miércoles, 26 de agosto de 2015

La perspectiva de la mujer

El sistema capitalista se sustenta en el individualismo y en buscarse la vida cada uno como pueda, acrecentando la rivalidad y la competitividad. Además, cuando se le quitan las bridas, este capitalismo financiarizado hace crecer ilimitadamente la injusticia y la desigualdad. Así en estos tiempos globalizados, en los que el trabajo escasea, es indigno o se parte y divide para resolver los problemas de las empresas que requieren adaptarse a una demanda cambiante, se ha evidenciado cómo empobrece a unos: parados, precarios, desalentados, invisibilizados y excluidos; y enriquece a otros: empresarios con éxito, especuladores, corruptos, mafiosos, aprovechados, etc., haciendo de la desigualdad y la pobreza una visión normal y tristemente aceptada. Por ello se hace más necesario en estos tiempos repensar la sociedad intentando hacer realidad una mejora que busque el bienestar de todos y ponga la vida de las personas en el centro del actuar humano.

Un aire fresco y distinto se encuentra en la economía feminista. La perspectiva de la mujer pone el acento en la vida, en una vida que merezca ser vivida y por tanto en su desarrollo y sostenibilidad. El análisis de la crisis (de las crisis en general) se hace mirando más a las condiciones de vida que al mercado y sus códigos opacos de medida que como el PIB no miden aquello que es realmente importante para las personas, ya que lo que interesa es la producción, el consumo y el beneficio (en muchos casos incluso la propia destrucción de aquello que para la vida tiene mayor valor) y olvidan las relaciones entre las personas, el trabajo de cuidados, el deterioro de la naturaleza, etc. No hay que olvidar que el hombre es un animal menesteroso, es decir cargado de necesidades, y en este mundo de recursos limitados las necesidades pueden llegar a ser infinitas sobre todo cuando son estimuladas permanentemente por una publicidad insidiosa e interesada que produce para el consumo, sea prioritario para la vida o no.

Nuestra sociedad de ningún modo está libre del machismo y su agresividad, la propia economía neoliberal está impregnada de valores patriarcales y no se librará de ellos si no hay un verdadero cambio que realmente busque la igualdad entre todas las personas sean mujeres u hombres. La conciliación de la vida laboral y familiar es un intento de evitar las injusticias de este mundo capitalista pero sin salirnos de sus barrotes de oro. Y, sin embargo, las reglas de este sistema competitivo bipolar tensionan a las personas divididas entre el mundo mercantil y la vida misma debido a la esclavitud del salario que conlleva.  Menos mal que la economía feminista, la economía ecológica y los economistas heterodoxos saben muy bien de la urgente necesidad de dar un giro al paradigma vigente que nos lleva a todos directamente al abismo.

En este contexto, como nos dice Amaia Pérez Orozco[1], “la cuestión clave en estos momentos de la economía feminista es sacar a la luz la interrelación entre los trabajos (de cuidados) feminizados ocultos y los trabajos remunerados masculinizados y plenamente visibles [...] Esclarecer las razones de su ocultamiento significa que los procesos mercantiles dependen de la existencia de esa esfera de cuidados invisibles; y que, en la medida en que la vida no es el eje en torno al cual gravita la estructura económica, esa esfera tiene que permanecer oculta”. El sistema capitalista está muy confortable con este ocultamiento ya que el capital transfiere los costes del mantenimiento de la vida fuera de sus balances. Son por tanto externalidades que la sociedad se encarga de enjugar ante la ceguera de la mayoría.

Parece claro que “El sistema económico capitalista y todo el armazón cultural que le acompaña se han expandido sin tener en cuenta que la vida humana tiene dos insoslayables dependencias materiales. La primera es la de la naturaleza y sus límites. La segunda es consecuencia de la vulnerabilidad de la vida humana y por tanto de la imposibilidad de sobrevivir en solitario, necesitamos a lo largo de toda la vida del tiempo que otras personas nos dedican para poder llevar vidas decentes[2]”.  Es evidente entonces que “nuestra economía está en guerra con múltiples formas de vida sobre la Tierra, incluida la humana[3]”. Por ello “Es necesario imponer justicia y humanidad en las relaciones económicas y para ello es absolutamente necesario modificar la consideración social hoy dominante sobre las mujeres y el papel que deben desempeñar en nuestras sociedades[4]

Repensar la economía como herramienta para el bien común requiere hacernos la pregunta de ¿qué es lo que merece ser querido?, ¿Qué tipo de sociedad queremos? Victoria Camps nos decía hace tiempo que “La función de la ética es enseñar a querer lo que merece ser querido[5]” Y eso es lo que debemos indagar con premura. Es verdad que a veces nos cuesta reconocer aquello que queremos, de hecho conocerlo puede ser el mayor avance para las personas, pero lo que sí identificamos claramente es aquello que no queremos, aquello que consideramos una perversión para la sociedad y para cada uno de sus integrantes. Para lograr un cambio, como citaba Jose Antonio Marina, debemos saber que “la valentía es el camino más corto para la vida buena. El miedo nos impide realizar muchas cosas buenas y provechosas. Todo el que vive una vida plena ha de tener coraje para ello[6]”.



[1] Carrasco, Cristina y otros (2014:65) Con voz propia, la economía feminista como apuesta teórica y política. Los libros de Viento Sur.
[2] Yayo Herrero en Carrasco, Cristina y otros (2014:219) Con voz propia, la economía feminista como apuesta teórica y política. Los libros de Viento Sur.
[3] Klein, Naomi (2015:37): Esto lo cambia todo; el capitalismo contra el clima. Paidós.
[4] Lina Gálvez en Carrasco, Cristina y otros (2014:215) Con voz propia, la economía feminista como apuesta teórica y política. Los libros de Viento Sur.
[5] Camps, Victoria (1990:9) Virtudes Públicas. Espasa Calpe S.A.
[6] Biswas-Diener, Robert en el libro de Jose Antonio Marina (2014:166): Los miedos y el aprendizaje de la valentía. Círculo de Lectores.

jueves, 20 de agosto de 2015

Los robos más grandes son legales

Los continuos casos de corrupción son la vergüenza y el oprobio de nuestra democracia pero el absolutismo del libre mercado y la globalización actual unida a la desregulación financiera, llevada a cabo en los años 70 del anterior siglo, han permitido que los robos más cuantiosos, más peligrosos e inmorales se lleven a cabo dentro de la legalidad vigente.

Mostraremos unas pinceladas de cuatro robos muy significativos: 1. El robo llevado a cabo con los países africanos y del llamado tercer mundo, 2. El robo efectuado a las mujeres, 3. El robo que se viene permitiendo en la economía financiera y especialmente a la insultante expoliación llevada a cabo por los fondos buitre, 4. El robo que se está haciendo a la naturaleza y que algunos no quieren mirar para no ver.

1.      África muere en un suicidio que alguien ha definido como asistido pero que la realidad nos hace concluir que es y ha sido provocado. Aún hoy sigue siendo la mina de los países desarrollados y emergentes y se extraen de sus entrañas sin apenas compensación minerales que suponen grandes riquezas para otros países que, sin embargo, suelen pagar incentivando conflictos y guerras sangrientas para seguir haciendo negocio con la venta de armamento y convirtiendo el Mediterráneo, cuna de la cultura, en su cementerio. Los países africanos han sufrido y siguen sufriendo sustracciones continuas, despojos a bajo precio de sus recursos naturales, por parte de lo que se ha creído el “mundo civilizado”. Y no sólo durante el colonialismo sino en fechas actuales. Nos dice Joseph Fontana que “Los primeros veinte años de la independencia estuvieron dominados por proyectos industriales fantasmagóricos, los llamados “elefantes blancos”, que proporcionaron grandes beneficios a las empresas europeas y americanas que intervenían en ellos –y a los dirigentes locales que se embolsaban sus comisiones—y consumieron los recursos locales en intentos condenados al fracaso[1]”.

2.      El trabajo de las mujeres ha sido invisible en muchos momentos de la historia. La industrialización y la formada sociedad del trabajo han contribuido especialmente en ello y han sido factores importantes en la situación injusta que aún atraviesan las mujeres en nuestras sociedades. Las mujeres han realizado en su mayor parte el trabajo de reproducción y de cuidados de la sociedad. Trabajos totalmente necesarios para la supervivencia de la especie y del propio trabajo mercantil que requiere a sus “recursos humanos” sanos, dispuestos e inasequibles al desaliento y a la enfermedad. El régimen neoliberal se ha encargado de aumentar la desigualdad entre personas y países pero la palma de la pobreza, la precariedad y las jornadas interminables ha quedado asignada a las mujeres. Se está haciendo posible, en consecuencia, una vuelta a los viejos tiempos en los que a la mujer le quedaba exclusivamente el trabajo de la casa pero ahora, además, para completar los pocos ingresos de los hogares, provenientes de  contratos basuras o el desempleo, tiene que realizar dobles jornadas y jornadas extras en trabajos a tiempo parcial.

3.      El juego sucio de los fondos bien llamados buitres, es un juego de psicópatas, de personas sin sentimientos, juego inmoral que pone la especulación y la usura por delante de los derechos humanos y que, no obstante, ha sido respaldado por algunos tribunales. Así “los tribunales han estado dispuestos a hacer valer el derecho de un fondo buitre como acreedor para cobrar el valor total de la deuda, el valor nominal, ignorando el precio de adquisición del título de la deuda[2]” lo que ha impedido procesos de reestructuración de deuda soberana en países en dificultades económicas extremas, priorizando la especulación y el lucro a las necesidades vitales de las personas.

La falta de un marco jurídico para la reestructuración de la deuda soberana ha supuesto un enorme agujero en la arquitectura financiera internacional que ha permitido a los fondos buitres lucrarse hundiendo países enteros, recogiendo cadáveres de esta larga crisis en la que aún permanecemos. No es de extrañar que muchos analistas críticos piensen, y no solo ellos, que debería prevalecer la idea expresada por el Relator Especial de la ONUJ sobre la deuda y los derechos humanos al afirmar que “el derecho internacional de los derechos humanos debe ser considerado como la ley aplicable en el contexto de la reestructuración de la deuda”. Lo contrario es y sería perverso.

4.      El robo efectuado a la naturaleza se trata en último lugar pero con seguridad es el que afectará en mayor medida a la humanidad y puede considerarse, a pesar de los incrédulos, el más importante. Las llamadas “externalidades” son robos que las empresas hacen recaer sobre los ciudadanos. Las externalidades ambientales conllevan costes para depurar y equilibrar los efectos negativos que se infligen al medio ambiente y que raramente son abonados por los causantes de los mismos. Pero aún más, los efectos  de este robo a la naturaleza y a sus habitantes pueden ser irreversibles y cambiar el mundo tal como lo conocemos. Ya que nunca sabremos cuando un pequeño incremento de la temperatura en nuestro planeta puede ocasionar un desastre terrible, “impulsar las temperaturas mundiales hasta más allá de determinados umbrales  podría desencadenar cambiaos abruptos, impredecibles y potencialmente irreversibles que tendrían consecuencias enormemente perturbadoras y a gran escala[3]”.

La planificación de la miseria y la economía de partida de póker en la que el ganador se lo lleva todo no parece una buena solución a nuestros problemas, camufla robos que son riesgos de importancia para la supervivencia de la humanidad, olvidando que no se puede aislar el mundo económico de lo físico. Deberíamos mirar de frente muchos fraudes que se vienen permitiendo en este mundo globalizado. Muchos países especialmente pobres y atrasados en su integración en el sistema capitalista, no sólo son expoliados de sus recursos y conocimientos, sino que además están sufriendo y pagando los problemas del cambio climático y de guerras interesadas sin haber contribuido a su desarrollo. El trabajo de procreación y de cuidados que principalmente han hecho las mujeres sigue invisibilizado y aprovechado en este mundo neoliberal por los hombres, las empresas y las clases pudientes. El mundo especulativo y singularmente los fondos buitres son un cáncer a extirpar lo antes posible. Por todo ello, debemos repensar qué mundo queremos dejar a nuestros nietos pues estamos robándoles su futuro cómo hemos hecho con el presente de nuestros hijos.




[1] FONTANA, JOSEP (2011:710-11): Por el bien del imperio: Una historia del mundo desde 1945. Ediciones de Pasado y Presente S.L. Barcelona.
[2] HERNÁNDEZ VIGUERAS, Juan (2015:252). Los fondos buitre, capitalismo depredador. Clave Intelectual, S.L.
[3] Informe de la Asociación Estadounidense para el avance la Ciencia, 2014, págs. 15-16

sábado, 15 de agosto de 2015

La reforma del artículo 135 de la Constitución ¿engaño o error?

El 2 de septiembre de 2011 el Congreso de los Diputados aprobó, con 316 votos a favor y 5 en contra, la primera reforma constitucional de calado, para introducir de forma urgente en la Carta Magna española el principio de estabilidad financiera con objeto limitar el déficit público. La votación a favor, casi absoluta, nos demuestra que o bien nuestros representantes ponían los intereses de la oligarquía y del dinero por delante de los intereses del resto de ciudadanos o bien que su creencia sobre el funcionamiento de la economía era, desde mi punto de vista, totalmente errónea. Conviene recordar que el objetivo marcado por Europa a los estados miembros para el déficit público se cifraba en un máximo del 3% del PIB. Y que, curiosamente, la Alemania de Merkel, máximo paladín del rigor fiscal y ogro cruel que nos inyecta  austeridad en vena, había incumplido reiteradamente (hasta 14 veces desde el 2000 al 2010) tanto el objetivo del déficit como el de la deuda pública, objetivo que se fijó en el 60 % del PIB.

Es importante preguntarnos ¿cómo la “boyante” Alemania ha conseguido sobrevivir y aventajar a los demás países de su entorno incumpliendo contumazmente objetivos tan trascendentales de la Unión Europea? Objetivos que por ser perentorios han tenido que cincelarse en piedra en nuestra Constitución como panacea de salvación de nuestro país y sus habitantes. ¿Cómo es posible que en medio de la gran abundancia de nuestro tiempo en Europa se recete la austeridad a sus habitantes? Parece lógico por contra, que cuando la ciudadanía no tiene suficiente poder adquisitivo para poder comprar lo que está a la venta en esos grandes almacenes que llamamos la economía, el gobierno deba actuar para asegurarse de que la producción se venda, ya sea bajando los im­puestos o bien aumentando el gasto público.

Una de las confusiones más comunes, incluso entre los tertulianos de los programas de debate político-económico, es la de considerar la economía de los países igual que la economía familiar. Pero claramente no es lo mismo: una familia no puede gastar indefinidamente sin ingresar y, por lo tanto, tiene que equilibrar su presupuesto entre ingresos y gastos para poder mantener la cobertura de sus necesidades; pero a nivel de la sociedad cuando una familia gasta alguien exterior a ella ha aumentado sus ingresos, el gasto de unos aumenta los ingresos de otros en un modelo que parece perfectamente equilibrado.

Por ello, el aumento de la capacidad adquisitiva de la gente, además de poner una piedra en favor de la igualdad y la cobertura de sus necesidades, pondría en marcha un círculo virtuoso que conduciría inmediatamente a un repunte de las ventas, lo que, a su vez, llevaría de inmediato a la creación de millones de puestos de trabajo para satis­facer el aumento de la demanda de bienes y servicios. Las perso­nas serían capaces de hacer frente al pago de sus hipotecas y préstamos y el sistema bancario podría volver a sanearse rápidamente. Lo que, sin embargo, se ha demostrado infructuoso para el sistema financiero es su financiación a través de ayudas del gobierno. Los créditos siguen desaparecidos, la economía se mantiene refrigerada y los préstamos de los particulares siguen sin poder pagarse. Hay que ser consciente, sin duda, de que la única diferencia entre un buen y un mal préstamo es que el prestatario pue­da o no hacer frente a su pago. Esto se debería tener presente en los rescates llevados a cabo en nuestra amada Europa.

Pero por qué tenemos tanto miedo a los déficits públicos cuando la obsesión de la Unión Europea por mantener los precios estables solo ha conducido a mantener sine die la crisis del 2008 y transferir los problemas económicos del sector privado al sector público. La respuesta más popular y temida es que el déficit público causa inflación y la inflación hace perder el valor del dinero. En consecuencia son los poseedores del dinero los que pierden, pierden también los acreedores que suelen ser los poderosos y ganan algo los deudores. Pero el objetivo pretencioso del 2 % de inflación legislado por la Unión Europea no ha permitido medidas contra cíclicas que puedan sacarnos de la crisis. La ayuda financiera de la Unión Europea para el rescate del sector bancaria ha endurecido las medidas de ajuste del gasto público y el aumento de la presión fiscal adoptadas por nuestro Gobierno, deprimiendo aún más la demanda interna y afectando negativamente a la recaudación, en un círculo de austeridad depresiva que conduce a menos crecimiento y más déficit. La llamada trampa de liquidez demuestra el error de enfrentar en estos tiempos las crisis con la política monetaria y la incapacidad  de ésta para influir en el ciclo económico estimulando la demanda agregada.

La inflación se ha convertido en un tema tabú a la que se presta máxima reverencia por los economistas neoliberales. Atemoriza el recuerdo de Alemania, en su época de hiperinflación de la República de Weimar. Se recuerdan los problemas de los países de América del Sur. Sin embargo, en estos últimos tiempos se constata que la inflación tiene más que ver con las burbujas especulativas y con los precios del petróleo que con cualquier otra cosa. Vivimos en una economía especulativa de casino, dependiente aún del oro negro y enzarzada en una lucha geopolítica, lucha de poder entre las naciones que provoca grandes desestabilizaciones en la economía mundial.

Para resolver los problemas de esta economía de los ciclos, del terror y la indiferencia habría que hacer caso de ideas que demuestran otra comprensión de su funcionamiento, oír otras voces como la del economista estadounidense Warren Mosler[1] cuando afirma que son los impuestos los que debe usar el gobierno para regular nuestro poder adquisitivo y la economía en general, aumentándolos cuando se calienta y hay riesgo de inflación y reduciéndolos para que la economía no caiga en el abismo de la recesión. Porque a lo que realmente habría que tener miedo no es al déficit sino al paro, a la pobreza, a la desigualdad  que son verdaderos lastres de la economía y vergüenza de la sociedad.



[1]  Mosler, Warren .Los siete fraudes inocentes capitales de la política económica. El petit editor, 2014.

domingo, 9 de agosto de 2015

¡Fuera el miedo: no dejemos pasar la oportunidad!

Nos ahogamos en dinero, hay exceso de producción, la demanda se reduce y, sin embargo, no somos capaces de resolver los problemas económicos de nuestras sociedades. Sólo se nos ocurre recortar derechos, recortar salarios, aumentar impuestos, o, al grito del ¡tonto el último!, se piensa en coger el dinero que no es tuyo y mentir como un bellaco. Olvidamos el enorme exceso de capacidad económica que tendríamos con pleno empleo, olvidamos que la naturaleza tiene sus límites y no nos damos cuenta de que vivimos anestesiados por las imágenes de pobreza y violencia sin tener ánimo para hacer nada que lo evite. Nos mienten, nos roban, nos empobrecen, nos dejan marchar, nos dejan morir y seguimos aplaudiendo su gestión y sus palabras cuando nos dicen que todo está cambiando, que la cosa mejora, que somos punteros y el orgullo económico del mundo.

Adoramos a becerros de oro con pies de barro y tenemos palabras mágicas que nos desorientan y no sabemos desterrar: globalización, producto interior bruto, productividad, competitividad, déficit público, deuda soberana. Palabras que para algunos economistas, directivos de empresas, políticos y sobre todo especuladores, suenan a beneficios y venden como recursos salvadores de la humanidad. Sin embargo, sus pretensiones, los resultados, la realidad y la evidencia demostrada en su utilización,  nos deben poner en guardia y habiendo constatado los efectos de sus manejos, en muchos casos desastrosos, tomar medidas que encaucen el sistema para el bien de todos. Así, mientras tanto, dejamos que uno de cada tres niños en España viva por debajo del umbral de la pobreza, tres españoles acopien una riqueza que supone más del doble del 20 % de la población más pobre, que no paremos de caer en el Índice de desarrollo humano, que seamos campeones de la desigualdad, etc.

Idolatramos tanto el dinero que nos dejamos engañar por aquellos que lo crean de la nada, pontífices de este dios engañoso. El dinero no se come cuando tiene su representación física, pero es incluso poco visible cuando son anotaciones en cuenta, en programas informáticos o hojas de cálculo. Lo que hacemos, lo que producimos, los servicios que prestamos si son realidades que nos ayudan a vivir y mejoran nuestra existencia. El problema de la economía actual no es que la gente tenga mucho dinero y se agoten los productos y los servicios, el problema es que la gente carece de él, a pesar de que hay posibilidad de producir más bienes que nunca, y, por tanto, no pueden cubrir sus necesidades básicas. Pero hay que saber y querer para mirar y ver.

Hubo un tiempo en el que para poder intercambiar bienes era necesario que los que hacían el intercambio hubieran producido algo, hubieran realizado algún servicio útil para una vida buena o el mantenimiento de la misma. Hoy en día sin producir ni prestar servicios de utilidad vital, alguien puede generar dinero ficticio que le permita arrogarse el derecho sobre los bienes y servicios realizados por otros miembros de la sociedad. Esta más valorada la especulación que el trabajo duro sea remunerado o no. Para hacerme entender se puede poseer mucho dinero conseguido mediante la especulación en bolsa, sin haber generado nada útil para la sociedad, y, sin embargo, este dinero  permitirá comprar bienes y servicios que han producido otros con su esfuerzo y  cubrir no sólo sus necesidades esenciales sino también sus lujos.

Somos capaces de inventarnos guerras, para el beneficio de unos pocos y endeudándonos los demás hasta las cejas, para salvar crisis importantes de esta economía con disrupciones cíclicas y, no obstante, somos reacios a facilitar una distribución de la renta, de los recursos que generamos impulsando la demanda y fomentando el empleo y la creación de empresas y evitando así el sufrimiento de la ciudadanía. Somos capaces de generar billones de euros da la nada, por arte de magia financiera, para saldar cuentas de aquellos bancos que han arriesgado el dinero de sus clientes sin permiso y sin ética, bancos a los que sus directivos han saqueado sin ningún rubor y, sin embargo, dejamos sin dinero la dependencia, la sanidad, la educación, verdaderos filones de empleos, y la investigación y desarrollo, que nos ayudará a mejorar nuestras vidas, etc., etc., etc.

Es de vital importancia facilitar que los ciudadanos tengan más dinero en su bolsillo para poder comprar principalmente bienes de primera necesidad. Sin embargo, el gobierno sube el IVA que afecta a los más pobres igual que a los más ricos. El gobierno realiza una nueva legislación sobre el IRPF dando más dinero a los ricos que utilizan sus rentas principalmente para especular y comprar bienes de lujo, incluso para hacer batallas con champán del caro. Flexibiliza y recorta el trabajo contratado, mirando a otro lado cuando se constata que la mayor parte de los contratos están realizando más tiempo extra no pagado que el retribuido. ¿Quién va a comprar los productos si la gente tiene menos dinero en sus bolsillos? O es que lo que se quiere es dejar a la gente sin posibilidades de vida, dejar que se marchen fuera incluso los mejores. ¡Ah si ahora nos están dando caramelos! Pero... ¿Son caramelos o zanahorias? Pues ya sabéis que detrás de la zanahoria va el palo.


Se acercan las elecciones generales y duele que todo siga igual, que puedan aplicarnos más dosis de la misma medicina, más palos después de la zanahoria, que puedan seguir gobernando aquellos que mienten descaradamente y defienden las recetas que han demostrado su ineficacia, que basan su política en facilitar el despido, dividir los trabajos, reducir los salarios, aumentar la pobreza incluso de los trabajadores con contrato fijo (bueno así lo llaman), reducir las pensiones, etc. Da vergüenza que asaltándonos a diario escándalo tras escándalo, corrupción tras corrupción, no seamos capaces de decidir nada diferente para mejorar nuestra sociedad. Por ello hay que ser valientes y desterrar el miedo y querer ver la realidad injusta que tenemos, para tener ánimo y cambiarla, ya que el único miedo que deberíamos evitar es el de tener miedo.

martes, 4 de agosto de 2015

¿QUÉ PASA CON EL TRABAJO NO REMUNERADO?

Una sociedad justa debe considerar el esfuerzo que realizan todos sus integrantes para el mantenimiento y el bienestar de la misma.  Sin embargo, los discursos económicos se han centrado hasta el día de hoy en los procesos de producción de mercancías y los trabajos remunerados (empleos) y han hecho invisibles los procesos de mantenimiento de la vida cotidiana y los trabajos no remunerados. El enfoque patriarcal de nuestras sociedades ha facilitado que la ponderación del trabajo mercantil, el trabajo que produce bienes para el intercambio, sea lo único considerado, olvidándose del trabajo doméstico, el trabajo de cuidados[1], el trabajo altruista, el trabajo solidario, que tienen claramente una gran significación al permitir la reproducción de la especie humana, la mano de obra presente y futura, la convivencia y el mantenimiento de las relaciones sociales y en definitiva la reproducción social y la perpetuación de las sociedades.

El trabajo asalariado es más habitual en los países desarrollados y es minoritario en los países subdesarrollados. Consecuentemente a nivel mundial es y ha sido el trabajo no remunerado más usual que el trabajo remunerado, recayendo sobre la mujer el mayor porcentaje de participación en el mismo. La liberación de la mujer y su integración en el mundo laboral no ha supuesto un cambio importante en las estructuras económicas imperantes y, desgraciadamente, no ha facilitado la vida a la mujer ni ha supuesto un reconocimiento de los trabajos de cuidados. El resultado casi siempre se ha cifrado en una doble jornada para la mujer con un solo trabajo remunerado, ya que sólo lo que se intercambia tiene precio y da derecho a una remuneración social. Además, la incorporación de la mujer al mundo del empleo le ha reportado ocupar mayormente los trabajos precarios, mal pagados y con escasos derechos. Trabajos que en muchos casos no sólo son indecentes sino que se acercan al concepto de esclavitud.

No reconocer este estado de cosas sigue manteniendo injusticias sociales a las que permanecemos ciegos. Que el mundo gire alrededor del empleo nos pone una venda que nos libra de la visión de una doble injusticia. Primero en relación a la cada vez mayor masa de trabajadores en paro y, segundo, con respecto a los ciudadanos que realizan trabajo no remunerado. Ejemplos claros de la desigualdad de trato por el mismo trabajo son los de la maternidad y paternidad. Los derechos y el correspondiente salario social son muy diferentes si ambos padres trabajan, trabaja sólo uno, si tienen trabajo precario y mal pagado o, como pasa en muchos casos si no tienen trabajo. El trabajo de reproducción en bien de la comunidad es el mismo en todos los casos y los derechos como ciudadanos, sin embargo, son diferentes.

El hecho de que lo que no esté mercantilizado no exista está respaldado en una economía que sólo busca el interés de algunos y no el de todos los ciudadanos. Una economía que ha olvidado su verdadero fin que es estar al servicio de las personas. De hecho se puede decir que uno no es ciudadano (y por tanto merecedor de derechos) si no tiene un empleo. Es verdad que tampoco el empleo es lo que era, los trabajos retribuidos que se están ofreciendo están dejando de ser decentes y están perdiendo alarmantemente los derechos que se habían conseguido en años anteriores. Triste realidad cuando “La asunción por el mercado de muchas de las funciones realizadas en los hogares tradicionales por las mujeres, la electrificación de los hogares, la producción en masa de enseres domésticos y su mecanización hacían esperar una reducción de las largas jornadas de las nuevas amas de casa de las sociedades industriales y postindustriales[2]” y, sin embargo, no ha sido así.

El capitalismo que endiosa al mercado se esfuerza en meter en el saco del ámbito privado cualquier producto tangible o intangible. ¡Todo vale para buscar beneficios! Pero la transferencia de tareas de cuidados al sector privado tiene mala cara, ya que la absorción de servicios requiere mucha mano de obra y la competencia en precios y la búsqueda del beneficio harán que la tendencia de los salarios de los trabajadores de este sector sea a la baja y pierdan siempre los mismos. La persecución utópica del pleno empleo, por otra parte, ha sido y es una herramienta eficaz que ha contribuido a poner un precio a toda actividad humana. En el campo del trabajo de cuidados se ha traspasado la actividad que antes se hacía en familia a la actividad pública y, posteriormente, a la empresa privada que ha visto un nicho de mercado con posibilidades de amplios beneficios.

Hay que reconocer  que “el pensamiento feminista ha mostrado que las tareas de atención y cuidado de la vida de las personas son un trabajo imprescindible para la reproducción social y el bienestar cotidiano [...] a pesar de que en las sociedades contemporáneas, los intereses del mercado y la lógica del beneficio enmascaran esa realidad[3]”. Para la especialista Cristina Carrasco "entre la sostenibilidad de la vida humana y el beneficio económico, las sociedades occidentales han optado por este último. Esto significa que las personas no son el objetivo social prioritario, sino que están al servicio de la producción". Sin embargo, es necesario “apostar por analizar la sociedad preguntándose bajo qué relaciones se dan los procesos de mantenimiento de la vida, mostrando nuevos conflictos sociales y ámbitos de reflexión” y se deben “priorizar los trabajos dirigidos a mantener el bienestar, poniéndolos en el centro del discurso económico y político, hecho que permite visibilizar y revalorizar el trabajo doméstico, entre otras actividades[4]”. Ha que ser consciente de que “El trabajo no remunerado contribuye a la cohesión social más que cualquier otro programa de políticas públicas[5]”.

Pero “es sorprendente […] que un trabajo necesario para el crecimiento y desarrollo de toda persona, para el aprendizaje del lenguaje y la socialización, para la adquisición de la identidad y la seguridad emocional, un trabajo que se había realizado a lo largo de toda la historia de la humanidad, hubiese permanecido invisible tanto tiempo[6]”. Ya que "El trabajo doméstico no es simplemente la combinación de tareas necesarias para la reproducción cotidiana del núcleo familiar y para satisfacer las necesidades físicas y psicológicas de sus miembros. La verdadera misión del trabajo doméstico es reconstruir la relación entre producción y reproducción que tenga sentido para las personas[7]".



[1] La búsqueda de conceptos y definiciones que rompan con la perspectiva dicotómica y permitan poner en el centro el bienestar ha permitido el nacimiento del término trabajo de cuidados. Por trabajo de cuidados se entiende todas las actividades que van dirigidas a la supervivencia y el mantenimiento del bienestar de las personas (Carrasco y otros 2011).
[2] Carrasco, Cristina y otros (2011:24). El trabajo de cuidados, historia teoría y políticas. Los Libros de la Catarata
[3] Carrasco, Cristina y otros (2011:9). El trabajo de cuidados, historia teoría y políticas. Los Libros de la Catarata
[4] Sánchez Cid, Marina: De la reproducción económica a la sostenibilidad de la vida: la ruptura política de la economía feminista. Revista de Economía Crítica núm. 19. Primer semestre de 2015.
[5] Durán Heras, María Ángeles (2012:29). El trabajo no remunerado en la economía global. Fundación BBVA.
[6] Carrasco, Cristina y otros (2011:39). El trabajo de cuidados, historia teoría y políticas. Los Libros de la Catarata
[7] Picchio Del Mercato, Antonella (1994:455): "El trabajo de reproducción, tema central en el análisis del mercado laboral" en Borderías y otros. (comp.) Mujeres y trabajo: rupturas conceptuales.

Los humanos No somos tan inteligentes

En un mundo en el que la información circula a velocidades siderales, en el que el conocimiento del medio es cada día mejor, sorprende que...