Tanto los seguidores de los economistas austriacos
que propugnan un Estado Mínimo como
los muchos seguidores del neoliberalismo actual que azotan con sus políticas
austeras a los ciudadanos de muchos países y con anhelo privatizador, centran
su política económica en las mejoras de los beneficios empresariales,
mandándonos el mensaje de que habiendo beneficios todos ganamos. Aun sabiendo
perfectamente que parte, incluso diría gran parte, de los beneficios
empresariales son financiados por el Estado y conforme el arte económico actual
de esos beneficios sólo recae en los ciudadanos la parte amarga de sufragarlos.
Así, si hablamos de políticas salariales, éstas van
siempre en la misma dirección, se busca la reducción de los costes de la mano
de obra y mediante la excusa de la competencia internacional, la globalización
y las mejoras tecnológicas, los salarios tienden a cero con excepción, es
verdad, de aquellos emolumentos de administradores y grandes especialistas que
prosperan a base de reducir los salarios de los demás trabajadores.
Los despidos facilitados por la Ley de febrero de
2012 han facilitado, también, una reducción de costes empresariales
importantes, al mismo tiempo que dejaban el marrón de la cobertura de las
necesidades más perentorias de los ciudadanos al Estado. Éste ha tenido que
abonar los costes del desempleo y de las políticas activas y pasivas de empleo.
Además ¿Quién paga la precariedad rampante? Sin duda los trabajadores y,
también, el Estado. ¿Quién se beneficia? Las empresas, aunque claramente no sus
trabajadores, sino sus directivos y accionistas. Son muy transparentes las
palabras del premio nobel de economía francés Jean Tirole: “Hoy, enlazar contratos
temporales con paro, la rescisión de contratos y el paro de larga duración se
traducen en subida de los impuestos o en un aumento de las cargas sociales,
poco propicios a la eliminación del paro.[1]”
La banca es el ejemplo más bochornoso, cuando su
negocio especulativo con el dinero de los demás no puede mantenerse el Estado
les da a fondo perdido miles de millones de euros que en la práctica se sacan
de los recortes en bienes y servicios públicos y de los impuestos cargados al
contribuyente. Pero, es que además, los bancos siguen obteniendo beneficios
abusivos, por supuesto a costa de los propios ciudadanos, y sus administradores y directivos siguen aumentando
sus retribuciones y riquezas como si
fueran grandes figuras del deporte. La traca final ha venido con los desahucios
de ciudadanos en muchas ocasiones por obra de los propios bancos, lo que ha
supuesto el culmen del abuso, realizado por las ambiciones de unos y que han
tenido que pagar aquellos que menos culpa tenían.
Las jubilaciones anticipadas o parciales llevadas a
cabo por las grandes empresas son, también, regalos envenenados que han
explotado en las propias manos del Estado, regalos que el propio Estado ha tenido que costear y que
en aras del equilibrio presupuestario, impuesto por los neoliberales, han sido repercutidos,
¡cómo no!, a los ciudadanos, especialmente a los que tienen nómina. En el mismo
sentido han obrado las deducciones y exenciones, tanto en beneficios como en
contratación, de las que se han aprovechado especialmente las grandes empresas
dejando, sin embargo, a un lado las necesidades básicas de muchos ciudadanos:
niños, jóvenes y mayores.
Son estos tiempos de ampliación del espectro de
rentas y de riquezas, en los que la desigualdad no hace más que aumentar; está
claro que más que una crisis lo que está pasando es una expropiación soterrada
de los beneficios sociales por parte de una minoría que ostenta el poder y da
muestras de un gran egoísmo, egoísmo que no cesa y que nos llevará al desastre.
Ya que este egoísmo no para ni ante los desastre ecológicos y el calentamiento
global. Siendo los mayores negacionistas del cambio climático aquellos que
siguen aprovechándose de sus riquezas esquilmándolas, pudiendo evitar en ellos
sus consecuencias; viviendo donde les apetezca con suma seguridad y resistiendo
a golpe de dólares fácilmente los embates de la naturaleza.
Las desigualdades que están mostrando las políticas
neoliberales han sido repetidas y demostradas por activo y por pasivo. De hecho
tanta información está sirviendo de anestesia y tanto número termina ofuscándonos.
No obstante debemos constar nuevamente nuestro mundo desigual: “Vivimos en un
mundo insultantemente desigual, en el que las 62 personas más ricas del planeta
acumulan la misma riqueza que los 3.600 millones más pobres, en el que el 10 %
más rico del planeta tiene más de a mitad de la riqueza del planeta, y en
el que se estima que hay 925 millones de
personas que se encuentran en situación de hambre crónica a pesar de que el
planeta Tierra genera dos veces más alimentos de los que sus 7.300 millones de
habitantes precisan para vivir.[2]”
La verdad es dolorosa pero aún peor es la realidad
y la gran realidad es que este sistema económico injusto e inmoral se olvida
del sufrimiento que está padeciendo muchísima gente.
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