Nos dice Jose Antonio Marina que “La inteligencia es
una facultad personal, pero se desarrolla siempre en un entorno social e
histórico que determina sus posibilidades [...] Nuestra inteligencia es estructuralmente
social. Un niño aprende en pocos años los que la humanidad tardó milenios en
inventar[1].”
Me pregunto ¿qué inteligencia social estamos creando cuando el valor
fundamental hoy es la lucha individual y la competitividad sin tregua? ¿Qué
último paso estamos dando en nuestra humanidad y que mundo estamos creando para
incorporarlo a la herencia común de nuestros hijos y nietos?
Desde los tiempos de Margaret Thatcher y Ronald
Reagan el paradigma fundamental de las sociedades occidentales, el pensamiento
único, se ha centrado en el llamado neoliberalismo, y sus mantras han sido
seguidos fervientemente no sólo por los partidos de la derecha sino también por
aquellos que en su día defendían a los trabajadores y eran ubicados en la
izquierda del espectro político, pero que hoy en día defienden los mismos
dogmas económicos y políticos y, por ello, no se encuentran pactando con los
verdaderos ideales de la izquierda: siempre a favor de aquellos que menos
tienen y son los puntos débiles de la sociedad, y buscan su espacio político
camuflándose entre aquellos otros que, aunque con otra piel, defienden los
valores conservadores y neoliberales.
El libre mercado y el derecho de propiedad son la
base de un sistema capitalista dónde el valor principal es buscar el propio
beneficio y acumularlo, aunque suponga empobrecer al vecino, al compañero, al
conciudadano, a otro ser humano. El beneficio capitalista corre en pos del dios
Dinero que otorga grandes poderes y ayuda a una vida feliz, aunque sea difícil
en medio de la pobreza y de las injusticias con otros. Pero no todo vale y por
eso algunos vemos con rubor que la tan cacareada Responsabilidad Social
Corporativa plasmada en códigos éticos corporativos es violentada y oscurecida
por los paraísos fiscales que ocultan la verdad: los que ganan en la batalla
del libre mercado no quieren ser solidarios con la sociedad que les impulsa y
ensalza.
Inventamos el menos malo de los sistemas políticos:
la democracia. Hemos ido limando desigualdades, en los géneros, en las tendencias
sexuales, en las opiniones religiosas, en las ideologías, etc., y sin embargo,
estamos creando la mayor de las desigualdades, la que tiene que ver con la
riqueza y con los medios necesarios para una vida digna.
Esta desigualdad está logrando, incluso, trastocar
las igualdades básicas adquiridas y especialmente el germen de la democracia.
La igualdad de voto: una persona un voto, es algo, que si alguna vez existió,
ya no existe. La riqueza acumula votos y la pobreza los pierde. Es la razón de
un capitalismo cada vez más centrado en la búsqueda de relaciones para
triunfar; el objetivo no es la generación de una inteligencia social que haga
prosperar a la comunidad en su conjunto, el objetivo es sobresalir sobre los
demás y que cada cual se busque sus habichuelas. Si me llevo unos cuantos
millones a un paraíso fiscal, mis poderes sociales se ocuparán de que toda mi
responsabilidad quede en fuegos artificiales, pero si además del paro trabajo
en negro para poder sacar a mi familia adelante, mi panorama es de un negro
azabache difícil de ocultar en esta sociedad que con piel blanca tiene el
corazón negro como el tizón.
Owen Jones transcribía en su libro El Establishment que “Por asombroso que
parezca, la conexión corporativo-legislativa en Gran Bretaña era seis veces más
fuerte que la media de Europa Occidental, y diez veces mayor que en los países
escandinavos.[2]”
Estas son las consecuencias del sistema en el que hemos caído, inoculado por
los países anglosajones, y del que es difícil salir incluso para aquellos que
tienen que sufrirlo. Owen Jones
argumenta al respecto “No son solamente la ideología y el interés propio lo que
hace que los políticos sean unos defensores tan naturales de los ricos. Gran
parte de su tiempo se lo pasan en compañía de intereses privados y de sus
elegantes y muy profesionales equipos de presión. Los políticos forman parte
del mismo medio, y siempre están oyendo a las empresas presentarles sus
argumentos de forma tan atractiva como persuasivas[3]”.
Por eso la sociedad necesita controles y políticos honrados para que se cumplan
aquellos valores en los que creemos la mayoría de nosotros.
Se necesitan profesionales que ejerzan con libertad.
Se necesitan profesionales que no sean sólo grandes conocedores de su
profesión, sino, también, buenas personas. Se necesita una prensa libre, no una
prensa vendida que sea el mayor lobby del statu quo que beneficia a los
poderosos (no todo vale). Se necesita una justicia que aplique las leyes lo más
objetivamente posible. Se necesitan políticos que busquen leyes que permitan la
defensa de los débiles, razón última de las leyes en una sociedad en la que el
fuerte siempre tiene las de ganar con los valores actuales. Esta es la
inteligencia que debemos transmitir a nuestros descendientes, esta es la inteligencia
que nos conducirá a un mundo mejor en el que busquemos un desarrollo sostenible
que beneficie a la mayoría.
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