miércoles, 31 de enero de 2018

Gorrones

No todo en lo que creemos es cierto, a veces nos cuentan cuentos y nos los creemos. Escribía Owen Jones que “términos como gorrones se usan hoy en día de forma casi exclusiva contra la gente pobre, y jamás contra unos intereses privados que se niegan incluso a pagar impuestos. Gorrones, al fin y al cabo, es un insulto que se emplea contra quienes dependen del Estado de bienestar […] Resulta irónico comprobar que las mismas empresas privadas contratadas para insertar en el mercado laboral a esos desempleados incapaces y enemigos del trabajo merecen mucho más que nadie ese apelativo de gorrones.[1]” Sin duda, en contra de lo que pensamos, son las grandes empresas las que más ayudas reciben del Estado a pesar de que se suele establecer una igualdad entre desempleado, vago y gorrón.

El odio, por parte de los liberales a la intervención del Estado, es sólo una distracción en la realidad subyacente. En nuestros días, podemos decir que el socialismo se está dando sólo y especialmente a favor de las grandes empresas que aprovechan la norma y sus recovecos para sumar deducciones, ayudas, reflotamientos y compensaciones. Los defensores del mercado libre y del Estado Mínimo son conocedores de que tal estado de cosas no existe. Así también indicaba el escritor británico Owen Jones: “toda la ideología del capitalismo de mercado libre se basa en una estafa: el capitalismo británico [cosa que se puede hacer extensiva a todos los países capitalistas] depende por completo del Estado. Es más, a menudo la ideología mercantilista del Establishment es poco más que una simple fachada para colocar recursos públicos en manos privadas a expensas de la sociedad.[2]” “Así pues, el mercado libre que tanto le gusta al Establishment se basa en una fantasía. Se puede afirmar que en Gran Bretaña florece el  socialismo, pero es un socialismo solamente para ricos y las empresas. El Estado está ahí para apoyarlos y para rescatarlos si es necesario. De la mayoría del resto de la población, en cambio, se espera que se salven como puedan: su única experiencia es el capitalismo de fauces ensangrentadas.[3]

En ciencias sociales se llama polizones a aquellos individuos o entes que consumen más que una parte equitativa de un recurso, o no afrontan una parte justa del costo de su producción. Este contexto se denomina del polizón, también conocido como el consumidor parásito (del inglés free riderproblem) y trata de buscar solución de forma equitativa a la aportación y consumo desigual de los distintos ciudadanos, limitando así sus efectos negativos. Aunque es una cuestión controvertida, por lo general se considera al problema del polizón un problema económico al ocuparse de la producción o producción insuficiente de un bien público, y por ello de una eficiencia de Pareto, o, también, cuando conduce al uso excesivo de un recurso de propiedad común.

Un ejemplo conocido y fácil de entender del problema del polizón es el gasto militar: ninguna persona puede ser excluida de ser defendida por las fuerzas militares de un país, y por lo tanto serían polizones aquellos que se negaran a pagar los impuestos ya que serán también defendidos. El gobierno es el mecanismo primario mediante el cual las sociedades hacen frente a los problemas de polizones. Además de las medidas fiscales, las reglamentaciones son otra forma de acción colectiva tomada por los gobiernos para resolver problemas de polizones tales como impactos sobre el medio ambiente o uso excesivo de recursos. En el contexto de los sindicatos, un polizón es un empleado que no paga cuota sindical, pero que sin embargo recibe los mismos beneficios conseguidos por la representación sindical para sus asociados que sí abonan su cuota. Polizón es también un término utilizado en el ambiente de las bolsas de valores cuando un cliente compra acciones por una cantidad que excede su capital. O sea los polizones son aquellos que compran acciones pero luego no tienen con qué pagarlas.

Se podrían poner miles de ejemplos de gorroneo relacionados con la sanidad, el trabajo, los bienes comunales, las familias, la economía sumergida, las obligaciones fiscales y, en resumen, se puede decir que la desigualdad es un foco de infección incontrolada de grandes gorrones. No obstante, el gorroneo con mayúsculas debe encontrarse en la acumulación excesiva de beneficios, la extracción de riquezas por parte de las élites, la corrupción que florece de forma inmarchitable en este mundo tan liberal. Todos, son ejemplos claros de cómo los dineros que se aportan por la sociedad terminan en manos de las empresas y a través de ellas en manos de los más tienen sin que aporten lo mismo de forma equitativa. Son, también, muestras por todos conocidas de gorroneo de aquellos que más tienen las ayudas a los bancos, a las empresas de autopistas, a las empresas energéticas, las ayudas al deporte: los juegos olímpicos son otro patrón de cómo el dinero público, el que se obtiene a través de los impuestos que pagan principalmente los trabajadores, ha sido trasvasado a las empresas.

Nos cuentan cuentos y dormimos con ellos.



[1] Jones, Owen (2015: 270). El Establishment; La Casta al desnudo. Seix Barral.
[2] Ibídem (2015: 253)
[3] Ibídem (2015: 268)

lunes, 15 de enero de 2018

Los valores de la desigualdad

Por mucho que algunos sectores sociales reclamen mayor igualdad entre las personas, la realidad es que el sistema de la desigualdad, el capitalismo neoliberal, sigue triunfando y generando más distanciamiento entre una minoría y el resto. Porque los valores del neoliberalismo se basan en la competitividad, en el individualismo, en la rivalidad por los recursos y bienes y desecha la solidaridad y la empatía con el otro. El beneficio es el dios supremo y éste valor machaca y derrota a cualquier otro, por muy ético que sea, que no suponga el triunfo individualista. El triunfo en la carrera neoliberal no puede, en este sistema, ser enturbiado por los valores humanitarios. El ganador debe vencer y machacar. El ganador suele tener, además, más cartas que le permitirán seguir ganando sin piedad. El ganador, como la banca, se lo lleva todo.

El problema de la desigualdad es que no tiene futuro. La desigualdad es un cáncer social. No sólo porque abona a una gran parte de la población a una vida indigna y sin pulso para vivirla. No sólo porque ni siquiera funciona a nivel económico. Además, está consiguiendo enfermar la nave que nos transporta. En el momento en el que estamos puede ser una enfermedad mortal y es incierta la  posibilidad de vuelta atrás. La desigualdad, en consecuencia, está contribuyendo a seguir insistiendo y aumentando los grandes problemas ecológicos. Así, sabemos que el 10 % de los que más tienen, emiten el 50 % del gas de efecto invernadero. Por lo que no sólo hay que descarbonizar el modelo energético sino que, también, es completamente necesario que los más ricos moderen su nivel de consumo si queremos mantener expectativas de vida en la tierra.

Que no me hablen de que el mercado asigna los bienes y recursos eficientemente. Todos hemos padecido la burbuja inmobiliaria y somos conocedores de que, especialmente en las grandes ciudades, existen millones de casas vacías, más que ciudadanos sin ellas, a pesar de que su número también es millonario. El mercado de trabajo asigna este bien entre aquellos que no pertenecen a la élite: estos mayormente viven de las rentas. En relación al resto, el mercado de trabajo decide quién va a tener recursos para vivir y quién no. Si bien es verdad que cada vez reparte menos recursos entre los que consiguen entrar. Y la precariedad es lomás normal en este tiempo. No sólo entre aquellos que consiguen trabajar por cuenta propia sino también entre aquellos que siguiendo los mantras neoliberales se han hecho autónomos o se han auto-empleado. Así, hoy en España, por seguir el mantra neoliberal, más de 300.000 autónomos perciben un salario inferior al Salario Mínimo Interprofesional (SMI)[1] y, en muchos casos, son esclavos de las empresas que les dan trabajo.

Y que no me hablen de la privatización de los servicios básicos como la panacea en la mejora económica y el bienestar de los ciudadanos. En España, en diez años, el agua ha subido un 76%; el gas, un 48%; la luz, un 87%, mientas los salarios solo un13%. En 2007, para pagar estos servicios básicos se necesitaba un 9% del salario medio, ahora senecesita un 14%[2]. Es el triste record de la privatización tan proclamada por los neoliberales y conservadores.

Los valores de esta sociedad son los que soportan la desigualdad existente. Que un mínimo porcentaje de ricos acaparen más del 50 % de la renta de toda la población. Que casi 13 millones de personas estén en riesgo de exclusión y pobreza. Que hay 1.613. 100 parados de larga duración, de más de un año. Que  la mitad de los desempleados no cobran subsidio alguno y la mitad de quienes lo cobran reciben, únicamente, la pensión asistencial. Que estamos a la cola de Europa en el reparto de la renta. Que nuestro Coeficiente de Gini, que mide la desigualdad en el reparto de ingresos entre los hogares, sitúa a España en 2016, último año publicado, a la cola de la UE-28, sólo por delante de Rumanía, Lituania y Bulgaria. En cuanto al reparto de la riqueza, según la Encuesta financiera de las familias del Banco de España, la desigualdad de patrimonio entre los hogares se ha doblado en sólo 12 años. La mitad más rica del país ha incrementado su patrimonio medio en un 29%, mientras que la mitad más pobre lo ha reducido en un 30%[3].

Parece, sin embargo, que los economistas ortodoxos son ahora conscientes de que el libre comercio y la libre circulación de capitales, que se ha acelerado a nivel mundial durante los últimos 30 años, no ha beneficiado a todos. ¡Vaya por Dios! Son muchos, no obstante, los que no saben, cuando votan, que valores están defendiendo. Pero, una sociedad en la que los ciudadanos mantienen su voto y sus creencias a piñón fijo y sin pensar, es una sociedad que permite caminar por caminos, aunque trillados, no elegidos por la mayoría, una sociedad que se queda anclada en el pasado, una sociedad dirigida por el interés de unos pocos y como los datos dejan patente, en perjuicio de casi todos.



[1] Alternativas Económicas, núm. 54. Dossier Autónomos. Ariadna Trillas, pág. 41.
[2] Ver Miguel Salas. Sin permiso.http://www.sinpermiso.info/textos/reino-de-espana-el-salario-minimo-y-laestrategia-sindical
[3]Ibídem.

miércoles, 3 de enero de 2018

Una humanidad que corre al abismo

El neoliberalismo está empeñado en no dejarse desenmascarar por el cambio climático. Sin duda el capitalismo desencadenado en el que se ha convertido el neoliberalismo, no tiene en cuenta a las personas, sus derechos, su vida, ya que es el mercado el que tiene la varita mágica con la que todo se soluciona, y tampoco tiene en cuenta los problemas medioambientales por la misma razón. El neoliberalismo, en consecuencia, son las gafas que los poderosos, la élite, emplea para no ver todas aquellas vilezas y desastres que su egoísmo produce. El neoliberalismo, actualmente, es el opio del pueblo.

Cuenta Naomi Klein en su último libro Decir no, no basta que “para evitar el caos climático tenemos que plantar cara a las ideologías capitalistas que han conquistado el mundo desde la década de 1980…la clase oligárquica no puede seguir sembrando el caos sin someterse a reglas. Detenerla ya es una cuestión de supervivencia colectiva de la humanidad.[1]” Adormecernos en los brazos de una ideología basada en el egoísmo y la insolidaridad no nos salvará.

Con Naomi Klein podemos preguntarnos “¿Por qué iba nadie a esforzarse tanto en negar los datos científicos que  respaldan el 97 % de los climatólogos, y cuyos efectos podemos apreciar a nuestro alrededor y que se vuelven a confirmar en las noticias que consumimos a diario? [...] cuando los conservadores de la línea dura niegan el cambio climático no sólo están defendiendo las riquezas –con un valor de billones-- que se ven amenazadas por la acción contra el cambio climático. También defienden algo que para ellos es más preciado aún: todo un proyecto ideológico –el neoliberalismo—que sostiene que el mercado siempre tiene razón, que su regulación siempre es un error, que lo privado es bueno y lo público es malo, y que lo peor de todo son los impuestos destinados a sostener servicios públicos.[2]

El proyecto iniciado en los años 70, está resultando tan exitoso para ellos que incluso se ha conseguido que los impuestos los paguen los demás, aquellos que no están en la élite económica y su poder no se encuentra en la cúspide. Pero aun así, el resto de los mortales, el 99 % o más pagamos y callamos.

La ceguera, aun con ojos sanos, se está extendiendo en la sociedad, rememorando el libro premonitorio del escritor portugués José Saramago. Cuanto más corroe el capitalismo neoliberal a la comunidad, más parece que la gente vota a favor de esta ideología. Estar con la gente, defender los derechos humanos, buscar el desarrollo de todos los ciudadanos, está mal visto y es peligroso. La labor realizada por los ricos y poderosos, aunque en contra de todos, está dando los resultados que siempre han buscado. Somos marionetas manejadas con hilos que han usado inteligentemente. Nos roban y aún creemos que son ellos los que nos salvarán de las crisis que ellos mismos provocan. No somos conscientes de que “Muchas de las crisis a las que nos enfrentamos son síntomas de la misma enfermedad subyacente: una lógica basada en la dominación que trata a muchas personas, e incluso la propia Tierra, como si fueran desechables.[3]

Es urgente un cambio de conciencia. No nos vale un consumismo como fin de nuestras vidas, consumismo que sólo garantiza riquezas a aquellos que salen victoriosos en la carrera de la vida, gracias en muchas ocasiones, por no decir en todas, a su egoísmo, avaricia e insolidaridad. Un mundo mejor es necesario y este no se consigue dejando que los productos embauquen a las personas dejando “unos beneficios superescandalosos a un reducidísimo número de habitantes de ese mundo mejor.[4]” Mientras que una gran parte de la población sufre hambre y malnutrición en un mundo ahíto de riquezas. Y no se consigue mediante la especulación en todos los ámbitos, ni mediante un capitalismo financiero que hace del dinero, un medio de pago, el fin de la economía, destruyendo a la economía real, aquella que tiene que ver con la cobertura de las necesidades de la población.

Corremos al abismo con los ojos cerrados y todavía creemos a pies juntillas los cuentos y cuentas que elaboran aquellos que sólo buscan su propio beneficio y en aras a ello hablan de la libertad, de la propiedad y de la justicia: la suya por supuesto. Pero sigamos adorando a becerros de oro, sigamos corriendo sin saber ni dónde vamos ni dónde nos encontramos. Sigamos ignorando las señales que nos avisan. Sigamos adorando al fetiche del crecimiento. Sigamos consumiendo como si no hubiera un mañana. Sigamos destruyendo la tierra. El abismo no está muy lejos.




[1] Klein, Naomi (2017:104). Decir no, no basta. Paidós.
[2] Ibídem (2017:101).
[3] Ibídem (2017:267).
[4] Franzen, Jonathan (2011:245) Libertad. Círculo de lectores.

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