sábado, 21 de enero de 2017

Un sistema de cuidados muy descuidado

Uno de los problemas de nuestra sociedad es que hay a quienes les interesa que no haya trabajo para todos. La tecnología y la competitividad por producir cada día con menos costes suponen un motor de destrucción de puestos de trabajo que los beneficios empresariales alientan. No obstante, hay un gran nicho de trabajo en lo que se viene denominando sistema de cuidados o actividad reproductiva, trabajo ex novo, no deslocalizable, que puede suponer una gran fortuna para los países que no son los más avanzados en tecnología punta. Nuestro país, al que visitan cada año millones de turistas, puede ser puntero en estos servicios cuyo fin es mejorar la calidad de vida de las personas.

Perseguir la autonomía personal de todos los ciudadanos es el índice definitivo de una sociedad madura y desarrollada. No obstante, todos a lo largo de nuestra vida necesitaremos la ayuda de los demás para realizar tareas vitales. El hombre es un animal menesteroso, cargado de necesidades, e incluso en el cénit de nuestra madurez, necesitaremos a los demás para tener una vida digna de ser vivida. Siendo esta necesidad clara, la sociedad se comporta como un demente contribuyendo con sus guerras y locuras a perpetuar una sociedad injusta y desigual.

Hubo un tiempo, que los economistas llaman los treinta gloriosos, en los que el capitalismo fue embridado por el Estado, impulsando la demanda, el empleo y el crecimiento económico. La grave depresión de los años treinta del anterior siglo y las consecuencias de las guerras mundiales hicieron repensar a los poderosos las consecuencias de sus actos y pactar acuerdos con los que se beneficiaba la vida de la mayoría y no sólo de unos pocos. Este tiempo se distinguió por un crecimiento alto y estable, una estabilidad de precios, un alto nivel de empleo y una distribución más igualitaria de la renta. Pero incluso este período de recuperación posterior a la Gran Depresión se basó, al menos en una parte, en la economía de guerra, economía que movilizó recursos humanos y materiales para ponerlos al servicio de los objetivos militares. Así durante la segunda guerra mundial la economía alcanzó un crecimiento cercano al 20 %, crecimiento centrado principalmente en los países participantes de forma indirecta en la contienda, participantes que no sufrieron las consecuencias desastrosas de una guerra en su propio terreno.

El mayor beneficio lo sacó Estados Unidos que desde entonces domina el mundo queriendo, incluso, aplicar su visión al resto de países. Pero cuando las visiones tienen puntos ciegos y se basan exclusivamente en el propio interés y beneficio, las consecuencias terminan siendo muy costosas. Y es que en la desigualdad anida el germen de la injusticia, origen de los mayores infortunios de la historia del hombre.

Una persona sin trabajo suele suponer dos problemas: en primer lugar es un despilfarro en la producción de riqueza, mediante generación de bienes y servicios y en segundo lugar supone un factor importante de desequilibrio en el reparto de la renta contribuyendo al aumento de la desigualdad. Aunque quizás, como en otros tiempos, hay quien siga considerando la desigualdad como el artífice de la riqueza. Así a finales del siglo XVIII y principios del XIX un comerciante inglés llegó a decir: “sin pobreza no habría trabajo, y sin trabajo no habría ricos, ni refinamiento, ni confort, ni beneficio para aquellos que poseen la riqueza[1]” La pobreza a la que se refería era la de aquellos que tenían que trabajar para sobrevivir. Pero es que hoy en día, como en tiempos de Marx, hay quién todavía basa el progreso en la existencia de un ejército de desempleados de reserva, aplicando la misma y vieja teoría malévola: la pobreza estimula el trabajo esclavizado y el progreso de las sociedades. Toda una falacia dañina.

De poco nos vale que se haya constatado que las sociedades inclusivas generan un círculo virtuoso que nos conduce a un mundo mejor y, que las sociedades basadas en instituciones extractivas, mediante un círculo vicioso, generan corrupción y abuso de poder[2]. En nuestras sociedades es el trabajo remunerado y decente el que permite la inclusión de la mayor parte de la ciudadanía. ¿Por qué, entonces, hay tan poco trabajo en un mundo con muchísimas posibilidades de empleo, muchos nichos de trabajo sin explotar, y que puede disponer de una riqueza sin igual en toda la historia de la humanidad?

El sector de servicios en los últimos años ha supuesto más del 70 % del PIB mundial lo que nos indica por dónde va el mundo desarrollado. La agricultura y la industria han ido reduciendo su porcentaje ya que la producción es suficiente para que todos podamos alimentarnos y vivir como en ningún momento de la historia. Las sociedades desarrolladas están envejecidas y los jóvenes cada día encuentran menos oportunidades de trabajo en este mundo competitivo que se desarrolla bajo las directrices del neoliberalismo.

Todo ello me hace pensar que estamos perdiendo una gran oportunidad en la creación de puestos de trabajo. Debemos considerar que los servicios no se deslocalizan, aunque, sin embargo, exportamos jóvenes para los que no creamos puestos de trabajo suficientes en nuestro país. Jóvenes bien formados que se nos marchan para que sean otros los que aprovechen sus conocimientos y exploten su formación y valía. Me pregunto entonces ¿por qué el sistema de cuidados sigue tan descuidado cuando hay razones suficientes y rentables económicamente para que lo cuidemos mucho mejor?




[1] Patrick Colquhoun (1745-1820) citado por García Girona, Bernat (2016:24) La pobreza en las sociedades ricas. RBA.
[2] Acemoglu y Robinson. Por qué fracasan los países. Booket, Deusto 2014.

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