martes, 5 de diciembre de 2017

Los trabajos no remunerados y la falta de empleo

En una sociedad en la que si no  se tiene un trabajo remunerado, un empleo, no se tiene derecho a vivir; a la persona que no tiene empleo se le excluye socialmente y sus derechos son menores que aquellos que lo tienen, por mucho que la realidad de su actividad se pueda diferenciar en muy poco o en nada de la que hacen aquellos que tienen trabajo remunerado. ¿En qué se diferencia el cuidado de un familiar que no tiene autonomía en casa, a la labor que realiza un cuidador profesional en una residencia? Pero en el segundo caso está retribuido y su trabajo está adornado de todos los derechos que ofrece la normativa laboral (es verdad que últimamente en retroceso) y en el primer caso no.

El trabajo no remunerado puede ser tan duro o más que el que se lleva a cabo en un empleo. La labor que realizan, por ejemplo, los cuidadores no profesionales, es decir, los que no están dentro del mágico mercado, tiene sólo como recompensa el sentimiento de estar ayudando a mejorar la calidad de vida de sus familiares, pero, también trae aparejado un gran desgaste. Así el 61% de estos cuidadores manifiestan que necesitan algún tipo de atención médica o asistencia psicológica debido al estrés y depresión que acarrea esta labor. El descanso del cuidador en estos casos es más que necesario para mantener la salud física y sobretodo mental. De esta necesidad ha surgido una iniciativa que pretende sensibilizar sobre el papel fundamental que tienen los familiares en la vida de los pacientes a los que cuidan, y que se ha concretado en un estudio internacional que contó con 3.516 cuidadores no profesionales de España, Francia, Alemania, Italia, Reino Unido, Estados Unidos y Australia.

En el estudio se observó que el 43% de los cuidadores no remunerados pone la salud de su familiar por encima de la suya propia, lo que trae, manifiestamente, graves consecuencias en la salud del cuidador: el 71% está siempre cansado, mientras que el 61% indica que desde que empezó con esta labor su salud se ha visto resentida.

En una sociedad que se define mediante el empleo: trabajo remunerado. No sólo se discrimina a aquellos, que sin empleo, contribuyen tanto o más a la mejora y mantenimiento de la sociedad, sino que, también, se excluye a aquellos que no tienen trabajos remunerados, ni esperanzas de obtenerlo, y a aquellos que teniendo esperanzas se pasan largas temporadas sin tenerlo. La odisea de burocracia y de indignidad por la que hacemos pasar a aquellos que han perdido el trabajo, deja diáfano la diferencia entre aquellos que por suerte, mérito o afiliación, todavía mantienen un trabajo digno; entre aquellos que tienen un trabajo precario, inseguro y a veces esclavo, y por último, entre aquellos que están en el escalón más bajo, los que ni siquiera tienen empleo ni rentas, aunque puedan tener mucho trabajo y pasen la vida estresados; como es, por desgracia, moneda común entre las mujeres.

En una sociedad en la que las clases se configuran en relación a las rentas y al trabajo remunerado, hay que tener en cuenta que no sólo se configuran las clases sino el mismo derecho a la vida. Hay evidencias científicas que establecen una relación entre el aumento de la mortalidad por suicidio en hombres en edad laboral y las recesiones económicas. En estas investigaciones se deduce  que el desempleo está asociado al aumento de mortalidad por suicidio, fundamentalmente referido al desempleo de larga duración. Se constata, también, que este riesgo es mayor en los primeros 5 años de quedarse en paro, pero aun así puede llegar a persistir durante 15 o 16 años después de la pérdida del empleo[1]. Así es doloroso manifestar que los suicidios por motivos laborales y económicos asociados a las crisis y adobados con las políticas neoliberales llegan a ser la mortalidad evitable que más ha crecido.

Cuando hay una correlación estadística significativa entre las recesiones económicas, el desempleo y los suicidios, hay que ser muy obtuso o perverso para no querer ver la relación entre quitarse la vida y la desesperación de estar desempleado y, al no tener ingresos tener un montón de deudas sin pagar, lo que supone de incertidumbre y pánico por el futuro más inmediato, no solamente propio, sino de las personas que puedan depender de ti. Algunos autores apuntan, por estos motivos, que no es el desempleo propiamente, sino la desesperación asociada a la persistencia del desempleo lo que lleva a ataques de ansiedad y a la depresión. La duración del desempleo o los niveles de endeudamiento podrían ser más relevantes que la tasa de desempleo para explicar las tendencias en las tasas de suicidio. Esta sería la explicación más evidente del gran aumento en los países más castigados por la crisis y por los planes de austeridad y recortes en los servicios públicos de muchos gobiernos[2].

Hay muchos elementos en la sociedad actual centrada en el empleo remunerado que nos indican que debemos dar un nuevo giro al contrato social vigente. La magia del mercado ha demostrado que no resuelve los problemas de todos los ciudadanos. Como se ha dicho, pensar en esta magia del mercado sí que es una verdadera utopía incumplible.



[1] Milner, A., Page, A. i LaMontagne, A.D. (2013). Long-Term unemployment and suicide: a systematic review and meta-analysis. Plos-One 8 (1) e51333. Citado por Sergi Raventós en Sin Permiso: Suicidios y crisis económica ¿Se puede romper esta relación?
[2] Mueller, H (2015). Suicidios en España, ¿un fenómeno de la crisis? Nada es gratis. Citado por Sergi Raventós en Sin Permiso: Suicidios y crisis económica ¿Se puede romper esta relación?

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