martes, 5 de diciembre de 2017

Los trabajos no remunerados y la falta de empleo

En una sociedad en la que si no  se tiene un trabajo remunerado, un empleo, no se tiene derecho a vivir; a la persona que no tiene empleo se le excluye socialmente y sus derechos son menores que aquellos que lo tienen, por mucho que la realidad de su actividad se pueda diferenciar en muy poco o en nada de la que hacen aquellos que tienen trabajo remunerado. ¿En qué se diferencia el cuidado de un familiar que no tiene autonomía en casa, a la labor que realiza un cuidador profesional en una residencia? Pero en el segundo caso está retribuido y su trabajo está adornado de todos los derechos que ofrece la normativa laboral (es verdad que últimamente en retroceso) y en el primer caso no.

El trabajo no remunerado puede ser tan duro o más que el que se lleva a cabo en un empleo. La labor que realizan, por ejemplo, los cuidadores no profesionales, es decir, los que no están dentro del mágico mercado, tiene sólo como recompensa el sentimiento de estar ayudando a mejorar la calidad de vida de sus familiares, pero, también trae aparejado un gran desgaste. Así el 61% de estos cuidadores manifiestan que necesitan algún tipo de atención médica o asistencia psicológica debido al estrés y depresión que acarrea esta labor. El descanso del cuidador en estos casos es más que necesario para mantener la salud física y sobretodo mental. De esta necesidad ha surgido una iniciativa que pretende sensibilizar sobre el papel fundamental que tienen los familiares en la vida de los pacientes a los que cuidan, y que se ha concretado en un estudio internacional que contó con 3.516 cuidadores no profesionales de España, Francia, Alemania, Italia, Reino Unido, Estados Unidos y Australia.

En el estudio se observó que el 43% de los cuidadores no remunerados pone la salud de su familiar por encima de la suya propia, lo que trae, manifiestamente, graves consecuencias en la salud del cuidador: el 71% está siempre cansado, mientras que el 61% indica que desde que empezó con esta labor su salud se ha visto resentida.

En una sociedad que se define mediante el empleo: trabajo remunerado. No sólo se discrimina a aquellos, que sin empleo, contribuyen tanto o más a la mejora y mantenimiento de la sociedad, sino que, también, se excluye a aquellos que no tienen trabajos remunerados, ni esperanzas de obtenerlo, y a aquellos que teniendo esperanzas se pasan largas temporadas sin tenerlo. La odisea de burocracia y de indignidad por la que hacemos pasar a aquellos que han perdido el trabajo, deja diáfano la diferencia entre aquellos que por suerte, mérito o afiliación, todavía mantienen un trabajo digno; entre aquellos que tienen un trabajo precario, inseguro y a veces esclavo, y por último, entre aquellos que están en el escalón más bajo, los que ni siquiera tienen empleo ni rentas, aunque puedan tener mucho trabajo y pasen la vida estresados; como es, por desgracia, moneda común entre las mujeres.

En una sociedad en la que las clases se configuran en relación a las rentas y al trabajo remunerado, hay que tener en cuenta que no sólo se configuran las clases sino el mismo derecho a la vida. Hay evidencias científicas que establecen una relación entre el aumento de la mortalidad por suicidio en hombres en edad laboral y las recesiones económicas. En estas investigaciones se deduce  que el desempleo está asociado al aumento de mortalidad por suicidio, fundamentalmente referido al desempleo de larga duración. Se constata, también, que este riesgo es mayor en los primeros 5 años de quedarse en paro, pero aun así puede llegar a persistir durante 15 o 16 años después de la pérdida del empleo[1]. Así es doloroso manifestar que los suicidios por motivos laborales y económicos asociados a las crisis y adobados con las políticas neoliberales llegan a ser la mortalidad evitable que más ha crecido.

Cuando hay una correlación estadística significativa entre las recesiones económicas, el desempleo y los suicidios, hay que ser muy obtuso o perverso para no querer ver la relación entre quitarse la vida y la desesperación de estar desempleado y, al no tener ingresos tener un montón de deudas sin pagar, lo que supone de incertidumbre y pánico por el futuro más inmediato, no solamente propio, sino de las personas que puedan depender de ti. Algunos autores apuntan, por estos motivos, que no es el desempleo propiamente, sino la desesperación asociada a la persistencia del desempleo lo que lleva a ataques de ansiedad y a la depresión. La duración del desempleo o los niveles de endeudamiento podrían ser más relevantes que la tasa de desempleo para explicar las tendencias en las tasas de suicidio. Esta sería la explicación más evidente del gran aumento en los países más castigados por la crisis y por los planes de austeridad y recortes en los servicios públicos de muchos gobiernos[2].

Hay muchos elementos en la sociedad actual centrada en el empleo remunerado que nos indican que debemos dar un nuevo giro al contrato social vigente. La magia del mercado ha demostrado que no resuelve los problemas de todos los ciudadanos. Como se ha dicho, pensar en esta magia del mercado sí que es una verdadera utopía incumplible.



[1] Milner, A., Page, A. i LaMontagne, A.D. (2013). Long-Term unemployment and suicide: a systematic review and meta-analysis. Plos-One 8 (1) e51333. Citado por Sergi Raventós en Sin Permiso: Suicidios y crisis económica ¿Se puede romper esta relación?
[2] Mueller, H (2015). Suicidios en España, ¿un fenómeno de la crisis? Nada es gratis. Citado por Sergi Raventós en Sin Permiso: Suicidios y crisis económica ¿Se puede romper esta relación?

miércoles, 29 de noviembre de 2017

¡Que pare el mundo que yo me bajo!

Es vergonzoso y sangrante, para las personas que tengan un mínimo de ética y de compasión con los de su misma especie, lo que está pasando en nuestro entorno. Dejamos que el mundo se vaya al garete porque permitimos negocios redondos para los que más tienen sin preocuparse del medio ambiente, ni del calentamiento global, ni de la destrucción del mundo en el que vivimos todos. Dejamos que la desigualdad vaya creciendo a pasos agigantados, y así admitimos que mientras algunos tienen que callar (una mordaza les amenaza) y arreglarse con 426 € o incluso menos, en nuestro país, por otra parte, ya existan más de 428.000 personas que tienen más de UN MILLÓN DE EUROS y en muchos casos su aportación a la Hacienda es mínima. Admitimos que se prioricen y sean verdades absolutas los números mágicos de un déficit público que es un atentado contra los ciudadanos, y evitamos realizar gastos sociales en beneficio de aquellos que mal viven o viven a duras penas y perjudicamos, además, sectores que a todos interesan y nos pueden ayudar a salir de la crisis/estafa; sectores como la educación, la sanidad, los servicios sociales, el medio ambiente, la investigación…

Demostramos un conformismo que nos llevará directos al abismo, eso sí calladitos y sin protestar. Nos sucederá, seguro, lo mismo que le sucedió a la rana hervida: si a una rana se la pone en un recipiente hirviendo salta inmediatamente, pero si se le mete en un recipiente con agua templada y se va calentando el agua poquito a poquito la rana morirá hervida sin darse cuenta. Así no está pasando, adormecidos con mentiras y falsas previsiones, no nos estamos dando cuenta de los cambios graduales que están sucediéndose en el planeta y en nuestro entorno, y llegará un momento en el que sin apercibirnos, sin darnos cuenta, no habrá vuelta atrás.

Hay que decirlo muy claro; esto ya no es una lucha entre naciones, es una lucha de clases entre la plutocracia, las élites, el 0,1 % de la humanidad y el resto. Un pequeño número de personas que tienen el poder y el dinero mueven el mundo con sus intereses despreocupándose del resto de seres que habitamos el planeta. Olvidándose, incluso, de su propia seguridad porque el final nos atrapará a todos. Si la mayoría fuéramos conscientes de la situación, de su empeoramiento acelerado y del poder que se puede ejercer al pertenecer a la casi totalidad de la población, se podrían dar pasos para evitar lo que posiblemente ya, es inevitable. Pero, no obstante, aún hay expertos que dan lugar a cierta esperanza y con acciones sencillas.

La revista The Atlantic se hacía eco el pasado agosto de un estudio llevado a cabo por un grupo de científicos de la Universidad de Oregón, el Bard College y la Universidad Loma Linda. ¿Qué calcularon? Exactamente qué pasaría si los estadounidenses sustituyesen la carne de ternera por las judías pintas (en inglés, beans instead of beef): solo con ese cambio en la dieta se podría cumplir la promesa de Barack Obama de reducir en un 30% los gases causantes del cambio climático. Y no en 2030, como aseguró el expresidente, sino en 2020. Es decir, aunque estructuralmente no cambiase nada más (ni en el tema energético, ni en el de contaminación) e incluso si la gente siguiese comiendo carne de cerdo y pollo, se reducirían las emisiones en, al menos, un 46%[1].

Parece de locos el que  no seamos capaces de dar un giro a nuestras sociedades, de dar un giro a nuestras políticas. Todos somos conscientes de “la perpetuación del hambre destructiva en un mundo ahíto de riquezas y capaz de lograr lo imposible [lo que] se vuelve todavía más inadmisible. Una matanza en masa de los más pobres.[2]” Todavía es más demencial que según Medicusmundi 100 millones de personas caen cada año en la pobreza a consecuencia de los gastos sanitarios. Y es de vergüenza que en un país como Estados Unidos, país en el que el gasto sanitario del Estado es el más elevado, sin embargo no tener cobertura pública supone que millones de personas hayan perdido sus casas para poder pagar las facturas sanitarias.

Y todo esto no tiene visos de parar si no somos conscientes de la situación. Todo lo tienen bien controlado y sus objetivos siguen cumpliéndose con creces. Las empresas han tomado el poder y “Los monopolios de mañana [incluso de hoy] no podrán ser medidos solo por la publicidad que nos venden. Estarán basados en lo mucho que saben sobre nosotros y cuánto mejor pueden predecir nuestro comportamiento respecto a los competidores.[3]” Es la verdad el “gran hermano” nos controla, nos adormece y nos ahoga.




[1] La Marea núm. 54. ¿Y qué puedes hacer tú? Noemí López Trujillo, pág. 21
[2] Ziegler, Jean (2013:52). Destrucción masiva, geopolítica del hambre. Booket.
[3] La Marea núm. 54. Medios que dependen de Silicon Valley. El poder de Facebook y Google representan el mayor cambio de paradigma en la era digital. Ekaitz Cancela, pág. 25

miércoles, 22 de noviembre de 2017

¡Cuidar los servicios públicos! Es un bien de todos

En el capitalismo neoliberal que padecemos, menospreciar la gestión pública se ha convertido en un mantra machacón que ha calado en la población de forma inconsciente. Para que no pudiera plantearse duda alguna, las políticas neoliberales se han encargado de retirar y reducir recursos para los servicios públicos ya establecidos que dejaban ver, a fuerza de escasez, las deficiencias inducidas. Sin embargo, los resultados obtenidos por las buscadas privatizaciones han sido poco halagüeños para los ciudadanos, ya que han tenido que pagar facturas cada vez mayores y recibir servicios más caros que no mejoraban la calidad. Además, han visto como sólo se beneficiaban los administradores y accionistas de las empresas privadas que se hicieron cargo de estos servicios.

La gestión pública de los servicios básicos tiene la virtud de poner ha descubierto los valores que la sociedad sostiene y están imbuidos en su cultura. El mejor o peor funcionamiento de un servicio público tiene que ver con la sensibilidad social de los ciudadanos, con la cohesión social y el sentimiento de identidad de sus integrantes. La gestión privada, sin embargo, sólo se da si hay beneficio y para conseguirlo no se detiene ante la pobreza, disminuciones de plantilla, reducciones salariales, precarización laboral, búsqueda de subvenciones, selección adversa de clientes en relación a su mayor o menor coste y a su mayor o menor seguridad de cobro. La calidad del servicio y el coste del mismo tendrían que ser los parámetros de su evaluación y hay evidencias, para quien quiera ver, de que los costes que se pagan por la ciudadanía son hoy mayores y los servicios que los ciudadanos reciben dejan que desear en algunos casos.

Las pensiones, la investigación, las energías, la sanidad, la educación, la dependencia, la vivienda, salen claramente perjudicadas con las políticas neoliberales. La corrupción, la especulación y la desigualdad, se han disparado al alza, y el medio ambiente, la solidaridad, la cohesión y la empatía parece que han sufrido una clara devaluación. Todo es mercancía en este capitalismo. Y así el dinero que debiera ser un medio de pago que facilite las transacciones de productos y la compra de servicios, se ha convertido en una nueva mercancía más a la que damos un valor omnímodo, cuando la realidad es que está basado en la confianza que la sociedad deposita en él, como deuda que permitirá mediante su aceptación comprar otros bienes y servicios.

El Estado no tiene que intervenir, dicen los que aprovechan los beneficios privados, pero son ellos los primeros que cuando sus excesos provocan el hundimiento de sus empresas, acuden al papá Estado, para que entre todos los ciudadanos acoquinemos recursos y les salvemos. Sólo hay que mirar para ver y no estar sordo para poder oír.

Algunos Ayuntamientos, a pesar de las dificultades que se les han puesto para lograrlo, basados en estudios de expertos, se han dado cuenta de la realidad y han devuelto servicios básicos que se habían privatizado a la gestión pública para realizarla por los propios Ayuntamientos. Pero no hay que hacer grandes estudios para tener claro que hay bienes esenciales que no pueden estar al arbitrio del mercado y menos en mundo tan desigual, ni bajo la especulación financiera, ni dependiendo de la posibilidad de poder pagar su precio. El aire y el agua son bienes que no pueden dejarse en manos del mercado y, tampoco, la salud, la educación, la dependencia. Y no se pueden dejar si queremos una sociedad que mire por sus integrantes, valorando la vida como un bien que no puede definirse mediante un precio y no puede valorarse con un medio de pago.

No es necesario recordar que, incluso, el gasto público pone dinero en la economía, a favor del sector no público, mejorando así el letargo que ésta pueda tener en tiempos de penuria, que este dinero, además, tiene un efecto multiplicador beneficioso para las empresas y los ciudadanos, estimulando la producción y la prestación de servicios que pueda estar ociosa por falta de demanda.

No debería ser necesario recordar que los gobiernos, a diferencia de las familias y si emiten su propia moneda, no tienen restricción presupuestaria sino, a lo sumo una “regla contable” convenida y asumida.

No debería ser necesario recordar que hay gastos costosos pero que son de vital importancia para el crecimiento y la mejora de la economía como el gasto en educación y la investigación y el desarrollo (I+D). Gastos que no pueden dejarse al albur de la empresa privada. Gastos que son externalidades positivas que benefician a la generalidad de la sociedad, suponiendo grandes ahorros a las empresas. Gastos que como en investigación y desarrollo han sido silenciados cuando la administración era su financiador y promotor. Así nos dice Mariana Mazzucato en su libro “El Estado emprendedor”: “En el desarrollo de la aviación, la energía nuclear, los ordenadores, Internet, la biotecnología y los actuales desarrollos en la tecnología verde, es y ha sido el Estado –y no el sector privado—el que ha arrancado y movido el motor del crecimiento, gracias a su disposición a asumir riesgos en áreas donde el sector privado ha sido demasiado adverso al riesgo.[1]

Si parece necesario recordar que debemos ¡Cuidar los servicios públicos! Es un bien de todos.




[1] Mazzucato, Mariana (2014:46). El Estado emprendedor. RBA.Barcelona.

martes, 7 de noviembre de 2017

Desigualdad, Derechos Humanos y Libertad

El progreso de la humanidad tiene que relacionarse indefectiblemente con la empatía y la mayor sensibilidad hacia nuestros congéneres y seres vivos de nuestro entorno. Es difícil, por no decir imposible, alcanzar objetivos en un mundo cada vez más desigual que se olvida de los Derechos Humanos proclamados, sin embargo, a bombo y platillo pero nunca perseguidos sino como medio de márquetin y cortina de humo de los verdaderos intereses de aquellos individuos que están por encima del bien y del mal, montados en su avaricia y egoísmo.

Hay suficiente evidencia científica y empírica que nos demuestra una amplia relación entre la desigualdad económica y una economía con mayores problemas. La acumulación de riqueza en unos pocos hace que estos utilicen gran parte de sus recursos en la especulación y en los gastos suntuosos, mientras que aquellos que poco tienen se conforman con ir tirando, si pueden, sin poder consumir lo que no poseen.

Esta situación no es la que atrae más titulares en la prensa y más conversaciones en la calle. Parece que actualmente damos más importancias a las banderas y a los nacionalismos que a la pobreza, la desigualdad, la falta de derechos humanos y la falta de libertad. Olvidamos, o queremos poner un tupido velo para que no afecte a nuestra tranquilidad, que hay ocho personas que tienen tanto dinero como la mitad de humanidad, y no son de ningún país, el dinero, su ambición y su egocentrismo son su patria.

Una tesis científica en neurociencia denominada cerebro social indica que “lejos de un mero aumento de tamaño, la remodelación del cerebro en nuestro linaje posiblemente vino inducida por la selección natural de determinadas áreas vinculadas a la vida grupal.[1]” La conciencia de nosotros mismos y la empatía con nuestros semejantes suponen un salto en nuestra evolución. “Somos sociales porque tenemos conciencia, y nuestra sociabilidad es más rica cuanto más desarrollada está nuestra conciencia.[2]” En estas relaciones grupales el lenguaje ha supuesto un paso adelante. Podemos decir por ello que el lenguaje es un importante acelerador de la evolución cerebral.

No obstante, estamos tan embebidos de una realidad programada, tapadera de la verdadera situación, que obviamos los Derechos Humanos Fundamentales. Aquellos en los que la mayor parte de la población estamos de acuerdo: el derecho a la vida, el derecho a tener unos medios dignos para poder desarrollarte como persona, el derecho a la libertad. Así, pocos conocen que en España las tasas de suicidios son superiores a las de accidente de tráfico. En los últimos años en nuestro país los suicidios han duplicado a los accidentes de tráfico. Entre los que tienen una edad entre 15 y 39 años,  el suicidio se ha convertido en la segunda causa de muerte detrás de los tumores. Pocos conocen la dura realidad que están pasando muchos de los que forman parte de nuestra Patria.

Y es una realidad inducida por una ideología que permite señalar con el dedo a aquellos que roban para comer y defiende la corrupción a gran escala, apoya a aquellos que se aprovechan de la gran mayoría con prácticas al borde de la legalidad y poco éticas. Una ideología que permite recortes en bienes y servicios a los que menos tienen y transfiere el dinero de todos a aquellos que nadan en la abundancia, dicen que si no la economía no funciona. Una ideología que aplica la fórmula de que cuando el agua sube todos terminan flotando, aunque ya algunos se hayan hundido para siempre. Una ideología que aplica el ejemplo del caballo y el gorrión: dando de comer al caballo el gorrión comerá de aquel grano que pueda caer (que buen ejemplo de nuestra realidad). Una ideología que está contribuyendo a la mayor desigualdad que se haya podido constatar en la historia de la humanidad. Así, como botón de muestra, veamos el siguiente gráfico de nuestra querida España:
En el mismo se aprecia como los que siguen ganando son aquellos que más tienen y también quien sigue perdiendo son los que menos tienen. Hay, claramente a quienes no se les permite ningún tipo de libertad ni de derechos.

Mientras esto sucede hay “españoles” que ocultan unos 140.000 millones de euros en paraísos fiscales, para seguir disfrutando de su elitismo. Pero, a pesar de estas noticias y otras parecidas que son conocidas, sigue habiendo ciudadanos que aun viendo no ven, como nos indicaba Saramago. Ciudadanos que siempre buscan a otro para descargar sus culpas e impotencia, porque los semejantes, los de su grupo, los de su equipo, los de su partido son siempre los mejores y son el soporte de su propia vida disfrutada con anteojeras (incluso pueden dejar de ver al otro como un ser humano). Vida que es más fácil sin preguntarse por qué unos pueden quedarse con casi todo, por qué no se respetan los Derechos Humanos, por qué hay quién no tiene libertad ni para poder seguir viviendo.



[1] Valderas, Jose María (2017:65) La conciencia. Colección las fronteras de la ciencia. RBA.
[2] Ibídem (2017:72)

miércoles, 1 de noviembre de 2017

¿A quién interesa la deuda?

Hay conceptos económicos que están sirviendo para engañar y embaucar a los ciudadanos y buscar así objetivos que ni mucho menos son favorables a la sociedad sino exclusivamente son favorables a aquellos que los implantan  como simiente de largo recorrido y que los riegan sin desmayo para así obscurecer y hacer opaca la realidad a aquellos otros que resultan ser los perdedores inconscientes.

La deuda, en sentido extenso, es uno de ellos y con una importancia de gran trascendencia social. En base a la deuda se aplican las políticas de austeridad, recortando cada día más servicios públicos, aunque, por el contrario, la deuda siga desbocada y sin solución. Los propios bancos, sin embargo, son los beneficiarios de este sistema endemoniado y esclavizador. Así, nos dice el economista Torres López en su último libro “El problema principal que provoca la creación de dinero bancario en un sistema de reserva fraccionaria es que los bancos se convierten en auténticos motores de propulsión de la deuda, y ésta, en el negocio más rentable de la historia humana y no sólo por los beneficios económicos que reporta, sino por la esclavitud que supone para los prestatarios.[1]

Un error, también ampliamente cometido, es considerar que los bancos prestan el dinero que tienen, cuando ocurre sencillamente al revés. “Los bancos no prestan lo que tienen, sino que tienen lo que prestan.[2]” Los bancos no tienen obligación de mantener todo el dinero que les ingresan, gran parte del dinero depositado por los clientes se utiliza para dar préstamos y especular en los mercados financieros. La banca cuando no consigue buenos resultados, en tiempos de vacas flacas, utiliza el efecto palanca. Los bancos han aprendido a dar en todo momento buenos resultados que siempre son necesarios para la cotización de sus acciones. Con fondos propios escasos han recurrido al apalancamiento[3], juegan y arriesgan con dinero que no es suyo, así los beneficios generados fácilmente suponen un porcentaje jugoso y mayor. Los bancos aprovecharon de forma extensiva el apalancamiento, para mejorar los beneficios sobre los recursos propios, en algunos casos este apalancamiento llegó a ser 45 veces los fondos propios, endeudándose enloquecida y avariciosamente para ganar más con menos, aunque con mucho más riesgo para los demás, como nos demostró la crisis de 2007/2008, la gran recesión. Y, sin embargo, los grandes beneficios que obtuvieron, e incluso lo poco que había iniciada la crisis, se lo repartieron entre unos pocos por lo que la tajada que sacaron fue muy suculenta, quitándola, además, de la boca de los más necesitados.

Realmente la banca privada es la generadora de la mayor parte del dinero que utilizamos. Crea dinero de la nada, sólo con apuntes contables en el debe y haber de las distintas cuentas, dando créditos a un determinado interés y generando deuda. Así llega a concluir Torres López “En resumidas cuentas, por tanto, el dinero bancario es la deuda que crean los bancos desde la nada (mediante la simple firma de los respectivos contratos y las anotaciones pertinentes de cargo y abono) cuando conceden préstamos que se traducen a posteriori en depósitos. O dicho también muy claramente con palabras del premio Nobel de Economía Maurice Allais: el mecanismo del crédito conlleva una creación de moneda ex nihilo mediante simples juegos de escritura.[4]” Es una actividad tan sencilla y cuesta tan poco esfuerzo que el propio Keynes preguntaba “¿Por qué si los bancos pueden crear crédito, se permiten rechazar cualquier solicitud razonable de préstamo? ¿Y por qué están autorizados a cobrar una tasa por algo que a ellos les cuesta poco o nada?[5]

Y así nos encontramos que después de pagarles a escote entre los ciudadanos miles de millones a los bancos para paliar sus juegos peligrosos con nuestro dinero, el negocio bancario sigue boyante hoy en día y las noticias del presente año son muy elocuentes: Santander, BBVA, CaixaBank, Bankia y Sabadell, las mayores entidades financieras españolas, han ganado en los nueve primeros meses del año 11.339 millones de euros, un 15 % más que en el mismo periodo de 2016.

Y así sigue la canción triste de la deuda. Nuestro Gobierno generador de la mayor deuda de Europa a pesar de sus políticas austericidas, reducirá nuevamente en 2018, por tercer año consecutivo, la proporción de Producto Interior Bruto (PIB) que destina a Sanidad, Educación y Protección Social. En los dos primeros casos el gasto caerá en dos décimas, con lo que la partida destinada a Educación pasa del 4% al 3,8% del PIB, y la de Sanidad se contraerá del 6% al 5,8%. Por su parte, en la partida destinada a pensiones, servicios sociales y políticas de fomento del empleo, entre otros aspectos, la reducción será incluso mayor: pasará de recibir el 16,5% del PIB a quedarse en el 16,2%.

La pregunta sigue siendo ¿quién sale beneficiado de estas políticas? ¿Quién le interesa la deuda?



[1] Torres López, Juan. (2016:177). Economía para no dejarse engañar por los economistas. Deusto.
[2] Ibídem (2016:135)
[3] El apalancamiento es el recurso al endeudamiento para incrementar la rentabilidad del capital propio. La ratio se calcula teniendo en cuenta los fondos propios y el volumen de deudas.
[4] Torres López, Juan. (2016:173). Economía para no dejarse engañar por los economistas. Deusto. 
[5] Petitor, Ann. La producción del dinero. Los libros lince S.L. 2014. Edición digital.

martes, 24 de octubre de 2017

El dinero habla, por desgracia demasiado alto

El poder del dinero se acrecienta cuando éste escasea y se reparte de forma más desigual. Entonces el dinero habla a voces y dirige nuestras vidas querámoslo o no, favoreciendo siempre a los mismos. Esta circunstancia nos aclara por qué se pueden dedicar millones de euros para salvar a los bancos, empresas de energía, autopistas, y al mismo tiempo se recortan las posibilidades de vida de miles de personas disminuyendo pensiones, salarios, sanidad, educación, etc. Todos estamos a merced de los poderosos: aquellos que tienen grandes sumas de dinero y gran patrimonio. Incluso la justicia no es fácil para los que no estén en la cúspide de la sociedad; los mejores abogados están dispuestos para buscar el mínimo resquicio que evite cualquier sanción a los poderosos. No ocurre lo mismo con los pobres que pueden ser sentenciados a prisión por buscar formas de no morir, formas de vivir dignamente.

Nadie duda sobre la realidad actual: “el poder que el dinero tiene para limitar, distorsionar y corromper es el mayor motivo singular de preocupación para la  liberad de expresión. El dinero habla demasiado alto.[1]”De forma tan ensordecedora que no deja oír lo que tiene que decir la ciudadanía. Así uno de los problemas más importantes de la desigualdad económica y social es el atentado contra la libertad de expresión. “Los estados autoritarios o totalitarios acostumbran a considerar que la restricción y la manipulación del lenguaje son los cimientos básicos de su poder.[2]”Impidiendo la expresión pacífica de los ciudadanos el Estado ahoga cualquier cambio en contra de los intereses propios y de las élites que lo avalan.

El disidente chino Liu Xiaobo Premio Nobel de la Paz decía: “La libertad de palabra es la base de los derechos humanos, la raíz de la  naturaleza humana y la madre de la verdad. Matar las palabras libres es insultar los derechos humanos, reprimir la naturaleza humana y suprimir la verdad.” De nada vale ninguna Constitución si no hay libertad de expresión, si no se pueden manifestar los desacuerdos con el cumplimiento o incumplimiento de las leyes, si la ciudadanía no puede dar su opinión.

El dinero en esta economía capitalista es cada vez más virtual y, sin embargo, ha adquirido tal importancia que se ha convertido en una mercancía estrella que se compra y vende infinitas veces dependiendo de la fluctuación de su valor y permitiendo un mundo creciente de especulación y avaricia cada vez más voluminoso que crece, además, como un verdadero cáncer maligno, desordenadamente. Mercancía que no subyuga y se convierte en la razón de ser de nuestras vidas. Pero, casi todo, es dinero ficticio y aparece por arte de magia sin que suponga ninguna relación real  con la circulación de bienes y servicios. En consecuencia, mantener el statu quo de este sistema fuera de toda la lógica es la imprudente locura de unos pocos y el sufrimiento de muchos otros.

 No veo ninguna razón, por tanto, para mantener esta situación. Los valores que una sociedad sana debiera tener, a mi modo de ver, distan mucho de los que se persiguen tozudamente por la ideología neoliberal. Hay otros valores más necesarios para un desarrollo vital. Sin duda “hay un bien superior, que consiste en que las personas deben tener la libertad de escoger cómo vivir su vida, mientras eso no impida que otros hagan lo mismo. Defendemos que el camino de la tolerancia no es meramente uno más de los “caminos verdaderos”,  es el único cuyo objetivo es permitir a los seres humanos vivir una multiplicidad de otros caminos verdaderos, lo cual exige un difícil equilibrio entre un incondicional respeto de reconocimiento por el creyente y lo que puede ser una total falta de respeto de valoración por el contenido de las creencias. Si esto es transigir, para defenderlo tenemos que ser intransigentes.[3]

El dinero, como ya dije en otra ocasión, ha robado el alma al mundo, a Europa y a sus ciudadanos. Los negocios dominan y regulan a los gobiernos. Los gobiernos no cumplen con la tarea de amparar a todos los que están bajo su amparo. Están muy ocupados en defender los intereses de los poderosos, sus propios intereses y, en ocasiones, en guardar sus vergüenzas. En las sociedades antiguas, sin embargo, la economía no desbordaba el ámbito social y solamente si la sociedad tenía problemas el individuo quedaba desamparado. Polanyi escribió: “El individuo no está en peligro de pasar hambre a menos que la sociedad en su conjunto esté en una situación similar[4]”.

Permitir que el dinero esté por encima de las personas nos arroja a una sociedad en la que podemos llegar a perder la libertad de expresión, a mantener actitudes intolerantes y poco empáticas, a perder en definitiva aquello en lo que creemos y nos hemos obligado, en definitiva: el respeto por los derechos humanos.



[1] Garton Ash, Timothy (2017:499). Libertad de palabra. Tusquets Editores.
[2] Ibídem (2017:502)
[3] Ibídem (2017:386)
[4] Polanyi, Karl. Nuestra obsoleta mentalidad de mercado.

jueves, 12 de octubre de 2017

El gobierno es de los hombres, no de las leyes

En estos tiempos convulsos y complejos es necesario saber diferenciar los medios y los fines. En un Estado de Derecho el cumplimiento de las leyes es un medio que mantiene el orden establecido. Las leyes son las reglas de juego que como sociedad nos damos para una vida en común más beneficiosa para todos. Cuando una ley, se entiende que no es funcional, se cambia mediante el consenso democrático. No obstante, nunca deberían anteponerse las leyes al principio democrático, al gobierno de la propia ciudadanía ya que ésta es el fundamento de la sociedad.

Las personas son fines en sí mismos y la libertad de expresión es una libertad esencial en la vida social. Pero el poder de unos no puede eclipsar la palabra de nadie. Para que esto fuera posible se debería poseer una verdad absoluta y esto en las relaciones entre las personas no se puede garantizar. Así podemos decir con John Stuart Mill: ”Si toda la especie humana no tuviera más que una opinión y solamente una persona fuera de la opinión contraria, no sería más justo que la humanidad impusiera silencio a esta sola persona, que si ésta misma, si tuviese el poder suficiente para hacerlo, lo ejerciera para imponer silencio al resto de la humanidad.[1]

En lógica “Una posición coherente será conceder la presunción de legitimidad a las leyes de los regímenes democráticos que se ajustan al imperio de la ley, pero no a las dictaduras ajenas a la ley. Pero si bien es sencillo establecerlo como teoría, en el mundo real no encontramos una simple dicotomía blanco-negro  --a la izquierda, las ovejas del impero de la ley; a la derecha, las cabras sin ley--, sino una escala dinámica en la que muchos países ocupan posiciones intermedias.[2]” Incluso con leyes aprobadas democráticamente no es fácil establecer una simple dicotomía, un pensamiento “bipolar”, ya que podemos encontrar muchas diferencias de interpretación, desde las muy gruesas hasta las muy tenues. Pero, además,  puede pasar como en nuestro país que se denuncia el incumplimiento de la Ley y a la vez los que hacen esta denuncia la incumplen en muchos de sus mandatos. La ley de Leyes, la Constitución, es utilizada como bandera y estilete para dar razón a muchos argumentos, cuando, por otra parte la Constitución se sacrifica en el altar de la corrupción y de la mentira por los que tienen que defenderla  y aplicarla.

Nos dice Garton Ash que “Cuanto menos democrático es un sistema político, más difícil resulta influir en él. La libertad de expresión es a un tiempo causa y efecto de una libertad más amplia.[3]” Es una frase que debería enseñarnos en estos momentos difíciles de nuestra querida España. Una frase que los defensores de la libertad deberían aplicar en aras a demostrar que siguen verdaderamente sus propias ideas. Deberíamos saber que las personas son fines en sí mismos y que, en consecuencia  “La esencia de ser ciudadano de una democracia radica en que se puede trabajar para cambiar las leyes bajo las que uno vive.[4]” Las leyes no pueden estar inscritas en piedras de molino, sin permitir cambio ni modificación. Deben acomodarse a los tiempos y a las necesidades de las personas, igual que lo tiene que hacer la economía.

Las banderas mantienen un mundo dividido en el que pueden gastar billones en material de guerra y dejar morir a ciudadanos de la propia sociedad; no digamos ya “extranjeros”. Podemos gastar 90 millones de euros en un solo avión de combate, millones que perdemos si se estrella, o desperdiciamos si no se utiliza, y recortamos sin piedad el dinero dedicado a la sanidad, la educación y la dependencia. Mie pregunto ¿qué fines perseguimos? ¿Qué prioridades nos damos como sociedad?
El Artículo 155 de nuestra Constitución es claro:
1.       Si una Comunidad Autónoma no cumpliere las obligaciones que la Constitución u otras leyes le impongan, o actuare de forma que atente gravemente al interés general de España, el Gobierno, previo requerimiento al Presidente de la Comunidad Autónoma y, en el caso de no ser atendido, con la aprobación por mayoría absoluta del Senado, podrá adoptar las medidas necesarias para obligar a aquélla al cumplimiento forzoso de dichas obligaciones o para la protección del mencionado interés general.
2.       Para la ejecución de las medidas previstas en el apartado anterior, el Gobierno podrá dar instrucciones a todas las autoridades de las Comunidades Autónomas.

No obstante, los políticos tienen que buscar con ahínco el interés general de todos los españoles. No se puede hacer oídos sordos a las ideas de millones de ciudadanos porque no coinciden con las nuestras. Tienen la obligación de dialogar y aprender de otros planteamientos sin pensar que sólo ellos están en la verdad absoluta. Si piensan así nos darán un espectáculo que mostrará su incumplimiento como representantes de nuestra sociedad. Darán muestras de lo poco que estamos evolucionando y de los pasos atrás que estamos dando, aun con el aplauso de aquellos que tienen más fácil seguir que pensar.

Para dar un salto cualitativo como personas, necesario en este tipo de crisis, debemos crecer en empatía y simpatía. Pero, para sentir empatía y simpatía es necesario personas sanas, sin problemas vitales; personas maduras y libres de todo tipo de coacciones, que puedan debatir sin amenazar, que puedan negociar sin vencer, sin pensar en proselitismo electoral. Ni el Gobierno, ni los periódicos pueden ser simples autistas, inmersos en su  mundo ideológico y fundamentalista.




[1] Stuart Mill, John (1.991:87) Sobre la libertad. Espasa Calpe.
[2] Garton Ash, Timothy (2017:87) Libertad de palabra. Tusquets editores.
[3] Ibídem (2017:94)
[4] Ibídem (2017: 93)

sábado, 7 de octubre de 2017

¿Qué pasaría si Cataluña…?

Parece que la apuesta catalana por la independencia está resultando nefasta para los propios ciudadanos. Los bancos y las empresas huyen y se instalan en otras comunidades viendo como con esta decisión vuelven sus acciones al verde, cuando estaban muy debilitadas en días previos por el hecho catalán. Todo ello, a mi modo de ver, demuestra, y deja patente, quién sigue teniendo el poder: el capital. El capital no siente solo busca reproducirse geométricamente.

Los sucesos de los últimos días en Cataluña no hacen sino reafirmar una lucha de poder no sólo entre políticos con distintos intereses, no sólo entre ciudadanos con distinta forma de ver el mundo y su futuro, sino, sobre todo la lucha entre el capital y los propios ciudadanos. Por eso hay a quien le interesa dar por perdida esta lucha de poder, incluso antes de que comience. Poner en marcha un experimento que puede tener resultados positivos o no, es un riesgo que debe ser torpedeado antes de que nazca, por el hecho de que los muros y la inestabilidad siempre pueden perjudicar a los negocios lucrativos de unos pocos. A pesar de que lo que más debiera preocuparnos es el hecho de que los muros y la inestabilidad principalmente perjudican a las personas.

¿Qué pasaría si Cataluña ante la huída de los bancos allí instalados creara una banca pública? ¿Qué pasaría si con un banco central que tuviera competencia para emitir su propia moneda emitiera moneda para cubrir las necesidades de sus ciudadanos y permitiera dar cobertura financiera a las empresas dedicadas a producir bienes básicos, bienes duraderos y dar servicios que mejoraran la vida de sus ciudadanos? ¿Qué pasaría si generara una banca privada ética? ¿Qué pasaría si se generara empleo de calidad y decente y no precario e inseguro? ¿Qué pasaría si las relaciones entre las personas y las instituciones no fueran hipercompetitivas y se basaran en la cooperación? ¿Qué pasaría si…?

En una economía de demanda la disponibilidad monetaria de la población permite un desarrollo de la economía estimulando la producción y los servicios. Sin embargo, en una economía de la austeridad, en la que además los que acumulan el capital lo llevan de un lado para otro dependiendo de su multiplicación mágica, como los panes y los peces, sin importarles ni las personas, ni los compromisos, ni los territorios, ni las banderas; en una economía así perdemos todos. Hay, además, suficiente evidencia para respaldar las palabras del filósofo esloveno Slavoj Zizek “La política de la austeridad no es ninguna ciencia, ni siquiera en un sentido mínimo. Está mucho más cerca de una forma contemporánea de superstición.”

En un mundo hipercompetitivo se afloran dolorosamente las desigualdades, se ponen límites a los territorios, se aman las banderas por encima de las personas, se buscan grupos que nos saquen de nuestra vida insustancial. En un mundo hipercompetitivo buscamos más aquellos que nos diferencia que aquellos que nos une, buscamos que nuestra razón, nuestro grupo, nuestra familia, nuestra ideología, se imponga y no vemos aquello que nos complementa y ayuda, que nos permite vivir una vida más  plena.

Es verdad que estamos en un Estado de Derecho y que las normas que nos damos deben de regir nuestra convivencia. Que debemos buscar el cambio de las mismas antes de imponer un criterio que no esté amparado por las leyes. Pero también es verdad que a veces la tiranía de la mayoría impide ver, en su obcecación en la posesión de la verdad, el sufrimiento y las necesidades que están expresando reiteradamente sectores de la sociedad; impide ver posibilidades de acción que mejoren la convivencia y la mejora de nuestras sociedades.

Las personas, los Derechos Humanos, siempre tienen que ser el faro y guía  de nuestras acciones. No son las banderas, no son los territorios, no son las razas, ni los colores los que tienen que darnos las pautas de nuestras actuaciones, y menos en un mundo globalizado. Cuando lo que nos hace más humanos: la palabra, sólo sirve para lanzar dardos y no para buscar un diálogo productivo. Cuando la búsqueda de la victoria y la derrota del otro es lo que prima, tenemos que admitir que las consecuencias no van a ser nada halagüeñas para la mayoría.

¿Cómo podemos sentirnos orgullosos de lo que está pasando en estos días en España? ¿Cómo podemos sentirnos orgullosos de lo que pasó el 1-O? ¿Quién puede sentirse orgulloso cantando “a por ellos”? ¿Quién puede sentirse orgulloso de un empecinamiento que puede perjudicar a sus conciudadanos? ¿Quién, como ha pasado en la historia humana y sin aprender, todavía defiende sus ideas con la violencia? ¿Dónde está la empatía entre las personas? ¿Dónde está la evolución?

Así no…, así, perdemos todos.

viernes, 22 de septiembre de 2017

Cuando el conflicto se convierte en tapadera

Viendo lo que ocurre entre los políticos de nuestro entorno, no me queda por menos observar que muy poco hemos evolucionado, que el infantilismo, o al menos la adolescencia, abunda en aquellos que tienen que dirigir las sociedades humanas. Aprender de situaciones precedentes debiera ser lo normal en el hombre. Pero parece que lo más habitual, sin embargo, es que el hombre sea un lobo para el hombre como ya señaló el filósofo Thomas Hobbes. Poco nos diferenciamos de otras especies que enseñan las garras y los dientes en un mundo, no obstante, más adverso. Pero el hombre, a pesar de que tiene más posibilidades, hemos de reconocer que se comporta con engaño, egoísmo y malicia; haciendo imposible la búsqueda de un mundo mejor para todos.

Incluso parece que las buenas intenciones de algunos políticos, lo único que pretenden es tapar y esconder tras cortinas de humo, las intenciones no declaradas. Ya que como nos decía el educador brasileño P. Freire “¿Cómo esperar de autoritarios y autoritarias la aceptación del desafío de aprender con los otros, de tolerar a los diferentes, de vivir la tensión permanente entre la paciencia y la impaciencia? ¿Cómo esperar del autoritario o de la autoritaria que no estén demasiado seguros de sus verdades? El autoritario que se convierte en sectario, vive en el ciclo cerrado de su verdad en el que no admite dudas sobre ella, ni mucho menos rechazos. Una administración autoritaria huye de la democracia como el diablo de la cruz.[1] “Y de sectarios partidistas estamos rodeados.

Y es que se nos llena la boca con la palabra democracia, cuando la estamos envileciendo, la estamos vapuleando sin misericordia día a día. Realmente no queda más remedio que más democracia para resolver los problemas que nos acucian. Pero en una democracia la tolerancia con las ideas del otro debiera ser un factor que procure el aprendizaje, que procure las ideas que no lleven a resolver los problemas. “Ser tolerante [nos dice también Freire] no significa ponerse en connivencia con lo intolerable, no es encubrir lo intolerable, no es amansar al agresor ni disfrazarlo. La tolerancia es la virtud que nos enseña a convivir con lo que es diferente. A aprender con lo diferente, a respetar lo diferente. En un primer momento parece que hablar de tolerancia es casi como hablar de favor. Es como si ser tolerante fuese una forma cortes, delicada, de aceptar o tolerar la presencia no muy deseada de mi contrario. Una manera civilizada de consentir en una convivencia que de hecho me repugna. Eso es hipocresía, no tolerancia. Y la hipocresía es un defecto, un desvalor. La tolerancia es una virtud. Por eso mismo si la vivo, debo vivirla como algo que asumo. Como algo que me hace coherente como ser histórico, inconcluso, que estoy siendo en una primera instancia, y en segundo lugar, con mi opción político-democrática. No veo cómo podremos ser democráticos, sin experimentar, como principio fundamental, la tolerancia y la convivencia con lo que nos es diferente.[2]

El diálogo, la búsqueda de opciones mediante la conversación sincera es imprescindible. El diálogo debe ser un encuentro entre seres humanos que puede ayudarnos a transformar el mundo. Sólo con el otro podemos transformar el mundo. Reconocer al otro es una forma de humanizar, humanizarnos y hacer el mundo más habitable. La violencia siempre genera violencia y pocas veces se puede terminar una negociación machando al contrario. No obstante, el remedio que aplicamos para resolver nuestras diferencias sigue siendo la solución militar, las guerras, el autoritarismo, el “porque lo mando yo”, incluso porque así lo dicen las leyes, aunque, por activo y por pasivo somos conscientes de que poco adelantamos con ello, salvo el beneficio de aquellos que aumentan su fortuna o su poder consiguiendo que todo siga igual. Los grandes cambios, no obstante, han surgido siempre como consecuencia de importantes evoluciones en la forma de pensar. Las ideas, por otra parte, siempre han sido los muros más difíciles de saltar. Aquello en lo que creemos como dogma de fe, porque en muchos casos se ha asentado en lo más profundo de nuestro ser, suele ser la prisión que no nos deja caminar: evolucionar. Por ello cambiar el esquema de pensamiento, la cultura, los valores, etc. puede ser un camino adecuado para el cambio y la resolución de conflictos.

No vivimos sólo para que nuestros sentidos perciban el mundo, sino también para que con nuestras acciones podamos modificar y conseguir un mundo mejor que nos encamine a un desarrollo de nuestras capacidades, y éstas, a la vez, nos ayuden a buscar valores que entronquen con nuestros fines, con el sentido último de nuestras vidas, o, al menos, nos permitan valorar las mejores decisiones que nos encaminen hacia un mundo más armónico y beneficioso para la humanidad. Para ello hay que huir, por principio, de la posesión de la verdad, ya que aquel que cree tenerla está encadenado a ella y no tiene libertad. La mejor herramienta para conseguir resultados beneficiosos en nuestras sociedades sigue siendo la educación, la educación abierta, dialogante y no doctrinaria, que ayude a conocer, comprender y humanizar a nuestros semejantes, generando compasión, generando incremento de empatía[3].

En estos tiempos capitalistas en los que la innovación ha reemplazado a la productividad, en los que las empresas innovadoras son las que crecen exponencialmente, nuestros gobernantes siguen anclados a formas que deberían haber sido enterradas hace mucho tiempo; formas que sólo demuestran el escaso nivel de empatía para realizar su trabajo, o, también, más que las ganas de mejorar la sociedad que dirigen, la intención de tapar sus debilidades, sus corrupciones, su egoísmo, su poca sensibilidad con los demás.



[1] Freire, P. (2005:19). Cartas a quien pretende enseñar. Buenos Aires: Silgo XXI.
[2] Freire, P. (2013:45). Pedagogía de la tolerancia. Rio de Janeiro: Paz e terra.
[3] Ver también mi artículo La humanidad cotiza a la baja.

sábado, 16 de septiembre de 2017

Descubriendo verdades: ¿quién paga los beneficios empresariales?

Tanto los seguidores de los economistas austriacos que propugnan un Estado Mínimo como los muchos seguidores del neoliberalismo actual que azotan con sus políticas austeras a los ciudadanos de muchos países y con anhelo privatizador, centran su política económica en las mejoras de los beneficios empresariales, mandándonos el mensaje de que habiendo beneficios todos ganamos. Aun sabiendo perfectamente que parte, incluso diría gran parte, de los beneficios empresariales son financiados por el Estado y conforme el arte económico actual de esos beneficios sólo recae en los ciudadanos la parte amarga de sufragarlos.

Así, si hablamos de políticas salariales, éstas van siempre en la misma dirección, se busca la reducción de los costes de la mano de obra y mediante la excusa de la competencia internacional, la globalización y las mejoras tecnológicas, los salarios tienden a cero con excepción, es verdad, de aquellos emolumentos de administradores y grandes especialistas que prosperan a base de reducir los salarios de los demás trabajadores.

Los despidos facilitados por la Ley de febrero de 2012 han facilitado, también, una reducción de costes empresariales importantes, al mismo tiempo que dejaban el marrón de la cobertura de las necesidades más perentorias de los ciudadanos al Estado. Éste ha tenido que abonar los costes del desempleo y de las políticas activas y pasivas de empleo. Además ¿Quién paga la precariedad rampante? Sin duda los trabajadores y, también, el Estado. ¿Quién se beneficia? Las empresas, aunque claramente no sus trabajadores, sino sus directivos y accionistas. Son muy transparentes las palabras del premio nobel de economía francés Jean Tirole: “Hoy, enlazar contratos temporales con paro, la rescisión de contratos y el paro de larga duración se traducen en subida de los impuestos o en un aumento de las cargas sociales, poco propicios a la eliminación del paro.[1]

La banca es el ejemplo más bochornoso, cuando su negocio especulativo con el dinero de los demás no puede mantenerse el Estado les da a fondo perdido miles de millones de euros que en la práctica se sacan de los recortes en bienes y servicios públicos y de los impuestos cargados al contribuyente. Pero, es que además, los bancos siguen obteniendo beneficios abusivos, por supuesto a costa de los propios ciudadanos, y  sus administradores y directivos siguen aumentando sus retribuciones  y riquezas como si fueran grandes figuras del deporte. La traca final ha venido con los desahucios de ciudadanos en muchas ocasiones por obra de los propios bancos, lo que ha supuesto el culmen del abuso, realizado por las ambiciones de unos y que han tenido que pagar aquellos que menos culpa tenían.

Las jubilaciones anticipadas o parciales llevadas a cabo por las grandes empresas son, también, regalos envenenados que han explotado en las propias manos del Estado, regalos que  el propio Estado ha tenido que costear y que en aras del equilibrio presupuestario, impuesto por  los neoliberales, han sido repercutidos, ¡cómo no!, a los ciudadanos, especialmente a los que tienen nómina. En el mismo sentido han obrado las deducciones y exenciones, tanto en beneficios como en contratación, de las que se han aprovechado especialmente las grandes empresas dejando, sin embargo, a un lado las necesidades básicas de muchos ciudadanos: niños, jóvenes y mayores.

Son estos tiempos de ampliación del espectro de rentas y de riquezas, en los que la desigualdad no hace más que aumentar; está claro que más que una crisis lo que está pasando es una expropiación soterrada de los beneficios sociales por parte de una minoría que ostenta el poder y da muestras de un gran egoísmo, egoísmo que no cesa y que nos llevará al desastre. Ya que este egoísmo no para ni ante los desastre ecológicos y el calentamiento global. Siendo los mayores negacionistas del cambio climático aquellos que siguen aprovechándose de sus riquezas esquilmándolas, pudiendo evitar en ellos sus consecuencias; viviendo donde les apetezca con suma seguridad y resistiendo a golpe de dólares fácilmente los embates de la naturaleza.

Las desigualdades que están mostrando las políticas neoliberales han sido repetidas y demostradas por activo y por pasivo. De hecho tanta información está sirviendo de anestesia y tanto número termina ofuscándonos. No obstante debemos constar nuevamente nuestro mundo desigual: “Vivimos en un mundo insultantemente desigual, en el que las 62 personas más ricas del planeta acumulan la misma riqueza que los 3.600 millones más pobres, en el que el 10 % más rico del planeta tiene más de a mitad de la riqueza del planeta, y en el  que se estima que hay 925 millones de personas que se encuentran en situación de hambre crónica a pesar de que el planeta Tierra genera dos veces más alimentos de los que sus 7.300 millones de habitantes precisan para vivir.[2]

La verdad es dolorosa pero aún peor es la realidad y la gran realidad es que este sistema económico injusto e inmoral se olvida del sufrimiento que está padeciendo muchísima gente.



[1] Tirole, Jean (2017:274) La economía del bien común. Taurus.
[2] Garzón, Eduardo. Desmontando los mitos económicos de la derecha (2017: introducción). Península.

Los humanos No somos tan inteligentes

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