Vivimos tiempos de Navidad. Nos deseamos Paz, Amor,
Felicidad, buena salud y ventura para el año siguiente. Nos despedimos con
palabras que muestran cariño y buenas intenciones para nuestros amigos,
compañeros y conocidos. La Navidad es una fiesta entrañable en la, sin embargo,
puede quedar un poso de tristeza por las personas queridas que ya se han ido, a
veces, incluso, tenemos sentimientos de culpa y pensamos que pudimos hacer más
por su felicidad y no lo hicimos. Es la Navidad una de las festividades más
importantes del Cristianismo en la que se conmemora con alegría el nacimiento
de Jesús en Belén. Todo muy coherente con el mandamiento cristiano de amar al
prójimo como a ti mismo. Pero todo, también, queda muy empañado por la realidad
de la convivencia humana, por la realidad de nuestras relaciones artificiales.
En la propia tierra dónde nació Jesús se manifiesta
de forma extrema la perversión de la religión del amor. Judíos y palestinos no
son un ejemplo para el mundo de convivencia en paz, solidaridad y ayuda mutua. La
celebración de la navidad en la tierra santa no puede estar más cargada de un
ambiento explosivo y mortal, en el que la vida del otro tiene poco valor. El
mensaje cristiano es pura liturgia y ritual que fundamenta hoy la violencia más
que la evita y no consigue que calen los valores que deben acercar los unos a
los otros en busca de una convivencia que beneficie a todos. Las confesiones,
los partidos, los grupos, las afiliaciones, los equipos marcan diferencias
profundas que separan y que, por contra, el espíritu navideño no es capaz de
saltar, ni eliminar.
Las naciones desarrolladas de Occidente, máximo
filón y vivero del cristianismo, no muestran mejor cara. El liberalismo de
mercado deja bien encadenado al individuo. El individualismo existente, no
obstante, hace funcionar el engranaje competitivo y cruel. El consumo es el
Dios del sistema económico y “Mientras la actitud consumista lubrica las ruedas
de la economía, lanza arena en los engranajes de la moralidad[1]”.
Todo se mide por el éxito económico. Sin embargo, el drama de los refugiados
huidos de las guerras en un primer momento sobrecoge e impulsa la ayuda
automática y las buenas acciones, pero el martilleo continuo adormece e
insensibiliza. “Un asesinato atroz o una catástrofe ferroviaria golpea las
mentes y los corazones con más fuerza que el fluido aunque continuo e imparable
tributo pagado por la humanidad en la moneda de vidas perdidas o destruidas por
el monstruo de la tecnología y el mal funcionamiento de la sociedad
progresivamente indiferente, insensible, apática y despreocupada, una vez
consumida por el virus de la adiaforización...[2]”;
Es decir la indiferencia moral ante determinados actos. Así, como escribió
Joseph Roth en su libro Judíos errantes:
“Una vez prolongada la emergencia, las manos que ayudan regresan a los
bolsillos, los fuegos de la compasión se enfrían”.
El ciclo anual tiene en estos días el recordatorio
de que los hombres tienen que vivir en paz y armonía y buscar el bien de todos.
La realidad, no obstante, es que las buenas intenciones se olvidan de forma
casi inmediata. Las diferencias son resaltadas y se hacen insalvables y lo que
nos iguala queda olvidado, nuestra mente se muestra incapaz de tenerlas en
cuenta.
Incluso en la política se observa esta falta de
esencia humana, de valores. Esta ética mínima imprescindible. Esta falta de
humanidad. En estos días se busca con ahínco el pacto que haga gobernable el
resultado disperso de las últimas elecciones del pasado 20-D. Los cuatro
partidos que consiguieron un número de votos significativo que les permite
influir en una suma mayoritaria necesaria, van dejándose sus propuestas con el
objeto de conseguir formar Gobierno y arrimar el ascua a su sardina. Pero hay
que tener en cuenta que no todo vale, que los medios no pueden pervertir los
fines, que si realmente queremos buscar armonía y desarrollar sociedades que no
generen iatrogenia[3],
los remedios no pueden ser peores que la enfermedad, no pueden generar guerras,
desigualdades, indefensión de los más débiles y problemas innecesarios. Debemos
tener muy claro el objetivo principal de la política que no es otro que el gobierno y la
organización de las sociedades humanas, especialmente de los estados, con el
objetivo del bien común. Pero cuando el problema no es el paro, ni la
corrupción, ni los desahucios, ni el desigual reparto de la riqueza, ni las
pensiones, ni las guerras, ni la sanidad, ni la educación, ni la defensa de los
derechos humanos, ni la mordaza puesta a la libertad de expresión, etc. Cuando
el problema es sólo el ataque sin cuartel al partido que está revitalizando la
democracia, al partido que defiende a ultranza los derechos y libertades y al
que se persigue transgrediendo todas las normas morales estamos pervirtiendo el
espíritu navideño, estamos olvidando las buenas intenciones.
Caso singular y aparte es el drama inacabable de
Cataluña. En Cataluña todavía se muestra más palpable la perversión de las
ideas de y los fines. Se prioriza la separación a la empatía y la solidaridad
con los más débiles y necesitados. El acuerdo entre políticas de derechas
infectadas por la corrupción y los que se dicen de izquierdas pero que,
olvidando la igualdad y la defensa de los derechos básicos de los ciudadanos,
sólo tienen un fin en la mente, que no es otro que la separación, produce
confusión y esquizofrenia. Estado difícilmente superable con una pacto
totalmente contranatura.
¿Qué supone el espíritu de la Navidad hoy en día?
Después de más de 2000 años desde que nació Jesús el hombre sigue siendo violento e
insensible; el mercantilismo y el beneficio económico son la medida de todas
las cosas. Además “El mal no se limita a la guerra o a las ideologías
totalitarias. Hoy en día se revela con mayor frecuencia en la ausencia de
reacción ante el sufrimiento del otro, al negarse a comprender a los demás, en
la insensibilidad y en los ojos apartados de una silenciosa mirada ética[4]”.
[3] Es iatrogénico
el daño ocasionado por el actuar médico. Según nuestra Real Academia es una “alteración,
especialmente negativa, del estado del paciente producida por el médico”.
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