martes, 29 de noviembre de 2016

En el mundo del trabajo neoliberal

No podemos decir que las relaciones de trabajo que actualmente están presentes en nuestras sociedades no habían sido analizadas con precisión desde hace muchos años. Las consecuencias del mundo neoliberal ya habían sido advertidas por distintos autores. En el presente artículo voy a referirme al libro del psiquiatra y psicoanalista francés Christophe Dejours, titulado: Trabajo y sufrimiento. El libro fue publicado en francés en el año ya lejano de 1998 y con el título original: Souffrance en France: La banalisation de l’injustice sociale. En castellano fue editado en el año 2009. Creo no obstante, que las reflexiones y consideraciones del autor, son tremendamente actuales y certeras y, deben ser tenidas en cuenta.

Dejours nos dice que “Las relaciones de trabajo, son en primer lugar, relaciones sociales de desigualdad […] verdadero laboratorio de experimentación y oportunidad de aprendizaje de la injusticia e iniquidad, tanto para los que son sus víctimas como para  los que sacan provecha de él” Pero igualmente que “El trabajo puede ser también el mediador irremplazable de la reapropiación y la autorrealización.” Considera que lo que inclina la balanza, lo que puede hacer del trabajo una herramienta de autorrealización o  de injusticia, “El elemento decisivo que hace volcar la relación  con el trabajo  del lado del bien o del mal, en el registro moral y político es el  miedo.” (pág. 186)

Está convencido de que “Las nuevas formas de organización del trabajo [extremadamente competitivas] de las que se alimentan los sistemas de gobierno neoliberal tienen efectos devastadores sobre nuestra sociedad. Amenazan efectivamente a nuestra vida cotidiana y nos acercan a la decadencia, hacia la trágica separación entre el trabajo y la cultura (si por cultura se entienden las diversas modalidades por medio de las cuales los seres humanos se esfuerzan por honrar la vida.)” (pág. 203)

Se pregunta ¿Cómo somos capaces de aceptar sin protestar unas exigencias laborales cada vez más duras, aun sabiendo que ponen en peligro nuestra integridad mental y psíquica? Y ¿Cómo es posible que la gran mayoría de los ciudadanos puedan mirar a otro lado ante la suerte de los parados y los nuevos pobres? También le resulta chocante ver la aceptación de la humillación que de forma cotidiana se presenta en tantos lugares de trabajo.

El autor en el texto trata de comprender el porqué de la extraordinaria tolerancia de nuestras sociedades a una organización del trabajo que, por un lado genera rápido y grandioso enriquecimiento, mientras que por otro provoca una pobreza y una miseria estremecedora que, a su vez, genera todo tipo de desgracias, patologías individuales y violencias colectivas. Considera que “el sistema neoliberal, incluso si hace sufrir a los que trabajan, sólo puede mantener su eficacia y su estabilidad si cuenta con el consentimiento de aquellos que le sirven.” Y una de las razones que encuentra es la banalización del mal, como “proceso que favorece la tolerancia social ante el mal y la injusticia, proceso por el cual hacemos pasar por infelicidad algo que, en realidad, tiene que ver con el ejercicio del mal que algunos cometen contra otros.” (pág. 32)

“Al hablar de banalización del mal, no entendemos sólo la atenuación de la indignación frente a la injusticia y el mal sino, más allá de ello, el  proceso, que por un lado, desdramatiza este mal (que no debería nunca ser desdramatizado) y, por el otro, moviliza progresivamente una cantidad creciente de personas al servicio del cumplimiento del  mal, haciendo de ellas colaboradores. Nuestra tarea es comprender como y por qué la buena gente oscila entre colaboración y resistencia al  mal.” (pág. 182)
En el libro se estudia con detalle el texto de Hannah Arendt “Eichann en Jerusalén”, donde la autora empleó la expresión la banalidad del mal. Establece la normopatía como característica más relevante en el proceso de banalización. Son personas normales, vulgares, no son ni héroes, ni fanáticos, ni enfermos, no son perversos, ni paranoicos. Los normópatas que tienen éxito en la sociedad y el trabajo, se instalan cómodos en el conformismo, como en un uniforme, y por ello carecen de originalidad, de personalidad.

El análisis de Dejours llega a advertir caminos paralelos entre el nazismo y el neoliberalismo, si bien deslinda los distintos objetivos de ambos. “Entre los objetivos a los que se consagra la banalización del mal, o entre las utopías a las que sirve. En el caso del neoliberalismo, el  objetivo perseguido en última instancia es la búsqueda de beneficios y de poder económico. En el caso del totalitarismo, el objetivo es el orden y la dominación del mundo. Para la racionalización neoliberal de la violencia, fuerza y poder son instrumentos de lo económico. Para la argumentación totalitaria, lo económico es un instrumento de la fuerza y poder. La diferencia aparece también, durante las etapas ulteriores del proceso, en los medios implementados: intimidación en el sistema neoliberal, terror en el  sistema nazi. (págs. 184-185)

Por todo ello, en el análisis de la racionalidad pática sugiere que la violencia y la injusticia comienzan generando, en primer lugar un sentimiento de miedo, por lo que es legítimo preguntarse “si el miedo (que además puede surgir sin que medie violencia ni amenaza real o actual) no será ontológicamente anterior a la violencia, en contraposición con la idea de que la violencia será previa y estaría en el origen de la infelicidad de los hombres.” (pág. 188)


En estos días en los que el miedo se utiliza profusamente para ganar votos y en los que los índices de pobreza y desahucio son remarcables, me pregunto si no tendremos que pararnos, hacer una pausa, y pensar sobre el mundo al que las rivalidades partidistas nos están encaminando: ¡a la deriva, siempre a la deriva, para qué pensar!

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Puertas giratorias y persistencia de un modelo energético dañino

Si analizamos la verdadera gravedad de que algunos de los altos cargos y presidentes de los gobiernos anteriores hayan terminado como consejeros de las grandes empresas energéticas españolas, nos sorprenderá constatar que no sólo se han aprovechado y se aprovechan del cargo político que tuvieron y reciben por ellos grandes emolumentos que se nos pueden antojar injustos, teniendo en cuenta la pobreza energética y como lo está pasando gran parte de la población española con la actual crisis, sino que, además, nos obliga a soportar un modelo energético caduco y dañino para la población y para el medio ambiente.

Un cambio en la política energética es, sin duda, necesario: “El importe estimado que Europa pagará si no cambia nada para adquirir combustibles fósiles en el periodo 2015-2050 será astronómico, de más de 32 billones de euros. La misma factura acumulada para España es de 4 billones de euros.[1]” Los ahorros que se pueden conseguir si se hace la transacción a las renovables ascenderían a 8,5 billones de euros en Europa y a 1,7 billones de euros en España. Si tenemos en cuenta, además, que España frenó en seco la transición a las renovables, pasando de ser puntera a nivel mundial a desanimar la transición poniendo, incluso, el famoso  impuesto al sol, que grava el autoconsumo de la energía producida por los paneles solares privados, mientras que Alemania con pocos días de sol, sin embargo, se ha puesto en cabeza en energías renovables y no ha dejado de bajar el precio de la electricidad desde el año 2011. El tema, sin paliativos, es muy grave, y más, si tenemos en cuenta que la pobreza energética mata a 7.000 personas al año en nuestro país.

Debemos ser conscientes de que las cuestiones más importantes de la estrategia energética no son técnicas o  económicas, son cuestiones sociales y éticas que, además, tienen solución claramente política. Dar solución a este problema es indicio del buen funcionamiento de las instituciones democráticas. Económicamente el tema también es fácil si tenemos en cuenta, por ejemplo, que “lo que a España le costó adquirir combustibles fósiles en 2012 fueron 50.000 millones de euros, [y además] la factura ciudadana, es decir, lo que los ciudadanos españoles realmente pagaron por la compra de gasóleo, gasolina, gas natural y electricidad ascendió, en realidad, a 125.000 millones de euros.[2]” Sin duda cantidades astronómicas que debieran hacer pensar a nuestros políticos en las mejoras que nos estamos perdiendo y los gastos que estamos dilapidando.

Existen además diferencias importantes entre las energías renovables y los combustibles fósiles. En el caso de las renovables la ventaja es que el aire, el sol y el agua son gratuitos. Incluso se puede prescindir de grandes equipamientos. Así una placa solar en el tejado de una casa representa el símbolo más representativo de lo que se viene denominando una cadena eléctrica corta. Sin embargo, el modelo fósil está caracterizado por ajustarse a una cadena eléctrica larga: extracción, transporte, elaboración y suministro. Además “Las fuentes fósiles generan energía mediante su combustión. Debido a ella se pierde, en forma de calor y de CO2, la mayoría de la energía inicial y tan sólo se aprovecha, de media, una cuarta parte de la misma.[3]

La privatización de las empresas energéticas, por otra parte, sólo ha servido para seguir perjudicando al ciudadano. “Según datos de Eurostat, España, que ha privatizado toda su producción eléctrica, es el cuarto país con la energía más cara de la UE (cerca de 0,24 euros por kWh, mientras que en Francia, que ha retenido la titularidad pública de la producción eléctrica, el precio no supera los 0,18 euros).[4]

El sistema, no obstante, se resiste a cambiar y los centros de poder luchan por mantener el statu quo. El mundo financiero supone un verdadero potosí para las élites. La especulación en el capitalismo de casino que nos trajo la actual crisis se fraguó en “los distintos regímenes de precios  [que] ayudaron a catalizar el progreso económico de determinadas naciones, así como a mantener un determinado orden internacional, además de servir en el último cuarto del siglo XX para lubricar financieramente el sistema con los petrodólares o los fondos soberanos[5].” Estamos, sin duda, en un mundo caduco en el que lo actual se resiste a desaparecer.

El Gobierno y su voluntad política tienen en su mano mediante el impulso de nuevas tecnologías  realizar un cambio de paradigma. “En el desarrollo de la aviación, la energía nuclear, los ordenadores, Internet, la biotecnología y los actuales desarrollos en la tecnología verde, es y ha sido el Estado –y no el sector privado—el que ha arrancado y movido el motor del crecimiento.[6]” Por contra “la mayoría de empresas y bancos prefieren financiar innovaciones incrementales de bajo riesgo y esperar que el Estado tenga éxito en áreas más radicales […] la tecnología verde requiere un gobierno atrevido que asuma el liderazgo, tal como ha ocurrido con Internet, la biotecnología y la nanotecnología[7].” No obstante, a pesar de  las ventajas que tiene el tránsito a las energías renovables, parece claro que el gobierno tiene las manos atadas por las grandes empresas eléctricas.

Lo preocupante es que uno de los retos más  acuciantes y necesarios es transitar hacia un modelo basado en las energías renovables. Pero la persistencia y el mantenimiento de las puertas giratorias, hace que el cambio necesario tenga que esperar. Las políticas de austeridad animadas y obligadas por la Unión Europea han actuado también de freno de mano ante las iniciativas del Estado en nuestro país. El futuro económico de España y el bienestar de los ciudadanos, son precios que vamos a pagar por el giro dado a las políticas de las renovables. Es necesario dar, por eso, un nuevo giro a estas políticas y además comprender la función de los distintos actores: “Si no comprendemos mejor a los actores implicados en el proceso de innovación, nos arriesgamos a que un sistema de innovación simbiótico, en el que el Estado  y el sector privado se benefician mutuamente, se transforme en un sistema parasitario, en el que el sector privado sea capaz de extraer beneficios de un Estado al  que al mismo tiempo se niega a financiar.[8]



[1] El cambio urgente y rentable. Ramón Sans Rovira. Alternativas Económicas núm. 41. Noviembre 2016, pág. 21
[2] Ibídem pág.22
[3] Ibídem pág. 20
[4] Medina Miltimore, Stuart (2016:153). El Leviatán desencadenado. Lola Books.
[5] Mañé Estrada, Aurelia (2016:121). El gran negocio mundial de la energía. RBA
[6] Mazzucato, Mariana (2014:43). El Estado emprendedor. RBA.
[7] Ibídem (2014:36-37)
[8] Ibídem (2014:62)

jueves, 17 de noviembre de 2016

¡Populistas!

En nuestro país el término populismo se ha puesto de moda para denostar y descalificar a determinado partido. Cualquier acontecimiento social es aprovechado por periodistas acomodados para, mediante la palabra mágica “populista”, generar miedos y emociones negativas en las mentes de sus oyentes y lectores. Esta palabra se ha convertido en el argumento más fácil  y malévolo para tapar realidades y evitar verdaderos debates que pudieran ser útiles para la sociedad.

Populista significa “perteneciente al  pueblo”,  por lo que,  por sí mismo, el término no tendría que suponer ninguna connotación peyorativa; otra  palabra democracia: “poder del pueblo”, atribuye al pueblo el poder político y es ensalzada por todos y temidos los efectos de su debilitación. Populista según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua es definido como “perteneciente o relativo al populismo”. Y populismo como “tendencia política que pretende atraerse a las clases populares.” Sin embargo, se pretende hacer ver a la población y destacar, que quien emplea las necesidades, las frustraciones, la indignación o la necesidad de eliminar la corrupción de la vida pública lo hace de un modo interesado, para sus propios fines partidistas y no como propuestas de solución para los verdaderos problemas de los ciudadanos de una país que claman por unos derechos y libertades o estado de bienestar social que pudiera haberse perdido o perderse. Esta intencionalidad peyorativa del populismo entiende que las propuestas de igualdad social que pretenden favorecer a los más débiles es un uso instrumental de los partidos políticos que enarbolan estas necesidades ciudadanas en beneficio propio.

En principio, como se ha dicho, no es un término al que se le encuentre un lado negativo. No obstante, en el ámbito político, el populismo apela a la intención de ganarse al pueblo mediante promesas que nos se van a cumplir. La demagogia consiste en apelar a prejuicios emociones, miedos y esperanzas de los ciudadanos para obtener el apoyo electoral con finalidad principalmente electoralista. Lo gracioso de esta argumentación es que nos lleva a considerar populistas, con evidencia empírica, a aquellos partidos políticos que ya han asumido la tarea de gobernar y no han cumplido sus promesas electorales. Y son precisamente estos partidos los que vienen etiquetando de populistas a aquellos que todavía no han gobernado, porque consideran, en aras a su propio interés, que sus propuestas son incumplibles. Sin querer, no obstante, reconocer que ellos ni cumplieron sus promesas, ni sus actuaciones han servido para alcanzar los objetivos que se propusieron.

En el ámbito político, por tanto, se emplea el término populismo para atacar o denostar al adversario de manera interesada y supone una especie de espejo que sólo proyecta la realidad de aquel que los está denunciando y,  realmente,  sólo procura un mayor número de votos al propio denunciante. Y es que quien denuncia sólo tiene intención de transmitir a la población la descalificación del otro y, si se analiza un poco más nuestra realidad política, lo hace mediante una transferencia de sus propios actos. Estos denunciantes son capaces de defender, al socaire de sus metas, la necesidad política y económica de que unos ganen miles de euros diarios y otros no los ganen en su vida, defender la sinrazón de muertes inútiles dentro y fuera del Mediterráneo y guerras sanadoras, defender que los pobres se  lo merecen mientras los ricos multiplican sus riquezas sin esfuerzo y especulando adictivamente.

¿Es populista aquél que procura el bien del pueblo? ¿Quién y en base a qué se considera que las propuestas son o no posibles a priori? ¿Qué evidencias pueden aportar los que tienen siempre en boca la palabra populista para manipular a la población con su marketing verdaderamente populista? ¿Por qué siempre son los otros los que están equivocados? El respeto a las ideas de todos los ciudadanos es la base de la democracia. Pero, la falta de compromiso con la verdad y la desidia en el esfuerzo son el soporte de las posturas intolerantes y poco democráticas. Se requiere una cultura ética para poder conseguir un mundo mejor para todos y evitar los riesgos que apuntan a un colapso irremediable si seguimos con posturas egoístas e insolidarias. Einstein ya nos adelantó que “Sin ética no hay esperanza para la humanidad.”

El meollo y el soporte del pluralismo político son el diálogo, la tolerancia y el respeto. Utilizar la palabra “populista” en términos peyorativos no dice nada a favor de aquellos que la usan para esconder sus debilidades, sus intenciones y sus embustes. Sin embargo, estos son los que siguen sacando réditos en forma de votos y siguen gobernando a pesar de ser la imagen precisa y bien conformada de lo que ellos llaman populismo. El manoseo de las palabras va en contra de la verdad y así de tanto abusar del término populista estamos, incluso, desgastando también la DEMOCRACIA.

viernes, 11 de noviembre de 2016

La banalidad del mal

La corrupción se extiende como mancha de aceite por toda la sociedad, pero los resultados de las  distintas elecciones habidas en nuestro país en el último año, parecen avalar que estamos banalizando el mal; expresión que utilizó y analizó Hannah Arendt en su libro Eichmann en Jerusalén. Nuestra sociedad de hoy, parece demostrar que nuestros conciudadanos consideran que es mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer y que los males que nos aquejan son males necesarios y comunes. No cabe duda de que para llegar a esta situación los medios de comunicación vinculados a los poderosos han entrado en pie de guerra para cerrar toda la posibilidad a nuevas ideas y sensibilidades. Y no sólo a nuevas ideas sino a la posibilidad de que el pueblo pueda ponerse a pensar. Confundir, dar espectáculo y banalizar el mal podría ser su lema.

Nos hemos acostumbrado tanto a los casos de corrupción que parece ser la forma habitual de comportarse de nuestros ciudadanos. Asumimos la corrupción como si fuera la carrera universitaria más aplaudida en nuestro país. Debemos tener en cuenta que “La banalidad del mal no tiene que ver con la psicopatología, sino con la normalidad, aun si la característica de esta normalidad es la de ser funesta y siniestra[1].” Y, así se pregunta el psicoanalista y psiquiatra francés Christophe Dejours “cómo la racionalidad ética puede perder su puesto de mando, al punto de resultar no borrada, pero sí invertida.[2]

Los ciudadanos que vivimos en democracias creemos estar por encima de los demás, aquellos que viven en otros sistemas políticos, pero algo está afectando a nuestros sentimientos, algo está anestesiando nuestro sentido de justicia. A mayor corrupción, a mayor número de muertes de inmigrantes, a mayor número de mentiras demostradas, a mayor número de guerras y muertes innecesarias, a mayor desigualdad y pobreza; el mundo democrático más se mantiene en posturas radicales y extremistas a favor de valores insolidarios y contrarios a los derechos humanos.

El aumento de la desigualdad en los países desarrollados, entre los que España y Estados Unidos son punteros y paradigmáticos, nos demuestra la división que algunos pretenden de la humanidad y, por tanto, el descenso del humanismo de forma acelerada. En nuestro país sabemos que no sólo las clases medias están siendo perjudicadas por el pensamiento mágico del neoliberalismo sino que ha sido el 20% más pobre de la población española el que más renta ha perdido en estos últimos años, lo que demuestra la baja moralidad de nuestras políticas. En España los ricos son cada vez más ricos, y los pobres son cada vez más pobres, y la brecha entre unos y otros seguirá aumentando mientras no se tomen medidas que cambien la dirección actual.

El informe de la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social (EAPN), nos dice que en España hay 13 millones de personas en riesgo de pobreza o exclusión y de esos 13 millones, 3,5 se encuentran en una situación de pobreza severa. Sin embargo, se sigue desahuciando a gente atrapada por el juego sucio de los bancos que sólo sirvió para beneficio de ellos mismos. Se venden viviendas públicas a los fondos buitres para que sigan cerrando la horca de la que penden los inquilinos y así hacer negocios rentables con el dinero de todos.

Escribía también Hannah Arendt que “Solamente en los casos en que tenemos buenas razones para creer que esas condiciones podrían ser cambiadas, pero no lo son, estalla la furia. No manifestamos una reacción de furia a menos que nuestros sentido de justicia se vea atacado”. Creo que las condiciones, fuera de un falso populismo, pueden ser cambiadas. Y para cambiar las condiciones de esta situación, a mi modo de ver claramente injusta, la base tiene que ser el cambio de nuestros valores. Por ello se necesita educar en valores democráticos que busquen una sociedad más justa en la que todos podamos vivir dignamente y perseguir nuestro desarrollo integral.

Hasta el propio Papa se pregunta ¿por qué salvamos a los bancos y no a los emigrantes?, mientras la mayoría de la ciudadanía vota a favor de que los mercados lo arreglarán todo e insensibles a la realidad social, se permite y se banaliza la corrupción, la injusticia, la desconsideración al emigrante, la despreocupación con el desahuciado, la indiferencia ante el que queda atrás en la carrera competitiva de este capitalismo desenfrenado.

La escisión del yo, es una de las razones que apuntan los expertos. La facultad de pensar se suspende en sectores concretos, pero, en cambio, se mantiene ejerciéndose de modo correcto en los demás sectores de la vida privada: educación de los hijos, trabajo, vida amorosa, intereses artísticos y culturales, etc. La ausencia de pensamiento en aquellos sectores contra los que no se puede luchar, en sectores en los que nos sentimos impotentes, en los que sentimos miedo e inseguridad, podría ser la causa de la maldad banalizada.

Es importante recordar y grabar en nuestra mente lo que nos decía la ONU en la Declaración Universal de los Derechos Humanos: “la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana; [...] el desconocimiento y el menosprecio de los Derechos Humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad y que se ha proclamado como la aspiración más elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y la miseria disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias.” No se puede tener una conciencia laxa frente a lo que pasa. No se puede educar sólo para competir y ganar a los demás en un mundo en el que al final todo se perderá. Hay que educar para convivir y buscar una vida libre y digna para todos.



[1] Dejours, Christophe (2009:114). Trabajo y sufrimiento. Editorial Modus Laborandi S.L.
[2] Ibídem (2009:115).

sábado, 5 de noviembre de 2016

Una política de pleno empleo


El libro Economics of Employment del economista ruso Abba P. Lerner, publicado en 1951, no es de ningún modo un texto que se pueda considerar obsoleto especialmente en la actual coyuntura de nuestro país. La falta de empleo y el enorme paro se consideran el principal problema según nuestros ciudadanos. En la última encuesta del CIS el 71,6 % de los encuestados veían el paro como el principal problema. Sin embargo, el bochornoso espectáculo de los partidos políticos de nuestra querida España sirve como cortina de humo, como medio de desviación de la atención, para tapar su corrupción e ineptitud y para no aportar ninguna solución verdadera a este problema acuciante. Lo cual nos da a entender que para algunos partidos políticos la situación de paro y escasez de empleo es la adecuada[1], ya que así en el juego de la oferta y la demanda, la mayor oferta de trabajo hace posible la disminución de los costes salariales, contribuyendo, de esta manera, a una mejora de la competitividad de las empresas exportadoras y al incremento de beneficios de las más.


Obviamos, como nos decía el propio Lerner, que “La ventaja más clara del pleno empleo es que podemos disponer de una mayor cantidad de bienes y servicios que en la depresión. Esta ventaja es tan grande que [...] sorprende su magnitud y [...] nos hace suponer que es la razón más sólida para poner en práctica la política de pleno empleo.” Warren Mosler, pionero en la defensa de la Teoría Monetaria Moderna (TMM), también apuntaba en su libro Los siete fraudes inocentes capitales de la política económica: “Cuando trabajamos por debajo de nuestro potencial –por debajo del pleno empleo- estamos privando a nuestros hijos de bienes y ser­vicios reales que podríamos estar produciendo para ellos. Del mismo modo, cuando reducimos nuestro apoyo a la educación superior, esta­mos privando a nuestros hijos del conocimiento que necesitarán para ser lo mejor que puedan ser en el futuro. Así, también cuando reali­zamos recortes en la investigación básica y la exploración del espacio, estamos privando a nuestros hijos de todos los frutos de ese trabajo y, en su lugar, los estamos transfiriendo a las colas del paro.”


La pérdida de producción y el capital humano devaluado y desmotivado es el pre­cio real que la sociedad, nosotros y nuestros hijos estamos pagando ahora y que hace menos esperanzador tanto el presente como el futuro. Es una locura vivir con menos de lo que podemos producir, sin menoscabar el medio ambiente, y sostener niveles al­tos de desempleo (junto con toda la delincuencia asociada, problemas familiares, problemas médicos, problemas éticos, etc.), mientras privamos a nuestros hijos de las inversiones reales que se habrían hecho para ellos, si supiéramos cómo mantener nuestros recursos humanos y técnicos en pleno empleo y pro­ductivos.


Lerner nos decía que la Hacienda Funcional (HF) es la política más realista que procura lograr el alto pleno empleo, que regula el nivel de gasto requerido en el circuito económico y, por consiguiente, el volumen de empleo. Su propósito es evitar que la economía caiga en los extremos de la deflación o la inflación. Es verdad que el aumento de empleo genera una mayor corriente de gasto en bienes y servicios y existe un punto donde no es posible generar más empleo sin inflación “La forma de evitar la inflación es asegurar que el crecimiento de las rentas agregadas no supere la capacidad de crecimiento de la oferta agregada[2].” También es verdad que cuando el nivel de gasto es insuficiente, y se mantienen recursos ociosos se produce deflación; la demanda agregada es baja debido al paro y no pueden venderse todos los productos estocados en el mercado. La forma de evitar la deflación es permitir que los recursos ociosos existentes en la sociedad se incorporen al mercado de trabajo con la creación de nuevos empleos que aumentarán la demanda agregada de productos.


Según William Mitchell, puntero en la defensa de la Teoría Monetaria Moderna (TMM) “podemos afirmar que allá donde hay altos niveles de desempleo, el gasto público es demasiado bajo con respecto a la actual recaudación de impuestos, o que los impuestos son demasiado altos en relación al nivel de gasto público.” Y por ello le “Resulta casi increíble que los ciudadanos toleren gobiernos que deliberadamente obligan a millones de personas de todo el mundo a caer en el desempleo debido a la ausencia de una cierta cantidad de financiación que el gobierno siempre puede proporcionar.”


Señalar por último que mantener el Euro es otra de las causas que hace difícil llevar a cabo una política de pleno empleo. La lógica del “patrón oro” ya no es aplicable a los sistemas monetarios modernos, como viene demostrando la TMM. Incluso como nos dice Stuart Medina “No sería muy aventurado suponer que la necesidad de mantener el tipo de cambio fijo fue una de las causas que explican las tradicionalmente elevada tasa de desempleo de la economía española en los años 80 y 90.[3]” Y como se ha demostrado en múltiples ocasiones en distintos países “mantener un tipo de cambio artificial nos expone a agresiones de los especuladores que resultan muy costosas para la sociedad.[4]”


Debemos descolonizar nuestro pensamiento. Sí, hay alternativas a la actual política cicatera y esclavista con los más necesitados. La respuesta no es la austeridad expansiva, concepto que así mismo se rechaza por imposible. Tampoco devaluar los contratos, reducir los salarios, presionar la vida de los ciudadanos mediante la inseguridad, la necesidad y el miedo: no son soluciones válidas, ni éticas. El pensamiento cerril que nos impone una sola forma de ver la economía, sólo es un pensamiento interesado de aquellos que lo imponen con ocasión del excesivo poder que han adquirido extrayendo riqueza no merecida de la sociedad globalizada. La respuesta ya la puso en marcha tímidamente el Presidente Zapatero con su plan E, la respuesta tiene que venir del gasto público, pero no dando dinero a los bancos para que se pierda por el sumidero, sino realizando inversiones y posibilitando que los ciudadanos tenga más posibilidades de compra. Pero, para esto, se necesita que nuestro Estado tenga control sobre su moneda y libertad de déficit que, sin embargo, fue constreñido con la reforma del artículo 135 de nuestra Constitución.




[1] Para algunos intereses mantener “un ejército de reserva de parados” supone la contratación de personas con necesidad a un menor coste.
[2] Medina Miltimore, Stuart (2016:156). El Leviatán desencadenado. Lola Books.
[3] Medina Miltimore, Stuart (2016:239). El Leviatán desencadenado. Lola Books.
[4] Medina Miltimore, Stuart (2016:240). El Leviatán desencadenado. Lola Books.

Los humanos No somos tan inteligentes

En un mundo en el que la información circula a velocidades siderales, en el que el conocimiento del medio es cada día mejor, sorprende que...