La mayoría de los economistas siguen
aun hoy ignorando el funcionamiento del dinero en las economías modernas. Esta
concepción está fundada en una mala comprensión, grave y peligrosa de las
finanzas públicas, así como en desconocer las diferencias entre la micro y la
macroeconomía, entre la economía personal y la economía al nivel de la
sociedad.
Así “Los economistas ortodoxos. Los
partidarios de la “hacienda saneada” afirman, por ejemplo, que los impuestos
son la primera y principal fuente de
financiación del gobierno, y que debe evitarse la “creación de moneda” y el
recurso al crédito.[1]”
Pero la obsesión por la que el
presupuesto del gobierno tiene que estar equilibrado supone que se debe aceptar
la austeridad como política económica y por consiguiente abandonar las
políticas dirigidas al pleno empleo y la justicia social.
Los treinta gloriosos, aquellos años
que siguieron a la Segunda Guerra Mundial
y que dieron origen a los Estados de Bienestar, demostraron que el gasto social
y el mayor volumen de los estados no es perjudicial, al revés, contribuyeron a
mejorar los servicios sociales básicos, mejorando la sanidad, la educación,
estableciendo medidas que aseguraban una vejez digna y cubriendo los casos de
desempleo, protegían, además, a las personas discapacitadas y posibilitaron el
acceso a una vivienda digna, promoviendo la igualdad de oportunidades y el
desarrollo personal.
Sin
embargo, la locura del control del déficit público nos llevó a reformar el artículo 135 de la
Constitución Española que cambió su redacción para grabar en piedra el principio
de estabilidad presupuestaria, debiéndose controlar el déficit estructural
dentro de unos márgenes, relacionándolo con el PIB, requiriendo autorización
para emitir deuda pública o contraer crédito. En consecuencia, los créditos
para satisfacer los intereses y el capital de la deuda pública de las
Administraciones deben entenderse siempre incluidos en el estado de gastos de
sus presupuestos y su pago gozará de prioridad absoluta.
El volumen de deuda pública del conjunto de las
Administraciones Públicas en relación con el producto interior bruto del Estado,
según el artículo 135, no podrá superar el valor de referencia establecido en
el Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea. Los límites
de déficit estructural y de volumen de deuda pública sólo podrán superarse en
caso de catástrofes naturales, recesión económica o situaciones de emergencia
extraordinaria que escapen al control del Estado y perjudiquen
considerablemente la situación financiera o la sostenibilidad económica o
social del Estado, apreciadas por la mayoría absoluta de los miembros del
Congreso de los Diputados.
Volviendo, con
ánimo de aprender, la vista atrás, vemos que no eran las Administraciones
Públicas las que estaban en déficit antes de la crisis que nos castiga. El
problema de nuestro país en el año 2007 era el endeudamiento privado, así
mientras el Estado tenía superávit en los años 2005, 2006 y 2007 y una deuda
del 40,9 % en el año 2007, la deuda en ese año en porcentaje PIB del sector
privado era del 311 %, cuando en el año 2002 había sido de un 148,4 %; es decir
un incremento del 109,5 %. Esta deuda se desglosaba en un 131,5 %
correspondiente a las entidades no financieras, un 96,2 % de las sociedades financieras y un 83,2 % de
los hogares y familias. En el año 2002 el desglose había sido de 81,4 % las
sociedades no financieras, un 18,5 % las sociedades financieras y un 48,5 % los
hogares y familias. Los incrementos de la deuda privada, por tanto, fueron
espectaculares entre los años 2002 y 2007,
respectivamente un 61,5 %, un 420 % y un 71,5 %. Debemos destacar el
espectacular incremento habido en el sector de las entidades financieras, un
420 %, lo que explica la dedicación del ahorro a actividades especulativas más
que a la economía real.
No obstante el fundamentalismo
neoliberal en ningún momento ha querido entender que el endeudamiento privado,
el apalancamiento privado, fuera un factor importante en las crisis. ¡El
mercado todo lo resuelve no puede equivocarse! De hecho como dice el premio
nobel Stiglitz “aun cuando era obvio que el mercado había errado con sendas
burbujas inmobiliarias en Irlanda y España, los líderes económicos neoliberales
de la eurozona seguían soltando loas a las maravillas del mercado.” . Pero a pesar de que a la deuda pública se la considera
el foco de todos los males, la deuda privada viene siendo mayor que la deuda
del gobierno, y tiene más impacto en los resultados económicos. Cuando la deuda
privada es demasiado alta se convierte en un lastre para el crecimiento
económico. Las empresas y las familias tienen que dedicar sus recursos a pagar
sus deudas en vez de realizar nuevas inversiones beneficiosas para la sociedad
y activar la demanda agregada necesaria para salir de la crisis. La confianza
entre las empresas y en las familias cae y el dinero que tendría que ser el
lubricante de un buen funcionamiento empresarial y familiar escasea, parando así
el engranaje económico.
La conclusión es que pronto
hemos olvidado las recetas que dieron resultado en anteriores crisis, desenterramos
a Keynes pero seguimos aplicando teorías erróneas que hacen mucho daño a la
gente y ya han fracasado muchas veces. Olvidamos, además, que el Estado tiene
el deber de mirar por todos sus ciudadanos y no obedecer exclusivamente a las
razones de las élites olvidando a los perdedores de este capitalismo sin control.
No queremos ver, además, que podemos estar a las puertas de una nueva crisis si
seguimos empeñados en las medidas de austeridad que cargan con una mayor deuda
y menos posibilidades de pagarla a las familias y empresas.
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