienes y servicios que no sea ni mayor ni menor que la proporción que permitiría adquirir a precios actuales todos los bienes que es posible producir. Si se permite que el gasto total supere este umbral, se generará inflación, y si se permite que esté por debajo, se generará desempleo.[2]

Es claro que cuando la producción está en los almacenes sin nadie que la compre y hay personas en paro dispuestas a prestar servicios esenciales o no. Es decir cuando el gasto privado se derrumba y como consecuencia al haber menos ingresos públicos los déficits aumentan, la respuesta correcta como ya nos dijo Keynes sea aumentar el gasto público, no recortarlo como ha hecho este gobierno tomando medidas austericidas y carentes de toda lógica económica. Los déficits públicos, debemos comprenderlo bien, son la única fuente de activos financieros netos que tiene el sector privado, el sector no público como bien dice la Teoría Monetaria Moderna (TMM).

La TMM hace dos proposiciones: 1. Los superávits fiscales destruyen riqueza no pública y 2. Los déficits fiscales aumentan la riqueza no pública. Los superávits públicos contribuyen al ahorro nacional, pero “el ahorro es producto de un gasto corriente anterior para mejorar las posibilidades de gasto futuras y sólo se aplica a entidades no públicas restringidas financieramente, como por ejemplo los hogares.[3]” Es decir que el ahorro de los hogares y de las empresas es un gasto que podía haber sido y no fue en aras a poder cubrir un gasto, inversión o no, futuro. Pero este ahorro es un activo monetario que permanece ocioso durante el tiempo del ahorro, salvo especulación financiera, y, por tanto, fuera del circuito de la economía real.

En la TMM se mantiene que “Los  superávits fiscales, o bien destruyen riqueza privada al obligar al sector privado a liquidar su patrimonio para conseguir dinero en metálico,  o bien destruyen liquidez reduciendo los saldos de cuentas de reserva, lo cual es deflacionario.[4]”Cuando el Estado ha gastado menos de lo que ha recaudado por impuestos, ha drenado los ahorros y la disponibilidad de gasto de las empresas y hogares, lo que nos permite deducir que tanto la inversión como el consumo caerá y esto determinará una ralentización de la economía.

Por lo tanto “si el sector no público desea acumular ahorros netos en la moneda emitida por el gobierno, el gobierno tiene que incurrir en déficit.[5]”Es lógico que si el Estado tiene superávit es que lo que ha recaudado del resto de los sectores es superior a lo que ha volcado, gastado, en inversión y consumo, en la economía de su país. Y ello se traduce en que ha inmovilizado unos recursos que la sociedad ha perdido. Ya que “un gobierno emisor de moneda no ahorra en su propia moneda. Los superávits fiscales no representan ‘ahorros públicos’ que puedan ser usados para financiar gastos públicos futuros. El ahorro es producto de un gasto corriente anterior para mejorar las posibilidades de gasto futuras y sólo se aplica a entidades no públicas restringidas financieramente, como por ejemplo los hogares. Un gobierno emisor de moneda nunca tiene necesidad de financiar con anterioridad sus gastos y por tanto nunca tiene necesidad de ahorrar[6]”.

En todo caso y “En último término, la decisión del sector doméstico privado de aumentar su ahorro neto y reducir sus niveles de deuda interactuará con el drenaje fiscal proveniente de los superávits y sumirá a la economía en la recesión.[7]

España con las tasas de desempleo que tenemos somos un país despilfarrador de recursos ya que los servicios los ofrecen las personas y las políticas que se siguen prescinden de millones de ellas que podrían contribuir a la mejora de los servicios dados por la sociedad. “Los recursos ociosos [y no sólo de trabajadores sino también de bienes y equipos] nos dicen que el déficit público es demasiado bajo o que el superávit es demasiado grande”. El déficit público cuando existen suficientes bienes en el mercado genera mayores niveles de riqueza para los hogares y empresas. “el gasto público inyecta activos financieros en el sistema que no solo satisfacen ‘necesidades humanas fundamentales’, sino que dichos activos ‘cambian continuamente de manos [y] multiplican su eficacia gracias al intercambio.[8]

En fin pero estamos en Europa y Europa mantiene atados a los países anclados en el euro a una política monetaria dolorosamente cruel con los débiles.



[1] Es posible que los déficits públicos crecientes se dediquen sólo a pagar deuda pública y con ello pierdan el poder de hacer crecer la economía.
[2] Lerner citado por Mitchell, William (2016) La distopía del Euro. Lola Books.
[3] Mitchell, William (2016) La distopía del Euro. Lola Books.
[4] Ibídem.
[5] Ibídem.
[6] Ibídem.
[7] Ibídem.
[8] Ibídem.

sábado, 16 de julio de 2016

No nos engañemos, seguimos en una crisis profunda

Dos investigadores económicos, Shenker y Osorio[1], en el año 2012 analizaron dos modelos de economía. Una visión conservadora e individualista y otra más progresista y colectivista. La visión conservadora parte del supuesto de que la gente y la naturaleza existen para estar al servicio de la economía. Considera que una economía competitiva y autorregulada proporcionará el máximo nivel posible de riqueza y de ingresos siempre que funcione con la mínima intervención externa. Esta visión nos pide que tengamos fe y confianza en los resultados futuros, para ello debemos trabajar duro y hacer los sacrificios necesarios en aras de las expectativas a conseguir. No obstante, aquellos que no se comporten debidamente perderán las recompensas de este “Dios” encarnado en la economía del libre mercado. Así, si el gobierno intervine facilitando la vida a los vagos y a los que no se lo merecen, el sistema cae enfermo y nos traerá nefastas consecuencias; por eso el gobierno debe ser mínimo y para aquellas cuestiones imprescindibles.

Se nos quiere convencer de que no hay alternativa a esta concepción de la economía, pero esta visión es una especie de “pensamiento mágico” más propio de otros tiempos ya que no tiene ninguna base científica y sí mucho de fundamentalismo. La realidad nos está demostrando tozudamente su incapacidad de recuperar la economía y de prever los acontecimientos económicos de importancia, como la crisis que se inició en el 2007 y que en este país todavía mantenemos a base de fe ciega en una política engañosa.

Esta opción sólo considera el crecimiento del PIB, independientemente de si ese crecimiento se produce en detrimento de la calidad del aire, del tiempo libre, de la esperanza de vida o de la felicidad. Tolera el desempleo como si no hubiera alternativa. Admite la salida de cientos de miles de jóvenes del país, debidamente formados y preparados, cuando es prioritario para una nueva estructura económica más halagüeña a través de la investigación y el desarrollo. Persiste en la austeridad para reducir las deudas soberanas y la realidad es que ésta no para de incrementar. Mantiene el euro conforme actualmente está diseñado y no quiere ver que perjudica a los países de Sur mientras los del Norte cada vez son más ricos y salen beneficiados.

Se contrapone a la visión conservadora otra idea de la economía en la que los humanos, en estrecha conexión y dependencia con nuestro entorno natural, somos lo que realmente importamos. La economía funcionaría a nuestro favor y no al revés, las personas a favor de la economía. Los juicios se harían sobre si una política promueve o no nuestro bienestar, no según lo mucho o poco que haga aumentar el tamaño de la economía. El foco se desplaza hacia los fines de los seres humanos para ponerlos en el centro del pensamiento económico.

Los economistas, defensores de la Teoría Monetaria Moderna y de esta segunda opción, creen que los gobiernos siempre pueden elegir y mantener  la tasa de desempleo que quieran. La “tasa natural de desempleo” es un constructo, defendido por muchos economistas, pero con poca base y que, según se ha constatado, las pretendidas fuerzas equilibradoras del mercado no han respaldado en absoluto. Parece, sin embargo, que ahora los defensores de hacer siempre lo mismo aunque el resultado machaconamente sea negativo se están dando cuenta y pueden poner en marcha políticas económicas con un poso más real, más humano[2].

Históricamente, los progresistas han sostenido que el gobierno tiene la obligación de crear trabajo si el mercado privado no logra crear los puestos de trabajo suficientes. Es un debate que se tuvo ya en la Gran Depresión y cuyo principal defensor fue Keynes. Esta época de crisis nos enseñó la necesidad de controlar las caóticas y dañinas fuerzas de la codicia y del poder en las que tiene su base el sistema monetario capitalista. Los treinta años gloriosos como denominan los economistas a la edad de oro de la economía que transcurre entre el final de la Segunda Guerra Mundial en 1945 y la crisis del petróleo de 1973. Periodo que fue el resultado de moderar, de embridar el capitalismo como consecuencia del pacto social habido entre capitalistas y trabajadores. Dio lugar a los Estados de Bienestar que, sin embargo, hoy estamos desmantelando por creer a pies juntillas en la nueva idea liberal conservadora: la ideología neoliberal, a pesar de que a diario vemos sus continuas mentiras encubridoras de la falsedad de sus presupuestos y sus nefastas consecuencias. Entre ellas el deterioro de la democracia, ya que la corrupción de ningún modo es un valor democrático sino todo lo contrario.

Sólo hay dos opciones económicas, la primera que denominamos actualmente neoliberal, sólo busca la libertad del dinero, pone a la economía por encima de las personas, hace del trabajo retribuido la única forma, para la mayoría de las personas, de ganarse el sustento, pero tiene tendencia a eliminarlo y precarizarlo, dispara las desigualdades, y endiosa al dinero que reina sobre todas las cosas. La segunda más colectivista pone en la cima a la propia persona, busca el bien común y la armonía y pone el valor en las cosas esenciales de la vida del ser humano. De una parte veo destrucción y enfrentamiento, de la otra colaboración y solidaridad. ¡Alternativa desde luego la hay!



[1] Información más amplia sobre la investigación de Shenker y Osorio en el último libro de William Mitchell La distopía del euro.
[2] Ver artículo de Juan Laborda en Vozpópuli, Frente a la austeridad, ¡La Teoría Monetaria Moderna! http://vozpopuli.com/blogs/7467-juan-laborda-frente-a-la-austeridad-la-teoria-monetaria-moderna?utm_source=VPBoletin&utm_medium=mail&utm_campaign=VPComunidad

domingo, 10 de julio de 2016

¿Alimentar a los bancos o a la población?

Después de invertir en los bancos decenas de millones de euros en nuestro país y billones de dólares en el mundo entero, nos encontramos que el resultado principal de este gasto es que han aumentado significativamente los millonarios en euros o dólares y han aumentado, con proporciones similares a nivel relativo pero en millones de personas en términos absolutos, los pobres, los excluidos socialmente. Sin embargo, la política que nos ha traído a esta situación es defendida por los que la imponen como un éxito sin precedentes, siendo, desgraciadamente, ampliamente votada por los ciudadanos, especialmente en nuestro país.

El alimento de los bancos es el dinero y su obsesión es multiplicarlo como Jesús hizo con los panes y los peces. Así “los bancos crean tanto dinero nuevo como pueden, y lo hacen porque, básicamente, se benefician de la creación de deuda[1]”. La deudocracia es el sistema que utilizan los bancos para crear dinero y para esclavizar a los ciudadanos y atarlos al molino de sus intereses. El capitalismo financiero es un capitalismo a su gusto, se mueven en él como “pez en el agua”, es su hábitat natural. La burbuja especulativa que puede generar este capitalismo con la creación de dinero virtual, dinero ficticio, sin respaldo de la economía real, crece a la par que sus beneficios. De hecho “las reformas del sector financiero [desregulado] fallan porque tratan de contener el deseo innato del sector de crear deuda[2]”.

Hubo un tiempo con la Ley Glass-Steagall, aprobada en la década de 1930, en el que los bancos eran comerciales y prestaban a particulares y empresas en general o de inversión. Pero a finales del siglo anterior, en plena fiebre de fusiones y compras, el sector de la banca de inversión se globalizó y consiguió plena libertad, sin cortapisas, sin regularización. “Se abrió el sistema bancario general a la codicia de los aficionados a las finanzas exóticas, opacas y domiciliadas en paraísos fiscales.[3]” Bordearon e incluso llegaron a sumergirse en lo indecente, llegando a decir el periodista americano Matt Taibbi en un artículo del año 2009 lo siguiente: “Lo primero que hay que saber es que Golman Sachs está en todas partes. El banco de inversión más poderoso del mundo es un enorme pulpo vampiro agarrado al rostro de la humanidad que no cesa de introducir sus ventosas chupasangre allí donde huela a dinero”.

Todos hemos sido conscientes del engaño. Todos nos hemos tenido que rascar los bolsillos para dárselo a los bancos en los inicios de la crisis actual,  sin embargo, los préstamos necesarios para estimular el crecimiento económico no aparecían, el crédito brillaba por su ausencia, la desconfianza del sistema era patente. Por eso las ansías de crear dinero que los bancos tienen mediante la creación de deuda, permanecían frías como el hielo. La razón de esto era muy sencilla, los bancos no podían generar crédito a fondo perdido como venían haciendo y que fueron causa de la crisis. Los bancos necesitan empresas y ciudadanos que soliciten préstamos con objeto de realizar inversiones o consumos extraordinarios y sin embargo, tanto los ciudadanos como las empresas (muchas de ellas quebradas), estaban endeudadas hasta las cejas y con unos ingresos menguantes que no les permitían ni pagar otras deudas, ni arriesgarse más.

Las empresas necesitan crédito para poder afrontar los costes de producción y soportar, sin quiebra, en el ciclo de cobro el tiempo necesario hasta que sus ventas se hagan efectivas por sus clientes. En este contexto se puede decir con el economista australiano Steve Keen que en un sistema en el que predomina el capitalismo financiero hay tres clases sociales necesarias: los bancos, los capitalistas y los trabajadores. El problema es la connivencia entre los propietarios y directivos de las grandes empresas y el sistema financiero, y, por otra parte, la debilidad cada vez mayor de los trabajadores.

Pero hay que repetir hasta la saciedad que no es lo mismo la economía doméstica que la economía familiar como a los histéricos del déficit y practicantes de una austeridad mal entendida acostumbran a decir. De hecho “uno de los conceptos más importantes de la macroeconomía es la noción de la falacia de composición: lo que puede ser cierto para los individuos probablemente no lo sea para la sociedad tomada en su conjunto. El ejemplo más común es la paradoja del ahorro: aunque un individuo puede aumentar sus ahorros reduciendo el gasto (en consumo), la sociedad puede aumentar el ahorro solo si se gasta más (por ejemplo, las inversiones)[4]

Debemos tener en cuenta, por tanto, los efectos perversos de nuestras políticas y claros los fines perseguimos con ellas, así “si se considera que lo más importante es restablecer la actividad económica, entonces el rescate bancario… ¡es la manera menos eficaz de lograrlo![5]” No me cabe duda entonces que lo prudente, si se quería reactivar la economía y evitar los daños infligidos a la ciudadanía, era repartir las inmensas sumas dinerarias dadas a los bancos entre los ciudadanos y las empresas, ya que “la mejor política doméstica es la de buscar el pleno empleo y la estabilidad de precios, no la de perseguir déficits públicos o techos de deuda arbitrarios[6]”.



[1] Keen, Steven (2015:606). La economía desenmascarada. Capitán Swing.
[2] Ibídem (2015:646)
[3] Mason, Paul (2016:41). Poscapitalismo, hacia un nuevo futuro. Paidós. Estado y Sociedad.
[4] Randall Wray (2015:19). Teoría Monetaria Moderna. Lola books.
[5] Keen, Steven (2015:604). La economía desenmascarada. Capitán Swing.
[6] Randall Wray (2015:19). Teoría Monetaria Moderna. Lola books.

lunes, 4 de julio de 2016

Cuando el capitalismo globalizado nos ataca

En el devenir de la historia reciente hay quien ha llegado a vaticinar su fin[1] y, sin embargo, lejos de alcanzar la estabilidad del Paraíso y engañados por una época de gran moderación[2], nos hemos “dado de bruces” con la “Gran Recesión”. Nos hemos encontrado inmersos en una profunda crisis que si bien tuvo su origen en EEUU allá por el verano de 2007, sus efectos se han dejado sentir en casi todos los rincones de nuestro planeta y han conseguido reducir aquellos derechos que la ciudadanía había alcanzado después de la Segunda Guerra mundial con sumo esfuerzo y en aras a un mejor y más equitativo reparto de los bienes y recursos producidos. Estamos, por tanto, en un cruce crítico de caminos en el que la democracia puede estar en peligro. Por ello, los ciudadanos, cada vez más enrocados y separados por sus preocupaciones, no pueden olvidarse de que los derechos alcanzados son responsabilidad de todos y que cada derecho tiene su reverso que es su deber. Por tanto, “no es el momento de descansar: el mundo está todavía por hacer[3]” y puede ser oportuno repensar si es mejor como nos dice Samir Amin: “Salir de la crisis del capitalismo o salir del capitalismo en crisis.[4]

Siendo consciente de la importancia de estos tiempos, quiero poner de manifiesto la influencia que ejerce la globalización, según se está manifestando actualmente, en las crisis económicas y en la forma en la que se utiliza y retribuye la fuerza de trabajo. La sociedad se encuentra en un momento clave, un momento de crisis/oportunidad. Las tendencias que las naciones desarrolladas y el poder económico imponen en los asuntos sociales y económicos no están siendo apropiadas para la consecución de un mundo donde todos puedan vivir mejor. La permanencia en el camino iniciado a finales de los años 60 y principios de los 70 del siglo pasado[5] o la elección de un camino u otro en las relaciones económicas y laborales no es, por tanto, baladí, ya que las crisis que un capitalismo sin control genera pueden llegar a ser incluso mortales para las personas de aquellos grupos de población más desfavorecidos.

La situación que observamos en nuestro mundo globalizado es que las desigualdades entre las naciones y entre la ciudadanía de una misma nación se van haciendo cada vez mayores, lo que nos confirma que no estamos en el camino correcto, ya que el reparto de la renta y la riqueza, cada vez más, es apropiada por la parte más alta de la pirámide social, aquellos que poseen los mayores recursos, el 1% de la población, y, sin embargo, el resto de la población va retrocediendo en la cobertura de sus necesidades. Y no es posible separar la crisis económica actual, ni muchas de las anteriores, de las tendencias globalizadoras de este tiempo, ya que ambas van hermanadas. Sin embargo, de todas las globalizaciones posibles la que supone un mayor riesgo y puede ocasionar más daño que las propias guerras es la globalización financiera,  que, además, termina definiendo de forma perceptible y global las relaciones políticas, sociales, económicas y laborales. Globalización financiera que actúa sin cortapisas y con el impulso, llevado metódicamente, por la ideología neoliberal. Financiarización[6] de la economía que, en la medida que haga más rentable colocar el capital en inversiones financieras que en actividades productivas, nos conduce hacia una economía de casino.

Y todo esto ¿Cómo afecta al trabajo? Las crisis económicas, consecuencia de la forma de globalizar, y el trabajo, especialmente el nivel y la calidad del empleo, tienen una relación directa. Por una parte la especulación financiera (la financiarización de la economía y de la sociedad) está retirando dinero de la economía productiva y propicia la minoración de puestos de trabajo. Por otra parte esta situación nos está dibujando una sociedad dual en muchos sentidos. En un primer sentido separa a los detentadores del capital con respecto de los asalariados y desempleados. En un segundo separa la masa de asalariados en trabajadores fijos y precarios. Esta globalización, además, está agotando las posibilidades de un trabajo digno, decente[7], y nos está reportando una gran masa de desempleados[8] a la que se están uniendo todos aquellos trabajadores vulnerables con trabajos precarios y mal retribuidos. Bien nos dice Joseph Fontana que “Hay en la actualidad más esclavos que en ningún otro momento de la historia, en una servidumbre que no se basa tanto en la propiedad como en el endeudamiento, y que se distingue por ello de la antigua por el hecho de que un esclavo cuesta hoy mucho menos que en el pasado.[9]



[1] Fukuyama, Francis (1992). El fin de la Historia y el último hombre. Editorial Planeta S.A. Llegó a decir que «lo que podríamos estar viendo no es sólo el fin de la Guerra Fría, o de un particular período de post-guerra, sino el fin de la historia como tal: esto es, el punto final de la evolución histórica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental como la forma final de gobierno humano». Posteriormente se retractaría de tal afirmación.
[2] Época marcada por una baja inflación, un elevado crecimiento y leves recesiones que se enmarca en las últimas décadas del siglo XX y primeros años del XXI.
[3] De Sebastián Carazo, Luis (2002). Un mundo por hacer. Claves para comprender la globalización. Editorial Trotta.
[4] Amir, Samin (2009): La crisis: Salir de la crisis del capitalismo o salir del capitalismo en crisis. El viejo topo.
[5] Lo que se viene llamando sistema neoliberal.
[6] El término “financiarización” tiene u notable defecto. Su definición resulta todavía demasiado ambigua, prestándose a distintas interpretaciones. Sin embargo, presenta también una indudable virtud: es un concepto que recoge la creciente preponderancia, económica pero también política, del capital financiero internacional. Ignacio Álvarez Peralta (2011:23): Frente al capital impaciente.
[7] La primera referencia al trabajo decente se hace por el Director General de la OIT en 1999. El filósofo judío Avishai Margalit define una sociedad decente como aquella cuyas instituciones no humillan a las personas (Amartya Sen y otros, 2007)
[8] Dejours (2009:53) nos dice: “El desempleo es la fuente principal de injusticia y sufrimiento en la sociedad francesa actual y el escenario principal de ese sufrimiento es, por supuesto, el trabajo, tanto para quienes están excluidos de él como para quienes tienen uno.”
[9] Fontana (2011:968): Por el bien del Imperio.

Los humanos No somos tan inteligentes

En un mundo en el que la información circula a velocidades siderales, en el que el conocimiento del medio es cada día mejor, sorprende que...