Las inconsistencias de la eurozona se han visto
iluminadas por las graves consecuencias de la crisis financiera global de 2007
que, además, y sin solución de continuidad se convirtió en una crisis de deuda
soberana y una crisis del propio euro. Pero la obsesión de mantener el diseño
del euro, conforme se estableció inicialmente, puede contribuir al estallido y posterior
desmembramiento de la Unión Europea.
Seguimos haciendo la política del avestruz y
ensalzamos la visión del cisne negro: ¡cómo nos pudo ocurrir esto! Vemos que
otras políticas tienen mejores resultados pero nos aferramos a nuestro
pensamiento único. Nos dice Joseph E. Stiglitz que “Cuando la tasa de desempleo
de Estados Unidos alcanzó el 10 por ciento en Octubre de 2009, casi todos los
estadounidenses pensaron que era intolerable. Desde entonces ha bajado a menos
del 5 por ciento. La tasa de paro en la eurozona también alcanzó el 10 por
ciento en 2009, pero permanece en este nivel desde entonces.[1]”
Parece evidente que las políticas de estímulo público han demostrado ser
superiores a las que imponen austeridad sin compasión.
La “solidaridad europea”, las ideas neoliberales
que la soportan y el encorsetamiento del euro, contribuyeron a que los países
con mayores problemas tuvieran que soportar mayores intereses para lograr
financiación y poner fin a sus problemas acuciantes, dando así muestras de la
desunión existente. El euro que debiera ayudar a la integración económica y
política está contribuyendo, sin embargo, al incremento de la desigualdad entre
países y personas. Los ricos se han especializo en ser cada vez más ricos (¡porque
ellos lo valen!) y los pobres han sido encaminados a profundizar y hundirse en
su pobreza (¡se lo merecen!).
En su último libro Stigliz mantiene la tesis de que
“Aunque los problemas de Europa se deben a muchos factores, hay un error de
base: la creación del euro.” Otros ya lo dijeron anteriormente: “Lejos de unir
a los europeos, el euro causó división desorden y desesperación: la eurozona ha
resultado ser un matrimonio monetario infeliz en el que el divorcio es casi impensable.[2]”
Estos últimos años ha quedado “incluso más claro que antes que no todos los
euros son iguales. Un euro depositado en un banco poco fiable respaldado por un
Estado débil no era ni es lo mismo que un euro depositado en un banco sólido
respaldado por un Estado fuerte. Ello convierte a la eurozona en
estructuralmente vulnerable a las fugas de depositantes en los bancos, ya que,
en efecto, tiene sentido mover cuentas de bancos respaldados por Estados
débiles a bancos respaldados por Estados solventes, especialmente en tiempos de
crisis.[3]”
Por eso es imprescindible profundizar en la unión bancaria y fiscal de Europa.
El Banco Central Europeo (BCE) debiera ser el banco
de último recurso para Europa y, aunque a destiempo y como un remiendo, así está
funcionando últimamente. Copiando la política monetaria que mucho antes le ha
dado sus frutos a Estados Unidos. Actualmente, el BCE está imprimiendo euros de
forma febril, con tipos de interés que bajan del 0, pero la economía sigue
siendo deflacionaria con un crecimiento mínimo[4].
Y es que dónde se necesitan con más urgencia las reformas es en la propia
estructura de la eurozona, no en cada país. El euro no ha logrado los objetivos
que se proponía: la prosperidad y la unión de los países europeos. La razón
parece clara, ya que la historia económica nos ha mostrado por activo y por
pasivo que la vinculación de la moneda de un país a otra o a una materia prima
va unida a recesiones y depresiones y hasta Estados Unidos sufrió por su
atadura al patrón oro.
La solución no está en el fundamentalismo del mercado.
Las dos grandes crisis habidas en los últimos cien años han demostrado que si
los mercados no se regulan, que si el capitalismo no se embrida, acaban
hundiendo la economía mundial y favoreciendo la desigualdad y la especulación
con dinero ficticio.
La Teoría
Monetaria Moderna (TMM), sin embargo, proporciona una base coherente para salir
del estancamiento europeo provocado por las políticas de austeridad y la
institución del euro. Nos dice William Mitchell “Un tipo de cambio flexible
libera a la política monetaria de tener
que defender una paridad fija con respecto a una moneda extranjera. Por tanto, la política
fiscal y monetaria puede concentrarse en asegurar que el gasto doméstico sea
suficiente como para mantener los niveles de empleo.” El problema de los países
europeos es que se encuentran atados a una moneda extranjera: el euro, aunque
el BCE nunca puede quedarse sin euros, estos se han convertido en mercancía
especulativa que oprime a los menos afortunados. Tenemos que darnos cuenta,
como mantiene la TMM, de que los gobiernos actualmente no gastan creando dinero
sino que gastan creando depósitos en el sistema bancario privado, que los
Bancos Centrales crean dinero por decreto y que este dinero aporta la
suficiente liquidez necesaria cuando la economía está en estado de hibernación
y con recursos ociosos (el desempleo en España es un caso sangrante).
Pero no se ha acertado a la hora de crear instituciones
europeas válidas. La hucha menguante de las pensiones, los contratos suspiro, los
ciudadanos sin techo, los países como cárceles, las ciudades exclusivas, no
pueden ser la solución. El crecimiento no es socialmente sostenible si no es
inclusivo. En la práctica ello se traduce en que los avances de la sociedad
deben permitir mejoras al conjunto de la población, así como el disfrute de
las mismas por todos sus miembros. En
las sociedades modernas actuales, los dos grandes cauces por los que esta
participación se produce son el acceso al trabajo y a la actuación incluyente
del sector público en una serie de hábitos entre los que destacan: la
protección social frente a riesgos, como
los asociados al desempleo o la vejez, y la igualdad de oportunidades en el
acceso a los servicios públicos fundamentales como la educación y la salud.[5]
[1]
Stiglitz, Joseph E. (2016) El Euro. Taurus.
[2] Wolf,
Martin (2015:93) La Gran Crisis: cambios y consecuencias. Deusto
[3] Ibídem
(2015:100)
[4]
Quiero dejar constancia que para mí el crecimiento del PIB no es una medida que
pondere, ya que refleja muy mal el bienestar individual y colectivo de la
sociedad y nada los objetivos necesarios de la defensa de la naturaleza y el
medio ambiente.
[5]
Pérez García, Francisco Vicent Cucarella y Laura Hernández Lahiguera. Servicios
públicos, diferencias territoriales e igualdad de oportunidades. Fundación BBVA, 2015.
No hay comentarios:
Publicar un comentario