martes, 28 de junio de 2016

La ceguera

Me cuesta mucho creer que una gran parte de los españoles sean capaces de buscar pajas en ojo ajeno y no ver las vigas que llevan en sus propios ojos. Me cuesta mucho creer que alguien ponga el foco permanentemente en aquello que se ha demostrado falaz y mentiroso y, sin embargo, desvíen sus focos de aquello que se puede incluso ver sin luz, a simple vista. Pero, aunque yo sea un incrédulo, la realidad, al menos la que nos presentan como realidad, nos informa de que  en nuestro país o hay una ceguera general o los valores que se persiguen tienen poco que ver con una sociedad que defienda los intereses generales, la dignidad de las personas, incluso nuestra Constitución.

Parece como si hubiera una epidemia cegadora que borrara todo lo que se ve. Es como si nuestro cerebro no pudiera aguantar tanta suciedad, tanta inmundicia y nos hiciera perder la facultad de ver: “la agnosis, lo sabemos, es la incapacidad de reconocer lo que se ve[1]”. Algo raro debe pasar, se han borrado nuestros valores, nuestra mente ha quedado encenagada en un líquido blanquecino. “Pero una epidemia de ceguera es algo que nunca se ha visto”. No obstante, algo fuera de lo normal pasa: “Había llegado incluso a pensar que la obscuridad en que los ciegos vivían no era, en definitiva, más que la simple ausencia de luz […] Ahora, al contrario, se encontraba sumergido en una albura tan luminosa, tan total, que devoraba no sólo los colores, sino las propias cosas y los seres, haciéndoles así doblemente invisibles”. ¿Puede ser esa albura la razón del porqué hemos llegado hasta aquí? ¿Puede ser la blancura deslumbrante la razón de nuestros engaños y sinrazones?

Parece como si la corrupción, la pérdida injusta de derechos, el saqueo constante de  los pobres para dárselo a los ricos, la ayuda prioritaria a los bancos y el olvido de los ciudadanos, la reducción de salarios para aumentar los beneficios, los recortes en sanidad, educación, dependencia, la suerte de los inmigrantes, el amordazamiento de nuestra libertad, etc., fueran conceptos diluidos y poco entendibles para la mayoría deslumbrada por la blancura de su conciencia. Creo “que esto tiene que ver con el cerebro”. Aunque “una epidemia de ceguera es algo que nunca se ha visto”. Algo poco común nos debe pasar. ¡No reconocemos el bien y el mal, nuestros sentidos están ofuscados, deslumbrados, cegados!

Parece que todo nos da igual, no entendemos las inconsistencias que se nos presentan. Nos parece normal que la que se llama primera fuerza de la izquierda haga un pacto con la derecha y sin embargo critique que otros dijeran que no había ya el espectro izquierda/derecha. Nos parece normal que aquellos que remarcan su españolidad aprovechen los votos de los nacionalistas para gobernar. Nos parece normal que se nos diga en campaña unas cosas y que al mismo tiempo se esté informando a los organismos europeos de lo contrario, nos parece normal que aquellos que se consideran moderados sean los que más daño hagan a la sociedad y llamen extremistas a aquellos que quieren el bien social. Nos parece normal que para que mejore la economía a largo plazo deben pasar hambre y sufrimientos unos para que otros vivan holgadamente y con lujos innecesarios, nos parece normal que para que se incentiven las ventas de las empresas, se reduzcan los ingresos de los ciudadanos.

Es verdad que el capitalismo tiene estas cosas contradictorias, nos ofrece vivir como si no hubiera mañana, vivir como si fuésemos la última generación sobre la Tierra. El crecimiento es vital para su buen funcionamiento y es su consigna, pero nos olvidamos de conservar nuestro hábitat, nos olvidamos de las generaciones futuras y las limitaciones de nuestro mundo. Como se ha dicho sólo un loco o un economista pueden creer que los recursos son ilimitados y el crecimiento infinito. Pero la ceguera blanca se expande de forma fulminante.

Es como si la complejidad del mundo que hemos creado nos generase una confusión que nos va haciendo cada vez más insensibles a la realidad, como si la abundancia de la información poco veraz nos fuera haciendo perder la memoria de las cosas, de los nombres, de las relaciones, de las normas.

Quizás habría que inventar una especie de máquina de la memoria, como José Arcadio Buendía en Cien años de soledad. Una máquina que nos obligara a ver las cosas como son, que nos recordase los valores perdidos, que evitara que premiemos a los que defraudan, a los corruptos, a los aprovechados y nos hiciera ver que lo normal es premiar a aquellos que cumplen con las reglas que nos imponemos entre todos, a aquellos que son solidarios, a aquellos que todavía se ruborizan cuando cometen una falta, a aquellos que nunca piensan en aprovecharse de los demás y se ponen en su lugar antes de juzgarlos.




[1] Todas las citas del texto corresponden a José Saramago. Ensayo sobre la ceguera.

miércoles, 15 de junio de 2016

Grandes mentiras de la economía de nuestros días

Cuando Europa nos sigue pidiendo más recortes para reducir nuestro déficit y estamos inmersos, además, en fechas de campaña electoral, es muy oportuno descubrir una serie de mentiras, machaconamente repetidas, que nos impiden ver la realidad de la economía de nuestros días, de la forma de organizar nuestras sociedades; mentiras que se nos presentan como única alternativa viable (TINA) y suponen, sin embargo, cadenas mentales que nos tienen esclavizados a los intereses de los poderosos.

Nuestro sistema de libre mercado tiende a generar manipulación y engaños, y esto nos lo dicen, entre otros, los premios nobel de economía Akerlof y Shiller, son defensores del libre mercado, pero consideran que “las presiones competitivas para que los hombres de negocios practiquen el engaño y la manipulación en los mercados libres nos llevan a comprar –y a pagar demasiado por—productos que no necesitamos; a trabajar en empleos que tienen poco sentido para nosotros, y a preguntarnos por qué nuestras vidas se han desperdiciado[1].” Hasta tal punto estas presiones competitivas pueden llegar a ser perversas que en su reciente libro La economía de la manipulación nos llegan a advertir de que “La búsqueda de incautos en los mercados financieros es la causa principal de las crisis financieras que llevan a las recesiones más profundas.” Recordemos que la economía actual está dominada por el mundo financiero provocador de inestabilidades y que un activo financiero es una riqueza virtual no real. Esto lo podemos comprobar con poco que analicemos cómo funcionan las burbujas que han dado lugar con su espiral malévola a los cracs económicos. Cracs que han supuesto mayor riqueza para los que ya tenían y empobrecimiento de los que tenían menos.

No podemos dejar, también, de observar dolorosamente que “el proceso político ha sido raptado por élites poderosas y ricas que se aprovechan de nuestra falta de comprensión de la economía para imponer políticas económicas que debilitan la prosperidad y la redistribución de los ingresos, a la vez que enriquecen a la minoría que se encuentra en lo alto del escalafón económico.[2]

Así si arañamos en la Historia encontramos que en el año 1971 se produjo un gran acontecimiento histórico: el Presidente Nixon abandonó la convertibilidad del oro y puso fin al sistema de tipos fijos. Los gobiernos ya no tenían que respaldar sus emisiones de moneda en reservas de oro, por lo que, siempre que el gasto sea en la propia moneda, los gobiernos emisores no podían quedarse sin dinero. A partir de  1971, entonces, las economías modernas utilizan monedas basadas en la confianza, monedas fiat, monedas que no están respaldadas por bienes y servicios (economía real), sino por gobiernos que garantizan su valor de cambio.

Este acontecimiento es una verdadera revolución de las élites, que abandonando las recetas económicas y políticas de Keynes salvadoras de la Gran Depresión de 1929, ocultaban su falsedad en mantras repetidos hasta la obsesión: el presupuesto público es igual que el presupuesto del hogar, los déficits públicos de hoy son una carga para nuestros nietos, la Seguridad Social ha prometido pensiones y sanidad que nunca podremos permitirnos, los déficits comer­ciales reducen el empleo y nos hipotecan peligrosamente a los acreedores extranjeros, necesitamos ahorros para financiar la inversión (así pues, los déficits estatales llevan a menor inversión), los mayores déficits implican mayores impuestos en el futuro, añadiendo carga tributara a los futuros contribuyentes.

Y es que el déficit público y el límite de gastos públicos en el contexto del cambio establecido en el año 1971, se han convertido en excusas adecuadas de los gobiernos neoliberales para tener subyugada a la población. Ya que los bancos centrales, y esto hay que tenerlo claro, crean dinero por decreto. No hay ningún límite en la cantidad de dinero que un banco central controlado por un gobierno puede crear de esta manera. El gobierno no es un hogar de grandes dimensiones, el gobierno puede gastar más de lo que ingresa de forma permanente porque es él quien crea la moneda. Por tanto puede comprar todo aquello que quieran, siempre y cuando sean bienes y servicios a la venta en la moneda emitida por ellos. Gobiernos deficitarios como EE.UU, Gran Bretaña y Japón son una muestra muy representativa. Pero, ¿qué es lo que pasa con Europa?

En Europa se nos mantiene en el engaño. Salirse del euro es otra arma arrojadiza en tiempos de elecciones que evita una verdadera comprensión de lo que supone en los países del Sur y del Este de Europa su política económica. El euro se ha convertido en una camisa de fuerza que impide a los países utilizar las ventajas de emitir moneda, y el Banco Central Europeo no cumple esta función para todos los integrantes de la Unión, siendo un cómplice de los intereses de las élites. El euro corre así en sentido opuesto a los principios en los que se basó la Unión Europea. El euro es una clara distopía[3] como bien dice William Mitchell.

Inconscientemente o no, las políticas económicas europeas han puesto el acento en la reducción de gastos, no sólo en la austeridad, sin darse cuenta de que lo más importante es el equilibrio entre los gastos e ingresos del gobierno, así cuando los impuestos del gobierno son demasiado altos -en relación a su gasto- el gasto total del gobierno y la sociedad no es suficiente para asegurarse de que esos grandes almacenes pue­dan venderlo todo. Cuando las empresas no pueden vender todo lo que producen, muchos trabajadores pierden sus puestos de trabajo y tienen menos dinero para gastar, por lo que las empresas venden toda­vía menos. En consecuencia, más trabajadores pierden sus puestos de trabajo y la economía entra en una espiral descendente que llamamos “recesión”. Por eso “allá donde hay altos niveles de desempleo, el gasto público es demasiado bajo con respecto a la actual recaudación de impuestos, o que los impuestos son demasiado altos en relación al nivel de gasto público[4]”.

Otra gran mentira está relacionada con la idea de que estamos privando a nuestros hijos de bienes y servicios reales por lo que llamamos “la deuda nacional”. Es una idea que no puede sostenerse. Lo que nuestros hijos podrán disfrutar estará en relación no con las deudas, sino con los bienes y servicios que se produzcan en su tiempo y la distribución que de los mismos se haga entre los ciudadanos. Los bienes y servicios no se pueden enviar a través del tiempo para pagar deudas. ¿Podríamos enviar al pasado bienes y servicios para pagar las deudas alemanas de la Segunda Guerra Mundial? El problema está más bien en las posibilidades que dejemos a nuestros hijos y nietos para poder vivir en un mundo que les permita una vida digna y satisfactoria, en un mundo en el que no hayamos destruido la naturaleza que nos acoge.

No podemos olvidar, también, la inconsistente idea de que la desregulación permite al libre mercado maximizar los niveles de riqueza de todo el mundo, cuando la realidad es que nos está llevando a la desigualdad y a esquilmar los recursos naturales. Además, el crecimiento económico, por si mismo, no es suficiente para crear empleo ni para generar igualdad. Sin embargo, cualquier economista sabe que el aumento de empleo es lo que crea el crecimiento con mayor garantía, ya que automáticamente el mayor empleo genera mayor PIB. Por eso, el gasto público cuando nos encontramos en crisis y hemos caído en la trampa de liquidez de la que nos hablaba Keynes, no solo crea empleo sino que es un multiplicador claro del crecimiento económico.

Las falsificaciones históricas son un instrumento indispensable para mantener el poder y asegurar la explotación de los oprimidos. Como Polanyi demostró, en una economía de mer­cado, todas las relaciones sociales se encuentran subordinadas a las relaciones mercantiles olvidándose de las personas de carne y hueso. La austeridad es un mantra que trata de hacernos ver una realidad inexistente. El  consenso sobre la austeridad reinante en la economía neoliberal no se basa en el conocimiento científico. Así, la tozuda realidad ha hecho cambiar el criterio a los organismos internacionales que la habían impuesto. Por todo lo expuesto, es importante desechar el pensamiento gregario que nos ciega y evitar engaños que perjudican y son injustos con la mayoría de los ciudadanos[5].



[1] Akerlof y Shiller (2016). La economía de la manipulación. Deusto.
[2] Mitchell,  William (2016). La Distopía del Euro: Pensamiento gregario y negación de la realidad. Lola Books.
[3] Distopía es el término opuesto a utopía. Como tal, designa un tipo de mundo imaginario, recreado en la literatura o el cine, que se considera indeseable. La palabra distopía se forma con las raíces griegas δυσ (dys), que significa ‘malo’, y τόπος (tópos), que puede traducirse como ‘lugar’.
[4] Mitchell, William (2016).La Distopía del Euro. Lola books.
[5] Además de los textos mencionados se puede consultar sobre esta temática el libro de Warren Mosler Los siete fraudes inocentes capitales de la política económica editado por Attac.

viernes, 10 de junio de 2016

Las campanas electorales

No es un error el título aunque lo parezca. Entiendo que las campañas electorales tendrían que servir para dar a conocer a la ciudadanía las propuestas que los partidos políticos pondrán en marcha si tienen un respaldo suficiente para gobernar. Sin embargo, la realidad es que en anteriores casos no se ha observado que las propuestas, el programa presentado, sea una especie de contrato que deba cumplirse salvo justificación de la medida en contra y consulta democrática al pueblo. La realidad es que las compañas no son un campo de lucha de ideas y políticas que esgrimidas en la arena democrática serán posteriormente impulsadas, y si son, por el contrario, un escenario de mercadotecnia, dónde la venta del producto viene acompañada de retintines y soniquetes que tratan de encenagar al otro haciendo que sus seguidores bailen al ritmo marcado.

Hay campanadas que nos machacan sobre los pactos y nos quieren hacer creer que pueden juntarse políticas que se repelen, políticas que buscan lo contrario, por una parte recortes y por la otra aumentar el gasto público. Lo peor de todo es escudarse y esconderse en un pacto antinatural  para criticar a aquellos que no se han sumado a él, comulgando con ruedas de molino, y culpabilizarles de la necesidad de nuevas elecciones.

Hay campanadas que se esgrimen como argumentos, incluso por intelectuales reconocidos: “charlatán de feria”, “traición a los votantes del cambio”,  “apelación a los de abajo, para terminar consolidando a los de arriba”. Argumentos vacíos ciegos a la realidad y que siguen utilizando el recurso del miedo para proteger las siglas del partido más que para buscar el beneficio de la sociedad y la consolidación de nuestra democracia. Hay quién, además, se quiere hacer propietario único de la idea de la “socialdemocracia”, olvidándose de que las ideas que proponen sus oponentes son similares a las que en otro tiempo ellos proponían. Argumentan que en socialdemocracia es importante el ajuste del prepuesto, pero siendo el ajuste del presupuesto importante para que la deuda rampante no cause más desigualdades y descanse en las espaldas de los de siempre, no puede priorizarse por delante de la vida de las personas y los derechos humanos.

Hay campanadas que van desde la moderación a la radicalidad. La moderación de los recortes de las subvenciones millonarias a los bancos, a las eléctricas, a las grandes empresas. La moderación de achacar la situación de Venezuela y Grecia, aun sabiendo que nada tienen que ver con la situación de nuestro país, aún sabiendo que incluso las políticas aplicadas en países con problemas son aquellas austeras que los moderados defienden, cuando ya hoy el propio Fondo Monetario Internacional (FMI), otrora principal adalid de la austeridad, ya no defiende. La radicalidad de defender a los pobres, a los parados, a los débiles, a los necesitados. La radicalidad de defender políticas económicas Keynesianas, basadas en la demanda agregada, basadas en la inversión pública para estimular la actividad privada y el crecimiento económico.

Hay campanadas que lanzan al viento palabras como dagas con intención de evitar el verdadero debate político. “Cal viva”, “dividir España”, “inexpertos”, “populistas” son dagas lanzadas para destruir más que para construir un mundo mejor, a base de cooperar para superar la rivalidad sin fondo, sin sustancia, sin ideas. No podemos olvidar que hay riqueza para todos y que para alcanzar un mundo más habitable en el que todos tengamos posibilidad de hacer un uso de nuestra libertad para desarrollarnos, es necesario acabar con las guerras, las desigualdades, las violencias xenófobas, el abuso del otro. La destrucción de personas y cosas no puede ser la herramienta con la que salvemos las diferencias, con la que nos recuperemos de las crisis sistemáticas y sistémicas que este capitalismo nos trae.

Hay muchas campanadas en las campañas electorales que más que avisarnos y ayudarnos, nos aturden, nos atontan y nos escamotean el verdadero fin de las mismas. Luego nos enteramos, ya tarde, que son otros los que están tomando la delantera en las energías limpias, son otros los que aprueban medidas que aquí se estigmatizan y se las adornan con ritmos que nos inducen miedo.

Coincido con la filósofa y feminista Rosi Braidotti al considerar que necesitamos la construcción de un nuevo “nosotros”, de una nueva ética global que contribuya a combinar los valores éticos con el bienestar de todos. Sería una nueva forma de relacionarnos opuesta al mundo de la globalización mercantilista en el que se ha demostrado que el interés privado no contribuye al interés de todos, ni a la mejora de nuestras sociedades, fomentando, sin embargo, el recelo y la agresividad. Necesitamos una enseñanza en la que el fin principal sea  aprender a pensar por uno mismo, lo que nos llevará a una mejora del conocimiento de la realidad, principal factor que nos liberará de la fuerza destructora del miedo.

Para que las campañas no sean campanadas que sigan los ritmos del márquetin, de la venta sin escrúpulos del voto, del capitalismo salvaje, del capitalismo de casino, del capitalismo de amigotes, en fin, del capitalismo excluyente, se necesita volver, como nos decía Erich Fromm, al modo del ser ya que en el modo del tener “nuestra felicidad depende de nuestra superioridad sobre los demás, de nuestro poder, y en último término, de nuestra capacidad para conquistar, robar y matar. En el modo del ser, la dicha depende de amar, compartir y dar.”

Los humanos No somos tan inteligentes

En un mundo en el que la información circula a velocidades siderales, en el que el conocimiento del medio es cada día mejor, sorprende que...