No es un error el título aunque
lo parezca. Entiendo que las campañas electorales tendrían que servir para dar
a conocer a la ciudadanía las propuestas que los partidos políticos pondrán en
marcha si tienen un respaldo suficiente para gobernar. Sin embargo, la realidad
es que en anteriores casos no se ha observado que las propuestas, el programa
presentado, sea una especie de contrato que deba cumplirse salvo justificación
de la medida en contra y consulta democrática al pueblo. La realidad es que las
compañas no son un campo de lucha de ideas y políticas que esgrimidas en la
arena democrática serán posteriormente impulsadas, y si son, por el contrario,
un escenario de mercadotecnia, dónde la venta del producto viene acompañada de
retintines y soniquetes que tratan de encenagar al otro haciendo que sus seguidores
bailen al ritmo marcado.
Hay campanadas que nos machacan
sobre los pactos y nos quieren hacer creer que pueden juntarse políticas que se
repelen, políticas que buscan lo contrario, por una parte recortes y por la
otra aumentar el gasto público. Lo peor de todo es escudarse y esconderse en un
pacto antinatural para criticar a
aquellos que no se han sumado a él, comulgando con ruedas de molino, y
culpabilizarles de la necesidad de nuevas elecciones.
Hay campanadas que se esgrimen
como argumentos, incluso por intelectuales reconocidos: “charlatán de feria”,
“traición a los votantes del cambio”,
“apelación a los de abajo, para terminar consolidando a los de arriba”.
Argumentos vacíos ciegos a la realidad y que siguen utilizando el recurso del
miedo para proteger las siglas del partido más que para buscar el beneficio de
la sociedad y la consolidación de nuestra democracia. Hay quién, además, se
quiere hacer propietario único de la idea de la “socialdemocracia”, olvidándose
de que las ideas que proponen sus oponentes son similares a las que en otro
tiempo ellos proponían. Argumentan que en socialdemocracia es importante el
ajuste del prepuesto, pero siendo el ajuste del presupuesto importante para que
la deuda rampante no cause más desigualdades y descanse en las espaldas de los
de siempre, no puede priorizarse por delante de la vida de las personas y los
derechos humanos.
Hay campanadas que van desde la
moderación a la radicalidad. La moderación de los recortes de las subvenciones
millonarias a los bancos, a las eléctricas, a las grandes empresas. La
moderación de achacar la situación de Venezuela y Grecia, aun sabiendo que nada
tienen que ver con la situación de nuestro país, aún sabiendo que incluso las
políticas aplicadas en países con problemas son aquellas austeras que los
moderados defienden, cuando ya hoy el propio Fondo Monetario Internacional
(FMI), otrora principal adalid de la austeridad, ya no defiende. La radicalidad
de defender a los pobres, a los parados, a los débiles, a los necesitados. La
radicalidad de defender políticas económicas Keynesianas, basadas en la demanda
agregada, basadas en la inversión pública para estimular la actividad privada y
el crecimiento económico.
Hay campanadas que lanzan al
viento palabras como dagas con intención de evitar el verdadero debate
político. “Cal viva”, “dividir España”, “inexpertos”, “populistas” son dagas
lanzadas para destruir más que para construir un mundo mejor, a base de cooperar
para superar la rivalidad sin fondo, sin sustancia, sin ideas. No podemos
olvidar que hay riqueza para todos y que para alcanzar un mundo más habitable
en el que todos tengamos posibilidad de hacer un uso de nuestra libertad para
desarrollarnos, es necesario acabar con las guerras, las desigualdades, las
violencias xenófobas, el abuso del otro. La destrucción de personas y cosas no
puede ser la herramienta con la que salvemos las diferencias, con la que nos
recuperemos de las crisis sistemáticas y sistémicas que este capitalismo nos
trae.
Hay muchas campanadas en las
campañas electorales que más que avisarnos y ayudarnos, nos aturden, nos
atontan y nos escamotean el verdadero fin de las mismas. Luego nos enteramos,
ya tarde, que son otros los que están tomando la delantera en las energías
limpias, son otros los que aprueban medidas que aquí se estigmatizan y se las
adornan con ritmos que nos inducen miedo.
Coincido con la filósofa y
feminista Rosi Braidotti al considerar que necesitamos la construcción de un
nuevo “nosotros”, de una nueva ética global que contribuya a combinar los
valores éticos con el bienestar de todos. Sería una nueva forma de
relacionarnos opuesta al mundo de la globalización mercantilista en el que se
ha demostrado que el interés privado no contribuye al interés de todos, ni a la
mejora de nuestras sociedades, fomentando, sin embargo, el recelo y la
agresividad. Necesitamos una enseñanza en la que el fin principal sea aprender a pensar por uno mismo, lo que nos
llevará a una mejora del conocimiento de la realidad, principal factor que nos
liberará de la fuerza destructora del miedo.
Para que las campañas no sean
campanadas que sigan los ritmos del márquetin, de la venta sin escrúpulos del
voto, del capitalismo salvaje, del capitalismo de casino, del capitalismo de
amigotes, en fin, del capitalismo excluyente, se necesita volver, como nos
decía Erich Fromm, al modo del ser ya que en el modo del tener “nuestra
felicidad depende de nuestra superioridad sobre los demás, de nuestro poder, y
en último término, de nuestra capacidad para conquistar, robar y matar. En el
modo del ser, la dicha depende de amar, compartir y dar.”
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