Vivimos tiempos convulsos y engañosos en los que
parece que lo que más importa es desviar la atención de aquello que realmente
nos debe importar. Las luchas intestinas de los partidos, los dimes y diretes
de cualquier político se configuran como el único discurso intelectual,
político y mediático. Los porcentajes estadísticos son manipulados y
desmenuzados hasta la extenuación estéril e inmovilista. Sin embargo, el
esfuerzo de pensamiento para poder solventar los problemas de la ciudadanía
ocasionados por la presente crisis: paro, servicios sociales, corrupción, etc.,
pasan a un segundo o tercer término bien sepultados por intereses partidistas o
clasistas.
Lo que realmente importa es saber que las políticas
no son neutrales, que no da lo mismo una política que otra ya que todas las
políticas pueden beneficiar a algunos sectores y perjudicar a otros. Debemos
ser conscientes de que las políticas que se están llevando a cabo en Europa y
en España, son mecanismos para mantener el statu quo y, además, garantizar que
los deudores paguen los costes del ajuste y los acreedores cobren su dinero y
algo más; de esta forma no sólo mantienen su posición con respecto al resto de
la sociedad sino que incluso la pueden elevar. Lo que hay que saber es que las
políticas que se han llevado a cabo no tienen coherencia, no han utilizado
criterios unificados. Así mientras han considerado los derechos de los
acreedores como sagrados, los contratos de los trabajadores han sido
pisoteados: se han precarizado, tirado a la baja y su retribución diferida (las
pensiones) se ha puesto en riesgo o se han visto menguar.
El capitalismo y el fundamentalismo de mercado son excusas
vestidas de ideología para desarrollar un programa de crecimiento elitista en
el que el Estado protector es considerado como su enemigo. Recortar el papel
del Estado en la economía es entonces
uno de sus fines. Para la Troika violar los derechos esenciales de los
trabajadores era una mera molestia en sus intenciones neoliberales. Junto con
el FMI la Troika se ha convertido en un verdadero experto en profundizar las
crisis en vez de salvarnos de ellas. La crisis, verdaderamente injusta con los
débiles, ha sido un revulsivo y una mejora para las élites.
En un mundo injusto como el actual se pide más a
aquel que menos tiene. No sólo eso sino que, además, se retiran las condiciones
por las que podrían conseguir medios para poder solventar sus posibles deudas y
penurias. Se facilita la vida a aquellos que ya tienen posibilidades y se
escamotean los derechos mínimos a aquellos que apenas pueden salvar el día sin
perecer. Andamos discutiendo y dividiéndonos con los nacionalismos e
inconsecuentemente tratamos mejor a las empresas extranjeras que vienen a
extraer altos beneficios que a nuestros ciudadanos. Parafraseando a Stiglitz; parece
que asegurarse de que paguen los impuestos los extranjeros no es tan importante
como que lo hagan los propios del país, especialmente si pertenecen a las capas
medias y bajas del mismo.
La austeridad es el mantra preferido de estas
políticas, aunque sea evidente que producen desaceleraciones económicas,
disminuye los ingresos del Estado y aumenta los gastos sociales en áreas como
el seguro de desempleo y las prestaciones sociales, por lo que cualquier mejora
de la situación fiscal del país es muy inferior a la esperada, y el
sufrimiento, mucho mayor. Hay que recordar que en una sociedad con alto
desempleo como la nuestra, el recorte de los gastos y el incremento de
impuestos no hace más que seguir tirando empleos por la borda en aras a mejorar
la cuenta de beneficios de las grandes empresas, que son aquellas a las que se
les perdonan los impuestos sigilosa e impunemente.
Hay que resolver primero lo primero. Hay que
resolver primero aquello que está destrozando nuestro país. En una sociedad
centrada en el trabajo, el paro y el trabajo precario e indecente son las
herramientas potenciadoras de la desigualdad. Y hay que repetir todas las veces
que sean necesarias que hay alternativa a las raciones de austeridad, que hasta
los organismos más recalcitrantes que han colaborado al desastre ven que no se
puede seguir así. No estaría mal que aprendiéramos de Nietzsche que nos
reconvenía en su Así habló Zarathustra “Y
si vuestro pensamiento sucumbe, vuestra honradez debe cantar victoria por
ello.”
Y no debemos olvidar el pasado;
desde Keynes sabemos que cuando la demanda decrece el Estado debe impulsarla.
Que mirar sólo al déficit sin pensar en el empleo nos lleva a mejoras nimias e
injustas para una mayor parte de la sociedad. Hay que saber que como nos dice
la Teoría Monetaria Moderna, los déficits no siempre son malos y bien empleados
pueden ser esenciales para una debida y urgente recuperación. Hay que saber que
los superávits no siempre son positivos y ver claro que cuando el Estado tiene
dinero de más, porque ha gastado menos de lo que ha recaudado en impuestos,
quiere decir que está quitando del poder adquisitivo de sus ciudadanos más de
lo que suman sus inversiones. Por consiguiente, contribuye a que disminuya la
demanda y contribuye a mantener y profundizar en la crisis y en los problemas
de los ciudadanos.
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