Hay suficiente evidencia científica para asegurar
que la desigualdad que está generando el sistema capitalista actual, hipertrofiado
financieramente y en el que el fundamentalismo de mercado impera vestido con su
piel neoliberal, es perjudicial no sólo para la gran mayoría de las personas
sino, también, para la propia economía e incluso para el propio capitalismo. No
tanto para el crecimiento económico como para una economía sana que no explote
por los aires haciendo daño a los más débiles. “…los efectos económicos de la
desigualdad van más allá de su impacto en la eficiencia en la asignación de los
recursos, la calidad del crecimiento y la inestabilidad macroeconómica.
Posiblemente el impacto más importante a
largo plazo es sobre el propio sistema
de economía de libre empresa. Esto es así en la medida en que la inequidad
extrema produce una quiebra moral del capitalismo.[1]”
No obstante, encontrar maneras de reducir la
desigualdad es fácil, más de lo que nos han hecho creer. La razón de que no se
pongan en marcha estas soluciones tiene que ver menos con las posibilidades de
éxito reales y tiene que ver más con los caprichos insensibles de parte de la
población que saca grandes beneficios de la situación. Poner el acento, en
primer lugar, en la hipertrofia del sistema financiero es esencial para frenar
el desarrollo desigualitario, en segundo lugar, es destacable la importante
función que tienen las políticas que se lleven a cabo y entre ellas,
finalmente, aquellas que tienen por objeto la mejora de la calidad democrática.
Así, entre otras soluciones, podemos enumerar:
1.- Reducir la financiarización de la economía es
una primera solución. Las finanzas están contribuyendo de forma importante a la
desigualdad de la riqueza y de la distribución de la renta. De tal manera que se
forma un bucle infinito en el que a mayor desigualdad más probabilidades hay de
que ésta siga aumentando. “La hiperfinanciarización de la economía que
caracteriza el capitalismo de las últimas décadas no es solamente, por tanto,
un problema para los objetivos de estabilidad macroeconómica y equidad
distributiva, sino también para el crecimiento económico real.[2]”
Limitar la libertad financiera, regular los mercados financieros, es una
necesidad apremiante que evitaría esta propensión e, incluso, laminaría el
riesgo de nuevas recesiones, riesgo que estamos corriendo y sigue aumentando su
probabilidad de cumplimiento.
2.- Normalizar los salarios de los responsables
bancarios. La crisis no ha servido para que todos nos apretáramos el cinturón,
mientras el gobierno vio como solución de la crisis la reducción de los
salarios, los que tuvieron gran parte de la culpa de la crisis aumentaban de
forma abusiva e indecente sus retribuciones y se aseguraban sus pensiones con
cantidades hirientes para el resto de los ciudadanos. La búsqueda de mayores
retribuciones es un estímulo, en los responsables, para una nueva debacle
económica.
3.- En un sistema social, como el actual, basado en
el empleo, es decir el trabajo retribuido, crear empleo es una condición
necesaria para que todos pueden disfrutar de un mínimo de posibilidades de vida
y desarrollo. Todavía según la EPA hay 1.438.300 hogares con todos sus miembros
en paro. Pero, no obstante, no es suficiente crear empleo, no vale cualquier
empleo, se ha demostrado día a día, que con la actual normativa laboral
publicada en el 2012, cada vez hay más trabajadores pobres, cuyo salario
indecente (en este caso el salario) no llega para una vida sin necesidades básicas
y fuera de la pobreza. Aumentar los salarios no es sólo un asunto justo y ético
sino, también, una necesidad económica que redundará en un relanzamiento de la
economía.
4.- Una fiscalidad más progresiva y una
redistribución de la renta más equitativa son otros aspectos necesarios. Ante
la pobreza extrema, creo que una política de efectos inmediatos sería la puesta
en marcha de la Renta Básica Universal, junto con iniciativas públicas de
generación de empleo en Sanidad, Educación, Dependencia, Investigación y
desarrollo, Medio Ambiente, etc. Actividades en las que la empresa privada es
renuente a entrar siendo, sin embargo, básicas para la cobertura de las
necesidades y la igualdad de oportunidades de la ciudadanía.
5.- Las políticas
redistributivas públicas tienen una importancia fundamental en relación al
aumento de la demanda agregada de los bienes básicos y la eliminación de la
pobreza. Las inversiones públicas son necesarias para generar riqueza en
beneficio de todos. En contra de lo que se repite machaconamente por el mundo
neoliberal, se ha demostrado que los grandes avances tecnológicos han sido
financiados por los gobiernos y sin embargo, como viene siendo costumbre
inveterada, los beneficios siempre han ido a parar a manos privadas. Dar al
Cesar lo que es del Cesar ayudaría a dotar a los Estados de liquidez en
beneficio de todos.
El mito del déficit público está
haciendo mucho daño a la igualdad. Podemos permitirnos lo que seamos capaces de
hacer. Debemos repetir como dice la
Teoría Monetaria Moderna que los países que tienen poder de emitir moneda no
pueden quebrar y que pueden financiar todo aquello que con sus recursos puedan
llegar a hacer. No hay peor mal que
tener recursos ociosos.
6.- Cuidar el Medio Ambiente es una riqueza común
que disminuiría la desigualdad. Nada menos que en 400.000 millones de euros se
estiman las pérdidas acumuladas desde 1980 en los países miembros de la Agencia
Europea de Medio Ambiente debido a los efectos del cambio climático. A estos
costes habría que añadir las muertes prematuras ocasionadas. Estos costes, sin
duda, son asumidos principalmente por los segmentos inferiores de la escala
social. Mirar por un Medio Ambiente sano redundaría en el bienestar de todos,
no sólo de unos cuantos que con sus inmensas fortunas pueden aprovecharse de
ambientes todavía vírgenes.
7.- Mejorar la calidad democrática. Como decía Karl
Polanyi en su obra La Gran Transformación
“El socialismo es, esencialmente, la tendencia inherente en una sociedad
industrial a trascender el mercado auto-regulado subordinándolo deliberadamente
a la sociedad democrática.” La Democracia es el menos malo de los regímenes
políticos. Además, cuando funciona bien, tiene la virtud de moderar las
decisiones políticas dirigiéndolas al bien común. Es esencial una mejora
democrática si queremos disminuir la desigualdad.
No podemos permitir que sean otros los poderes que
nos guíen por el sistema económico y menos aún el poder financiero que puede
encenagar nuestras relaciones. En palabras de Tzvetan Todorov, “la economía se
ha hecho independiente e insumisa a todo poder político, y la libertad que
adquieren los más poderosos se ha convertido en falta de libertad para los
menos poderosos. El bien común ya no está defendido, ni protegido ni exigido al
nivel mínimo indispensable para la comunidad. Y el zorro libre en el gallinero
quita libertad a las gallinas[3].”
Esto es, sin duda, lo que debemos evitar.
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