Por
lo general nos merecemos lo que tenemos. Creamos el mundo a nuestra imagen y
semejanza y no deberíamos sorprendernos, ni quejarnos de los resultados. Hemos
organizado la sociedad alrededor del capitalismo, no siempre ha sido así,
claro, de hecho es un invento que se puede considerar reciente. Pero el
capitalismo ha conseguido iniciativa propia y se ha convertido en una fuerza arrolladora
mediante la cual, a través del progreso, y el éxito nos ha puesto a competir
unos contra otros[1].
Nos ha llevado sin darnos cuenta a trasmutar nuestros valores poniendo en lo más
alto al egoísmo y la lucha individual. ¡Sálvese quien pueda y que sobreviva el
más fuerte!
Esta
rivalidad en la que nos obligamos a
estar, y en la que competimos por subir
más arriba que los demás, tiene algunas ventajas (especialmente para unos
pocos), como la continua búsqueda de innovaciones que nos permitan una mayor
productividad y un margen de beneficio más amplio. Estas virtudes han hecho que
para una mayor cantidad de personas el mundo sea menos penoso y habitable. Pero,
tiene muchos inconvenientes, entre ellos y principalmente, aunque parezca un
contrasentido, el olvido de las personas y de la naturaleza (ambas son ya un
medio y mercancía barata para la búsqueda de ventajas en este mundo competitivo).
Se ha demostrado científicamente
que la organización del cerebro de los seres humanos no está determinada
genéticamente, cosa diferente a lo que ocurre con los chimpancés, y de ahí su
flexibilidad para recibir las influencias del entorno social. Este entorno, sin
embargo, recibe las mayores influencias de aquellos que ostentan el poder y, en
el capitalismo, este poder tiene mucho que ver con la posesión de riquezas y la
situación económica. Siguiendo a Manuel
Castells hemos de convenir además “que
las relaciones de poder se construyen
en la mente a través de los procesos de comunicación, […], estas conexiones
ocultas muy bien pudieran ser el código fuente de la condición humana.[2]”
La comunicación por tanto es básica para generar códigos de conducta en la
especie humana, y, por tanto, “el poder, depende del control de la
comunicación, al igual que el contrapoder depende de romper dicho control.[3]”
Y es que si la fuerza de la comunicación no fuera tal como
se ha expresado, no podríamos comprender como aguantamos que las siguientes noticias
puedan coexistir: junto con la noticia de que los 30 ejecutivos mejor pagados de la Bolsa
española se repartieron 252 millones de euros en 2015, podemos leer que los mismos que se embolsan grandes fortunas
criminalizan a los que cobran subsidios del Estado que no les llegan siquiera para
vivir. Sobre todo la diferencia chirría más, si tenemos en cuenta que los más
subsidiados, en los países que mantienen el capitalismo neoliberal y trapacero,
son los bancos y las grandes empresas.
Vivimos en un mundo que
desprecia las pruebas y prefiere administrarse por la especulación[4]. La
especulación en la comunicación llega a niveles sólo transitados por el sistema
financiero. Lo importante no es la verdad sino la realidad que podemos crear
con la especulación comunicativa. El martilleo de las mentiras puede ser más
efectivo que la verdad y por ello, en este mundo del capital rampante, la
mentira es un medio para perseguir el éxito y el progreso personal, sin que
importen las personas, sin que importe la naturaleza. Ya que el capital siempre
busca y encuentra formas de expandirse y llevar a cabo sus objetivos pese a
quien pese.
Es bochornoso el espectáculo que
están montando en nuestro país algunos periodistas. En la defensa de sus
intereses o de quien les paga, vale todo. El medio: la mentira, la invención de
documentos, la destrucción de pruebas; no importa. Las consecuencias tampoco.
Es una lucha a vida o muerte y cualquier arma que sea de utilidad es
bienvenida. Al enemigo ni agua. Hasta la muerte. La codicia, la lucha egoísta y
descarnada y la mentira se están cargando, no obstante, la posibilidad de una sociedad
más justa y mejor.
Es bochornoso la actuación de
los medios de comunicación que, manipulados por el poder económico, se ofrecen
a estos juegos de guerra y hambre. Juegos que convierten lo irreal en real y lo
graba en nuestro cerebro a fuego lento. La audiencia manda y la audiencia ha
sido manipulada por la información tergiversada que busca un mundo que se va
creando conforme interesa a los grandes poderes.
En un reciente artículo de Vicenç Navarro, se decía
que “el hecho de que un rotativo en su editorial apoye un partido político no
es, en sí, censurable. Ahora bien, sí que es censurable y denunciable que sus
simpatías lo lleven a tergiversar la realidad (manipulando o incluso mintiendo)
para favorecer a tales partidos y/o desfavorecer a los que consideran como sus
adversarios.” Debemos darnos cuenta de la sociedad que hemos creado, sociedad
en la que los fines están haciendo que los medios no importen, que los valores
se signifiquen por su ausencia y que éste contexto vaya adaptando nuestro
cerebro a la realidad manipulada y dirigida por los poderosos. Así se escribe
la historia y ya sabemos que la historia la escriben los vencedores.
El dinero genera una realidad “desvirtuada”, una
sociedad parcializada y dividida. “La codicia, aunque casi nunca se presenta como tal, es aplaudida como
un medio para liberar el potencial del individuo y promover la prosperidad por
el bien de todos.[5]”No existen códigos deontológicos, ni éticas que
valgan. “Los pobres
deben obedecer las reglas del capitalismo despiadado. Pero los bancos que han
sumido al mundo en la calamidad económica, no. Para ellos hay una red de
seguridad: el Estado de bienestar viene a rescatarlos.[6]”Es
difícil, por otra parte, en un sistema en el que los de arriba juegan a hacerse
ricos sin ninguna responsabilidad, no entrar en el mismo juego que practica el
resto de los poderes fácticos, siendo, tristemente, la
corrupción su consecuencia más visible.
Por
todo ello, no se puede dejar de reconocer el esfuerzo llevado a cabo por
aquellos ciudadanos, periodistas o no, que han puesto de manifiesto las redes
de corrupción, que han denunciado a los defraudadores que esconden su dinero en
los paraísos fiscales y que luchan contracorriente contra el fundamentalismo
neoliberal, exponiendo, incluso, su vida. Es un nuevo aliento que nos devuelve
una brisa de esperanza en el esfuerzo por crear un mundo mejor.
[1] Valter hugo
mae (2012:101) La máquina de hacer españoles. Alfaguara.
[2] Castells, Manuel (2009:30)
Comunicación y poder. Alianza Editorial.
[3] Ibídem (2009:23)
[4] Valter hugo mae (2012:85) La
máquina de hacer españoles. Alfaguara.
[5] Jones,
Owen (2015:445). El Establishment. Seix Barral.
[6] Ibídem
(2015:390)
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