martes, 30 de agosto de 2016

Fundamentalismo del mercado

La economía conforme se está aplicando actualmente se parece más a una religión que a una ciencia contrastada. Se apoya en la fe y no se ve verificada en la realidad. Se apoya en dogmas que son repetidos como mantras y enseñados en la mayoría de las universidades, a pesar de que los resultados manifiestan ser contrarios al fin que pretende, que, por otra parte, no debe ser otro que no sea el beneficio de la sociedad. Pero, claro, su posición es nítida si atendemos a lo concluido  por una de sus adalides: Margaret Thatcher, ella nos dejó meridiana la filosofía de la teoría económica neoclásica: La sociedad es algo que no existe. Los individuos tienen que mirar por su propio beneficio e interés y así mediante la búsqueda egoísta de su propio bienestar, como arte de magia, el mercado se encargará de maximizar el bienestar de todos.

Así, el individualismo feroz y el fundamentalismo de mercado  de estos tiempos han erosionado cualquier sentido de comunidad y han llevado a la explotación rampante de los individuos incautos y vulnerables y a una división social cada vez más acentuada, como nos diría Stiglitz en su libro Caída libre. Los mercados, lo que  también han hecho, es modelar ciegamente la economía y las personas, atendiendo exclusivamente al beneficio privado. Incluso, especialmente en los últimos tiempos, han hecho una mala asignación de nuestro talento, encauzándolo básicamente a la especulación financiera a la que se han dedicado los mejores cerebros que no han podido resistirse a la ganancia de dinero fácil a espuertas.

En el fundamentalismo de mercado se cree que los mercados son eficientes por sí mismos y se corrigen por sí solos y se debe interferir en ellos  lo menos posible, ya que de esta forma se puede maximizar el crecimiento y la eficiencia de la economía. Cuando la realidad lo que nos demuestra es que cuando nos viene una de las crisis que cíclicamente nos afecta se pide el auxilio del gobierno, gobierno que se ha pretendido minimizar de acuerdo a sus dogmas. Ya que en la agenda neoliberal encontramos el fundamentalismo del libre mercado, la austeridad fiscal, y las amplias desregulaciones de los mercados financieros y laborales, así como privatizaciones que deben configurar un Estado mínimo. Esta contradicción hace escribir a Varoufakis que esta ideología brilla “más por su inobservancia que por su observancia.”

Sin lugar a dudas el mercado perfectamente competitivo  es inestable y por tanto una realidad elusiva, ya que siempre desemboca en una situación de oligopolio o de monopolio. El nivel de beneficio de una empresa competitiva es menor que el que se consigue mediante el oligopolio o el monopolio, por mucho que las empresas competitivas sean presuntamente maximizadoras de beneficio. Por eso, pensar en que los mercados nos llevarán a un mundo estable e idílico forma también parte de los dogmas que nunca se cumplen y se encuentra dentro de las utopías más populistas que es sigilosamente aplicada e inoculada en los cerebros de los ciudadanos.

Debemos tener en cuenta que en los años anteriores a la crisis que todavía persiste, se mostraban cuatro características: grandes desequilibrios de las balanzas de pagos; un aumento del precio de la vivienda en varios países desarrollados entre los que se encontraban Estados Unidos y España; un crecimiento espectacular, tanto en escala como en rentabilidad, del sector financiero muy liberalizado; y un despegue en los niveles de deuda privada[1]. Una vez iniciada la crisis muchos de los economistas son conscientes de que la respuesta automática para atajar el peligro de recesión debe ser la bajada de tipos de interés por el Banco Central, un mayor gasto del gobierno o la rebaja de impuestos.

No obstante, las políticas austeras llevadas a cabo por los que veneran al mercado han sido totalmente diferentes, cuando, sin embargo, las experiencias habidas en anteriores crisis han demostrado que el  incremento de la demanda agregada es esencial para salvarse de las crisis iniciadas y el peligro de una posterior recesión. Steve Keen en su libro la economía desenmascarada llegaba a la siguiente conclusión al respecto: “Aunque puedo seguir hablando de falacias lógicas hasta el  infinito, siempre quedará la necesidad de aportar alguna prueba empírica de que la economía neoclásica [fundada en la mano invisible del mercado] está equivocada. Esta prueba la ha aportado, de forma espectacular, la Gran Recesión [crisis actual e iniciada en 2007]. Los modelos neoclásicos no solo no la predijeron, sino que, de acuerdo con ellos semejante cosa no podía ni siquiera llegar a ocurrir.[2]

El problema fundamental del llamado fundamentalismo del mercado es, no obstante, la dependencia que el bienestar de las personas tiene de unos mercados que se rigen por la rentabilidad económica (mercados dirigidos por unas agencias de rating, interesadas y mentirosas, y encabezados por los mercados financieros con un norte muy diferente), lo que implica una reversión de valores que pone en el centro la economía y desplaza a las personas. Aunque, debemos ser conscientes, si analizamos aunque sea someramente los resultados de esta y otras crisis, de que “En realidad la mano invisible [de los mercados] es el mecanismo por medio del cual la búsqueda del interés exclusivo, privado, puede servir de base para la reproducción social (resultado social objetivo) de un sistema donde nadie fija otro objetivo colectivo que la salvaguardia misma de los intereses privados.[3]



[1] Wolf, Martin (2015:55). La Gran Crisis, cambios y consecuencias. Deusto.
[2] Tampoco se predijeron las crisis anteriores más importantes: Gran depresión de 1929, crisis del petróleo de 1973, etc. Es muy conocida la pregunta que hizo la reina Isabel II en la London School of Economisc (Centro Académico líder en ciencias económicas) el 4 de noviembre de 2008: ¿Por qué nadie se dio cuenta? La respuesta después de meditar varios meses fue que no se reconocieron los grandes riesgos que el sistema suponía y el nivel del desastre que se estaba fraguando. ¡La ceguera de la fe!.
[3] Guerrero, Diego (2003). Economía no liberal para liberales y no liberales.

martes, 23 de agosto de 2016

Una política basada en la exportación sin corazón

En términos generales una estrategia exportadora es una estrategia, no sólo de empobrecer al vecino sino, también, de empobrecerse a uno mismo. Empobrecer al vecino porque exportar supone que otro país  importe, por lo que para que una país tenga superávit en su cuenta comercial tiene que haber otro que tenga déficit. Empobrecerse a uno mismo porque el trabajo, la producción y el capital propio se dedican a ofrecer bienes y servicios para el exterior, por lo que los beneficiarios son ciudadanos de otros países, aunque ciertamente los bienes y servicios se pagan y estos incrementan las cuentas en dinero de la economía nacional (a veces sólo de personas particulares),  pero sabemos que el dinero no es lo que se come.

No debemos olvidar, además, que las empresas exportadoras en nuestro país son aquellas que tienen mayor volumen, lo que representa un porcentaje nimio en términos absolutos, y que, incluso, muchas de ellas operan sin complejos en paraísos fiscales. Por el contrario, la empresa pequeña en España es el modo habitual[1]. El modelo de emprendedor,  potenciado por el actual partido en el gobierno y en funciones, deja a las personas, a falta de trabajo por cuenta ajena, ante una perspectiva de buscarse la vida como pueda y sin las ayudas y facilidades que tiene la gran empresa. Son así, la mayoría de las personas las que pierden, beneficiándose los menos.

La estrategia de las políticas neoliberales exportadoras se corresponden con la aplicación de dosis dolorosas de austeridad: reducir los salarios, reducir el gasto público, incrementar las tasas a los servicios prestados por el estado, evitar los déficits públicos, embridar la inflación, etc. Entienden que en periodos de depresión económica se sale reduciendo los gastos públicos, lo que reduce las posibilidades de demanda agregada, lo que va en contra de cualquier lógica, especialmente cuando los inventarios de las empresas están repletos de bienes sin vender. “Abaratar el trabajo (recortar salarios) no reducirá el desempleo, a no ser que dichos recortes incrementen de alguna manera el gasto total. Obviamente, los salarios son un elemento importante de los ingresos totales y el gasto depende de los ingresos. Rebajar los salarios es probable que empeore una caída del gasto.[2]

¡Qué pronto se olvidan los buenos consejos económicos! Keynes el mejor economista de siglo pasado lo comprendió claramente en su Teoría General,  su libro más importante: Las empresas producen tanto producto como creen que serán capaces de vender, y dan trabajo a la cantidad de trabajadores que esas empresas creen que necesitarán para producir la cantidad de producto que piensan vender.

La evidencia también nos ha demostrado que la reducción de los Costes Laborales Unitarios, la mayor productividad y el crecimiento económico por sí mismos no han garantizado la generación de empleo de calidad ni el aumento del bienestar de las sociedades. Basar la mejora de la competitividad, para buscar una mayor exportación, en la devaluación interna lo que sí ha provocado es un aumento de los beneficios y un perjuicio de los trabajadores tanto en empleo como en salarios. Además la competitividad internacional hace que la economía entre los países sea una continua lucha por unos mayores índices de exportación y de los recursos externos. En este sistema está claro que hablamos de vencedores y perdedores y, por tanto, de un sistema injusto y desigual que vuelve a perder el norte de las personas como objetivo básico. Un ejemplo claro de esta rivalidad se da en el contexto europeo que a pesar de su unión política, aplicando las mismas reglas de austeridad y competitividad, ha hecho aparecer desequilibrios que potencian los resultados de unos (los que de por sí ya son más ricos), incrementando las deudas de otros (los que ya tienen más problemas).

Aquello que perseguimos se convierte muy a menudo en nuestros ídolos, aunque sean de barro y nos devuelvan lo contrario  de lo que se persigue. Las políticas que están imperando en Europa tienen en cuenta parámetros que debieran servir de faro para mejorar  la vida de la ciudadanía, pero que, siendo tozudamente fundamentalistas, olvidan precisamente medir el bienestar de las personas. Parámetros importantes en una sociedad centrada en el trabajo remunerado: el empleo, son la población en edad de trabajar y con posibilidades de hacerlo, los empleos existentes, la calidad de los mismos y el número de desempleados. Son parámetros que nos indican la distribución de la renta existente. Sin olvidar, no obstante, el porcentaje de rentistas existente en la sociedad y el nivel de rentas que poseen, hecho importante en esta economía financiarizada en la que los acreedores y los deudores se han distanciado de una manera injusta.

Pero la política europea pronto se olvidó de lo importante: las personas. El Tratado de Maastricht abandonó oficialmente la búsqueda del pleno empleo[3]. Se abandonaron las buenas intenciones habidas después de la Segunda Guerra Mundial con las que se dio paso a los Estados del Bienestar y grandes tiempos de bonanza, mediante un pacto entre el capital y el trabajo que hacía posible el pleno empleo. Lo que sí está quedando claro es que la ideología y los intereses de las élites, nuevamente, triunfan sobre la evidencia económica que día a día nos demuestra que perseguir otros objetivos menos humanos tiene efectos dañinos sobre la propia humanidad. Y por ello, para concluir, quiero dejar claro que la mayor ineficiencia económica es el desempleo masivo.



[1] El 55,3 % de las empresas no tienen ningún asalariado, además otro 28,2 % tienen uno o dos empleados. Sin olvidarnos de cómo puede incrementar estos números la existencia de economía sumergida.
[2] Mitchell, William (2016). La distopía del Euro. Lola Books.
[3] William Mitchell nos da la siguiente  información: “A medida que los responsables políticos imponían políticas de austeridad en su esfuerzo por cumplir con los criterios [de Maastricht], las tasas de desempleo aumentaron entre 1992 y 1995 de la siguiente manera: Bélgica de 7,1 % a 9,7 %, Grecia de 7,9 % a 9,2 %, España de 16,3 % a 20 %, Francia de 9,3 % a 10,6 %, Italia de 8,8 % a 11,2 %, Países Bajos de 4,9 % a 7,1 % y Portugal de 4,1 % a 7,2 %.”

miércoles, 17 de agosto de 2016

El origen del dinero y la ceguera ciudadana inducida

Tras años de manipulación de las mentes, la ciudadanía siempre suele desconfiar de los gastos en los que pueda incurrir el gobierno para paliar la problemática que se presenta en los momentos de depresión y baja actividad económica. La austeridad sigue instalada en las mentes como única alternativa a las crisis capitalistas. La población sigue insistiendo en saber de dónde se va a sacar el dinero para pagar tanta necesidad. Pero en realidad el gasto público no se enfrenta a ninguna restricción presupuestaria. “La creencia de que el gobierno está obligado a equilibrar su presupuesto cada cierto tiempo es comparado [por muchos economistas] con una “religión”,  una “superstición” necesaria para asustar a la población de manera que esta se comporte  de la manera deseada.[1]” Hablamos, principalmente, de gobiernos que pueden emitir su propia moneda (España recordemos que tiene la limitación del Euro y el Banco Central Europeo).

En agosto de 1971 se liquidó el sistema de Bretton Woods[2] desligando el dólar (moneda reserva de referencia mundial) del oro y liberando la obligación de mantener un equilibrio entre los dólares emitidos y las reservas de oro. “El mundo pasó, así de pronto, de tener unos tipos de cambio fijados con el dólar y el oro a la libre flotación de tipos de cambio entre las monedas nacionales. A partir de este momento, pues, el sistema bancario mundial comenzó en la práctica a crear dinero de la nada.[3]

Y así una vez iniciada la crisis de 2007, la llamada Gran Recesión, podemos ver una muestra clara y patente de la creación de dinero de la nada. Aunque, hay que decir, que la creación de dinero virtual es el funcionamiento normal de los gobiernos que son soberanos en la creación de su propia moneda (se debe indicar igualmente que los bancos también crean dinero mediante la concesión de créditos, generando además reservas bancarias). Pero centrémonos en la muy conocida respuesta que  Ben Bernanke[4] dio a las múltiples preguntas que le llovían pidiendo explicaciones a su famosa “flexibilización cuantitativa”, llevada a cabo en Estados Unidos, mediante la que se adquirieron activos financieros tóxicos de los bancos en riesgo de quiebra, adquisición que alcanzó niveles de record: 1,75 billones de  dólares en su primera fase y 600 mil millones en la segunda. Además, en solo 5 meses se dobló la cantidad de dinero público en la economía estadounidense. La contestación dada no pudo ser más explícita “simplemente creaba dicho dinero dotando de crédito a reservas bancarias mediante pulsaciones sobre teclados de ordenador.”

Como bien dice Randall Wray “los gobiernos gastan mediante tecleos informáticos que no se les pueden acabar. Así, un gobierno soberano que emita su propia moneda mediante tecleos informáticos nunca puede sufrir restricciones autoimpuestas.[5]”Ya que, al ser autoimpuestas pueden ser eliminadas a conveniencia de la situación  económica y no reverenciadas como una verdad inmutable. La limitación, sin embargo, debiera tenerse en cuenta es el nivel de producción existente en la economía, con una matización: la existencia o no de recursos ociosos. Principalmente la existencia de personas desempleadas. La utilización plena de los recursos, especialmente el trabajo, permitiría maximizar la producción de bienes y servicios. La existencia de recursos ociosos podría solventarse con la creación de dinero mediante el déficit público, estimulando la economía y haciendo crecer el PIB: otro ídolo del capitalismo actual. No obstante, es obvio, que la realización de los presupuestos anuales del sector público debería tomar en consideración variables macroeconómicas como el desempleo, la inflación, el PIB y el medio ambiente, ya que objeto del gasto tiene que ser la mejora social, evitando las disfunciones posibles.

El gasto del gobierno (mediante el que se crea dinero), por tanto,  tiene que ser anticíclico (en contra del ciclo económico), es decir tiene que aumentar durante las crisis para incentivar lo que el sector privado ha dejado de hacer y la recaudación de impuestos, por el contrario, tiene que ser procíclica (es decir a favor del ciclo económico), tiene que disminuir durante las crisis, dejando así más recursos en manos de los particulares y empresas: más impuestos, más tasas, más participación en el pago de los servicios públicos les dejaría tan débiles que su futuro no tendría ninguna esperanza.

Lo que debemos tener muy claro es que en economía no es lo mismo la economía doméstica que la macroeconomía; mientras que en macroeconomía el gasto de uno es el ingreso de otro y por lo cual el gasto del estado (sin respaldo de ningún activo) es el ingreso del sector privado, en la economía doméstica se deben relacionar los gastos con los ingresos si no se quiere ser rehén de la propia inconsciencia y estar encadenados a las deudas. En consecuencia un déficit público es más sostenible que un déficit en el sector privado, de hecho muchas crisis económicas se han basado en un sobre endeudamiento, con excesivo apalancamiento (deuda),  del sector privado: empresas y hogares, a pesar de que en la inconsciencia colectiva se siga pensando que ha tenido que ver con el déficit público que, por cierto, en los años previos a la crisis de 2007 no había en España, ya que se tenía superávit público.

Lo que la Teoría Monetaria Moderna nos revela es que los miedos sobre los déficits y la deuda nos están conduciendo a un mundo en el que la economía en vez de resolver los problemas de la sociedad, los está aumentando, llenando el mundo de dolor e indignidad; que el dinero no es una cosa finita ya que actualmente no está basado en ningún activo, en ninguna cosa real y valorable y se está creando de la nada; que los déficits de los gobiernos suponen una inyección de dinero en el sector privado; que los déficits, en definitiva, pueden ser grandes o pequeños pero que el objetivo prioritario de la política económica tiene que ser equilibrar la propia economía no equilibrar el presupuesto y evitar el déficit aunque haya millones de desempleados y gente muriéndose en la calle.



[1] Wray, L. Randall (2015: 198-199). Teoría Monetaria Moderna. Lola Books.
[2] En julio de  1944 se celebró la conferencia de Bretton Woods creándose el que sería Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional para regular la economía financiera cuyos desórdenes habían contribuido a la Gran Depresión de 1929.
[3] Mason, Paul (2016:134). Postcapitalismo. Hacia un nuevo futuro. Paidós Estado y Sociedad.
[4] Economista y político estadounidense de gran prestigio y de origen judío que desempeñó el cargo de presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos (el Banco Central) durante dos períodos de 2006 a 2014. Previamente a la crisis de 2007 consideraba que el neoliberalismo hacía funcionar la economía como un reloj, manteniendo a raya las grandes recesiones, siendo éstas menos frecuentes y más suaves.
[5] Wray, L. Randall (2015: 201). Teoría Monetaria Moderna. Lola Books.

miércoles, 10 de agosto de 2016

Antes de robotizar, esclavizar

Estamos en una fase del capitalismo en la que por mor del interés competitivo del mismo se están fraguando distintos niveles  en los derechos (o mejor dicho en las posibilidades de vida) de los ciudadanos. El capitalismo, por una parte, estimula el trabajo remunerado ya que el beneficio de los capitalistas estriba en mezclar distintos factores, entre ellos al trabajador,  al objeto de producir bienes y servicios que vendan en el mercado a un precio superior a los costes de los factores empleados. Por lo que a los factores utilizados se les retribuye con una cantidad inferior al importe de  la facturación por la venta de los bienes y servicios usados.

Entre los factores utilizados, como cualquier otra mercancía, el hombre es tratado como el más flexible de ellos. Hasta el punto de que, por una parte, puede ser un factor dinamizador y creativo que impulse las mejoras productivas y la calidad del servicio y, por otra, puede ser un factor mecánico que realiza funciones sencillas y repetitivas. Hay otras tareas, también, a las que “de momento” el capitalismo no encuentra rentabilidad y son aquellos trabajos no remunerados que históricamente han recaído principalmente sobre la mujer. El Estado de Bienestar quiso poner cierto remedio a esta situación injusta con servicios públicos gratuitos y esenciales para una vida sin sobresaltos. Entiéndase sanidad, educación, pensiones,  desempleo, servicios sociales, etc.; pero las crisis imprevisibles pero seguras del capitalismo salvaje, financiero, de casino, han revertido la situación.

Este capitalismo, en consecuencia, es una loca carrera hacia una mayor rentabilidad y ésta la consigue bien aumentando la productividad, bien mediante la opacidad de la información que permite abusos que rozan la ilegalidad y desde luego sobrepasan una ética de mínimos. El aumento de productividad de los factores tira hacia la baja los salarios de aquellos trabajadores que realizan tareas sencillas y repetitivas que son, así, fácilmente reemplazables por máquinas y robots. La esclavización, mediante ampliación de horas e inseguridad, de los trabajadores es previa mientras dura la opacidad de la información y el engaño social, además, nos viene demostrando hasta qué punto los empleados  son flexibles y pueden aguantar situaciones injustas y mal pagadas. Esta situación, es previa como se ha dicho y será finalmente sustituida por la utilización de robots que no  se quejan,  aguantan lo que les echen, son previsibles en su productividad, pueden trabajar las 24 horas del día y no necesitan un salario para vivir.

Pero incluso la robotización está consiguiendo asumir tareas cada vez más complejas[1] y en un capitalismo darwinista hará que los que trabajen sean cada vez menos, eso sí mejor pagados. Aquellos que consigan un trabajo alienante serán también un número que se irá reduciendo y la masa de los sin empleo aumentará sin remedio. Esto es una realidad que no podemos parar si no es mediante un cambio en los valores sociales. No podemos vivir para producir sin desmayo, la tierra ya nos está avisando; para trabajar cada día más en menos tiempo, son las máquinas las que nos ganan; para enriquecernos más individualmente, el destino es la desigualdad; para tener la economía como único Dios al que adorar, hay que poner el hombre en el centro.

En este contexto el capitalismo individualista que culpa a las personas de su situación sólo considera que el mercado obrará el milagro a la larga (Keynes decía a la larga todos muertos), que el mercado asignará los factores de producción allí donde puedan ser más rentables y útiles a la población. Vemos que se sigue mezclando la economía con la religión en estos tiempos. El mercado es el Dios hacedor de la multiplicación de los panes y los peces. Pero, en una sociedad centrada en el trabajo, la realidad es que hay mucha gente sin él, hay mucha gente con trabajos que no sé por qué se llaman así, hay mucha gente desesperada, y hay otros que viven despilfarrando muchas de las cosas que otros necesitan para vivir.

Estamos obligados hacer algo, cuanto antes. Estamos obligados a cambiar las políticas de austeridad con las que nuestros propios ciudadanos mediante el voto, a veces forzado, a veces inconsciente,  nos amenazan. Estamos obligados a mirar a la cara a aquel que lo ha dado todo y no tiene nada. Estamos obligados a respetar al hombre pero condenar sus hechos cuando van en contra de su sociedad y de la naturaleza. Es el momento de buscar otras políticas que den un resultado diferente. Herramientas para su consecución las hay, entre ellas la Renta Universal Garantizada y el Trabajo Garantizado son medidas fáciles de aplicar siempre que tengamos claro que no conseguiremos superar la crisis con menos gasto, que los déficits públicos permiten superar aquellas fases en las que el sector privado se encuentra endeudado hasta las cejas, que la obsesión por los déficit y la creación de deuda facilita la vida a unos y hunde a otros en una vida sin expectativas.




[1] Un estudio de la Universidad de Oxford del año 2013 encontró que el 47 % de los empleos en Estados Unidos están en un alto riesgo de ser sustituidos por la Inteligencia Artificial, el capital computacional.

viernes, 5 de agosto de 2016

Un nuevo paradigma económico: Teoría Monetaria Moderna

En las organizaciones introducir novedades suele ocasionar gran resistencia, lo que se llama resistencia al cambio. En las sociedades el cambio tiene que lidiar con la resistencia de aquellos grupos que tienen interés en que nada cambie, en que todo permanezca igual porque la vida les sonríe. En las sociedades desarrolladas de hoy en día, hay quién pone palos en las ruedas; aquellos que se resisten, son las élites poderosas que utilizan los medios de comunicación y los centros de poder, políticos o empresariales, para hacer imposible transitar por otros derroteros económicos que no sean aquellos de los que sacan partido a pesar de que puedan perjudicar a otros.

El paradigma[1] neoliberal que nos viene azotando desde los años setenta del anterior siglo se corresponde con el “apáñate como puedas”, cada uno tiene que lidiar con sus problemas en un mundo competitivo en el que hay ganadores y perdedores. Los bienes esenciales, incluso, sólo están al alcance de quién se los merece. El Estado no tiene que intervenir en los asuntos del mercado, el mercado por sí mismo encuentra las mejores soluciones a los problemas económicos; decide como optimizar la producción y como distribuir los bienes a la población de la mejor forma. La empresa privada es, por tanto, la solución y nada está fuera del alcance de su mano acaparadora. Se privatiza hasta la vida privada.

La realidad constatada es que este sistema ni es justo: no tienen más aquellos que más se esfuerzan y más se lo merecen; ni da las mismas oportunidades: en la línea de partida unos están en perfectas condiciones, otros son cojos, otros ciegos, etc., y durante la carrera algunos son ventajistas y no respetan las reglas de juego fijadas; ni es ético: destroza la vida de muchas personas, incrementa la desigualdad y la pobreza, agudiza la discriminación de todo tipo y la existencia de clases; ni mantiene un equilibrio generacional: “Los extraordinariamente altos índices de paro juvenil harán que el daño perdure durante generaciones y que la prosperidad futura se vea debilitada mediante un séquito de jóvenes desempleados que entrarán en la vida adulta sin experiencia laboral y con una creciente  sensación de distanciamiento con respecto a las normas sociales predominantes.[2]” El listado podía hacerse interminable, pero paremos aquí.

Frente a este paradigma, tenemos varias alternativas a pesar de que se nos machaque con lo contrario y afiliados a un pensamiento gregario no sepamos discernir mejores posibilidades. Una alternativa económica que nos trae una nueva racionalidad esperanzadora es la Teoría Monetaria Moderna considerada una corriente postkeynesiana que ofrece las herramientas y argumentos para subvertir la austeridad y el desempleo característico del capitalismo en el que nos movemos. Veamos algunas de sus consideraciones:

El dinero es un crédito o una relación de deuda. Actualmente y esencialmente las monedas son “fiat” es decir basadas en la confianza y no respaldadas por ningún activo real. Representan una promesa de pago que puede ser creada por todo el mundo. La clave para convertir estas promesas en dinero es que cada vez más personas o instituciones las acepten.

La economía personal o familiar funciona de forma diferente a la macroeconomía. Un principio fundamental de la contabilidad establece que por cada activo financiero existe un pasivo financiero que lo compensa. Si el sector público, por tanto, mantiene superávits presupuestarios permanentes (si gasta menos de lo que recauda en impuestos), el patrimonio financiero neto del sector privado será necesariamente negativo. Se establece así la ecuación: balance privado + balance público + balance exterior = 0.

El déficit público es una forma importante de crear dinero y riqueza, otra es la que crean los bancos privados con la concesión de préstamos. El déficit público no se considera ni bueno ni malo, tan solo es una herramienta para alcanzar los objetivos que nos proponemos como sociedad (entre ellos mayor producción y menor desempleo).  El Estado debería aumentar los impuestos sólo si los ingresos del público son tan altos que amenazan con provocar inflación. Además sólo debe emitir bonos solo si hay presión a la baja sobre las tasas de interés, drenando las reservas excedentes de los bancos para mantener la tasa objetivo del Banco Central.

El gobierno, cuando es emisor de su propia moneda, siempre puede permitirse gastar más (ya que siempre puede emitir más moneda), pero si no puede imponer y recaudar impuestos, no encontrará la suficiente predisposición a aceptar la moneda nacional a la hora de realizar sus  compras en moneda nacional.

El objetivo, en consecuencia,  de toda regulación de la actividad económica ha de conseguir que la cuantía del gasto no sea ni demasiado pequeña (lo que produciría desempleo), ni demasiado grande (lo que daría lugar a la inflación).

El endeudamiento continuo del sector privado es insostenible como se ha podido comprobar con las dos crisis sistémicas más conocidas: La gran depresión de 1929 y la gran recesión de 2007. El endeudamiento público, sin embargo, suministra liquidez creando dinero cuando el sector privado lo necesita.

Los bancos prefieren dar créditos antes que poseer activos, ya que reciben los intereses de los deudores. Los bancos siempre están dispuestos a dar créditos a aquellos que pueden devolverlos, cuando no es así se entra en un bucle peligroso. En el mundo real de hoy en día, además los bancos extienden el crédito creando al mismo tiempo los depósitos, las reservas las buscan más tarde. Esto se ha demostrado claramente con los resultados habidos tras el incremento de reservas bancarias habidas al inyectarse dinero a los bancos. Todos fuimos conscientes de que el crédito seguía sin fluir ya que el crédito se aumenta cuando es solicitado por aquellos que tienen posibilidad de devolverlo  y para esto las posibilidades económicas de los deudores deben ser suficientes y, sin embargo, la austeridad ha contribuido a empeorarlas sensiblemente.

En resumen, tenemos una alternativa racional que debemos analizar debidamente para no estrellarnos tozudamente contra el mismo muro. Recordando a Einstein si hacemos siempre lo mismo obtendremos los mismos resultados y no me parece que podamos echar campanas al vuelo con la situación económica actual de España y Europa (aunque algunos lo hagan), situación que hemos alcanzado gracias a las políticas de austeridad y la hipocondría del déficit. En el análisis, sin embargo, no debemos olvidar a Keynes que nos avisaba de que éste no puede hacerse sin referencias a la política y a la ética.



[1] El filósofo y científico Thomas Kuhn dio a paradigma su significado contemporáneo cuando lo adoptó para referirse al conjunto de prácticas que definen una disciplina científica durante un período específico.
[2] Mitchell, William (2016). La distopía del Euro. Lola Books.

Los humanos No somos tan inteligentes

En un mundo en el que la información circula a velocidades siderales, en el que el conocimiento del medio es cada día mejor, sorprende que...