En estos momentos en los que
parece que lo viejo se resiste a abandonar su castillo dorado y lo nuevo llama
con fuerza, irrumpiendo incluso por algunas puertas importantes. En estos
momentos en los que el Partido Popular pierde dos millones y medio de votos con
respecto a las anteriores elecciones municipales pero sigue siendo la fuerza
política más votada. Se deben valorar los logros obtenidos y ponerse “manos a
la obra” con objeto de demostrar que hay otra forma de hacer política que
piense más en las personas y que se sustente precisamente en ellas ya que “la
política es autoayuda colectiva[1]”.
No hemos conquistado el castillo pero es la ilusión de un nuevo modelo de
sociedad más justa la que nos tiene que dar fuerzas para su ocupación
definitiva.
Los resultados electorales
de ayer domingo 24 de mayo, nos permiten ir saliendo del atolladero en el que
nuestra sociedad se encontraba y alumbrar en algunas ciudades y comunidades
autónomas nuevos modelos de sociedad que sean más humanos, más igualitarios. Modelos
sociales que promuevan la integración y la justicia social. El capitalismo de
amigotes, de casino, de especulación que teníamos sólo nos ha llevado a situaciones
de austeridad, desigualdad y pobreza que afectan a la gran mayoría de los
ciudadanos y merman sus derechos y su dignidad. La dinámica capitalista,
machaconamente vivida sobre todo desde la liberalización de los sistemas
financieros, allá por los años 80 del anterior siglo, se alimenta de la
extracción de rentas de los de abajo hacia los de arriba en un movimiento sin
fin que contradice el fundamento de una sociedad solidaria. En consecuencia, el
sistema que venimos padeciendo hace que las crisis, tan dañinas ellas, sean periodos
necesarios, inevitables e indispensables,
del ciclo capitalista debido al proceso de acumulación progresiva que le es
inherente y del que no puede librarse.
La
OCDE (Organización para la Cooperación el Desarrollo Económico) en un informe
presentado el pasado jueves, puso de manifiesto nuevamente que las
desigualdades entre ricos y pobres siguen aumentando y se han situado en su
máximo nivel desde inició de su medición por esta organización hace 30 años. En
España, nos informa, las grandes fortunas crecieron un 9,2 % el año pasado, hasta acumular más de
164.424 millones de euros, lo que equivale al 15,6 % del PIB. En la otra cara
de la moneda, sin embargo, tenemos que trece millones de personas vivían en
2014 por debajo del umbral de la pobreza, con unos ingresos de apenas 8.000
euros anuales, que repartidos mensualmente supondrían menos de 700 euros. El
patrimonio de los más ricos no para de crecer como a diario podemos ver en los
medios de información. Amancio Ortega, el hombre más rico de España y uno de
los tres más ricos del mundo tiene un patrimonio en el año 2014 de 46.000
millones de euros según la revista Forbes. Este estado de cosas tiene que
cambiar si no queremos volver a tiempos pasados más oscuros.
No podemos vendarnos los
ojos ante la realidad. El capital requiere beneficios y el sistema financiero
que tenemos montado, en el que domina la especulación sobre las necesidades de
crédito de las empresas, proporciona más beneficio que la economía real
quedando ésta anoréxica. Las empresas requieren obsesivamente una mejora
continua en sus datos económicos lo que, cuando no lo buscan de manera ilegal,
lo pueden encontrar disminuyendo los costes de la mano de obra o mejorando la
productividad. De ahí la obsesión de buscar nuevas tecnologías que supongan la
sustitución de los recursos humanos por los robots. Éstos no se cansan, no
protestan, no piden aumentos de salario. La automatización supone un incremento
de la productividad. Y “Los indudables y asombrosos aumentos de
productividad, volumen producido y rentabilidad que consigue el capital en
virtud de su organización de la división técnica y social del trabajo se
producen a expensas del bienestar mental, emocional y físico de los
trabajadores en su empleo[2]”.
Ya nos avisaba Karl Polanyi, de que una crisis
capitalista tiene menos que ver con una quiebra económica en sentido lineal, y
más con comunidades desintegradas, solidaridades resquebrajadas y el saqueo de
la naturaleza. Las raíces de la crisis capitalista se encuentran menos en
contradicciones intra-económicas, como la tendencia a la baja de la tasa de
ganancia, que en un cambio momentáneo de la posición de la economía respecto a
la sociedad.
No podemos dejar que la
esclavitud de los nuevos contratos impulsados por la reforma laboral de 2012 y
los que se pretenden implantar como el contrato a tiempo cero sea el mundo
obligado para la gran parte de los ciudadanos. El problema no es la productividad,
ésta no para de aumentar y “¿Quién va a
dar un paso adelante y comprar todo ese aumento de la producción?... La
automatización está a punto de invadirlo todo, en casi todos los sectores, en
una amplia variedad de ocupaciones, y tanto entre los trabajadores con títulos
universitarios como entre los que carecen de ellos. La automatización llegará a
las naciones desarrolladas y a los países en vías de desarrollo. Los
consumidores que impulsan nuestros mercados son prácticamente todos, gente que
tiene un empleo o depende de alguien que lo tiene. Cuando una fracción
substancial de esa gente pierda su empleo, ¿de dónde vendrá la demanda en el
mercado?[3]”.
Un
indicador de la tendencia de la mano de obra hacia la simplicidad y los bajos
salarios se manifiesta en la deslocalización de las labores sencillas hacia
aquellas naciones que disponen de mayor reserva de mano de obra y por ende más
barata. Por otra parte el gran incremento de la oferta de trabajo con respecto
a su demanda debido a las incorporaciones de grandes masas de trabajadores en
Asia y África y la mujer en los países desarrollados, ha supuesto un gran
incremento del ejército industrial de reserva lo que abarata el salario. Pero
este ejercito industrial mercantilizado además “es de dos tipos: en primer
lugar están los trabajadores desempleados; en segundo lugar, las innovaciones
tecnológicas que mejoran la productividad laboral [que] dan lugar a despidos y
desempleo[4]”.
Estoy
convencido finalmente de que un nuevo modelo de sociedad no puede tener como
elemento esencial de convivencia el trabajo. En una escala globalizada la
búsqueda de beneficio conseguirá un trabajador más esclavizado y un beneficio
más banal que hará de palanca para búsquedas menos éticas de ganancias por
parte de los especuladores. La ética que se abrirá paso en este contexto será la que
algunos califican como del sálvese quien pueda, impulsada por las élites a través de la
deudocracia y que fomentará, sin duda, posiciones xenofóbicas, racistas y
excluyentes, que amenazarán
con
la supervivencia de las grandes mayorías.
[2] Harvey, David (2014:130). Diecisiete contradicciones y
el fin del capitalismo. Editorial IAEN, Quito.
[3]Ford, Martin (2009:96-97). Teh
lights in the Tunnel: Automation, Accelerating Technology and teh Economu of de
Future, Estados Unidos Acculant Publishing.
[4] Harvey, David (2014:173). Diecisiete contradicciones y el fin del
capitalismo. Editorial IAEN, Quito.
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