En los últimos días hemos
conocido que nuestro país ha conseguido otro récord histórico y no ha sido
deportivo. Los 1.095,35 millones de euros que deben las
administraciones equivalen a la mayor deuda pública del último
siglo. Por primera vez, desde el año 1909, la deuda
pública supera el 100% del PIB; es decir, el Estado debe más de lo que el país
produce en un año. El crecimiento de la
deuda ha sido especialmente importante en los meses de febrero y marzo del presente
año, parece que las elecciones tienen su influencia.
El hecho demuestra la
banalidad de las campañas electorales, en las que los partidos participantes se
las ingenian para decir aquello que los votantes quieren oír y luego aplican
aquellas recetas que les llevan a conseguir sus verdaderos objetivos. Por ello,
si queremos ser verdaderamente responsables de nuestro deber democrático no nos
queda más remedio que analizar la actuación de los partidos, analizar que votan
a favor y que en contra para saber realmente que es lo que persiguen. Si no lo
hacemos nos toparemos con una realidad para nada parecida a aquella que nos
prometieron y seremos culpables de que así sea.
Todo para encontrarnos en una situación peor todavía que aquella en la
reprochaban la herencia recibida al anterior gobierno. Y no es poco un
incremento de la deuda pública de más de un 30 %. Aun así, aquellos que
defienden las políticas austeras del actual gobierno en funciones siguen
empeñados en que sigamos con la venda puesta en los ojos y que no seamos
conscientes de la realidad. Realidad que no hace más que confirmar inadecuadas a sus políticas, ya que
lo único que consiguen es profundizar y mantener la crisis que largamente
padecemos. Está claro que lo prometido no es una deuda de la que algunos se
hagan responsables. Más bien todo lo contrario, parece que lo que realmente se
persigue es mantener a la ciudadanía, al pueblo, cargado de deudas, cargado de
cadenas.
¡Vivan las cadenas! es un lema acuñado por los absolutistas españoles en
1814 cuando, en la vuelta del destierro de Fernando VII, se escenificó un recibimiento popular en el que se desengancharon los
caballos de su carroza, que fueron sustituidos por personas del
pueblo que tiraron de ella. Se pretendía justificar con ello la
decisión del rey de ignorar la Constitución de 1812 y
el resto de la obra legislativa de las Cortes de Cádiz,
gobernando como rey absoluto. En este grito se muestra la
impotencia y el servilismo del pueblo y es apropiado para, que algunos entre
los que me encuentro, podamos entender el porqué de que tozudamente sigamos
avalando las políticas que nos mantienen encadenados, dando vueltas a la noria
que sólo beneficia a los que ya poseen excesivos beneficios.
Aquellos a los que gusta encadenar a
la mayor parte de la población, y consideran obligatorio que las cadenas se
lleven hasta expiar la culpa que ellos mismos han transferido a la población. Pero
las cadenas son un invento al servicio de intereses privados, de intereses poco
dados al bien común. El escritor y politólogo belga Éric Toussaint nos
advierte de que: “El 65% de la deuda pública española es ilegítima, contratada
contra el interés general”. Desgraciadamente es lo que ocurre en muchas
ocasiones cuando hablamos del pueblo, de la ciudadanía, de los débiles, sean
personas o naciones. Y, sin embargo, nos dejamos atrapar por la inercia y la
inconsciencia de nuestros actos considerando héroes a aquellos que realmente
solo miran por sus propios intereses y populistas e inconsistentes a aquellos
otros que buscan el bien común.
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