En estos momentos en los que se adora enloquecidamente
al dios Consumo, se requiere una sensibilidad especial que nos ayude a
contribuir a un mundo mejor, con respeto a los derechos humanos y en busca de una menor desigualdad. Son muchos
los años en los que las grandes empresas han conseguido pingües beneficios en
base a actividades inmorales, como el tráfico ultramarino de esclavos, el
colonialismo, las dictaduras genocidas, la explotación de los trabajadores mediante
extenuantes jornadas pagándoles sueldos que no cubrirán sus necesidades más
básicas, la destrucción del medio ambiente: haciendo a los ciudadanos deudores
de sus costes, etc. Por eso cuando salgamos a comprar distintos artículos,
deberíamos pensar que consumir por consumir no nos hace más felices necesariamente,
que llenar nuestras casas de artículos que amontonamos, a veces desde el mismo
momento en el que desenvolvemos el paquete, no contribuye a una mejora de
nuestra vida, ni a la de los demás, que vivimos en un mundo interconectado y que
nuestras decisiones aquí afectan a muchos otros en otros lugares.
Los
tristes ejemplos que nos ofrecen las grandes empresas son cientos pero por la
importancia que tendrá el consumo en estas fiestas no puedo dejar de referirme
a las empresas que forman el sector de la electrónica que se ha convertido en comprador
nato de gran número de metales y minerales. Buena parte de los mismos provienen
de países en vías de desarrollo donde se dan casos de explotaciones,
incumplimiento de los derechos laborales, atentados contra la salud de los
trabajadores, contaminación del medio ambiente o pérdida de recursos vitales
como el agua. El coltán del Congo es el caso más conocido entre los minerales usados
en el sector. El Tantalio es un material que se usa para construir pequeños
condensadores (que almacenan electricidad) para móviles, cámaras digitales y
ordenadores portátiles, y que se extrae del coltán muy escaso en el mundo. El
80% de las reservas de coltán están en la República Democrática del Congo.
Algunas de las explotaciones de coltán y sus beneficios están bajo control
militar (tanto de soldados individuales, del ejército o de mandos ruandeses o
ugandeses: el Estado en apoyo de los intereses privados y no de los ciudadanos)
empleando para la extracción a trabajadores locales (incluso niños que en
algunos casos han encontrado la muerte), parte de los cuáles son prisioneros y
empleando métodos de trabajo que comportan problemas graves de salud.
El mundo del petróleo, dominante de la geopolítica,
y las empresas que lo dominan en las últimas décadas es otro de los claros
ejemplos de pisoteo de los derechos humanos más básicos siendo el primer
derecho el de la vida de las personas. Un
botón de muestra que debe darse a conocer, en palabras de Naomi Klein escritas
en un lejano 1999: “Desde la década de 1950, Shell Nigeria ha extraído el
equivalente a 50 mil millones de dólares de petróleo de las tierras de los Ogoni,
en el Delta del Níger. Los ingresos del petróleo representan el 80 % de la
economía nigeriana –10 mil millones de dólares anuales--, y más de la mitad proviene
de Shell. Pero el pueblo Ogoni no sólo ha sido despojado de los ingresos que
produce ese rico recurso natural, sino que mucha de su gentes sigue viviendo
sin agua corriente ni electricidad y sus tierras y aguas han sido envenenadas
por las averías de los oleoductos, por vertidos y los incendios provocados por
las emanaciones de gases[1]”.
En estas circunstancias no es de extrañar que el escritor y aspirante a Premio
Nobel de la Paz Ken Saro-Wiwa, líder del movimiento para la supervivencia del
pueblo Ogoni organizara campañas para pedir reformas y exigir compensaciones a
Shell pero injustamente la respuesta cruel y sangrienta fue que el general Sami
Abacha ordenó a los militares nigerianos
atacar a los Ogoni matando y torturando a miles de ellos y ejecutando
posteriormente al escritor. Otra muestra del poder del dinero y el apoyo de las
instituciones públicas.
No
obstante, “La conducta de las multinacionales es sencillamente un subproducto
de un sistema económico general [...] Pero eliminar las desigualdades básicas
de la globalización de la libertad de mercado parece una tarea demasiado grande
para nosotros los mortales[2]”.
Cuando las empresas no paran en la búsqueda de sus intereses. Así el acuerdo de
libre comercio entre Estados Unidos y la Unión Europea, el llamado TTIP (Transatlantic
Trade and Investment Partnership) es una muestra encarnizada de la lucha de las
empresas en pos de un beneficio cada día mayor. La idea base del TTIP: la homologación de normas y
exigencias administrativas que suavizarían las normas europeas. Ya que estas
normas son más restrictivas en cultivos transgénicos o en el uso de hormonas de
crecimiento, los suplementos alimenticios o la aplicación masiva de
antibióticos en el ganado, como también lo son en la privacidad de los datos,
las explotaciones de hidrocarburos con la técnica del fracking o
cuestiones laborales. El objetivo es, por tanto, homologar la regulación desde
la cuna para evitar divergencias que restrinjan el comercio y la inversión. La
crítica es que esta supervisión puede debilitar la iniciativa parlamentaria, y
dar acceso antes a los lobbies de las empresas y sectores
económico en el proceso legislativo, obviando los poderes elegidos
democráticamente.
La lucha de las empresas por reducir los costes ha
contribuido también a una carrera por pagar los salarios más irrisorios e
indecentes y con ello sólo se consiguen efectos perversos infringiendo los
derechos humanos y logrando un mundo más injusto y menos seguro. Pero no
debemos renegar de la posibilidad de otro mundo más humano, en el que ni los
fundamentalismos de la religión, ni el capitalismo salvaje en el que vivimos y
en el que el consumo por el consumo se hace dios, están siendo ni serán la
respuesta. Sin embargo, con nuestro voto al comprar o no algunos productos
manchados con iniquidades, somos nosotros los que soportamos e incentivamos la
actual situación. La compra selectiva de aquellos productos libres de
injusticias (difícil tarea) tiene que convertirse en una batalla por los
derechos humanos y las libertades públicas. Es verdad que es una batalla
utópica, ya que las multinacionales se han dotado de instrumentos legales que
les permiten iniciar pleitos con los países y las localidades que dicten normas
contra el consumo de sus productos, pero es una lucha necesaria que puede dar y
ha dado resultados sorprendentes.
Es difícil no obstante, especialmente para el
ciudadano que vive con los recursos justos, decidir comprar productos más caros
cuando el mercado nos ofrece gangas, nos ofrece fiestas del consumo en los
altares del capitalismo. En un mundo en el que se vive el ahora, el momento, y no
se quiere mirar más allá. Ver, entonces, a largo plazo, incluso a medio plazo
se ha convertido en una gran proeza intelectual. Ver además que cada acto de
compra afecta no sólo a uno mismo y a los que te rodean, sino también a mucha
más gente en este mundo globalizado, es un esfuerzo titánico para un mundo
hedonista. Debemos ser conscientes, sin embargo, de que muchas veces no solo no
contribuimos a beneficiarnos a nosotros sino que incrementamos un mundo
injusto, aumentamos los sufrimientos y fomentamos la desigualdad entre los
países y las personas. La elección es nuestra.
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