jueves, 29 de diciembre de 2016

Un bucle malévolo: el capitalismo financiero

La confusión entre los bienes y servicios reales y el capital financiero, mayormente virtual y ficticio, está ocasionando graves desórdenes que nutren los desequilibrios actuales entre naciones y personas. La desigualdad rampante resultante, permite que aquellos que más tienen dediquen recursos a la especulación financiera con el ánimo de sacar mayor rendimiento a sus ahorros, lo que les permite seguir aumentando sus riquezas y seguir distanciándose económicamente del resto de los ciudadanos, ampliando de esta forma, como un bucle sin fin, la desigualdad cuyo incremento sinigual es un camino de difícil retorno. Pero, además, estas ganancias no están apenas identificadas con la producción real de bienes y servicios, y si con anotaciones contables respaldadas por ofertas y demandas de productos financieros diseñados para ganar sin riesgo y desacompasados con la realidad económica, con la verdadera riqueza que da cobertura a las necesidades humanas.

Este es un juego malévolo que se encuentra en el disco duro del el capitalismo sin brida, sin control. El capitalismo, como nos decía Chomsky, no es más que “maximizar tus beneficios a expensas del resto del mundo”. Y el capitalismo financiarizado consigue aumentar los beneficios en un juego ficticio, haciendo que tanto las entidades financieras como las no financieras olviden su labor social para buscar pingües beneficios de forma fácil y con menos costes. Pero es que, incluso, “Las finanzas han sido capaces de extraer ganancias directa y sistemáticamente de los salarios, y han dado forma así a la expropiación financiera[1].” Expropiación llevada a cabo sin contemplaciones por las políticas neoliberales en contra de la mayor parte de la población y especialmente de los más débiles.

El capitalismo dejado a sus anchas ha dejado patente que es una fábrica de desigualdad. Y la desigualdad es injusta, socialmente corrosiva, ocasiona un desperdicio de recursos, ineficaz en la búsqueda de la igualdad de oportunidades, ineficiente desde el punto de vista económico, desestabilizadora de la democracia y despierta los peores instintos del ser humano dividiendo a la humanidad en partes irreconciliables.

Poner en relación el capitalismo financiero y los Derechos Humanos es la antítesis de lo posible, un oxímoron, son conceptos contradictorios y opuestos que nunca podrán ir en la misma dirección, ni permitir ganancias por ambas partes. El capitalismo moderno, sin duda,  está financiarizado y a ello contribuyen fielmente los estados. La “financiarización[2]” constituye probablemente el concepto más relevante para entender el capitalismo contemporáneo y, por ende, la larga fase de crisis que se inició en el 2007.[3]

Hubo una vez en el que “El sector de las finanzas, apoyado en los avances en matemáticas, estadística,  computación y tecnologías de la información, desarrolló modelos de análisis e instrumentos cada vez más complejos con los que creyó haber roto la vinculación directa entre los beneficios y el riesgo[4]”. Sin embargo, esta creencia nos ha traído una de las peores crisis habidas en la historia del capitalismo. Trocear riesgos para que estos sean soportados por otros ha hecho saltar la banca y puede hacer saltar por los aires la moneda común. Pero, sin ningún rubor, los problemas ocasionados por banca se transfirieron a los Estados y así “entre 2010 y 2012 [fue] cuando la crisis tomó un rumbo todavía más peligroso. Los Estados habían acumulado deuda porque [además] se habían reducido los ingresos fiscales a causa de la recesión y las haciendas públicas habían asumido el cote de rescatar el sector financiero[5].” Pero es que la deuda pública que nos ata y empobrece está ahora en manos de los bancos que nos llevaron a la crisis. Se ha dado dinero a los bancos cuando estos lo utilizan para especular en los mercados financieros y seguir el bucle malévolo.

El sistema financiero tiene una función de intermediación pero debemos saber que no produce valor. Cuando cumple su función su labor resulta positiva para la sociedad. Pero “la financiarización podría conceptualizarse como un cambio en el equilibrio entre la acumulación real y la acumulación financiera; concretamente, la financiarización representa el crecimiento asimétrico de la acumulación financiera en comparación con la acumulación real.[6]” El problema del capitalismo financiarizado es, por tanto, que los beneficios se extraen fuera del circuito real de la economía, se extraen del circuito financiero que está basado principalmente en transacciones que no provienen de la producción y distribución de bienes y servicios.

En el 2011 los mercados financieros extrabursátiles alcanzaron aproximadamente el volumen de 700 billones de dólares americanos y los mercados bursátiles se estiman en otro tanto. Sin embargo el PIB mundial rondaría los 65 billones. Estas cantidades indican la descarada verdad del sistema financiero y la opacidad de las políticas económicas que atosigan a los ciudadanos con las necesidades de financiación cuando se deja jugar, principalmente a los bancos, con transacciones opacas y  sin riesgo que multiplican por 20 la producción real de bienes y servicios. Pero seguimos, igual, las cosas después de las experiencias de la última década no han cambiado y el círculo vicioso, el bucle malévolo, sigue creciendo y creciendo.



[1] Lapavitsas, Costas (2016:32) Beneficios sin producción, cómo nos explotan las finanzas. Traficantes de sueños.
[2] La financiarización es un término sistémico todavía impreciso aunque pretende definir el aumento y preeminencia del sistema financiero en, al menos, las tres últimas décadas. Este aumento puede estar ocasionado por la búsqueda de beneficios, en muchos casos fáciles, en el mundo de las finanzas.
[3] Lapavitsas, Costas (2016) Beneficios sin producción, cómo nos explotan las finanzas. Traficantes de sueños.
[4] Pujol Álvarez, Rubén (2016:11). El poder de los mercados financieros. RBA.
[5] Lapavitsas, Costas (2016:14) Beneficios sin producción, cómo nos explotan las finanzas. Traficantes de sueños.
[6] Ibídem (2016:261)

sábado, 17 de diciembre de 2016

Empleo, trabajo y renta básica universal (RBU)

Nuestras sociedades están centradas en el trabajo remunerado, lo que se viene conceptuando como empleo. Tener empleo o no tener empleo supone la principal causa de pobreza. Es verdad que en estos tiempos en los que el trabajo se ha precarizado y está mal pagado también algunos trabajos remunerados no son capaces de sacar a los trabajadores de la pobreza y exclusión social. El empleo, con las políticas neoliberales se ha vuelto escaso, intermitente y mal retribuido y tiene relación directa con las tasas de pobreza. Por ello, es bueno recordar que los objetivos relativos a la pobreza establecidos por la Unión Europea para el año 2020 están lejos de conseguirse. En España, concretamente, se preveía recortar el número de personas en riesgo de pobreza o exclusión social en 1,4 millones antes del año 2020 y, sin embargo, los datos oficiales nos muestran que a mitad de camino, la situación ha empeorado y, además, tenemos otro 1.062.084 de personas nuevas que han entrado en este grupo[1].

Pero, por otra parte, hay suficiente evidencia para constatar la importancia decisiva de la influencia de las variables políticas y sociales en la evolución del desempleo. El sociólogo Göran Theborn en su libro Por qué en algunos países hay más paro que en otros, opina que el elemento fundamental del desempleo es la existencia o inexistencia de un compromiso institucionalizado a favor del empleo. Este autor, 25 años después de escribir el libro citado y en su colaboración realizada en el IX Encuentro de Salamanca sobre alternativas económicas y sociales frente a la crisis, ratificaba sus conclusiones: “Veinticinco años más tarde, una conclusión fundamental de mi estudio de la década de 1980 sigue vigente, firme e irrefutable. El pleno empleo no es ni una utopía ni un territorio lejano de un pasado remoto.”

Pero, es que además hay mucho trabajo socialmente transcendente que no se remunera y está efectuado, todavía, principalmente por mujeres. En mi opinión no es que se tenga que pasar al mercado todo el trabajo social y reproductivo, pero sin duda el trabajo de cuidados es un filón de trabajo importante en las sociedades envejecidas basadas en el trabajo retribuido y, además, demuestra el nivel social alcanzado, ya que un indicador del desarrollo de una sociedad tiene mucho que ver con el trato que se da a los débiles y necesitados.

Una sociedad justa debe considerar el esfuerzo que realizan todos sus integrantes para el mantenimiento y el bienestar de la misma.  Sin embargo, los discursos económicos se han centrado hasta el día de hoy en los procesos de producción de mercancías y los trabajos remunerados y han hecho invisibles los procesos de mantenimiento de la vida cotidiana y los trabajos no remunerados. El enfoque patriarcal de nuestras sociedades ha facilitado que la ponderación del trabajo mercantil, el trabajo que produce bienes para el intercambio, sea lo único considerado, olvidándose del trabajo doméstico, el trabajo de cuidados[2], el trabajo altruista, el trabajo solidario, que tienen claramente una gran significación al permitir la reproducción de la especie humana, la mano de obra presente y futura, la convivencia y el mantenimiento de las relaciones sociales y en definitiva la reproducción social y la perpetuación de las sociedades.

Pero “es sorprendente […] que un trabajo necesario para el crecimiento y desarrollo de toda persona, para el aprendizaje del lenguaje y la socialización, para la adquisición de la identidad y la seguridad emocional, un trabajo que se había realizado a lo largo de toda la historia de la humanidad, hubiese permanecido invisible tanto tiempo[3]”. Ya que "El trabajo doméstico no es simplemente la combinación de tareas necesarias para la reproducción cotidiana del núcleo familiar y para satisfacer las necesidades físicas y psicológicas de sus miembros. La verdadera misión del trabajo doméstico es reconstruir la relación entre producción y reproducción que tenga sentido para las personas[4]".

Siendo todo esto verdad, el pleno empleo es una variable que se puede conseguir con intención política, ya que hay herramientas como la Teoría Monetaria Moderna que pueden ayudar a ello y suficientes nichos de trabajo para poder emplear a las personas sin empleo y utilizar los recursos materiales y las maquinarias ociosas; hay mucho trabajo en la sociedad que no está retribuido y, sin embargo, es un trabajo necesario y útil para la sociedad y para el desarrollo de las personas que la integran. En este sentido la Renta Básica Universal es una institución que de forma sencilla y rápida facilita a las personas la dedicación a aquello que potencia sus capacidades y les hace más felices, contribuyendo, incluso, a la mejora social.

Actualmente hay un debate entre RBU y el trabajo garantizado (TG). Este último persigue, manteniendo la sociedad del trabajo, el pleno empleo. Así la gente se dignifica, socializa y desarrolla sus potencialidades a través del trabajo. Es una medida necesaria en estos tiempos de tanto paro, pero es más lenta y se queda un paso más acá de lo que persigue la RBU, ésta tiene como una de sus principales características: su aplicación inmediata consiguiendo mejorar la posición de los más débiles y eliminar casi de golpe la pobreza. Por otra parte es posible e incluso se debe compatibilizar con la RBU ya que hay muchos nichos de trabajo sin explotar: dependencia, cuidado de niños, medio ambiente, investigación, transición energética, etc. Por otra parte, el TG además de ser más difícil en su aplicación, no garantiza una masiva creación de puestos de trabajo a corto y medio plazo, siendo, además, más dificultoso el estudio de los recursos necesarios para su puesta en marcha que, con seguridad, tiene que ser progresiva.

La RBU contribuiría al cumplimiento de La Declaración Universal de los Derechos Humanos y visibilizaría el trabajo no remunerado y el reconocimiento de la dignidad de todos los ciudadanos, en consonancia con el artículo 10 de nuestra Constitución, permitiendo el desarrollo de una vida en la que puedan ejercer su libertad y desarrollar sus competencias. Y así, las personas que vivan de esta forma podrán aportan a la sociedad más que en un estado injustificado, inmoral e ilegal de pobreza y exclusión.



[1] 6º Informe, año 2016, del European Anti Powerty Network para España.
[2] La búsqueda de conceptos y definiciones que rompan con la perspectiva dicotómica y permitan poner en el centro el bienestar ha permitido el nacimiento del término trabajo de cuidados. Por trabajo de cuidados se entiende todas las actividades que van dirigidas a la supervivencia y el mantenimiento del bienestar de las personas (Carrasco y otros 2011).
[3] Carrasco, Cristina y otros (2011:39). El trabajo de cuidados, historia teoría y políticas. Los Libros de la Catarata
[4] Picchio Del Mercato, Antonella (1994:455): "El trabajo de reproducción, tema central en el análisis del mercado laboral" en Borderías y otros. (comp.) Mujeres y trabajo: rupturas conceptuales.

domingo, 11 de diciembre de 2016

Semana de fiestas: desigualdad y Derechos Humanos

La desigualdad es una violación de la dignidad humana,  una negación de la posibilidad de desarrollo de las capacidades humanas.[1]

Termina una semana de largo puente, con dos fiestas intercaladas de forma equidistante en las que hemos celebrado nuestra Constitución y la Inmaculada Concepción. Una fiesta política y otra religiosa. Sin embargo, hay quién no hace fiesta, el fundamentalismo del mercado en su desarrollo más artificial, su parte financiera, no descansa. Los mercados siguen su curso con subidas explosivas que son muestra de expectativas inalcanzables y bajadas inexplicables que apuntan más a especulación y engaño que a una verdadera realidad. Así, con este sistema, los ricos se hacen más ricos y los pobres se hacen más pobres. El sistema financiero, sin duda, es la herramienta más eficaz para el logro de la desigualdad en un mundo globalizado, ya que permite que como imán el dinero fluya a juntarse con más dinero, dinero llama a dinero.

También el sábado de la semana pasada se conmemoró el día de los Derechos Humanos y aunque no es una fecha festiva el valor de los mismos en una sociedad desarrollada es de vital importancia y sería importante defenderlos y celebrarlos como valores que todos debemos vivir. En el  mundo actual el cambio climático y la desigualdad son dos problemas prioritarios, su falta de solución atenta sin desmayo contra los Derechos Humanos. Göran Therborn escribió que “Las desigualdades son violaciones de los derechos humanos, que impiden a miles de millones de personas alcanzar un desarrollo humano pleno.”[2] La desigualdad y los Derechos Humanos tienen, por tanto, caminos inversos; a mayor desigualdad menos Derechos Humanos.

Imaginemos ahora una pequeña sociedad que vive en la naturaleza que cultivan los alimentos que consumen entre todos y que debido a los valores y normas morales que defienden cada miembro colabora en la producción de los bienes necesarios de acuerdo a sus posibilidades y dotes. En esta comunidad si producen más tendrán más para consumir pero lo esencial no es producir por producir sino vivir lo mejor posible produciendo sólo aquello que les ayuda a conseguir sus objetivos vitales. En esta sociedad competir para tener más, olvidándose del ser, de disfrutar de lo que se tiene sin atender a tener más que los demás: más millones, el barco más grande, el saco más lleno, no es lo normal. Correr y correr detrás de un objetivo que siempre se mueve más allá y olvidando, en su loca carrera, a los demás, no va con sus valores. Respetan la naturaleza y buscan el desarrollo de sus capacidades y su felicidad.

No vivimos en el mejor de los mundos. En el mundo que hemos logrado, debemos darnos cuenta de los riesgos que corremos en este mundo competitivo y globalizado, debemos darnos cuenta de que “La universalidad del peligro y la mezcla existencial de ricos y pobres son dos caras de la misma moneda.[3]” Y que corremos alocadamente hacia una meta desconocida a la que quizá no queramos llegar. En este camino la desconfianza y el temor son malos compañeros de viaje y peores remedios de un mundo en peligro por la ambición de unos pocos. El crecimiento que perseguimos inconscientemente, por sí mismo, está demostrado, que no es la solución cuando para lograrlo se abre la brecha de la desigualdad, se pisotean los Derechos Humanos y se esquilma el planeta en el que vivimos.

“Las sociedades modernas –tanto occidentales como no occidentales, tanto ricas como pobres— se ven confrontadas con riesgos históricamente nuevos, globales (cambio climático, crisis financiera, terrorismo, etc.). Esta confrontación adopta formas distintas en sociedades distintas,  pero somete a todos al “imperativo cosmopolita”: ¡coopera o  fracasa!, ¡solo la acción conjunta puede salvarnos! Los grandes riesgos globales –ecológicos, tecnológicos, económicos—dan lugar a cadenas de decisiones que transforman la dinámica política de los Estados nacionales. Surge una comunidad de destino existencial, históricamente novedosa, entre el norte global y el sur global. Esta consigna no nace del cosmopolitismo como actitud vital, no es una llamada normativa a construir un “mundo sin fronteras”. Se trata de un hecho empírico: los riesgos globales engendran una comunidad global forzosa, porque la supervivencia de todos depende de que dichos riesgos nos reúnan en una acción coordinada y conjunta[4].”

La desigualdad mata, alimentando la desconfianza entre las personas, haciendo que el gasto en seguridad y en protegerse los unos de los otros sea un gasto cada vez mayor que de no sería necesario en un mundo más amable y cooperativo. La ambición y el poder son, igualmente, dos elementos que colaboran en el logro de un mundo más errático y caótico. En el que somos capaces de gastar millones de dólares en una guerra que sólo beneficia a los ricos, pero a la que los pobres aportan las víctimas, y, sin embargo, regateamos 100 euros a personas con necesidad extrema. Somos capaces de lanzar miles de misiles que cuestan más de un millón de euros cada uno y escatimamos ayudas a personas en riesgo de indigencia. Somos capaces de ver morir a millones de emigrantes y sin embargo defender nuestro pequeño espacio lleno de injusticia y corrupción.

Este, sin duda, es un mundo cruel que sabe mandar hombres a la luna y no emplea el conocimiento que se multiplica exponencialmente día a día para resolver problemas vitales que sólo requieren voluntad política y respeto a los Derechos Humanos.



[1] Therborn, Göran (2013:11). La desigualdad mata. Alianza Editorial.
[2] Ibídem. (2013:49).
[3] Beck, Ulrich, Beck-Gernshein, Elisabeth (2012:105). Amor a distancia. Paidós.
[4] Ibídem (2012:104)

lunes, 5 de diciembre de 2016

Contribuimos para recibir

La frase del título es el eslogan de la campaña de este año de la Hacienda española. En contra de la misma, hay que tener muy claro, que inversamente al eslogan no contribuimos para recibir, sino que los que contribuyen, que mayormente son los trabajadores por cuenta ajena, lo único que están consiguiendo es disminuir su capacidad de gasto, su capacidad de compra de bienes y servicios, teniendo, además, que contribuir con sus ingresos menguantes a pagar servicios públicos y bienes que antes de los recortes recibía gratuitamente del Estado. Sin embargo, somos conscientes de que hay quién teniendo mayores rentas y posibilidades defraudan al fisco y por tanto, es obvio, que lo que consiguen es mantener o aumentar su capacidad adquisitiva y seguir enriqueciéndose, incluso, a costa de los que menos tienen.

Los impuestos tienen algunas funciones; nos informan del coste de los servicios públicos y sirven, además, para distribuir la renta. Pero la distribución de la renta no es muy adecuada si lo que se consigue, permitiendo la defraudación y mediante prebendas en forma de deducciones, es dar más a los que más tienen. Con este plan actual de recaudación “Los ricos se están enriqueciendo solo porque son ricos. Los pobres se están empobreciendo sólo porque son pobres.[1]” Las inmensas fortunas del vértice superior de la pirámide social, incluso, se destinan a la especulación y no a la economía real y se utilizan, también, para evadir impuestos sorteando la Ley y aprovechando cualquier resquicio de la misma para eludirla.

Pero no sólo se aprovechan las grandes fortunas y las empresas punteras de la distracción de sus obligaciones con la Hacienda Pública, también se valen de los gastos del Estado para producir el objeto novedoso de sus ventas. Así es sorprendente que muchas de las grandes fortunas, como Apple, Microsoft, se hayan basado en grandes gastos realizados por la administración como Internet, pantallas táctiles y asistentes personales activados por voz. Los éxitos de estas investigaciones de la administración han generado millones de dólares y euros en beneficios a la empresa privada y, sin embargo, estas empresas no sólo no han aportado beneficios al Estado benefactor, sino, incluso, se han llevado sus beneficios a paraísos fiscales para que su fiscalidad sea mínima y sus beneficios mayores, olvidando a sus conciudadanos.

Es sorprendente, igualmente, que muchas de las grandes empresas, con beneficios millonarios reviertan a los Estados solamente costes, y no sólo en forma de medio ambiente y efectos dañinos en los trabajadores, y esos costes se pagan por los ciudadanos e, incluso, el Estado es capaz de contribuir a sus beneficios con regalías en forma de deducciones fiscales, olvidando, por el contrario, a aquellos ciudadanos que están al borde de sus fuerzas vitales.

Muy lejos parecen las ideas utópicas que señalaban como principio básico el que las empresas debieran estar subordinadas a la sociedad procurando el mayor beneficio a las mismas. Ya que no hay día en el que no nos levantemos sabiendo que algunos de nuestros conciudadanos, más famosos y agraciados económicamente (muchos de ellos empresarios de éxito), han faltado a sus obligaciones fiscales. A pesar de que se les considera símbolo y bandera de nuestro Estado social y democrático de Derecho que propugna como valor superior la igualdad.

Pero, tristemente, es la desigualdad incontrolable provocada por las ideas neoliberales el resultado de la ruptura del pacto social habido después de la Segunda Guerra Mundial. Y como dice Zygmunt Bauman “La tenaz persistencia de la pobreza en un planeta dominado por el fundamentalismo del crecimiento económico es suficiente para que el observador se detenga y reflexione tanto sobre los daños directos como sobre los daños colaterales de esta redistribución de la riqueza.[2]” Y pensar sobre la ampliación constante de la brecha de la desigualdad, por lo que considero es un tema cuya solución no solamente es muy importante sino también urgente.

En el día de la Constitución y en estos días que se plantea su reforma debemos ser conscientes de sus mandatos. Recordar por ejemplo el artículo 128.1 “Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general.” El artículo 31 "Todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo a su capacidad económica mediante un sistema tributario justo inspirado en los principios de igualdad y progresividad que, en ningún caso, tendrá alcance confiscatorio." El 128.2  “Se reconoce la iniciativa pública en la actividad económica. Mediante ley se podrá reservar al sector público recursos o servicios esenciales, especialmente en caso de monopolio y asimismo acordar la intervención de empresas cuando así lo exigiere el interés general.” O el artículo 9.2 “Corresponde a los poderes públicos promover las condiciones para que la libertad y la igualdad del individuo y de los grupos en que se integra sean reales y efectivas; remover los obstáculos que impidan o dificulten su plenitud y facilitar la participación de todos los ciudadanos en la vida política, económica, cultural y social.”

Contribuir para recibir sólo puede traducirse en un efecto positivo cuando aquellos que más tienen contribuyan más, y siempre que pongamos por encima el valor de la solidaridad al valor de la avaricia. Como nos decía el estadista y filósofo inglés Francis Bacon, debemos ser conscientes de que “la riqueza es como el estiércol; solo es buena si está esparcida.”





[1] Bauman, Zygmunt (2014:22) ¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos? Espasa libros S.L.U.
[2] Bauman, Zygmunt (2014:12) ¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos? Espasa libros S.L.U.

martes, 29 de noviembre de 2016

En el mundo del trabajo neoliberal

No podemos decir que las relaciones de trabajo que actualmente están presentes en nuestras sociedades no habían sido analizadas con precisión desde hace muchos años. Las consecuencias del mundo neoliberal ya habían sido advertidas por distintos autores. En el presente artículo voy a referirme al libro del psiquiatra y psicoanalista francés Christophe Dejours, titulado: Trabajo y sufrimiento. El libro fue publicado en francés en el año ya lejano de 1998 y con el título original: Souffrance en France: La banalisation de l’injustice sociale. En castellano fue editado en el año 2009. Creo no obstante, que las reflexiones y consideraciones del autor, son tremendamente actuales y certeras y, deben ser tenidas en cuenta.

Dejours nos dice que “Las relaciones de trabajo, son en primer lugar, relaciones sociales de desigualdad […] verdadero laboratorio de experimentación y oportunidad de aprendizaje de la injusticia e iniquidad, tanto para los que son sus víctimas como para  los que sacan provecha de él” Pero igualmente que “El trabajo puede ser también el mediador irremplazable de la reapropiación y la autorrealización.” Considera que lo que inclina la balanza, lo que puede hacer del trabajo una herramienta de autorrealización o  de injusticia, “El elemento decisivo que hace volcar la relación  con el trabajo  del lado del bien o del mal, en el registro moral y político es el  miedo.” (pág. 186)

Está convencido de que “Las nuevas formas de organización del trabajo [extremadamente competitivas] de las que se alimentan los sistemas de gobierno neoliberal tienen efectos devastadores sobre nuestra sociedad. Amenazan efectivamente a nuestra vida cotidiana y nos acercan a la decadencia, hacia la trágica separación entre el trabajo y la cultura (si por cultura se entienden las diversas modalidades por medio de las cuales los seres humanos se esfuerzan por honrar la vida.)” (pág. 203)

Se pregunta ¿Cómo somos capaces de aceptar sin protestar unas exigencias laborales cada vez más duras, aun sabiendo que ponen en peligro nuestra integridad mental y psíquica? Y ¿Cómo es posible que la gran mayoría de los ciudadanos puedan mirar a otro lado ante la suerte de los parados y los nuevos pobres? También le resulta chocante ver la aceptación de la humillación que de forma cotidiana se presenta en tantos lugares de trabajo.

El autor en el texto trata de comprender el porqué de la extraordinaria tolerancia de nuestras sociedades a una organización del trabajo que, por un lado genera rápido y grandioso enriquecimiento, mientras que por otro provoca una pobreza y una miseria estremecedora que, a su vez, genera todo tipo de desgracias, patologías individuales y violencias colectivas. Considera que “el sistema neoliberal, incluso si hace sufrir a los que trabajan, sólo puede mantener su eficacia y su estabilidad si cuenta con el consentimiento de aquellos que le sirven.” Y una de las razones que encuentra es la banalización del mal, como “proceso que favorece la tolerancia social ante el mal y la injusticia, proceso por el cual hacemos pasar por infelicidad algo que, en realidad, tiene que ver con el ejercicio del mal que algunos cometen contra otros.” (pág. 32)

“Al hablar de banalización del mal, no entendemos sólo la atenuación de la indignación frente a la injusticia y el mal sino, más allá de ello, el  proceso, que por un lado, desdramatiza este mal (que no debería nunca ser desdramatizado) y, por el otro, moviliza progresivamente una cantidad creciente de personas al servicio del cumplimiento del  mal, haciendo de ellas colaboradores. Nuestra tarea es comprender como y por qué la buena gente oscila entre colaboración y resistencia al  mal.” (pág. 182)
En el libro se estudia con detalle el texto de Hannah Arendt “Eichann en Jerusalén”, donde la autora empleó la expresión la banalidad del mal. Establece la normopatía como característica más relevante en el proceso de banalización. Son personas normales, vulgares, no son ni héroes, ni fanáticos, ni enfermos, no son perversos, ni paranoicos. Los normópatas que tienen éxito en la sociedad y el trabajo, se instalan cómodos en el conformismo, como en un uniforme, y por ello carecen de originalidad, de personalidad.

El análisis de Dejours llega a advertir caminos paralelos entre el nazismo y el neoliberalismo, si bien deslinda los distintos objetivos de ambos. “Entre los objetivos a los que se consagra la banalización del mal, o entre las utopías a las que sirve. En el caso del neoliberalismo, el  objetivo perseguido en última instancia es la búsqueda de beneficios y de poder económico. En el caso del totalitarismo, el objetivo es el orden y la dominación del mundo. Para la racionalización neoliberal de la violencia, fuerza y poder son instrumentos de lo económico. Para la argumentación totalitaria, lo económico es un instrumento de la fuerza y poder. La diferencia aparece también, durante las etapas ulteriores del proceso, en los medios implementados: intimidación en el sistema neoliberal, terror en el  sistema nazi. (págs. 184-185)

Por todo ello, en el análisis de la racionalidad pática sugiere que la violencia y la injusticia comienzan generando, en primer lugar un sentimiento de miedo, por lo que es legítimo preguntarse “si el miedo (que además puede surgir sin que medie violencia ni amenaza real o actual) no será ontológicamente anterior a la violencia, en contraposición con la idea de que la violencia será previa y estaría en el origen de la infelicidad de los hombres.” (pág. 188)


En estos días en los que el miedo se utiliza profusamente para ganar votos y en los que los índices de pobreza y desahucio son remarcables, me pregunto si no tendremos que pararnos, hacer una pausa, y pensar sobre el mundo al que las rivalidades partidistas nos están encaminando: ¡a la deriva, siempre a la deriva, para qué pensar!

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Puertas giratorias y persistencia de un modelo energético dañino

Si analizamos la verdadera gravedad de que algunos de los altos cargos y presidentes de los gobiernos anteriores hayan terminado como consejeros de las grandes empresas energéticas españolas, nos sorprenderá constatar que no sólo se han aprovechado y se aprovechan del cargo político que tuvieron y reciben por ellos grandes emolumentos que se nos pueden antojar injustos, teniendo en cuenta la pobreza energética y como lo está pasando gran parte de la población española con la actual crisis, sino que, además, nos obliga a soportar un modelo energético caduco y dañino para la población y para el medio ambiente.

Un cambio en la política energética es, sin duda, necesario: “El importe estimado que Europa pagará si no cambia nada para adquirir combustibles fósiles en el periodo 2015-2050 será astronómico, de más de 32 billones de euros. La misma factura acumulada para España es de 4 billones de euros.[1]” Los ahorros que se pueden conseguir si se hace la transacción a las renovables ascenderían a 8,5 billones de euros en Europa y a 1,7 billones de euros en España. Si tenemos en cuenta, además, que España frenó en seco la transición a las renovables, pasando de ser puntera a nivel mundial a desanimar la transición poniendo, incluso, el famoso  impuesto al sol, que grava el autoconsumo de la energía producida por los paneles solares privados, mientras que Alemania con pocos días de sol, sin embargo, se ha puesto en cabeza en energías renovables y no ha dejado de bajar el precio de la electricidad desde el año 2011. El tema, sin paliativos, es muy grave, y más, si tenemos en cuenta que la pobreza energética mata a 7.000 personas al año en nuestro país.

Debemos ser conscientes de que las cuestiones más importantes de la estrategia energética no son técnicas o  económicas, son cuestiones sociales y éticas que, además, tienen solución claramente política. Dar solución a este problema es indicio del buen funcionamiento de las instituciones democráticas. Económicamente el tema también es fácil si tenemos en cuenta, por ejemplo, que “lo que a España le costó adquirir combustibles fósiles en 2012 fueron 50.000 millones de euros, [y además] la factura ciudadana, es decir, lo que los ciudadanos españoles realmente pagaron por la compra de gasóleo, gasolina, gas natural y electricidad ascendió, en realidad, a 125.000 millones de euros.[2]” Sin duda cantidades astronómicas que debieran hacer pensar a nuestros políticos en las mejoras que nos estamos perdiendo y los gastos que estamos dilapidando.

Existen además diferencias importantes entre las energías renovables y los combustibles fósiles. En el caso de las renovables la ventaja es que el aire, el sol y el agua son gratuitos. Incluso se puede prescindir de grandes equipamientos. Así una placa solar en el tejado de una casa representa el símbolo más representativo de lo que se viene denominando una cadena eléctrica corta. Sin embargo, el modelo fósil está caracterizado por ajustarse a una cadena eléctrica larga: extracción, transporte, elaboración y suministro. Además “Las fuentes fósiles generan energía mediante su combustión. Debido a ella se pierde, en forma de calor y de CO2, la mayoría de la energía inicial y tan sólo se aprovecha, de media, una cuarta parte de la misma.[3]

La privatización de las empresas energéticas, por otra parte, sólo ha servido para seguir perjudicando al ciudadano. “Según datos de Eurostat, España, que ha privatizado toda su producción eléctrica, es el cuarto país con la energía más cara de la UE (cerca de 0,24 euros por kWh, mientras que en Francia, que ha retenido la titularidad pública de la producción eléctrica, el precio no supera los 0,18 euros).[4]

El sistema, no obstante, se resiste a cambiar y los centros de poder luchan por mantener el statu quo. El mundo financiero supone un verdadero potosí para las élites. La especulación en el capitalismo de casino que nos trajo la actual crisis se fraguó en “los distintos regímenes de precios  [que] ayudaron a catalizar el progreso económico de determinadas naciones, así como a mantener un determinado orden internacional, además de servir en el último cuarto del siglo XX para lubricar financieramente el sistema con los petrodólares o los fondos soberanos[5].” Estamos, sin duda, en un mundo caduco en el que lo actual se resiste a desaparecer.

El Gobierno y su voluntad política tienen en su mano mediante el impulso de nuevas tecnologías  realizar un cambio de paradigma. “En el desarrollo de la aviación, la energía nuclear, los ordenadores, Internet, la biotecnología y los actuales desarrollos en la tecnología verde, es y ha sido el Estado –y no el sector privado—el que ha arrancado y movido el motor del crecimiento.[6]” Por contra “la mayoría de empresas y bancos prefieren financiar innovaciones incrementales de bajo riesgo y esperar que el Estado tenga éxito en áreas más radicales […] la tecnología verde requiere un gobierno atrevido que asuma el liderazgo, tal como ha ocurrido con Internet, la biotecnología y la nanotecnología[7].” No obstante, a pesar de  las ventajas que tiene el tránsito a las energías renovables, parece claro que el gobierno tiene las manos atadas por las grandes empresas eléctricas.

Lo preocupante es que uno de los retos más  acuciantes y necesarios es transitar hacia un modelo basado en las energías renovables. Pero la persistencia y el mantenimiento de las puertas giratorias, hace que el cambio necesario tenga que esperar. Las políticas de austeridad animadas y obligadas por la Unión Europea han actuado también de freno de mano ante las iniciativas del Estado en nuestro país. El futuro económico de España y el bienestar de los ciudadanos, son precios que vamos a pagar por el giro dado a las políticas de las renovables. Es necesario dar, por eso, un nuevo giro a estas políticas y además comprender la función de los distintos actores: “Si no comprendemos mejor a los actores implicados en el proceso de innovación, nos arriesgamos a que un sistema de innovación simbiótico, en el que el Estado  y el sector privado se benefician mutuamente, se transforme en un sistema parasitario, en el que el sector privado sea capaz de extraer beneficios de un Estado al  que al mismo tiempo se niega a financiar.[8]



[1] El cambio urgente y rentable. Ramón Sans Rovira. Alternativas Económicas núm. 41. Noviembre 2016, pág. 21
[2] Ibídem pág.22
[3] Ibídem pág. 20
[4] Medina Miltimore, Stuart (2016:153). El Leviatán desencadenado. Lola Books.
[5] Mañé Estrada, Aurelia (2016:121). El gran negocio mundial de la energía. RBA
[6] Mazzucato, Mariana (2014:43). El Estado emprendedor. RBA.
[7] Ibídem (2014:36-37)
[8] Ibídem (2014:62)

jueves, 17 de noviembre de 2016

¡Populistas!

En nuestro país el término populismo se ha puesto de moda para denostar y descalificar a determinado partido. Cualquier acontecimiento social es aprovechado por periodistas acomodados para, mediante la palabra mágica “populista”, generar miedos y emociones negativas en las mentes de sus oyentes y lectores. Esta palabra se ha convertido en el argumento más fácil  y malévolo para tapar realidades y evitar verdaderos debates que pudieran ser útiles para la sociedad.

Populista significa “perteneciente al  pueblo”,  por lo que,  por sí mismo, el término no tendría que suponer ninguna connotación peyorativa; otra  palabra democracia: “poder del pueblo”, atribuye al pueblo el poder político y es ensalzada por todos y temidos los efectos de su debilitación. Populista según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua es definido como “perteneciente o relativo al populismo”. Y populismo como “tendencia política que pretende atraerse a las clases populares.” Sin embargo, se pretende hacer ver a la población y destacar, que quien emplea las necesidades, las frustraciones, la indignación o la necesidad de eliminar la corrupción de la vida pública lo hace de un modo interesado, para sus propios fines partidistas y no como propuestas de solución para los verdaderos problemas de los ciudadanos de una país que claman por unos derechos y libertades o estado de bienestar social que pudiera haberse perdido o perderse. Esta intencionalidad peyorativa del populismo entiende que las propuestas de igualdad social que pretenden favorecer a los más débiles es un uso instrumental de los partidos políticos que enarbolan estas necesidades ciudadanas en beneficio propio.

En principio, como se ha dicho, no es un término al que se le encuentre un lado negativo. No obstante, en el ámbito político, el populismo apela a la intención de ganarse al pueblo mediante promesas que nos se van a cumplir. La demagogia consiste en apelar a prejuicios emociones, miedos y esperanzas de los ciudadanos para obtener el apoyo electoral con finalidad principalmente electoralista. Lo gracioso de esta argumentación es que nos lleva a considerar populistas, con evidencia empírica, a aquellos partidos políticos que ya han asumido la tarea de gobernar y no han cumplido sus promesas electorales. Y son precisamente estos partidos los que vienen etiquetando de populistas a aquellos que todavía no han gobernado, porque consideran, en aras a su propio interés, que sus propuestas son incumplibles. Sin querer, no obstante, reconocer que ellos ni cumplieron sus promesas, ni sus actuaciones han servido para alcanzar los objetivos que se propusieron.

En el ámbito político, por tanto, se emplea el término populismo para atacar o denostar al adversario de manera interesada y supone una especie de espejo que sólo proyecta la realidad de aquel que los está denunciando y,  realmente,  sólo procura un mayor número de votos al propio denunciante. Y es que quien denuncia sólo tiene intención de transmitir a la población la descalificación del otro y, si se analiza un poco más nuestra realidad política, lo hace mediante una transferencia de sus propios actos. Estos denunciantes son capaces de defender, al socaire de sus metas, la necesidad política y económica de que unos ganen miles de euros diarios y otros no los ganen en su vida, defender la sinrazón de muertes inútiles dentro y fuera del Mediterráneo y guerras sanadoras, defender que los pobres se  lo merecen mientras los ricos multiplican sus riquezas sin esfuerzo y especulando adictivamente.

¿Es populista aquél que procura el bien del pueblo? ¿Quién y en base a qué se considera que las propuestas son o no posibles a priori? ¿Qué evidencias pueden aportar los que tienen siempre en boca la palabra populista para manipular a la población con su marketing verdaderamente populista? ¿Por qué siempre son los otros los que están equivocados? El respeto a las ideas de todos los ciudadanos es la base de la democracia. Pero, la falta de compromiso con la verdad y la desidia en el esfuerzo son el soporte de las posturas intolerantes y poco democráticas. Se requiere una cultura ética para poder conseguir un mundo mejor para todos y evitar los riesgos que apuntan a un colapso irremediable si seguimos con posturas egoístas e insolidarias. Einstein ya nos adelantó que “Sin ética no hay esperanza para la humanidad.”

El meollo y el soporte del pluralismo político son el diálogo, la tolerancia y el respeto. Utilizar la palabra “populista” en términos peyorativos no dice nada a favor de aquellos que la usan para esconder sus debilidades, sus intenciones y sus embustes. Sin embargo, estos son los que siguen sacando réditos en forma de votos y siguen gobernando a pesar de ser la imagen precisa y bien conformada de lo que ellos llaman populismo. El manoseo de las palabras va en contra de la verdad y así de tanto abusar del término populista estamos, incluso, desgastando también la DEMOCRACIA.

viernes, 11 de noviembre de 2016

La banalidad del mal

La corrupción se extiende como mancha de aceite por toda la sociedad, pero los resultados de las  distintas elecciones habidas en nuestro país en el último año, parecen avalar que estamos banalizando el mal; expresión que utilizó y analizó Hannah Arendt en su libro Eichmann en Jerusalén. Nuestra sociedad de hoy, parece demostrar que nuestros conciudadanos consideran que es mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer y que los males que nos aquejan son males necesarios y comunes. No cabe duda de que para llegar a esta situación los medios de comunicación vinculados a los poderosos han entrado en pie de guerra para cerrar toda la posibilidad a nuevas ideas y sensibilidades. Y no sólo a nuevas ideas sino a la posibilidad de que el pueblo pueda ponerse a pensar. Confundir, dar espectáculo y banalizar el mal podría ser su lema.

Nos hemos acostumbrado tanto a los casos de corrupción que parece ser la forma habitual de comportarse de nuestros ciudadanos. Asumimos la corrupción como si fuera la carrera universitaria más aplaudida en nuestro país. Debemos tener en cuenta que “La banalidad del mal no tiene que ver con la psicopatología, sino con la normalidad, aun si la característica de esta normalidad es la de ser funesta y siniestra[1].” Y, así se pregunta el psicoanalista y psiquiatra francés Christophe Dejours “cómo la racionalidad ética puede perder su puesto de mando, al punto de resultar no borrada, pero sí invertida.[2]

Los ciudadanos que vivimos en democracias creemos estar por encima de los demás, aquellos que viven en otros sistemas políticos, pero algo está afectando a nuestros sentimientos, algo está anestesiando nuestro sentido de justicia. A mayor corrupción, a mayor número de muertes de inmigrantes, a mayor número de mentiras demostradas, a mayor número de guerras y muertes innecesarias, a mayor desigualdad y pobreza; el mundo democrático más se mantiene en posturas radicales y extremistas a favor de valores insolidarios y contrarios a los derechos humanos.

El aumento de la desigualdad en los países desarrollados, entre los que España y Estados Unidos son punteros y paradigmáticos, nos demuestra la división que algunos pretenden de la humanidad y, por tanto, el descenso del humanismo de forma acelerada. En nuestro país sabemos que no sólo las clases medias están siendo perjudicadas por el pensamiento mágico del neoliberalismo sino que ha sido el 20% más pobre de la población española el que más renta ha perdido en estos últimos años, lo que demuestra la baja moralidad de nuestras políticas. En España los ricos son cada vez más ricos, y los pobres son cada vez más pobres, y la brecha entre unos y otros seguirá aumentando mientras no se tomen medidas que cambien la dirección actual.

El informe de la Red Europea de Lucha contra la Pobreza y la Exclusión Social (EAPN), nos dice que en España hay 13 millones de personas en riesgo de pobreza o exclusión y de esos 13 millones, 3,5 se encuentran en una situación de pobreza severa. Sin embargo, se sigue desahuciando a gente atrapada por el juego sucio de los bancos que sólo sirvió para beneficio de ellos mismos. Se venden viviendas públicas a los fondos buitres para que sigan cerrando la horca de la que penden los inquilinos y así hacer negocios rentables con el dinero de todos.

Escribía también Hannah Arendt que “Solamente en los casos en que tenemos buenas razones para creer que esas condiciones podrían ser cambiadas, pero no lo son, estalla la furia. No manifestamos una reacción de furia a menos que nuestros sentido de justicia se vea atacado”. Creo que las condiciones, fuera de un falso populismo, pueden ser cambiadas. Y para cambiar las condiciones de esta situación, a mi modo de ver claramente injusta, la base tiene que ser el cambio de nuestros valores. Por ello se necesita educar en valores democráticos que busquen una sociedad más justa en la que todos podamos vivir dignamente y perseguir nuestro desarrollo integral.

Hasta el propio Papa se pregunta ¿por qué salvamos a los bancos y no a los emigrantes?, mientras la mayoría de la ciudadanía vota a favor de que los mercados lo arreglarán todo e insensibles a la realidad social, se permite y se banaliza la corrupción, la injusticia, la desconsideración al emigrante, la despreocupación con el desahuciado, la indiferencia ante el que queda atrás en la carrera competitiva de este capitalismo desenfrenado.

La escisión del yo, es una de las razones que apuntan los expertos. La facultad de pensar se suspende en sectores concretos, pero, en cambio, se mantiene ejerciéndose de modo correcto en los demás sectores de la vida privada: educación de los hijos, trabajo, vida amorosa, intereses artísticos y culturales, etc. La ausencia de pensamiento en aquellos sectores contra los que no se puede luchar, en sectores en los que nos sentimos impotentes, en los que sentimos miedo e inseguridad, podría ser la causa de la maldad banalizada.

Es importante recordar y grabar en nuestra mente lo que nos decía la ONU en la Declaración Universal de los Derechos Humanos: “la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana; [...] el desconocimiento y el menosprecio de los Derechos Humanos han originado actos de barbarie ultrajantes para la conciencia de la humanidad y que se ha proclamado como la aspiración más elevada del hombre, el advenimiento de un mundo en que los seres humanos, liberados del temor y la miseria disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias.” No se puede tener una conciencia laxa frente a lo que pasa. No se puede educar sólo para competir y ganar a los demás en un mundo en el que al final todo se perderá. Hay que educar para convivir y buscar una vida libre y digna para todos.



[1] Dejours, Christophe (2009:114). Trabajo y sufrimiento. Editorial Modus Laborandi S.L.
[2] Ibídem (2009:115).

Los humanos No somos tan inteligentes

En un mundo en el que la información circula a velocidades siderales, en el que el conocimiento del medio es cada día mejor, sorprende que...