domingo, 31 de enero de 2016

En el reino de la mentira

Hay a quién se les llena la boca con las bondades de sus políticas y tratan de sacar réditos electorales con información extraída, con intención de engañar, de datos que constan como oficiales. Así en respuesta a la publicación de la última EPA del año 2015, la EPA del cuarto trimestre, lo único que el partido que está en el gobierno ha extrapolado ha sido la disminución de los ciudadanos en edad de trabajar que siguen parados a pesar de que buscan empleos, a veces desesperadamente. La cifra de la disminución se concretó en 678.200 en el año 2015, y ha sido demagógicamente exhibida con ánimo de seguir publicitando las excelencias de la reforma laboral del año 2012 y las políticas de austeridad.

En algunos medios de comunicación, confirmando una verdadera resonancia del gobierno, se ha obviado el dato de que los empleos en esta legislatura del Partido Popular han disminuido: 56.600. Sin embargo, hay quién no ha parado de decir que la economía va viento en popa y que son el partido panacea y único que puede conseguir una mejora continua, que ha contribuido a que mucha gente sin trabajo lo haya encontrado y haya salido del estado de riesgo vital en el que se encontraba. Se obvia, no obstante, que el trabajo que se está creando es cuasi esclavo: precario, intensivo en horario y esfuerzo y mal pagado. Y que, además, todavía hay 4.778.500 personas que queriendo y estando en edad de trabajar no trabajan.

Todos deberíamos ser capaces de contestar una sencilla pregunta: si en España en la legislatura 2011-2015 los empleos han disminuido ¿se puede decir que porque baje el paro hay más ciudadanos que han mejorado sus precarias economías? ¿Hemos de estar contentos con la disminución de parados cuando realmente hay menos trabajo asalariado, mejor dicho menos empleo? ¿Hemos de estar contentos porque el menor paro se deba a las salidas de jóvenes al extranjero como consecuencia de que aquí no encuentran empleo? ¿Hemos de estar contentos porque la gente se desanime en su búsqueda de trabajo, o salgan de la estadística por jubilación, fallecimiento, etc.? ¿Hemos de estar contentos de que la población activa sea sólo del 59 % de los españoles que están en edad de trabajar y pueden trabajar? ¿Hemos de estar contentos de que se manipulen y utilicen partidariamente estos datos oficiales?

Lo que pienso es que los políticos deberían volver a lo básico de su quehacer. Deberían reencontrarse con las raíces, con la esencia de su labor social que no puede ser otra que volcarse en el beneficio de la ciudadanía y en mantener el derecho básico de la vida. Para ello es esencial buscar en los datos estadísticos información que sea válida para analizar y conocer la realidad que describen. Para ello tendrían que ser objetivos en la búsqueda de información útil para producir mejoras sociales. Pero, he aquí que esto no es lo normal en estos tiempos, que lo que se persigue es manipular la información sacando datos de contexto para desinformar mostrando sólo el lado bueno de unos datos que si no se exprimen y estudian detenidamente parecen indicar lo contrario de lo que la sociedad vive a diario.

Estamos en el reino de la mentira. La transparencia de la que alardean no es nada más que una palabra huera con la que quieren también esparcir una bruma que tape la visión del cuadro. Mentir hasta el momento de entrar en la cárcel es la consigna. Retorcer la realidad hasta que los ciudadanos se pierdan en sus vericuetos es su herramienta. Buscar enemigos a los que poner el cartel de malos y demonizarlos hasta hundirse en la ciénaga de la falsedad es su salvación. Por ello se dedica tanto esfuerzo para destruir al otro. Otro que amenaza su nivel de confortabilidad. Por ello el esfuerzo tiene un cariz de defensa de pecados mayores o, en otro caso, demuestra un empeño feroz por aferrarse a sus cargos. Cargos que han demostrado ser estupendas bicocas para un enriquecimiento a costa de los ciudadanos a los que tenían que favorecer.

Estamos en el reino de la mentira y en él, quién busca la verdad es tildado de anti-sistema y extremista de izquierdas. En él quién no sigue los vicios creados es perseguido con saña porque supone un peligro para continuar aprovechando las dádivas que da la política. Nuestra actual vida social es así, hay una compulsión de grupo que no admite ni a los mejores ni a los peores, la masa media no requiere nada más que verse reflejado en los demás. El que se sale de la norma incomoda y es un riesgo para la estabilidad del estatus quo. En este contexto, vienen que ni pintadas las frases que escribe Javier de Lucas sobre la inmigración: “De nuevo el miedo a la diversidad real, la reticencia a aceptar la igualdad con el otro que no es mi copia ni aspira a serlo[1]”. “Sólo queremos a aquellos respecto a los que no cabe duda de que no nos pueden plantear problemas con su presencia; ergo todo aquel que no sea trabajador funcionalmente necesario (y mientras lo sea) no es bienvenido, no debe ser escogido, no debemos padecer su presencia[2]”.

En un país de unos 46 millones y medio de habitantes en el que el empleo es la forma de buscarse la vida (excepción hecha de ese 1% que posee el 80% de la riqueza), si solamente tienen empleo 18.094.200, quedan, al menos, 27 millones que no tienen recursos procedentes del trabajo. Debiéramos, sin duda por ello, ser empáticos con los débiles y con los pobres, debiéramos comprender la problemática que tienen más de unas 1.556.000 familias en las que no trabaja ninguno de sus miembros en edad de trabajar. Debiéramos ser conscientes de lo que supone en el reparto de riqueza una tasa de actividad de sólo el 59,43 % de la población, muy por debajo de la media europea. Pero, por el contrario, seguimos incentivando el miedo al otro y el repliegue de los ciudadanos sobre sí mismos levantando muros ideológicos que impiden una libertad de pensamiento y un análisis objetivo de la realidad.

Y seguimos mintiendo y a fuerza de repetir mentiras ya sabemos que muchas veces se transmutan en verdades que desorientan a una amplia mayoría de la sociedad y “La verdad es éxito y, a la inversa, el éxito es verdad[3]”. Así con una falta de ética que ojala fuera transparente para todos, se tuercen los deseos sociales de  cambio. Cambio que nos pueda traer políticas más sociales y justas, políticas que se esfuercen por la gente, por los débiles, por los necesitados. Y a lo mejor la ciudadanía puede darse cuenta de que los gobernantes han perdido la vergüenza y como decía el cardenal de Retz “cuando los gobernantes pierden la vergüenza, los gobernados pierden el respeto” y, al fin, todos podríamos perder uno de los mejores inventos: LA DEMOCRACIA.



[1] De Lucas, Javier (2015:39) Mediterráneo: El naufragio de Europa. Tirant humanidades.
[2] Ibídem (2015:41)
[3] Bauman, Zygmunt y Donskis, Leónidas(2015:269). Ceguera moral. Paidós Estado y Sociedad.

martes, 26 de enero de 2016

Un cambio de valores

El problema de nuestras sociedades, tan desarrolladas ellas, es que se hace oídos sordos a los avisos que la naturaleza nos da como una madre preocupada por sus hijos. Sin embargo, estos hijos díscolos y sin la suficiente madurez se implican en juegos peligrosos en los que predominan valores dudosos como la competición y la lucha por apropiarse del máximo de recursos posible, sin considerar el hábitat que les acoge y el bien común de todos y cada uno de los vivientes. Así reconocía Martin Luther King Jr., que “Debemos iniciar rápidamente un cambio para dejar una sociedad orientada a las cosas y convertirnos en una sociedad orientada a las personas. Mientras las máquinas y las computadoras, el ánimo de lucro y los derechos de propiedad sean para nosotros más importantes que las personas nos resultará imposible vencer al formidable trío que formar el racismo, el materialismo extremo y el militarismo”. Paradigmas de la locura humana.

Seguimos con anteojeras y sin darnos cuenta de que “el capitalismo global ha hecho que la consunción de recursos sea tan rápida, tan fácil y tan libre de obstáculos que, como consecuencia, las sistemas tierra-humanos se están volviendo peligrosamente inestables[1]”. Estamos tan imbuidos de los valores del capitalismo que corremos alocadamente hacia el abismo. Como pasaba con el coyote de los dibujos animados, en algún momento nos daremos cuenta de que estamos corriendo en el aire sin ningún suelo debajo y, consecuentemente, caeremos sin remedio y sin vuelta atrás.

En nuestro país en estos días podemos optar; vivimos momentos de encrucijada de caminos. Son momentos en los que se puede producir una transmutación de valores. No sabemos qué colores reunirá el próximo gobierno y las direcciones posibles no pueden ser más dispares. Los partidos que participan en la busca de una nueva gobernabilidad se preocupan, no obstante, más por sacar la mayor tajada que por un verdadero empeño en buscar una mejora social en la que todos puedan vivir y desarrollarse. Las propuestas concretas que buscan una urgente renovación de los valores que han imperado en los últimos decenios, se manipulan por los políticos sin hablar del fondo, con el objeto de desprestigiar las iniciativas que suponen un cambio real. Asistimos a una lucha soterrada, en la que se emplean las técnicas de manipulación más vanguardistas, entre los defensores del inmovilismo y aquellos que creen necesario un cambio de valores, un cambio de paradigma en el que el hombre, los seres vivos y la naturaleza estén en el centro para que el mundo tenga posibilidades de permanecer.

En el mundo de hoy se considera el mercado sin restricciones como la solución de todo y el dinero la medida del desarrollo social y su mejora. El crecimiento económico que se ha venido basando en el despilfarro de recursos, sigue siendo el objetivo esencial y la corrupción uno de sus epítomes. Como nos decía el difunto economista Kenneth Boulding, “para creer que la economía puede crecer indefinidamente en un sistema finito hay que ser un loco o un economista[2]”. Pero, aún hoy, es a cualquiera que atente contra este paradigma al que se le considera un loco, un demente, una persona fuera de sus cabales. Conseguir un cambio de mentalidad en el que al depredador de recursos para lucro personal sea al que se le considere un terrorista social no es tarea fácil en un mundo dominado por aquellos que quieren mantener el status quo en beneficio de su propio interés.

Las consecuencias de este modo de vida es una organización social en la que el trabajo es la institución central. Tener o no tener trabajo para el 99 por ciento de la población (hay quién no lo necesita) supone la inclusión o la exclusión social. Pero la inclusión supone la esclavitud de por vida y no tenerlo una vida llena de penurias, preocupación y sufrimiento. No puedo estar más de acuerdo con lo que dice Víctor Gómez Pin “Es simplemente insoportable que la dialéctica entre trabajo embrutecedor y pavor a perder tal vínculo esclavo se haya convertido en el problema subjetivo esencial, en el problema mayor de la existencia[3]”. Por ello considera que “la especie humana decididamente va mal si la libertad de los humanos no se da, si grupos de hombres son instrumentalizados por grupos de hombres, cuyos intereses son ajenos a la causa específica de la humanidad[4]”.

Los partidos que luchan por mantener la política económica neoliberal imperante, lo que pretenden es mantener al hombre como una pura mercancía. El trabajador como un coste intercambiable por otro coste inferior y por lo tanto al albur de las mejoras tecnológicas y de los incrementos de la productividad. El trabajador como un recurso que se consume, muchas veces en el sentido literal del término. El trabajador como materia a exprimir, a ser succionado por la necesaria acumulación requerida por el capital y sus detentadores. Como dijo Marx “El capital es trabajo muerto que al igual que un vampiro sólo vive sorbiendo el trabajo y vive tanto más cuanto más sorbe”.

Vivimos en un momento de toma de decisiones, en el que nos jugamos un paso adelante en dirección contraria al abismo o mantener los valores que han hecho que durante toda la historia conocida los ricos hayan venido vampirizando a la mayoría: pobres y débiles. Hay que saber los valores que queremos promocionar para conseguir una sociedad que beneficie a la mayoría. Todavía, sin embargo, se vislumbran desigualdades y esclavitudes soportadas en valores imbuidos por los poderosos y ciegamente protegidos por la mayoría. Hemos de buscar una transmutación de valores y para ello “Hemos, en suma, de denunciar lo insoportable de la situación laboral actual, porque reducir a los humanos a la esclavitud, impide precisamente la asunción de la condición trágica en la que consiste el ser ciudadano[5]”. Por ello hemos de  valorar en sus justos términos las propuestas que buscan un cambio real al denunciar las injusticias que todos vemos y que terminan desconsiderándose gracias a la desinformación informativa, en la que no se considera alternativa alguna, y a la resignación basada en una esclavitud consentida.

En fin estos son los valores y de ustedes son las conclusiones.



[1] Klein, Naomi (2015:552). Esto lo cambia todo: el capitalismo contra el clima. Paidós.
[2] George, Susan (2010: 9). Sus crisis, nuestras soluciones. Editorial Icaria S.A. 2ª Edición, julio.
[3] Gómez Pin,Victor (2014:50). Reducción y combate del animal humano. Ariel, filosofía.
[4] Ibídem (2014:47)
[5] Ibídem (2014:51)

lunes, 18 de enero de 2016

El efecto Mateo y la austeridad

Joaquín Estefanía en su último libro titulado Estos años bárbaros nos recuerda El efecto Mateo, que es aquel relativo a lo que escribe el Evangelista San Mateo en su parábola de los talentos: “al que más tienen más se le dará, y al que menos tiene se le quitará para dárselo al que más tiene”.  Probablemente muchos de los ricos de nuestro país que se dan golpes de pecho y expían sus culpas mediante la confesión han seguido al pie de la letra esta parábola escrita por el Evangelista que, parece ser, es el que escribió más fielmente el nuevo testamento debido a que lo escribió en la lengua materna de Jesús y no estaba infectado por la moral de San Pablo. El éxito de esta parábola ha alcanzado el cenit en estos últimos tiempos de crisis y no ha podido ser un éxito más redondo en países como Estados Unidos, dónde el 1 % de los ciudadanos más ricos ha acumulado el 95 % del crecimiento total posterior a la crisis desde el 2009, mientras que el 90 % de la población con menos recursos se ha empobrecido aún más. Lo dicho seguimiento de la palabra de Dios y éxito por todo lo alto.

En Europa la terrible economía de la deuda, condimentada con las políticas de austeridad, han sido herramientas muy eficaces para distribuir el Efecto Mateo por todas sus tierras y gentes. Ejemplo singular es el de Grecia, aunque España, Portugal, Irlanda y otros países no queden lejos y hayan sufrido su dosis de esta medicina. Grecia, no obstante, ha sido y es el experimento principal en Europa, en el que se han puesto a prueba las ideas neoliberales. Yanis Varoufakis que fue ministro de economía del país heleno y reputado economista, nos alerta con la existencia de dos tipos de economistas, aquellos que hacen predicciones y ejercen de economistas-astrólogos y aquellos que estudian y analizan objetivamente (científicamente) la realidad, a estos los considera economistas-astrónomos. No me cabe ninguna duda, atendiendo a esta clasificación, que en Europa estamos guiados por adivinos que aventuran sus apuestas a tiro seguro, pero jugando a no acertar para ganar en una lucha trucada.

Joaquín Estefanía escribe también en relación con Grecia: “Después de tres rescates por un valor total de más de 300.000 millones de euros, y quizás otros por llegar, y cinco años después de que, a cambio de ese dinero, se aplicasen durísimos planes de austeridad [...] los salarios han bajado como media un 37 %; el paro creció hasta el 27 % y el de los jóvenes está cerca del 60 % del total; las pensiones han disminuido hasta un 48 %; el empleo del sector público (funcionarios y asimilados) cayó un 30 %; el gasto de las familias se redujo en un 33 %; la economía sumergida ha aumentado hasta un 34 % del total; la morosidad bancaria ha llegado al 40 %; y la deuda pública se ha multiplicado exponencialmente hasta alcanzar el 180 % del PIB[1]”. Lo sorprendente de este estrangulamiento de la población, de este expolio sin piedad, es que todavía haya economistas (claramente astrólogos y a sueldo de los poderosos) que, después de este fracaso estrepitoso de la austeridad, sigan empeñados en que la única alternativa económica posible es la que se dicta por nuestra querida Europa, cuya receta sólo tiene ingredientes duros para los ciudadanos como el control de la inflación, la disminución de los salarios y la privatización que, en definitiva, supone también un nuevo y doloroso recorte de derechos básicos.

Ante esta locura colectiva hay quién ha levantado su voz exigiendo el enterramiento de las políticas de austeridad y exigen un giro de 180 grados. Como nos dice uno de los manifiestos contra la austeridad en Europa, pidiendo un plan B económico: En julio de 2015 asistimos a un Golpe de Estado financiero ejecutado desde la Unión Europea y sus Instituciones contra el Gobierno griego condenando a la población griega a seguir sufriendo las políticas de austeridad que ya habían rechazado en dos ocasiones a través de las urnas. Este golpe ha intensificado el debate sobre el poder de las instituciones de la Unión Europea, su incompatibilidad con la democracia y su papel como garante de los derechos básicos exigidos por los europeos [...]El régimen de crisis de la UE, iniciado hace ocho años y basado en la austeridad, privatiza los bienes comunes y destruye los derechos sociales y laborales en lugar de hacer frente a las causas iniciales de la crisis; la desregulación del sistema financiero y la captura corporativa de las instituciones de la UE a través de los grandes lobbies y las puertas giratorias. La UE promueve soluciones falsas negociando, con gran opacidad y sin apenas control democrático, tratados de comercio e inversión como el TTIP, el CETA o el TiSA, que eliminan lo que consideran barreras al comercio: los derechos y normas que protegen a la ciudadanía, a los trabajadores o al medio ambiente. Es el golpe definitivo a nuestras democracias y al Estado de Derecho, especialmente a través de los mecanismos de protección al inversor.

En resumen, si el Efecto Mateo no fue planificado por los poderosos lo que parece es todo lo contrario. La cierto, además, es que nuestra realidad está siendo condicionada por los que más tienen y, en consecuencia, se preocupa más de los beneficios económicos teñidos de egoísmo y usura que de las personas. Nuestra democracia está en horas bajas y sorprende hasta la incredulidad que todavía sean los corruptos y los que se han aprovechado de la sociedad, los que sigan recibiendo votos en las elecciones, recogiendo sus actas de diputados y viviendo a cuerpo de Rey, ¡pero claro,  huelen bien y a perfume caro! Los más débiles, sin embargo, son los que pagan las cuentas y no debieran pagar de ningún modo los efectos de los juegos egoístas de los que más tienen. Es urgente, por tanto, en nuestro país tener claro las prioridades. Primero lo primero. Y lo primero tiene que ver con la vida y con los derechos básicos de las personas. No es un principio justo quitar al que tiene poco para dárselo a los que tienen infinitamente más de lo que necesitan.




[1] Estefanía, Joaquín. (2015:285) Estos años bárbaros. Círculo de lectores por cortesía de Galaxia Gutenberg, S.L.

lunes, 11 de enero de 2016

Las buenas intenciones: los Objetivos de Desarrollo Sostenible

Se dice que de buenas intenciones está empedrado el suelo del infierno. Y nuestra realidad lamentablemente está plagada de ejemplos. En el mundo hay constituciones, leyes importantes, acuerdos y pactos internacionales que tomadas literalmente procuran o tratan buscar el bien de la población mundial y, en su caso, de los ciudadanos de los distintos países que las promulgan. Pero, sin embargo, o no se cumplen, o hay quien busca las vueltas a las normas para dejarlas sin efecto en aras a objetivos menos comunes, más interesados y más pedestres. En definitiva consiguiendo resultados que no sólo no suponen una mejora para la sociedad sino todo lo contrario.

Los Objetivos del milenio que pactaron el 31 de diciembre del año 2000 los 189 países miembros de las Naciones Unidas, comprometiéndose a no escatimar esfuerzos por liberar a nuestros semejantes, hombres, mujeres y niños, de las condiciones abyectas y deshumanizadoras de la pobreza extrema, alcanzaron la fecha fin señalada. Y han sido sustituidos  por la  nueva  Agenda 2030 en la Cumbre Mundial sobre el Desarrollo Sostenible[1], aprobada el 25 septiembre del año 2015 y que recogerá la bandera, a partir del 1 de enero de 2016 dejada por los anteriores Objetivos del Milenio (ODM). Estos objetivos suponen una muestra de una amplia gama de buenas intenciones que pueden suponer un adelanto en el nivel social de la humanidad y un nuevo acto fallido decepcionante si se quedan en papel mojado.

Los nuevos Objetivos de Desarrollo Sostenible constan de 17 objetivos y 169 metas que tienen un carácter mundial y una aplicación universal que tratan de poner a las personas en el centro del desarrollo sostenible. No obstante, reflejan metas a las que se debe aspirar más que obligaciones jurídicas. Esta nueva agenda quiere abarcar muchos más aspectos de la vida de las personas, siendo mucho más ambiciosa en sus pretensiones. Metas como la inclusión social, el buen gobierno, las pautas para el desarrollo sostenible, el crecimiento verde, el consumo, la gestión de los recursos naturales, la paz, la seguridad son nuevos temas a los que todos los países tienen que comprometerse, por lo que no puede dejar de ilusionarnos.

No cabe duda de que la anterior agenda de los ODM ha contribuido a una mejora sensible de los niveles de pobreza, mortalidad y escolarización infantil, vacunación contra el sarampión, prevención del paludismo. Así desde 1990, las muertes infantiles susceptibles de ser evitadas disminuyeron en más del 50 % a nivel mundial y la mortalidad materna cayó en un 45 % en todo el mundo. Pero se tienen aún metas pendientes que no pueden dejar de cubrirse con la nueva agenda que, por otra parte, reconoce que la guerra y el conflicto han sido uno de los principales obstáculos para el logro de los ODM. Las buenas intenciones, por tanto, no faltan en este nuevo acuerdo. Se ha generado un marco muy ambicioso que permite exigir compromisos a los gobiernos. Pero, como toda planificación, requerirá una programación, un desarrollo de la misma, un control y una evaluación que nos lleve a corregir las deficiencias encontradas e impulsar acciones en aquellos objetivos que se demoren en su consecución o se desvíen de sus metas. En caso contrario todo quedará en buenas intenciones como en otras muchas ocasiones.

Uno de los objetivos, el objetivo 10, reconoce, y es agradable constatar que hay quién se ha quitado la venda para ver, que las desigualdades entre países y en el interior de ellos se han transformado en un problema central y en un desafío global. Son muchos los economistas que clamaron en el desierto. Debo recordar que el argumento principal de Piketty, en su famoso libro El capital en el siglo XXI,  no es otro que la constatación de que las concentraciones extremas de la riqueza amenazan los valores de la meritocracia de la economía de mercado, de la justicia y de la cohesión social. Otro objetivo, el objetivo 16 propone “Promover sociedades pacíficas e inclusivas para el desarrollo sostenible, facilitar el acceso a la justicia para todos y construir a todos los niveles instituciones eficaces e inclusivas que rindan cuentas”. Parece que todos tenemos claro cuál es el diagnóstico de los males que nos aquejan, pero para algunos las soluciones van por caminos tan enrevesados que apenas se pueden conseguir, incluso atisbar, los resultados pretendidos.

Se insiste, también, sobre la urgencia de la consecución de la igualdad de géneros y el empoderamiento de las mujeres y las niñas para contribuir decisivamente al progreso de todos los objetivos y metas. Sin duda, cualquier desigualdad tiene unos efectos malignos sobre nuestras sociedades y cerrar las brechas abiertas en las mismas es una tarea loable que puede darnos grandes satisfacciones. En su libro La posibilidad de una isla, Michel Houlebecq incluso nos tranquiliza sobre el Islam, cuyo fin  vendrá por el feminismo y la revolución sexual de sus mujeres. Así como lucha a favor de la igualdad entre hombres y mujeres ha cambiado el mundo occidental igualmente vendrá el cambio en el mundo árabe a través de la igualdad de género. No es, sin embargo, un mundo lleno de clones o igualitarista lo que nos salvará sino un mundo en el que todos seamos poseedores de derechos básicos, recursos suficientes para poder vivir e igualdad de oportunidades para poder desarrollar nuestras potencialidades.

Quizá lo más preocupante es que, a pesar de las buenas intenciones de la Agenda 2030, debemos tener claro que estos objetivos y metas tienen que convivir con un modelo económico neoliberal que cree en el fundamentalismo del mercado, que pone en primer lugar el beneficio de las empresas fomentando una globalización favorable a las grandes corporaciones transnacionales, que basa la economía en la destrucción de los puestos de trabajo y en la disminución de los costes laborales. Y es preocupante porque no se pone en tela de juicio el modelo macroeconómico, ni se admiten las incongruencias que existen en el sistema financiero y comercial. Y, indudablemente, poner el beneficio por delante de las personas difícilmente puede avanzar en objetivos globales a favor de las personas, como queda demostrado en nuestros días en los que el crecimiento y su medida es el quid pro quo de nuestra existencia y la desigualdad y la pobreza campa por sus fueros.

¿Quién puede contradecir que las guerras y el crecimiento ciego sólo perjudican a los más pobres y débiles? ¿Quién puede poner en duda que son los que menos contaminan, los que más sufren los efectos del crecimiento? Son las guerras la mayor amenaza para la consecución de cualquier objetivo que tenga que ver con los derechos humanos. Los ODS abordan las tres dimensiones del desarrollo sostenible: la social, la económica y la medioambiental, lo cual no deja de ser un gran avance. Me pregunto, no obstante, ¿para cuándo nuestros valores cambiarán? Hoy por hoy, parece que hemos avanzado poco, todavía seguimos tachando de populistas a aquellos que defienden objetivos sociales que todos consideramos ideales necesarios, pero hay quien se empeña en dejarlos como buenas intenciones y seguir empedrando el infierno con ellas.



[1] Un buen análisis de la nueva Agenda Global de Desarrollo se puede encontrar en la revista TEMAS para el debate, núms. 254-255 de Enero-Febrero de 2016.

lunes, 4 de enero de 2016

Las compras selectivas: una necesidad

En estos momentos en los que se adora enloquecidamente al dios Consumo, se requiere una sensibilidad especial que nos ayude a contribuir a un mundo mejor, con respeto a los derechos humanos y en  busca de una menor desigualdad. Son muchos los años en los que las grandes empresas han conseguido pingües beneficios en base a actividades inmorales, como el tráfico ultramarino de esclavos, el colonialismo, las dictaduras genocidas, la explotación de los trabajadores mediante extenuantes jornadas pagándoles sueldos que no cubrirán sus necesidades más básicas, la destrucción del medio ambiente: haciendo a los ciudadanos deudores de sus costes, etc. Por eso cuando salgamos a comprar distintos artículos, deberíamos pensar que consumir por consumir no nos hace más felices necesariamente, que llenar nuestras casas de artículos que amontonamos, a veces desde el mismo momento en el que desenvolvemos el paquete, no contribuye a una mejora de nuestra vida, ni a la de los demás, que vivimos en un mundo interconectado y que nuestras decisiones aquí afectan a muchos otros en otros lugares.

Los tristes ejemplos que nos ofrecen las grandes empresas son cientos pero por la importancia que tendrá el consumo en estas fiestas no puedo dejar de referirme a las empresas que forman el sector de la electrónica que se ha convertido en comprador nato de gran número de metales y minerales. Buena parte de los mismos provienen de países en vías de desarrollo donde se dan casos de explotaciones, incumplimiento de los derechos laborales, atentados contra la salud de los trabajadores, contaminación del medio ambiente o pérdida de recursos vitales como el agua. El coltán del Congo es el caso más conocido entre los minerales usados en el sector. El Tantalio es un material que se usa para construir pequeños condensadores (que almacenan electricidad) para móviles, cámaras digitales y ordenadores portátiles, y que se extrae del coltán muy escaso en el mundo. El 80% de las reservas de coltán están en la República Democrática del Congo. Algunas de las explotaciones de coltán y sus beneficios están bajo control militar (tanto de soldados individuales, del ejército o de mandos ruandeses o ugandeses: el Estado en apoyo de los intereses privados y no de los ciudadanos) empleando para la extracción a trabajadores locales (incluso niños que en algunos casos han encontrado la muerte), parte de los cuáles son prisioneros y empleando métodos de trabajo que comportan problemas graves de salud.

El mundo del petróleo, dominante de la geopolítica, y las empresas que lo dominan en las últimas décadas es otro de los claros ejemplos de pisoteo de los derechos humanos más básicos siendo el primer derecho el de la vida de las personas.  Un botón de muestra que debe darse a conocer, en palabras de Naomi Klein escritas en un lejano 1999: “Desde la década de 1950, Shell Nigeria ha extraído el equivalente a 50 mil millones de dólares de petróleo de las tierras de los Ogoni, en el Delta del Níger. Los ingresos del petróleo representan el 80 % de la economía nigeriana –10 mil millones de dólares anuales--, y más de la mitad proviene de Shell. Pero el pueblo Ogoni no sólo ha sido despojado de los ingresos que produce ese rico recurso natural, sino que mucha de su gentes sigue viviendo sin agua corriente ni electricidad y sus tierras y aguas han sido envenenadas por las averías de los oleoductos, por vertidos y los incendios provocados por las emanaciones de gases[1]”. En estas circunstancias no es de extrañar que el escritor y aspirante a Premio Nobel de la Paz Ken Saro-Wiwa, líder del movimiento para la supervivencia del pueblo Ogoni organizara campañas para pedir reformas y exigir compensaciones a Shell pero injustamente la respuesta cruel y sangrienta fue que el general Sami Abacha  ordenó a los militares nigerianos atacar a los Ogoni matando y torturando a miles de ellos y ejecutando posteriormente al escritor. Otra muestra del poder del dinero y el apoyo de las instituciones públicas.

No obstante, “La conducta de las multinacionales es sencillamente un subproducto de un sistema económico general [...] Pero eliminar las desigualdades básicas de la globalización de la libertad de mercado parece una tarea demasiado grande para nosotros los mortales[2]”. Cuando las empresas no paran en la búsqueda de sus intereses. Así el acuerdo de libre comercio entre Estados Unidos y la Unión Europea, el llamado TTIP (Transatlantic Trade and Investment Partnership) es una muestra encarnizada de la lucha de las empresas en pos de un beneficio cada día mayor. La idea base del TTIP: la homologación de normas y exigencias administrativas que suavizarían las normas europeas. Ya que estas normas son más restrictivas en cultivos transgénicos o en el uso de hormonas de crecimiento, los suplementos alimenticios o la aplicación masiva de antibióticos en el ganado, como también lo son en la privacidad de los datos, las explotaciones de hidrocarburos con la técnica del fracking o cuestiones laborales. El objetivo es, por tanto, homologar la regulación desde la cuna para evitar divergencias que restrinjan el comercio y la inversión. La crítica es que esta supervisión puede debilitar la iniciativa parlamentaria, y dar acceso antes a los lobbies de las empresas y sectores económico en el proceso legislativo, obviando los poderes elegidos democráticamente.

La lucha de las empresas por reducir los costes ha contribuido también a una carrera por pagar los salarios más irrisorios e indecentes y con ello sólo se consiguen efectos perversos infringiendo los derechos humanos y logrando un mundo más injusto y menos seguro. Pero no debemos renegar de la posibilidad de otro mundo más humano, en el que ni los fundamentalismos de la religión, ni el capitalismo salvaje en el que vivimos y en el que el consumo por el consumo se hace dios, están siendo ni serán la respuesta. Sin embargo, con nuestro voto al comprar o no algunos productos manchados con iniquidades, somos nosotros los que soportamos e incentivamos la actual situación. La compra selectiva de aquellos productos libres de injusticias (difícil tarea) tiene que convertirse en una batalla por los derechos humanos y las libertades públicas. Es verdad que es una batalla utópica, ya que las multinacionales se han dotado de instrumentos legales que les permiten iniciar pleitos con los países y las localidades que dicten normas contra el consumo de sus productos, pero es una lucha necesaria que puede dar y ha dado resultados sorprendentes.

Es difícil no obstante, especialmente para el ciudadano que vive con los recursos justos, decidir comprar productos más caros cuando el mercado nos ofrece gangas, nos ofrece fiestas del consumo en los altares del capitalismo. En un mundo en el que se vive el ahora, el momento, y no se quiere mirar más allá. Ver, entonces, a largo plazo, incluso a medio plazo se ha convertido en una gran proeza intelectual. Ver además que cada acto de compra afecta no sólo a uno mismo y a los que te rodean, sino también a mucha más gente en este mundo globalizado, es un esfuerzo titánico para un mundo hedonista. Debemos ser conscientes, sin embargo, de que muchas veces no solo no contribuimos a beneficiarnos a nosotros sino que incrementamos un mundo injusto, aumentamos los sufrimientos y fomentamos la desigualdad entre los países y las personas. La elección es nuestra.



[1] Klein, Naomi (2012:442). No logo: El poder de las marcas. Booket, Paidós.
[2] Ibídem (2012: 485-6)

Los humanos No somos tan inteligentes

En un mundo en el que la información circula a velocidades siderales, en el que el conocimiento del medio es cada día mejor, sorprende que...