El caso
Volkswagen es una muestra más del funcionamiento de la economía capitalista
desbridada, dejada a su libertad en una lucha sin cuartel por incrementar cuota
de mercado, para vender humo, en este caso, contaminado, eso sí, ante el deseo
de evitarlo, generado en el cliente. Hay que reconocer estos sucesos como
normales cuando el último objetivo es el beneficio y cuando de la buena marcha
de las empresas dependen las retribuciones de los directivos, lo que lleva a
buscar novedades hasta debajo de las piedras. Y a pesar de la importancia que
debe tener la imagen de la empresa para su cotización en bolsa y una buena
representación en la mente de los clientes, algunos directivos son capaces de inventarse
dobles contabilidades, motores que reducen la emisión de humos contaminantes que
lo que hacen es emitir muchos más e incluso beneficios ficticios para una
decoración atractiva de la empresa.
El
capitalismo está basado en la competencia despiadada por el beneficio y el
posicionamiento en el mercado. De ahí la preponderancia de la actividad
financiera que permite la consecución de pingües beneficios en menos tiempo y
sin esfuerzo. Tampoco nos ha de extrañar en este contexto económico la
apreciación de David Harvey: “es estúpido tratar de entender el mundo del
capital sin tener en cuenta los cárteles de la droga, los traficantes de armas
y las diversas mafias y otras formas criminales de organización que desempeñan
un papel tan significativo en el comercio mundial[1]”.
Igualmente no se pueden olvidar, en el sistema capitalista, las prácticas
depredadoras reconocibles en el mercado inmobiliario mundial, en los productos
financieros titulizados, en el blanqueo de dinero, en las repetidas pirámides
de Ponzi y en una interminable lista de casos que nos asaltan a diario
ofreciéndonos carta de normalidad.
Parece que
como decía Marx los espíritus animales
acechan y tientan al hombre en un mundo capitalista en un in
crescendo sin fin. Galbraith lo confirmaba y registraba la mala fe y la
corrupción en la economía del libre mercado. En relación con la crisis de 1929,
observó que su ritmo se aceleró no sólo en el boom sino también después del
crac. Lo mismo podemos constatar en la crisis actual iniciada a finales del
2007; no sólo el mundo de los negocios estaba enfermo y corrupto durante los
años de vacas gordas sino que, también, han seguido creciendo las malas artes en
los momentos de vacas flacas. Eso sí vacas flacas sufridas por la mayoría de
los ciudadanos, ya que las élites económicas podían seguir mejorando su cuenta
bancaria y se quedaban con toda la leche del mercado.
Es un
problema grave la lucha feroz por el pastel generado por la sociedad. La
sociedad se convierte en una lucha de niños, sin reglas, a la puerta de un
colegio. Promovemos así una sociedad infantilizada en la que la única regla
garantizada tiene que ver con los números que se poseen en la cuenta bancaria. El
trabajo de la sociedad se cristaliza en el dinero por lo que “el dinero es un
depósito de poder social, su acumulación y centralización por un conjunto de
individuos resulta decisiva, tanto para la construcción social de la codicia
personal como para la formación de un poder de clase capitalista más o menos
coherente[2]”.
Así nuestra vida se convierte en una partida de póker en la que muchas veces
gana el más tramposo y se queda con casi todo.
Grandes
economistas, entre ellos premios nobel, tienen claro la relación entre las
crisis y la corrupción: “Cada una de las tres últimas recesiones económicas de
Estados Unidos (la de julio de 1990 a marzo 1991, la de marzo a noviembre de
2001 y la que comenzó en diciembre de 2007) estuvieron relacionadas con
escándalos de corrupción, que fueron muy importantes en el momento de
determinar su gravedad[3]”.
La corrupción anida en el sistema económico de libre mercado, el poder que
otorga el dinero no sólo estimula la innovación sino también la codicia, la
especulación, la corrupción y el individualismo que pretende ser el motor de la
sociedad y que muy a menudo se convierte en un motor trucado. El pago de estos
desajustes, sin embargo, siempre recae en la mayoría social, en aquellos que
aportan el trabajo social en forma de bienes necesarios e imprescindibles para
la vida. ¡Claro las élites económicas deben mantener la acumulación de capital
para que la máquina del capitalismo siga funcionando! ¡La desposesión de la
mayoría social tiene que seguir su marcha, si no el mundo se para!
La
competitividad, el individualismo y el dinero como valor máximo al que debemos
adorar y perseguir para lograr el cielo en esta vida, no parecen una fórmula
eficaz. Mejorarán nuestras tecnologías orientadas a un mayor lucro pero no a
una vida mejor. Revolucionará nuestras vidas generando inventos que nos
atraparán y nublarán nuestra conciencia, en vez de despertarla. Sin embargo, no
nos llevarán a una vida mejor mientras no cambiemos los ídolos que veneramos.
El hombre vive y se hace conforme la orientación que se da a sí mismo al
perseguir unos valores u otros. Incentivar los espíritus animales bien sea
fomentando la agresividad o el espíritu de rebaño, sólo mantendrá su estado al
nivel de lo que decía Thomas Hobbes “homo homini lupus” (el hombre es un lobo
para el hombre).
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