Un elemento crucial en la creación de las crisis
capitalistas de los últimos tiempos es, sin duda, el sistema financiero. Desde
los principios de la liberación financiera en los años 70 del anterior siglo y la
consiguiente globalización de la misma, el mundo ha estado salpicado de crisis,
convulsiones y desastres financieros. El sistema financiero ha absorbido,
además, parte de la economía real y nos ha traído consecuencias nefastas en
relación al empleo y la productividad.
La economía se ha mostrado dominadora en todos los
asuntos sociales. La dependencia de la economía en el mundo actual es clara,
pero, cada vez más, se encuentra estrangulada por la actividad financiera. Las
bolsas toman el pulso de la economía mundial. El accionista que requiere más
rentabilidad se ha convertido en el tirano de la empresa y los directivos son
los sacerdotes de esta nueva religión que hace depender su éxito del aumento
sin parar de la cotización de sus acciones, para ello han recurrido a cualquier
método que las haga subir, entre ellos las fusiones y adquisiciones de empresa,
la reingeniería, la reducción de los capitales, etc., incluso a métodos que se
encontraban fuera de la ley o bordeaban la misma.
Como consecuencia de esta vía del capital “los
títulos de propiedad (las acciones) adquieren un valor propio, determinado en
parte por el valor de los ingresos (los dividendos) esperados, algo muy similar
ocurre con los activos emitidos por los Estados (obligaciones), que son simples
reconocimientos de deuda por parte de éstos. En los mercados secundarios[1]
surge, en suma, la posibilidad de hacer dinero con dinero.[2]”
Esta consecuencia hace que se dedique tiempo y recursos a una actividad especuladora
que juega con la seguridad ciudadana y que no supone una producción real de
bienes y servicios para la sociedad. Así, se constata que “existe una
vinculación entre la prosperidad del capital financiero y la desaceleración de
la acumulación de capital industrial en el transcurso de las últimas dos
décadas.[3]”
Podemos decir que “El sector financiero detrae
recursos de la actividad que se desarrolla en el sector real a través de dos
vías. Por una parte, los ingresos obtenidos por los propietarios de capital y
los gastos y comisiones cobrados a las empresas como pago de servicios
financieros absorben una parte creciente del valor añadido […] Por otro lado,
los recursos invertidos en diferentes tipos de títulos inmovilizan una parte
cada vez mayor del PIB.[4]”
Quizás la más importante consecuencia de este
capitalismo financiero, sea la desigualdad. Los principales accionistas de las
empresas son precisamente los dueños de las multinacionales con más implantación
y la acumulación de dinero, que vienen realizando a expensas de los demás o
como multiplicación del dinero ficticio, hace que las diferencias entre unos y
otros se vayan agrandando. En nuestro país se muestran las consecuencias; se
acaba de conocer el dato de que los superricos, aquellos que tienen más de 30
millones de euros (una minucia completamente merecida que lo podemos comparar
con los 426 € del subsidio de desempleo), han aumentado un 8%; siendo España el
país que más superricos tiene; un 10 %. Sin embargo el número de pobres sigue
aumentado, el número de contratos basura y precarios sigue avanzando, los
desahucios siguen siendo moneda común, la crisis económica, que todavía
perdura, es responsable, además, de 10.000 suicidios en nuestra querida España.
El
capital, sin duda, se ha hecho dueño de la situación y los perdedores son los
trabajadores y la gran masa de desempleados que suponen un ejército de reserva
de mano de obra, permitiendo junto con la desaparición de los sindicatos que el
coste del trabajo sea cada vez menor: tienda a cero. Así abusando de
trabajadores sin derechos mal pagados y con largas jornadas que se estiran
descaradamente, se hacen ricos unos y viven a duras penas otros.
Pero,
además, este cruel sistema hace que nuestro país tenga una estructura económica,
basada en el turismo y en el empleo de baja calidad, de poco valor añadido, que
en su día será sustituido por robots o por nueva tecnología. La necesidad que
tienen las empresas de generar valor a corto plazo para sus accionistas
restringe los comportamientos estratégicos y las iniciativas innovadoras ya que
se seleccionan sólo aquellas inversiones que sean capaces de generar
rápidamente elevada rentabilidad. Además, las opciones sobre acciones (stock
options) que se regalaron a los directivos de las grandes empresas, les ganó
para la causa y apoyaron los intereses de los grandes accionistas en contra de
los intereses de los trabajadores.
Esta
economía financiarizada, requiere “Atraer permanentemente nuevos recursos
financieros hacia los mercados, cuestión que es imprescindible para mantener la
subida de las cotizaciones bursátiles. De ello se desprende la necesidad, por
ejemplo, de captar el ahorro de los trabajadores a través de mecanismos como
los fondos de pensiones o los planes de ahorro para asalariados.[5]”
Es realmente una expoliación en toda la regla.
Sin
embargo, en vez de dar alas a la desigualdad utilizando el dinero para hacer
dinero, “Una reducción general de la jornada laboral, en
cualquiera de sus modalidades, constituiría un fuerte incentivo para implementar
un modelo productivo con una mayor racionalidad y un superior componente
tecnológico, sentando las bases para una recuperación de la productividad
laboral que permita compatibilizar la rentabilidad capitalista con una mejora
sostenida de las condiciones de vida de los trabajadores[6]”.
Todo
lo mencionado nos permite atisbar que existe una gran mentira en el corazón del
capitalismo global dominado por el sistema financiero. Políticos, financieros,
empresarios y burócratas transnacionales reclaman vehementemente un mercado
libre y competitivo, pero lo que han construido es el sistema de mercado menos
libre que nunca haya existido. Un sistema corrupto en el que los beneficios y
la riqueza se han canalizado hacia los más ricos y a ello, incluso, han obligado
a que contribuyan los más pobres.
[1]
Especie de mercado en el que se intercambian activos que existen previamente y
por lo tanto no suponen nuevas inversiones, nueva riqueza.
[2]
Chesnais, Francois y Plihon, Dominique coord. (2003:62) Las trampas de las
finanzas mundiales. AKAL.
[3] Ibídem
(2003:59).
[4] Ibídem
(2003:87-88).
[5] Ibídem
(2003:67)
[6]
Rey Araujo, Pedro María. La reducción del tiempo de trabajo en la actual crisis
orgánica, en Revista de Economía Crítica núm. 21, pag. 88.
No hay comentarios:
Publicar un comentario