jueves, 27 de abril de 2017

La falacia de la autorregulación de los mercados

Los que piensan en las bondades del Estado Mínimo y que los mercados se regulan automáticamente, no tienen en cuenta la disposición humana a la avaricia y la imperfección del mercado. El mercado perfecto no existe y por tanto nunca puede funcionar de la forma que procure la producción y distribución que resulte justa y distributiva para toda la ciudadanía. “La exposición de los individuos a los caprichos del mercado laboral y de bienes suscita y promueve la división y no la unidad; premia las actitudes competitivas, al tiempo que degrada la colaboración y el trabajo en equipo al rango de estratagemas temporales que deben abandonarse o eliminarse una vez que se hayan agotado sus beneficios.[1]” Así, no es sorprendente que “La palabra comunidad, como modo de referirse a la totalidad de la población que habita en un territorio soberano del Estado, suena cada vez más vacía de contenido[2].”

El mercado sin bridas consigue concentrar el poder económico y el poder de dar normas sociales. Los resultados de esta masiva concentración han sido desastrosos, como nos muestra la evidencia constatada tanto en los años previos a la gran depresión de 1929 como en los años previos a la gran recesión de 2007: pobreza, desigualdad, ruinas, suicidios, cierre de empresas, tensiones entre naciones, etc. Keynes, gran economista con insuficiente reconocimiento, recomendó la utilización contracíclica del gasto público, y las economías vivieron sus mejores años, los denominados treinta gloriosos, que transcurrieron desde la terminación de la Segunda Guerra Mundial y hasta los primeros años de la década de los 70 del anterior siglo. No obstante, la contrarrevolución neoliberal iniciada en la década mencionada volvió a sacralizar la intocable libertad del mercado con los efectos perniciosos que ya conocemos, aunque a algunos privilegiados les suene muy diferente.

Karl Polanyi nos advertía ya en 1944 de la “Gran Transformación” que el mundo había sufrido con ocasión de que el libre mercado y la economía marquen el paso de nuestras sociedades. “Permitir que el mecanismo del mercado dirija por su propia cuenta y decida la suerte de los seres humanos y de su medio natural, e incluso que de hecho decida acerca del nivel y de la utilización del poder adquisitivo, conduce necesariamente a la destrucción de la sociedad. Y esto es así porque la pretendida mercancía denominada «fuerza de trabajo» no puede ser zarandeada, utilizada sin ton ni son, o incluso ser inutilizada, sin que se vean inevitablemente afectados los individuos humanos portadores de esta mercancía peculiar […] La naturaleza se vería reducida a sus elementos, el entorno natural y los paisajes serían saqueados, los ríos polucionados, la seguridad militar comprometida, el poder de producir alimentos y materias primas, destruido[3].” Sin duda un buen análisis.

El liberalismo económico viene siendo el principio organizador de una sociedad que tiene al sistema de libre mercado como ídolo sagrado. Sin embargo, no es pueril señalar que lo que está destruyendo la sociedad, en último término,  es el pensamiento único que considera al mercado una panacea que se autorregula, asignando eficientemente los recursos y distribuyendo equitativamente la riqueza. La realidad es que el mercado, con su fiel que se mueve al son de la oferta y la demanda, requiere ejércitos de personas buscando trabajo para que este sea precario, mal pagado y esclavizado y de esta forma se consigan beneficios incluso dónde es difícil sacarlos. Pero como bien decía Polanyi: “Aceptar el hecho de que una semi-indigencia de la masa de los ciudadanos es el precio a pagar para alcanzar el estado más elevado de prosperidad puede responder a muy diferentes actitudes humanas.[4]” Ya que “la economía de mercado implica una sociedad en la que las instituciones se subordinan a las exigencias del mecanismo del mercado[5].” “Separar el trabajo de las otras actividades de la vida y someterlo a las leyes del mercado equivaldría a aniquilar todas las formas orgánicas de la existencia y a reemplazarlas por un tipo de organización diferente, atomizada e individual[6].”

Hay economistas que quieren convencernos de que funciona aquello que reiteradamente hemos visto que provoca grandes desequilibrios sociales. La Historia de la Humanidad está empedrada de luchas por una justicia que proteja la dignidad de todos. “La historia de la humanidad está, en efecto, llena de momentos de lucha por la libertad y la igualdad, de revueltas contra los opresores y de intentos de construir sociedades más justas, aplastados por los defensores del orden establecido, que han sostenido siempre, y siguen haciéndolo hoy, que la sujeción y la desigualdad son necesarias para asegurar la prosperidad colectiva o incluso que forman parte del  proyecto divino[7].” Para que no se repita siempre el mismo ciclo, que la rueda de vueltas de opresión interminables, debemos taparnos lo oídos para no escuchar los cantos de sirena de aquellos que como el flautista de Hamelin quieren sólo arrimar el ascua a su sardina.




[1] Bauman, Zygmunt (2007: 9) Tiempos líquidos, vivir en una época de incertidumbre. Ensayo Tusquets.
[2] Ibídem (2007: 9)
[3] Polanyi, Karl (1989: 129) La Gran Transformación: Crítica del liberalismo económico. Ediciones La piqueta.
[4] Ibídem (1989: 198)
[5] Ibídem (1989: 291)
[6] Ibídem (1989: 269)
[7] Fontana, Josep (2017:11) El siglo de la Revolución. Una Historia del Mundo desde 1914- Crítica.

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