¿Cómo podría un sistema basado
en la desmedida ambición, la envidia y el egoísmo crear una sociedad de
“hombres buenos y felices”? Se pregunta el economista Dante A. Urbina[1].
Sabemos que en la teoría económica más ortodoxa, seguida actualmente por los
neoliberales en gran parte de nuestro mundo, el egoísmo y los vicios privados
procuran sin más aditivos el bienestar social. Es verdad, que se nos dice, que
siempre a largo plazo dará sus frutos. Pero no se debe interrumpir a los vicios,
el laissez faire, laissez passer es
la regla. La pregunta del inicio, por tanto, parece muy pertinente, ya que, sin
duda, es cosa rara que de la caída en los vicios personales pueda salir ninguna
virtud que beneficie a la mayoría social.
¿Qué pasa con la corrupción? ¿Está
en la naturaleza del hombre o éste ensalzamiento del egoísmo la potencia? ¿Es
normal tanta corrupción sin rubor? ¿Es normal que tengamos que buscar un hombre
honrado como una aguja en un pajar?
En estos tiempos identificar
el homo economicus con el homo politicus, que debería mirar por el
bien de su comunidad, es una realidad evidente. Nos dice, también, Urbina al
respecto: los políticos serán siempre y necesariamente corruptos porque, al
actuar como agentes racionales (es decir, egoístas), buscarán ante todo
maximizar su beneficio individual en vez de preocuparse por el bienestar social
–o ante todo caso se preocuparán por éste solo en la medida en que el no
hacerlo pueda afectar su beneficio individual[2].
Y respaldando la afirmación
anterior, yendo un poco más allá, podemos citar a uno de los más destacados
economistas neoliberales, Milton Friedman, mostrándonos la que tal vez sea la
mejor y más persuasiva defensa de esta línea de argumentación. Cuando en una
entrevista, luego de haberle hablado
sobre la desigualdad, la codicia y la concentración de poder, se le dice a
Friedman que el sistema capitalista actual “parece premiar no la virtud sino la
habilidad de manipular el sistema”, éste responde: “¿Y quién premia la virtud?
¿Cree que Hitler premia la virtud? ¿Usted cree, perdóneme, que el presidente de
los Estados Unidos premia la virtud? ¿Escogen sus delegados de acuerdo a su virtud
o de acuerdo a su interés personal? ¿Es realmente cierto que el interés
político personal es más noble que el interés económico personal? Creo que se
están dando muchas cosas por sentado. Simplemente dime dónde encuentras esos
“ángeles” que organizan la sociedad para nuestro beneficio. Ni siquiera confío
en usted para hacerlo.[3]”
Es una respuesta contundente que
levanta visillos para permitirnos comprender nuestra realidad política de estos
últimos años y quizás de muchos años de historia. La corrupción sin freno no
solamente está quedando impune o parcialmente impune en la mayoría de los casos
habidos en nuestro reino, sino que, además es premiada sistemáticamente y sin
conciencia (daremos el beneficio de la duda) de que se esté cometiendo ningún
error. Pero aun así, y tristemente, es avalada por muchos ciudadanos que siguen
dando alas a una política económica que nos ha demostrado a diario que ha
guardado el corazón en un cajón y no lo piensa sacar.
Hoy, salvo espiritualistas, no
comprendemos el dicho probablemente anónimo y atribuido también a grandes
nombres de nuestra historia: no es más
rico el que más tiene sino el que menos necesita. Hoy vivimos para tener
más, al menos más que los otros, es el valor imperante. Corremos detrás de
cualquier novedad tecnológica aunque su uso te haga olvidar tu propia
naturaleza. Somos capaces de engañar a nuestro padre, si es preciso, para
saciar nuestra ambición. No estamos contentos con nada. Incluso hemos pasado de
acumular bienes a acumular la representación de los mismos: el dinero en todas
sus modalidades, demostrando lo pobre que somos. Pero somos capaces de pasar
sin ningún sentimiento compasivo ante el sufrimiento de los demás. Somos
capaces de exigir sin dar e incluso robar, el egocentrismo prima. Olvidamos que
nuestra tierra es finita y no podemos elevar infinitamente nuestras
necesidades. Mahatma Gandhi decía que tenemos lo suficiente para satisfacer las
necesidades de todos los hombres pero no lo suficiente para satisfacer la
codicia de cada hombre[4].
En su
protesta contra el Tratado de Versalles con el que concluyó la I Guerra
Mundial, John Maynard Keynes escribió: “La política de someter a privaciones
las vidas de millones de seres humanos, de privar a un país entero de su
felicidad debería ser aborrecible y detestable…aborrecible y detestable, aunque
eso fuera posible, aunque nos enriqueciera, aunque no sembrara el declive de
toda la vida civilizada de Europa”[5].
Prosigue James K Galbraith: “El tercer
rescate de Grecia el año pasado, impuesto por Europa y el Fondo Monetario
Internacional le hace a Grecia lo que Versalles le hizo a Alemania: le arranca
sus activos para satisfacer deudas. Alemania perdió su marina mercante, su
material rodante ferroviario, sus colonias y su carbón; Grecia ha perdido sus
puertos de mar, sus aeropuertos — los rentables — y está encaminada a vender
sus playas, ese activo público que constituye una gloria única. La empresa
privada se ve forzada a la bancarrota para dejar paso a cadenas europeas; los
particulares se ven obligados a ejecuciones hipotecarias de sus viviendas. Una
expropiación.” Es otra muestra más de los valores actuales: las personas no
importan.
¿Cómo
podemos pensar que el Laissez faire,
laissez passer, dejar que todo vaya según los dictados del egoísmo de las
personas y de las naciones, puede conseguir mejorar la sociedad? Que tendremos
una sociedad más unida y una convivencia en paz. Que los vicios privados nos
resolverán nuestros problemas acuciantes, eso sí, a largo plazo, cuando ya
todos estemos muertos como arengaba Keynes. Por el contrario, lo más coherente
es pensar que “Un hombre dirigido por la ambición y la envidia pierde el poder de ver las cosas tal como son en su
totalidad y sus mismos éxitos se transforman entonces en fracasos.[6]”
[1] Urbina,
Dante A. (2015:290) Economía para herejes: desnudando mitos de la economía
ortodoxa.
[2] Ibídem
(2015:227)
[3] Ibídem
(2015:227)
[4] Schumacher,
E.F. (1.999:29) Lo pequeño es hermoso. Hermann Blume ediciones, primera
reimpresión noviembre 1990.
[5] Citado
por James K. Galbraith en su artículo en The Boston Globe de 22 de agosto de
2016: MDeE25: ¡Vamos allá!
[6]
Schumacher, E.F. (1.999:28).Lo pequeño es hermoso. Hermann Blume ediciones,
primera reimpresión noviembre 1990.
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