martes, 24 de octubre de 2017

El dinero habla, por desgracia demasiado alto

El poder del dinero se acrecienta cuando éste escasea y se reparte de forma más desigual. Entonces el dinero habla a voces y dirige nuestras vidas querámoslo o no, favoreciendo siempre a los mismos. Esta circunstancia nos aclara por qué se pueden dedicar millones de euros para salvar a los bancos, empresas de energía, autopistas, y al mismo tiempo se recortan las posibilidades de vida de miles de personas disminuyendo pensiones, salarios, sanidad, educación, etc. Todos estamos a merced de los poderosos: aquellos que tienen grandes sumas de dinero y gran patrimonio. Incluso la justicia no es fácil para los que no estén en la cúspide de la sociedad; los mejores abogados están dispuestos para buscar el mínimo resquicio que evite cualquier sanción a los poderosos. No ocurre lo mismo con los pobres que pueden ser sentenciados a prisión por buscar formas de no morir, formas de vivir dignamente.

Nadie duda sobre la realidad actual: “el poder que el dinero tiene para limitar, distorsionar y corromper es el mayor motivo singular de preocupación para la  liberad de expresión. El dinero habla demasiado alto.[1]”De forma tan ensordecedora que no deja oír lo que tiene que decir la ciudadanía. Así uno de los problemas más importantes de la desigualdad económica y social es el atentado contra la libertad de expresión. “Los estados autoritarios o totalitarios acostumbran a considerar que la restricción y la manipulación del lenguaje son los cimientos básicos de su poder.[2]”Impidiendo la expresión pacífica de los ciudadanos el Estado ahoga cualquier cambio en contra de los intereses propios y de las élites que lo avalan.

El disidente chino Liu Xiaobo Premio Nobel de la Paz decía: “La libertad de palabra es la base de los derechos humanos, la raíz de la  naturaleza humana y la madre de la verdad. Matar las palabras libres es insultar los derechos humanos, reprimir la naturaleza humana y suprimir la verdad.” De nada vale ninguna Constitución si no hay libertad de expresión, si no se pueden manifestar los desacuerdos con el cumplimiento o incumplimiento de las leyes, si la ciudadanía no puede dar su opinión.

El dinero en esta economía capitalista es cada vez más virtual y, sin embargo, ha adquirido tal importancia que se ha convertido en una mercancía estrella que se compra y vende infinitas veces dependiendo de la fluctuación de su valor y permitiendo un mundo creciente de especulación y avaricia cada vez más voluminoso que crece, además, como un verdadero cáncer maligno, desordenadamente. Mercancía que no subyuga y se convierte en la razón de ser de nuestras vidas. Pero, casi todo, es dinero ficticio y aparece por arte de magia sin que suponga ninguna relación real  con la circulación de bienes y servicios. En consecuencia, mantener el statu quo de este sistema fuera de toda la lógica es la imprudente locura de unos pocos y el sufrimiento de muchos otros.

 No veo ninguna razón, por tanto, para mantener esta situación. Los valores que una sociedad sana debiera tener, a mi modo de ver, distan mucho de los que se persiguen tozudamente por la ideología neoliberal. Hay otros valores más necesarios para un desarrollo vital. Sin duda “hay un bien superior, que consiste en que las personas deben tener la libertad de escoger cómo vivir su vida, mientras eso no impida que otros hagan lo mismo. Defendemos que el camino de la tolerancia no es meramente uno más de los “caminos verdaderos”,  es el único cuyo objetivo es permitir a los seres humanos vivir una multiplicidad de otros caminos verdaderos, lo cual exige un difícil equilibrio entre un incondicional respeto de reconocimiento por el creyente y lo que puede ser una total falta de respeto de valoración por el contenido de las creencias. Si esto es transigir, para defenderlo tenemos que ser intransigentes.[3]

El dinero, como ya dije en otra ocasión, ha robado el alma al mundo, a Europa y a sus ciudadanos. Los negocios dominan y regulan a los gobiernos. Los gobiernos no cumplen con la tarea de amparar a todos los que están bajo su amparo. Están muy ocupados en defender los intereses de los poderosos, sus propios intereses y, en ocasiones, en guardar sus vergüenzas. En las sociedades antiguas, sin embargo, la economía no desbordaba el ámbito social y solamente si la sociedad tenía problemas el individuo quedaba desamparado. Polanyi escribió: “El individuo no está en peligro de pasar hambre a menos que la sociedad en su conjunto esté en una situación similar[4]”.

Permitir que el dinero esté por encima de las personas nos arroja a una sociedad en la que podemos llegar a perder la libertad de expresión, a mantener actitudes intolerantes y poco empáticas, a perder en definitiva aquello en lo que creemos y nos hemos obligado, en definitiva: el respeto por los derechos humanos.



[1] Garton Ash, Timothy (2017:499). Libertad de palabra. Tusquets Editores.
[2] Ibídem (2017:502)
[3] Ibídem (2017:386)
[4] Polanyi, Karl. Nuestra obsoleta mentalidad de mercado.

jueves, 12 de octubre de 2017

El gobierno es de los hombres, no de las leyes

En estos tiempos convulsos y complejos es necesario saber diferenciar los medios y los fines. En un Estado de Derecho el cumplimiento de las leyes es un medio que mantiene el orden establecido. Las leyes son las reglas de juego que como sociedad nos damos para una vida en común más beneficiosa para todos. Cuando una ley, se entiende que no es funcional, se cambia mediante el consenso democrático. No obstante, nunca deberían anteponerse las leyes al principio democrático, al gobierno de la propia ciudadanía ya que ésta es el fundamento de la sociedad.

Las personas son fines en sí mismos y la libertad de expresión es una libertad esencial en la vida social. Pero el poder de unos no puede eclipsar la palabra de nadie. Para que esto fuera posible se debería poseer una verdad absoluta y esto en las relaciones entre las personas no se puede garantizar. Así podemos decir con John Stuart Mill: ”Si toda la especie humana no tuviera más que una opinión y solamente una persona fuera de la opinión contraria, no sería más justo que la humanidad impusiera silencio a esta sola persona, que si ésta misma, si tuviese el poder suficiente para hacerlo, lo ejerciera para imponer silencio al resto de la humanidad.[1]

En lógica “Una posición coherente será conceder la presunción de legitimidad a las leyes de los regímenes democráticos que se ajustan al imperio de la ley, pero no a las dictaduras ajenas a la ley. Pero si bien es sencillo establecerlo como teoría, en el mundo real no encontramos una simple dicotomía blanco-negro  --a la izquierda, las ovejas del impero de la ley; a la derecha, las cabras sin ley--, sino una escala dinámica en la que muchos países ocupan posiciones intermedias.[2]” Incluso con leyes aprobadas democráticamente no es fácil establecer una simple dicotomía, un pensamiento “bipolar”, ya que podemos encontrar muchas diferencias de interpretación, desde las muy gruesas hasta las muy tenues. Pero, además,  puede pasar como en nuestro país que se denuncia el incumplimiento de la Ley y a la vez los que hacen esta denuncia la incumplen en muchos de sus mandatos. La ley de Leyes, la Constitución, es utilizada como bandera y estilete para dar razón a muchos argumentos, cuando, por otra parte la Constitución se sacrifica en el altar de la corrupción y de la mentira por los que tienen que defenderla  y aplicarla.

Nos dice Garton Ash que “Cuanto menos democrático es un sistema político, más difícil resulta influir en él. La libertad de expresión es a un tiempo causa y efecto de una libertad más amplia.[3]” Es una frase que debería enseñarnos en estos momentos difíciles de nuestra querida España. Una frase que los defensores de la libertad deberían aplicar en aras a demostrar que siguen verdaderamente sus propias ideas. Deberíamos saber que las personas son fines en sí mismos y que, en consecuencia  “La esencia de ser ciudadano de una democracia radica en que se puede trabajar para cambiar las leyes bajo las que uno vive.[4]” Las leyes no pueden estar inscritas en piedras de molino, sin permitir cambio ni modificación. Deben acomodarse a los tiempos y a las necesidades de las personas, igual que lo tiene que hacer la economía.

Las banderas mantienen un mundo dividido en el que pueden gastar billones en material de guerra y dejar morir a ciudadanos de la propia sociedad; no digamos ya “extranjeros”. Podemos gastar 90 millones de euros en un solo avión de combate, millones que perdemos si se estrella, o desperdiciamos si no se utiliza, y recortamos sin piedad el dinero dedicado a la sanidad, la educación y la dependencia. Mie pregunto ¿qué fines perseguimos? ¿Qué prioridades nos damos como sociedad?
El Artículo 155 de nuestra Constitución es claro:
1.       Si una Comunidad Autónoma no cumpliere las obligaciones que la Constitución u otras leyes le impongan, o actuare de forma que atente gravemente al interés general de España, el Gobierno, previo requerimiento al Presidente de la Comunidad Autónoma y, en el caso de no ser atendido, con la aprobación por mayoría absoluta del Senado, podrá adoptar las medidas necesarias para obligar a aquélla al cumplimiento forzoso de dichas obligaciones o para la protección del mencionado interés general.
2.       Para la ejecución de las medidas previstas en el apartado anterior, el Gobierno podrá dar instrucciones a todas las autoridades de las Comunidades Autónomas.

No obstante, los políticos tienen que buscar con ahínco el interés general de todos los españoles. No se puede hacer oídos sordos a las ideas de millones de ciudadanos porque no coinciden con las nuestras. Tienen la obligación de dialogar y aprender de otros planteamientos sin pensar que sólo ellos están en la verdad absoluta. Si piensan así nos darán un espectáculo que mostrará su incumplimiento como representantes de nuestra sociedad. Darán muestras de lo poco que estamos evolucionando y de los pasos atrás que estamos dando, aun con el aplauso de aquellos que tienen más fácil seguir que pensar.

Para dar un salto cualitativo como personas, necesario en este tipo de crisis, debemos crecer en empatía y simpatía. Pero, para sentir empatía y simpatía es necesario personas sanas, sin problemas vitales; personas maduras y libres de todo tipo de coacciones, que puedan debatir sin amenazar, que puedan negociar sin vencer, sin pensar en proselitismo electoral. Ni el Gobierno, ni los periódicos pueden ser simples autistas, inmersos en su  mundo ideológico y fundamentalista.




[1] Stuart Mill, John (1.991:87) Sobre la libertad. Espasa Calpe.
[2] Garton Ash, Timothy (2017:87) Libertad de palabra. Tusquets editores.
[3] Ibídem (2017:94)
[4] Ibídem (2017: 93)

sábado, 7 de octubre de 2017

¿Qué pasaría si Cataluña…?

Parece que la apuesta catalana por la independencia está resultando nefasta para los propios ciudadanos. Los bancos y las empresas huyen y se instalan en otras comunidades viendo como con esta decisión vuelven sus acciones al verde, cuando estaban muy debilitadas en días previos por el hecho catalán. Todo ello, a mi modo de ver, demuestra, y deja patente, quién sigue teniendo el poder: el capital. El capital no siente solo busca reproducirse geométricamente.

Los sucesos de los últimos días en Cataluña no hacen sino reafirmar una lucha de poder no sólo entre políticos con distintos intereses, no sólo entre ciudadanos con distinta forma de ver el mundo y su futuro, sino, sobre todo la lucha entre el capital y los propios ciudadanos. Por eso hay a quien le interesa dar por perdida esta lucha de poder, incluso antes de que comience. Poner en marcha un experimento que puede tener resultados positivos o no, es un riesgo que debe ser torpedeado antes de que nazca, por el hecho de que los muros y la inestabilidad siempre pueden perjudicar a los negocios lucrativos de unos pocos. A pesar de que lo que más debiera preocuparnos es el hecho de que los muros y la inestabilidad principalmente perjudican a las personas.

¿Qué pasaría si Cataluña ante la huída de los bancos allí instalados creara una banca pública? ¿Qué pasaría si con un banco central que tuviera competencia para emitir su propia moneda emitiera moneda para cubrir las necesidades de sus ciudadanos y permitiera dar cobertura financiera a las empresas dedicadas a producir bienes básicos, bienes duraderos y dar servicios que mejoraran la vida de sus ciudadanos? ¿Qué pasaría si generara una banca privada ética? ¿Qué pasaría si se generara empleo de calidad y decente y no precario e inseguro? ¿Qué pasaría si las relaciones entre las personas y las instituciones no fueran hipercompetitivas y se basaran en la cooperación? ¿Qué pasaría si…?

En una economía de demanda la disponibilidad monetaria de la población permite un desarrollo de la economía estimulando la producción y los servicios. Sin embargo, en una economía de la austeridad, en la que además los que acumulan el capital lo llevan de un lado para otro dependiendo de su multiplicación mágica, como los panes y los peces, sin importarles ni las personas, ni los compromisos, ni los territorios, ni las banderas; en una economía así perdemos todos. Hay, además, suficiente evidencia para respaldar las palabras del filósofo esloveno Slavoj Zizek “La política de la austeridad no es ninguna ciencia, ni siquiera en un sentido mínimo. Está mucho más cerca de una forma contemporánea de superstición.”

En un mundo hipercompetitivo se afloran dolorosamente las desigualdades, se ponen límites a los territorios, se aman las banderas por encima de las personas, se buscan grupos que nos saquen de nuestra vida insustancial. En un mundo hipercompetitivo buscamos más aquellos que nos diferencia que aquellos que nos une, buscamos que nuestra razón, nuestro grupo, nuestra familia, nuestra ideología, se imponga y no vemos aquello que nos complementa y ayuda, que nos permite vivir una vida más  plena.

Es verdad que estamos en un Estado de Derecho y que las normas que nos damos deben de regir nuestra convivencia. Que debemos buscar el cambio de las mismas antes de imponer un criterio que no esté amparado por las leyes. Pero también es verdad que a veces la tiranía de la mayoría impide ver, en su obcecación en la posesión de la verdad, el sufrimiento y las necesidades que están expresando reiteradamente sectores de la sociedad; impide ver posibilidades de acción que mejoren la convivencia y la mejora de nuestras sociedades.

Las personas, los Derechos Humanos, siempre tienen que ser el faro y guía  de nuestras acciones. No son las banderas, no son los territorios, no son las razas, ni los colores los que tienen que darnos las pautas de nuestras actuaciones, y menos en un mundo globalizado. Cuando lo que nos hace más humanos: la palabra, sólo sirve para lanzar dardos y no para buscar un diálogo productivo. Cuando la búsqueda de la victoria y la derrota del otro es lo que prima, tenemos que admitir que las consecuencias no van a ser nada halagüeñas para la mayoría.

¿Cómo podemos sentirnos orgullosos de lo que está pasando en estos días en España? ¿Cómo podemos sentirnos orgullosos de lo que pasó el 1-O? ¿Quién puede sentirse orgulloso cantando “a por ellos”? ¿Quién puede sentirse orgulloso de un empecinamiento que puede perjudicar a sus conciudadanos? ¿Quién, como ha pasado en la historia humana y sin aprender, todavía defiende sus ideas con la violencia? ¿Dónde está la empatía entre las personas? ¿Dónde está la evolución?

Así no…, así, perdemos todos.

Los humanos No somos tan inteligentes

En un mundo en el que la información circula a velocidades siderales, en el que el conocimiento del medio es cada día mejor, sorprende que...