En la Declaración Universal de Derechos Humanos adoptada y
proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de
1948, se comienza diciendo: “Considerando que la libertad, la justicia y la paz
en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de
los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana,...”
Y en su artículo primero añade: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales
en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben
comportarse fraternalmente los unos con los otros”. Pero eran momentos en los
que los seres humanos salían de dos conflictos mundiales terroríficos que
hicieron refrenar impulsos y pensar soluciones que convinieran al conjunto de
la Humanidad y no sólo a los poderosos.
Sin embargo, las buenas intenciones en los hombres duran
poco. Muchas declaraciones y constituciones vigentes son muestra de buenas intenciones intentando comprender la realidad y mejorarla, pero
parece que el sino de las buenas intenciones en nuestra especie es durar poco
en el tiempo, especialmente cuando la obsesión es tener más que los demás y
para ello competir y rivalizar por los bienes y el poder. Son muchos los falsos
dioses a los que los humanos nos rendimos y adoramos. La economía es uno de
ellos, se ha convertido en la principal obsesión y remedio para la consecución
de objetivos políticos. El crecimiento se ha convertido en un fetiche tabú. Hay
economistas que consideran que lo importante es el incremento de la tarta
social, el PIB, que creamos entre todos y, otros economistas, ven que es
mediante un reparto equitativo de la tarta cuando se consigue el incremento de
la misma y que, además, con decía Keynes, a largo plazo todo muertos, por lo
que conseguir un aumento del PIB a largo plazo, dejando muchos en el camino, no
parece muy recomendable para algunos.
¿Para qué
sirve la economía, que debería ser una herramienta de mejora de la sociedad, si
los integrantes de la misma se quedan en el camino? El crecimiento cada vez
tiene menos que ver con la creación de puestos de trabajo a no ser que éstos
tengan un salario que tienda a cero para hacer a los capitalistas más
competitivos. Pero la financiación del Estado Social se basa principalmente en
impuestos al salario y si éste va desapareciendo difícilmente puede mantenerse.
La renta
básica tiene que ver con la búsqueda de un sistema social que se adapte más a
las posibilidades de nuestro tiempo. Un repaso a las características del mundo
capitalista nos demuestra con claridad la necesidad de tomar esta medida. Así
vemos que las máquinas cada vez absorben mayor número de tareas que
históricamente han venido y vienen realizando los humanos; las empresas buscan
menores costes que principalmente tienen que ver con puestos de trabajo y o los
han reducido o se están retribuyendo con sueldos de miseria que no dan para
mantener una vida digna; en las sociedades el trabajo no remunerado es tan
importante o más que el trabajo remunerado para la pervivencia de la sociedad,
sin embargo apenas se valora; tenemos sobreproducción, podemos llenar el mundo
de artículos, bienes y servicios, pero entramos en crisis cíclicas cada vez más
graves y paramos las máquinas y despedimos a las personas de su puestos de
trabajo y nos acostumbramos a ver morir personas de hambre.
Los
verdaderos liberales ponen por encima del principio de igualdad al principio de
libertad. El problema es que en un mundo en el que cada uno se busca la vida
por su cuenta y en el que la vida es pura competición no se puede evitar que
las desigualdades crezcan hasta el infinito y la igualdad de oportunidades se
vaya eclipsando. La muestra la tenemos en el Paraíso de la libertad, Estados Unidos, cada vez más
desigual y con menos movilidad social.
Cuando los
verdaderos liberales dicen: “creemos que una sociedad es tanto más virtuosa y
éticamente avanzada cuanto menos egoístas y solipsistas sean sus miembros, y
parte de esa reducción del egoísmo y del aislamiento social pasa por compartir
tiempo y recursos con el resto de los conciudadanos. Lo que rechazamos, pues,
no es tanto la redistribución de la renta per se cuanto la redistribución
coactiva[1]”,
podemos estar de acuerdo, pero ya sabemos dónde quedan las buenas intenciones y
cómo los poderosos en un mundo hostil se aprovechan de los débiles. De momento
lo que veo es que los que más tienen no son los que más contribuyen al bien
común y, no obstante, son los que más beneficios sacan de la propia sociedad. Caemos
en el error y en la incoherencia cuando no nos damos cuenta de que si la renta
se vincula al trabajo y el trabajo se hace cada vez más por las máquinas serán
las máquinas o sus poseedores, cuando no sean bienes comunes, los que tendrán
que estar gravados por impuestos.
Por todo ello,
merece consideración estimar a la renta
básica como una de las medidas que nos permitirían conseguir de una forma más
segura el cumplimiento de los derechos humanos. El cometido de la economía es
liberar a la sociedad del trabajo y la investigación, la innovación y el
desarrollo hacen que la vida pueda ser más cómoda y mejor. La renta básica
permite que cada persona pueda tener los recursos básicos para una vida digna y
libre, permitiendo y dando la posibilidad de un desarrollo personal y autónomo.
La satisfacción y la creatividad son consecuencias claras. Desde el punto de vista
administrativo se reduce la burocracia. Y no podemos ser ciegos a la realidad y
seguir diciendo que de dónde vamos a sacar el dinero para financiarla.
Todos nos
hemos dado cuenta de los billones de euros que se han dado a los bancos a nivel
mundial. Todos hemos oído hablar de la flexibilización
cuantitativa, una forma de sacar dinero de la nada. Pues bien dejemos
hablar a Stiglitz y veamos para que sirvió: “Una política monetaria agresiva
(la llamada flexibilización cuantitativa),
más preocupada por restablecer los precios en el mercado de valores que en
volver a conceder préstamos a las pequeñas y medianas empresas, resultó mucho
más eficaz a la hora de devolver a los ricos su dinero que para beneficiar al
ciudadano medio o crear empleo. Por eso, en los primeros tres años de la
llamada recuperación, alrededor del 95 por ciento del incremento de las rentas
fue a parar al 1 por ciento en la cima y, seis años después del comienzo de la
crisis, la riqueza media estaba un 40 por ciento por debajo de los niveles
anteriores[2]”.
La renta básica es una solución más lógica incluso para el crecimiento de la
tarta a repartir ya que aumenta la demanda de los bienes y servicios más
necesarios y no de aquellos superfluos e incluso inútiles. Lograría, además,
que el esfuerzo del 99 % de la sociedad recaiga en ellos mismos lo que nos
lleva a un mundo más justo y equitativo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario