Un de las conclusiones más evidentes en el análisis
económico es que en el mundo los países que fracasan están dirigidos por élites
abusivas y corruptas que extraen del resto de la ciudadanía recursos para
utilizarlos en una vida de lujo, poder y dispendio. Daron Acemoglu y James A.
Robinson en su libro Por qué fracasan los
países, dan ejemplos suficientes y abrumadores en defensa de esta
aseveración. Así nos dicen por ejemplo que
“Egipto (y no sólo Egipto) es pobre precisamente porque ha sido
gobernado por una reducida élite que ha organizado la sociedad en beneficio
propio a costa de la mayor parte de la población [y...] Otros como Gran Bretaña
y Estados Unidos, se hicieron ricos porque sus ciudadanos derrocaron a las
élites que controlaban el poder y crearon una sociedad en la que los derechos
políticos estaban mucho más repartidos y en la que la gran mayoría de la
población podía aprovechar las oportunidades económicas[1]”.
En retrospectiva histórica examinan igualmente lo
que ocurrió “A lo largo y ancho del mundo colonial español en América, [en el
que] aparecieron instituciones y estructuras sociales parecidas. Tras una fase
inicial de codicia y saqueo de oro y plata, los españoles crearon una red de
instituciones destinadas a explotar a los pueblos indígenas. El conjunto
formado por encomienda, mita, repartimiento y trajín tenía como objetivo
obligar a los pueblos indígenas a tener un nivel de vida de subsistencia y
extraer así toda la renta restante para los españoles. Esto se logró
expropiando su tierra, obligándolos a trabajar, ofreciendo sueldos bajos por el
trabajo, imponiendo impuestos elevados y cobrando precios altos por productos
que ni siquiera se compraban voluntariamente. A pesar de que estas
instituciones generaban mucha riqueza para la Corona española e hicieron muy
ricos a los conquistadores y a sus descendientes, también convirtieron América
Latina en uno de los continente más desiguales del mundo y socavaron gran parte
de su potencial económico[2]”.
Dentro de los modelos económicos actuales que
estudian la competitividad entre las naciones es famoso y muy estimado el confeccionado por El World
Economic Forum.
El modelo se basa en los 12
pilares de la competitividad, doce factores que determinan el nivel
competitivo de los países y se encaminan por la misma senda sugerida por los
autores mencionados anteriormente. La
consecución de los mismos tiene en cuenta que las distintas economías se
encuentran en etapas diferentes de desarrollo y a medida que los países avanzan
y mejoran, los salarios tienden a aumentar y, con el fin de mantener este mayor
ingreso, la productividad laboral debe, no sólo mantenerse, sino mejorar.
Por ello dentro del
modelo se establecen en una serie de etapas progresivas. En la primera etapa de
desarrollo, la economía de un país es impulsada a base de una serie de factores
como la mano de obra no cualificada y sobre todo los recursos naturales. En
esta etapa las economías son impulsadas
por factores: instituciones, salud y educación primaria, entorno
macroeconómico e infraestructura. En la siguiente etapa el impulso viene de la eficiencia, se deben desarrollar los
procesos de producción de forma más eficiente y con productos de mayor calidad
debido al aumento de los salarios y al mantenimiento de los precios. En este
punto, la competitividad está cada vez más influenciada por lo que se llama
potenciadores de la eficiencia: la
educación superior y la formación, eficiencias en el mercado de productos,
eficiencia del mercado de trabajo, desarrollo del mercado financiero,
preparación tecnológica, tamaño del mercado. La tercera y última etapa está
impulsada por la innovación, los salarios han subido ya tanto que son capaces
de mantenerse altos así como de permitir un nivel de vida alto siempre que sus
empresas sean capaces de competir con productos nuevos y únicos. En esta etapa,
las empresas deben competir por medio de la producción de bienes nuevos y
diferentes con procesos de producción más sofisticados y por medio de la
innovación. Los factores a tener en cuenta son: sofisticación empresarial e
innovación.
Acemoglu y Robinson
afirmaban, por tanto, que la prosperidad de un país básicamente está
relacionada con la política económica que sigan. Estas políticas pueden ser
extractivas o inclusivas. “Para ser
inclusivas, las instituciones económicas deben ofrecer seguridad de la
propiedad privada, un sistema jurídico imparcial y servicios públicos que
proporcionen igualdad de condiciones en los que las personas puedan realizar
intercambios y firmar contratos; además de permitir la entrada de nuevas
empresas y dejar que cada persona elija la profesión a la que se quiere dedicar
[...] Las instituciones económicas inclusivas fomentan la actividad económica,
el aumento de la productividad y la prosperidad económica[3]”.
Estimo que tanto la propiedad privada como la
competitividad a ultranza hay que ponerlas en cuarentena y estimarlas en su
justa medida ya que sus efectos pueden ser perversos. Debemos preguntarnos si
¿la institución de la propiedad privada como valor prioritario ayuda en todos
los casos a formar sociedades inclusivas? Si ¿la competitividad no supone
vencedores y perdedores a veces injustamente? Tanto la propiedad privada como
la competitividad, creo que no pueden ser valores absolutos. Hay valores que la
sociedad tiene que poner por encima, siendo el supremo el de la vida de los ciudadanos.
Por ello “Las instituciones económicas inclusivas implican la existencia de
derechos de propiedad seguros y oportunidades económicas no solamente para la
élite, sino también para la mayor parte de la sociedad[4]”.
En caso contrario no podrá mantenerse la estabilidad social por mucho tiempo.
Siendo evidente que “Las instituciones políticas
extractivas concentran el poder en manos de una élite reducida y fijan pocos
límites al ejercicio de su poder. [Y que] Las instituciones económicas a menudo
están estructuradas por esta élite para extraer recursos del resto de la
sociedad[5]”,
no parece oportuno seguir por derroteros que han causado graves daños a
distintas poblaciones de distintos continentes, especialmente en África,
América y Asia. Hay que tener en cuenta que actualmente las élites extractivas
se han globalizado.
La democracia, la igualdad de oportunidades y el
empoderamiento de todos los ciudadanos tienen una importancia esencial en la
prosperidad de los países y en cualquier sistema económico. Sin embargo, las
sociedades extractivas que tienen instituciones con ausencia de imparcialidad
los hacen fracasar. Debemos preguntarnos, en consecuencia, ¿qué es lo que
hacemos en Europa y especialmente en España y sus comunidades? Ya que la
desigualdad sigue incrementándose, la corrupción es el pan nuestro de cada día
y el poder de las élites sigue cada vez más blindado. O ¿Es que queremos
implantar el sistema de los conquistadores en nuestra España de hoy en día?
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