La
deuda pública no sólo es una forma de encadenar a la población a su pobreza,
también es una herramienta de manipulación de la ciudadanía. Y tristemente,
además, se convierte en una herramienta contra la libertad del individuo. Por
eso hemos de preguntarnos si realmente hay interés en reducir la misma. En mi
artículo anterior mostraba cómo las políticas de austeridad, impuestas por
Europa e implantadas en nuestro país muy gustosos por un gobierno con ideología
neoliberal, no nos han conducido a minorar la deuda que se encontraron en el
año 2011, si bien es verdad que gran parte de ella se encontró en autonomías en
las que gobernaba el propio Partido Popular, sino, todo lo contrario, el
incremento de la deuda había sido muy significativo, más del 30 %.
La
reestructuración o la quita que se pueda efectuar con la deuda pública, son
asuntos tabúes para el sector neoliberal de la sociedad. No obstante, las
medidas que se toman parece que nunca nos liberarán de la deuda, sino que
mediante su incremento continuo y constante nos llevarán a una situación límite
en la que precisamente sólo podrán tomarse las medidas que se pretender evitar
y que se encuentran estigmatizadas. No quieren o no les interesa entender que para
solventar los problemas de la deuda “Lo que realmente se necesita no son
salarios más bajos, sino niveles de deuda más bajos –y lo paradójico es que
esto se puede lograr subiendo los salarios--. Un impulso a los sueldos en
dinero durante una depresión puede provocar inflación de una manera mucho más
eficaz que la “impresión de moneda” [medida que los países que más tajada están
sacando de la situación si se permiten], y esta inflación puede reducir el
montante real de la deuda.[1]”
De ahí el interés de los acreedores de que la inflación sea baja ya que el
principal no disminuye su valor.
Pero hay que preguntarse quienes son los que
realmente se enriquecen con la existencia de deudas en la sociedad y quienes,
por el contrario, son los paganos de las mismas. ¿A quienes debemos todos los
ciudadanos de los países endeudados?, es decir la generalidad de los países
existentes. La respuesta es sencilla ¿verdad? A los bancos y, ¿quiénes son
principalmente los propietarios de los bancos?, los grandes accionistas. Y
¿quiénes son los grandes accionistas?, los que tienen mayores riquezas, mayores
rentas y exorbitados emolumentos. ¿Qué es lo que está pasando entonces?: Que
con las políticas de austeridad hay un trasvase continuo y sin pausa de los que
menos tienen a los que tienen más de lo que por sus méritos les pertenece. No
nos puede extrañar entonces que un famoso empresario que ha dado con sus huesos
en la cárcel afirmase siguiendo la estrategia de los
poderosos: “Solamente se puede salir de la crisis de una manera, que es
trabajando más y desgraciadamente ganando menos”, G. Díaz Ferrán en 2010. Filosofía
totalmente contraria a la que se necesita.
Los economistas neoclásicos consideran que
en un capitalismo competitivo las empresas tendrían solamente aquello que les
corresponde por su contribución a la sociedad. Para el premio nobel en economía
Stiglitz esta visión es muy optimista y debe ser descartada. En realidad, lo
que determina quién recibe qué en la sociedad depende del "poder".
Las grandes empresas pueden imponer los precios en los mercados a las empresas
pequeñas y pueden dictar los salarios de la mano de obra cuando esta no tiene
poder de negociación colectiva (los sindicatos). Este "monopolio"
(sobre los mercados de las materias primas y la mano de obra) es lo que está
arruinando el capitalismo, según sostiene el propio Stiglitz. Lo que parece muy
claro es que “el mercado perfectamente competitivo es inestable: con el tiempo
desembocará en una situación, bien de oligopolio (varias grandes empresas), o
bien de monopolio (una empresa grande).[2]”Esta
realidad es la que todos podemos palpar en este mundo globalizado y la que está
contribuyendo a que una mayoría esclavizada por la deuda trabaje para una
minoría que vive de las rentas.
Evidentemente, hay más de un elemento de
verdad en esta perspectiva del capitalismo. La correlación de fuerzas en la
lucha entre el capital y el trabajo determina la proporción del ingreso que
recibe el trabajo entre beneficios y salarios. Y también es cierto que las
grandes empresas a menudo pueden fijar los precios y el acceso al mercado para
ganar la parte del león de las ventas y los beneficios. Por ello, se constata
que “La distribución de la renta refleja el poder relativo de los diferentes
grupos en una sociedad.[3]” Lo que
claramente contradice que la distribución de la renta sea definida por el
sacrosanto mercado vía precios y salarios en un punto de equilibrio entre
oferta y demanda.
Stiglitz concluye que "los mercados
actuales se caracterizan por la persistencia de elevadas ganancias monopolistas".
En consecuencia, Stiglitz hace un llamamiento a la "intervención del gobierno”
para reducir el poder de los monopolios y, presumiblemente, crear un entorno de
mayor competencia para que haya "más eficiencia y prosperidad
compartida". Pero esto plantea la pregunta: ¿es el "capitalismo
competitivo" más propensos a ofrecer un mejor crecimiento económico, una
mayor productividad de la fuerza de trabajo (eficiencia) y una menor
desigualdad que el “capitalismo monopolista”?[4] En otras
palabras, los monopolios no son un problema en sí, sino la debilidad del modo
de producción capitalista, en la que la inversión y la creación de empleo
tienen lugar únicamente con fines de lucro.
Así, repasando datos, nos encontramos que en
2007, y en nuestro país, el 0.035% de la población (presente en 33 empresas)
controlaban las organizaciones esenciales de la economía y una capitalización
de 789.759 millones de euros, equivalente al 80.55% del PIB y cerca de un
tercio del capital productivo español.
Estamos en un mundo en el que predomina la deudocracia.
Las grandes empresas y los poderes económicos manejan a su antojo las
relaciones económicas y sociales mediante ella; “después de enriquecerse
con los bienes naturales y públicos de los países del Sur, del Norte, del Este
y del Oeste; después de explotar hasta la muerte a las y los trabajadores del
mundo, especialmente las mujeres; después de ganar dinero especulando con todo,
incluso con el hambre; después de inventarse burbujas hipotecarias o puntocom;
y a punto de agotarse el enriquecimiento a base de canjear capitales financieros
ficticios, observaron ingeniosos que la última fórmula para incrementar sus
beneficios era acumular el dinero futuro, el que estaba por imprimir, robando
lo que pertenecería a nietos y nietas: LA DEUDA.[5]”
Todo ello, con la connivencia y las actividades corruptas del propio Estado, que además destina una gran parte
de los recursos públicos a pagar intereses a los acreedores privados pudientes:
socialismo para ricos.
Pregunto: ¿a quiénes, entonces, interesará
acabar con la deuda del Estado?
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