viernes, 22 de septiembre de 2017

Cuando el conflicto se convierte en tapadera

Viendo lo que ocurre entre los políticos de nuestro entorno, no me queda por menos observar que muy poco hemos evolucionado, que el infantilismo, o al menos la adolescencia, abunda en aquellos que tienen que dirigir las sociedades humanas. Aprender de situaciones precedentes debiera ser lo normal en el hombre. Pero parece que lo más habitual, sin embargo, es que el hombre sea un lobo para el hombre como ya señaló el filósofo Thomas Hobbes. Poco nos diferenciamos de otras especies que enseñan las garras y los dientes en un mundo, no obstante, más adverso. Pero el hombre, a pesar de que tiene más posibilidades, hemos de reconocer que se comporta con engaño, egoísmo y malicia; haciendo imposible la búsqueda de un mundo mejor para todos.

Incluso parece que las buenas intenciones de algunos políticos, lo único que pretenden es tapar y esconder tras cortinas de humo, las intenciones no declaradas. Ya que como nos decía el educador brasileño P. Freire “¿Cómo esperar de autoritarios y autoritarias la aceptación del desafío de aprender con los otros, de tolerar a los diferentes, de vivir la tensión permanente entre la paciencia y la impaciencia? ¿Cómo esperar del autoritario o de la autoritaria que no estén demasiado seguros de sus verdades? El autoritario que se convierte en sectario, vive en el ciclo cerrado de su verdad en el que no admite dudas sobre ella, ni mucho menos rechazos. Una administración autoritaria huye de la democracia como el diablo de la cruz.[1] “Y de sectarios partidistas estamos rodeados.

Y es que se nos llena la boca con la palabra democracia, cuando la estamos envileciendo, la estamos vapuleando sin misericordia día a día. Realmente no queda más remedio que más democracia para resolver los problemas que nos acucian. Pero en una democracia la tolerancia con las ideas del otro debiera ser un factor que procure el aprendizaje, que procure las ideas que no lleven a resolver los problemas. “Ser tolerante [nos dice también Freire] no significa ponerse en connivencia con lo intolerable, no es encubrir lo intolerable, no es amansar al agresor ni disfrazarlo. La tolerancia es la virtud que nos enseña a convivir con lo que es diferente. A aprender con lo diferente, a respetar lo diferente. En un primer momento parece que hablar de tolerancia es casi como hablar de favor. Es como si ser tolerante fuese una forma cortes, delicada, de aceptar o tolerar la presencia no muy deseada de mi contrario. Una manera civilizada de consentir en una convivencia que de hecho me repugna. Eso es hipocresía, no tolerancia. Y la hipocresía es un defecto, un desvalor. La tolerancia es una virtud. Por eso mismo si la vivo, debo vivirla como algo que asumo. Como algo que me hace coherente como ser histórico, inconcluso, que estoy siendo en una primera instancia, y en segundo lugar, con mi opción político-democrática. No veo cómo podremos ser democráticos, sin experimentar, como principio fundamental, la tolerancia y la convivencia con lo que nos es diferente.[2]

El diálogo, la búsqueda de opciones mediante la conversación sincera es imprescindible. El diálogo debe ser un encuentro entre seres humanos que puede ayudarnos a transformar el mundo. Sólo con el otro podemos transformar el mundo. Reconocer al otro es una forma de humanizar, humanizarnos y hacer el mundo más habitable. La violencia siempre genera violencia y pocas veces se puede terminar una negociación machando al contrario. No obstante, el remedio que aplicamos para resolver nuestras diferencias sigue siendo la solución militar, las guerras, el autoritarismo, el “porque lo mando yo”, incluso porque así lo dicen las leyes, aunque, por activo y por pasivo somos conscientes de que poco adelantamos con ello, salvo el beneficio de aquellos que aumentan su fortuna o su poder consiguiendo que todo siga igual. Los grandes cambios, no obstante, han surgido siempre como consecuencia de importantes evoluciones en la forma de pensar. Las ideas, por otra parte, siempre han sido los muros más difíciles de saltar. Aquello en lo que creemos como dogma de fe, porque en muchos casos se ha asentado en lo más profundo de nuestro ser, suele ser la prisión que no nos deja caminar: evolucionar. Por ello cambiar el esquema de pensamiento, la cultura, los valores, etc. puede ser un camino adecuado para el cambio y la resolución de conflictos.

No vivimos sólo para que nuestros sentidos perciban el mundo, sino también para que con nuestras acciones podamos modificar y conseguir un mundo mejor que nos encamine a un desarrollo de nuestras capacidades, y éstas, a la vez, nos ayuden a buscar valores que entronquen con nuestros fines, con el sentido último de nuestras vidas, o, al menos, nos permitan valorar las mejores decisiones que nos encaminen hacia un mundo más armónico y beneficioso para la humanidad. Para ello hay que huir, por principio, de la posesión de la verdad, ya que aquel que cree tenerla está encadenado a ella y no tiene libertad. La mejor herramienta para conseguir resultados beneficiosos en nuestras sociedades sigue siendo la educación, la educación abierta, dialogante y no doctrinaria, que ayude a conocer, comprender y humanizar a nuestros semejantes, generando compasión, generando incremento de empatía[3].

En estos tiempos capitalistas en los que la innovación ha reemplazado a la productividad, en los que las empresas innovadoras son las que crecen exponencialmente, nuestros gobernantes siguen anclados a formas que deberían haber sido enterradas hace mucho tiempo; formas que sólo demuestran el escaso nivel de empatía para realizar su trabajo, o, también, más que las ganas de mejorar la sociedad que dirigen, la intención de tapar sus debilidades, sus corrupciones, su egoísmo, su poca sensibilidad con los demás.



[1] Freire, P. (2005:19). Cartas a quien pretende enseñar. Buenos Aires: Silgo XXI.
[2] Freire, P. (2013:45). Pedagogía de la tolerancia. Rio de Janeiro: Paz e terra.
[3] Ver también mi artículo La humanidad cotiza a la baja.

sábado, 16 de septiembre de 2017

Descubriendo verdades: ¿quién paga los beneficios empresariales?

Tanto los seguidores de los economistas austriacos que propugnan un Estado Mínimo como los muchos seguidores del neoliberalismo actual que azotan con sus políticas austeras a los ciudadanos de muchos países y con anhelo privatizador, centran su política económica en las mejoras de los beneficios empresariales, mandándonos el mensaje de que habiendo beneficios todos ganamos. Aun sabiendo perfectamente que parte, incluso diría gran parte, de los beneficios empresariales son financiados por el Estado y conforme el arte económico actual de esos beneficios sólo recae en los ciudadanos la parte amarga de sufragarlos.

Así, si hablamos de políticas salariales, éstas van siempre en la misma dirección, se busca la reducción de los costes de la mano de obra y mediante la excusa de la competencia internacional, la globalización y las mejoras tecnológicas, los salarios tienden a cero con excepción, es verdad, de aquellos emolumentos de administradores y grandes especialistas que prosperan a base de reducir los salarios de los demás trabajadores.

Los despidos facilitados por la Ley de febrero de 2012 han facilitado, también, una reducción de costes empresariales importantes, al mismo tiempo que dejaban el marrón de la cobertura de las necesidades más perentorias de los ciudadanos al Estado. Éste ha tenido que abonar los costes del desempleo y de las políticas activas y pasivas de empleo. Además ¿Quién paga la precariedad rampante? Sin duda los trabajadores y, también, el Estado. ¿Quién se beneficia? Las empresas, aunque claramente no sus trabajadores, sino sus directivos y accionistas. Son muy transparentes las palabras del premio nobel de economía francés Jean Tirole: “Hoy, enlazar contratos temporales con paro, la rescisión de contratos y el paro de larga duración se traducen en subida de los impuestos o en un aumento de las cargas sociales, poco propicios a la eliminación del paro.[1]

La banca es el ejemplo más bochornoso, cuando su negocio especulativo con el dinero de los demás no puede mantenerse el Estado les da a fondo perdido miles de millones de euros que en la práctica se sacan de los recortes en bienes y servicios públicos y de los impuestos cargados al contribuyente. Pero, es que además, los bancos siguen obteniendo beneficios abusivos, por supuesto a costa de los propios ciudadanos, y  sus administradores y directivos siguen aumentando sus retribuciones  y riquezas como si fueran grandes figuras del deporte. La traca final ha venido con los desahucios de ciudadanos en muchas ocasiones por obra de los propios bancos, lo que ha supuesto el culmen del abuso, realizado por las ambiciones de unos y que han tenido que pagar aquellos que menos culpa tenían.

Las jubilaciones anticipadas o parciales llevadas a cabo por las grandes empresas son, también, regalos envenenados que han explotado en las propias manos del Estado, regalos que  el propio Estado ha tenido que costear y que en aras del equilibrio presupuestario, impuesto por  los neoliberales, han sido repercutidos, ¡cómo no!, a los ciudadanos, especialmente a los que tienen nómina. En el mismo sentido han obrado las deducciones y exenciones, tanto en beneficios como en contratación, de las que se han aprovechado especialmente las grandes empresas dejando, sin embargo, a un lado las necesidades básicas de muchos ciudadanos: niños, jóvenes y mayores.

Son estos tiempos de ampliación del espectro de rentas y de riquezas, en los que la desigualdad no hace más que aumentar; está claro que más que una crisis lo que está pasando es una expropiación soterrada de los beneficios sociales por parte de una minoría que ostenta el poder y da muestras de un gran egoísmo, egoísmo que no cesa y que nos llevará al desastre. Ya que este egoísmo no para ni ante los desastre ecológicos y el calentamiento global. Siendo los mayores negacionistas del cambio climático aquellos que siguen aprovechándose de sus riquezas esquilmándolas, pudiendo evitar en ellos sus consecuencias; viviendo donde les apetezca con suma seguridad y resistiendo a golpe de dólares fácilmente los embates de la naturaleza.

Las desigualdades que están mostrando las políticas neoliberales han sido repetidas y demostradas por activo y por pasivo. De hecho tanta información está sirviendo de anestesia y tanto número termina ofuscándonos. No obstante debemos constar nuevamente nuestro mundo desigual: “Vivimos en un mundo insultantemente desigual, en el que las 62 personas más ricas del planeta acumulan la misma riqueza que los 3.600 millones más pobres, en el que el 10 % más rico del planeta tiene más de a mitad de la riqueza del planeta, y en el  que se estima que hay 925 millones de personas que se encuentran en situación de hambre crónica a pesar de que el planeta Tierra genera dos veces más alimentos de los que sus 7.300 millones de habitantes precisan para vivir.[2]

La verdad es dolorosa pero aún peor es la realidad y la gran realidad es que este sistema económico injusto e inmoral se olvida del sufrimiento que está padeciendo muchísima gente.



[1] Tirole, Jean (2017:274) La economía del bien común. Taurus.
[2] Garzón, Eduardo. Desmontando los mitos económicos de la derecha (2017: introducción). Península.

domingo, 10 de septiembre de 2017

El dinero no puede escasear

Con el miedo metido en el cuerpo la mayor parte de los ciudadanos defienden que no hay dinero para las pensiones, no hay dinero para una mejora de los salarios, no hay dinero para generar puestos de trabajo aunque sean necesarios social y humanamente, no hay dinero para que todos los ciudadanos tengan los recursos mínimos para poder vivir con dignidad y desarrollar sus potencialidades, etc. Sin embargo, esta forma de pensar es un error garrafal que nos mantiene ciegos a las posibilidades de la economía. Los economistas neoclásicos y la mayoría neoliberal que actualmente dominan el pensamiento económico son culpables de sostener que el dinero es como una mercancía y, por tanto, puede escasear y su escasez hace que en el mercado su oferta y demanda pueda influir en el precio. No obstante, hasta el padre de la economía Adam Smith tenía claro que la riqueza de una nación no se mide en valores monetarios sino por su capacidad para producir bienes y servicios.

Los obsesos del equilibrio presupuestario, los que ponen por encima de las personas el déficit presupuestario, los austericidas, adalides de los recortes, de que los demás lo pasen mal y de facilitar los beneficios a los que más tienen, quitando, sin remordimiento, servicios públicos básicos y universales, han martilleado con el mantra de “no hay dinero”. Realmente, para ellos esto significa que no hay dinero para todo aquello que no les beneficie, que tenga que ver con la ayuda a los demás que no lo merecen. Así, todos sabemos que a la hora de evitar los descalabros de la élite se ha sacado dinero debajo de las piedras. Y es que hacer dinero actualmente, en contra de lo que nos han grabado en las mentes, no es tan difícil, mayormente sólo se necesita poner números en las cuentas bancarias oportunas. Mayormente se requiere sólo una decisión política.

Un ejemplo por muchos conocido y demostrativo de la realidad actual del dinero, tiene que ver con una anécdota que se cuenta del gobernador de la Reserva Federal de los Estados Unidos en los inicios de la crisis, crisis en la que nuestro país todavía está. Para evitar el derrumbe de AIG; la mayor compañía de seguros que, debido a los impagos provocados por la burbuja inmobiliaria, se estaba hundiendo; previo acuerdo de la Administración, se le concedió un préstamo de 85.000 millones de dólares, casi nada, y a la pregunta del periodista asombrado: ¿de dónde ha sacado la Reserva Federal ese dinero? ¿No será dinero de los contribuyentes? La contestación de Ben Bernanke, en aquel tiempo gobernador, fue “No. No es dinero de los contribuyentes. Los bancos tienen cuentas con la Reserva Federal, como usted puede tener una cuenta con un banco comercial. De tal forma, para conceder un préstamo a un banco, sencillamente utilizamos el ordenador para ampliar el volumen de la cuenta que tiene con la Reserva”.

El dinero, nos tenemos que dar cuenta, tiene que servir para mejorar la economía y la economía para el bien de todos los ciudadanos. Para ello, se necesita una nueva conciencia para un nuevo tiempo. El Foro de la Nueva Economía e Innovación Social (NESI) propone un cambio de valores, un sistema de derechos y valores en el que la justicia, la solidaridad, la sostenibilidad, la igualdad, la autonomía y la colaboración estén en su centro. Para ello la nueva economía tiene que anteponer cubrir necesidades a sólo satisfacer deseos; cuidar y vivir antes que consumir; solidaridad y colaboración en lugar de individualismo y competición; democracia  y distribución de la riqueza frente a la concentración de poder[1]. En esta nueva economía los bancos y las finanzas tendrán que estar al servicio de las personas y la mejora social, posición que nunca debieron abandonar. En esta nueva economía los Derechos Humanos, la armonía entre las personas y el planeta tienen que ser la prioridad.

Si podemos ver que el dinero no puede escasear, que no es una mercancía que el hombre necesite para vivir. Si somos conscientes de que tenemos 3.335.924 parados registrados a julio 2017 y 4.255.000 parados según la EPA de junio 2017, parados que pueden aportar su granito de arena produciendo bienes y servicios necesarios para la vida. Nos tiene que hacer daño y deberíamos decir ya basta al conocer que en los Presupuestos Generales del Estado del presente año 2017, se han asignado 342 millones de euros para la protección de la familia y para la lucha contra la pobreza infantil, y, sin embargo, se han asignado 32.171 millones de euros para pagar la deuda, deuda en gran parte abusiva y respaldada en la política del egoísmo y el individualismo; o los más de 60.000 millones dedicados a pagar el rescate bancario, dinero que ya deberíamos saber cómo fue creado y que no ha servido para mejorar la economía.

La obsesión relativa al equilibrio presupuestario en nuestro país está tan llena de incoherencias que nos está mostrando como el controlador, la Administración Central, es en realidad el que menos respeta la norma. Pero es que algunas Administraciones locales la están respetando y obteniendo incluso superávit (el Ayuntamiento que más ha reducido la deuda es el de Madrid, precisamente los que más se han esforzado en reducir la deuda han sido los Ayuntamientos coaligados con Podemos, irónicamente los que están más en contra de la regla de estabilidad presupuestaria) y es, en consecuencia, de locos que encima se pretenda que los ahorros se dediquen a reducir la deuda cuando los municipios, más sensibles con las necesidades sociales, la quieren dedicar a la política social. Esto no es ningún adelanto, esto es más de la misma medicina. Se necesita, sin duda, una nueva conciencia.



[1] Ver Alternativas Económicas. Septiembre 2017. Núm. 50 pág. 52.

lunes, 4 de septiembre de 2017

Siempre tropezamos en la misma piedra: la guerra

Hay algo en las personas, en sus relaciones dentro de las comunidades humanas, que impide aflorar soluciones a las desdichas de la mayoría. El dinero y el poder, es verdad, se erigen como instrumentos de competición que dividen más que unen. El juego otrora elemento de grandes momentos en la vida de las personas, se ha convertido en deporte, en el que la mayoría pierde y se endiosa a los ganadores. La virtud ya no está en la cooperación y la solidaridad sino en pulir tu cuerpo y mente para triunfar, no sobre uno mismo, sino sobre los demás. El producto que se nos vende es el triunfador de la justa, el que queda en pie después de haber masacrado a sus oponentes. Y así, en la relación entre los países, la guerra es el recurso inmoral para solventar disputas y erigirse en vencedor, pero, también, la guerra es la excusa, la piedra en el que los poderosos hacen tropezar a poblaciones enteras en beneficio propio.

Es sorprendente que sólo para hacer la guerra se ponen en marcha todos los recursos existentes en una sociedad, en un estado. Ningún otro objetivo consigue aunar tanta facilidad para disponer de aquello que muchos dicen que escasea: dinero. Pero, en la guerra lo que se tiene en cuenta no es tanto el dinero (Dios vacío), sino las posibilidades de generar bienes y servicios con un solo objetivo: ganar la guerra. Esta utilización de los recursos se nos invisibiliza en tiempos de paz a pesar de su lógica. Nos decía el gran economista Keynes “Con nuestros hombres desempleados y equipos sin utilizar es ridículo decir que no podemos permitirnos nuevos desarrollos. Es precisamente gracias a estos equipos y estos hombres que podemos permitírnoslos[1]”.

En las continuas crisis del sistema capitalista ha sido gracias a Keynes y sus políticas de gasto público contracíclico que hemos salido más o menos indemnes. No obstante, siempre ha habido una guerra a mano para excusar el mayor gasto necesario, la puesta en marcha de inversiones públicas y atacar el desempleo. Así, olvidamos viejas lecciones. ¿Cómo se provocó la II Guerra mundial? Básicamente por imposiciones imposibles de cumplir a los vencidos. ¿Cómo se salió de la II Guerra Mundial? A través del New Deal de Franklin Delano Roosewelt y políticas que hicieron posible los Estados de Bienestar Social, pero también y desgraciadamente por poner en marcha una maquinaria bélica en vez de una economía de paz. Nadie parece que se acuerde de las tres décadas de prosperidad sin precedentes, los treinta gloriosos que transcurrieron entre el final de la II Guerra Mundial en 1945 y la primera crisis del petróleo de 1973. Y, sin embargo, ¿Cuántas guerras se utilizaron por los Estados Unidos para hacer políticas Keynesianas de gasto público: Corea, Vietnam, Afganistán, Irak, etc.?

Pero hay quien todavía tropieza por enésima vez en la misma piedra. Aplica recortes en los servicios públicos; sanidad, educación, dependencia, pensiones, etc., recorta salarios, pone velas al dios de la intransigencia y organiza una economía que fomenta la riqueza de los que más tienen en perjuicio de los que más lo necesitan. Dicen que el mercado a la larga todo lo arregla, pero en un mundo competitivo e individualista esa no suele ser la consecuencia. El famoso escritor George Orwell comentaba que “el problema de las competiciones es que alguien las gana.” Y muchos las pierden. Así, la cruzada neoliberal contra el Estado y las soluciones a base de austeridad, tiene claros ganadores y un resultado evidente: la desigualdad entre las naciones y entre los propios ciudadanos de cada nación. Desigualdad que no para de crecer incluso en momentos de crecimiento económico.

Un estudio de la Universidad de Valencia y el IVIE revela que España gasta un 25 % menos que los países de la zona euro en sanidad, educación y protección social y que desde 2009 ha aumentado la diferencia. Las cacareadas mejoras del PIB solo han mejorado los bolsillos de unos pocos y, sin embargo, han instalado sin posibilidad de cambio a muchos españoles en la pobreza, la precariedad y el paro. Dos de cada tres hogares españoles no han percibido los efectos de la recuperación económica.

Se requiere una parada en seco a las políticas de austeridad. Portugal dio la espalda en el año 2014 a estas políticas con la presidencia del socialista António Costa y su coalición de izquierdas, mediante el restablecimiento de los salarios, las pensiones, la jornada laboral y, en general, la situación existente antes de la crisis. Los resultados son muy elocuentes, mejora del consumo, crecimiento económico y, sobre todo, la reducción del paro que está por debajo del 10 % y ha bajado cerca de 8 puntos porcentuales en cuatro años. Algunos tendrían que comparar en vez de hacernos creer que estamos en nuestro país cerca del paraíso.

Debemos preguntarnos el porqué no se ponen en marcha políticas económicas que han funcionado y funcionan en momentos de crisis y por qué si somos conscientes de las posibilidades ociosas que una nación tiene sólo las activamos para incrementar la maquinaria de guerra. ¡Qué gran cambio social tendríamos si esas posibilidades las pusiéramos en marcha en tiempos de paz! Pero… ¿volveremos a tropezar en la misma piedra?



[1] Skidelsky, John Maynard Keynes, vol. 2: Economist as savior, p. 297

Los humanos No somos tan inteligentes

En un mundo en el que la información circula a velocidades siderales, en el que el conocimiento del medio es cada día mejor, sorprende que...