Una de las consecuencias más nefastas de la actual
crisis y de las políticas neoliberales que la mantienen es la relativa a la “cuestión juvenil”. Estamos cercenando las
expectativas vitales de la juventud y derrumbando una de las ilusiones
necesarias para vivir; el futuro ya no está en su sitio, como en su día dijera
Luis García Montero y citó Juan Marsé en su libro El embrujo de Shanghái, la nostalgia por el futuro perdido cada vez
es más dolorosa. El futuro es muy negro para los jóvenes: “Entre un 70 % y un
75 % de los españoles menores de 35 años se encuentran en paro o tienen
subempleos y trabajos precarios, que no les permiten vivir por su cuenta en
condiciones dignas.[1]” Más de
dos millones de trabajadores con edad comprendida entre los dieciséis y los
veintinueve años han perdido el empleo entre los años 2007 y 2016. Así, con la
normativa de pensiones en la mano, muy pocos privilegiados podrán cobrarlas. La
sociedad tendrá, por tanto, que dar soluciones, vivir en el presente no les garantiza
que haya expectativas de vivir más allá. Un presente inestable y un futuro
incierto no contribuyen a una vida fácil de vivir.
Es un vuelco social, un giro en el funcionamiento de nuestras
comunidades. Los jóvenes sin dinero y sin empleo están avocados a un mundo sin
futuro y la sociedad derrocha el ímpetu creativo y lleno de energía de los
jóvenes despilfarrando oportunidades y fuerza de trabajo. Es vergonzoso,
además, que cuanto más preparado esté un joven tenga más difícil encontrar un
empleo coherente con su formación, pero más fácil trabajar de becario por la
barba o una práctica no laboral y pongamos puente de plata para su salida al
extranjero. Así pues “La situación en la que se encuentran la mayoría de los
jóvenes revela que estamos ante un grave fallo sistémico del modelo
socio-económico establecido, que ya no
asegura a las nuevas generaciones itinerarios claros y eficaces de inserción
societaria, una vez que han concluido su período de formación[2].”
Con la pérdida del futuro juvenil la innovación social necesaria para el
desarrollo económico y social se pierde igualmente.
Sin que los propios ciudadanos se enteren se está
produciendo un cambio social no meditado ni querido que se ha cebado como un
cáncer en los jóvenes. Cambio, por tanto, que trae consecuencias no muy
halagüeñas para la mayor parte de ellos. Cuando en todo momento la juventud ha
sido el impulso de las nuevas ideas y de las mejoras sociales, estamos
cercenando incluso su esperanza de futuro. “Las tasas de pobreza neta entre la
población menor de 30 años son de un 29,1 %, siete puntos porcentuales más que
el promedio de la población española (22,3 %)[3]”
Las investigaciones y la realidad diaria nos muestran que hoy esta década
perdida ha traído a la juventud una vida peor que la de sus padres, e, incuso,
que si no fuera por sus ascendientes muchos no lo contarían. Esta exclusión
social de los jóvenes tiene para ellos graves consecuencias de las que el
aumento de la tasa de suicidios es la más grave, pero, también “las
depresiones, los consumos de ansiolíticos, las conductas evasivas, la
delincuencia juvenil y las tasas de encarcelamiento.[4]”
Se requieren soluciones urgentes y prioritarias en
contra de las medidas que se han tomado en los últimos años que no han hecho
nada más que ir contra los jóvenes. El Gobierno y las instituciones europeas no
pueden hacer el avestruz con respecto a este problema que supone un cambio
importante en nuestra sociedad. Estamos cimentando una sociedad dónde al que
más tiene, más se le da y al que no tiene nada se le quita hasta el porvenir.
Por eso, los débiles, los pobres y los jóvenes lo tienen muy difícil sin no se
hace algo diferente. Si nos imaginamos un mundo justo no tiene apenas coincidencia
con el actual, mundo en el que los presupuestos que nunca bajan son los que se
dedican al armamento y a la guerra, negocio en el que confluyen intereses
privados e imperialistas y cuyo fin último es matar y destruir vidas.
No sólo se requiere un nuevo pacto generacional, se
requieren actuaciones empáticas que hagan resurgir la cohesión social, el
cemento social. En una época en la que las riquezas son muy superiores a
cualquier otra época de la historia, no tiene que ser tan difícil encontrar
soluciones menos egoístas que las que estamos practicando. En una época en la
que el conocimiento se multiplica por segundos de manos de internet y las
múltiples redes, no puede ser que los vicios privados se sigan considerando
virtudes públicas. Este mito como muchos otros basados en el individualismo no
hace mejores a las personas, ni mejores a las sociedades. No podemos consentir,
en conclusión, el maltrato animal, aunque el animal sea pensante e incluso
racional; no podemos maltratar a nuestros hijos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario