viernes, 25 de agosto de 2017

Las externalidades, el Medio Ambiente y el crecimiento del PIB

En economía se denomina externalidades a los efectos indirectos generados por el sistema productivo. Estos pueden ser positivos y negativos. Los positivos como por ejemplo la vacunación, son actividades que se deben potenciar porque consiguen sinergias y beneficios para la mayoría. Los negativos como la extracción y uso del petróleo, o todas aquellas actividades que polucionan el medio ambiente, se deberían evitar y en caso de no ser posible, al menos, cargar sus costes a aquellas empresas que lo generan y se benefician de ello. Ya que estos efectos negativos por lo general no minoran la cuenta de resultados de las empresas y, así, sus beneficios son mayores a costa de que los ciudadanos a través del  Estado paguen el arreglo de sus desaguisados, o, también paguen con la disminución de su calidad de vida.

En julio de 2010 una resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas consagró el  derecho al  agua potable y al saneamiento como un derecho humano fundamental. No cabe duda que es un problema fundamental que ya tenemos y que en el futuro será trascendente. En protección de riesgos futuros para las personas, a la primera declaración de los Derechos Humanos de 1948, se han añadido otros derechos que se han denominado de Tercera Generación, entre ellos se concretan los relativos al uso de los recursos naturales y a la preservación de los equilibrios ecológicos imprescindibles para la vida[1]. Sin embargo, la realidad diaria es que lo que se acuerda por los distintos países en relación a los Derechos Humanos  no es la prioridad para los mismos que lo aprueban en un mundo donde lo primero es el crecimiento del Producto Interior Bruto (PIB). “Razón y violencia han ido así de la mano, unidas a un maquiavelismo político que no dudaba en pactar con el diablo o en masacrar derechos humanos en aras de algún objetivo inmediato.[2]

En el mundo actual en el que las poderosas multinacionales consiguen indecentes beneficios a costa del medio ambiente y del esfuerzo de los ciudadanos, el pisoteo de los Derechos reconocidos a todos los ciudadanos es continuo y se convierte en papel mojado cualquier acuerdo o Constitución que los respalde. La esquizofrenia seguida por nuestros gobernantes es patente, ya que por una parte firman documentos en beneficio de todos y, sin embargo, en su actividad política toman decisiones que perjudican a la mayoría más débil y benefician a los poderosos, a las élites, aumentando sin descanso la desigualdad entre las personas. Pero es que a las élites solos les interesa mantener el statu quo y para ello el crecimiento del PIB es la herramienta con la que manipulan a los ciudadanos y les hacen creer que el cumplimiento de este objetivo les salvará.

Sin embargo, deberíamos tener claro que "el crecimiento no permite ni comprender ni resolver ninguna de las crisis fundamentales del inicio del siglo XXI: la crisis de las desigualdades y la crisis ecológica[3]". Es constatable según muchos estudios e investigaciones el notable desfase existente entre el crecimiento económico, medido por el PIB, y la progresión de la renta de las personas. Así, "un estudio reciente de Anne Case y Angus Deaton muestra que, durante el periodo 1999-2013, [en el cual] el PIB norteamericano ha progresado en más de 7.000.000 millones de dólares, un sector entero de la población norteamericana ha visto su salud deteriorarse de manera trágica[4]". Está suficientemente contrastado que el crecimiento no es ni necesario ni suficiente para el bienestar. El bienestar ni la felicidad no desembocan de forma automática en él.

Cuando lo que está en riesgo son las condiciones de vida de la mayoría de la humanidad y en muchos casos la propia vida. No es de recibo que el sistema económico esté montado para que los que más tienen y son más responsables de la destrucción del medio ambiente reciban más y se lo quiten a aquellos que tienen menos y apenas dejan huella ecológica. Por tanto, para que las externalidades no las paguen aquellos que las generan. El sistema debe buscar la manera para que aquellos que más propician la destrucción del planeta, no sean los menos afectados por sus consecuencias.

El modelo de pensamiento nacido en Occidente y exportado al resto del mundo, se ha desarrollado en contradicción con las relaciones de ecodependencia e interdependencia que aseguran el sostenimiento de la vida. El "régimen del capital" ignora la existencia de límites físicos en el planeta, y oculta y explota los tiempos necesarios para la reproducción social cotidiana que, en los contextos patriarcales, son asignados mayoritariamente a las mujeres. Crece a costa de la destrucción de lo que precisamente necesitamos para sostenernos en el tiempo y se basa en una creencia tan ilusa como peligrosa: la de que los individuos somos completamente autónomos e independientes respecto a la naturaleza y al resto de personas[5].

Pero seguimos escuchando los cantos de sirena que nos dicen que la economía crece, vamos bien, somos los mejores, y, mientras tanto, los salarios caen, los servicios públicos, las pensiones públicas y las prestaciones sociales  se recortan y el Medio Ambiente continúa en su carrera hacia la destrucción.



[1] Ver La energía en la agenda 2030. Cristina Narbona. Temas para el debate núm. 270. Mayo 2017
[2] Naredo, Jose Manuel (2015:25). Economía, poder y política. Díaz y Pons editores.
[3] Laurent, Éloi (2017: XVI), Notre Bonne Fortune. Repenser la Prosperite.  PUF, París.
[4] Ibídem (2017:23)
[5] Yayo Herrero. Revista de Economía Crítica núm. 22. Economía feminista y economía ecológica, el diálogo necesario y urgente.

viernes, 18 de agosto de 2017

Cuando el problema es el despilfarro de recursos, no de dinero

Podemos quemar millones de euros en papel moneda que, no obstante, los bienes necesarios para la vida y su buen desarrollo no se habrán reducido ni un ápice, absolutamente nada. Los bienes y servicios que tenga la sociedad dada, no habrán sufrido ninguna merma. Sin embargo, no podemos decir lo mismo de los recursos que despilfarramos o, incluso, tengamos ociosos olvidándonos de su uso en beneficio social.

Si quemamos alimentos como se está haciendo en aras al funcionamiento del mercado, perdemos la posibilidad de alimentar al que tiene hambre. Si destrozamos el medio ambiente perdemos la posibilidad de disfrutar de la naturaleza y ponemos una vela a favor del calentamiento global y el desastre ecológico. Si destrozamos los parques y las papeleras estamos destruyendo riqueza que ha sido forjada por las manos del hombre. Si atentamos contra la salud de las personas estamos disminuyendo su felicidad y aumentando el coste social, pero, también, las posibilidades que pueden brindar los hombres formados y sanos a una sociedad también sana. Si cerramos escuelas y hospitales perdemos servicios esenciales que pueden ofrecernos una mejora de nuestra vida y potencialidades. Si dejamos en el paro a millones de personas estamos haciendo un flaco favor a la sociedad y no sólo por su integración en una sociedad caracterizada por el trabajo, sino, también, por la actividad productiva en beneficio de la sociedad que con trabajo pudieran haber realizado. Si incrementamos la desigualdad entre las personas no solo estamos creando una bomba social de relojería sino que, también, estamos haciendo un flaco favor a la economía, cosa que los expertos han reiterado de forma contumaz y abrumadora. Y no hay mayor calamidad, mayor destrucción, mayor retroceso social que la que se consigue mediante la guerra, producto de la locura del hombre.

En un reciente trabajo de investigación se ha observado a la sociedad como un conjunto muy diversificado y entrecruzado de relaciones entre sus miembros y organizaciones, teniendo en cuenta cualquiera de las que pueden surgir en los distintos ámbitos a través de los cuales entran en contacto las personas y las organizaciones. Y se ha constatado que cuanto más fluida sea la circulación de información y más ágil la capacidad de respuesta de los distintos agentes ante las situaciones que puedan deteriorar sus capacidades, más respetuosas con los demás tenderán a ser nuestras decisiones y, en este contexto, más seguros tenderán a estar todos de que las pautas de comportamiento de los otros se atendrán a lo esperado, siendo a su vez lo esperado paulatinamente más coherente con el comportamiento que cada uno desea de los otros. La formación de un contexto de este tipo tenderá a mejorar las capacidades de las personas y organizaciones induciendo a emplearlas de un modo y con unos objetivos potencialmente coherentes con los proyectos de todos[1].

En resumen nos dice la anterior investigación que “La tendencia a la confluencia entre lo esperado y lo deseado implica un creciente respeto mutuo, es decir, una creciente preocupación en todos por las consecuencias sobre los demás de lo que cada cual hace. El respeto será a su vez inductor de un contexto favorable tanto para adquirir capacidades como para tener la oportunidad de desplegarlas. Todo ello puede ser positivo para las personas concretas, para la sociedad en su conjunto y también para las sociedades del futuro[2].”

Marx nos aleccionó de que “El capitalismo es un sistema que transforma cada progreso económico en una calamidad pública.” Sin duda, el capitalismo que pone como fin el beneficio y la acumulación ha dado pasos para idolatrar al dinero y su posesión. De ahí que sea actualmente más importante hacer dinero con el dinero que crear verdadera riqueza. Debemos, por tanto, tener claro que lo esencial no es el dinero que es un medio para facilitar la consecución de fines económicos y desarrollo social, lo esencial tiene que ver más con el respeto al otro, a la naturaleza y a los recursos limitados de los que disponemos para, mediante su uso sustentable, facilitar una vida llena de posibilidades a los que la integran. Pero, tenemos tal obsesión por el “Dios Dinero” que dejamos que ordene nuestras vidas, que le damos inmenso poder y nos mantiene incapaces de diferenciar los bienes y servicios necesarios para mantener la vida y llenarla de contenido, de aquello que simplemente es un instrumento, una herramienta útil, si se utiliza bien.

El problema, por tanto, no es que quememos dinero o le tiremos a la basura. Los Bancos Centrales lo hacen a diario. El problema es que destruyamos los bienes de los que disponemos y mantengamos ociosas posibilidades de prestar servicios y de mejora social, siendo esenciales, para este objetivo, la naturaleza en general en la debemos incluir al hombre.



[1] Gallego Martinez, Domingo. Respeto y Prosperidad (pág.17) Revista Economía Crítica núm. 23.
[2] Ibídem pág. 3

viernes, 4 de agosto de 2017

El Antropoceno

Esta palabra más conocida en los ámbitos académicos tiene visos de extenderse con rapidez. Su ámbito de estudio pretende abarcar cuestiones fundamentales que afectan a la continuidad de la vida en la Tierra. El Antropoceno da nombre a una nueva época geológica caracterizada por el grave impacto de los seres humanos sobre el sistema Tierra y sobre todos su habitantes humanos y no humanos. La voracidad y la insaciable codicia del ser humano han provocado cambios geológicos importantes en nuestra querida nave. No obstante, son muchos los que critican que sean todos los seres humanos los responsables del cambio.

El profesor de Historia Universal, Jason W. Moore, comenta que es un viejo truco capitalista decir que los problemas del mundo son los problemas creados por todos, cuando en realidad han sido creados por el capital. Considera que entre los años 1450 y 1750 hay una revolución en la producción del medio ambiente sin precedentes desde la revolución neolítica. Una transformación de paisajes y ambientes muy rápida que cambió profundamente la mayor parte de las regiones del planeta. En este sentido a la nueva era geológica considera que se la debe llamar Capitaloceno. El Capitaloceno pondría de manifiesto el brutal cambio que la economía del interés privado, del beneficio personal e individualista, ha supuesto en nuestro mundo.

Hoy en día pocos pueden ignorar el cambio climático provocado por las manos del hombre, especialmente actuando conforme los predicados del sistema capitalista. Aquellos que lo niegan, los negacionistas quieren perpetuar sus oscuros intereses, su egoísmo, su codicia, su engreimiento, sus aires de superioridad enfermizos. “El negacionismo es un mecanismo que impide que se pongan límites al poder y al enriquecimiento de las petroleras, los países ricos y los ejércitos. Las petroleras aborrecen la idea de dejar miles de millones de dólares bajo el suelo,[1]” Entre los años 2003 y 2010, noventa y una organizaciones que se identificaban dentro del movimiento negacionista del cambio climático en Estados Unidos sumaron 900 millones de dólares en gastos anuales provenientes de donaciones efectuadas por fundaciones conservadores vinculadas a corporaciones transnacionales con intereses en el petróleo y en sistemas extractivos. Son, por tanto, las élites dirigentes, el poder económico, las que respaldan el negacionismo. Los datos aportados por multitud de estudios lo avalan.

Las emisiones de carbono del 1 % más rico son 30 veces mayores que las del 50 % más pobre y superan 175 veces las emisiones del 10 % más pobre. Las emisiones de CO2 del 10 % de la población con más riqueza suponen el 50 % del total de las emisiones. Los agentes que se han llevado la palma en generar contaminación son las petroleras y cementeras. Aunque se considera al Departamento de Defensa de los Estados Unidos como la institución más contaminante, llegando a gastar 144 millones de barriles de petróleo en el año 2014. En este sentido no se puede dejar de señalar el uso del aparato militar para mantener el statu quo en la lucha contra el cambio climático a favor de los intereses privados. Es decir mantener la situación como está y seguir negando el cambio climático.

La evolución del mundo capitalista no sólo ha comprometido las posibilidades del presente sino también las del futuro. El mundo que vamos a dejar a nuestros hijos si no realizamos un cambio radical,  es un mundo con sucesos imprevisibles e inciertos. Por eso, no podemos, de ningún modo, poner como fin básico la reproducción de las ganancias. La salvación del negocio no puede estar por encima de los millones de personas que están siendo afectadas por el cambio climático. Una solución casi obligada es dejar los combustibles fósiles bajo tierra. Estamos en una situación que ya muchos creen irreversible y, sin embargo, seguimos caminando ciegamente hacia el abismo. Pero no es una solución suficiente sino cambiamos la forma de entender la sociedad, la política, la economía y la cultura.

“La visión de una sociedad en la que la naturaleza es una parte externa, inerte e invisible que sirve como fuente inagotable de recursos y como simple escenario en donde suceden los dramas humanos es cada vez más difícil y peligrosa de mantener.[2]”El cambio tiene que venir poniendo la vida, el interés común por delante, en primer lugar. Para ello, se ha dicho otras veces, el mundo será ético o no será. Tiene que centrarse en la cooperación y la solidaridad o no será. Las visiones desagradables de un mundo centrado en la competitividad ya se están haciendo realidad. Nos interesa una nueva lógica que no subordine la naturaleza y el trabajo a las insaciables demandas de la acumulación de capital. Los negocios no pueden estar por encima de la vida de una sola persona[3].



[1] Cano Ramírez, Omar Ernesto. Capitaloceno y adaptación elitista. EcologíaPolítica núm 53, pag. 10
[2] Herrero, Amaranta. Navegando por los turbulentos tiempos del Antropoceno. EcologíaPolítica núm 53, pag. 24
[3] Un estudio de la situación en relación al concepto Antropoceno se puede encontrar en ecologiaPolítica, núm. 53

Los humanos No somos tan inteligentes

En un mundo en el que la información circula a velocidades siderales, en el que el conocimiento del medio es cada día mejor, sorprende que...